Tal como si alguna maestra hubiese dicho: “Saquen una hoja: composición, tema libre”, “Silo, la leyenda” es de los documentales que abordan hechos o personajes de una peculiaridad tan particular que se los puede aislar de todo. Del país donde ocurre, la región, y hasta del momento histórico si se quiere. Pero éste es un caso en el cual no contextualizar la historia de Mario Luis Rodríguez en el ámbito socio-político-económico en el que nació su idea, sería una decisión que expone al error, porque sin dudas la generación de jóvenes que se movieron (movilizaron) entre fines de la década del ‘50 y principios de los ‘70 han torcido el rumbo de la historia. Cada uno en su pequeño gran marco de acción. De hecho, luego de la introducción (hasta el título), una voz en off va a ir ofreciendo, con viejas fotos, un perfil completo del hombre que luego sería líder del siloísmo. Allí somos testigos de una descripción detectivesca, casi de un policial negro, en donde todos los antecedentes psicológicos buscan su rebote en los hechos concretos de su vida. Todo parece ir en pos de una especie de caza de brujas en esos primeros minutos, pero a medida que vamos sabiendo de sus habilidades para convocar gente, de buen deportista, de muy buenas oratorias en las que parecía desenvolverse entre estudiantes de ciencias políticas como pez en el agua. A los 13 minutos, ya estamos en tema por completo. Se habla de siloísmo en función del nombre que el propio Rodríguez elige como emblema: Silo, derivado del Siloh que aparece en el Génesis de La Biblia. Un movimiento que empieza con pequeñas reuniones y que poco a poco van cobrando relevancia social. La idea era lograr la espiritualidad del ser, la trascendencia más allá de las cosas mundanas a partir de consignas muy simples y que, obviamente, atentaban contra las creencias de las religiones predominantes. Está claro que el poder se pone nervioso cuando sucede algo que no entiende. Leandro Bartoletti utiliza los elementos de manual para enterar al espectador sobre quién es esta figura estrafalaria, de buena prosa y mejor comunicación oral, para transmitir su dogma. Los que han compartido su gesta y su idea son entrevistados que se intercalan con el relato en off, viejas fotos, archivo y una banda sonora que subraya sin exagerar. “Silo, la leyenda” es una pieza cuya realización, frente a todos los canales especializados en documentales, resulta más televisiva en su lenguaje que cinematográfica, lo cual no le quita mérito al contenido. Es cierto, llega un momento en el cual ya no queda mucho por decir, y al suceder eso la película llega al presente con pinceladas de folletín. De todos modos el arribo al final se hace prolongado por la diversidad de ramificaciones que llevan a una sola conclusión, pero bien vale como ejemplo para conocer uno de esos fenómenos sociales salientes de una generación de hombres y mujeres que nacieron para generar los cambios. Silo es uno de ellos, y aquí se puede saber por qué.
Entre las variadas coincidencias en los nombres y géneros de la semana con más estrenos en la historia de la distribución vernácula, la ciencia ficción tiene su lugar con brillantes ideas como “In-mortal” (la lucha de dos conciencias en la misma mente) y la que nos ocupa en este espacio, “Aurora”, de origen lituano, estrenada a tres años de su realización. En el primer caso se acierta con el planteo, pero falla casi todo el desarrollo, en esta oportunidad… El experimento científico consiste en lograr conectar una mente humana en pleno ejercicio de su conciencia con la de una persona en estado de coma. Se intuye un deseo de búsqueda de cura desde bien adentro, pero claro, el viaje a la mente reviste ciertas reglas sugeridas por el comité, documentarlo todo (recordándolo), recorrer lo más posible y sobre todo, no hacer contacto alguno. El elegido para esta tarea es Lukas (Marius Jampolskis), un joven científico con buenos conocimientos en los avances de la investigación y que se somete voluntariamente a la jornada histórica. Se rapa, se llena de conectores y transmisores de impulsos nerviosos y se sumerge en una súper cámara de agua hecha con material indefinido pero que se ve muy creíble. La instalación del verosímil funciona. La mente a visitar es la de la mujer del título Aurora (Jurga Jutaite), y obviamente hacen contacto interno. El problema es que estos encuentros se vuelven cada vez más fogosos y Lukas no está seguro de si son reales o imaginarios, pero sí está seguro de lo fenomenal que la está pasando. Como sea, el problema reside en la decisión de no contárselo a sus colegas de equipo. El planteo de la guionista y directora Kristina Buozyte parte de su imaginario visual antes que de una cuestión filosófica razón por la cual, el concepto estético arraigado en los enigmas de la mente humana cobra mayor preponderancia en este libreto. Un verdadero acierto, porque visualmente Aurora propone un crecimiento desde lo abstracto a lo concreto. A medida que las incursiones tienen lugar, el espectador puede dudar sobre lo que se ve en pantalla. Comienza con una constelación de neuro transmisiones, luego imágenes borrosas, luego agua, luego vida. Cualquier similitud con la teoría científica sobre el origen de la vida no es mera coincidencia. En este pasaje, la película está cercana al cine conceptual entregado por Terrence Malick en “El árbol de la vida” (2012). Luego vienen los hechos más concretos. Del cosmos de la sinapsis pasamos a una playa paradisíaca para goce y juego de los dos. ¿Es el cerebro de Lukas el que está queriendo materializar un deseo, o la mente de Aurora la creadora de los escenarios para los encuentros? Kristina Buozyte juega a dos puntas aquí. Por un lado, como si estuviera realizando su tesis de psicología freudiana básica a partir de lo que Lukas encuentra en la mente de Aurora, por el otro, un relato clásico con ribetes de expresionismo moderno para contar una de príncipe enamorado al rescate de su princesa, en un marco saludablemente original. El guión, sin embargo, abandona la importancia del mundo real y casi todo lo concerniente a la investigación per sé. Un punto flojo ya que los lineamientos de la ética a la cual el viajero mental se rebela tácitamente no son lo suficientemente sólidos como para encajar en los entramados de las acciones. Se podría decir que esto último no presta tanta relevancia porque la directora toma las dos puntas antes mencionadas y con eso le alcanza para generar interés y empatía por una historia entretenida a partir de los climas inquietantes y ominosos que dominan casi todo este recorrido.
Es curioso que el título de un documental siga rebotando en la mente durante la proyección, mientras los minutos van tirando el contenido. En la primera escena vemos a un grupo de alumnos secundarios mientras se van congregando en el salón de actos del colegio con motivo de transcurrir un nuevo 11 de septiembre. Una introducción versionada del Himno a Sarmiento va dando paso a que la letra entre en la métrica de una cumbia. Se puede hablar de una elipsis sonora entre la solemnidad y estos tiempos que corren a la hora de las fechas patrias. Eso es en definitiva “Después de Sarmiento”. Un retrato de la educación hoy que intenta abarcar las dos caras de una misma moneda representada en estudiantes y docentes, en ambos casos tratando de organizarse y abrirse paso frente a las dificultades que se presentan en el ámbito escolar. Por un lado, los estudiantes tratando de aprender las distintas materias, por el otro, intentando organizar el centro de estudiantes bajo las eternas diferencias entre los turnos mañana y tarde. En el caso de los docentes intentando la mejor forma de dar sus materias frente a una case siempre al borde de la indiferencia, y en otros momentos debatiendo sobre la mejor forma de mantener activa (e interesada) la comunidad escolar. Francisco Márquez logra con éste documental, posar el ojo y abrir el juego del debate sobre la educación. Cualquier espectador que haya asistido a la escuela pública podrá verse reflejado en la problemática, pero además ver desde afuera los conflictos que existieron siempre y que llevaron a la educación a su estado actual de franco deterioro. Lo valioso de tener cámaras sin aires de divismo, sino de interrogación, hace que la organicidad de “Después de Sarmiento” esté lejos de bajar línea y muy cerca de interpelar la inteligencia de quien lo vea. Los resultados llegan a buen puerto gracias a una edición que se toma el tiempo y la Uno de los buenos ejemplos de la variedad y calidad de esta generación de documentales tan necesarios como urgentes.
Es difícil cuando la vara queda muy alta en términos de calidad. Los responsables de “Guardianes de Oz” vienen de hacer una maravilla llamada “El libro de la vida”, estrenada el año pasado. Jorge R. Gutiérrez y Douglas Langdale escribieron este guión para Anima Estudios bajo una idea que parece más justificada en su pretensión de originalidad que en un verdadero momento de inspiración. Esta suerte de “spin off” de “El mago de Oz” tiene como personaje principal a Ozzie (voz de Héctor Emmanuel Gómez Gil), un joven mono volador que obedece los mandatos (paternos y de raza) haciendo lío y aliándose con la bruja Evelin (voz de Susana Zabaleta) para tratar de recuperar sus poderes y gobernar el reino. Para ello ha de recuperar su escoba mágica custodiada por los tres personajes que antes habían recorrido el camino amarillo junto a Dorothy: León (voz de Sebastián Llapur), el Hombre de Hojalata (voz de Bruno Coronel) y el Espantapájaros (voz de Yamil Atala). Robada la escoba, la bruja sufre otro escollo: Ozzie se revela a la obediencia debida y huye con el objeto preciado en busca de hacer las cosas bien. Encuentra en Gabby (voz de Loreto Peralta), una aliada aprendiz de bruja que a su vez se mandó la macana de haber petrificado a Glinda (voz de Liliana Barba Meinecke), la bruja del cuento original y único capaz de solucionar todo en un pase de magia. La mayor dificultad que atraviesa “Guardianes de Oz” es la de cargar con el peso específico de un clásico, pese a agregar personajes nuevos y respetar bastante lo escrito en 1900. Dentro del universo de Oz, el monito Ozzie se ve como un personaje menor, simpático pero lejos de poder cargar sobre sus espaldas la historia. Los lineamientos generales de los personajes están discretamente construidos con el agregado de diálogos en los cuales se baja línea directa para transmitir el mensaje. Hay circunstancias del guión que se resuelven en forma caprichosa y poco justificada. Esto de que el malo es malo y los buenos deben hacer el bien porque “así son las cosas” puede funcionar sólo en el público más pequeño, siempre y cuando se aguanten los casi 85 minutos de duración. En cuanto a la realización, la película sufre de falta de timing en la compaginación, un doblaje que se escapa del neutro hacia lo muy mexicano y un diseño de personajes algo artificial. Todo parece un video juego de los ‘90 incluyendo la poco orgánica movilidad, escenarios simplones y acciones tan lentas como predecibles. En esto último la mente del espectador cierra los movimientos antes de que estos ocurran con lo cual todo se hace un poco tedioso. Poco para rescatar.
Era de esperar la secuela de “Maze Runner: correr o morir”(2010), estrenada hace casi exactamente un año en la Argentina. Pero no necesariamente por su poder de taquilla (no colmó las expectativas en ningún país), sino por el universo propio que plantea como saga. Desde ya que no es (ni será) posible ver una sin la otra. Todo, como en “Los juegos del hambre”, está tejido en un red de información que juega a conocer el pasado en cuentagotas y cómo éste juega cada vez más un papel más preponderante. Por otro lado, hay un contenido sub textual que se insinuaba en la primera y se refuerza en la segunda: “Maze Runner: prueba de fuego” habla del poder, el abuso del mismo, la rebelión de toda una generación de jóvenes a los mandatos y a la falta de líderes visibles y, por qué no, un brutal palo contra los laboratorios (si se lo sabe leer) en función del lucro corporativo disfrazado de juramento hipocrático. En otras palabras: si no hay enfermos, no hay negocio. En la primera entrega basada en el libro de James Dashner, Thomas (Dylan O'Brien) llegaba a una suerte de granja rodeada de gigantescas paredes que no eran otra cosa que engranajes de un laberinto impuesto por una corporación para poner a prueba a los chicos, en el cual no tarda demasiado en erigirse como líder a fuerza romper las reglas establecidas. Esta segunda instalación del cuento comienza exactamente en donde quedó el final anterior. Los chicos son llevados a un destacamento fuertemente custodiado para evitar los fuertes vientos desérticos y el ataque de los Cranks (gente zombi infectada por un virus). Según Janson (Aidan Gillen), el hombre a cargo del lugar, aparentemente están allí para ser llevados, junto con otros sobrevivientes de otros laberintos, a una suerte de paraíso, tal vez el último lugar de la tierra con vida silvestre y alimentos. Claro, nada es lo que parece allí. Primero es separado de Teresa (Kaya Scodelario), el único personaje femenino de la anterior que aquí cobra otra importancia. Luego aparece Aris (Jacob Lofland) un chico solitario que le muestra a Thomas lo que hay más allá de las puertas a las que no tienen acceso. La apuesta de los estudios por conservar a Wes Ball como director sale airosa pues éste parece haber encontrado la mejor forma de combinar acción y contenido. La estética, el diseño de arte y los efectos visuales se redoblan aquí. En especial en toda la secuencia de la ciudad en ruinas. Es de destacar que todo lo técnico ayuda (y mucho) a contar la historia. De los tres guionistas anteriores quedó T. S. Nowlin, lo cual le vino bárbaro a “Maze Runner: prueba de fuego”. Es cierto que la obligada fidelidad a la novela obliga a dejar de lado el poder de síntesis para no perder fans, pero de todos modos se las arregla para plasmar en los momentos de transición la intención detrás de una simple historia de ciencia ficción post apocalíptica. Allí se pueden ver los conflictos internos de los personajes con Teresa como catalizador de las acciones y con Thomas como factor de resolución de las acciones. Ambos personajes giran alrededor de algunos dilemas morales cuyo eje principal es cuánto hay que sacrificar en pos de una cura, y más a fondo aún está la utilización de la juventud para preservar el sistema del cual ellos son víctimas concretas. Ya que sabemos que el escritor no sólo escribió hasta una tercera parte, sino que está a punto de terminar una trilogía que será la precuela, podemos esperar al menos cuatro más, porque es justo decir, o contradecir para ser exactos, el viejo dicho: en este caso, segundas partes son mejores.
Parecía que todo estaba contado. Que ya no había nada más por desarrollar por Steven Soderberg en “Magic Mike” (2012). Todo cerraba en los personajes y en la historia sobre los avatares, la vida cotidiana, y los códigos en el mundo de los strippers. Pero algún ejecutivo sacó cuentas con el contador y se preguntó: “Por el valor de otra entrada… ¿no querrá el público saber qué fue de la vida de Mike (Channing Tatum)?” Al final el tipo dejaba el oficio de stripper para focalizarse en una vida menos… agitada, digamos. “¿Y sus amigos? No estarán deseosos de enterarse lo sucedido con el resto de los porta-abdominales Richie (Joe Manganiello), Ken (Matt Bomer), Tarzan (Kevin Nash), Tito (Adam Rodriguez) y Tobias (Gabriel Iglesias)?” La respuesta sería no. No, gracias. Ya sabemos todo lo que queríamos saber en aquella primera parte que jugaba mucho (y lo hacía en forma muy efectiva) con simplificar el asunto sin dobles lecturas ni pretensiones: un grupo de tipos que sabían aprovechar la “dotación” entregada por Dios para hacer algo de guita extra mientras se conserva un laburito en el rubro de la construcción, comercio, gastronomía, o lo que sea. A lo sumo, ponía sobre el tablero las dificultades para relacionarse orgánicamente con la gente que vive de día, en especial esa chica que tanto le gustaba a Mike. Ahora tenemos un par de talles más: “Magic Mike XXL” El XXL del título (en lugar de un 2, o un II estilo Rocky) supone una secuela en la que se avisa que todo lo visto antes, ahora está magnificado, sobredimensionado. ¿Nos referimos a algún conflicto? ¿La dificultad para insertarse socialmente, por ejemplo? ¿La falsa moralidad de una sociedad que condena a los trabajadores de la noche? No, que va. Al contrario, el guión arranca de raíz toda posibilidad de tratamiento de temas sociales, más que algún atisbo que no pasa de una frase hecha o un titular de diario vespertino. La decisión tomada por el director es la de iluminar la ruta, la noche, el día, caras, brazos, piernas, entrepiernas, tetas y abdómenes con todo lo que puedan aguantar las lentes HD logrando que, como dice un amigo, “el producto esté plagado de colores primarios muy vivos lo que implica una ausencia total de materia gris”. Claro, tal aseveración obedece a la pobrísima excusa que el libreto esgrime para justificar esta continuación, en conjunción con la descontada falta de interés del espectador por utilizar sus neuronas. Así, esta pretendida road movie llena los ojos de planos detalles, sonido envolvente, una banda sonora cuidadosamente seleccionada con temas acordes a la propuesta, y por supuesto, belleza. La artificial. La que criticaba tan brillantemente Ben Stiller en “Zoolander” (2003). La belleza que se paga por ver. Es tal el regodeo y el subrayado sobre los cuerpos esculpidos a fuerza de gimnasio y anabólicos, que sin darse cuenta “Magic Mike XXL” cae, tal vez sin proponérselo, en un discurso misógino y discriminador (más por omisión que por declamación). Será por eso que no se molesta en aclarar por qué vemos que sólo las mujeres obesas, negras, y fiesteras pagan por acceder a estos placeres. A lo mejor uno, que busca otro tipo de estímulo en el cine, ya tiene demasiado visto en otras producciones como para encontrar en éste estreno algo para rescatar fuera de una notable factura técnica. Pero… ¿Cómo era la letra de esa canción? “…dale circo, dale un lindo show…”
Curioso el plano detalle con el cual arranca “Ellos te eligen”. Una pecera, con peces, claro, de esos que uno compraría como mascotas y luego deja ahí sobre algún aparador. Es una forma de incorporar una (o varias) vida a lo cotidiano. ¿Por qué peces? ¿Por qué no un perro para esta apertura? Parece pues, que al estar encerrados en una pecera, no emitir sonido alguno, ni influenciar el día a día más que para detenerse unos segundos a tirarles alimento en el agua, los peces, al igual que los chicos abandonados recluidos a orfanatos, no representan para “el afuera” ninguna responsabilidad. Observarlos de vez en cuando, y nada más. Y es que en definitiva no existe voz o voto por parte de las mascotas, o los chicos a la hora de ser adoptados. Con esta premisa el director Mario E.Levit parte con su cámara en busca de respuestas para plantear un asunto harto interesante: ¿Qué peso tiene el sentir, el saber, o la opinión de los chicos dados en adopción? Con la palabra didáctica del licenciado. Gonzalo Valdez, “Laui” Salvador, de Ser familia por adopción, Marianela Ripa, de la Dirección de Niñez, adolescencia y familia de Mendoza, etc, vamos comprendiendo el lugar en el que se para el texto cinematográfico: el de los chicos. Obviamente las entrevistas a estos especialistas resulta fundamental para comprender y dimensionar la problemática que recala directamente en la falta de herramientas del poder judicial. En manos de un juez y de las herramientas que tiene está entonces la capacidad de poner “pausa” en la vida de un chico hasta que los procesos de adopción se terminan. Una vida cuyo progreso social puede estar detenido por dos, tres o cuatro años. Ver “Ellos te eligen” es asistir a un conjunto de experiencias sobre la adopción, y un interesante debate que converge en la idea central: el problema tiene una mirada tuerta y el ojo que falta es el de los chicos. La discusión está abierta, sí, pero el tiempo que se pierde es el de ellos.
Personaje inolvidable en una simple y verdadera joyita En la titánica tarea de realizar una película que centra su razón de ser en mostrar la situación de una persona común en un registro realista, el elenco pasa a cobrar una importancia preponderante. En ellos está la capacidad de reflejar fielmente. De hacer creíble e identificar lo que vemos en pantalla es decir, transformar el arte en espejo. Con algunas obras cinematográficas hay una química especial que funciona como un imán. Es algo difícil de analizar porque entra mucho en juego la subjetividad individual aunque es cierto que desde lo técnico, también se conjugan elementos suficientes como para ayudar al engranaje. “Gloria”, uno de los estrenos de esta semana, tiene ese plus generado por la soberbia actuación de Paulina García. Su personaje se hace carne al punto de poder jurar que uno vio a esta mujer en algún lado. Un subte, o un bar tal vez. Gloria está divorciada y con dos hijos grandes. Su cercanía con los 60 años la vuelve fuerte en el sentido de plantarse y hacerle frente a su circunstancia; pero igual de frágil al aceptar en su cuerpo y sus acciones que la vida se le está escurriendo por las agujas del reloj. Se pasa, se va. Hay que reinventarse, o resignarse y aceptar la derrota. En eso anda nuestra heroína. Todavía fuma, toma dos copas más de la cuenta, va a reuniones de solos y solas y sale a bailar. A la pista. A tratar de ponerle una sonrisa a la rutina. Charla con tipos, amigas eventuales… todos los días va a su oficina, trabaja mucho, llama a sus hijos tratando de sentirse todavía importante para ellos. Está dispuesta, le pone voluntad a tener vínculos cercanos. Por el único ser vivo que manifiesta rechazo absoluto es por un gato de raza Sphynx (esos que parecen no tener pelo) que se escapa del departamento vecino y se le mete por la ventana. Gloria va a tener una oportunidad más. Rodolfo (Sergio Hernández) es separado y al verla se produce el flechazo, pero ojo, esta obra se corre de las situaciones de manual y acartonadas que solemos ver. Lo hace enfrentándolas. Llegando a la puerta del cliché para luego esquivarlo magistralmente con cachetazos de naturalidad. Como si el subtexto fuese: “la vida no es como en las películas”, e irónicamente estamos viendo una. El recorrido estético que Sebastián Lelio decide hacer tiene un parentesco lejano con el voyerismo. La cámara observa a Gloria y al resto de los personajes desde lejos. Cuando hay primeros planos, esto está justificado en el retrato del estado de ánimo y en aprovechamiento fenomenal de la capacidad actoral. Eso que ayuda a comprender y empatizar con la gente que habita en la película gracias a una soltura y disponibilidad absolutas. A esto se suma la dirección de fotografía y hasta la elección de los colores presentes en los planos hace pensar en una estética servil al guión cuidadosamente escrito (se adivinan varios retoques de los que mejoran la propuesta). Un personaje inolvidable que remite a la impronta con la cual John Cassavettes abordaba las circunstancias que les tocaba vivir a las criaturas de sus películas. Estreno tardío, pero que importa. “Gloria” es una simple y verdadera joyita
En un país como la Argentina, un documental sobre un equipo como Boca Juniors (por caso River, o Racing, o cualquiera de los cinco “grandes”) genera la misma cantidad de adeptos y detractores apenas se ve el afiche en la calle. Ni hablar si el exitismo exacerbado que nos caracteriza se traduce en que la película sea un éxito o un fracaso comercial. Todo será motivo de cargadas folclóricas o gritos de victoria. Está claro que el estreno de “Boca Juniors 3D: La película” excede la exclusividad cinematográfica para convertirse en un fenómeno cultural. Jamás se podrá analizar el éxito de taquilla fundamentándolo sólo en las virtudes de la realización. La pasión, los colores, la fidelidad al cuadro de sus amores, volcarán a los hinchas de boca en forma masiva al cine. Luego de ese gran documental que fue “Mercedes Sosa, la voz de Latinoamérica” (2013), Rodrigo Vila se embarcó en ésta aventura que obviamente tiene el objetivo claro: llevar gente al cine. Por ello se puede intuir la lucha conceptual librada entre dos ideas: una es cuánto de la rica historia del club quedó afuera del producto final, enfrentada con todo aquello que no podía faltar. Hay rescates de material de archivo inédito, eso que podríamos considerar perlitas, insertado en los últimos 16 años. O sea, la era Carlos Bianchi en adelante, se convierte en la columna vertebral de Boca Juniors 3D: La película”, decorada con la presencia y la voz de los protagonistas principales de ese período. Está claro que en la post producción y la compaginación, amalgamados por un estremecedor diseño de sonido, encontramos las grandes virtudes del documental espectáculo. Los lineamientos generales del guión van logrando los golpes de efecto en el corazón del hincha. Hay momentos de tensión dramática dados por los resultados, los goles, las lesiones y, claro… las gestas hacia los títulos que están dentro de lo esperable. También hay una línea interesante en un personaje singular. Funes se llama. Un hombre con impronta de leyenda urbana al ser uno de esos tipos que saben hasta el color de calzoncillos que los jugadores tenían en tal partido, de tal fecha, de tal año, y que constituye, dentro de la película, una línea semi ficticia que aporta una estética a lo Jean Pierre Jeunet en “Delicatessen” (1991). Se puede decir que ésta novedad tiene argumentos para convocar a hinchas neutrales, o que no se auto impongan la bandera por encima de la historia del fútbol argentino, pero en todo caso es justo decirlo: Todos los clubes merecerían tener una película como esta.
Sin entrar en la realidad de nuestro país en cuanto a los hechos de violencia civil y doméstica, uno puede imaginar las expresiones de horror en los Estados Unidos cuando vienen noticias como las de un pibe entrando en un colegio muñido de una ametralladora para acribillar a maestros y compañeros de clase. No son pocas las novedades de este estilo provenientes de allí y, más allá de los análisis psicológicos y sociológicos que puedan realizarse al respecto, lo cierto es que un hipotético título estilo: “Los chicos norteamericanos están masacrando a los adultos y al sistema”, puede generar diferentes tipos de espejos, y en el cine de terror todo eso se magnifica. Por ese camino pareciera querer transitar “Sinister 2”, segunda parte de una primera que en 2012 andaba sólo por los rumbos de la ficción sin dobles lecturas. En aquella oportunidad un escritor de casos policiales estremecedores encontraba una caja con viejas películas en super 8 en las cuales veíamos asesinatos terribles. “Papita pal loro”, pensaba en ese entonces el personaje de Ethan Hawke que podía tener material bien a mano para un nuevo best seller, pero el punto es que todo eso estaba filmado con el propósito de convocar una suerte de demonio que se le aparecía al ocasional espectador. Esos cortos llegan ahora a las manos de Dylan (Robert Daniel Sloan) y de su hermano Zach (Dartanian Sloan. Sí, son hermanos en la vida real). El primero tiene conexión directa con cinco fantasmitas de su edad que están muy ansiosos de hacerle ver las películas. Por un lado, porque de no hacerlo el conocido demonio les va a dar una paliza “ectoplasmática”, y por el otro, para lograr sumar a Dylan a las filas de los chicos asesinos de sus propias familias. Incluso hay, para que el sadismo no tenga eufemismos, una suerte de competencia a ver quién es más cruento para liquidar a sus progenitores. Supongamos que la dirección de Ciaran Foy obedece pura y exclusivamente a la amistad con el guionista y realizador de la primera, Scott Derrickson (en esta ocasión sólo guionista). Podríamos decir que hay un buen manejo de la tensión, una discreta pero correcta construcción de los personajes, y algunos golpes de efecto que funcionan mejor cuando la banda de sonido no se empeña en aturdir al espectador. En este sentido cumple con lo esperable. El problema de “Sinister 2” está en un guionista que, contrario al contenido de la primera, no termina por decidirse entre una mirada ácida sobre la naturaleza violenta de la sociedad pre adolescente de Estados Unidos, o una simple película de terror. Ambas cosas pueden coexistir perfectamente, pero aquí interfieren una contra otra dejando trunca la certeza de lo que se está viendo. El terror como género, a partir de la escena en la que uno de los chicos sale corriendo hacia una iglesia en adelante, sufre de abandono de verosimilitud. El discurso, lo más jugoso de esta producción, queda sumergido en lo anecdótico. En especial con la última toma. Así, las buenas virtudes que se insinúan dejan poco para recordar hasta que se estrene la tercera. Habrá que ver por cual vertiente se deciden.