De la web al cine con imaginación El film de Maxi Gutiérrez, presentado con buena respuesta del público en la última edición de Pantalla Pinamar, es la primera web serie (la vieron 2 millones de personas) que encuentra su formato cinematográfico. Respetando los personajes principales de los episodios originales, El Vagoneta en el mundo del cine pega el gran salto gracias a su creatividad en el momento de jugar con el humor costumbrista y el delirio como puntales fundamentales de la historia. El film sigue las aventuras de Matías, Walter, Rama y Ponce (Nicolás Abeles, recordado por Cenizas del paraíso), un grupo de amigos del barrio de Saavedra que deciden instalar un cartel publicitario en la terraza de uno de ellos para poder "vivir sin trabajar". A partir de ese momento, inician un periplo agotador para poder colocar la publicidad de "un tanque" (en obvia alusión a las grandes producciones norteamericanas) en una aventura que los llevará hasta el Festival de Cine de Mar del Plata. Claro que las cosas no salen como estaban planificadas y cada uno de ellos irá mostrando sus conflictos, miedos y miserias a lo largo de la trama. Contada con ritmo (a través de paneos furiosos) y colocando las pesadillas de sus personajes en primer plano, el film juega permanentemente con los valores de la amistad de estos treintañeros que se encuentran, quizas, ante distintas necesidades e instancias de sus vidas. Así surgirán fobias, bloqueos, engaños y sueños. El film, apoyado a partir del disparate costumbrista y los diálogos chispeantes (con frases reiterativas), logra su cometido gracias a recursos bien utilizados y a una galería de simpáticos personajes inmersos en situaciones insólitas. Hay cameos sorpresa de varias figuras (Silvina Luna, el "Puma" Goity, Gastón Pauls y otros que no conviene revelar) en este producto que busca su mercado en la pantalla grande mientras espía las relaciones afectivas y el mundo del "cine dentro del cine". Una opción refrescante que sigue el desconcierto y la desorientación que atraviesan los jóvenes en la actualidad. Quizás, más de uno se sienta identificado con ellos.
El mismo objeto del deseo La receta que suma una pareja despareja, más toques de acción y humor, casi siempre, ha dado buenos resultados en las boleterías. Ahora llega este producto que cuenta con la batuta de Mc G (Los Angeles de Charlie,Terminator Salvation)) y del que se esperaba más. Dos amigos, los agentes federales Foster (Chris Pine) y Tuck (Tom Hardy), inseparables desde la infancia, acaban de realizar una misión peligrosa que dejó seis muertos y son derivados a un trabajo de oficina. Pero el verdadero conflicto del film se dispara cuando los protagonistas se enamoran perdidamente de Lauren (Reese Witherspoon) quien está tratando de afianzar su costado afectivo. El comienzo de ¡Esto es guerra! entrega buenas dosis de acción en las alturas de un edificio, pero con el correr de los minutos la tensión que prometía la trama se va desvaneciendo y aflora la rivalidad entre ellos por conquistar a una misma mujer. En ese sentido, la balanza se inclina más hacia la comedia romántica, ambientada en lujosos escenarios y con escenas de persecuciones bien logradas. El estilo de video clip que acunó el cineasta dice presente a lo largo de la película y aparece potenciado por una envolvente banda sonora. El resto descansa en el trío protagónico: Pine (Imparable), quien se impone a través de la seducción; Hardy (El origen), el más duro, y con gran futuro dentro del cine; y Whitherspoon, quien no necesita demasiada presentación porque se mueve cómoda en el género. Con acumulación de falsos finales, la dupla en cuestión se recrimina por sus amores cruzados mientras viaja en avión y está a punto de dar su salto al vacío.
Atrapantre relato sobre la crisis finaciera Si algo llama la atención en este sólido relato de J.C. Chandor es la inquietante historia (nominada al Oscar por su "guión origina" en la última entrega de los Premios Oscar), ambientada en el arriesgado mundo de las finanzas. Lejos de ser tediosa, la trama se convierte en un verdadero hallazgo (hasta los personajes piden "simplificar las cuestiones técnicas" para entender lo que sucede) que pone en jaque a un grupo de empleados de un banco de inversión durante las veinticuatro horas previas a la crisis financiera de 2008. Todo parece marchar sobre rieles en un mundo frío dominado por los números y las decisiones rápidas hasta que un jefe (un impecable Stanley Tucci) es separado de sus funciones. Antes de partir deja a Peter Sullivan (Zachary Quinto, el Spock de Star Trek), un analista principiante, información que podría probar la cáída de la empresa, hecho que genera el caos en las diferentes cadenas de mando y de los empleados que podrían ir directo a la calle en cuestión de horas. El precio de la codicia (Margin Call) echa luz sobre las consecuencias de la fragilidad laboral, la soledad, el trabajo en grupo y lo prescindible que resultamos como empleados o piezas de un "extenso rompecabezas". Entre ejecutivos que responden a una cadena interminable de superiores, desfilan por la pantalla actores de renombre en roles realmente destacados: Kevin Spacey, un hombre que hace más de treinta años que pertenece a la empresa y cuya vida personal tambalea debido a su perra enferma; Jeremy Irons, quien representa a la "cima" del poder y de las decisiones; Penn Badgley, como otro de los principiantes; Demi Moore, una inescrupulosa mujer de negocios, y Paul Bettany. Todos impecables en los roles que les tocaron en suerte. Un relato convincente en sus diálogos, en la creación de sus climas, en la mención de cifras millonarias y en la fragilidad de las personas que sucumben en momentos decisivos.
Un mundo pesadillesco Una curiosa película nacional que habla sobre la imposibilidad de amar y los cambios de identidades a través de elementos fantásticos que birinda la novela homónima de Adolfo Bioy Casares. Dormir al sol puede desconcertar al espectador desprevenido pero tiene a su favor una atmósfera de locura y de apariencias engañosas que confunden a los personajes y hasta al mismo público. Ambientada en los años 50 y en un barrio que no tiene esquinas (ni escapatoria para quienes lo habitan), la película sigue los pasos de Lucio Bordenave (Luis Machín), un ex bancario devenido en relojero. Todo transcurre tranquilamente hasta que su esposa Diana (Esther Goris) es internada en un instituto de salud mental dirigido por un inquietante profesional (Carlos Belloso). El director Alejandro Chomski (Hoy y mañana;A beautiful life) comienza su narración con la toma subjetiva de un perro y presenta a personajes que se mueven en un ámbito cotidiano que se va enrareciendo con el correr de los minutos. En el elenco sobresalen Luis Machín y Esther Goris, la pareja en cuestión, dejando en un segundo plano a la hermana de Diana (Florencia Peña); al abuelo (Alfonso Pícaro, quien acompañara al Negro Olmedo en el sketch de Alvarez) y a nietos y vecinos cuyas vidas transcurren sin sobresaltos. Lo racional va desapareciendo a medida que se explican una serie de experimentos sobre el "lavado de cebrero" y el espectador se sumergirá en una realidad irreal o una realidad tangible. Todo eso es Dormir al sol, un film distinto, provocativo, que llega con dos años de retraso y no le teme al ridículo o a su arriesgada estructura cíclica en la que la locura también dice presente. La fantasía golpea a la puerta de una casa de barrio.
El soldado que viajó al espacio "Si creen que en Marte no hay vida, se equivocan" es una de las frases que lanza el narrador de este peculiar relato de aventuras que mezcla diferentes épocas y géneros para transportar al espectador al planeta Barsoom. Con innegables influencias de Avatar, Conan y La guerra de las galaxias, la trama (muy descabellada) transporta a John Carter (Taylor Kitsch), un soldado de caballería, desde Virginia hasta el planeta Marte, donde se verá inmerso en una cruel batalla por el poder librada entre sus habitantes, Tars Tarkas, y la Princesa Dejah Thoris. Sólo una boda (con el enemigo claro) parece poner tregua al enfrentamiento que incluye naves espaciales, extrañas criaturas y hombres con poderes de dioses. John Carter: entre dos mundos descoloca en su primera parte por la cantidad de elementos que entran en juego: la historia de Edgar Rice Burroughs, el autor de Tarzán, que deja un diario íntimo a su sobrino (Daryl Sabara, el ex niño de la saga Mini Espías) antes de morir. Entre el western y el tono fantástico, la historia se estructura a partir del flashback y explora además el tema del "doble" (el protagonista se va desde el lejano oeste a otro planeta) y de los poderes adquiridos por el personaje central para cumplir una misión en la Tierra. En su segundo tramo, el director Andrew Stanton (quien viene de la animación con Buscando a Nemo y Wall-E) hace gala de su imaginación y explota al máximo el nivel visual lo que le ofrece la trama. Grandes escenarios creados digitalmente, luchas con espadas, criaturas con cuatro brazos y gigantescos "monos" blancos que salen a matar en una suerte de circo romano. La acción y la construcción de un nuevo héroe está servida en universos paralelos.
Katherine Heigl da un paso en falso La actriz Katherine Heigl da un paso en falso con esta propuesta que pone en evidencia la línea descendente que inició la comedia norteamericana en los últimos tiempos. Y así regresa la encantadora intérprete de la serie Grey´s Anatomy y de La cruda verdad y Bajo el mismo techo, en una película insulsa que no ostenta siquiera un buen gag a lo largo de su metraje. Sólo por dinero (One for the money) impulsa a Stephanie (Heigl en el rol de una mujer divorciada que vive con su hámster, tiene pocos dólares en el bolsillo y cuyo auto es embargado) a relacionarse con su primo para conseguir trabajo en el negocio de garantes de fianzas. Y su misión será perseguir al ex policía y sospechoso de asesinato Joe Morelli (Jason O'Mara), quien la dejó plantada en el secundario. El argumento esquemático coquetea con el policial (y algunos cadáveres en el camino), pero transcurre sin gloria y muestra el esfuerzo de los intérpretes por creerse lo que están haciendo. Ni la presencia de John Leguizamo ni de Debbie Reynolds en el personaje de la abuela, logran acaparar la atención. La trama peca de aburrida, todo se ve deslucido y la protagonista queda mal parada, cuando supo brillar en trabajos anteriores. Y si, lo debe haber hecho...Sólo por dinero.
Negocios riesgosos "Hay cien mil calles en la ciudad de Los Angeles. Sólo dame cinco minutos" es la frase que dispara el conductor (Ryan Gosling), un joven que se desempeña como doble de riesgo en películas de acción. Frío, de pocas palabras y con un escarbadientes en los labios, él aguarda detrás del volante mientras un grupo de ladrones comete un ílícito y huye con ellos. Como una suerte de "transportador", este hombre no usa armas y sólo espera cinco minutos en cada operación. Shannon (Bryan Cranston) es su mentor y el hombre que consigue sus "trabajos sucios", pero las cosas se complican más de lo debido cuando aparece en escena Irene (Carey Mulligan), una joven separada (su marido sale de la cárcel) y su pequeño hijo. Driver es una película que mantiene el interés hasta el engañoso desenlace pero no acumula grandes dosis de acción, propias de este tipo de realizaciones. Todo lo contrario, sólo hay estallidos de violencia y una calma que parece dominar el accionar del protagonista. Inmerso en un negocio riesgoso que lo deja a merced de un grupo de forajidos (Ron Perlman) y con una maletín lleno de dinero, el personaje central será perseguido sin descanso. Entre corridas automovilísticas, una atmnósfera opresiva que se transmite hasta los minutos finales y una envolvente utilización de la música de Cliff Martínez, la película pone primera y gira el volante a tiempo para entregar un correcto thriller que se mueve entre la ambición y charcos de sangre.
Emocionante búsqueda post tragedia Nominada para 2 premios Oscar de la Academia de Hollywood, la película del realizador Stephen Daldry coloca en primer plano las relaciones entre padres e hijos con el trasfondo de los atentados a las Torres Gemelas. Tan fuerte y tan cerca es un emocionante relato que recurre al flashback para reconstruír fragmentos (momentos claves) en la de la vida del pequeño Oskar Schell (Thomas Horn), cuyo padre (Tom Hanks) muere el 11 de septiembre de 2001 y cuya misión consistirá en encontrar una cerradura que coincida con la llave que éste le dejó. En su incansable periplo, y con una madre ausente (Sandra Bullock), el protagonista se cruzará con distintos personajes en la ciudad de Nueva York; contará con la ayuda de una abuela protectora y de un inquilino que no habla pero que dice mucho (un excelente Max von Sydow, nominado al Oscar, y recordado por su papel del padre Merrin en El exorcista). Todo sirve como excusa para que el director de Billy Elliot, Las horas y El lector explore las marcas que deja una tragedia y recomponga un panorama familiar que, desde el comienzo, se percibe enrarecido. Daldry sabe cómo contarlo y pone al niño Thomas Horn en un papel protagónico exigente que lo impulsa a buscar respuestas gracias a su inteligencia y sensibillidad extremas. Si el relato funciona es gracias a su impecable trabajo. Se la puede tildar de lacrimógena, pero el resultado es altamente favorable teniendo en cuenta las subtramas que alimentan la película y por el armado que el cineasta supo imprimirle.
Cruces invertidas, terror nulo Con el estilo del "falso documental" narrado con cámara en mano, recurso visto últimamente en muchas producciones del género, llega este film que bucea en el tema de las posesiones demoníacas. Con el diablo adentro, del director William Brent Bell (había realizado Stay Alive) intenta sorprender con una realizaciión que sigue los pasos de Rec, Cloverfield , la saga Actividad paranormal o la más reciente El último exorcismo. Es decir, cine despojado de casi todo artificio que pone el acento en el punto de vista de una cámara de video que registra diversas situaciones. El resultado es pobre y, salvo en el comienzo, no genera suspenso o miedo en el espectador. La trama gira en torno a Isabella Rossi (la brasilera Fernanda Andrade), una joven que investiga junto a dos sacerdotes, expertos en exorcismos, el extraño caso de su madre, María Rossi (Suzan Crowley), supuestamente poseída por demonios y acusada de cometer tres asesinatos veinte años atrás. Con un estilo de noticiero y un camarógrafo que acompaña a Isabel hasta el psiquiátrico donde se encuentra su mamá, en Italia, la trama intenta develar si se trata de una enferma mental o si realmente está poseída. Un batido de ciencia y fe que se mueve entre voces distorsionadas, levitaciones, contorsiones de los cuerpos y no mucho más que no haya sido visto con eficacia en El Exorcista. Con un planteo formal clásico, quizás, el resultado hubiese sido otro. La frase "Muchos han sido poseídos por uno, sólo una ha sido poseída por muchos" suena tentadora, pero a la hora de la verdad el público nunca enfrenta El Mal.
El eterno amor por el cine Luego de ver esta coproducción entre Estados Unidos, Francia y Bélgica, se entiende por qué tuvo tanto reconocimiento a nivel internacional y está nominada a 10 premios Oscar de la Academia de Hollywood. El film del francés Michel Hazanavicius (quien actualmente está preparando Les infidéles), de visión imprescindible para cualquiera que ame el cine, reencuentra al espectador con una época pasada, olvidada, una transición que llevó al séptimo arte a un vuelco trascendental. Ambientada en el Hollywood de 1927, donde ya se percibía el nacimiento del "star system" y la pasión por el séptimo arte, la trama muestra a un actor arrogante, George Valentin (un espléndido Jean Dujardin), una verdadera estrella de cine que no se cansa de su narcisimo, posa frente a los flashes de la prensa y cumple con los pedidos de sus seguidores. Sin embargo, el arribo del cine sonoro hace tambalear su mundo de popularidad, fama y reconocimientos. Como una suerte de rueda, la película plasma su caída y el rápido ascenso de Peppy Miller (Berénice Béjo), una actriz que comenzó su carrera como extra al lado del galán y que va ganando terreno en un medio altamente competitivo. Sus mundos se cruzan en este relato mudo que hace gala de su magnífico blanco y negro, y atraviesa con creatividad los cambios que tuvo el cine (la escena en la que el protagonista comienza a escuchar sonidos) pero no deja nunca de contar una historia de amor, con momentos de acción y con la presencia de grandes actores en roles secundarios. En ese sentido, desfilan por la pantalla un director exigente (John Goodman), un chofer que no deja detalle librado al azar (el rostro impenetrable de James Cromwell, el mismo de Babe); la esposa de Valentin, encarnada por Penelope Ann Miller, y un extra que aguarda su turno, nada menos que Malcolm Mc Dowell, el inolvidable actor de La naranja mecánica. Todo resucita como por arte de magia en El Artista: la orquesta que toca en vivo y acompaña las imágenes en la gran pantalla; los movimientos de los grandes estudios; un perro que casi roba protagonismo a Valentin (y le salva su vida), y las sombras de un éxito que se fue. A través de música que resalta los momentos claves, efectos de sonidos limitados y muy bien seleccionados y una ausencia total de diálogo (a excepción de una escena final), la película también evoca con emoción la llegada de los musicales y deja, en primer plano, el eterno amor por el cine.