En la reseña de la última entrega de Rápidos y furiosos mencioné que la franquicia, debido a la extravagancia de los argumentos, ya estaba a punto caramelo para que los Transformers tuvieran su encuentro con la familia Toretto. En la película de Hobbs y Shaw queda claro que el mundo les quedó demasiado chico a los personajes de esta saga, cuya próxima aventura debería tener lugar en el espacio. Con el paso de los años esta serie pasó de ser una propuesta de acción sobre carreras clandestinas a un clon bizarro del cine de James Bond en sus etapas más ridículas. La realidad es que muchos espectadores también terminamos por dejar pasar esta característica y uno disfruta las películas dentro del pasatiempo ligero que brindan. En este contexto yo puedo aceptar que Hobbs y Shaw desafíen las leyes de la física en sus hazañas exageradas, ahora que tengan como villano a un cyborg con superpoderes me parece que es demasiado. El nuevo trabajo del director David Leitch (John Wick, Deadpool 2) se pasa de rosca con estas cuestiones en una producción a la que le sobran fácil 40 minutos. No hay demasiada justificación para que este film supere las dos horas de duración que se hacen interminables en la butaca. La dupla que conforman The Rock y Jason Statham tiene un enorme potencial que acá se abordó con un conflicto bobo que trabaja elementos de ciencia ficción. Idris Elba, en el peor rol de su carrera, es desperdiciado como una especie de Terminator clase B que parece pertenecer a otra producción. Un personaje que inclusive llega a tener su momento Transformer. Todo el conflicto apocalíptico no termina de encajar demasiado con Hobbs y Shaw que tal vez funcionarían mejor con una premisa diferente. Son personajes que están más para enfrentar traficantes de armas o narcos que clones de villanos de Bond de los años ´90. En materia de acción Leitch cumple con algunas secuencias vistosas pero este film no representa su mejor trabajo en el género. Muchas escenas de peleas y persecuciones después de un tiempo resultan redundantes o terminan contaminadas por un exceso de CGI, producto de la intención de brindar un espectáculo grotesco. Otra debilidad de esta producción es que los personajes principales son extremadamente perfectos y siempre vencen a sus enemigos con facilidad. No hay ninguna situación donde los protagonistas enfrenten algún peligro importante, algo que afecta el tratamiento de la acción ya que se vuelve muy predecible. Lo mejor de esta propuesta pasa por la química entre los actores principales y sus continuas chicanas humorísticas que ofrecen momentos divertidos. Cabe recordar, para quienes les interese, que hay tres escenas post-créditos (una más estúpida que la otra) que aportan situaciones graciosas de relleno. Si optan por no quedarse hasta el final tampoco se pierden nada relevante. Hobbs y Shaw probablemente encontrará sus seguidores más entusiastas en los fans acérrimos de la saga Rápido y furioso que disfrutan el género de acción trabajado de este modo.
La espía roja es una típica película de cable que logró colarse en la cartelera y trabaja una premisa argumental que era muy prometedora. La trama está vagamente inspirada en la historia real de Melita Norwood, la espía inglesa que durante más de 30 años le proporciono a la Unión Soviética todos los secretos relacionados con el programa atómico británico. Estos hechos recién se hicieron públicos a fines de los años ´90 cuando Norwood fue detenida a los 87 años por los servicios de inteligencia de su país. Una caso apasionante que lamentablemente es más interesante de conocer a través del perfil de Wikipedia de esta mujer que en la soporífera película que ofrece el director Trevor Nunn. Un realizador asociado con el mundo de Broadway, cuyo último antecedente para el cine había sido la excelente adaptación de la comedia de Shakespeare, Noche de reyes (1996), con Helena Bonham Carter. La decepción con La espía roja pasar por el hecho que los productores eligieron tomar como fuente una novela de ficción, inspirada en este caso, en lugar de concentrarse en la trama real que era tan interesante. La obra de Nunn se enfoca más en el melodrama y el romance y no desarrolla con demasiada solidez las causas concretas que motivaron a una joven científica a involucrarse en tareas de espionaje peligrosas. El director elige el recurso del flashback extendido para explorar los orígenes de una estudiante de Cambridge que eventualmente se convirtió en una figura clave para la KGB. Sophie Cookson ( Kingsman) interpreta con solidez la versión juvenil del papel que luego encarna en el presente Judie Dench, quien tiene un rol muy limitado a lo largo del film. En ocasiones la trama retrata algunas situaciones interesantes, como el sexismo de los años ´40 en el ambiente académico y científico, que convertía a las mujeres en figuras claves para el espionaje, ya que todo el mundo descartaba que pudieran dedicarse a esas actividades. Desde los aspectos técnicos el film es impecable y todo el reparto ofrece una labor decente, sin embargo la narración de Nunn nunca llega a explotar a fondo los aspectos más intrigantes que despierta el caso real. No queda claro por qué optaron por maquillar con un drama monótono una historia verídica que era apasionante. Una oportunidad desperdiciada que podía haber brindado un film muy superior.
Infierno en la tormenta rompe la mala racha de películas fallidas que ofreció en los últimos años la filmografía de Alexandre Aja. Uno de los realizadores destacados dentro del denominado “Nuevo cine de horror europeo” que cobró notoriedad a comienzos del siglo 21. Su intenso debut en el género con Alta tensión, en el 2003, le dio la posibilidad de insertarse en la industria de Hollywood, donde desarrolló desde entonces su carrera con resultados irregulares. Entre sus películas destacadas sobresalieron las remakes de The Hill Haves Eyes (2006) y Piraña (2010), mientras que sus filmes más recientes, Horns (2013) y The 9th Life of Louis Drax no fueron bien recibidas por la prensa y el público. En su nuevo proyecto, con la asistencia de Sam Raimi en la producción, el cineasta francés ofrece una sólida propuesta clase B centrada en el thriller de supervivencia. A través de una premisa argumental muy sencilla y con dos artistas como únicos protagonistas (Kaya Scodelario y Barry Pepper) la película consigue desarrollar un gran entretenimiento dentro del género. Infierno en la tormenta no tiene más pretensiones que entretener al público con un relato de suspenso que está muy bien construido desde la realización. Aja establece la premisa argumental en los primeros 10 minutos del film y resto de la trama se concentra a fondo en las situaciones de acción y suspenso, que en algún momento también coquetean con el cine de horror. Este tipo de producciones no requiere demasiada intelectualización en su análisis y la calidad del espectáculo depende de la habilidad de su director por mantener enganchado al público con el conflicto. Un detalle que me gustó mucho de este estreno es que los caimanes que acechan a los protagonistas no tuvieron un tratamiento exagerado, como sucedía en Lake Placid (1999), con Brendan Gleeson, donde el cocodrilo central en ese caso tenía un tamaño grotesco. Acá los animales se ven más realistas y tampoco tienen un perfil de villano sino que actúan acorde a su naturaleza. El desafío de los protagonistas no pasa tanto por eliminar a los animales sino de salir de la casa en la que están atrapados para conseguir ayuda en el medio de un huracán. Aja presenta un gran trabajo con las situaciones de suspenso y Kaya Scodelario consigue destacarse en el rol protagónico. Se trata de una película corta que se disfruta mucho si la idea es pasar un momento ameno con una propuesta de este tipo. Los realizadores no tuvieron tampoco más pretensiones que esa y cumple con el espectáculo que brindan.
En el último tiempo numerosos artistas de Hollywood decidieron incursionar en el campo de la realización, como fueron los casos de Jonn Krasinski (Un lugar en silencio), Brie Larson (Unicorn Store) y Olivia Wilde (Booksmart), cuya ópera prima llegará pronto a la cartelera. Entre todos estas propuestas el debut como director de Jonah Hill es probablemente el menos interesante. No porque se trate de una película mala o fallida, sino que brinda una producción muy poco original cuyo contenido es bastante insustancial. Los elogios sobredimensionados de la Liga de la exageración en los medios de prensa venden una genialidad que después no aparece en la obra de Hill. En los ´90 es un collage de lugares comunes más cercano al déja vú cinematográfico que a una película en serio. Queda la sensación que su director vio muchas veces en su vida Kids, de Larry Clark, e intentó hacer algo parecido. Algo que tampoco está mal salvo que la trama no se siente muy original. El relato reúne todo los tópicos de manual del subgénero coming of age que aparecen habitualmente en estas propuestas. En este caso se añade el factor nostálgico de los ´90 que Hill trabaja con la misma sutileza que un violinista que toca su instrumento con una sierra. La dirección es un poco burda en ese aspecto como si el realizador tuviera miedo que el público se olvidara el período donde se desarrolla su relato. En esta película hay un esfuerzo descomunal de su realizador por tratar de brindar un exponente profundo del cine arte independiente y el producto final no resulta muy convincente. Los personajes son tediosos, apenas llegan a ser desarrollados y tampoco despiertan demasiado interés. Hill propone que sigamos las andanzas de un grupo de idiotas durante 85 minutos sin mayor recompensa que la de revivir los típicos clichés del género y no es suficiente. Desde los aspectos técnicos presenta una puesta en escena correcta con una banda sonido que contribuye a ambientar la trama. Lo más valorable de esta producción es la dirección del reparto, integrado por chicos que en muchos casos no contaban con antecedentes artísticos. Las interpretaciones se ven espontáneas y ese es un mérito para reconocerle al director. En lo personal me aburrió mucho este film por la semejanza con otras producciones del pasado, pero los amantes de la nostalgia, que está de moda en estos días, probablemente la abrazarán con mayor entusiasmo.
El rey león es un papelón cinematográfico que mancha el legado de un estudio que alguna vez se dedicó a estimular la creatividad e imaginación en el público. La muerte artística de Disney encuentra sus responsables directos en los mercenarios que hoy conducen esta compañía, amparados por una cultura idiota obsesionada con la celebración de la nostalgia. La remake de este clásico de los años ´90 fue un proyecto fallido desde su innecesaria concepción debido a la naturaleza de la historia y los personajes. A diferencia de Aladdin o La sirenita que pueden prestarse, con un poco de imaginación, a ser reinterpretados desde otra perspectiva, el relato de Simba no se puede alterar demasiado porque pierde su gracia por completo. El margen para hacer algo distinto en este caso era muy estrecho y la única novedad pasaba por los aspectos visuales. No obstante, existía una pequeña esperanza de ver un espectáculo digno debido a que la realización estaba a cargo de Jon Favreau. Un muy buen cineasta que hace unos años concibió una nueva versión de El libro de la selva que tenía identidad propia. Su obra tomaba elementos del clásico de animación y de la novela de Rudyard Kipling para presentar un film, que al igual que Dumbo o La cenicienta, de Kenneth Branagh, funcionaba como un complemento del antecedente de Disney. Lamentablemente Favreau le puso más dedicación a su programa de cocina de Netflix que a esta remake que se limita a ofrecer una copia carbón en CGI, escena por escena, de la producción de 1994. Se trata de un producto comercial desapasionado que carece de alma y visión artística. El rey león (que nunca fue santo de mi devoción) ya acarreaba con el estigma de ser un plagio inmundo de Kimba, el león blanco, de Osamu Tezuka (Astroboy), que los productores tuvieron la desfachatez de ignorar como si nunca hubiera existido. Después contenía toda esa ideología nefasta de la monarquía entre animales con la que era complicado de comulgar. Pese a todo, la calidad de la animación y la soberbia banda de sonido (tal vez una de las mejores de la década de 1990) le otorgaron sus méritos artísticos. El problema con la versión de Favreau es que todos esos momentos emotivos que quedaron en el recuerdo acá se refritaron de un modo gélido y mecánico que dejan a la remake muy mal parada frente a la película original. El hiperrealismo de la animación tiene sus virtudes técnicas pero no deja de ser una producción sin corazón que carece de esa calidez especial que sobresalía en la versión anterior. La recordada muerte de Mufasa, que tal vez te hizo llorar en el cine, acá no te mueve un pelo pese a que fue copiada toma por toma. Lo mismo ocurre con la escena en que Simba y Nala se reencuentran como adultos, que pasa sin pena ni gloria en este relato. El film de Favreau optó por recrear este conflicto a través de la estética que podría tener un documental del sello Disneynature y ese realismo desarrollado con los efectos digitales entra en conflicto con la impronta teatral que tuvo El rey león. Esto se percibe especialmente durante las secuencias musicales que quedaron completamente forzadas y fuera de lugar en la película. Las canciones funcionan como un compilado de grandes éxitos dentro de secuencias desabridas que son deprimentes de ver. Muy especialmente en los casos de “I Just Can´t Wait to Be King”, “Hakuna Matata” y “Be Prepared”(el tema de Scar) que carecen de la magia de la original y no resultan compatibles con realismo que le otorga el director a la narración. Todos estos momentos parecen pertenecer a una producción diferente. Tampoco ayudó demasiado que las pocas innovaciones que incorporaron arruinan la historia o el perfil de los personajes. El clásico de Elton John, “Can You Feel The Love Tonight”, ahora suena en una secuencia diurna (algo que no tiene sentido) en una versión karaoke interpretada por Donald Glover y Beyoncé. La nueva canción que aporta la cantante, “Spirit”, encima es completamente olvidable. El entrañable mono Rafiki perdió su sentido del humor para quedar deslucido en la trama y en general la narración de Favreau es bastante aburrida. El CGI perfecto nunca logra transmitir la calidez que tenían los personajes originales y esto también se percibe en las interpretaciones. Esos matices maravillosos que le dio Jeremy Irons a la personalidad de Scar, que era un antagonista más complejo, en la remake brillan por su ausencia. En manos de Chiwetel Ejiofor el villano suena igual en todas las escenas y nunca llega ser intimidante. Los únicos que logran destacarse dentro del reparto son James Earl Jones (que vuelve a interpretar a Mufasa), John Oliver como el ave Zazu y la dupla que conforman Billy Eichner y Seth Rogen , como Timón y Pumba respectivamente. Estos personajes en particular levantan muchísimo la narración tediosa de la primera parte. Pese a que esta versión es más larga, el trabajo de Favreau no hace nada por añadirle algún elemento interesante a su relato y por ahí pasa la mayor decepción. Lo más triste es que hay toda una generación de niños que tal vez tenga su primer contacto con estos personajes a través de la remake zombi que nadie recordará con el paso del tiempo. No deja de ser una paradoja que entre las nuevas escenas se destaque un momento con un escarabajo que empuja una bola de bosta de jirafa por el desierto. Toda una metáfora poética del cine que Disney le ofrece al público en estos días.
La remake de Chucky demanda un sólo requisito para poder ser disfrutada. Antes de ir al cine tenés que dejar la nostalgia en tu casa. Si al momento de sentarte en la butaca estás dispuesto a ver una interpretación diferente del personaje, esta versión producida por Seth Grahame-Smith (Orgullo, prejuicio y zombis) brinda un slasher muy entretenido con algunos conceptos argumentales interesantes. Hace unas semanas cuando este film se estrenó en los Estados Unidos las primeras reseñas anunciaban una catástrofe con comentarios muy negativos y para variar se trató de un panorama exagerado. Una característica que le valoro a esta producción es que los realizadores no se limitaron a desarrollar una copia carbón de la obra original de Tom Holland, como ocurre con la mayoría de las remakes, sino que desarrollaron una historia diferente que adapta al personaje en un contexto moderno. Si bien la premisa de la trama es la misma, el relato del director Lars Klevberg toma la figura de Chucky para explorar dependencia tóxica hacia las redes sociales, la tecnología cotidiana disponible y el consumismo exacerbado. Un retrato de estos tiempos donde la gente se desespera por cambiar el celular cada seis meses o conseguir likes y seguidores en Instagram. El trailer del film dejaba una incógnita sobre el personaje del nuevo Andy que parecía bastante grandecito para andar jugando con muñecos y en la trama está cuestión quedó bien explicada. El nuevo Chucky es un juguete de alta tecnología que funciona como el dispositivo Alexa de Amazon y tiene la función de ofrecer diversas variedades de entretenimiento. Por esa razón el producto también es consumido por pre-adolescentes. Al concepto de la posesión sobrenatural que se establecía en la franquicia original en este caso se modificó por un origen diferente que convierte al muñeco en una bizarra máquina asesina. La película de Klevberg inserta al personaje en la cultura Millennial y explora los hábitos de consumo de la actualidad a través de un relato que nunca se olvida de ser una comedia de terror. Cuando la trama se adentra en el terreno de la violencia esta remake va al hueso y no tiene miedo en incluir algunas escenas grotescas donde predomina el humor negro. El film incluye algunos de los asesinatos más sangrientos de toda la serie del muñeco diabólico que llega a tener sus momentos destacados. Mark Hamill, quien es un experimentado actor de voz que encarnó la recordada versión del Guasón (en la serie animada de Batman de los ´90) y numerosos villanos de Scooby Doo, queda muy bien parado a la hora de reemplazar la inolvidable interpretación de Brad Dourif. Su versión es diferente pero resulta funcional al relanzamiento del personaje. Una gran debilidad de esta película donde los productores en mi opinión cometieron una pifiada notable tiene que ver con el diseño del muñeco. En la versión original Chucky era un juguete infantil simpático que luego se volvía aterrador cuando terminaba poseído por el espíritu de un psicópata. Por el contrario, en esta remake el personaje tiene un aspecto macabro desde su presentación y eso le resta un poco al concepto de la historia. Mucho antes de convertirse en una máquina asesina el muñeco ya tiene cara de convicto pedófilo y cuesta creer que es un suceso de ventas. Salvo por ese detalle el film presenta un buen reparto y creo que no decepciona como comedia de terror. No dudo un instante en quedarme con el nuevo Chucky antes que otra entrega sopórifera de Annabelle y la saga del Conjuro. Como mencioné en el comienzo de la reseña, si dejás en reposo el sentimiento nostálgico por este ícono del género y le das una oportunidad a la nueva representación, la remake consigue ser muy entretenida.
Illumination se convirtió en los últimos años en la compañía maestra de las películas de animación de góndolas de supermercados. Producciones que por lo general tienen la función de ofrecer comedias genéricas para chicos, con el objetivo de insertar luego a los personajes en numerosos productos comerciales, como yogures y aguas saborizadas. La continuación de La vida secreta de tus mascotas sigue esa línea con la diferencia que es peor que la entrega original. Si bien aquella propuesta del 2016 tampoco fue una gran película de animación, al menos contaba con una premisa entretenida. La nueva entrega es una obra sin inspiración que ni siquiera tiene un argumento definido, ya que la trama se compone de un collage de situaciones graciosas con los animales. Los realizadores desarrollan varias subtramas que no tienen ninguna relación entre sí y luego unifican de un modo forzado en una conclusión que carece de sentido. Tampoco hubo una gran inspiración desde los aspectos técnicos, pese que los productores contaron con más presupuesto y el espectador se encuentra con el estilo de animación insípido que suelen tener los proyectos de este estudio. Mascotas 2 es esa clase de estrenos que los niños olvidan enseguida a la salida del cine y que los adultos que acompañan tienen que padecer durante 86 minutos que se hacen interminables. Salvo que se trate de una salida familiar de ese tipo la película presenta una propuesta olvidable que no merece mayor atención.
La nueva entrega del hombre araña confirma una vez más que el héroe niñato que encarna Tom Holland sin el contexto del universo cinematográfico de Marvel quedaría en el recuerdo como la encarnación más débil de este superhéroe. El hecho que la primera escena post-crédito que incluye esta producción sea un poco más emocionante que todo el conflicto que presenta el film habla de la fallida construcción que tuvo este relanzamiento del personaje. Me encantaría algún día poder ver a Holland en una verdadera película de Spiderman en lugar de una continuación de Iron Man. Peter Parker necesita liberarse de la Stark dependencia, que vuelve a ser tediosa en esta entrega, para ofrecer historias que tengan su propia identidad. Creo que no es exigir demasiado que el protagonista se desempeñe con la rebeldía e independencia que siempre presentó en los cómics, sin utilizar la tecnología de Iron Man para enfrentar a sus enemigos. No se trata de ser un purista de la historieta sino de pedir que se respeten los elementos básicos y esenciales de esta propuesta. La triste realidad es que dentro del cine live action Spiderman se fue al descenso y hoy ofrece producciones que se encuentran en la segunda línea de los productos de Marvel, como la serie del Hombre hormiga. Por ese motivo, Lejos de casa puede resultar algo frustrante para aquellos espectadores que no comulgamos con este tratamiento del justiciero arácnido ni el humor estúpido de Guardianes de la galaxia 2 y Thor: Ragnarok. Lamentablemente la evolución de Tom Holland en este rol brilla por su ausencia. En esta ocasión Parker dejó de ser el perro faldero de Tony Stark para convertirse en el cadete Glovo de SHIELD. El pibe de los mandados de Nick Fury que nunca se rebela frente a la sobreprotección que ejercen sobre él los adultos que lo rodean. Todas las características entrañables del personaje las arruinaron con un nuevo enfoque argumental que no termina de convencer. La primera hora infumable del film es una comedia juvenil del Disney Channel que en ocasiones, cuando el director John Watts tiene ganas y se acuerda, juega con elementos del género de superhéroes. Muchos chistes tontos para complacer a los millennials y poco contenido interesante. En ese sentido la producción animada Spiderman: Un nuevo universo parece una obra de Terrence Malick comparada con esto. Una historia que también lidiaba con conflictos juveniles pero con otra sensibilidad y madurez. Lejos de casa no sólo se excede con el humor sino que la calidad de los chistes es mala y en más de una ocasión cortan de manera abrupta situaciones de tensión. Si Spiderman naturalmente aporta ese contenido resulta ilógico agregar más personajes graciosos, como los maestros de la escuela, que parecen creados por Taika Waititi, el director de Thor: Ragnarok. Dentro del reparto la labor de Zendaya es irremontable como MJ y la culpa no es de ella sino del modo en que está dirigido el personaje. Tomaron una de las creaciones femeninas más carismáticas de Stan Lee y la convirtieron en la chica más insípida posible. La actriz que brindó una muy buena labor en El gran showman tiene los recursos para hacer algo diferente pero el argumento le otorga una personalidad fría que no la beneficia en absoluto. Por el lado del villano Jake Gyllenhaal hace el esfuerzo de darle un poco de dignidad a Mysterio, otro rol que los guionistas (los enemigos reales de Spiderman) también arruinaron con los peores vicios de Iron Man 3. Michael Keaton con el Buitre tuvo un papel más destacado en el film anterior. Pese a todo, los momentos que Gyllenhaal comparte con Holland presentan algunas de las escenas más decentes de esta película y ambos conforman una buena dupla. Por el lado de la acción no hubo mucha inspiración tampoco y ninguna escena puntual queda en el recuerdo, si bien contaron con una buena elaboración desde los aspectos visuales. Queda la ilusión que en algún momento Tom Holland pueda protagonizar una película superior que le permita explorar a Peter Parker con una mayor complejidad. En resumen, Lejos de casa funciona como un pasatiempo familiar ligero para las vacaciones de invierno, pero como propuesta de Spiderman no está a la altura de la jerarquía que tiene este personaje en el universo Marvel.
En Lo que fuimos encontramos el clásico drama sobre enfermedades del canal Lifetime, con la diferencia que tiene un reparto de lujo que supo ser muy bien aprovechado por la directora Elizabeth Chomko. Una actriz que hizo la mayor parte de su carrera en roles secundarios para televisión y con este proyecto consiguió un gran debut como realizadora. Las historias que giran en torno a la demencia siempre son durísimas de ver por las situaciones que plantea el concepto de la afección degenerativa. El relato de Chomko explora las ramificaciones emocionales que tiene en una familia este tipo de conflictos desde una mirada muy realista que evitó el exceso de melodrama o los clichés hollywoodenses. La dupla que conforman Hilary Swank y Michael Shannon como los hermanos que deben lidiar la situación de salud de su madre, a cargo de una sólida Blythe Danner, representa la principal atracción de esta propuesta. Shannon especialmente está excelente en su rol y domina muy bien algunos momentos de humor negro que funcionan para descomprimir un poco la tragedia familiar que enfrentan los protagonistas. No es tan sencillo incluir ese tipo de diálogos en esta clase de películas y el guión de la directora es impecable en ese sentido. Juan Campanella en su momento hizo algo parecido en El hijo de la novia que comparte una temática similar. La mayor debilidad de Lo que fuimos es que por momentos se desbanda con las numerosas subtramas que incluye el relato de la directora, muchas de las cuales no son interesantes y alejan la atención del conflicto central que es lo importante. Este tipo de historias son muy especiales ya que hay gente que prefiere evitarlas directamente por los temas que se abordan. En ese sentido cabe resaltar que la dirección de esta producción nunca cae en golpes bajos ni manipula las emociones del público. Tampoco ofrece nada nuevo dentro de la temática, pero logra ser una película decente que se aprecia principalmente por la labor del reparto. ver crítica resumida
Terror sano y limpio para toda la familia. Esa es la propuesta que ofrece la nueva entrega de Annabelle que fue concebida para entretener especialmente a los espectadores entre 10 y 12 años que recién empiezan a explorar el género. Si bien las producciones previas con la muñeca no fueron precisamente obras de Lucio Fulci, en esta continuación se nota la intención de los productores por atraer a los cines a un público pre-adolescente. Por consiguiente, para los aficionados más veteranos la película puede resultar extremadamente liviana y por momentos aburrida, debido al modo en que se trabajaron las situaciones de terror. Todas las escenas de tensión que se presentan parecen salidas de un relato de la serie Escalofríos o un episodio de Scooby Doo, donde se crean escenarios lúgubres pero sin excederse en situaciones violentas u oscuras. La trama es casi inexistente y sirve de excusa para que el director Gary Dauberman construya un compilado de sustos baratos muy predecibles que nunca llegan a ser emocionantes. El campo más destacado de esta producción reside en el diseño de producción que es muy bueno. El director implementa con efecto el uso de la niebla para establecer algunas atmósferas interesantes que parecen influenciadas por el clásico video Thriller, de Michael Jackson. Muy especialmente en la secuencia inicial que protagonizan Patrick Wilson y Vera Farmiga, como el matrimonio Warren, que brinda probablemente los mejores minutos de la película. En lo referido a los aspectos visuales esta entrega de Annabelle en general presenta un trabajo más inspirado que el bodrio de La llorona. Mckenna Grace, quien se destacó en la serie The Haunting of Hill House ofrece una buena interpretación en el rol principal y está bien acompañada por el reparto secundario. El resto del contenido lamentablemente es olvidable y no le aporta nada a la franquicia de El Conjuro que hace rato dejó de generar un mínimo entusiasmo. Annabelle, como ocurrió en los filmes previos, es apenas un objeto decorativo en el conflicto y se consolida entre los personajes más insulsos y aburridos del cine de horror reciente. Esta entrega en particular también abre la puerta a posibles producciones con otros personajes sobrenaturales, cuya concreción dependerá de la paciencia del público. Reitero, para los chicos que recién empiezan a conectarse con el género este film puede ser más entretenido y comprendo en ese caso que la disfruten, pero para el resto, salvo que la veas gratis, no vale la pena perder el tiempo. Será cuestión de esperar futuros estrenos como la segunda parte de It o Dr.Sleep que aspiran a ser más prometedores.