Difícilmente el espectador que asista a ver “Elles” salga con una idea clara de la visión-opinión que la realizadora Malgorzata Szumowska tiene sobre la prostitución adolescente, de todos modos, como los que nos sentamos frente a la pantalla somos nosotros, se supone que depende de nuestra predisposición para formar la propia. Anne (Juliette Binoche) es una periodísta trabajando para la revista de moda “Elle”, una publicación (real) dirigida a un tipo de lector muy específico, el consumidor de clase media-alta, quizás consumidora sería más apropiado dado el contenido. Luego, la cantidad y calidad de las notas que allí se publican ganan prestigio adicional por estar rodeadas de publicidades de ropa carísima, joyas, perfumes, y todo lo que conforma el mundo de la alta costura. Un artículo sobre jóvenes mujeres que se prostituyen para pagar sus estudios publicado en esa revista parece más cercano a alimentar el “¡que-barbaridad!”, comentado en una mesa de té con masas, que a concientizar sobre el asunto, pero es cierto, el nombre de esta revista hace juego con el plural del título refiriéndose a “Ellas”. De hecho Anne es una criatura interesante pues las entrevistas a Charlotte y Alicja (animadas por las prometedoras actrices Anaïs Demoustier y Joanna Kulig, respectivamente), dos adolescentes que le darán de comer una vez publicada su historia, funcionan como disparador para darse cuenta de otras dificultades e inquietudes dormidas en su propia rutina. Guionistas y realizadora logran instalar la dualidad entre pensar si es un relato sobre dos prostitutas, con inserts de una periodista que les hace preguntas, o si es exactamente al revés. En esa dualidad narrativa es donde el discurso también parece ambiguo pero, en definitiva el mundo, planteado como está, también tiene sus contradicciones. Juliette Binoche está sensacional otra vez. En ella y en su trabajo gestual es donde encontramos esos mundos que se chocan. La rutina y la inquietud; la negación del deseo y la excitación; la denuncia y la ignorancia. Ninguna de las dos entrevistadas parece sufrir lo que les toca vivir, pero tampoco se quejan. Sus relatos tienden más a la crónica que a la revelación de un proceso interno. Bien puede uno preguntarse qué quedará publicado en ese artículo de “interés general”, quién lo va a leer y qué consecuencias tendrá, pero esto es otra historia.
Hasta aquí podríamos afirmar que la franquicia de Tinker Bell iniciada en 2008 podía darse por concluida en la pantalla grande, después de todo ya se hizo mucho con este personaje. Sin embargo, los ingresos por tickets y merchandising indican que el mundo de las hadas será vuelto a visitar un par de veces más, esto a juzgar por la ilimitada fuente de la que se nutre esta idea: para justificar los fenómenos de la naturaleza a través de la existencia de las hadas. Crear fábulas para explicar lo que en el formato de manual de tercer grado resulta aburrido. “Tinker Bell y el secreto de las hadas”, “pone luz” esta vez sobre el equilibrio climático y la existencia de las estaciones del año presentadas como auténticas barreras de colores. Digamos que Tinker Bell vive en el otoño, y que las otras estaciones son literalmente fronteras climáticas. Curiosa ella, quiere ver que pasa en otros lugares, a pesar de la advertencia de riesgo por parte de los más experimentados. Ella va igual. Así, la mitad de la pantalla queda dividida en dos: Otoño, con toda la paleta de colores imaginables y vive Tinker Bell, e invierno, donde es todo blanco y viven otras hadas. Una en particular dispara el meollo de toda esta cuestión, mientras se desata una gran helada que amenaza con congelar el plantea, incluyendo el árbol de polvillos mágicos, fuente de poder de los habitantes. En este aspecto, la realización de Peggy Holmes y Roberts Gannaway resulta agradable, entretenida, y con el tiempo suficiente para bajar línea a los más chicos sobre la importancia de no alterar el balance ecológico. Hasta aquí, imagen y sonido se ponen de acuerdo para entregar un producto decente (es una forma de decir). Sólo queda analizar, para los más grandes, el por qué de algunas decisiones. Por ejemplo, salvo las de mayor edad, ninguna de las hadas escapa a una estética de revista de moda internacional al estilo “Cosmopolitan” o “Elle”, o sea figura espigada, pelo perfecto y actitudes de modelo de pasarela. A lo mejor no es nada, pero no deja de llamar la atención, aún en un mundo irreal, que todo el género femenino joven y adolescente responda a un sólo canon de belleza. Por último, no quiero significar más que una cuestión de sentido común, es probable que los varones de cierta edad en adelante (5, 6 años), se aburran un poco. “Tinker Bell y el secreto de las hadas está pensada y concebida para el público femenino.
Henos aquí ante una producción en la que, desde el vamos, se nota que se trata de una obra de bajo presupuesto y escasos recursos, circunstancia que obliga a su creador a tener todos los sentidos más agudizados. En principio, “La despedida” cumple con uno de los preceptos básicos del cine: debe contener una historia para contar, y el director Juan Manuel D'Emilio la tiene. Con tantos ejemplos realizados sobre la amistad es difícil no relacionarla con lo ya visto; pero la construcción de los personajes alrededor de algo tan particular como la pasión futbolera le da identidad propia y, para beneficio de los espectadores, funciona sin depender exclusivamente del marco tentador que ofrece el deporte más popular de nuestro país. José (Carlos Issa) es empleado en el tribunal de faltas, y como tal, debe lidiar todos los días con los reclamos y los humores de la gente. Nada en particular parece importarle demasiado, ni siquiera su vida conyugal, aunque diga amar a su esposa Andrea (Natalia Lobo). Para José el único contexto en el que parece tener un resquicio para sonreír es cuando está con sus amigos José (Fernando Pandolfi) y Rossi (Héctor Díaz). En particular cuando se encuentran para jugar al fútbol en una liga amateur a nivel regional. Nuestro protagonista se entera de algo que disparará una imperiosa necesidad de entrar a la cancha en el próximo partido a jugarse a 300 km de Buenos Aires. Aquí es donde lo más rico del conflicto se hace presente, mientras se van dibujando las personalidades de cada uno, con mucho lugar para el humor y, por qué no, la reflexión. Para contar esta agradable historia de amistad, “La despedida” se apoya sólidamente en el elenco que además de entusiasmo trasunta mucha química, de esa que hace tan divertido el rodaje que se traslada a la pantalla. Cuando falta oficio, sobra intuición y confianza por parte del realizador, demostrado en la inclusión de Fernando Pandolfi, sin experiencia actoral alguna, quien logra, con su habitual andar cansino y despreocupado, la mayoría de los muy buenos momentos de humor de esta realización. Un giro en el final puede dejar algunas preguntas, pero en definitiva se trata de entrar al cine y salir con una sensación agradable. Está lejos de ser una obra maestra. Ni siquiera un referente, pero entre tanta experimentación "sociodélica" en nuestro cine, recalar en lo simple puede ser el secreto para pasar un buen momento para quien ocupe una butaca ante una proyección audiovisual.
Hablando del absurdo, la película Cuando los chanchos Vuelen de Sylvain Estibal propone una historia que parte de una negación en común entre judíos y palestinos (un cerdo que aparece en circunstancias poco ortodoxas) y que va proponiendo un mensaje de paz estableciendo en el animal prohibido para ambas religiones como el nexo que termina uniéndolos...
Una “de tiros” a la vieja usanza donde los íconos de los ’80 divierten divirtiéndose Para los que transitamos los años ochenta entre la carrera de cine y el entretenimiento, las películas de acción representaban una vía de escape entre tanta teoría. Recuerdo conversaciones con mis amigos en las cuales imaginábamos una de Schwarzenneger y Stallone juntos. Pero como esto no sucedía terminábamos por presentar inexistentes rivalidades, preguntándonos quién "cagaría a palos" a quién en un supuesto enfrentamiento. Si Chuck Norris lo fajaba a Rocky en una pelea, o si Arnold lo demolía a Van Damme, y cosas por el estilo. Lo cierto es que los chicos soñábamos con verlos a todos en una película porque ya habíamos agotado la paciencia, y la plata de los tíos grandes que nos llevaban al cine, cuando la calificación era sólo apta para mayores de 16 años. Así pude ver “Terminator” (1984), “Comando” (1985), “Furia silenciosa” (1984), “Cobra” (1987) o “Fuerza Delta” (1986), entre tantas otras. Si algo hicieron bien con sus carreras Arnold Schwarzenegger, Sylvester Stallone, Chuck Norris y Jean Claude Van Damme fue constituirse como íconos del género de acción de la era del presidente Reagan. A Bruce Willis le alcanzó con “Duro de matar” (1987) para inscribirse en la lista, pero tiene otro tipo de carrera, y claramente es mejor actor que los otros. De todos modos estamos hablando de referentes y hoy sería imposible recorrer los ochenta sin mencionarlos. Como en aquellas viejas películas de vaqueros cada uno siguió su camino, o carrera, en la TV, haciendo películas para el mercado del DVD, en la política, o simplemente haciendo negocios. Muchos años después la fantasía se hizo realidad con “Los indestructibles” (2010), que redobla la apuesta este año con la secuela, tirando por la borda lo de segundas partes nunca fueron buenas. En realidad el título original es “The expendables”, o sea los descartables, o prescindibles, con lo cual, desde el nombre ya hay una suerte de mirada irónica sobre estos tipos que el tiempo los dejo un poco en el olvido. El equipo sigue armado (en todo sentido), el lider Barney (Sylvester Stallone) y su grupo comando integrado por Gunnar (Doplph Lundgren), Yin Yang (Jet Li), Hale (Terry Crews), X (Jason Statham), Toll (Randy Couture y el novato Billy (Liam Hemsworth). Luego de una misión en Nepal, en la que de yapa liberan a Trench (Arnold Schwarzenegger), hombre de la competencia en esto de ser mercenario; Barney es obligado por Church (Bruce Willis) a devolver un favor. Como corresponde a un argumento que homenajea a esa época, hay líos en Rusia, con un par de toneladas de plutonio que tiene Jean Vilain (Jean Claude Van Damme), el villano de turno (nunca mejor puesto su apellido). Demás está decirlo: no es nada complicado. En todo caso es bastante decente, teniendo en cuenta que todo es una excusa para ver un sin fin de escenas de acción y bastante humor autoreferencial. En este sentido, la aparición de Chuck Norris es de antología, porque a esa altura todos entendimos que “Los Indestructibles 2” está para jugar un rato con armas que escupen el suficiente plomo como para construir el sistema de cañerías de toda la ciudad de Buenos Aires, para entretener, el resto del tiempo con diálogos, o remates, al estilo héroe sabelotodo, y burlas internas entre estos duros de Hollywood que se permiten parodiarse a sí mismos. Estén peleando o en paz. Simon West vuelve a sus comienzos como director de aquella “Con Air” (1997), donde la acción y el vértigo del montaje eran las otras dos estrellas conformadas por el resto de los rubros técnicos, bastante artesanales ya que prácticamente no hay uso de efectos digitales al estilo Transformers. El espectador tiene que tener esto en claro: “Los indestructibles”es "una de tiros" a la vieja usanza, con actores que aún estando de vuelta y lejos de ser los dueños de las taquillas como antes, todavía tienen con qué discutirle a cualquiera como es esto de vapulear a los malos, salir a salvo y tener tiempo para tomarse una cerveza. “Los indestructibles 2, es "un caño"
Cinematográficamente no es fácil abordar algunos temas. En el arte en general, pero en el cine en particular por ser un medio masivo, hay que saber dosificar los impulsos para no caer en el ridículo o, peor aún, en la subestimación de quien observa. Sin dudas el sexo, con sus variantes y todo lo que se genera a su alrededor, es complicado. A priori, porque todavía hoy, en el siglo XXI, se siguen escuchando conversaciones, frases y sentencias que no sólo no se condicen con la época sino que, además, colaboran a la desinformación a partir de un discurso teñido de vergüenzas, tabúes y prejuicios. “Dos más dos” trata el tema de la práctica swinger, con gran sentido del equilibrio. Veamos. Diego (Adrián Suar), casado con Emilia (Julieta Díaz), es empresario médico, dueño de una clínica junto a Richard (Juan Minujín), su socio y amigo de toda la vida, quien a su vez vive en pareja con Betina (Carla Peterson). La rutina en el matrimonio de Diego parece estar insertándose de a poco, casi sin que el esté consciente de ello. En una reunión Emilia se entera que sus amigos están en un momento de apertura mental y se hicieron swingers, práctica consistente en el libre intercambio de parejas con mutuo consentimiento. Tenemos entonces las posiciones establecidas para lograr un conflicto bien pensado. Diego, de mente ultra conservadora, se opone tajantemente a la propuesta de su mujer de intentar “salvar el matrimonio” de esta manera. Sus amigos tienen perfectamente asumido quiénes son y están dispuestos a abrirse a su matrimonio amigo para introducirlos en ese mundo. El punto es que, como para todo en la vida en sociedad, las reglas están hechas para cumplirse. De no hacerlo hay un grave riesgo con consecuencias muy difíciles de revertir. El trabajo actoral en este sentido es clave. Suar logra componer sólidamente a un hombre que se resiste a enfrentar sus propios prejuicios, y es en torno a esto donde el humor fluye naturalmente. Para él no es una apertura de mente, sino convertirse en un “cornudo consciente”. Luego de establecer y desarrollar el cuadro de situación, hay una decisión de los guionistas y el realizador Diego Kaplan de llevar todo a un plano más importante, más serio, más adulto y acaso más polémico. Hubiera sido más fácil condenar todo en pos de una moralina sin sustento, pero “Dos más dos” elige un camino interesante para transitar, pues lo que se pone en tela de juicio no es si está bien o mal cambiar de pareja; sino la falta de fidelidad a un pacto explícito, la ruptura de reglas de convivencia y los valores a los que se les adjudica el tono de “códigos”. Por ser fiel a lo que el guión propone el paso de comedia a drama sucede de una forma natural, pero sin perder del todo ese tono chispeante. Guión interesante, elenco sólido, un director que sabe lo que quiere y un equipo técnico que trabaja en pos de un objetivo claro, convierten a esta realización en un ejemplo de cómo instalar el tema sin chabacanerías ni chistes fáciles. Es de esas salidas que invitan a discutir un tema a la mesa del café luego de la función. Como decía al principio, no es fácil tratar algunos temas y, al contrario de lo que uno pensaría, “Dos más dos” (aún con un final que podría considerarse tan conservador como el personaje que se anima a no serlo) tiene la sana virtud de no intentar bajar línea. Más bien se trata de tener la propia.
Las curiosidades de la distribución vernácula hace que justo esta semana se estrenen dos películas cuya impronta pasa por una lectura-homenaje-parodia sobre la década del ochenta. Mientras “Los indestructibles 2” ofrece la vuelta de los “duros rompe-todo” de Hollywood, “La era del rock” pone su mirada sobre el Glam Rock americano caracterizado por Twisted Sister, Mötley Crüe, Iron Maiden, Guns N’ Roses, Aerosmith, Starship, Deff Leppard y otros tantos más, de aquellos años del Long Plays de vinilo. Pero sobre todo (más allá de los temas clásicos) hay una observación paródica sobre las estrellas de rock, sus excesos y sus excentricidades estrambóticas, que formaban parte del mito. Aquí hay que hacer una gran marquesina para el trabajo de Tom Cruise. No sólo porque él mismo es un ícono de los ‘80, sino por haber entendido, incorporado y asimilado a la perfección el estereotipo del rock star. Vendría a ser un Peter Capussotto con glamour. En adición a su actuación, digna de nominación a Oscar, canta. Y lo hace bien como el resto del elenco. ¡Ah!, olvidaba mencionar, “La era del rock” es una comedia musical. No es un dato menor teniendo en cuenta que este género cinematográficamente está casi muerto, más por falta de buenos argumentos que por cuestiones culturales. Si a usted no le gusta ni le interesa este género, le sugiero pasar a la siguiente crítica. La producción se basa en la obra de Broadway “Rock of ages”, cuyo libro pertenece a Chris D’Arienzo (sin parentesco con nuestro Juan), nominada al premio Tony en 2009 como mejor musical. Planteada en 1987, narra la historia de Sherrie (Julianne Hough), una entusiasta chica de pueblito, fanática de las bandas mencionadas anteriormente y decidida a triunfar en Los Ángeles a como de lugar. Pero ni en los musicales (ni en la vida) las cosas son tan fáciles. Habrá un par de canciones melancólicas antes de que todos sonrían. Una vez en la ciudad conoce a Drew (Diego Boneta), quien le consigue trabajo en el Club Bourbon (notable guiño al emblemático bar Whisky A Go Go, lugar de paso de casi todo el rock y el blues de todas las épocas). Digamos que Drew y Sherrie, representan la frescura de la nueva generación El lugar está manejado por Dennis (Alec Baldwin) y Lonnie (Russell Brand), dos pioneros en esto de boliches para recitales, pero enfrentan a una sociedad de mujeres moralistas y de clase alta que pretenden erradicar el rock para siempre haciendo lobby con la primera dama (Catherine Zeta-Jones) del alcalde (Bryan Cranston). Pero el eje de la trama y de la resolución del conflicto pasa casi exclusivamente por la figura de Stacee Jaxx (Tom Cruise), el hombre-ídolo-estrella del momento que está a punto de separarse de su banda e impulsar su carrera como solista a través de su manager (Paul Giamatti). Hay dos aristas para analizar en esta película. La primera, es de forma. Ya señalé que es un musical, como tal es la música, y sobre todo las letras, la manera casi exclusiva a partir de las cuales tiene que narrar la historia. La elección es jugada por cierto, ya que varias de las canciones emblemáticas del rock son las que sirven a los personajes para establecer su estado de situación emocional y físico. La producción musical es notable, aunque más allá de la presencia de instrumentos típicos en cada versión, el concepto de la mezcla de sonido está más cerca de la serie “Glee” (2009 que del rock and roll, es decir, que suena profesionalmente impecable, pero le falta “garage”, lo cual es lógico teniendo en cuenta que el productor ejecutivo es Adam Anders (el mismo de “Glee” y de “High school musical”, 2006). Hay varias atmósferas en este argumento, por eso cada coreografía tiene su razón de ser, por ejemplo la escena del baile en una iglesia donde las moralistas que protestando contra el rock combinan (sutilmente) al menos tres de las coreos clásicas de Michael Jackson, el rey del pop. Desde la performance de melodías y bailes el objetivo del musical como género se cumple. En esto tiene mucho que ver el director Adam Shankman, quien también realizó la última versión de “Hairspray” (2007), con más de 20 años trabajando como coreógrafo en varias películas. La otra arista es cultural. ¿A qué público puede estar dirigida esta obra? Difícil pensar en otro público que no sea fanático de las películas y series mencionadas en esta nota. Para quien escribe fue un placer disfrutar de covers bien hechos y cantados, algunas actuaciones (Brand, Cruise, Giamatti y los dos chicos) y, como testigo de esa década, los muchos guiños paródicos que sino le resulta familiares el tema estarían lejos de ser captados. Un panorama general arroja por resultado una historia algo naif y presencias como las de Baldwin y Cranston que no terminan ser tan convincentes como las del resto del elenco. También algunos minutos sobrantes en la última parte, cuando todo está definido, pero también hay que ser justos: “La era del rock” está bien realizada, entretiene, y tiene las puertas abiertas para cualquier nostálgico que no tema al pop ni al aggiornamiento.
Resulta curioso que un documental con tantas propuestas termine victima de la abundancia. Algo innegable de “El otro fútbol” es la enorme cantidad de kilómetros recorridos por la producción en el transcurso de los cuales se metió en 108 partidos de todas las divisiones y torneos del fútbol argentino, con la excepción de la primera A. La noble intención de captar postales de la pasión por el deporte más popular de nuestro país tiene sus puntos altos en la paciencia. El director ha logrado tomas fantásticas, como la de un hincha parado en el asiento de su bicicleta para poder ver el juego; la de una recriminación del capitán a sus compañeros por ir perdiendo 6 a 0 en el primer tiempo; o un plano general corto de un relator transmitiendo el partido a la intemperie y acodado en una estructura de cemento. “El otro fútbol”, propone meterse en los recovecos y en los alrededores del corazón del hincha. Sucede que cada vez que el realizador cambia el escenario, o el tipo de "protagonista", a lo mejor sin proponérselo, se disparan temáticas interesantes que nunca son profundizadas, por ejemplo la visita al penal de Campana y el logro de que presos y guardias juntos participen oficialmente del torneo local. Este recorrido termina entregando tantos testimonios e imágenes como propuestas inconclusas. Es como esos viejos albúmenes de fotos en los que entraban cuatro por cada página. Uno mira interesado y con detenimiento al principio, para luego perder gradualmente el interés a medida que se suceden las páginas. De todos modos cabe destacar el buen trabajo de edición y post-producción, y una gran capacidad visual para componer desde los planos detalles a los generales. Es allí donde la mayoría de las imágenes cuentan algo sobre la intimidad de la pasión de multitudes.
El decimosexto documental estrenado este año tiene dos (y sólo dos) aristas. La primera tiene que ver con el contenido, la segunda con una tomadura de pelo. En la década del ‘70, en pleno camino al proceso militar, se produjo la captura de Miriam Prilleltensky quien con sólo 18 años se había incorporado al ERP. Luego de su captura en Tucumán, días después, apareció en televisión, declarando públicamente su arrepentimiento de ser guerrillera, entrevista que los militares pretendían usar como elemento disuasivo para combatir la "subversión". “Cuentas del alma. Confesiones de una gerrillera” sirve como testimonio para poner luz sobre una campana que casi nunca se escucha respecto de aquellos años oscuros. Hasta los cuarenta minutos de proyección la información resulta más que interesante, e incluso abre lugar para la polémica. Luego todo deriva en otra cosa que deja de aportar riqueza de contenido en la temática propuesta. El director Mario Bomheker buscó esta entrevista durante algún tiempo y de hecho realizó un gran viaje para hacerla. Aquí es donde viene la tomadura de pelo. Este documental consiste en una entrevista televisiva directamente. Salvo por alternaciones que van de primerísimo primer plano a un plano medio de la mujer que está sentada a la mesa, jamás veremos variación alguna, ni puesta en escena, ni nada que obedezca a un mínimo de lenguaje cinematográfico. Es totalmente válido preguntarse: ¿Iría al cine a pagar una entrada (o aunque fuera gratis) para ver una entrevista que parece hecha para televisión por cable? Si no fuera por su duración, hasta diría que podría ser una nota en cualquier radio AM. Lo cierto es que lo proyectado en la sala está muy lejos de ser cine, maá allá de quien es la entrevistada. Podría ser Bono, el presidente de Kazajistán o la mamá de Mafalda. Da igual. En el último Festival de Cine Político pudimos ver el documental nominado al Goya sobre el juez Baltazar Garzón. No tenía nada de distinto con esta película, salvo por no estar filmada en color y la alternación de planos y contraplanos entre entrevistador y entrevistado. No podría entrar ni siquiera en la "esnobizada" carátula de "cine experimental". No sé usted, yo cuando voy al cine quiero ver una película, aunque esté mal hecha, pero una película. Para ver televisión me quedo en casa.
Un tema difícil a través de una historia muy bien pensada, realizada y protagonizada Luego de años y años de cine donde el eje de una historia es la amistad se podrían establecer varias formulas que funcionan bien en la platea, según el objetivo del creador En el caso de “Amigos intocables” la química entre los personajes nace y crece (muy bien) en todos los tipos de contrastes que el espectador quiera imaginar. Desde la etnia al status social, pasando por nivel de educación, gustos personales, y casi todos los opuestos socio-culturales. Digo casi, porque, por ejemplo, Driss (Omar Sy) es un inmigrante en París, pero no vive en la calle, en tanto Philippe (Francois Cluzet) es un millonario, pero no vive en una burbuja. Lo cierto es que se trata de dos personas cuya posibilidad de conocerse en la vida real sería un milagro, pero tienen algo en común que hace poner en marcha esto de la atracción de los polos opuestos: ambos reniegan, a su manera, del presente que les toca. Uno sobrevive con una especie de subsidio del estado; el otro apenas puede soportar vivir en su condición de tetrapléjico mientras entrevista a posibles acompañantes para servirlo en su convalecencia. Gracias a una decisión inteligente que esquiva los golpes bajos y el melodrama, respecto de la condición médica de Philippe y la del inmigrante Driss (legal o no), los realizadores Eric Toledano y Olivier Nakache logran focalizarnos en el crecimiento de la relación entre ambos. La situación en que se encuentran funciona como el contexto en donde nacen las mejores dosis del humor, bien logrado, del que está teñida esta comedia dramática. Este punto es importante si usted decide ir a verla, pues en ningún momento sufrirá por nadie. Por el contrario, será el humor lo que accione a favor, demostrando que se puede ser profundo y emocionar sin que la lástima y la lágrima fácil primen a la hora de tocar el tema. Ni siquiera la buena banda de sonido conspira contra el sostener esa sonrisa. Las actuaciones de Cluzaet y Sy constituyen trabajos realmente logrados, en los que se pudieron apoyar los realizadores. Es cierto que el texto cinematográfico no obedece a la tradicional forma del cine francés de antaño, de hecho “Amigos intocables” viene precedida por una enorme recaudación en su país de origen y en toda Europa. Esto puede obedecer a un hecho concreto: hace rato que la televisión (y su lenguaje mucho más dinámico) se amalgamó con el cine en casi todos los países del viejo continente. Una cuestión cultural que también afecta al resto del mundo y, en todo caso, amplió la brecha entre producciones de gran presupuesto y el cine independiente, lo cual afirma claramente, como nunca, que cuando un director de cine (o dos en este caso) sabe qué y cómo narrar el resto depende del público. Es harina de otro costal, pero a lo mejor ayuda a entender el éxito de esta película. De todos modos es menester mencionar un factor fundamental: Esta es una historia bien pensada; bien contada, que deja una sonrisa dibujada en el rostro, y acaso una buena lección de convivencia en todos los aspectos. Si se trata de hacer un retrato humano, todo lo antropológico que pudimos ver en la excelente “El Puerto” (2011) no está presente aquí, pero no por eso deja de haber otro tipo de valores que se relacionan de forma más directa con la gente. Bienvenido sea.