"Sentimientos por sobre la razón" Apoyándose en dos excelentes trabajos actorales, el ganador del Oscar James Marsh traslada a la pantalla grande la vida de una de las personalidades más importantes de la historia moderna. Enfocándose con mucho más detenimiento en lo emotivo y ubicando el verdadero foco de atención sobre la vida personal del astrofísico Stephen Hawking, el realizador de “Man on Wire” edifica un drama enternecedor, aunque de ritmo irregular y devoto de caer en lugares comunes e innecesarios. La tarea de realizar un film sobre la vida de Hawking no debe ser para nada sencilla por varios motivos, dentro de los cuales sobresalen su alto grado de conocimiento sobre cuestiones científicas que exceden nuestro alcance y su condición física producto del padecimiento de la esclerosis lateral amiotrófica (ELA). Sin embargo, Marsh logra sortear ambos obstáculos gracias a un sencillo guión basado en la novela “Travelling to Infinity: My Life with Stephen” escrita por la primera esposa de Hawking y a la tremenda actuación de Eddie Redmayne. Redmayne sin lugar a dudas se convierte en el principal motivo por el cual “La teoría del todo” debe verse y disfrutarse plenamente como una película construida para el lucimiento de sus actores principales. En su caso particular, Redmayne no solo es convincente sino que también es imprescindible para sostener todo el peso de una historia. Su interpretación de Hawking se apoya en un lenguaje corporal donde están cuidados hasta los más diminutos detalles y en una emoción que logra traspasar la pantalla desde el primer minuto. El otro pilar donde reposa “La teoría del todo” es el trabajo de la joven Felicity Jones, quien interpreta a Jane Hawking para ofrecer un personaje atrapante que por momentos se convierte en el verdadero hilo conductor de la trama. Y es ahí precisamente donde “La teoría del todo” puede presentar sus irremediables fallas. Al estar basada en la mencionada obra escrita por la ex esposa de Hawking, “La teoría del todo” pierde por momentos el foco ya que Marsh divide la propuesta de forma irregular en dos grandes partes. Por un lado la conmovedora lucha contra el ELA que lleva adelante la pareja y por el otro los nuevos sentimientos amorosos que se despiertan en Jane Hawking frente a la falta de apoyo y contención. A partir de ese quiebre, que tiene lugar a mitad del metraje, la película adquiere un estilo más telenovelesco y embiste más fuerte en materia de clichés y sensibilidad poco justificada, quedándose más que conforme dentro de ese terreno fácil. Vale aclararlo nuevamente; las enormes dificultades que implica adaptar la vida de un personaje como Hawking son evidentes y se hacen visibles no solo en esta producción, sino seguramente en cualquier otra que arremeta contra el mismo objetivo. No obstante, el trabajo de Marsh ofrece momentos logrados y merecedores de aplausos, sobre todo por el gran trabajo de la dupla Redmayne y Jones, quienes exprimen al máximo la oportunidad de interpretar a una de las parejas que más luchó en pos de su amor y de la búsqueda del conocimiento.
"Quiero y puedo ser el mejor" Dos actores en estado de gracia, un guión original con giros tan imprevisibles como oscuros y un ritmo frenético que alcanza la perfección en el desenlace del film es todo lo maravilloso que tiene para ofrecer “Whiplash: Música y obsesión”. El segundo largometraje del realizador Damien Chazelle es una explosiva propuesta dramática que amenaza con detonar desde el primer minuto pero que, maquiavélicamente, prolonga el sufrimiento y aumenta el placer culposo a medida que avanza la trama. ¿Para qué? Para llegar a una media hora final de magnifica y apabullante tensión. Siguiendo los pasos del joven estudiante de música Andrew (Miles Teller), “Whiplash” nos introduce en un espiral de locura, pasión y ambición por la música pocas veces visto en la pantalla grande. A través de la irrupción de Fletcher (J.K. Simmons), un profesor que desde su primera aparición en pantalla logra trasmitirnos temor y respeto, Andrew dará un giro drástico en su vida personal y profesional en pos de convertirse en el mejor baterista de la historia. Chazelle puede parecer rebuscado y exagerado a la hora de plasmar los límites impensados que alcanzan sus personajes por culpa de su ambición. No obstante, a medida que avanza “Whiplash” la astucia del realizador queda en evidencia ya que las reglas de este perverso juego de superación y control entre maestro y alumno quedaron plasmadas desde el arranque del film con pequeños e interesantes detalles. La falta de confianza de Andrew, la presión indirecta que recibe por parte de su familia y el desquicio exacerbado que marca a fuego la personalidad de Fletcher (la escena donde se quiebra frente a sus alumnos es clave) funcionan como el resorte emocional de ambos personajes para que estallen en una lucha perversa e intensa de ideologías contrapuestas frente a los desafíos de la vida. “Whiplash” va mucho más allá de la simple superación y la búsqueda de sueños y grafica la juventud arremetiendo contra la experiencia, los impulsos versus el coraje y la razón batallando heroicamente contra los sentimientos. Pese a contar con todo esto, “Whiplash” no sería tan perfecta si no contará con el trabajo de los dos tremendos actores que la protagonizan, paseándose por la pantalla haciendo de las suyas de forma sublime y realista. El joven Miles Teller y el reconocido J.K. Simmons se lucen cada uno con su estilo en esta propuesta de altísimo vuelo que combina drama, suspenso y ciertos momentos de humor producto de situaciones fuera de lo común para el imaginario popular. Una tormenta de fuertes emociones, acompañada de un apartado técnico donde todo lo sonoro juega un rol crucial, es lo que transforma a “Whiplash” en una película de enorme jerarquía para competir de forma limpia y honesta contra cualquier otra producción que quiera disputar el trono a lo mejor del año. De cenicienta ya le queda muy poco; “Whiplash: Música y obsesión” demuestra con creces que, sin importar su formato, es una propuesta sin igual.
"Universo Anderson" Con la impronta digna de alguien que está dispuesto a conquistar todo el mundo a su tiempo y medida, ofreciendo un producto original y minuciosamente cuidado, Wes Anderson vuelve a la carga de la mano de “El gran hotel Budapest”. Hablar de Anderson para un amante del cine es una tarea más que difícil, ya que no existe otro director en la actualidad capaz de suscitar tanta devoción y admiración con sus nuevos proyectos. Cada vez que nos encontramos de cara al estreno de una de sus películas, el cine de Anderson nos arrastra como el mar hacia lo más profundo del océano sin nosotros ni siquiera poder oponer resistencia. ¿Por qué? Quizás la repetición de ciertos tópicos como ser los elencos corales que brindan grandes actuaciones, la siempre hermosa fotografía de su colaborador habitual Robert Yeoman, la cada vez más instalada y necesaria presencia del maravilloso compositor Alexandre Desplat y la dirección de arte con aire nostálgico que desprende el trabajo Adam Stockhausen sean algunos de los puntos claves. A lo largo de los últimos años Anderson logró posicionar gracia a una serie de magníficos trabajos un estilo muy personal dentro de la industria. O quizás sea mejor decir que él impuso su propio estilo dentro del mundo del cine y ahora son cada vez más los cinéfilos que se encuentran completamente enamorados del mismo. “El gran hotel Budapest” es una propuesta imperdible desde lo estético para todos aquellos que no están acostumbrados al tipo de cine que suele ofrecernos este realizador. Quizás también disfruten de cuotas de humor más elaboradas y actuaciones inesperadas por parte de grandes actores en pequeños y rebuscados personajes. Ahora bien, si el espectador que se dispone a disfrutar de “El gran hotel Budapest” ya sabe por dónde viene la mano, la propuesta se convierte en una muestra de arte en estado puro. Con la comedia marcando el ritmo de esta historia de aventuras, Anderson nos invita a seguir los pasos de Zero (Tony Revolori), el botones de un prestigioso hotel europeo que está bajo el mando del peculiar conserje Gustave (Ralph Fiennes). Juntos deberán sortear una serie de inconvenientes que van desde estafas a huéspedes millonarias de la institución, amoríos entre empleados y por supuesto ciertas repercusiones de la desorganización de los últimos retazos de la segunda guerra mundial. Junto a los armoniosos trabajos del debutante Revolori y del experimentado Fiennes, aparecen también los más que divertidos aportes de Jeff Goldblum, Willem Dafoe, Saoirse Ronan, Edward Norton y los infaltables Harvey Keitel y Bill Murray. Todos ellos (y muchos más que harían exageradamente extensa esta lista) arman el rompecabezas con el que Anderson mantiene a sus espectadores avezados atónitos frente a la magia que ocurre en la pantalla. Fiel a su irrepetible estilo visual, el talento de Anderson nos regala otra aventura de antología que merece celebrarse dentro de una sala de cine como lo que verdaderamente es; una pequeña e inoxidable reliquia cinematográfica.
"Creer no cuesta nada" De la mano del sobreexplotado género del found footage nos sumergimos nuevamente en una historia de terror que con sus virtudes y defectos se posiciona como una propuesta decente y de consumo rápido para los amantes de los sustos. El debutante David Jung construye su opera prima en torno a una premisa poco ambiciosa pero a su vez atractiva que encuentra su principal falencia en su formato. “The Possession of Michael King”, o “Invocando al demonio”, sigue los pasos de un documentalista que, tras la muerte de su esposa, decide comprobar la existencia de Dios realizando un arriesgado experimento que consiste en demostrar que el Diablo es real y puede subsistir en este mundo a través de las posesiones. Apoyándose por completo en un más que solido trabajo por parte del actor Shane Johnson y en el cuidado apartado técnico que presenta el film, Jung realmente logra que el espectador le preste atención a todo lo que sucede en pantalla. No obstante, repito, el mayor problema que no puede sortear “Invocando al demonio” son las múltiples limitaciones que presenta su acotado formato. Pocas películas pertenecientes al metraje encontrado lograron, en el último tiempo, justificar el por qué sus realizadores eligieron este formato. Cuando uno ve “El proyecto Blair Witch”, “REC” u “Cloverfield” no solo es cómplice de la trama sino que también se sumerge por completo en la historia, ya que todo lo que el espectador conoce sobre los hechos que se desarrollan viene de la mano de una cámara única cuyo destino va de la mano de la suerte que corran los protagonistas. Últimamente las nuevas representantes del found footage exceden esos límites y se convierten en propuestas con elementos impensados e inexplicables para estas historias, como ser la música de fondo, los flashbacks y la edición “post-mortem” de todo lo sucedido. Ejemplos sobran; la más que interesante “El último exorcismo” de Daniel Stamm que pecaba de inocente en sus minutos finales, la ambiciosa “Chronicle” de Josh Trank que concluía con una batalla de enormes proporciones y la más reciente entrega de “Actividad Paranormal” donde los protagonistas, literalmente, viajan en el tiempo con cámara en mano. Si tuviéramos que posicionar a “Invocando al demonio” dentro de alguno de estos dos grandes grupos, sin lugar a dudas se sentiría más cómoda junto a las producciones del segundo equipo y es ahí donde cualquier clase de espectador se pregunta inevitablemente “¿Cuál es el atractivo de limitar el poder de una historia?”. “Invocando al demonio” es una propuesta decente, vale aclararlo. Por momentos se disfruta y por otros se vuelve realmente irritante. Aunque la conclusión más importante a la que se puede llegar es que, sin lugar a dudas, se trata de una película que se boicotea a sí misma lo cual es una lástima. El cine de terror debería empezar a buscar nuevas alternativas para este subgénero, porque es realmente absurdo que entre fantasmas nos pisemos las sabanas.
"Primera clase" Tras la exitosa “Kick-Ass”, Matthew Vaughn y Mark Millar vuelven a unir fuerzas con el objetivo de regalarle a la pantalla grande una de las películas de espías más originales, divertidas y violentas de los últimos tiempos. En “Kingsman: El servicio secreto” los fanáticos de ésta clase de films no van a encontrar un cambio radical dentro del género, sino que se van a topar con una rebuscada y eficaz vuelta de tuerca que sin miedo al ridículo ni a los lugares comunes ofrece más de dos horas de grandes aventuras. Por su parte, aquellos que se acerquen al cine con la intención de satisfacer su sed de violencia, groserías baratas y anarquía encontrarán un ejemplo perfecto de cómo el buen cine de acción puede ser elegante, sofisticado y sobre todo tener modales a la hora de entretener. “Kingsman”, al igual que “Kick-Ass”, también es un film basado en un cómic escrito por el mismísimo Millar, pero a diferencia de aquella historia que funciona como una verdadera parodia y burla al mundo de los superhéroes, este relato protagonizados por espías y poderosas organizaciones secretas tiene como objetivo agrandar y enaltecer la figura de estos personajes a través de la exageración y el absurdo. Lejos de ser ridícula como “Austin Powers” y también del realismo que tuvieron las últimas producciones de Jason Bourne y Jack Ryan, “Kingsman: El servicio secreto” parece ser un punto intermedio entre los disparatados argumentos que ofrecían las películas de “Mini Espías” y la espectacularidad con tintes fantásticos que nos regalaban las no tan lejanas producciones de James Bond protagonizadas por Pierce Brosnan, Roger Moore o Sean Connery. De hecho, el villano que interpreta Samuel L. Jackson mezcla varios elementos de algunos de los enemigos más emblemáticos que tuvo que enfrentar el espía creado por Ian Fleming, como ser el Dr. Kananga (“Vive y deja morir”), Francisco Sacramanga (“El hombre de la pistola de oro”), Elliot Carver (“El mañana nunca muere”) y el mítico “Número 1” (“Al servicio secreto de su majestad”). Uno de los principales aciertos que presenta el nuevo trabajo de Vaughn es el amplio abanico de personajes en los que se apoya para narrar la película, ya que no todo el peso de la misma recae sobre los hombros del joven Taron Egerton ni el experimentado Colin Firth, sino que los secundarios interpretados por Mark Strong, Michael Caine, Sofia Boutella y el ya mencionado Jackson tienen sus momentos para vanagloriarse. Quizás los únicos que realmente están desaprovechados en este sentido son el viejo y querido Mark Hamill (atentos a como Vaughn corrige el grosero error de locación en “X-Men: Primera generación” durante la presentación de este sujeto) y la joven Hanna Alström, cuyo personaje a diferencia del primero sí tiene peso dentro de la historia llegando incluso a ser clave en momentos determinantes de la trama. Grandes y logradas escenas de acción (la secuencia de los paracaídas es simplemente genial), personajes divertidos, diálogos picantes y políticamente incorrectos, algunos giros imprevistos y originales son algunos de los elementos de los que se vale “Kingsman: El servicio secreto” para llegar a una imperdible media hora final que la catapulta como una de las propuestas más divertidas de este 2015. Sí los modales hacen al hombre, “Kingsman” es la primera clase a la que tendrán que asistir aquellos que verdaderamente se consideran fanáticos del buen cine pochoclero.
Resulta frustrante ver que un buen guión, un buen grupo de actores y los recursos técnicos suficientes para aprovechar ambas cosas son malgastados por quien debería ser el máximo defensor de una película: Su director. Doblemente frustrante es saber que Ezio Massa, quién está detrás de las cámaras en esta floja producción, fue el director de pequeñas/grandes películas, como ser “Villa”, estrenada de forma comercial este año en nuestro país. Los mayores problemas que tiene “2/11 Día de los muertos” corren por cuenta de la dirección, la utilización de cámaras y luces de forma inapropiada y un montaje vertiginoso que resta puntos en vez de sumarlos. Los momentos claves del film transcurren de noche, y si bien la fotografía por momentos parece estar a la altura de las circunstancias para mostrarnos con total claridad todo lo que sucede, Massa pone en escena una serie de recursos innecesarios (cámara en mano incluido) y pincelazos de un estilo de filmar que para esta película no parecen apropiados. El guión filmado por el propio Massa y Sebastían Tabany no es una maravilla, pero si logra mantener la atención del espectador desde el arranque y durante su desarrollo aporta elementos (sobre todo dosis de suspenso) que hacen a la trama más interesante y llevadera. El problema, también, es que a los guionistas les resulto difícil cerrar la historia de una forma concreta y se despacharon con un final que a más de uno dejará disconforme. Quizás hasta pueda considerarse abrupto e inesperado. Queda la sensación de que estuvimos frente a una gran idea, plasmada por momentos de forma correcta en la pantalla grande, pero que en el resultado final no termina de convencer por ningún lado y nos deja un sabor de boca amargo difícil de quitar. Para destacar las actuaciones correctas por parte de Juan Gil Navarro, Agustina Lecouna y Nicolás Alberti, como así también el correcto trabajo de efectos especiales que presenta esta producción. Las leyendas urbanas de pequeñas ciudades o pueblos del interior de nuestro país, como los que intenta emular esta producción, merecen una película que los sepa aprovechar al máximo. Lamentablemente “2/11 Día de los Muertos” no pudo lograrlo y se quedó a mitad de camino. O abandonada en medio del bosque.
Un guión verborrágico y acelerado, un elenco de grandes actores donde todos hacen valer su condición de “estrellas” (porque no dejan de brillar en toda la película) y un apartado técnico magnifico del que sobresalen la fotografía de Emmanuel Lubezki y la original banda sonora de Antonio Sanchez, son los ingredientes perfectos para acompañar este glorioso desembarco de Iñárritu en la comedia negra. Riggan Thomas (un sublime trabajo de Michael Keaton) es un actor reconocido en todo el mundo por haberse calzado hace ya un tiempo el traje de “Birdman” para protagonizar una exitosa trilogía de acción basada en las aventuras de ese superhéroe. No obstante, esos años ya pasaron y Riggan busca desesperadamente volver a ser una figura reconocida dentro del mundo del entretenimiento, solo que esta vez quiere posicionarse entre los talentosos del medio. Para eso no tiene mejor idea que montar una obra de teatro en Broadway basada en la obra de “What We Talk About When We Talk About Love” de Raymond Carver junto a un grupo amorfo de talentosos actores, la ayuda de un productor desesperado y el apoyo poco convencional de su hija y su ex esposa. Junto a la impecable actuación de Keaton se encuentran los excelentes trabajos de Edward Norton, Naomi Watts, Andrea Riseborough, Emma Stone y Zach Galifianakis, quienes en igual medida aportan su talento para convertir al nuevo trabajo de Iñárritu (y pensar que lo vimos dirigir dramones del calibre de “21 gramos” u “Babel”) en una comedia muy ácida y vertiginosa que reflexiona sobre los inalcanzables límites de la estupidez humana cuando se encuentra fomentada por la necesidad de ser iluminada por las luces del éxito. Con una cámara incapaz de quedarse quieta, y que a su vez ofrece unos planos secuencia que son una delicia para el buen paladar del cine (y un dolor de cabeza para aquellos valientes que se animan a trabajar con ella), Iñárritu recorre los pasillos del teatro donde tiene lugar la obra y aprovecha todos y cada uno de los deliciosos momentos tragicómicos que ofrece el guión escrito junto a Nicolás Giacobone, Alexander Dinelaris y el argentino Armando Bo para brindar escenas gloriosas. Por ejemplo, la primera escena que tienen juntos Keaton y Norton en la historia es uno de esos momentos gloriosos del cine que pagan por completo la entrada de la película. Incluso si no te consideras un fanático de esta clase de propuestas, toda esa secuencia te deja con la mandíbula por el piso y te saca más de una carcajada. Lo maravilloso del nuevo trabajo de Iñárritu es que, siguiendo la línea de sus producciones anteriores, sus personajes son tan amplios y ricos en contenido que en ningún momento la propuesta resuelta aburrida o redundante ya que siempre encuentra una ventana abierta por donde “literalmente” puede arrojarse al vacío y salir volando hacia otras aguas. Que ese dialogo intrapersonal constante con el que vive Riggan Thomas, el cual se ve reflejado como una discusión entre un hombre abatido y otro disfrazado de superhéroe, termine en una de las escenas más psicodélicas del 2014 es magnífico. Magia pura. Y de eso se trata el cine. “Birdman o (La inesperada virtud de la ignorancia)” es una propuesta apabullante por donde se la mire. Una de esas obras, o mejor dicho, uno de esos obsequios no perecederos que el cine suele regalarnos muy de vez en cuando.
"El verdadero Frank Castle" Clint Eastwood desembarca nuevamente en la pantalla grande con una potente historia de suspenso basada en la vida del francotirador más letal de la historia de los Estados Unidos. El resultado es un correcto film bélico que disfrutaran solo unos pocos. “American Sniper” cuenta parte importante de la vida de Chris Kyle, un francotirador norteamericano al que se le adjudican más de 160 muertes confirmadas tras sus repetidas misiones en la guerra de Irak. Por ese implacable accionar, Kyle fue apodado “el demonio de Ramadi” dentro de esta zona de guerra y los iraquíes llegaron incluso a ponerle un precio tan elevado como absurdo a su cabeza (ni más ni menos que 20 mil dólares). Puertas adentro, Kyle es considerado un verdadero héroe y referente para los combatientes norteamericanos, quienes luego de conocer sus proezas lo empezaron a llamar “la leyenda”. Obviamente, como era de esperarse, el paso del tiempo le daría a Kyle una serie de importantes condecoraciones que lo pondrían en el ojo de la opinión pública (momento que el ex combatiente aprovechó muy bien y publicó su exitosa autobiografía devenida en best seller). La nueva película de Eastwood coquetea con ambas caras de esta polémica personalidad y sorteando varias complicaciones podemos decir que consigue ofrecer una versión fría, seca y sin demasiada profundidad dramática sobre la agitada vida de este soldado. Con el pulso que lo caracteriza, el director de “Jersey Boys” logra que su nuevo trabajo sea una película que aprovecha muy bien sus tiempos pese a carecer de un ritmo dinámico y completamente atrapante. Es decir, avanzando de a poco pero siempre de forma ascendente, “Francotirador” te sumerge por igual en un infierno de balas y tensión pero también en la cotidianeidad familiar con la que nuestro protagonista parece sentirse bastante incomodo. En ese punto es donde se encuentran las falencias de esta propuesta que, si bien bajo la atenta mirada de un amante del género bélico puede parecer infalible, nunca termina por consolidarse cómodamente como un drama. Y como ambos géneros supieron combinarse de gran forma a lo largo de la historia del cine, no está mal pensar que “Francotirador” podría haber sido una película mejor. Bradley Cooper sostiene con su trabajo todo el peso de la película, llevando al espectador a un punto de extraña comodidad en donde la irrupción de cualquier otro personaje termina siendo una molestia. Ahí es donde aparece el paupérrimo trabajo de Sienna Miller, quien como la esposa de Kyle no logra transmitir la química necesaria para crear junto a Cooper una historia romántica lo suficientemente consistente para explotar el lado dramático que implican los conflictos bélicos. Por este motivo, “Francotirador” es una propuesta en la que Eastwood se luce solamente a la hora de mostrar las diferentes misiones en las que Kyle se ve involucrado. Estas escenas (todas y cada una de ellas) logran mantener en vilo al espectador gracias al crudo y realista reflejo de las dramáticas situaciones que deben atravesar los personajes involucrados. Si uno encara esta película con la idea de encontrar un drama, el resultado seguramente será decepcionante. ¿Por qué? porque Eastwood decide dejar fuera de la ecuación el costado dramático de esta historia, cuyo final además es muy significativo y habla a las claras de una realidad que no se puede negar. Casi como un presagio del trágico desenlace que suponen siempre las inesperadas vueltas del destino, el logo de los excombatientes de SEAL 3, entre los que se encontraba Chris Kyle, reza hasta la fecha la siguiente frase: “A pesar de lo que te dijo tu mamá, la violencia si resuelve problemas”.
"La noticia del año" Con una intensa y sublime actuación de Jake Gyllenhaal y un guion audaz cargado con una cínica mirada sobre los medios de comunicación, Dan Gilroy debuta de forma notable en la pantalla grande ofreciéndonos una de las mejores películas del 2014. “Primicia mortal” sigue los pasos de Louis Bloom (Gyllenhaal), un ladrón y buscavida que se caracteriza por su terrible ego. Basado en la creencia de que él posee un talento innato para todas las cosas, y que solo con reforzarlo a base de sacrificio e impulsado por una salvaje ambición le alcanza para ser el mejor, Bloom sostiene que no existe tarea alguna que no pueda realizar. Por eso, cuando decide entrar al mundo de los medios de comunicación como periodista freelancer, no dudará ni un segundo en poner en práctica su “modus operandi” para sobrevivir en un ámbito tan cruel como vertiginoso. Gyllenhaal, quien ya la viene rompiendo desde “La sospecha”, “En la mira” y la reciente “Enemy”, sigue en buena racha y en esta oportunidad suma un nuevo personaje perturbado pero carismático a su extensa lista de grandes trabajos. Lo asombroso de este actor es que, lejos de repetirse, termina siempre encontrando la forma de sorprendernos (con el más mínimo detalle) gratamente. Si el detective Loki y su intenso tic ya transmitían el nerviosismo necesario para incomodarnos en la genial “Prisioners” y el sargento Taylor escondía de forma eficaz sus sentimientos detrás de esa violenta fachada de policía rudo en la gloriosa “En la mira”, aquí Louis Bloom cumple con creces su objetivo de convencernos de que él es capaz de realizar lo imposible gracias a su perspicaz verborragia. No obstante, todo el talento que regala Gyllenhaal con su irrepetible trabajo viene de la mano de un guion dinámico y atrapante que crece de forma escalonada para ofrecer excelentes momentos de tensión (las distintas invasiones en las escenas del crimen y el maravilloso tiroteo final), combinados con alguna cuota de humor negro y mucha acción. Párrafo aparte para la excelente banda sonora compuesta por James Newton Howard y la correctísima fotografía del ganador del Oscar Robert Elswit, en quienes Gilroy se apoya para darle rienda suelta a algunas de las logradísimas secuencias de acción del film, las cuales tienen casi siempre como protagonista “tácito” el vértigo y la velocidad. Siguiendo la línea de películas que también ahondan de forma sarcástica en las decisiones absurdas que pueden tomar personas desequilibradas con tal de cumplir el sueño americano (como la gran “Sangre, sudor y gloria”) y con un estilo visual agresivo que refleja de gran forma todas las sorpresas que puede almacenar una simple noche en una ciudad que no duerme (casi evocando a la magnífica “Colateral: Lugar y tiempo equivocado”), “Primicia mortal” se consolida como un logrado relato salvaje sobre como la codicia siempre se abre camino en entornos verdaderamente caníbales. Gilroy pone la firma delante y detrás de cámaras en una ópera prima que seguramente dará que hablar por un largo tiempo, mientras que Gyllenhaal “simplemente” aprovecha la circunstancia para posicionarse como uno de los mejores actores de nuestra generación.
"La cápsula del tiempo definitiva" El último trabajo de Richard Linklater será recordado no solo por ser una excelente película que reflexiona sobre el paso de la niñez a la adultez sino también por tratarse de un verdadero experimento cinematográfico único en su especie. Una obra de arte dónde el qué se dice depende por completo del cómo se dice. Doce años seguidos de realización. Ese fue el tiempo que necesitó Linklater para concretar este monumental film que documenta la vida de Mason (Ellar Coltrane) desde los 5 años hasta su ingreso a la universidad. En ese camino, el paso del tiempo y los cambios personales que atraviesan Mason y los miembros de su disfuncional familia se convierten en el principal combustible de una película que divierte y emociona genuinamente sin necesidad de golpes bajos ni giros imprevistos. La vida misma. Esa parece ser la premisa de “Boyhood” que, con un guion que también lleva la firma de Linklater, recorre los últimos vestigios de la infancia, la siempre complicada adolescencia y el amanecer de la adultez de nuestro protagonista. Junto a él, el espectador se ve inmerso en un viaje a través del tiempo no solo gracias a una nostalgia que traspasa la pantalla sino también al desbordante optimismo que trasmite la vida de Mason. O sea, la vida misma. ¿Cuánto hay de ficción y cuanto de realidad en “Boyhood”? Imposible saberlo. La magnífica puesta en escena que Linklater construyó para su más reciente trabajo se convierte en un retrato completamente realista sobre la vida de un adolescente moderno. En esa fotografía que se actualiza doce años consecutivos, como si se tratara de un portarretratos digital, radica la magia de una propuesta que verdaderamente es única en su especie y cuyo resultado es más que gratificante para los amantes de las pequeñas historias. Aunque en “Boyhood”, claro, la sencillez se encuentra completamente opacada por su grandilocuente formato. Junto al joven Coltrane están los experimentados Ethan Hawke y Patricia Arquette, quienes se roban la película en partes iguales con sus respectivos personajes. Si la primera es el fiel reflejo de la madre de hierro que está siempre al lado de sus hijos cuando estos la necesitan, el segundo es la voz autorizada que aparece de vez en cuando para allanar el camino elegido por los mismos. Eso sí; ambos dejan mucho que desear dentro de sus propias vidas pero siempre a un ritmo que sirve para transmitir el ejemplo de que ningún golpe ni tropiezo es irreversible. Párrafo aparte, dentro del plano de las actuaciones, para Lorelei Linklater (hija del realizador) quien durante la primera etapa del film, esa que refleja la niñez, tiene momentos gloriosos acompañados de una cuota de humor y cierta maldad infantil. Como la hermana mayor de nuestro protagonista, la joven Linklater simplemente la descose, posicionándose como pieza clave dentro de la vida de Mason durante toda la película. Técnicamente, el punto más alto de “Boyhood” sin lugar a dudas es su trabajo de edición. Sandra Adair (habitual colaboradora de Linklater) consigue básicamente lo imposible al reducir a casi tres horas de duración ni más ni menos que doce años de vida. Esta ya de por sí difícil tarea, sumada a uno de los guiones más cambiantes de la historia del cine (¿Alguien pensó en este aspecto?), sin lugar a dudas tendrá su merecido reconocimiento a la hora de las estatuillas y galardones que entregan los grandes jurados a la hora de coronar las mejores producciones del año. Y la pregunta del millón parece casi una obviedad: ¿Qué sucederá con Richard Linklater a la hora de los premios importantes? Sea cual sea el destino, difícilmente cambie una realidad que solo con ver “Boyhood” cualquiera puede confirmar: Estamos frente a una indiscutible pieza artística destinada a permanecer junto a las mejores producciones cinematográficas del cine moderno. Una obra que logró, ni más ni menos, congelar el tiempo y almacenar 12 años de vida en una serie de fotogramas.