La playa es un escenario ideal para desarrollar historias relacionadas con el ocio, las pasiones y los reencuentros y, como es sabido, cuando se interrumpe la rutina se encienden los “cambios” en sus formas más explosivas. Las Vegas, la quinta película de Juan Villegas que inauguró la vigésima edición del Bafici, presenta una historia ambientada en Villa Gesell durante el comienzo del verano que instala la idea de que todo es posible en materia de vínculos familiares alterados. Laura (Pilar Gamboa, vista recientemente en Recreo) y su hijo adolescente Pablo (Valentín Oliva, apodado Wos, el freestyler de 19 años que se convirtió en el campeón argentino de rap improvisado y que salta a la pantalla grande) llegan a la ciudad balnearia luego de un traspié con el micro que los traslada y se instalan en un destartalado edificio de la ciudad costera para disfrutar unos días de descanso. Después de sortear varios obstáculos para llegar a destino, ambos descubren que Martín (Santiago Gobernori), el ex de Laura y padre de Pablo, también se hospeda allí junto a su joven novia colombiana. El director de Sábado espía esa ruidosa convivencia, exponiendo el choque generacional con momentos de humor que luego se van encaminando hacia terrenos donde gana la emoción... La película funciona como una nostálgica radiografía de la familia separada (Pablo es el hijo engendrado dieciocho años atrás en ese mismo lugar) que se fue desdibujando como las huellas que se dejan en la arena. La realidad es otra, los personajes cambiaron (¿hasta qué punto?) y el aprendizaje que afrontan los personajes no es tarea sencilla. El filme es una comedia sencilla que no olvida del género que transita a partir de las situaciones que presenta, entre música, paseos por la playa, un desayuno prometedor y la aparición de una guardavidas (Camila Fabbri) que se transforma en el centro de atención de Pablo. Pilar Gamboa le imprime a Laura un carácter chillón como una suerte de escudo protector ante el sufrimiento que atraviesa en este relato sobre el paso del tiempo (¿todo lo cura?) y sostiene con comodidad la mayoría de las escenas.
Basada en el libro de Anne Wiazemsky, ex esposa del director Jean-Luc Godard, la película muestra bajo su mirada la crisis creativa, existencial y la convivencia que atravesó junto al exponente de la nouvelle vague después de la filmación de La Chinoise (1967), la película con la que conoció el rechazo y se vio frustrada una gira en China. El realizador Michel Hazanavicius retrata el mundo que mejor conoce, el cine, a través de una época de cambios y transiciones tanto en el ámbito afectivo del director de Sin aliento como en el convulsionado ambiente social francés de los años '60. Esto funciona como la excusa ideal para que Godard, mon amour deje planteado el juego del cine dentro del cine en primer plano, donde surge la inclasificable y salvaje personalidad del realizador encarnado por Louis Garrel, que tras su fracaso asegura que “sólo se salvan las comedias de Jerry Lewis y El Gordo y el Flaco”. En su retrato de más de cien minutos y, al igual que Godard, Hazanavicius rompe las reglas clásicas de la narración: hace que los personajes hablen a cámara; que Godard camine hacia atrás: invierte la imagen a negativo y hasta la pareja protagónica se queja de los desnudos en el cine cuando ellos están como Dios los trajo al mundo en su propia casa. Pero el motor de la propuesta es la historia de amor entre el creador vanguardista y contestatario y Anne (la fragilidad bien capturada por Stacy Martin), la flamante y joven actriz con la que más tarde se casaría para conocer las luces y las sombras del amor. Este es un filme ideal para los estudiantes de cine o para aquellos cinéfilos que todavía conservan el espíritu rebelde de los años '60, ya que no se trata de un biopic convencional. La película hace foco y desenfoca, acercando a un creador bohemio que supo enfrentar aun sin sus clásicos anteojos (todo un símbolo) a las barricadas policiales a pesar de haber cumplido los 40 y de no mostrarse muy cómodo con las palabras de admiración de sus seguidores. Estructurada en capítulos, y con un trabajo que se aleja de la emoción (salvo en el último tramo teñido de un momento más dramático), la propuesta elige un tono distante y por momentos casi documental, mientras respira el celuloide de una época lejana donde la revolución era una de las constantes.
Este es un año prolífico para el cine de terror nacional con apuestas que se animaron, con mayor o menor repercusión, a transitar por un género que crece en cantidad de espectadores a través de las distintas vertientes que aborda con el objetivo de perturbar al espectador. Aterrados, del director Demian Rugna, ya acostumbrado a sembrar el miedo en The Last Gateway -2007- y Malditos Sean!-2011-, arremete con una película que se alimenta del clima sobrenatural que tiene eco en un barrio de casas bajas en el que comienzan a suceder hechos extraños y desapariciones. En la película, que respira las atmósferas de Poltergeist,Cementerio de animales y El Conjuro, confluyen el forense Mario Jano -Norberto Gonzalo-, la Doctora Mora Álvarez -Elvira Onetto- y el Doctor Rosentock -George Lewis-. Ellos se presentan en las tres casas en las que han registrado las "grietas del más allá" junto al comisario Funes -Maxi Ghione- que está a cargo de la investigación. Una mujer escucha voces en las cañerias de la cocina; el vecino Walter -Demián Salomón- es visitado por una presencia fantasmagórica que le impide dormir y una madre -Julieta Vallina- pierde a su pequeño hijo en un accidente. Son tres casos en una misma película -que alternan pasado y presente- cuyo hilo conductor es el comisario. Aterrados funciona porque tiene una buena historia para contar y personajes que sostienen el andamiaje dramático que el relato necesita al transitar por el terror sobrenatural desarrollado en un ámbito reconocible y cotidiano. El realizador logra los climas adecuados para que el espectador se siente al borde de la butaca o llegue a taparse el rostro en esta pesadillesca excursión en la que conviven dos dimensiones, entre los vivos, los muertos y los resucitados. La experiencia resulta perturbadora, tiene tensión y hace alarde de buenos efectos visuales.
Recientemente vimos A 47 metros, de Johannes Roberts, un director que se mueve cómodo dentro del género de terror y que aquí sigue los pasos de películas como La masacre de Texas, Christine y Halloween. Mike -Martin Henderson- yCindy -Christina Hendricks-planean un viaje a un parque de casas rodantes de sus tíos junto a su problemática hija adolescente Kinsey -Baiulee Madison-, antes de dejarla en un internado, y Luke -Lewis Pullman-. Este es el comienzo de Los extraños: Cacería Nocturna, un relato que aprovecha la fórmulas de terror ya conocidas por el público pero que no pierde el interés ni tensión cuando el clan en cuestión comienza a ser amenazado y perseguido por tres extraños personajes con máscaras. El film se ve claramente influenciado por la atmósfera de John Carpenter, con su constante juego de claroscuros y de figura-fondo, que logran crear el clima adecuado para una historia sencilla que no pretende otra cosa que asustar al espectador. Si bien no se dan explicaciones sobre los comportamientos de los antagonistas de turno -como tampoco lo hacía la película original de Bryan Bertino- la atención se posa en sus feroces ataques con cuchillos en medio de lugares abiertos e inhóspitos. La música incidental de Adrian Johnston potencia las escenas junto a la utilización de hits de los años ochenta -Kids in America , de Kim Wilde y Total Eclipse of The Heart, de Bonnie Tyler- que se escuchan en los momentos menos esperados. La escena de la pileta es una de las más logradas de esta propuesta que se divierte con el sadismo en medio de parajes desolados mientras rinde homenaje al slasher de fines de los 70 y 80. Si en medio de la noche llaman a tu puerta y preguntan donde está Tamara, comenzá a correr!.
El universo Marvel alcanza su punto más alto con el estreno de Avengers: Infinity War, la película que reúne a los superhéroes y aliados en lucha contra el poderoso Thanos antes de que él se apodere de las Gemas del Infinito con el objetivo de destruír el Universo. El relato puede verse de manera independiente pero adquiere peso y mayor significado si el espectador está empapado en las historias y características de los personajes que desfilaron por la pantalla en forma individual o grupal en los filmes anteriores. Iron Man, El hombre Araña, Hulk, Dr. Strange, Viuda Negra, Thor, Steve Rogers y, el más reciente, Pantera Negra, además del universo propio que desplegó Guardianes de la Galaxia. Todos juntos luchando contra el Mal, arrastrando sus dramas personales, familiares y sus puntos más débiles, son algunas de las sorpresas que depara esta nueva entrega que resulta desbordante en acción y humor. Como en toda realización de Marvel, también está presente el acostumbrado cameo de Stan Lee, acá como un chofer de colectivo que lleva al estudiante Peter Parker; el humor constante que se da a través de diálogos ingeniosos entre diferentes personajes frente al paso del tiempo y los excesos de comida, y la escena final post crédito. Lo que ofrece Avengers: Infinity War es una abrumadora sucesión de peleas que se desarrollan entre el espacio y la Tierra, con un ataque a Nueva York cuya seguridad pende de un hilo, pero la habilidad de los realizadores Anthony y Joe Russo consiste en dosificar las espectaculares escenas de acción con el humor que también golpea en los momentos adecuados. Mientras que para algunos la nueva entrega ofrecerá más de lo mismo, los fanáticos de este tipo de superproducciones estará de parabienes cuando Bruce Banner no pueda convertirse en el indestructible Hulk o cuando... Mejor es verla y también habrá que esperar un año más para su segunda parte ya filmada.
La clásica historia de Cenicienta está reformulada en esta simpática comedia de la directora Amanda Sthers, que formó parte del reciente Festival de Cine Francés, y encuentra ahora su estreno comercial. La idea de cruzar a personajes de diferentes clases sociales es el puntapié para ir desnudando los deseos postergados y las ansias de cambio de la empleada doméstica María -Rossy De Palma, rostro vinculado al cine de Pedro Almodóvar- que trabaja para Anne -Toni Collette- y Bob -Harvey Keitel-, un matrimonio norteamericano que acaba de instalarse en París y celebra una cena en la que se reúnen miembros de la alta sociedad, entre ellos, el hijo escritor de Bob. Como se suma un invitado -y para evitar la "mala suerte" que arrastran los trece comensales sentados a la mesa- María deberá ocupar un lugar por orden de su patrona y se hará pasar por una rica española en una noche que traerá complicaciones. Madame encuentra gracia y se permite apuntes sobre la sociedad, fusionando el típico cuento de hadas con la comedia romántica sin ser una genialidad pero con escenas divertidas que funcionan en una trama en la que quedan expuestos los resortes del poder y la emancipación de las mujeres. Y si la película se despega del simple esquema del culebrón que muestra una historia de amor poco probable entre ricos y pobres, es gracias a Rossy De Palma, una actriz de rostro particular que enciende el corazón en los momentos adecuados y hace de su verborrágico y ocurrente personaje a una mujer sufrida y querible, en medio de supersticiones y gags que se suceden ante la mirada atónita de los comensales y, en especial, a la de un un marchante inglés. Toni Collette es la villana estilizada de la historia que castiga a María y juntas logran cautivar al público entre caprichos, un romance clandestino, cruces ingenuos y paseos por la campiña francesa.
Caminando descalzos y aislados en una casa en medio de los maizales, una familia vive en silencio para no despertar a las bestias que están afuera y que cazan ante el más mínimo ruido. Ese es el punto de partida de la atrapante Un lugar en silencio, un relato que combina acertadamente el suspenso y el terror, alejándose de los carriles convencionales del género con un planteo quizás disparatado pero que funciona a la hora de tensar los nervios del espectador. Lee -John Krasinski- y Evelyn -Emily Blunt- conforman un matrimonio -también lo son en la vida real- que vive preocupado por la seguridad y la supervivencia en un mundo que se ha derrumbado ante el avance de criaturas monstruosas y voraces. Refugiados lejos de la civilización y bien equipados, ellos viven junto a sus hijos Marcus -Noah Jupe- y Regan -Millicent Simmonds, la actriz sorda que protagonizó Wonderstruck el año pasado- y harán lo imposible por llevar una vida "normal" que no los convierta en presas fáciles. La tercera película de John Krasinski recorre el género de terror con comodidad, entregando al espectador la información necesaria para acrecentar el miedo ante lo desconocido. Con un hijo por venir, Lee tiene todo pensado aunque las cosas no salgan como estaban planificadas. Se trata de un filme de terror construído en base al lenguaje de señas, con escasos diálogos, alimentado con la atmósfera adecuada -como en la escena de granero- y los sustos justos que vienen en silencio y pegando fuerte. El elenco cumple sobradamente con las expectativas: Emily Bluntlogra transmitir la angustia, el miedo y la desesperación en una escena clave que aquí no adelantaremos, mientras Millicent Simmonds aportasensibilidad en un rol que trabaja con la necesidad paterna. Sigilosos, prevenidos y en estado de alerta, los miembros del clan piensan en todos los detalles y necesitan combatir la amenaza que irrumpe en su hogar en esta bienvenida propuesta que refresca el género y recuerda por momentos a Señales y Avenida 10 Cloverfield, entre otras.
La novela de Madeleine L'Engle es trasladada a la pantalla grande por la directora Ava DuVernay -primera afro-americana en ser nominada al Oscar a la "mejor película" por Selma- en esta apuesta arriesgada teniendo en cuenta rico material para adolescentes con el que se contaba, aunque los resultados son dispares. Un viaje en el tiempodesaprovecha el sobrecargado aspecto visual -con chromas y estallido de colores- para contar una historia de autodescubrimiento, dolor y pérdida. La joven Meg -Storm Reid en un buen desempeño-, su pequeño hermano Charles Wallace -Deric Mc Cabe, otras de las revelaciones del filme- y su amigo Calvin -Levi Miller- se sumergen en una travesía hacia la recomposición familiar cuando su padre Alex Murray -Chris Pine-, un brillantes científico de la NASA desaparece de forma misteriosa al investigar la forma de viajar a través de una quinta dimensión. Con la ayuda de tres guías espirituales -Oprah Winfrey, Reese Witherspoon y Mindy Kaling-, Meg se encamina hacia una travesía que la aleja de las burlas de sus compañeros de colegio no sin enfrentar varios obstáculos en su camino. El guión de Jennifer Lee y Jeff Stockwe resulta desparejo y busca potenciarse emocionalmente a través de las canciones y los temas de Demi Lovato y DJ Khaled, en una historia que funciona a medias y resulta empalagoso en buena parte de sus diálogos, con sus ingenuas presencias celestiales y su mensaje aleccionador e integracionista. La tormenta que arrastra a los jóvenes dentro un árbol o el Charles Wallace transformado por el Mal, no logran generar la tensión adecuada y se convierten en islas dentro de un policromátrico juego en los confines del universo.
Mezcla de Godzilla y Transformers, sin Guillermo Del Toro como director y sin los mismos protagonistas, Titanes del Pacífico: Insurrección llega luego de cinco años para contar la misma historia pero sin la fuerza ni la tensión de la versión original. Ambientada diez años después, y con Steven S. DeKnight -Daredevil- detrás de cámara, la historia muestra que el planeta vuelve a correr peligro cuando es atacado por los Kaiju, una raza alienígena que emerge de una grieta. Y, claro, para enfrentarlos están los pilotos super entrenados de los Jaegers, los robots gigantes de guerra, que en esta ocasión comandan Pentecost -John Boyega-, que sigue el legado de su padre -Idris Elba en el filme anterior-, la joven Amara -Cailee Spaeny- y Nate Lambert -Scott Eastwood, hijo de Clint-. Después de un buen comienzo durante el robo de piezas de repuesto a un robot en desuso, la trama ingresa en una meseta narrativa en la que sólo se aprecian los efectos visuales en detrimento de la progresión de la historia, la poca tensión que genera el relato y la superabundancia de CGI que desfilan por la pantalla grande. Entre escenarios internacionales como Siberia y Tokyo, una base militar con un rígido entrenamiento y Newton, el científico que traiciona a los suyos, la producción hace gala de los enfrentamientos entre monstruos de metal y los Kaiju que parecen salidos de una película de terror japonesa de los años cincuenta. Todo narrado de manera reiterativa, policromática y monocorde que aporta confusión más que adrenalina a un relato que continúa durante los créditos finales y promete una tercera grieta...
Luciferina marca el comienzo de la trilogía nacional de género fantástico titulada La Trinidad de las Vírgenes, concebida por Gonzalo Calzada, el mismo realizador que sorprendió con La plegaria del vidente -2012- y Resurrección -2016-. Natalia -Sofía del Tuffo-, una joven de 19 años que vive en un convento y tiene el don de ver el "aura" de las personas, se ve obligada a salir de su encierro luego de la muerte de su madre y descubre un oscuro pasado familiar. Junto a su hermana y un grupo de amigos emprende una travesía a una isla del Tigre para vivir una experiencia sobrenatural, un extraño rito que cambiará su existencia y de quienes la rodean. Con este esquema, Calzada juega al terror sobrenatural moviendo los resortes de un género que conoce bien y explotando al máximo los recursos que ofrece la historia y también los que le brinda una producción generosa en efectos visuales. En ese sentido, Luciferina es una apuesta ambiciosa que aborda varios temas como la eterna lucha entre el Bien y el Mal, el cuerpo corrompido versus las enfermedades del alma y la virginidad de los personajes centrales que empuja la trama hacia un final atrapante. Si bien resulta un poco extensa, la propuesta no pierde el rumbo, acumula cadáveres en su camino y no se separa del sendero oscuro que crea las atmósferas adecuadas con corrección formal. "Curar las enfermedades del alma" es uno de los motores de la trama que se desarrolla en escenarios cotidianos que van adquiriendo una dimensión fantástica y amenazante, entre ritos satánicos, exorcismos, un padre moribundo y un inquietante chamán. El elenco cumple con las expectativas, destacando Sofía del Tuffo que se coloca la película al hombro; Marta Lubos como la hermana Gregoria; Victoria Carreras como la Madre superiora y el joven Pedro Merlo en su jugado rol de Abel, pilar indiscutido del film que encierra luces y sombras. Cielo e infierno entran en lucha en esta bienvenida realización de terror que seguirá con Inmaculada y Gótica.