El espía que sabía demasiado Una de las novelas de espías más famosas y exitosas finalmente tiene una versión para la pantalla grande. La dirección es de Tomas Alfredson (Criatura de la noche) y en la actuación sobresalen Gary Oldman y Colin Firth. Nombres de prestigio sobran en la adaptación de El topo, novela setentista del ex espía John le Carré, también autor de El espía que vino del frío, El jardinero fiel, El sastre de Panamá y La Casa Rusia, todas transpuestas al cine. El plantel actoral, por su parte, encabezado por el gran Gary Oldman, está constituido por un dream team británico e irlandés que inspira respeto y admiración (Hurt, Firth, Hinds, Hardy, Jones, entre otros). La duda se dirigía al director, el nórdico Tomas Alfredson, en su primera incursión en ligas importantes luego de la excelente Let The Right One In (Criatura de la noche), aquella historia de una niña vampiro que tendría su remake en Hollywood. Pero la incertidumbre con Anderson no recaía de su capacidad narrativa para contar una historia (Let the right One In es una película de climas y atmósferas enrarecidas) sino en la manera en que se desenvolvería con semejantes monstruos actorales y, especialmente, en dilucidar cómo trasladaría en imágenes una trama que transcurre en los años de la Guerra Fría con infinidad de vueltas de tuerca, idas y vueltas en el tiempo, mucho texto y una (casi) ausencia de acción física. El resultado, por suerte, es más que satisfactorio. Más aun, la única escena de acción “exterior” está al comienzo cuando se produce un asesinato en Budapest, donde un agente cae muerto en una operación de inteligencia que salió mal. De allí en adelante, la película se estructura a través de cuatro historias paralelas, alguna con más importancia que otra, donde la elección del flashback como herramienta de estilo hace avanzar al relato para comprender los vericuetos públicos y privados del clan de espías organizados por el personaje que encarna John Hurt con su rostro que ostenta las grietas que marcan el paso de los años. Todos son sospechosos de esa misión que salió mal y por esa razón George Smiley (Oldman en una performance trabajada a través de silencios) será el asignado por el poder para descubrir al responsable de aquella frustrada misión. El topo es una película que no debería pasar desapercibida. Puede parecer demodeé entre tanto cine de acción donde los personajes cumplen misiones a 2000 kilómetros por ahora. Hasta puede resultar confusa en algunas de sus hábiles artimañas de guión y en su particular estructura supeditada al flashback, en especial, cuando se narra la traición de la mujer de Smiley, entre otras infidelidades públicas y privadas que se muestran en la película. En todo caso, se trata de un film –del que no conviene contar demasiado su intrincando argumento– que requiere de la paciencia y el interés del espectador desde el mismo inicio y durante dos horas. Película laberíntica donde nada es lo que parece ser, El topo retoma el viejo axioma que se puede contar una buena historia sin necesidad de que se produzcan explosiones inútiles ni surjan héroes acrobáticos excedidos en anabólicos.
La familia unida… una vez más En un verano de cine débil en cuanto a calidad, con las consabidas películas Oscar y la adrenalina como objetivo imperioso, no podía faltar Robert Rodríguez y su versión “hago esta clase de films para que vean mis hijos”. Claro, el otro director, el de la violencia berreta que rinde culto al cine de bajo presupuesto (El Mariachi, El planeta del terror, Machete) y a la historieta (Sin City, La balada del pistolero), solo o con su amigo Tarantino, de vez en cuando se toma un descanso para hacer películas destinadas a la familia, en especial, la saga Mini espías, ahora en su cuarta parte luego de diez años sin niños inteligentes (¿o insoportables?) y perros que hablan. Pues bien, los púberes protagonistas de la primera ya crecieron y por ese motivo aparecerán ya grandecitos en la segunda mitad. Por eso, ahora el hogar de la espía que encarna Jessica Alba, madrastra y reciente madre que no soportan los dos chicos de su esposo periodista, se verá alterado por una nueva (otra) misión de salvar el planeta según los deseos de un personaje que parece sacado de una película con James Bond… en versión infantil. Algunos secretos se revelarán: la doble vida de mamá, la torpeza del papá, la sabiduría del can de la casa, la necesidad estilo lección de vida de que la familia venza todos los obstáculos. También, la reconciliación y comprensión de los chicos frente a su madrastra, que al fin y al cabo anda de acá para allá con su doble trabajo, además de soportar las flatulencias de la recién nacida. En realidad, una cinta como Mini espías 4 podrá entretener, en especial a los fans de la saga, pero la sensación que transmite es de agotamiento y fórmula extinguida que trata de disimularse bajo la catarata de efectos especiales, anteojitos 3D y puro asombro visual. Y nada más. Sobre Robert Rodríguez, un cineasta sobrevalorado de manera excesiva, se espera que dentro de unos años no siga con la saga pensando en sus futuros nietos. Mientras tanto, se sugiere escuchar la excelente versión en Kill Bill 2 de “Malagüeña salerosa” junto a su grupo Chingon, mucho más interesante que buena parte de su obra cinematográfica.
Entre citas, influencias y claroscuros Una producción local que se anima a pelear contra los lugares comunes del cine de terror convencional. Bienvenido el cine de terror, el de acá, el de allá, el de todas partes. Bienvenidos los miedos, temores, sustos, historias tenebrosas, personajes extraños o temibles, casas siniestras, gritos histéricos, traumas propios y ajenos. Bienvenidas, entonces, las buenas historias que intentan renovar al género desde su ubicación más standard. Es lo que no ocurre con Penumbra, película nac and pop de los hermanos García Bogliano, también responsables de Habitaciones para turistas y Sudor frío, entre otras incursiones genéricas. Es lo que sucede en Penumbra, un film que se pelea todo el tiempo para huir de los lugares comunes y de las convenciones del terror, ganando algún round aislado y perdiendo por puntos luego de algunas caídas en el piso. Como le pasa a la abogada y agente inmobiliaria española que encarna Cristina Briondo (hermosa, verborrágica e insoportable) quien deberá mostrar un departamento en alquiler a un grupo de individuos, en principio, no tan sospechosos. O sí, o tal vez algo, o al poco tiempo, más que sospechosos, ya que estamos ante una película genérica con elementos del thriller entre cuatro paredes con alguna dosis de humor negro y muchas, demasiadas conversaciones, supuestamente importantes entre los personajes. Los García Bogliano Brothers juegan con sus citas e influencias (Carpenter, de la Iglesia, Polanski, las historias para televisión de Narciso “Chicho” Ibáñez Serrador) logrando determinados climas que condicen con el género, en especial, cuando Penumbra muestra cómo se modifica el personaje central, construido desde una arrogancia insoportable hasta hacerle traslucir un más que transparente sufrimiento. También hay algún coqueteo con el “adentro” y el “afuera” del terror, ya que quienes odian, engañan o necesitan de la protagonista, están a la espera de que se produzca un eclipse, razón a la que alude el título del film. Sí, algo parecido a El príncipe de las tinieblas de Carpenter, donde Alice Cooper encarnaba a un homeless genérico. Y si ocurre un eclipse en un film como Penumbra dos son las posibilidades: 1) sólo se trata de un eclipse; 2) se necesita del eclipse para un ritual satánico o algo parecido. La respuesta es obvia.
Secretos de familia en Hawaii Si hay un punto que une a las cuatro películas de Alexander Payne es su habilidad para construir guiones y transmitir historias que no se parezcan al modelo hegemónico industrial de Hollywood. O, por lo menos, si no se diferencian tanto, que se disimule a través del tono, cambiante y fugaz, donde confluyen momentos agradables y asordinados, bordeando el patetismo pero sin caer en los lugares comunes con tal de esquivar las convenciones. Es decir, es un director astuto y allí está la opera prima La elección (su mejor película), la sobrevalorada Entre copas y la fallida (con responsabilidad importante de Jack Nicholson) Las confesiones del Sr. Schmidt. Dentro de esas gambetas de guión y diferentes tonalidades fluctúa Los Descendientes, que probablemente gane algún Oscar (acaso Clooney como actor, tal vez mejor adaptación), una película que parece representar el más extremo lugar que permite Hollywood a una (supuesta) independencia dentro del sistema. Payne sabe de esto y vuelve a recurrir a su habilidad para pergeñar una trama donde los afectos familiares están deteriorados y una situación límite actúa como condicionante en el comportamiento de los personajes. Es lo que le ocurre al líder de familia que encarna Clooney, quien debe contener a sus dos hijas preadolescentes ya que su esposa, infiel a él, se encuentra en coma por un accidente. Esta historia, la principal, convive con aquella en la que el personaje deberá decidirse por una millonaria venta de tierras donde están implicados otros familiares cercanos. Entre esas dos tramas surge Hawaii como paisaje ideal y soñado, cuestión que la película utiliza con mayor o menor propósito turístico, pero indisimulable frente a un argumento que parece contar la vida de una familia millonaria que carga con su propia tristeza. Allí, justamente, está presente la habilidad de Payne: pelear contra los lugares comunes, tensionar los límites un modelo de representación archiconocido dentro de la temática “familia con problemas”, entrometerse en la obscenidad ostentosa del dinero, hacer confluir un drama atroz con instantes de comedia risqué, siempre con el sustento del guión atrás, de la escritura perfecta, de la banalidad que rodea a la película. En efecto, Los Descendientes es pura banalidad pasatista concebida por un director sagaz que habla de los afectos, la condición humana y todo aquello que puede adornar una crítica constituida por lugares comunes. La historia del padre y sus hijas, por otra parte, se impone a la del litigio por las ventas de esas tierras paradisíacas, pero esto poco importa, porque Payne ordena los materiales con astucia para complacer a un espectador que desea emociones fuertes, y al mismo tiempo, contenidas. Al fin y al cabo, es una película perfecta donde traslucen todas sus costuras, su sello inconfundible de relato con gente de guita que carga con taras y traumas y con una tristeza que se disimula en los amaneceres y anocheceres de Hawaii. Una notoria perfección que nunca condice con una película recordable a largo plazo.
Fiesta pagana y humor delirante El filme es lo más parecido a un especial del programa de televisión con la marca registrada Capusotto-Saborido pero en 3D. Una bacanal de ideas tumultuosas y anárquicas, con los personajes más celebrados de la dupla. La sinceridad de Capusotto y Saborido es más que elocuente: Peter Capusotto y sus 3 dimensiones es lo más parecido a un especial de Peter Capusotto y sus videos. Pero esa franqueza de la dupla, creativa y original, apunta más alto en esta oportunidad a través del 3D y de un propósito, ya de por sí, ambicioso: complacer a los fanáticos que concurrirán al cine como si se tratara de una fiesta, pero también seducir a quienes se mantienen o ubican “afuera” del fenómeno. El pretexto argumental es disertar sobre la industria del entretenimiento y para eso nada mejor que convocar a Violencia Rivas y su carácter irascible que media entre el rock punk de antaño y una Lita de Lazzari en versión bizarra. De allí en más, la película (algo semejante a una bacanal de ideas tumultuosas y anárquicas dentro de un orden establecido) deja el convite para que surjan, entre otros, Micky Vainilla, Jesús de Laferrere y Bombita Rodríguez, tres de los personajes más celebrados del dúo. Entre ironías, publicidades que actúan como “separadores” y un humor que concilia el delirio y la lectura subliminal o directa de carácter político, transcurre la hora y media de esta orgía humorística y placentera. También, excesiva, cuestión que los fanáticos agradecerán sin tapujos, en tanto, aquellos que no comulguen con el fenómeno, tal vez, mirarán con cierto desgano. Las influencias también son elocuentes: el humor corrosivo y voraz de aquellos Monty Phyton, el estilo narrativo de viñeta episódica de los primeros films de Woody Allen, los “separadores” publicitarios que remiten al Almodóvar de la movida española. Los segmentos más contundentes hacen anclaje en Bombita Rodríguez y su historia peronista montonera y en la postura fascistoide y reaccionaria de Micky Vainilla, en tanto, las apariciones de Jesús de Laferrere y Pomelo, traslucen menos eficaces en relación con el programa de televisión. Pero el momento que se lleva todos los elogios refiere al episodio Facebook donde un Capusotto multiplicado en su mundo de “Ja-Ja-Ja” provocará que su cabeza estalle al estilo Scanners de David Cronenberg. Cabría plantearse, entonces, si Peter Capusotto y sus 3 dimensiones es una película o la invitación que hace un par de amigos para una fiesta lúdica y pagana constituida por aquello que se sabe de antemano. También, podría interrogarse si semejante celebración conformará a propios y extraños. Quien escribe esta reseña crítica confiesa que le resultó muy difícil tomar distancia del fenómeno Capusotto & Saborido, que se sintió a sus anchas con la invitación a la fiesta, que la pasó más que bien y que no tiene problema alguno en repetir la experiencia.
El lado más oscuro del policial El reconocido director David Fincher está tras el mando de esta adaptación de la primera entrega de la trilogía Millenium. Daniel Craig y Rooney Mara protagonizan una trama de asesinato, intrigas, violencia y humor negro. Entre los fanáticos de la trilogía Millennium, los rabiosos conocedores de los tres libracos de Stieg Larsson y los seguidores de David Fincher las discusiones y polémicas estarán a la orden del día. Si los films de origen nórdico merecían o no esta primera remake que adapta el texto inicial (Los hombres que no amaban a las mujeres), si la hacker bisexual punk que encarna Rooney Mara está a la altura de Noomi Rapace, si Daniel “James Bond” Craig tiene la presencia del sueco Michael Nyqvist, si La chica del dragón tatuado es un film personal o de encargo del prestigioso Fincher, si esto o lo otro. Por esos motivos, las comparaciones serán odiosas, pero en este caso bienvenidas, ya que tratándose de un film del riñón de la industria estadounidense, que muy de vez en cuando autoriza un espacio de discusión, el último opus del director de Alien 3, El club de la pelea, Pecados capitales, Zodíaco (su mejor película) y Red social tiene sus méritos propios. Importantes y personales méritos. La historia se parece bastante a la inicial de la trilogía sueca y el paisaje –referencial, intransferible– se respeta en la versión de Fincher. También las características esenciales del dúo central; por un lado, Michael Blomkvist (Craig) con la misión de desentrañar una muerte de hace cuatro décadas dentro de una poderosa familia sueca, y por el otro, la vengadora y espía informática Lisbeth Salander (Mara), custodiada por el Estado y de complejo pasado reciente que incluye una cruel violación. La pareja ideal, entonces, para que Fincher construya dos relatos en paralelo que por momentos colisionan entre sí, y en otros, no encuentran una perfecta fusión. Es que a Fincher le interesa más la particular relación entre Blomkvist y Lisbeth que escarbar en las miserias y atrocidades de la familia Vagner (entre ellos, el veterano Christopher Plummer) que llegan hasta rememorar los años del nazismo en el poder. Sin embargo, pese a la extensa duración del film, la narración fluye sin inconvenientes, mostrando algunos cadáveres destripados (al estilo Pecados capitales), un par de persecuciones que no agobian (como en otros estrenos recientes) y una atmósfera enrarecida que convive junto al paisaje gélido junto un tono mórbido y sombrío totalmente justificado. Con un pétreo y funcional Craig y una atractiva y maliciosa Rooney Mara, seductora pese a que mete miedo desde su primera aparición, con algún lugar para el humor negro y algunas escenas donde el montaje se antepone a la fluidez narrativa, La chica del dragón tatuado se impone como una película donde el estilo del director está presente en cada una de sus escenas: desmesurado y sutil, enfático y de perfil bajo, sucio y desprolijo por momentos, elegante y corrosivo al mismo tiempo. Mucho más que un encargo algo menos que una gran película.
Detective y aventurero A dos años de la primera producción dirigida por Guy Ritchie y con los protagónicos a cargo de Robert Downey Jr. y Jude Law, ahora llega una segunda parte que no levanta la puntería. Con relación a la primera de la saga, en Sherlock Holmes: juego de sombras todo aparece amplificado: más presupuesto, explosiones, persecuciones, personajes, escenas de acción. Al mismo tiempo, sobresale la ineptitud de Guy Ritchie (también responsable de la anterior) para concretar un verosímil en medio de tanta pirotecnia visual aferrada al todo vale que caracteriza a este tipo de producciones. Si en Sherlock Holmes de 2009 el entretenimiento se sustentaba en la química actoral entre Robert Downey Jr. (Holmes) y Jude Law (Watson), ahora la repetición del gesto se transforma en cliché, guiño vacío, arquetipo original convertido en estereotipo sin sustancia. La historia ubica a Holmes enfrentado a un gran rival, el inteligente profesor Moriarty (Jared Harris), ya que la película establece la confrontación de ambos como si se tratara de un western. Pero, claro está, se trata de un duelo entre interrogantes e hipótesis, donde el personaje de Conan Doyle supone que su rival sería el culpable del inicio de la Primera Guerra Mundial. En efecto, se producen una serie de inexplicables atentados que configurarían una futura disputa bélica entre Francia y Alemania y allí están Holmes (seductor aventurero) y Watson (sostén infalible para los planteos del primero) listos para rescatar al mundo. En Sherlock Holmes: juego de sombras hay más personajes, pero esto no implica que tengan peso dramático dentro de la historia. Por ejemplo Madame Simza (Noomi Rapace), de apabullante presencia pero ineficaz dentro del relato, como si la historia que se cuenta sólo le destinara un rol superficial y satelital, meramente ilustrativo. De allí que Ritchie sólo se vale de la fórmula gastada (válida pero raquítica) de contar con un par de actores carismáticos como centro del relato. Ahora bien, ¿es suficiente para concretar una película interesante? El juego del gato y el ratón es transparente y de discurso directo. Los chistes y las ironías están puestos ahí, sin mediatizaciones ni sutileza alguna. Todo transcurre a puro acierto de guión, o en todo caso, el film se vale de una frase expresada en el momento adecuado, de una sonrisa de Robert Downey Jr., de un astuto corte de montaje, de un primer plano de Jude Law, de una explosión inesperada. Es decir, todo está en su justo lugar y hasta puede resultar entretenido dentro de lo que espera en esta clase de superproducciones. Entonces, ¿es suficiente para sostener dos horas donde los únicos aspectos rescatables ya estaban en el film anterior? En un verano cinematográfico de películas aceleradas y personajes que no paran de correr invocando a la tan fagocitada adrenalina del mainstream, Sherlock Holmes: juego de sombras es otro ejemplo de ineficacia vacía, de producto pasatista, de entretenimiento planificado para el goce efímero. En cuanto al sobrevalorado Guy Ritchie (Snatch, cerdos y diamantes; Juegos, trampas y dos armas humeantes), con el devenir del tiempo, la historia del cine terminará identificándolo por tratarse del ex-esposo de Madonna y padre de dos criaturas. Sólo por eso.
Otro triunfo del cine uruguayo En su debut cinematográfico como director, Daniel Hendler construye en Norberto un personaje rico en matices e indescifrable en sus motivaciones. Sincera y memorable. La opera prima como cineasta de Daniel Hendler no disimula las influencias del cine argentino que surgió a mediados de los ’90, pero también refiere al tono asordinado, melancólico y realista que proviene de las calles de Montevideo. Ahí están los bienvenidos antecedentes: de 25 watts y Whisky, la pequeña historia de amor que cuenta Gigante, el minimalismo sonoro que describe Hiroshima y el culto a la cinefilia que ofrece La vida útil. Sin embargo, si Norberto apenas tarde es otro film auténticamente uruguayo debido a su atmósfera teñida de un humor agrio y gris, la mirada de Hendler reposa en un personaje particular, carismático a su manera, indeciso y atractivo al mismo tiempo. Norberto (gran trabajo de Fernando Amaral) no está pasando su mejor momento afectivo y laboral pero serán unas clases de teatro las que le servirán para ir conformando una vida útil. En pequeñas escenas que no necesitan de la euforia catártica, en mínimas charlas con la novia, los amigos y el jefe de la inmobiliaria, Hendler construye un personaje rico en matices, austero en sus acciones, indescifrable en sus acotadas motivaciones. Y la mirada del director se mimetiza con su criatura, seguida por la cámara en forma pudorosa, respetuosa de esos pequeños gestos que se conjugan a un paisaje único e intransferible. Por eso Norberto, con su tibieza a cuestas, está feliz en las clases de actuación y hasta tendrá la oportunidad, con una borrachera encima, de sentirse atraído por su compañera de trabajo. Norberto apenas tarde puede entenderse como la adaptación de un texto de Mario Benedetti en versión siglo XXI, pero Hendler va más allá de las grises historias de oficina del escritor. Su mirada es ambigua y oblicua, como la de su personaje, quien disecciona el paso del tiempo en el casual encuentro con una pareja de viejos. Allí, como en todo su desarrollo, Norberto apenas tarde manifiesta una apabullante sinceridad, a tono con su divagante y recordable personaje. Un pequeño y gran personaje, como la película misma.
La vuelta de Ethan Hunt Pasaron sólo 15 años, pero a esta altura, la Misión imposible de Brian De Palma, la primera de la saga, puede verse como una película zen, despojada, austera, bordeando la estética minimalista. La apuesta se duplicó con la segunda, realizada por el asiático John Woo y luego vino el siguiente opus, concebido por J. J. Abrams en medio de Lost, su aclamada creación. Ahora le toca a Brad Bird (Ratatouille, Los Increíbles) con Abrams como productor, 200 millones de dólares de inversión y locaciones en Moscú, Dubai, Praga y Vancouver, entre otros lugares. Obvio, Tom Cruise vuelve a encarnar a Ethan Hunt y nuevamente es uno de los productores. Pero estos son sólo datos, informaciones, meras especulaciones que rodean a una película como Misión: Imposible – Protocolo fantasma, o en todo caso, apuntes ocasionales, números y estadísticas que conforman la cuarta parte de la saga. Y acá surgen los interrogantes del crítico. Por un lado, podría recurrirse al manual de los lugares comunes y decir que la película entretiene de acuerdo al criterio de cada uno, que las macrosecuencias funcionan, que la historia o argumento o algo parecido no interesa tanto, que en un momento se vuela en pedazos un sector del Kremlin, que en otro viene una tormenta del desierto que se lleva todo puesto, que acrobacias y momentos de acción se suceden cada cinco minutos, que el mundo está a punto de estallar y que sólo el inquieto Ethan podrá impedirlo jugándose la vida colgado desde el piso 130 de un edificio-torre en Dubai. También se podría referir a cuestiones que no tienen relación con la película en sí misma; por ejemplo, que el cine necesita de estos productos, que esto es Hollywood en el sentido más global e invasivo del término o que, sin necesidad de recurrir a un adivino, se está frente a un tanque que superará con holgura el millón de espectadores en poco tiempo. Pero, justamente, también podría aducirse que de cine hay poco y nada, dependiendo, otra vez, del criterio de cada uno, que no hay un ápice de emoción en las dos horas (no confundir con la sobredosis de adrenalina que producen estos films), que los personajes son esquemáticos, los malos son muy malos y las escenas de acción abundan desde el comienzo hasta el final. Ok, otra vez con las escenas de acción. Ocurre que eso es la película: una acumulación de momentos que, supuestamente, entretienen y mantienen en vilo al espectador, provocan el disfrute inmediato, potencian la ya antedicha adrenalina. Y si todo el paquete viene con el sistema IMAX, mejor todavía. Ahora bien, termina la película, Ethan y su gente detuvieron el misil (otro más) y el mundo sigue su curso. Ya está, el entretenimiento efímero ganó por lejos, seguro que vendrá la quinta parte de la saga dentro de algunos años y retornarán las coreográficas escenas de acción. Eso es Misión: Imposible… perdón, ¿cómo era el título completo?
Por los orígenes de la humanidad El director de Fitzcarraldo decidió encarar un proyecto ambicioso: filmar en el lugar donde aparecen pinturas rupestres del hombre prehistórico de hace 32 mil años, utilizando el 3D para plantear una serie de tesis. Sólo a un lunático consciente como Werner Herzog se le podía ocurrir filmar en las cuevas Chauvet (Francia), previa autorización de los expertos, con el propósito de registrar, descubrir, explorar y demostrar por dónde andaba la humanidad hace 32 mil años. Sólo el director alemán, quien ya anduvo por el Amazonas, El Paseo del Inca, montañas y ríos de acá y de todo el mundo, era el indicado para utilizar el 3D con tal de desentrañar los misterios que encierran esas pinturas rupestres y plantear su tesis del protocine debido a las imágenes creadas por artistas anónimos que articularon un discurso en movimiento. Solamente a un tipo como Herzog, que está más allá del bien y del mal, se le podía pasar por la cabeza investigar en aquella prehistoria de glaciares, temperaturas bajas, mamuts, rinocerontes lanudos y leones sin melenas. La cueva de los sueños olvidados, antes que nada, es una película de un director que desde hace tiempo toma al cine como pretexto para escarbar en campos que le pertenecen a la ciencia y sus búsquedas más exploratorias, diseccionando el origen de la humanidad, invadiendo con autoridad un territorio que pertenece a los especialistas. Por eso Herzog aparece en cámara y es el narrador de su último documental, o algo que se asemeja al género. Lejos quedaron los tiempos donde Klaus Kinski metía un barco en el Amazonas escuchando a Enrico Caruso (Fitzcarraldo) o alcanzaba la gracia salvaje en las tierras de El Dorado (Aguirre, la ira de Dios). Esas fueron ficciones con su actor amado-odiado, su alter estado demencial. Desde hace rato, Herzog explora los orígenes del mundo y el espacio cósmico como único responsable de las investigaciones. Por supuesto que en La cueva de los sueños olvidados la ayuda de los especialistas en el tema resulta fundamental para conocer datos, bucear hipótesis, plantear suposiciones y enigmas sobre cómo habrá sido la existencia durante el Paleolítico. Pero es Herzog el responsable de la puesta en escena y son esas cuevas las protagonistas, con sus cinematográficas estalagmitas que el recurso del 3D aprovecha como nunca. En un momento, el guía de la expedición pide silencio para que la cueva transmita sus particulares sonidos, incluyendo los latidos de los corazones de los visitantes. El instante es misterioso, rico en matices, donde el silencio es locuaz y enfático al mismo tiempo. Pero Herzog, alemán en el sentido más principista de la definición, aguanta poco y rompe la magia insertando la banda de sonido. Es que Herzog es tan poderoso y enigmático como la supuesta figura de esa mujer fusionada con un bisonte en una hipotética configuración de los orígenes del Minotauro. Ocurre que La cueva de los sueños perdidos, al fin y al cabo, es un film sugestivo e intangible, seductor y antiturístico, específico y único en su especie. Como su mismo director.