La nota equivocada Isabelle Huppert hace de una cantante olvidada que intenta regresar a los escenarios. Hace diez años, Gérard Depardieu fue un cantante en decadencia con una última oportunidad de triunfar, profesional y amorosamente, en esa delicia conocida aquí como El cantante. Ahora, el belga Bavo Defurne intenta lo mismo que entonces logró Xavier Giannoli, pero con otro ícono del cine francés, Isabelle Huppert. Y no lo consigue. La trama es muy parecida. Liliane Cheverny, operaria de una fábrica de paté, alguna vez fue Laura, finalista del concurso de canto Eurovisión (perdió con Abba). Pero al divorciarse del que era su representante, productor y compositor, cayó en el olvido. Hasta que un joven compañero de trabajo la reconoce y la anima a intentar su regreso. Se supone que estamos ante una comedia agridulce, pero Defurne nunca encuentra el tono justo para contar esta (trillada) historia, que a medida que avanza va metiendo a sus protagonistas en lugares cada vez más comunes. Hay un intento de explotar el costado kitsch y setentoso del asunto, pero se queda a mitad de camino. La música original -a cargo de Pink Martini- es lo mejor, pero no alcanza para insuflarle vida a este desatino, en el que hasta Huppert -interpreta dos canciones- parece incómoda.
Garganta enrevesada Este thriller cuenta quién fue la fuente anónima que ayudó a destapar el escándalo Watergate. Todos sabemos quiénes fueron Bob Woodward y Carl Bernstein: los periodistas de The Washington Post que destaparon la olla del Watergate hasta tuvieron película propia, Todos los hombres del presidente. Faltaba conocer más de la tercera pata de la investigación, el informante apodado Garganta Profunda, que resultó ser William Mark Felt, número dos del FBI en el momento del escándalo. Aquí se retrata su actuación en el caso paralelamente a aspectos de su vida privada, pero en ninguno de los dos planos terminamos de comprender cabalmente quién fue Felt. Para interpretarlo, a Liam Neeson le calzaron un peluquín perturbador: es imposible mirarlo sin pensar en ese quincho (nota al pie: en la era de los efectos especiales, Hollywood aún no logró dar con tecnología capilar decente). El es uno más de los hombres que susurran, en los claroscuros de despachos oficiales, bares de mala muerte y playas de estacionamiento, a lo largo de toda la película. Aquí hay conspiraciones dentro de conspiraciones: en ese laberinto de nombres propios de funcionarios y de instituciones, es muy difícil no perder el hilo de lo que está pasando. Tal vez el público estadounidense esté familiarizado con la historia en general y algunos de esos personajes y organismos estatales en particular, pero desde estas latitudes todo ese mundo está en una nebulosa. Y, lejos de disiparla, la película también queda envuelta en una bruma de confusión. Peter Landsman intenta recrear la atmósfera del espionaje de escritorio de las novelas de John Le Carré, pero se queda en la mueca y termina aburriendo.
Es el pasado que vuelve Un padre que quiere enterrar la historia familiar y un hijo que lucha por la memoria, eje de este drama policial. La frase fue dicha una y mil veces: aunque se lo esconda debajo de la alfombra durante décadas, tarde o temprano el pasado reaparecerá y habrá que enfrentarlo. Una máxima aplicable a la historia de un país y también a la de una familia: es precisamente lo que les ocurre a los Creu. Ariel (Darío Grandinetti) reniega de la leyenda de su padre, Miguel, combatiente en la Guerra Civil Española, en la Cuba revolucionaria y en la Argentina de los años ’70, donde fue abatido. Pero su propio hijo, Federico (Juan Grandinetti), está empeñado en desempolvar el recuerdo de su abuelo y averiguar todo sobre su vida y, sobre todo, su muerte. En desmedro de una trama policial no muy bien resuelta, el conflicto entre padre e hijo es lo más rico que ofrece Te esperaré. A partir de esa tensión surgen las contradicciones internas de los personajes y quedan expuestos los matices de una cuestión existencial: la fe. Sobre todo, la fe política: las eternas preguntas que vuelven a plantearse son cuáles son los límites para imponer los ideales y para qué sirve luchar. Por otro lado, la fe religiosa: Ariel es un arquitecto marxista que está construyendo una iglesia; en sus diálogos con un cura (Jorge Marrale) están algunas de las líneas más jugosas de la película. Hace tiempo que la temática de los años ’70 parece sobreexplotada por el cine nacional. Pero si en la Argentina de hoy reaparecen discusiones que ya parecían saldadas -como los juicios por las violaciones a los derechos humanos-, significa que, mal que nos pese, todavía quedan problemáticas por plantear en torno a la última dictadura en el terreno de la ficción. Con frases como “en democracia todavía se dan casos de desaparecidos”, Te esperaré cobra una actualidad estremecedora y pone sobre el tapete un conflicto que no está resuelto, y tal vez nunca lo esté.
Pinceladas de una vida Con personajes y escenarios de las pinturas de Van Gogh, este prodigio animado indaga en la muerte del artista. Primero hay que hablar de la forma, que aquí es más importante que el contenido. Como tomando la idea de Akira Kurosawa en el quinto de sus Sueños (“Cuervos”) pero llevándola hasta las últimas consecuencias, Loving Vincent consiste en animaciones de los cuadros más famosos de Van Gogh. Pero no sólo los escenarios, sino también los personajes, están extraídos de obras como Retrato del Dr. Gachet, Anciano en pena o El café de noche: las reproducciones están hechas con tal pericia que las pinturas al óleo del holandés parecen realmente cobrar vida. Este prodigio de la animación -realizado por 125 pintores, en óleo sobre lienzo, durante cinco años- podría ser nada más que una curiosidad o un producto exclusivo para amantes de la pintura si no estuviera acompañado por un buen guión. Pero la historia no es sólo una excusa para hacer un repaso visual por diversos ejemplos de la genialidad de Van Gogh, sino que se sostiene por sí misma. Todo transcurre un año después de la muerte de Vincent: un joven tiene que entregarle una carta del pintor a su hermano Theo, pero cuando descubre que éste tampoco vive, viaja al pueblo francés donde falleció Vincent e inicia una suerte de pesquisa detectivesca para averiguar las causas de su muerte. De esta manera, con la intercalación de flashbacks en blanco y negro que abandonan la reproducción de pinturas, nos enteramos de diversos aspectos de la vida de Van Gogh, a menudo contradictorios según el personaje que habla de él. Gran parte de los datos biográficos y de los detalles de sus últimos días están basados en la correspondencia que mantenían Vincent y Theo, de calidad literaria a la altura de la pictórica.
Dios del trueno y la comedia Sin abandonar la acción ni el universo de Los Vengadores, la tercera película de Thor se ríe de sí misma. La primera escena de Thor: Ragnarok es una declaración de principios. Ahí tenemos al héroe en dificultades, pero no tan preocupado como para privarse de romper la cuarta pared y decirnos algo así como “te preguntarás qué hago encadenado en esta jaula y cómo llegué a esta situación”. Enseguida se revela que en realidad le está hablando a un esqueleto, y es como si nos estuvieran avisando: esto no va a ser tan transgresor como Deadpool (que, entre otras incorrecciones, se la pasaba dialogando con el público), pero el espíritu es ése. Hay al menos tres formas eficaces de poner a volar y pelear a gente con capas, trajes de lycra y superpoderes sin caer en el ridículo. Una es mostrarlos como seres humanos especiales pero conflictuados (la saga X-Men, Logan). Otra variante parecida es llevar todo a un extremo de violencia y oscuridad existencialista (trilogía del Caballero Oscuro, de Christopher Nolan). La tercera es abrazar el ridículo y reírse con ese tipo musculoso y volador. Este último fue el camino que los estudios Marvel/Disney tomaron para Thor: Ragnarok. No es casual que el director elegido haya sido Taika Waititi, que codirigió (y protagonizó) la desopilante What We Do in the Shadows (2014), una sátira sobre vampiros en clave de falso documental. En varias entrevistas, el neozelandés citó como máxima influencia a Rescate en el Barrio Chino, aquel delirio ochentoso de John Carpenter, con Kurt Russell. Podrían agregarse más: la principal, por el tono juguetón, es el Batman de Adam West, con una villana sexy (Cate Blanchett), un villano psicodélico (Jeff Goldblum, en un gran regreso) y trompadas en serio pero no tanto. Otra podría ser Flash Gordon -o tantas películas de ciencia ficción de los ‘70/’80- por esos escenarios espaciales berretones, de plástico, en este caso con toda intención. En este elenco de primera, Chris Hemsworth muestra que sus dotes de comediante están a la altura de sus bíceps. Es tan capaz de ser gracioso como de dar la talla de superhéroe, dualidad clave para que la película, aun cómica, no deje de pertenecer al universo de Los Vengadores. Hay una trama “seria” bastante respetable -aunque se hace larga- y, entre otros guiños, aparecen Doctor Strange y Hulk (tiene grandes momentos), como para que ningún fanático pida que le devuelvan el dinero de la entrada.
La pesadilla de un campeón moral Enviada por Bulgaria a los Oscar, cuenta el laberinto en el que se mete un hombre que devuelve dinero que encontró. Todos aquellos que el año pasado no advirtieron el estreno de la excelente película búlgara La lección, ahora tienen una nueva oportunidad de disfrutar del talento de Kristina Grozeva y Petar Valchanov. Un minuto de gloria -enviada por Bulgaria a los próximos Oscar- es la segunda entrega de una trilogía que esta dupla de directores planea filmar bajo la misma premisa: una noticia real como disparador de las historias. Al revés de thrillers como Tumba al ras de la tierra o Un plan simple, que arrancan cuando los protagonistas encuentran una fortuna y se la quedan, aquí se cuenta qué pasa cuando el autor del hallazgo es honesto y devuelve el dinero. Toda la ficción se basa en el caso verídico de un empleado ferroviario que se topó con una pila de billetes en las vías, avisó a la policía y recibió como premio, de manos de un funcionario, un reloj que a las dos semanas dejó de funcionar. Con parentesco con el cine rumano por el foco en la temática social, la filmación, cámara en mano, iluminación y escenarios naturales, y un agudo sentido del humor, Grozeva y Valchanov muestran cómo la vida de este campeón moral se convierte en una pesadilla al entrar en el laberinto de la burocracia y las maniobras de la jefa de prensa del Ministerio de Transporte. Cuentan con dos enormes actores -Stefan Denolyubov y Margita Gosheva, que también se lucieron en La lección-, una asombrosa habilidad para entrelazar drama y comedia, y una gran sensibilidad para pintar los más profundos recovecos del alma humana.
Una de espías alterados Sin el impacto de la primera de la saga, la película garantiza acción, humor inteligente y un buen guión. No corremos peligro de caer en una hipérbole si decimos que Matthew Vaughn es uno de los directores de la actualidad que mejor entiende cómo filmar una película pochoclera que reúna a la vez cuatro elementos de difícil coincidencia: asombrosas escenas de acción, humor elegante, entretenimiento y un guión inteligente. Kick-Ass, X-Men: Primera generación y Kingsman: El servicio secreto (en las que, además, participó como guionista junto a su socia creativa, Jane Goldman) son los mejores ejemplos de su talento. Y ahora, por primera vez, Vaughn dirige una secuela. El resultado se resume en una frase suya: “Es muy difícil ser original dos veces”. Esto no significa que El círculo dorado no tenga, en parte, las cuatro virtudes mencionadas, pero padece el infame Mal de las Secuelas: pierde en la inevitable comparación con su antecesora. El atenuante es que la vara estaba muy alta. Sigue Vaughn: “La gente quiere lo que amó de la primera película, pero si hay demasiado de lo mismo, dice esto es muy repetitivo y aburrido. Y si hacés algo completamente diferente, dice esto no es una secuela”. En busca de evitar esos riesgos y hacer algo nuevo pero con la misma esencia, el director dinamita parte de lo que había construido y traslada la acción a los Estados Unidos, donde los Kingsman se encuentran con sus primos yanquis, los Statesman. Y también reproduce algunas situaciones de la primera pero con una vuelta de tuerca que las transforma, como si las viéramos en un espejo deformante. Ninguno de los dos recursos funciona del todo. Y, además, la historia da algunos giros forzados que obligan a la inclusión de diálogos explicativos, con la consecuente pérdida de ritmo. Igual, la imaginación y el humor de Vaughn se lucen en varios aspectos, como en el reducto selvático-pop donde se oculta la villana, Poppy (una lograda Julianne Moore, aunque sin la gracia ni el protagonismo de Samuel L. Jackson en la primera). O la caracterización del presidente estadounidense, con sátira a la guerra contra el narcotráfico incluida.
Melodramón erótico con toques de comedia Pampita Ardohain y Mónica Antonópulos son las protagonistas, pero la mejor es la madre, Andrea Frigerio. Juan Sorini (torso desnudo trabajado) se encuentra con Pampita (pelo mojado, cubierta sólo por una toalla). Él: -Estás empapada. Ella: -Sí. Escenas como ésta abundan en Desearás al hombre de tu hermana. También veremos a Pampita -poco promisorio debut actoral- tomando un vaso de leche (y el líquido le chorreará por la barbilla), a una serpiente pitón deslizándose por el cuerpo de Andrea Frigerio, a Pampita cabalgando en cámara lenta. Metáfora pura. La historia -el título es la sinopsis: basta decir que Pampita es la deseante y Mónica Antonópulos, la hermana- transcurre en 1970, circunstancia que le permite a Diego Kaplan (en TV dirigió programas como Son o se hacen o Mosca & Smith; en cine, ¿Sabés nadar?, Igualita a mí y Dos más dos) adoptar una estética kitsch que homenajea al cine nacional clase B de aquella época, con acento en la música -Palito Ortega incluido-, pero también con movimientos de cámara como el zoom brusco. Ese jugueteo visual se replica en el tono de la narración: éste es un melodramón erótico con toques de comedia. Una mezcla que sólo funciona de vez en cuando: por algo dicen que el sexo y el humor no se llevan bien. El problema es cuando las risas son producto del ridículo y, peor aún, cuando irrumpen en momentos inapropiados, como los sexuales. Pero no es lo único que interfiere con el erotismo: otro obstáculo es la artificial pátina publicitaria -campo en el que se desempeña Kaplan- de la mayoría de las escenas “calientes”. Y, también, las medias tintas: la película -calificada para mayores de 18- rompe algunos tabúes, como mostrar penes o a una nena acabando, pero su osadía pasa más por lo verbal que por lo visual. Escuchamos decir “pito”, “orgasmo”, “vagina”, “verga”, pero es curioso: aquí la mayor parte de la gente tiene sexo vestida. Abandonen toda esperanza los que sueñen con desnudos de Pampita o Antonópulos (lo más fuerte ocurre en el pasado, con otras actrices). Vuelta de tuerca feminista: los cuerpos masculinos se ven más. Lo mejor -en todo sentido- es Andrea Frigerio, que confirma, como esa madre borrachina, negadora y liberada, lo que ya había mostrado en El ciudadano ilustre: sabe actuar.
Algo oscuro se está gestando Marilú Marini, destacable en este estreno nacional. Esa jungla suburbana llamada Delta de Tigre es una invitación al cine y, en su opera prima, Silvina Schnicer y Ulises Porra Guardiola saben aprovechar las posibilidades dramáticas que da ese paisaje exuberante y misterioso, agresivo y cautivante. Allí transcurre la historia de Rina (Marilú Marini, en otro gran trabajo), que regresa a una casa del Delta en la que alguna vez vivió y que ahora está semiabandonada: ella quiere volver a ponerla en condiciones y evitar que alguien se aproveche de un vacío legal para quitársela. En este intento de reconquista la acompañan una vecina (Lorena Vega) y una amiga (María Ucedo) que va con su hija adolescente y unos amigos de la chica. Rina espera, también, la ayuda de su hijo (Agustín Rittano). A partir de este planteo, la película se bifurca en dos planos. La trama principal, emparentada con La ciénaga, se enfoca en la convivencia de este heterogéneo grupo de siete personas en la casa y sus alrededores. Pero en otro sector de la isla se está desarrollando una situación del estilo El señor de las moscas, con un grupo de chicos/púberes que aparentemente viven solos, y tienen con ellos a una nena fugada de su hogar. La tensión sexual y el deseo son tan palpables como el calor y la humedad. Con algunos diálogos precisos y el retrato agudo de ciertas situaciones domésticas, Schnicer y Porra Guardiola consiguen adentrarse en el alma femenina y tocar problemáticas profundas como la soledad y la falta de comunicación. Hay, además, suspenso creado a partir de amenazas tanto explícitas -el avance de la civilización, la crecida del río y los “bichos”- como abstractas: algo oscuro se está gestando en la espesura.
Cabalgata infantil Mantiene el mismo espíritu de la serie animada, pero en tamaño extra large. Todos aquellos padres que recurran seguido a los dibujitos de My Little Pony como antídoto contra berrinches, corridas, chillidos y el caos doméstico en general, pueden llevar con tranquilidad a sus hijas chiquitas al cine: la película no es ni más ni menos que lo mismo que un capítulo de la serie, pero tamaño extra large, con una duración -un tanto excesiva- de una hora y cuarenta minutos (que incluye, al principio, un corto protagonizado por Hanazuki, un nuevo personaje de Hasbro Studios). Si la serie suele hacer honor a su subtítulo -La magia de la amistad- y siempre destaca el valor de tener muchos y variados amigos, aquí la trama gira alrededor de un mensaje idéntico: en soledad, un individuo puede lograr mucho menos que con una pequeña ayudita de sus amigos (una premisa discutible o, en todo caso, una regla con excepciones). ¿Y qué es lo que hay que conseguir en esta historia? Justo en el día del Festival de la Amistad, Ecuestria es invadido por las tropas del Rey Tormenta al mando de su lugarteniente, la malvada pony Tempestad. Tres de las princesas son congeladas, pero Twilight logra escapar por un pelo y, junto con sus cinco amigas -Applejack, Rainbow Dash, Pinkie Pie, Fluttershy y Rarity- y su mascota, emprenden una travesía más allá de los límites del reino para conseguir ayuda. Desde ya, esta no es una película de Pixar: los dibujos de los personajes y los paisajes no se destacan por su belleza, las canciones son flojas y difícilmente la trama involucre a los padres tanto como a los chicos. Pero mientras ellos disfruten…