Las aventuras del Capitán Calzoncillos, la película de animación basada en las historietas homónimas creadas por Dav Pilkey en 1997, ofrece un hilarante entretenimiento que escapa a ciertos convencionalismos y coloca a Jorge y Berto, dos amigos que pasan sus días entre bromas y comics, en el centro de la acción. Los niños soportan los retos del Sr. Krupp, el malhumorado director del colegio (un hombre solitario) al que hipnotizan por accidente y lo convierten en el superhéroe del título que enfrentará a criminales y al nuevo maestro, un científico maldito dispuesto a emprender su venganza contra los alumnos. Con trazos simples y un diseño visual que no es tan rico en detalles como en otras producciones del género, el relato pone el acento en los gags, en el tono autorreferencial y en el espíritu de la historieta original para lograr un producto frenético sobre la infancia, la penitencia y el poder terapéutico de la risa. En ese sentido, la película da en el blanco con situaciones graciosas y una galería de personajes que funcionan dentro del colegio como una válvula de escape a una realidad deshumanizada. De este modo, desfilan la secretaria holgazana -con un gag que se extiende hasta el final- y la empleada que se enamora del director del establecimiento. La casa del árbol y el ingreso al hogar “fantasma” sintetizan algunos tópicos de la niñez entre cámaras de seguridad, inventos extravagantes y alumnos revoltosos, en esta propuesta que se disfruta y que también arriesga con distintos estilos. Hasta el director David Soren y el guionista Nicholas Stoller -director y co-guionista de Los Muppets- se permiten la aparición de marionetas de peluche en esta divertida excursión por la infancia que tiene, claro, un gran enfrentamiento final como en toda película de superhéroes.
Las relaciones de pareja alteradas por un factor externo son moneda corriente dentro del cine y, en este caso, es la pasión desmedidda que desata el fútbol lo que pone en peligro al matrimonio que conforman Pedro -Adrián Suar- y Verónica -Julieta Díaz-. El fútbol o yo toma una escena de la película belga Standard -de la que se compraron los derechos- y el director Marcos Carnevale sitúa y desarrolla los personajes en lugares reconocibles para el público local. Con el marco de la comedia romántica que le sienta bien a la misma dupla de Dos más dos, el film expone la tensión que atraviesa la pareja en la que la indiferencia empieza a abrir una grieta que parece irremontable. El lugar que ocupa cada uno en la relación, las hijas adolescentes, el fútbol como una adicción difícil de controlar -durante un velatorio Pedro y sus dos amigos no pueden evitar encender el televisor para ver un partido- y los conflictos laborales que afronta Pedro al ser despedido, son los pilares en los que se basa la propuesta. Entre el jefe poco comprensivo que lo saca de la importante compañía de servicios médicos en donde se desempeña, los amigos que lo distraen de sus obligaciones cotidianas y una sesión de terapia -lo más divertido del film en el que Alfredo Casero es uno de los pacientes-, la película juega con los toques de humor sin escapar a un tratamiento televisivo y, por momentos, episódico. La obsesión por el deporte de multitudes va sembrando el caos en cada escena sin despertar la risa y hace hincapié en las dosis de emoción sobre los minutos finales. El elenco se completa con Federico D´Elía y Peto Menahem, como los amigos inseparables; Rafael Spregelburd, como el vecino que despierta los celos del protagonista. Julieta Díaz se mueve cómoda en el género, aportando presencia, mientras que un rol pequeño como el de Miriam Odorico -la actriz de La omisión de la familia Coleman, en teatro- le permite el mayor lucimiento en el papel de "la correntina". Con el fútbol, la cancha y el amor por la familia como eje central, el relato intenta recuperar el género que tan buenos dividendos le dio a Suar, sin mayores pretensiones, y lo logra a medias a través de situaciones que no siempre dan en el blanco.
Un desierto helado es el nuevo escenario elegido para el tercer eslabón de la saga El planeta de los simios, dirigida nuevamente por Matt Reeves, un director que logró darle el vuelo necesario a esta historia que combina acción, recomposición familiar y éxodo a tierras lejanas y peligrosas. A la manera de un western y sin dejar el costado bélico que propone el título, El planeta de los simios: La Guerra, instala el caos desde el comienzo, pero va más allá del enfrentamiento entre simios y humanos, y focaliza sus dardos en la supervivencia de los más débiles en un campo de concentración liderado por el malvado coronel McCullough -el villano compuesto por Woody Harrelson-. Sin dejar su visión crítica sobre la política actual de Trump -en la trama la construcción de un muro divide y potencia el racismo-, César -Andy Serkis-, el simio líder de su especie sobrevive a la matanza de su familia y emprende una travesía para encontrar al responsable. Claro que en su periplo lo acompañan otros miembros de su clan y un alocado mono anciano que aporta su cuota de humor. Lo que atrapa en esta tercera parte, a diferencia de la espectacularidad de las dos anteriores, es su tono crepuscular y la "humanidad" que despiertan los simios en su mezcla de actuación y efectos digitales, con un marco escenográfico único que transmite las situaciones que atraviesan todos los personajes. El relato tiene acción, tensión, logrados momentos emocionales y aprovecha los resortes del suspenso cuando los simios intentan ingresar al custodiado lugar para salvar a los prisioneros. Asaltado por pesadillas y más humano que nunca, César ha evolucionado como personaje y descubre que la venganza no es el mejor camino para un nuevo futuro que quizás traiga una cuarta parte, una suerte de recomposición donde la maldad quede tapada para siempre por nieve teñida de rojo.
En lugar de una muñeca que siembra el terror como en Annabelle, el director John R, Leonetti, elige ahora una antigua caja china que desparrama una ola de muertes alrededor de la joven protagonista. En 7 deseos, Claire -Joey King- presencia el suicido de su madre de pequeña y está al cuidado de su padre -Ryan Phillipe-, un recolector de residuos y de objetos viejos que acumula en su casa, de quien recibe una antigua caja que cumple los deseos, su suerte cambiará pero también cada deseo traerá aparejada una sangrienta consecuencia. Es el típico producto de terror estudiantil, con un colegio plagado de amigos y enemigos y una jovencita que le hace la vida imposible a Claire. No hace falta ser un genio para darse cuenta lo que sucederá en este relato en el que no faltan las citas amorosas, el amigo oriental que relaciona a Claire con una experra en descifrar los mensajes ocultoa que contiene la misteriosa caja. El mayor problema de 7 Deseos reside en su poca funcionalidad como película de terror, todo parece forzado y no ofrece los climas necesarios para inquietar al espectador. Y lo pero de todo es que las muertes resultan predecibles y realizadas con desgano, lo que llama la atención en un realizador que ha entregado mejores productos del género como la no estrenada Wolves al the door, sobre el sanguinario accionar del clan Manson, e incluso su constante labor como director de fotografía de los filmes de James Wan. Acá todo esta narrado sin sorpresas y resultan burdas -y absurdas- las vueltas de la historia -Claire de joven va de empobrecida a heredera junto a su padre de la fortuna de su vecino o que su bicicleta está en el mismo lugar del jardín desde que ocurrió la tragedia- desarrollada entre pesadillas recurrentes y un poder milenario que parece asomarse como en la antigua làmpara de Aladino.
En la tradición del cine con conductores especialistas en escapes -El transportador, Drive- se ubica la acción de este nuevo relato del guionista y realizador británico Edgar Wright, el mismo de Muertos de Risa y Arma Letal, entre otras. Al comienzo vemos a Baby -Ansel Elgort, el actor de Bajo la misma estrella y la saga Divergente-, un chico que sufre tinnitus, lee los labios, escucha música con auriculares, y la utiliza como apoyo para conducir y escapar mientras aguarda a sus compìnches a la salida del robo a un banco. Por una deuda del pasado, Baby se ve obligado a trabajar bajo las órdenes del mafioso Doc -Kevin Spacey- y acepta trabajos rápidos mientras él y la banda es perseguido por la policía. Con este esquema que combina acción, toques de humor y velocidad, el realizador muestra cómo Baby alterna sus días entre el ardid delictivo, el amor que siente por una camarera -Lily James, a quien arrastrará a un mundo de peligrosos delincuentes-, y el cuidado de su padre adoptivo sordo, desde que los suyos murieron en un accidente de auto. Este tormento es plasmado a través de "flashbacks" que cada vez muestran un poco más de ese trágico hecho que marcó su infancia para siempre. Baby, el aprendiz del crimen está narrada con vértigo, ritmo frenético y presenta una galería de villanos interesantes, como uno de los integrantes de la banda -Jon Bernthal-, que encontrará su esperado enfrentamiento con el protagonista. Spacey reaparece en un rol que le queda cómodo, con mirada cínica y presencia escalofriante que contrasta con la "ingenuidad" del chico que quiere encauzar su vida después de varios atracos. Claro que como en toda película de acción, las cosas no salen como se esperan, torciendo el rumbo de los acontecimientos y empujando a los personajes hacia un espiral de violencia. Si bien el inicio del film funciona mejor que el desenlace, el relato ofrece todas las aristas para cautivar y lo hace con sólidas actuaciones, al ritmo de la mejor música, entre camiones de caudales y cassettes que registran grabaciones de un pasado editado y también borroso.
Esta película proveniente de Rusia sigue la tendencia hollywoodense del género de terror y está doblada al inglés para poder lograr un mayor alcance a nivel mundial. El film parte de una idea inquietante sobre una tradición de finales del siglo XIX, que consistía en maquillar los ojos de los muertos y luego fotografiarlos para mantener su alma en el cuerpo. Con este planteo atrapante, La novia juega con los climas de misterio al principio de la historia, pero pierde puntos cuando su acción se traslada a la actualidad. Lejos de los carruajes que transitan senderos misteriosos y las velas, el novio Vanya -Vyacheslav Chepurchenko- lleva a su novia Nastya -Victoria Agalakova- a conocer a su familia en una vieja casona alejada de la civilización, pero ella comenzará a experimentar situaciones extrañas y será preparada para un extraño ritual antes de la boda. El realizador apuesta a los climas góticos, enrarecidos, entre antiguas fotografías de personas muertas y féretros que esperan a nuevas víctimas, pero luego esa atmósfera se diluye y el misterio sólo aparece con cuentagotas, entre sobresaltos y una estética heredada de la tradición del cine norteamericano. Entre un fotógrafo que retrata a su novia fallecida cuya cabeza se cae constantemente -lo mejor del film- hasta un moderno automóvil que llega al hogar habitado por la hermana de Vanya y sus pequeños sobrinos, se va construyendo un relato que amenaza con convertirse en una nueva saga con el afán de conquistar nuevos mercados. A la película no la ayuda demasiado el hecho de estar doblada al inglés -molesta ver a personajes que no mueven la boca cuando fluyen las palabras-, con un extraño ritual que está por llevarse a cabo una vez más. Con ciertos aires de Frankenstein, en lo que al concepto de dar vida a cuerpos sin vida se refiere, y del reciente título Huye!, en el que una muchacha llevaba a su prometido a conocer a sus padres, La novia retoma esos conceptos pero los aplica sin creatividad, restando suspenso a una historia que prometía más lo que finalmente entrega, entre una novia despechada y vengativa que deambulan por la vieja casona con rostro cadavérico y largos tules, pero que no llega al altar.
"Cars 3" es la más emocionante de la saga, se aleja del vértigo de las dos anteriores y pone el foco en un pasado glorioso que parece no volver. Una historia que habla sobre el valor de la amistad, la competencia y los consejos sabios. El legendario Rayo McQueen enfrenta ahora a Jackson Storm, un corredor que cuenta con tecnología de avanzada y lo deja en un segundo plano luego de un accidente en plena carrera, y se verá obligado a retirarse en esta tercera entrega que transita nuevos rumbos con personajes encantadores. Cars 3 es la más emocionante de la saga, se aleja del vértigo de las dos anteriores y pone el foco en un pasado glorioso que parece no volver, contrastando con un presente poco alentador. Para retornar al mundo de las competencias deportivas, Rayo McQueen contará con la ayuda de Cruz Ramírez, una joven mecánica que tiene su propio sueño relegado, y un grupo de amigos de antaño. Como una suerte de Rocky, el número 95 debe entrenarse en un centro de alta tecnología con simuladores de carreras, inspirarse en el fallecido Hudson Hornet, y así afrontar un nuevo desafío en el gran circuito de la Copa Piston. La animación digital de los autos es rica en detalles -los brillos de sus carrocerías- y el acierto visual pasa por las escenas espectaculares para contar una historia que tiene los tópicos del valor de la amistad, la competencia, los consejos sabios y el peso del papel femenino en un mundo automovilístico manejado por hombres. Entre sembradíos, bosques y desiertos, Rayo McQueen se somete a pruebas de alto rendimiento para volver a confiar en lo que alguna vez fue y regresar de la forma más triunfante a las pistas en esta trama que guarda también su giro sorpresivo sobre el final de la carrera, sumándole puntos a un film pensado para pisar el acelerador a fondo.
El film comienza con una película casera de Peter Parker, pinta todo su universo con vértigo, acción y humor a través de personajes populares. Un relanzamiento con aire fresco y tono estudiantil. Luego de las sagas dirigidas por Sam Raimi y Marc Webb, este relanzamiento del superhéroe coloca nuevamente a Tom Holland -el niño de Lo imposible- en la piel de Peter Parker, el joven estudiante que regresa a su casa, donde vive con su tía May -Marisa Tomei-, y al colegio, luego de su experiencia junto a Los Vengadores en Capitán América: Civil War. Con los populares y exitosos personajes del sello Marvel, aunque Sony tiene los derechos de El hombre araña, llega este primer eslabón de la mano del realizador Jon Watts -El payaso del mal-, quien le imprime vértigo, acción y un tono ingenuo que recuerda a las comedias de los años ochenta. El film, que comienza con una película casera de Peter Parker, da paso a una pintura de todo su universo, lo hace "convivir" con su mentor Tony Stark, el multimillonario encarnado por Robert Downey Jr., y presenta a Ned -Jacob Batalon-, su mejor amigo de colegio que sabe el secreto que esconde Peter. Lo interesante de esta propuesta es la presencia constante del humor, el tono de comic impreso en sus imágenes y los poderes que Parker ostenta desde el principio de la historia sin explicar su origen. Watts no pierde tiempo y va al grano con una historia entretenida, visualmente potente y que ofrece un aire fresco a las sagas que marcaron historia. Ahora Parker/Spider-Man aprende a vivir con sus poderes, combate el crimen en su barrio y enfrenta al villano Vulture -Michael Keaton-, un padre de familia que esconde sus verdaderas intenciones. El mundo de los superhéroes y de la alta tecnología convive con el universo cotidiano y reconocible de los mortales. De este modo, el baile de graduación, los experimentos en el laboratorio y un viaje en auto que hace peligrar la identidad -e integridad del protagonista-, se contraponen al gran espectáculo que se desarrolla en las secuencias del ascensor o del ferry de Staten Island, con el edificio ultra tecnológico que se alza en medio de La Gran Manzana. Los tópicos de la da doble identidad y la cuota de romance obligado se mueven con la rapidez de una telaraña y desempolvan las visiones anteriores de la saga. Tom Holland le brinda su cuota aniñada al superhéroe y mide poder con el sólido villano construído por Keaton. Entre ambos, y con el desfile de personajes reconocidos por el público -si, también el acostumbrado cameo de Stan Lee-, se instala nuevamente un entretenimiento a gran escala con un final tentador.
Lo más interesante de esta nueva entrega de animación es la crisis que afronta Gru y las historias paralelas que desarrolla, con un enemigo que se mueve al ritmo de Michael Jackson y la aparición de Dru, un hermano gemelo. Luego de cuatro años llega el tercer eslabón de esta saga animada que también conoció un flojo spin-off, Los Minions, y que ofrece una mirada burlona a las películas de espionaje. En Mi villano favorito 3, Gru es despedido de su trabajo por haber dejado escapar a Balthazar Pratt, un ex niño prodigio y estrella obsesionado con el personaje que encarnó en los años ochenta, y que ahora está dispuesto a vengarse de aquellos que lo olvidaron en el mundo de Hollywood. Lo más interesante de esta nueva entrega es la crisis que afronta el personaje central y las historias paralelas que va desarrollando, aunque por momentos la historia se ve superpoblada. Como si fuera poco, Gru descubre que tiene un hermano gemelo llamado Dru -con una graciosa cabellera rubia- e intenta empezar a recuperar el tiempo perdido uniendo a su familia con la de su extravagante alma gemela, mientras intenta atrapar al nuevo villano de la historia que se mueve al ritmo de Michael Jackson. Los directores Pierre Coffin y Kyle Balda plasman un relato con varias líneas narrativas que encuentran buenos momentos y, nuevamente, con el lucimiento de los Minions, como coadyuvantes del protagonista en una misión que ofrece alta tecnología, en un mundo convencional asaltado por el peligro y una nueva amenaza con rayos todopoderosos. Con ecos de Godzilla, guiños y temas musicales reconocidos por el público adulto, los gags de la historia funcionan -la secuencia de la cárcel es una de las mejores- y la estética retro que contrasta con la era moderna, son algunos de los ingredientes de esta nueva pelea de Gru por recomponer su entorno familiar, recuperar la paz de su "hogar, dulce hogar" junto a Lucy y las niñas Margo, Edith y Agnes, preocupadas ahora por la falta de trabajo de su padre. Entretenida, aunque no es la más lúcida de la saga, también promete su retorno.
Poco anticipatoria para los tiempos que corren, el relato expone los excesos del uso de la tecnología y de las redes sociales. Una joven -Emma Watson- ingresa a una poderosa organización que intenta controlar las vidas de los individuos. Basada en la novela de culto de Dave Eggers y dirigida por James Ponsoldt -Tocando fondo-, El Círculo cuenta la historia de una chica que deja su empleo y empieza a trabajar en una poderosa corporación que, a través de las redes sociales, acaba controlando a la Humanidad y las vidas de los individuos. Poco anticipatoria para los tiempos que corren y linkeando inevitablemente con títulos como La Red, The Truman Show y, claro, 1984, la novela de George Orwell, la película presenta un mundo idílico, tentador para cualquier joven que quiera ingresar a una empresa en medio de la gran ciudad, en la que todo funciona y promete innumerables beneficios y entretenimientos para sus empleados. Allí llega Mae Holland -Emma Watson, la actriz de La Bella y la Bestia- una joven desesperanzada que arrastra una situación familiar complicada con un padre enfermo -Bill Paxton- y a quien se le abre un nuevo horizonte laboral. Sin embargo, no todo lo que reluce es oro en la poderosa organización liderada por Bailey -Tom Hanks-, una suerte de Steve Jobs, y que propone a través de El Círculo lanzar su sistema TrueYou, una red social que refleja lo que pasa en la vida de cada uno. Otra vez los celulares, tablets y cámaras son los protagonistas de un relato que combina tecnología y algo de suspenso, pero que se pierde en situaciones que quitan tensión a la trama -la escena del bote- y tampoco construye a un villano de lujo, sino a un hombre obsesionado con el poder y el control que recurre a las herramientas equivocadas. En ese entramado también aparecen sus compañeros -Glenn Headly y John Boyega-, entre fiestas, confesiones y sospechas. Todo está expuesto ante la mirada de los demás en este film que podría haber sido más interesante - y entretenido- de lo que es, y que descansa en la actuación de una siempre convincente Emma Watson, cuya Mae también enreda, sin querer, a su amigovio Mercer -Ellar Coltrane- en un espiral del que es difícil escapar. Si bien la película echa mano a los recursos como las leyendas de pantalla y una cámara incansable que sigue a la protagonista, no alcanza para elevar la puntería de esta historia que habla sobre la invasión a la privacidad, la esperada concreción de los sueños y la presencia de un diablo disfrazado de cordero con planes fríamente calculados.