Las crónicas y los catálogos del mundo marcarán que el 28 de septiembre pasado se estrenó en USA, su país de origen, la última película con Robert Redford trabajando como actor según su propio anuncio. Para el público, para la enorme masa de gente que ha ido a ver sus películas desde que era un pibe, allá por la década del ‘60, se retiró una de las figuras icónicas que ha tenido la industria cinematográfica del mundo. Cada uno tendrá preferencia por uno u otro papel, pero en definitiva (si cumple su palabra, claro) se jubila uno de los buenos, dicho en el más amplio sentido de la palabra porque fue buen esposo, buen padre de familia, buen millonario, buen convicto, fue un gran beisbolista, buen jugador, buen millonario, buen ladrón; pero por sobre todo, Charles Robert Redford es un buen actor. En “Un ladrón con estilo” interpreta la historia real de Forrest Tucker, un tipo que se escapó 18 veces de distintas cárceles a lo largo de muchos años, a las cuales entró condenado por robo. David Lowery, en su cuarta realización, vuelve con un tema que lo apasiona: escapar. Así lo hizo en sus dos primeras película y de alguna manera en la tercera, aunque “Una historia de fantasmas” (2017) hablaba de las razones del regreso. Pese a la baja calidad de sus trabajos anteriores aquí logra redimirse por virtud de una mejor calidad de paciencia para desarrollar la trama y el personaje central; pero sobre todo gracias a un guión sólido, coescrito con David Grann, que logra salirse de las tonterías planteadas en los últimos años cuando se trata de películas sobre ancianos jugando a hacerse los nenes traviesos. La última muestra de esto se estrenó hace un par de semanas, ¿recuerda? Sí, “Rey de ladrones” (James Marsh, 2018) también se une al conjunto de dudosos productos como”¡Mi abuelo es un peligro” (Dan Mazer, 2016), “Último viaje a Las Vegas” (John Turteltaub, 2013) o “Un golpe con estilo” (Zach Braff, 2017), todas ellas salvadas en mayor o menor medida por el oficio de enormes elencos. El viejo y el revólver sería una posible traducción del título original, suena más a un western, y de alguna forma lo es, como también será insoslayable la enorme cantidad de coincidencias conceptuales con “La mula”, el último opus de Clint Eastwood estrenado hace dos meses. Forrest sale de prisión. Está viejo y lo sabe. Es consciente que los tiempos han cambiado y los años hicieron mella en su cuerpo. Pese a las promesas que le hace a Jewel (Sissy Spacek) volverá a las andadas con su particular forma. Forrest se relaciona amablemente con sus víctimas sin un solo signo de violencia, pero con la firmeza del peligro latente como estandarte. Él y su banda integrada por Teddy (Danny Glover) y Waller (Tom Waits) ostentarían el sorprendente número de sesenta bancos robados en un mes, sin víctimas ni hechos que lamentar, más que el robo per sé. De alguna manera el espectador va entendiendo que hay razones más poderosas que llevan al protagonista a hacer lo que hace y, como suele suceder en estos casos, es inevitable no sentir afinidad con el criminal. Por supuesto que habrá un antagonista en la figura de John Hunt (Cassey Affleck), el agente encargado de dilucidar el entramado y agarrar al ladrón. Lejos de aquellos guiones a los que hacíamos referencia en los cuales se construía más la situación que los personajes, “Un ladrón con estilo” es una invitación a dos paseos al mismo tiempo: El del personaje real y el del actor. Ambos confluyen en varias características comunes como la edad, trayectoria, etc; pero tal vez la inevitabilidad de la pasión por aquello que uno ama hacer es la que los define e impulsa. Uno por el robo y su modus operandi, el otro por actuar frente a una cámara. A su vez, los cinéfilos tendrán la emotiva experiencia de interpretar la enorme cantidad de guiños y referencias a la carrera del actor como si fuese una suerte de museo vivo. Por mencionar algunos: “mucho de lo que sigue a continuación es verdad” dice la frase de inicio, casi idéntica a la que abría Butch Cassidy and the Sundance Kid” (George Roy Hill, 1969); Cassey Affleck se pasa un dedo por la nariz, la misma señal que usaban los convictos en “El golpe” (George Roy Hill, 1973), y la película “La jauría humana” (Arthur Penn, 1966) se ve de fondo en algún momento. Hay muchos más. Claro está que aquí no se inventa la pólvora en términos de originalidad. Si no fuese por la contundente presencia del calendario, se podría decir que “Un ladrón con estilo” pertenece a otra época. Una más romántica si se quiere, y acaso todo en esta realización, desde la banda sonora a la dirección de fotografía, y desde el registro actoral al estilo de compaginación, es un verdadero homenaje. Entretenido, ameno y por qué no, emotivo.
De vez en cuando Hollywood se acuerda que las generaciones van creciendo, el púbico se renueva, pero últimamente no surgen precisamente obras maestras cuando se trata de abordar temáticas adolescentes. Los seguimos subestimando con argumentos edulcorados. La última que realmente tenía algo interesante para decir, sin ser una maravilla, fue “La joven vida de Juno” (Jason Reitman, con guión de Diablo Cody, 2007). Ergo, lo más probable es que toda la situación que atraviesan los dos personajes centrales de "A dos metros de ti” le suene muy, pero muy familiar. El inicio es algo engañoso pero planta la situación. La voz en off de Stella (Haley Lu Richardson) reflexiona sobre el contacto humano, sobre la poca importancia que solemos darle a este simple acto sin darnos cuenta lo trascendental que es. Luego nos la muestran desbordante de vida, ocurrente, fresca, divertida, junto a sus amigas en una habitación. Casi todos son primeros planos con fondos de paredes llenas de fotos, mensajes, dibujitos, etc. Las amigas se despiden, se van y recién cuando Stella queda sola, el plano general se abre y descubrimos que la habitación es la de un hospital. Ella está internada ahí por una enfermedad terminal, esperando un trasplante de pulmón. En seguida veremos una serie de posteos (así se llama a los mensajes, fotos o videos que se suben a las redes sociales) cuyo contenido sobre la enfermedad es un bajón, pero dicho por esta actriz de sonrisa compradora parece liviano y hasta entretenido. Es como si Xuxa estuviese describiendo el desembarco en Normandía de “Rescatando al soldado Ryan” (Steven Spielberg, 1998). Así de contradictorio. Habrá un par más de estas triquiñuelas que van a jugar con los sentimientos del espectador, que si se deja llevar verá cómo esa torre de optimismo que la música, el guión y la simpatía del elenco desbordan, se desmorona a puro golpe. Una de las características de esta enfermedad que padecen ella y su amigo Poe (Moises Arias) es que no puede haber contacto físico por el alto riesgo de contagio (de ahí la introducción, ¿no?). Este verosímil está bien instalado en el guión, pero es traicionado varias veces a lo largo de la cinta en planos con referencia que a veces cuentan la prudencia en la distancia y otras no tanto. En fin, la moribunda se las arregla bien para sobrellevar su proximidad al encuentro con la parca. Parece tener todo bajo control hasta que conoce a Will (Cole Sprouse), un nuevo internado con otro tipo de virus terminal, cuyo nombre es tan complicado que realmente no vale la pena tratar de recordarlo, y poco importa porque este estreno en ningún momento tiene la intención de crear conciencia sobre la existencia del mismo. Will, por supuesto, es todo lo contrario a Stella. Anda bajoneado (como corresponde a cualquiera cuya corta vida ya tiene fecha de vencimiento estipulada), aunque no evita el diálogo. Por supuesto, como indica el manual de este género, los “antagonistas” se van a enamorar no sin antes pasar por algunas pruebas mutuas. A esta altura es necesario mencionar que el guión de Mikki Daughtry y Tobias Iaconis es, en esencia, un calco de “Bajo la misma estrella” (Josh Boone, 2014), aquella con Shailene Woodley y Ansel Elgort en la cual ambos tienen cáncer. Por cierto, esta película no es un calco solamente por la circunstancia dada desde el comienzo, sino por el tratamiento estético. En efecto, “A dos metros de ti” también se vuelve episódica, separando cada nueva situación por un montaje edulcorado con música de fondo. Temas alegres cuando ella está contenta y parece todo esperanzador; o bien tristes (incluida la letra) cuando todo está mal, ya sea por una discusión entre los enamorados o por el agravamiento de la enfermedad. Lejos de colaborar con la progresión del relato las canciones, por lindas que sean, estiran lo inevitable volviendo la historia excesivamente predecible, además de indicarle al espectador como se tiene que sentir. Es difícil imaginar, primero si ésta generación se identifica con éste tipo de productos en el siglo XXI y, segundo, si está tan dispuesta a ver algo triste, lacrimógeno, y hasta desesperanzador respecto de cómo tomarse este tipo de circunstancias en la vida real. El director aborda esta ópera prima (dirigió mucha televisión antes), con tintes tradicionales en cuanto a lo narrativo, pero sin tomar riesgos. Ni siquiera cuando, obligado a cumplir con los códigos del drama romántico, debe deshacerse de algún personaje para aumentar el uso de los pañuelos en la platea. Pese a contar con un trío de actores bastante simpáticos y talentosos (en especial el chico Moisés Arias) y una banda de sonido agradable, esto no alcanza para completar la experiencia. El público se renueva, es cierto, pero no come vidrio
A falta de una, son dos las películas producidas y estrenadas el año pasado (en USA) sobre la figura de Ruth Bader Guinzburg. La primera es el documental RGB nominado al Oscar este año, la segunda es precisamente “La voz de la igualdad” (título oportunista si los hay, lejos de la traducción del original que sería "Basándose en el sexo") Ruth Bader Guinzburg (Felicity Jones) comenzó a estudiar leyes a mediados de la década del ’50 nada menos que en Harvard, institución que hacía muy poco había permitido el ingreso de mujeres. Con brillantes calificaciones siguió en la universidad de Columbia, y no obst5ante graduarse de manera brillante, el mundo machista no le permitía ejercer su profesión pese al lobby y el apoyo que su marido Martin (Armie Hammer) intentaba. Estos no serán los únicos escollos que Ruth deberá sortear pues es su personalidad, su deseo de igualdad de derechos, y la rabia que le genera la impotencia por vivir en una sociedad patriarcal e injusta, son los motores que impulsan su lucha que sigue vigente todavía hoy. Mimi Leder, directora bastante ecléctica con títulos de gran factura como “Impacto profundo” (1998) en el género de cine catástrofe que contrasta con intrascendentes como “El pacificador” (1997), aborda esta historia en forma de relato tradicional. Bien Hollywoodense, de tratamiento amable, sin golpes bajos, y a la vez algo edulcorados para que todo transite por andariveles bastante suaves. Es más, en muchos aspectos podría decirse que es una suerte de Cenicienta moderna, como lo fue el personaje de Melanie Griffith en “Secretaria ejecutiva” (Mike Nichols, 1988). El mismo tratamiento reciben las dos pequeñas subtramas de índole familiar: la enfermedad que pone en standby a su marido, y la pelea, no ideológica sino de forma de lucha, que mantiene con su hija adolescente. “La voz de la igualdad” es una producción de contenido necesario para estos tiempos de lucha por la igualdad de derechos entre el hombre y la mujer. Así lo demuestra la historia y la figura paradigmática de Guinzburg, que a la postre logró modificar más de 100 leyes que discriminaban a la mujer por una cuestión de género. Habría que ver en todo caso si el tono que la directora imprime era el más conveniente, porque con sólo ver las imágenes y escuchar los discursos en las manifestaciones en todo el mundo el ocho de marzo pasado alcanza para entender qué lugar puede ocupar la impronta de este producto. “La voz de la igualdad” se debilita por contraste de la coyuntura actual, independientemente del indudable valor de su contenido.
Llegó “Capitana Marvel” finalmente. El nexo (desde la historieta al menos) entre Avengers y los X-Men, pero sobre todo la mujer que va a salvar el planeta del desastre que hizo Thanos el año pasado en “Avengers: Infinity War” exterminando la mitad de la vida en nuestro planeta. Claro que primero tenemos que saber quién es, de donde viene, como encaja aquí, etc. No alcanza con presentarla bien en la cuarta parte de la saga (se estrena éste año) usando el poder de síntesis que caracteriza a Hollywood. Hay que hacer toda una explicación de dos horas y por esa razón estamos escribiendo estas palabras. El primer error fáctico de los medios en general es informar que esta es la primera respuesta de Marvel a los tiempos de reivindicación de los derechos de la mujer, igualdad de género, etc, poniéndola como figura principal frente a tanta testosterona predominante pululando en el cine en general, y en el cómic hecho cine en particular. En todo caso es la primera desde que estalló el #NiUnaMenos, pero ya en 2005, mucho antes de eso, tuvimos la primera protagonista femenina exclusiva de este siglo en el mundo de los superhéroes. Fue Elektra, protagonizada por Jennifer Garner. Sería lógico no recordarla porque aquella de hace 14 años tiene un punto en común con el estreno de esta semana: es igual de floja. A esta altura del partido, y con tanto fan atento a ver si se traiciona o no la fuente original arriesgándose a un fracaso comercial, era lógico que los hechos narrados iban a ser fieles. Así, la historia de Carol Danvers (Brie Larson), una mujer piloto del ejército que entra en contacto con un material extraterrestre, producto de la guerra entre dos razas alienígenas, que le otorga super poderes inimaginables. Por otra parte, esa guerra entre los Kree y los Skrulls (seres que con su aparición expanden el universo nuevamente porque se concatenan con Los 4 Fantásticos) la tiene confundida. No sólo en su conciencia del espacio, sino del tiempo. Justamente aquí, en la primera media hora de “Capitana Marvel” es donde reside lo más interesante. La construcción del relato, desarmada como un rompecabezas cuántico, resulta original y muy entretenida de rearmar pues el espectador entra en el mismo desconcierto que sufre la protagonista, quien se encuentra en una galaxia entrenando con Yon-Rogg (Jude Law) mientras trata de entender esas imágenes o flashes de la memoria que cada vez más seguido invaden su mente. Un enigma que ella presiente como fuente de las respuestas que está buscando. Es más, dentro de ese contexto también funciona cuando el espectador llega a entender en qué momento del tiempo ocurren estos sucesos. Estamos en la década del ‘90 porque vemos a Vers atravesar el techo de un video club BlockBuster. De ahí en más todas la referencias culturales son un gag en sí mismo (la velocidad de internet, el CD-ROM, los teléfonos públicos, etc). Allí conoce a un joven Nick Fury (Samuel Jackson), agente de S.H.I.E.L.D que luego será el mentor de agrupar a los héroes. Este encuentro también juega a favor del relato por conocer detalles previos a lo que ya hemos visto. En este sentido hasta podría hablarse de una mini precuela, si se permite el término. Pero luego de estos primeros treinta, treinta y cinco, minutos de las dos horas y pico que dura es, primero una llamativa oscuridad general en la dirección de fotografía porque este argumento así planteado no parece necesitar de ese clima y, segundo, una dudosa extensión del relato en transiciones que aportan muy poco contenido emocional a las tribulaciones de Carol. En esto colabora una trabajo actoral de Brie Larson que no parece poder conectar a su actriz con el registro que pide este tipo de producciones. Por momentos la actriz asume posturas gestuales demasiado solemnes, manteniéndolas incluso cuando hay humor explícitamente colocado en el guión para garantizar empatía. Es muy fina la cuerda en la cual la ganadora del Oscar tiene que hacer equilibrio sin lograrlo, pero esto es más responsabilidad de la codirección entre Anna Boden y Ryan Fleck, dos jóvenes que prácticamente han hecho toda su carrera juntos pero adolecen del mismo problema: la dirección de actores. Es como si tuviesen temor de dirigirlos (o de dirigir figuras rutilantes), de darles indicaciones claras del rumbo adecuado para su trabajo. Además del caso de Brie Larson, sucede también con Jude Law y Anette Benning en este estreno: ambos tienen personajes determinantes en el texto y sin embargo aquí no parecen poder llegar a ese lugar, tal vez porque la construcción en el relato, también escrito por la dupla realizadora, carece de peso dramático. Lo que sí tiene a favor, además de la cuestión femenina del momento, son: la estética homenaje al cine clase B en el diseño de las razas extraterrestres (que remiten a las viejas producciones de Roger Corman); una buena factura técnica (esperable por cierto), una buena banda de sonido con temas de los ‘90 que plantan en época al espectador y, finalmente, el interés que genera el personaje en sí mismo por la significancia implícita en todo el universo Marvel que pasó por el cine. Es icónica su presencia y esta es la razón principal para creer posible que en su primer fin de semana de exhibición “Capitana Marvel” llegue cómoda a los 400 mil espectadores en nuestro país. Está claro: la boletería suele saludarse de muy buen grado con los superhéroes. El cine, no tanto.
Al término de la proyección de éste estreno uno piensa que el profesor de guión de cualquier universidad de cine del mundo tendría con Steven Knight, su autor y director, un diálogo con esta apertura: : “Vea Knight (lo trata de usted), si es por la apertura y cierre de su texto, usted empieza con un zoom in de un ojo y cierra de la misma manera, es decir con un zoom out del mismo ojo. Eso es correcto, y veo que ha aprendido bien a establecer el punto de vista. Usted es literal. Lo que veremos de esa primera toma en adelante lo piensa, lo sueña, o lo imagina una persona. El problema es todo lo que pasa entre esas dos tomas ¿se da cuenta? Usted, Kinght ¿Qué demonios quiso contar?” Más allá de todo esto, uno entiende a partir del planteo inicial que la cosa va por el lado del entretenimiento, y sólo eso. El “cómo” es lo que convierte a “Obsesión” en un producto pretensioso que tiene la extraña capacidad de auto-vaciarse. Luego del ojo, la primera escena describe un poco al personaje y su obsesión. Vemos a Baker Dill –“¿Quién le sugirió éste nombre imposible, Knight?”- (Mathew McConaughey) en un barquito de pesca en la isla de Plymouth junto a su ayudante Duke (Djimon Housoun). Ambos se ganan la vida llevando turistas a pescar mar adentro, así que ahí están. Pronto descubrimos la supuesta obsesión del título porque, al momento en el que parece que “picó uno grande”, Baker se da cuenta que se trata de un atún muy grande que viene tratando de sacar hace mucho tiempo. Toma la caña de pescar y hasta amenaza a los clientes con un arma sino lo dejan a él sacarlo. Tanta es su excitación por sacarlo del agua que hasta le puso nombre –“Knight, ¿’Justicia’ se llama el pez? ¿Por qué no le puso “Sutileza”, así tardamos más en darnos cuenta de todo?” En la platea uno se pregunta si de verdad vamos a ver una versión de “El viejo y el mar” (1958 y 1990), pero con un atún. La cosa se va a complicar porque a esa actitud autodestructiva (de su negocio) se agregarán otras tantas más que no tienen pies ni cabeza. Cuando está corto de guita se prostituye con una mujer (Diane Lane), y luego sigue con el tema del pececito. Hay un hombre de traje que llueva o salga el sol trata de interceptar a Baker para hablar con él, y por último se presenta su ex esposa (Ann Hathaway), en pose de femme fatal de film noir para proponerle que mate a su actual marido a cambio de diez palos verdes. Todo está tan lleno de clichés y descripto por diálogos tan superficiales que hasta los trabajos de buenos actores y actrices se ven sobreactuados. Se pretende un registro parecido al que tenía todo el elenco de “The Truman show” (Peter Weir, 1998) para con el personaje de Jim Carrey, sólo que éste último justamente se mantenía en un tono distópico por lo que se revela después. Lo mismo intenta hacer el director de “Obsesión”, pero las situaciones planteadas de esa manera, sin autoconciencia, se le tornan irremontables, mueven a risa cuando su impronta es la contraria. Steven Knight queda preso en su propia jaula. Hay una vuelta de tuerca que intenta justificar todo lo que vemos, pero luego de analizarla ya fuera del cine, y con un rato para decantar, nos damos cuenta que en lugar de justificarse argumentalmente el giro de la trama prácticamente niega la propuesta inicial, y toda la credibilidad se cae a pedazos. Es raro porque, como guionista, los antecedentes son realmente importantes en la carrera del realizador, empezando por aquella brillante “Promesas del Este” (David Cronemberg, 2007). “Mire Knight a mí me parece que esto lo escribió cuando tenía catorce años, en algún taller del colegio, y se habrá sentido un genio con la idea. Suele pasar a esa edad. Si tiene más de estos hágase un favor: vuelva a leerlos antes de empezar a filmar”
Interesante vuelta de tuerca en la temática del mundillo vampirísta Luego de muchas temporadas de premios Oscar hay tantas teorías conspirativas como galardones otorgados, así que para no ser menos vamos a suponer que algo de fuerza hizo la nominación a mejor maquillaje y peinado para que el espectador se pregunte por “Border”: sentí algo hermoso, esta pequeña gema que se estrenó esta semana. Antes de hurgar en los pliegues de la trama es bueno saber que John Ajvide Lindqvist es, junto al director Ali Abbasi y una tal Isabella Elköf, el guionista. El apellido suena desde aquella más que interesante “Criatura de la noche” (Thomas Alfredson, 2008) que se encargaba (muy bien) de bajar el mundillo de los vampiros a tierra, para alejarlos de la mitología de cruces y estacas, en pos de utilizarlos para contar otra cosa. Ese costado pocas veces explorado en el género como el dolor de la existencia eterna. De la misma manera, es decir, con la habilidad que los buenos escritores tienen para mutar, fusionar los géneros, “Border” sentí algo hermoso, también instala una temática nutriéndose de elementos que juegan a reflejar los prejuicios humanos. Contrastada con los cánones de belleza femenina de la última parte del siglo XX y este inicio del siglo XXI, Tina (Eva Melander) es fea. Luego veremos que deliberadamente se la presenta así, pero en principio hay una búsqueda estética que funciona claramente por contraste, como si ella perteneciese a la etapa anterior de la evolución del homo sapiens. Su rostro (el trabajo de maquillaje es realmente prodigioso) se asemeja a alguna de las criaturas que Peter Jackson mostró en la saga de “El señor de los anillos”, una suerte de orco salido de las leyendas nórdicas, cosa que luego comprobaremos, no es casual. Es agente de aduana con una especial habilidad: su olfato para detectar pasajeros que andan en cosas raras. El desarrollo de este sentido es cuasi bestial pues, así como algunos depredadores del reino animal, Tina puede oler culpa, vergüenza, furia, etc, de manera infalible. Así detecta desde un traficante de pornografía infantil a mulas con droga encima. Están tan bien contados estos dos polos, sobre los que se apoya la introducción, que el tema de la discriminación se transforma en pregunta sutil en nuestra mente: si ésta mujer de aspecto tosco, facialmente deforme, introvertida, y de pocos amigos no tuviese esta increíble virtud ¿estaría trabajando allí, o en cualquier otra parte? Un día de rutina, a bastante distancia, nuestra protagonista huele algo fuera de lo común (para ella). Algo que nunca había percibido antes en su rutina y que, por supuesto, se transforma en el punto de giro del argumento. Huele a alguien como ella, de su mismo aspecto, digamos. Vore (Eero Milonoff) accede a ser revisado, pero en esas miradas entre ambos hay impulso, identidad, y deseo contenido. Segunda sutileza temática que se instala en dos o tres planos y un momento clave para el desarrollo de la historia. Lo que sigue en adelante conviene no adelantarlo, justamente porque de ahí en más el casi debutante director Ali Abbasi, además de engrosar sólidamente las bases argumentales de su relato, ofrece pequeños indicios de fusión de género. Drama y fantasía podrán convivir armoniosamente, porque para entonces todo lo que han construido los actores con sus personajes crece con la suficiente fuerza como para dejar instalado un drama profundamente humano, independientemente de la forma. “Border”: sentí algo hermoso, es virtualmente una fábula sobre el miedo a lo distinto y, a su vez, un alegato sutil sobre la convivencia y los falsos prejuicios. Pero no es el guión (en forma directa) ni una compaginación de búsqueda tendenciosa lo que hace esto conclusivo, es decir no hay una bajada de línea con moraleja. Para el realizador alcanza con el texto cinematográfico y con la meticulosa dedicación al confeccionar los planos para dejar que sea el espectador quien pueda interpelar su conciencia e idiosincrasia. Nada mejor como logro para una obra de arte.
No trate de preguntarse por qué. No tiene sentido. Estamos en tiempos bastante convulsionados y la industria del entretenimiento anda tratando de entender lo que está pasando. Corre detrás de soluciones mágicas y de respuestas cuyas preguntas todavía no están del todo formuladas. En este contexto hay productos audiovisuales que provocan desconcierto en el espectador. que se sienta estupefacto a mirar cómo los productores se siguen debatiendo en un mar de ideas híbridas en cual no hay ni una balsa de sentido común de la cual agarrarse. Por ejemplo “El manicomio”, uno de los estrenos de esta semana, no tiene como pretensión principal asustar, lo cual es una herejía para el género en el cual está inscripta, sino congraciarse con el universo de las redes sociales en general, y de los youtubers en particular. ¿Qué es un youtuber?, preguntará usted que ya escuchó el término al vuelo, pero no legra encajarlo en su realidad cotidiana. Es un pibe o una piba con un canal propio en esa famosa página de internet que sirve para ver videos, sólo que el contenido es generado por ellos mismos. Sí, Youtube le permite crear sus propias piezas para decir y hacer lo que se le dé la gana. No hay muchas reglas para ello. Hay muy pocas restricciones. Si usted se molesta en tipiar “Rubius” o “Mark Plier” (dos operadores de esa red) seguramente se los encontrará con un cambalache de opiniones de todo tipo sobre todos los temas. Hablan mal, escriben peor y la mayoría vive en (y de) esa red como si el mundo hubiese empezado por ahí. Paradójicamente, hoy un youtuber puede tener tantos seguidores como una serie de Netflix y ejercer, por carácter transitivo, mucha más influencia que cualquier medio de comunicación de antes y de ahora. ¿Quiere un número escalofriante? Desde 2011, aproximadamente, al primero que mencionábamos más arriba lo siguen más de 33 millones de personas. ¿Qué es lo que NO están viendo los genios del marketing, y sobre todo los políticos? Mucho, pero en principio un hecho contundente. Internet es, a la vez de anárquico, el medio más democrático que existe. Todos, cualquiera de nosotros puede hacer eso mismo luego, es lógico que algunos cañones se apunten a ese mercado. No quiera saber si “Rubius” dice que “El manicomio” está “re-piola”, lo que puede generar en la taquilla. Esto nos lleva nuevamente al principio. Los protagonistas son youtubers que, enterados de la existencia de un viejo nosocomio abandonado, deciden que ese es material interesante para subir a las redes por lo cual la idea es instalarse ahí por un día. ¿Le suena? Efectivamente, hace unos meses nada más se estrenó “Gonjiam” (Beom-sik Jeong, 2018) exactamente con el mismo argumento, e igual de mediocre por esquivar justamente la razón esencial por la cual se producen obras de este género. Lo único que cambia en este estreno es el país y el idioma, lo demás se mantiene intacto y tal cual ocurría con su antecedente, nada de lo que se ve pretender ser una lectura sobre nuestros tiempos, o sobre esta nueva generación conectada constantemente, ni mucho menos una lectura extrapolada sobre la ambición o necesidad de lograr fama o seguidores cueste lo que cueste. No. Desde el minuto uno la conexión es explícita con la forma de comunicación que los chicos tienen para lograr una empatía forzada y vacía. Como si los guionistas estuviesen buscando amigos por conveniencia en lugar de centrarse en lo realmente importante para este género. Así, se producen extensos y aburridos diálogos intrascendentes con cámara o celulares en mano. Encuadres torpes cuyos planos no tienen ningún valor, una dirección de fotografía confusa que juega tramposamente con los oscuros totales o apagones, exabruptos sonoros que además de molestar al oído se salen de la propuesta de falso-vivo o falso-documental y, por supuesto, un fantasma que a la media hora de proyección uno ruega no sólo que aparezca sino que se cargue de una vez a los personajes y, si es posible, del edificio también. Hablar de actuaciones sería demasiado cruel, los chicos hacen lo que pueden, y se ve que se divierten por cierto. Tal vez es lo único que funciona en esta película, la química entre ellos. ¿Puede tener éxito de todos modos? Sí. No trate de preguntarse por qué. No tiene sentido.
Para los asiduos concurrentes al cine, en especial para ver las de acción, tiros, piñas y persecuciones, el estreno de una nueva de Liam Neeson (ya lejos de personajes como Oskar Schindler o de Rob Roy) supone verlo dándole biaba a los malos amparado en su enorme físico y su impulso vengador. ¿Otra más de Liam Neeson? ¿Hasta cuándo? El veterano acusa casi 67 abriles y sigue repartiendo rosca en la pantalla para ese público que lo sigue incondicionalmente desde hace once años, cuando se estrenó aquella “Búsqueda implacable” (Pierre Morel, 2008). No es que no hubiese hecho cine de acción antes, pero el kiosquito lo puso en ese entonces y mal no le va. No debería sorprendernos de todos modos. No es el primero que lo hace, y si de venganza se trata recordemos que Charles Bronson curró con “ El vengador anónimo” durante dos décadas, desde su estreno en 1974 hasta la quinta parte en 1994, cuando tenía 73 pirulos. Ni hablar de los Stallone, Schwarzenegger, Van Damme, etc. Liam Neeson ya se vengó de casi todos. Parientes, amigos, conocidos con causas perdidas, etc. Lo ha hecho rompiendo ciudades, en trenes y en aviones. Todo le viene bien. Sin eufemismos en su traducción local (atento a la cantidad de seguidores) , la película, cuyo título original es persecución fría, aquí se llama “Venganza”. Así, sin anestesia. El actor irlandés esta vez interpreta a Nels Coxman, un barredor de nieve (imposible no pensar en aquél emblemático capítulo de “Los Simpsons” de “Don Barredora”) que va en busca de aquellos que mataron a su hijo. La autopsia dice que murió por una sobredosis de droga pero el papá sabe que no es así, de modo que a partir de un primer indicio, sacado a coscorrones, empezará a desandar el camino que lo lleve, uno por uno, al mentor del asesinato de su hijo. Basada literalmente en su homónima de noruega “Por orden de desaparición” (2014), esta remake es llevada a cabo por su mismo director, Hans Peter Moland, y el mismo guionista, Kim Fupz Aakeson, en colaboración, para esta ocasión, con Frank Baldwin. La diferencia, claramente, está en su protagonista y en la forma. Pese a su trama básica, “Venganza” es entretenida no sólo por su montaje episódico, buena factura de las escenas de acción, etc; además juega con un sentido del humor que balancea correctamente la sensación de predictibilidad del argumento. Fuera de esto, no deja de ser un producto que a esta altura se dividirá entre los fans de los castañazos de Liam y aquellos que se queden con sus papeles más “serios”.
Son varias las compañías y estudios de animación que intentan ser lo que no serán nunca. Pixar hay una sola. Lo mismo con Blue Sky, Dreamworks Animation, Disney, etc. Ese querer ser conspira siempre contra el contenido, pero de vez en cuando alguien se equivoca y recuerda que una buena idea puede trascender más allá. Ese alguien se llama Ross Venokur y si bien es probable que si se hubiese sentado un rato más a masticar y rumiar su guión para dejar salir la idea en todo su esplendor, su segundo opus, “El príncipe encantador” tiene cierta originalidad en su planteo que se suma a las últimas tendencias del cine animado de producción comercial. Esas que intentan romper con las estructuras tradicionales del universo de princesas que sufren y esperan a su príncipe azul para poner al género femenino en otro lugar mucho más inclusivo, combativo e igualitario con “Valiente” (2012) y “Frozen” (2013) como mascarones de proa. En una introducción rápida y concisa Cenicienta (Ashley Tisdale, doblada por Gaby Cam), Blancanieves (Avril Lavigne, doblada por Gaby Meza) y “La bella durmiente” (G.E.M., doblada por Paola Del Castillo) cuentan que fueron maldecidas por un hechizo, pero rescatadas por un príncipe. Contentas ellas porque están a punto de casarse sin saber (y aquí está la originalidad del planteo) que se trata del mismo príncipe, Felipe Encantador (Wilmer Valderrama, doblado por Ricardo Margaleff). Este chico casi adulto, irresponsable, bastante torpe y algo cobarde, fue hechizado también por la Reina Amargura (Nia Vardalos, doblada por Lorena de la Garza). Sino encuentra el beso del verdadero amor para cuando cumpla 21 añitos, se ganará el odio del pueblo, así que el papá lo manda a laburar porque sino; chau reinado. Quien sale al cruce de esta aventura es Lenore (Demi Lovato, doblada por Daniela Luján), una ladrona de poca monta pero muy ágil, fuerte y valiente, que por cuestiones de codicia se unirá al príncipe en su búsqueda. Una pareja poco probable que, por supuesto, terminará queriéndose. El filme transita por caminos ya conocidos en este género y lo hace con la astucia de buenos diálogos y situaciones, suplantando la falta de presupuesto técnico que la elevarían a una categoría mayor, es decir, lo de siempre: un buen guión ayuda a potenciar todo lo demás. Los valores más profundos de ésta producción están justamente en el intento de trocar los roles que en otra época le hubiesen correspondido al género opuesto. En estos tiempos eso se aprecia porque son las próximas generaciones las que se pueden alimentar de estos nuevos paradigmas sociales. Desde ese punto de vista, y sin ser una revolución en la historia del cine animado, “El príncipe encantador” juega el juego de la irreverencia, y aunque esa intención se diluya a medida que avanza el relato, lo que queda es un buen entretenimiento para los chicos.
Zain (Zain Al Rfeea) es un niño pobre que vive en Beirut, en una zona muy difícil. La situación marginal es infernal, asquerosamente infernal. No sólo en las calles sino también en el (vamos a llamarlo) ámbito hogareño en donde la ausencia de padres y la miseria absoluta harán revolver el estómago a más de algún espectador sensible. Dicen las sinopsis que tiene 12 años el chico, pero realmente parece menos. “Cafarnaúm: La ciudad olvidada” arranca con chicos de esa edad jugando a ser soldados en las calles de Beirut. Una secuencia que también dará cuenta de la imagen de libertad y lucha que los adultos dejan marcadas a fuego en el ADN de las generaciones venideras. Paralelamente, el relato se centra en la estancia de Zaim en una cárcel por haber matado a “un hijo de puta”, y frente a un juez a quien manifiesta su deseo de llevar a juicio a sus padres por el hecho de haberlo concebido. Lejos, pero muy muy lejos, de las sutilezas que supo mostrar en "Caramel” (2007), la directora y actriz libanesa Nadine Labaki, elige ir por el camino más fácil para mostrar este universo cuya historia irá contando en montaje paralelo, las circunstancias que llevaron a su protagonista a la prisión y la resolución del conflicto familiar. El camino más fácil, efectista, panfletario y desagradable es el de mostrar el contexto social con crudeza y sin piedad por ninguna de las criaturas que pasan frente a cámara empezando por Zain. Casi todos los planos, desde los generales a los detalles, se manifiestan de forma gráfica con la clara intención de provocar al espectador más que interpelarlo. Esa forma que tanto se critica en la TV amarillista, a la cual no se le mueve un pelo a la hora de mostrar un asesinato en una salidera o a un chico robando una joyería, es el estandarte estético que la directora elige para su obra. Lo que comúnmente se llama “golpe bajo”. Desde el uso de los drones para las tomas aéreas hasta los planos picados y contrapicados se tornan obvios y predecibles perdiendo su poder expresivo, e incluso su valorización en la compaginación cuando la banda de sonido le indica al espectador la emoción de rabia, impotencia, compasión o lástima debe sentir, según el momento del relato. No obstante el recurso de la “porno-miseria”, hay un relato que se narra con ritmo y pulso vertiginoso subido al discurso de un texto cinematográfico que habla de la terrible situación social que se vive en la capital de Líbano. El trabajo sobre expuesto del chico Zain Al Rfeea tiene momentos de una verdad insoslayable, y probablemente sea el verdadero nexo emocional entre la película y el espectador. También es probable que ese ritmo narrativo y la temática hayan catapultado la nominación al Oscar a mejor película de habla no inglesa de “Cafarnaúm, la ciudad olvidada”. De ahí a ser una buena película hay un abismo.