Sin la dirección de Denis Villeneuve llega Sicario: Día del soldado, la secuela que trae nuevamente al agente de la CIA, Matt Graver -Josh Brolin- y Alejandro Gillick -Benicio del Toro-, quienes unen fuerzas para combatir a los carteles de la droga en la frontera entre México y Estados Unidos, y tratarán de controlar el tráfico de personas. Realizada por Stefano Sollima -realizador que viene de la televisión con la serie Gomorra-, esta continuación recurre a las tomas cenitales y a las elaboradas escenas de acción desde el comienzo, sumergiendo a los personajes en un espiral de violencia del que parece complicado salir ileso. El relato aprovecha un tema actual de la era Trump y detona una nueva amenaza fronteriza con múltiples ataques terroristas que dejan una quincena de muertos en un supermercado. El guión de Taylor Sheridan explota la doble faceta de los personajes y en la trama no hay buenos ni malos, todos se confunden en un explosivo cóctel luego del secuestro de Isabela Reyes -Isabela Moner-, la hija de un capo de la mafia a la que, lejos de eliminar, Alejandro decidirá proteger pagando las consecuencias. Sin estar a la altura de su antecesora, la película entrega nervio, tensión y secuencias explosivas -sobre todo las que tienen lugar en la carretera y el desierto- potenciando el clima de suspenso cuando aparecen los inexpertos jovencitos dispuestos a convertirse en sicarios. Sin adelantar demasiado y sorteando varios obstáculos, el relato impone su clima oscuro a partir de la doble moral, las traición, las capuchas y la violencia sin límites. El mayor mérito es la presencia de la dupla protagónica y, a pesar de un hecho casi imposible -que aquí no adelantaremos-, se abre la puerta a una tercera parte.
Los opuestos se atraen, una vez más, en esta cálida comedia dramática italiana escrita y dirigida por de Francesco Bruni, que une los caminos de Alessandro -Andrea Carpenzano-, un veinteañero rebelde que se lleva mal con su padre y Giorgio -Giuliano Montaldo, otrora realizador de Sacco e Vanzetti-, un poeta de 85 años olvidado por todos y que padece Alzheimer. Con esta estructura la película aborda temas como el paso del tiempo, la memoria, la amistad entre generaciones extremas y un pasado que asoma en forma de recuerdos. Amigos por la vida es la historia de un viaje personal y transformador para los personajes que habitan una Roma agitada y violenta. Alessandro empieza a trabajar como cuidador del anciano en sus paseos hasta que se entera de un tesoro escondido de la Segunda Guerra Mundial que lo impulsa ,junto a Giorgio y sus amigos, hacia un viaje lleno de obstáculos para dar con el botín al que se refieren los versos del poeta. El filme acierta en la pintura de los personajes, los conflictos que presenta y en el clima plasmado con gracia y desgracia por el Bruni. En ese sentido, el affaire que mantiene Alessandro con la madre de su amigo agrega la cuota necesaria para alborotar la rivalidad en medio de un tono crepuscular que ofrece este relato componedor de los vínculos, como la resquebrajada convivencia de Alessandro con su padre. El guión combina el espíritu solidario y ambicioso con la cuota ingenua y cómica -la escena en la que la policía para la camioneta del grupo para un control vehicular y el robo al supermercado- colocando siempre en primer plano la química generada por la dupla protagónica. Sin ser obra maestra, la película entretiene y emociona por igual.
La nueva película del director chileno Che Sandoval expone sin tapujos la agitada vida de Martina -Antonella Costa-, una cantante que fue exitosa y que ahora ha perdido el placer por el canto y la capacidad de excitarse. Dry Martina, nunca más acertado el título, comienza con un recital que ella misma abandona para sumergirse en una vorágine de búsquedas personales. La película coquetea con la comedia y el drama para instalarse en una zona gris que es la misma que atraviesa el personaje central, con un padre en estado de coma; un representante al que no le presta demasiada atención; Francisca, una chica chilena que asegura ser su media hermana y César -Pedro Campos-, el ex-novio de la Francisca, con quien comienza un apasionado romance en Buenos Aires. Seducida, abandonada y arrastrando el peso de su madre fallecida, Martina inicia una travesía que la lleva a Santiago de Chile para reencontrar a César, donde itenta establecer una conexión emocional que ordene su caótico presente. El filme recurre al sexo ocasional como elemento liberador y a las barreras culturales para acentuar los obstáculos que afronta Martina, un personaje interpretado por una sólida y lanzada Antonella Costa, en su rol de mujer insatisfecha y en busca del amor que ordene el caos de su vida. Esta coproducción argentino-chilena aporta el buen papel secundario de un eficaz Patricio Contreras, en medio de una familia que abre el panorama dramático que enmarca al filme.
Un bar llamado The Place es el escenario en donde se desarrolla la nueva película del director italiano Paolo Genovese -el mismo de la exitosa Perfectos Desconocidos-, un sitio que podría estar en cualquier parte del mundo. Allí un hombre misterioso -Valerio Mastandrea- recibe la visita de hombres y mujeres para cumplir sus deseos, pero como nada es gratuito, todos deberán realizar una misión. Los oportunistas es una exploración del Bien, El Mal y los sufrimientos de estos personajes que quieren resolver sus problemas: Dios o El Diablo los espera con su agenda llena de anotaciones al otro lado de la mesa. Con el espíritu de Fausto y con un abordaje teatral cuya cámara apenas abandona los confines de ese lugar de confesiones y dolor, Genovese juega al perdón y cada operación exitosa concluye con fuego en un cenicero como una suerte de elemento purificador. De este modo desfilan un hombre que quiere salvar a su hijo con cáncer, un ciego que desea recuperar la vista y una monja que quiere encontrar a Dios. Algunos están dispuestos a hacer lo que sea -aparece una anciana que debe detonar una bomba casera- en este filme que también interrelaciona las historias y hay un personaje clave: la mesera. Sin alcanzar la efectividad de Perfectos desconocidos, donde los celulares eran también protagonistas de la trama, la película se permite el lucimiento de cada uno de los intérpretes y del hombre misterioso e impávido que los recibe. Por momentos, el filme puede resultar monótono pero no pierde el rumbo en cuanto a las intenciones de su propuesta, darle peso dramático a cada uno de los casos, entregando un "contrato" sin demasiadas opciones, algo similar a lo que ocurría en La Caja, la película que protagonizaron Frank Langella yCameron Díaz. El deseo, aparece en estado puro.
Un grupo de amigos de la universidad planea un viaje para escapar de la rutina y un hecho traumático y violento que se ve al comienzo del filme hace que ellos cumplan el sueño de uno de ellos. Los protagonistas se sumergen en el bosque, arrastran sus dramas y también algunas diferencias que el paso del tiempo no ha hecho más que acentuar. Durante la agotadora travesía por las montañas de Suecia y descansando en carpas, el cuarteto integrado por Luke -Rafe Spall-, Hutch -Robert James-Collier-, Phil -Arsher Ali- y Dom -Sam Troughton- comienza a sentir el cansancio del viaje, toma un atajo y se pierde en la espesura del bosque, donde comenzará a sentir el acoso de una criatura monstruosa que sigue sus pasos. Ritual, la película inglesa desarrollada para la plataforma Netflix, encuentra su estreno comercial en Argentina, y entrega una historia de terror que si bien no sorprende por los elementos que maneja, es correcta en su desarrollo, en la creación de una atmósfera de amenaza y peligros constantes, y también en sus buenas actuaciones. Mezcla de El proyecto Blair Witch, El descenso y La Bruja, el relato impone el espíritu de supervivencia, superando los miedos, conflictos y luchando contra una fuerza desconocida. En ese sentido, el director David Brucker, aborda en su primera película en solitario, un universo pagano y sobrenatural que maneja de forma inquietante a partir del guión de Joe Barton y basado en la novela de Adam Nevill. Al igual que en su anterior trabajo Southbound, las travesías y los lugares inhóspitos forman parte de la propuesta y se convierten en un personaje más dentro del relato que se guarda el plato fuerte para el final. Ritual acierta entonces al mostrar poco y sugerir más en su pesadillesco cóctel de rituales, sectas, sacrificios, una cabaña que sirve como refugio y espanto, entre el miedo y la adoración a un ser que se esconde entre los árboles.
Escrita y dirigida por Agustín Toscano, la película participó en la sección Quincena de Realizadores de la 71° edición del Festival de Cannes, y expone temas actuales: la violencia cotidiana, la crisis social y un hecho delictivo que deviene en una relación que se teje entre el victimario y su víctima. El Motoarrebatador se sitúa en la ciudad de San Miguel de Tucumán, cuando dos motochorros esperan a una mujer a la salida de una cajero para robarle la cartera. Como la víctima no la suelta, la arrastran salvajemente y la dejan inconsciente en la calle. Sin embargo, Miguel -Sergio Prina- el conductor de la moto se interesará por Elena -Liliana Juárez-, la víctima que ha perdido la memoria y que está internada en un hospital público. Este es el punto de partida de la segunda película de Toscano que aborda la marginalidad desde un costado humano y expone el destino de los personajes que se debaten entre secretos y contradicciones. Sin una postura moral que los juzgue, la propuesta narra dos vidas opuestas que se unen en una amistad poco probable a través de una historia lograda y bien actuada que alcanza momentos dramáticos -como el salvaje robo del comienzo- y con algunos toques de humor. En el transcurso del filme, Miguel pasa del rol de victimario a ser el "inquilino" de Elena, un hombre desesperado que roba para poder mantener a su hijo de once años, haciéndose pasar por un familiar de Elena, quien necesita cuidados, atención y se abre a una relación en medio de la profunda crisis social que azota Tucumán mientras Miguel intenta con su accionar lavar su culpa.
El cine de Carlon Sorín es sinónimo de sencillez y eficacia narrativa al plasmar historias que tienen que ver con los vínculos y los personajes que habitan zonas aisladas e inhóspitas. Caben como ejemplos La película del rey, Historias mínimas y Días de pesca, entre otras. En Joel, Cecilia -Victoria Almeida- y Diego -Diego Gentile- conforman una pareja de treinta y pico que vive en Tolhuin, un pueblo de Tierra del Fuego, donde ella es profesora particular de piano y él trabaja como técnico forestal. Entre la nieve y el calor del hogar, ambos reciben la noticia tan esperada: Joel -Joel Noguera-, un niño de nueve años, será el nuevo integrante de la familia luego de iniciar un largo y agotador trámite de adopción. La película aborda sin golpes bajos y con sensibilidad los temas de la paternidad, el aprendizaje y la reinserción social, y hasta pone en juego la relación de pareja porque no todo lo que reluce es oro en este "pueblo chico, infierno grande". El ingreso a la escuela pública a la que concurre Joel, quien arrastra un pasado complicado debido a su situación anterior, es el puntapié para tensar el clima de la historia que trae debates y enfrentamientos entre lugareños a partir de la discriminación que sufre el pequeño en el ámbito educativo. Sorín cuenta con un elenco sólido para que la historia funcione: Almeida brillla en su papel de la madre ocupada y preocupada que sacará sus garras en el momento indicado; Gentile -después de su exitoso paso por la obra Toc Toc y Relatos salvajes- construye al papá inexperto pero empeñado en lograr la felicidad del niño como sea y Joel Nogueras, que habla cuando es necesario, y conquista el corazón del espectador. Por su parte, Ana Katz también convence como la vecina que decide "ayudar" a Cecilia cuando todo estalla por los aires. Joel es ilusión, cambio y propone recorrer senderos inexplorados, aún cuando parezca que todo es intransitable.
Esta inquietante producción franco-canadiense coloca nuevamente al director Pascal Laugier -Martyrs- como un cultor del género de terrorcon su potente cóctel de violencia. En Pesadilla en el infierno las jóvenes hermanas Beth y Vera heredan, junto a su madre, un viejo caserón de una tía fallecida y coleccionista de muñecas. La presencia de una camioneta en la puerta con dos personajes siniestros que ingresan al hogar se anuncia como el comienzo del horror. Algo similar vimos recientemente en Los extraños 2: Cacería nocturna, pero este filme instala el suspenso entre títulos estilo "home invasion" y tortura con dos feroces "serial killers": el ogro gigantesco y la asesina trans. La acción se desarrolla 16 años después del trágico suceso ocurrido en esa casa, cuando Beth, quien se ha convertido en una exitosa escritora en Los Angeles y es amante de Lovecraft y Vera, que no superó el trauma, se unen una vez más en este "tesoro heredado" y comienzan a suceder hechos extraños. La película tiene una estructura narrativa atrapante y cuenta con elementos que el público seguidor de emociones fuertes espera: muñecas siniestras, presencias asesinas, un casa fantasmagórica que asusta y pesadillas enhebradas con astucia gracias a un guión tramposo que se guarda giros inesperados y que coloca a la historia patas hacia arriba. Perturbadora y con el espíritu slasher de los años setenta y ochenta, Pesadilla en el infiernocumple sobradamente con las expectativas y obliga a poner doble cerradura en este encriptado juego macabro.
La dupla integrada por Armando Bo y Nicolás Giacobone -los mismos que ganaron el Oscar por el guión de Birdman- arremete con Animal, dirigida por el primero, en este relato que transforma la vida de un hombre común y corriente en un verdadero infierno. Animal es un thriller que juega con varios géneros y en ese mix se favorece al unir de manera peligrosa dos mundos que parecen incompatibles. Antonio Decoud -Guillermo Francella- es el gerente de un frigorífico y lleva una vida tranquila junto a su esposa -Carla Peterson- y sus tres hijos en una lujosa casa de Mar del Plata. Sin embargo, todo se derrumba cuando su salud pende de un hilo y necesita de diálisis semanal y de un trasplante de riñón. Ahí es cuando la artillería del realizador de El último Elvis se dispara en varias direcciones para atrapar al espectador y lo hace a través de una historia que plantea varios interrogantes y genera suspenso, ya que no se sabe cómo actuarán los personajes. En ese complicado entramado donde se borronean la moral y los vínculos familiares asoma un filme intenso que mantiene el interés hasta el final con un tratamiento visual que juega con colores extremos y una banda musical que mezcla diferentes estilos. Un gran acierto de la propuesta es también la dupla integrada por Elías -Federico Salles en un trabajo impactante, después de su aplaudido paso teatral por el musical- y Lucy -Mercedes de Santis-, la pareja que vive en la marginalidad y que irá invadiendo el terreno confortable del protagonista. Antonio -Francella se coloca nuevamente con convicción en arenas movedizas luego de El Clan- deberá luchar contra las exigencias de Elías y Lucy, que parecen salidos de un cuento de terror y están dispuestos a todo con tal de lograr su objetivo. El filme también expone con inquietud hasta qué punto Antonio es diferente a ellos cuando decide tomar un camino "alternativo" para conseguir su donante de riñon y hasta enfrenta a su propia esposa -una Carla Peterson demacrada hasta la destrucción en un papel que la favorece-. Quizás los quince minutos finales desentonan con el clima general, pero no empañan el instinto animal y la zona oscura que aflora entre ejercicios por la rambla, un centro de cirugía estética y la sangre que fluye.
El cine argentino apuesta a la diversificación de géneros con recetas que capturen la atención del público. Bruno Motoneta cuenta con Facundo Gambandé y Candelaria Molfese, tras su exitoso paso por Violetta, como protagonistas de esta comedia de aventuras fantástica. Bruno entrega los pedidos de Extraordinarios objetos, el local de sus tíos (Mirta Busnelli y Claudio Rissi) pero se topa con un inventor loco (Fabio Alberti) que intenta revivir a los muertos, una chica de belleza inusual (Molfese) y un par de extraterrestres (Esteban Prol y Brian Buley) adictos a la carne humana mientras intenta unir el cuerpo de su tía decapitada hasta el final del relato. El director Pablo Parés (reconocido por la saga Plaga Zombie y Daemonium, entre otras) elige la senda del cine popular y plagado de referencias: el científico de Re-animator; los extraterrestres que combatían a las criaturas peludas en Critters y el regreso a la vida de Cementerio de animales. En el filme todo es abordado en tono de comedia delirante que recuerda a producciones nacionales de los años '80. Bruno motoneta juega con muchos elementos pero pierde su rumbo y efectividad no por el tono elegido o los personajes exacerbados, sino porque no resulta graciosa. Al delirio se suma una artista extravagante (Divina Gloria) y un caso policial sobre una modelo muerta e intenta unir las piezas de este rompecabezas que funciona más a manera de sketches que como conjunto. Todo es llevado al extremo pero las situaciones y los personajes no resultan tan atractivos como se esperaba. A la escasa química entre la joven dupla protagónica, se agrega un flashback con dibujos, buenos efectos al comienzo y hasta un número musical, mientras Bruno impone su torpeza (piensa todo el tiempo en voz alta) y desea conquistar a la chica de sus sueños. Mucho para una sola película que no encuentra el camino efectivo en su resolución. Los créditos también traen gags de filmación y se anuncia una secuela.