En La década del ‘20, América Scarfo, con sólo 16 años, mantuvo un romance furtivo, pasional, epistolar…bien cinematográfico. El correspondido era Severino Di Giovanni, el hombre y nombre detrás del anarquismo en la Argentina. Lo notable de un documental como “Los ojos de América” es como sus realizadores Aiana Rosenfeld y Aníbal Garisto se las han arreglado para contar la historia con poco pero fundamental material probatorio, sacando así a relucir una notable pericia y talento para descubrir, investigar, y luego sacarle el jugo a una historia que no por estar enmarcada en el documental, deja de atrapar y emocionar. Como si los elementos disponibles fuesen un conjunto de viñetas, el relato va girando entre una narración del contexto histórico, una voz en off que lee las cartas, fotos, recortes periodísticos y demás, compaginados en forma cíclica. Hay además, una notable preocupación por presentar y desarrollar los personajes como si fuese una ficción. La música y una buena post producción de color y sonido hacen de “Los ojos de América” una buena combinación entre romance y tensión para una historia que merecería, además de éste buen documental, una ficción con todos los condimentos.
Probablemente “Entourage: La película” sea de las pocas series cuya versión cinematográfica se estrena con escaso tiempo de diferencia luego de su salida del aire. “Sex and the city” sería otro ejemplo. Hay una razón fuerte para que esto ocurra: las temporadas de éste producto televisivo han sido exitosas (duró 8 años al aire) pero estarán lejos de ser un clásico. Es más, esta es la creación de Doug Ellin y cuenta la historia de un actor y su séquito (de ahí el título) que lo sigue por todo Hollywood viviendo la vida loca entre sets de filmación, proyectos nuevos, alcohol, drogas y minas en “tarlipes". Hay tantos gags referenciales a la industria y la farándula que habría que ser coleccionista de la versión californiana de la revista Paparazzi para pescar los chistes que, encima, van a velocidad de ametralladora. A esto hay que agregarle un guión pensado para los fans de acuerdo a la cantidad de diálogos que evidentemente se relacionan con uno o varios capítulos. Por suerte hay también cierta piedad para los que nunca supieron de la existencia de la serie, y si bien los personajes son presentados con brocha gorda, la historia y quién es quién se entiende. El fuerte que sostiene toda esta propuesta (así en la tele como en el cine) es Vincent Chase (Adrian Grenier), un actor de secuelas tipo súper héroes que además de exitoso y fachero es pedante, egocéntrico y cancherito. Ahora se le ocurrió dirigir una mega producción para desmedro de la salud de su representante Ari Gold (Jeremy Piven, lejos lo mejor de “Entourage: La película”) La impronta remite a una mezcla entre “Spring Breakers” (Harmony Korine, 2012) por las festicholas, y ”El nombre del juego” (Barry Sonnenfeld, 1995) por lo autoreferencial de la industria. Eso es lo que hay: mucho yate, lujos, culos para los espectadores, abdominales para las espectadoras, y la certeza de que todo va a salir tan bien como se anuncia en el comienzo. ¿Aclara, cierra o aporta algo que quedó pendiente de lo visto en la tele? No. ¿Era necesaria entonces? Depende si la pregunta está dirigida al sentido común o al bolsillo del productor. Los que vieron la serie podrán ir tranquilos entonces.
Puede ser tramposa la pregunta pero vale para el análisis. ¿Aplican para una comedia romántica conceptos como "llena de clichés" o "lugares comunes" a la hora de calificarla? Si la fórmula que va a buscar el público es justamente esa, ¿se transformarían en adjetivaciones positivas? Chico conoce a chica; se gustan, pero pertenecen a estratos, ideologías, sociedades distintas. Se juntan, se besan, luego él, o ella, o ambos, se mandan una macana; se separan, se perdonan,y se besan al final. La estructura es la misma con lo cual las grandes variantes están dadas fundamentalmente por dos factores: la química del elenco (con preponderancia en la pareja protagonista), y el ritmo narrativo otorgado por la compaginación. Cómo será de fiel a la fórmula éste estreno que ni nombres tienen los personajes: son Él y Ella. Ni en una farmacia se consigue algo tan genérico. Obviamente todo esto se cumple correctamente en “Con derecho a roce”. Él (Chris Evans) busca escribir un guión para una de acción, pero su agente le pide primero que haga una romántica para cobrar notoriedad y luego sí, que escriba lo que se le ocurra. El problema es que Me descree completamente del romance hasta que conoce a Her (preciosa y fresca Michelle Monahan) quien, por supuesto, le mueve la estantería pese a su vehemencia para negarlo. Las variables son pocas y de hecho no hay sub tramas que condimenten la historia. Como no hace falta decir cómo sigue, ni mucho menos cómo termina; es bueno aclarar lo efectivo de la química de ésta dupla actoral y las solventes actuaciones del resto. El director logra esquivar un par de momentos en donde el verosímil se pone en riesgo, y así logra llevar a “Con derecho a roce” al terreno de lo aceptable. No va a ser un clásico, pero pondrá una buena sonrisa para los que se dejen llevar por la propuesta que, en definitiva, es lo que se va buscar.
Ante un éxito de muy buen margen económico con uno de los humoristas importantes de nuestro tiempo como Seth McFarlane, era de esperar una secuela de Ted (voz del propio cómico), el osito de peluche más irreverente, sarcástico, políticamente incorrecto, bromita, sexópata, drogón y culturalmente ignorante de la historia del cine. Y el único claro. Ted viene a ser el lado oscuro de Winnie Pooh (incluyendo las canciones y sus letras) y sin embargo es mucho más interesante como personaje que el insoportable personaje de la Disney. Tanto en la anterior como en esta entrega todo pasa por construir, en las acciones de Ted, el alter ego (parodiado) del norteamericano promedio constituido tanto en éste personaje como en Homero Simpson, Pedro Picapiedra, Charles Griswold y cientos de otros bien tipificados. Hay que decirlo: cuando se lo propone, la comunidad artística de Hollywood tiene una mirada genialmente ácida y corrosiva sobre la sociedad, en especial sobre la clase media. El guión original contaba la historia de un chico que deseaba tanto que su osito cobrara vida que una noche mágica ocurrió y los transformó en amigos inseparables, compinches y cómplices en todo. Para instalar el verosímil, (sino era raro que la gente mirara, interactuara y tomara a Ted con total naturalidad), el oso se vuelve archi-famoso y popular por su condición de juguete vivo. Dando todo esto por entendido, la segunda parte ya tiene los personajes recontra instalados. El eje central de la crítica está puesto sobre la justicia, la cual en un fallo (¿tardío?) quita toda consideración sobre Ted como "persona" para pasar a tomarlo como "propiedad". No conviene aclarar ni contar otras viñetas del guión porque este es bastante endeble en su estructura. En realidad hay que tomar a “Ted 2” como una larga seguidilla de gags, algunos realmente muy bien armados, como el de la donación de esperm, o el de la fiesta de casamiento al principio. También es una mirada, guiño, homenaje o como se lo quiera llamar al cine clásico de Hollywood. En distintas escenas veremos pinceladas de “Toro salvaje” (1980), “Heredarás el viento” (1960), “Un horizonte lejano” (1992), etc. Toda la escena de la granja que remite a “Jurassic Park” (1993) y es lo mejor de la película. Obviamente los cameos están a la orden del día (prestar atención a Liam Neeson para lo cual sugerimos quedarse hasta el final de los créditos). Vuelven en papeles laterales Mark Whalberg, que pierde importancia como partenaire en esta oportunidad, y Giovanni Ribisi, quien compone un “malo” (no llega a villano) desopilante. Así como tiene todos estos condimentos para los fanáticos de Seth McFarlane y para los cinéfilos en general; “Ted 2” se alarga demasiado cuando las acciones se trasladan de un escenario a otro con prolongadas tomas aéreas de la ciudad o de la ruta, además de abundar en situaciones con demasiada introducción como para no anticipar el chiste. En realidad hablamos del necesario poder de síntesis para que la narración no opaque, justamente, el timing de comedia. Se podría decir que como secuela es innecesaria, pero también que es muy divertida.
Conocer las distintas culturas abre puertas para una mejor convivencia Hemos remarcado varias veces la importancia de los documentales y por carácter transitivo la existencia de documentalistas, que por suerte en nuestro país abundan, se agrupan para cobrar más fuerza a la hora de difundir sus trabajos. El presente es injusto con la distribución y exhibición de este material y los cánones culturales hacen que poco público entienda que se puede hacer un lugar para los “Mininos”, y otro para intentar descubrir diferentes propuestas, máxime si la tecnología y la inquietud de los responsables de las mismas posibilitan retroceder en el tiempo. Andar el camino de vuelta para entender con cuanto y con cuantos podemos convivir. “La ceremonia” centra su razón de ser en registrar un rito de esos que se ven mucho en la ficción. Cualquiera que recuerde la secuencia inicial de “300” (Zack Snyder, 2004) tendrá en la memoria el ritual que Leónidas vivía para pasar de la niñez a la adultez. Lo tiraban al bosque y si sobrevivía a las inclemencias del tiempo, la falta de comida y abrigo, y a un terrible lobo, el pibe podía volver tranquilo y orgulloso a Esparta y convertirse en guerrero. Si sacamos todo el efectismo y nos trasladamos a la comunidad de los Yshir en el Chaco Paraguayo veremos qué tan cierta es la existencia de estos rituales y qué tan profunda es su significancia. Así entonces, la dirección de Darío Arcella “acompaña” a jefes, madres, padres, y fundamentalmente a los hijos, para mostrarnos cómo éstos son guiados hacia un monte en el cual, luego de permanecer allí un tiempo, se fortalecerá para siempre la mancomunión con la naturaleza (aprendiendo el respeto y el agradecimiento hacia ella), el espíritu de convivencia (y por qué no de equipo), y la pérdida o asimilación de los temores. La percusión y los cantos van metiendo una suerte de trance místico que sólo puede ser apreciado con conciencia ancestral. El espectador es invitado a una muestra cabal de la diferencia de valores entre las sociedades. Una escala que dan ganas de experimentar. Se aprecia y agradece el sonido directo de Martín García Serventi como también la pericia especial en la dirección de fotografía de Osvaldo Decurnex quien inteligentemente hace que su cámara esquive las “quemazones” de luz natural de exteriores como si los recorridos hubiesen sido ensayados previamente. El otro de los aciertos es la paciencia de la compaginación: Dailos Batista Suárez confía en su decisión de cortar lo menos posible el metraje para lograr la mayor naturalidad posible, y se adivina cierta desazón al tener que hacerlo y dejar material afuera, pero de esta manera el acercamiento a la realidad se vive con mayor pureza. Mario Blaser, catedrático de múltiples universidades y especialista de notables conocimientos, pone su investigación antropológica al servicio de los detalles y probablemente haya sido una gran pieza del engranaje, porque esta película fue realizada por un equipo que merece solidificarse para los próximos proyectos. Acaso conocer bien las distintas culturas de nuestro planeta pueda ser una puerta para una mejor convivencia. Si esta utopía fuese practicable, películas como “La ceremonia” son la llave.
No puede resultar extraña esta secuela de “Notas perfectas” (2012) porque en su momento ha recaudado millones en todo el mundo, y ya sabemos cómo piensa Hollywood cuando la billetera se llena de ceros. También es cierto que en este siglo el género musical quedó agonizando, excepto por un extracto de productos apuntados al público preadolescente y ofrecido en forma de combo mediático y de merchandising. Ejemplos como la serie Glee o Hanna Montana sirven como botón de muestra para explicar un fenómeno que tiene una vida útil. Tres, cuatro, cinco años y luego viene el siguiente porque, al revés de los productos de antaño, ninguno de estos será jamás un clásico que pase de generación en generación de espectadores; sino un mismo esqueleto argumental que va cambiando de disfraz, de ritmo musical, de radio, y de productora. En este contexto, la historia de un grupo femenino de voces a capella que se impone a otro de voces masculinas en una insólita contienda, transmitida como si fuese una final del Super Bowl, puede resultar hasta lógica. En “Más notas perfectas” (como se ve no hay eufemismos) vuelven las Barden Bellas al mando de Beca (Anna Kendrick) y con la siempre simpática y discriminada Fat Amy (Rebel Wilson). El motivo que dispara la historia es tan ridículo que solamente no tomándoselo en serio es la única forma de permanecer en la butaca. Tal cual pasaba en 2012, los dos conductores de la transmisión es de lo más divertido pues siguen teniendo un registro parecido al de los viejos de los Muppets. Total que la banda terminará compitiendo en un certamen internacional en Copenhague (¡¿?!), para tratar de recobrar su supuesto prestigio. Como corresponde a productos de consumo masivo en “Más notas perfecta” la producción es notable y está pensada claramente para explotar todas las vetas comerciales. Nada para agregar salvo, por supuesto, que la producción musical desde lo técnico y lo artístico es tan talentoso como televisivo.
Si la industria cinematográfica per sé es un engranaje intrigante que se mueve por la plata y termina entregando algunas curiosidades, lo de la Marvel ya es un caso aparte. Puede pasar de un tiro al aire a un verdadero hallazgo (caso “Ant-Man: El hombre hormiga” este año), o de un producto medianamente sólido y de buena factura, con posibilidades de expansión, a un insólito (¿caprichoso?) relanzamiento con poco tiempo de diferencia como es el caso de “Los 4 fantásticos”, el estreno de esta semana. Esta nueva propuesta para la pantalla grande, luego de la realizada por Roger Corman en los ‘90 y las dos de 2005 y 2007, ya en pleno reinado del universo Marvel, parece apostar por una construcción completa de la historia de Reed Richards desde que era pequeño, como si la intención fuese lograr un compromiso y una empatía del espectador (por supuesto de los fans también) por el sólo hecho de conocer todo su derrotero. El comienzo promete, es cierto. Con un estilo narrativo “inspirado” a lo Steven Spielberg como productor de “Los exploradores” (1985), o de J.J. Abrahams en “Super 8” (2011), “Los 4 fantásticos” arranca con Reed (Owen Judge) como un niño de inteligencia superlativa que con toda soltura se anima a pararse frente a la clase y anunciar su sueño de ser el primer hombre en tele-transportarse de la historia de la humanidad. Si es para llegar de un punto a otro porque está harto de esperar el colectivo, o cualquier otro motivo, es difícil de saber. Pero él quiere lograr eso y ¡chau! Esto en complicidad con su compañero Ben (Evan Hannemann), quien no entiende mucho, pero le toma cariño y lo sigue hasta un fallido intento que deja sin luz a todo el barrio. Luego de estos primeros 30 ó 35 minutos una elipsis nos lleva a ocho años después, y también a cambiar todo el estilo que pasa de los referentes anteriores a poco más que un formato meramente televisivo al punto de dar la sensación de estar dirigida por otra persona. Sigo. Estamos en el gimnasio cubierto de la escuela secundaria con un Reed adolescente (Miles Teller) que ha llegado junto a Ben (Jamie Bell) con su experimento a la feria de ciencias en donde, pese a salir todo mal, es tomado por Franklin Storm (Reg E. Cathey), junto a su hija adoptiva Sue (Kate Mara), para ofrecerle una beca en la fundación con la intención de financiar el proyecto. Alguien cree en él. Allí conocerá a Johhny Storm (Michael B. Jordan) y a Victor von Doom (Toby Kebbell), y si bien hacen equipo a regañadientes luego se verá que van por caminos diferentes. Insólitamente, luego del éxito del invento, y ya encaminados hacia el clímax, la estética vuelve a cambiar, pero esta vez se agrega una relativa falta de pericia para comandar escenas de acción apoyada por un guión que, dado como venía el relato, se precipita como si se hubiera cortado el chorro de plata para hacerla. Siendo “Los 4 fantásticos” un producto de Marvel de tercera o cuarta línea, son demasiados lujos para darse en estos tiempos resultadistas. Más allá del guión, hay tres puntos fundamentales para que una producción de superhéroes funcione, lo que aquí a nadie parece importarle. El primero, los conflictos internos y los puntos oscuros de los personajes. En este aspecto la Marveles tan especialista en construirlos desde la historieta (X-Men, El hombre araña, Iron Man, etc.) como éste director en esquivarlos. Y los esquiva tan bien que los posibles ejes dramáticos (algunos muy interesantes) apenas quedan mencionados, a saber: Reed es superdotado en el seno de una familia indiferente y que no lo entiende; Ben pertenece a un hogar de pura violencia doméstica; Sue es adoptada; Johnny suele revelarse a los mandatos; por si fuera poco, Doom se aísla del mundo y vive en su propia burbuja de repulsión. Nunca el realizador (casi debutante) Josh Trank, ni los otros guionistas (además de él) Simon Kinberg y Jeremy Slater, supieron como explotarlos. El otro punto fallido es de dirección actoral (también responsabilidad de Josh Trank). Salvo en la primera parte cuandoBen y Reed son chicos, nunca se logra un vínculo sólido en éste cuarteto, ni tampoco con el inminente villano, y eso que estamos frente a buenos actores, en especial Miles Teller. El tercer punto pertenece al aspecto visual. Será que la vara está demasiado alta en este siglo, y como espectadores estamos mal acostumbrados, pero en varias oportunidades se nota mucho el “truco”, como ese corte por croma mal digitalizado y diseñado del mundo paralelo, o el verde fluo “setentoso” que está acompañado por una banda sonora de extraña mezcla (¿qué hacen Marco Beltrami y Philip Glass componiendo para esto?) Hablar del resto no tiene sentido. Si la cosa sigue por obra y gracia de la taquilla, la buena noticia es que sólo puede mejorar. Es raro decir esto de una producción de Marvel: “Los 4 fantásticos” es inconsistente, superflua, aburre y falla en casi todo.
¡Quien lo hubiera dicho! A casi 20 años de la idea de hacer una versión cinematográfica de la serie homónima de los ‘60, pocos se hubieran imaginado que se convertiría en una verdadera franquicia con estructura narrativa “Jamesbondiana” y todo. A ningún otro más que a Tom Cruise. se puede atribuir la solidez de esta versión norteamericana del gran agente secreto creado por Ian Fleming. Es cierto que es un producto ideado por y para él, pero sobre todo pensando en una audiencia (el público yanqui) que, al carecer de refinamiento y glamour en la elección de los personajes para admirar en el cine, necesita de un mix de ambas culturas. Toda la saga de Misión Imposible ya tiene su razón de ser en la taquilla, pero tal vez el mejor de sus argumentos se encuentra en querer ser una buena película de acción, con una trama en donde uno o varios personajes ya logran una identificación con los fanáticos, es decir, tal cual sucede con Bond, se trata de saber qué tan sofisticada puede ser la misión y cuál va a ser ese “dispositivo a prueba de todo” que habrá de ser la motivación para que Ethan Hunt se ponga a prueba en despliegue mental y físico a la vez. “Misión imposible: Nación secreta” tiene a Solomon Lane (Sean Harris) como un villano que al mando de la organización “El Sindicato” está decidido a acabar con M.I.F., la agencia de espías que trabaja al margen de las reconocidas por el gobierno estadounidense que, por otra parte, también quiere cerrar las puertas de la institución impulsado por las acusaciones del jefe de la C.I.A. (Alec Baldwin). Será Brandt (notable Jeremy Renner) quien desde adentro intente impedir que maten a todos, incluyendo a nuestro héroe. Con esta idea simple es necesario un guionista y director que sepa darle las suficientes vueltas a la trama como para desviar la atención del espectador, por más que éste sepa cómo termina todo antes de comprar la entrada. Christopher McQuarrie conoce bien el producto (que ya dijimos que es Tom Cruise) porque además de haberlo dirigido en “Jack Reacher” (2012), escribió para el actor los guiones de “Operación Valkiria” (2008) y “Al filo del mañana” (2014). Si uno conoce los bueyes con que ara, difícilmente le salga mal el sembrado. Ni hablar de la cosecha porque, al prescindir de cualquier tipo de vuelta de tuerca que derive en quitarle verosímil al argumento, esta quinta entrega se vuelve autoconsciente de sus pretensiones: explotar el personaje, sus antagonistas y también el humor que se viene insinuando desde la tercera. A eso sumemos un ratito de guiños (sólo nominales) a “Casablanca” (Michael Curtiz, 1943), por el lugar geográfico en Marruecos y por el nombre (Ilsa, como Ingrid Bergman) de un interesantísimo personaje interpretado por Rebecca Ferguson. Con ella nace para la franquicia algo a desarrollar más adelante. Lo cierto es que “Misión imposible: Nación secreta” instalará (si no lo hizo ya) por largo rato un nuevo revival en el cine de espionaje que tiene todavía tela para cortar y ofrece en esta oportunidad una de acción “como las de antes”. Claro, si la taquilla responde.
¿Un tema puede ser anacrónico? ¿O es la forma de tratarlo lo que lo descontextualiza? Es una buena pregunta para hacerse con éste estreno. También vale preguntarse por la efectividad del adjetivo “polémica” a la hora de calificar una sensación transmitida por un texto cinematográfico. “La religiosa”, basada en la novela de Denis Diderot, cuenta la historia de Suzanne Simonin (Pauline Etienne), una mujer que a mediados del siglo XVIII es conminada por su propia familia a un convento en el que sufre humillaciones, vejaciones, y distintos tipos de torturas, sólo para potenciar cierto costado del triunfo del espíritu y combatir esa condición, a la vez de exponer los mandatos religiosos y culturales de una época. El tratamiento del guión transita por dos andariveles que aparentan ser distintos, pero pertenecen a la misma pileta de natación. Por un lado la decisión estética: vestuario, dirección de arte, diseño de producción, peinados, maquillaje, fotografía, sonido, recreación de época, son de un despliegue notable. Todo parece muy bien supervisado en función de la corrección enciclopédica. Como hizo Milos Forman en “Valmont” (1989), una película que por no jugarse a tomar posición en serio frente al tema que trataba fue opacada por “Relaciones peligrosas” (1989), cuyo director, Stephen Frears, sí pudo traspasar las fronteras del tiempo en el que transcurría la acción y hacer una obra que sin dudas interpelaba al espectador en su moral y en su morbo. Algo parecido ocurre con “La religiosa”, si se la compara con la adaptación de la década del 60 llevada a cabo por Jaques Rivette. Y aún sino se hiciese el ejercicio de poner una versión frente a la otra, la sensación que deja éste estreno es que no se pudo, o no se supo, cómo aggiornar este claustro, este sometimiento, a los códigos de estos tiempos. Pese a la corrección política y a la confianza intrínseca en que los diálogos y las acciones bastan para instalar el conflicto, es en el trabajo actoral en donde “La religiosa” encuentra su mejor forma, pues al tener en el elenco a Pauline Etienne en el rol principal y a Louise Bourgoin e Isabelle Huppert en los personajes antagónicos, el director Guillaume Nicloux se asegura el fortalecimiento de un vínculo muy sólido que sirve como apoyatura para sostener la estructura dramática. Si es por el tipo de tratamiento la polémica quedará para otra propuesta, y yendo a las preguntas del principio, sí. En la forma está el secreto para avivar el fuego de cualquier tema, o dejar todo en la misma temperatura.
Obra pensada, vivenciada, y con mucho respeto de la pertenencia Es raro estar desde el principio… Cuando todo lo que ahora es antes no era… Con estas poéticas palabras, y algunas pocas de gente ex pobladores, comienza “Los cuadros al sol”, otro de los documentales que se estrena esta semana. Dueña de una fotografía y una banda sonora absolutamente evocadora, la narración se propone un recorrido imaginario por el lugar en donde antes existía un pueblo llamado Salinas Grandes; imaginario, pero demoledoramente real. La pregunta del afiche “¿Puede desaparecer un pueblo?”, es a la vez la propuesta que Arian Frank se hace como cineasta: ir en busca de esa respuesta combinando encuadres de un importante poderío visual, con las entrevistas y testimonios de la gente con la idea de reconstruir la historia, la geografía, el diseño y por qué no, la idiosincrasia de un pueblo que ya ni siquiera es fantasma. Conmueven algunas escenas que va llevando al espectador al lógico estado de ansiedad por saber qué pasó. Obviamente no se adelantará nada en este texto porque hay respuestas, y vale la pena esperarlas con la paciencia con la cual el director dosifica la información, gracias a una compaginación de notable factura. Se habla mucho de las cabezas parlantes como una forma simple para explicar las imágenes o lo que no se sabe cómo mostrar. En este aspecto hay una decisión consciente porque es justamente en éstas personas, (en sus rostros, en las expresiones que marcan el paso del tiempo con un dejo de nostalgia, y en la resignación de sus voces) donde encontraremos lo más rico de este viaje por un pasado arrasado, exterminado. Se escucha: “Hay una dimensión del hombre… el pensamiento”. Probablemente sea la mejor forma de explicar que “Los cuadros al sol” es una obra pensada, vivenciada por el realizador, y con mucho respeto por el sentido de la pertenencia a un lugar. Ese pequeño terruño al cual pertenecemos y que queda grabado a fuego en el corazón.