Ver esta película da ganas de ponderar la sencillez. No porque la historia sea sencilla, sino por la forma de narrarla. En todo caso, para ir desandando el camino de este comentario, empecemos por decir que no es una película romántica (aunque tiene toques en tal sentido), ni tampoco un melodrama, género al que la realizadora Alix Delaporte sabe escapar inteligentemente. Ángel es una mujer con pasado oscuro, ex-convicta y prostituta por conveniencia, que intenta lograr la custodia de su hijo de 8 años. En este contexto recala en un pueblito de pescadores en Noruega donde conoce a Tony, un hombre adusto y algo tosco que vive con su madre. Por supuesto, se enamora de Ángel; pero huye de la "facilidad" con que ella se ofrece. A su vez, ella le pide trabajo y alojamiento. En las actitudes contrapuestas de ambos personajes es donde la dirección de Delaporte descansa para ir construyendo de a poco un relato muy sólido, sustentado las buenas actuaciones de todo el elenco. Las dos pequeñas subtramas que se desprenden (la relación que ambos personajes tienen con sus respectivas familias) apuntalan al sentido inevitable que tiene el resultado final. Cltilde Hesme y Gregory Gadebois traducen la química entre ambos con dos actuaciones en las que se nota un vínculo muy bien trabajado. La dosis justa de música, encuadres que no temen a la naturalidad de los exteriores, y un conjunto de rubros técnicos en donde nadie abusa de la situación, establecen el equilibrio narrativo. No se trata de una obra maestra, pero la primera película francesa del año (aunque es de 2010) es un buen paso hacia la misma conclusión de 2011: en Europa está lo mejor del cine contemporáneo.
Cuando comenzamos a ver los créditos al principio de “Robo en las alturas” nos encontramos con una serie de nombres familiares, pertenecientes al cine norteamericano de los 80, con Matthew Brodderick y Eddie Murphy a la cabeza. Si tuviéramos que abrir un juicio de valor aplicando a rajatabla lo aprendido en estos años, no habría mucho para decir sobre esta producción. Más bien es una invitación a dejarse llevar (otra vez) por una trama bastante básica, que se apoya fundamentalmente en la sapiencia de todo el elenco para llevar adelante una comedia que se parece mucho a lo que solíamos ver en este género en épocas de la presidencia de Ronald Reagan. Brett Ratner, director de “X-Men III” (2006) y productor de la serie Prision Break” (2005/2009), abordó el guión de Ted Griffin con la acertada decisión de no tomárselo en serio. Esto es, dejar el discurso de lado, o mejor dicho contextualizar la historia fuera del mismo. Josh Kovaks (Ben Stiller) es el supervisor de un edificio al estilo Donald Trump donde vive gente de muy alto nivel económico, a la vez que es considerado como una suerte de líder del grupo de trabajadores, integrados por mucamas, ascensoristas, cocineros, etc., todos de etnias diferentes, para servir a los popes de las finanzas. Entre estos últimos se encuentra Arthur Shaw (Alan Alda), a quien todos quieren y respetan hasta que se enteran de la pérdida de todos los ahorros, que fueron acumulando con sacrificio, a manos del bueno de Arthur, quien perdió todo en la bolsa de valores. El sistema se comió a la clase trabajadora, incluyendo a un ex agente de bolsa que también lo perdió todo y espera por el desalojo por orden del banco Parece no haber salida, al menos dentro del marco legal, por lo que Josh y compañía deciden robar al ladrón, ayudados por Slide (Eddie Murphy), un ladrón de poca monta, también cliente al fracaso en lo suyo. Todo lo que pasa a partir de allí bordea la ruptura del verosímil pero funciona, por obra y gracia de un elenco que sabe a qué juega. No se puede afirmar que es el gran regreso de ninguno de ellos, pero puede que hayan subido algún escalón hacia ese objetivo. En todo caso “Robo en las alturas” es un buen entretenimiento para quien quiera cambiar el estado de ánimo por un rato.
Con esta realización David Fincher estampa la rúbrica de un gran director Lo logró una vez más. Él casi siempre lo hace y por eso es noticia. Es como el fútbol ¿vio? Si un jugador hace goles en todos los partidos, eventualmente va a llamar la atención, y además ayudará a solidificar su carrera a base de la confianza en sí mismo. Esta vez, no solamente aplica su estilo a una nueva película. También llega al valor agregado de contar una historia ya vista y sin embargo generar interés de principio a fin. Cabe aclarar que estas virtudes las logra en la industria de Hollywood, lugar difícil, si los hay, para imponerse ante productores que miran la taquilla y actores con los humos al tope. Sin embargo varias de sus películas no sólo carecen de un final feliz, sino que además somete a verdaderas estrellas a personajes muy lejanos al glamour. Convengamos que no cualquiera hace rapar a Sigourney Weaver, embarazarla de un extraterrestre asesino y someterla a convivir con reclusos de una prisión en un planeta en deshuso (“Alien 3”, 1992). Tampoco es común ver a Brad Pitt disfrazado con kilos de maquillaje para que no se lo vea (“El curioso caso de Benjamin Button”, 2008), o de policía recibiendo la cabeza de su esposa en una caja (“Pecados Capitales”, 1995)). Ni que hablar de la decisión de pedirle a Robert Downey Jr., con los antecedentes personales que tiene, que componga a un periodista venido a menos con problemas de alcoholismo. Señoras y señores, con el estreno de “La chica del dragón tatuado”el realizador David Fincher rubrica lo que ya es: un gran director de cine. El primero, y tal vez principal, acierto es el de seguir jugando a tomar parte de su narrativa como si fuera una especie de McGuffin. Tal cual sucedía en “Zodíaco” (2007) no era el caso que fuera el asesino lo que importaba, sino la obsesión por la investigación. Este parámetro es el que se debe someter a consideración si queremos encontrar una mirada distinta a la novela “Los hombres que no amaban a las mujeres” y a su adaptación sueca de 2009 en la trilogía “Millennium”. “La chica del dragón tatuado” es la misma historia. Mikael Blomkvist (Daniel Craig) pierde prestigio y credibilidad pública como periodista, al no haber podido probar fehacientemente los argumentos que publica en una nota en la revista para la cual trabaja contra un conocido empresario. Sin embargo es contratado por Henrik Vanger (Christopher Plummer), el patriarca de una familia de altísima alcurnia, para que investigue la desaparición (o asesinato) hace 40 años de una de sus tres hermanas. Será eventualmente ayudado por Lisbeth (Rooney Mara, a quien ya vimos en “Red Social”, 2010), una hacker pseudo punk con agudos problemas de adaptación. Equipo que gana no se toca, y en este sentido el director lo tiene bien armado desde hace muchos años. La realización en su conjunto es explosiva, sólida, empezando por la elección de las locaciones (en realidad toda la dirección de arte es una película aparte), una fotografía de Jeff Cronenweth digna de premio; una excelente banda de sonido de la dupla Trent Reznor y Atticus Ross, ganadores del Oscar el año pasado, y la acertadísima compaginación de dos artistas que conocen muy bien el paño en el que juegan: Kirk Baxter y Angus Wall. El elenco ha sido muy bien seleccionado. Craig le pone su dureza al personaje que compone, lo cual le viene de maravillas porque lo ayuda a crecer de principio a fin, pero sin dudas la actuación destacada es la de Rooney Mara, quien logra una relación de amor/rechazo con el espectador pero, sobre todo, una textura muy especial de su Lisbeth, en la que se desenvuelve con mucha soltura. Es cierto que Hollywood subestima a su público cuando adapta buenas películas de otro idioma al suyo propio, suponiendo que si no es en inglés la gente no va al cine. También es verdad que siempre terminan arruinando la obra original. “La chica del dragón tatuado” no sólo es una excepción a la regla, también es una forma de demostrar que en Hollywood no todo está perdido. Y ya que va, preste atención a los títulos iniciales (visualmente impactantes). Así como sucedía con los de “El club de la pelea” (1999), dicen mucho más de lo que parece.
Belleza formal y notable labor de Baard Owe en una aguda comedia agridulce Cuando directores como Bent Hamer, de quién vimos la notable “En casa por navidad” (2010) en el 2° Festival de Cine Escandinavo del año pasado, hacen del cine un mundo con una mirada distinta desde la cámara siempre deja la grata sensación de lo posible. Pero además cuando la puesta en escena, los encuadres y los diálogos asisten al realizador para conseguir adentrarnos en el perfil psicológico de sus personajes, estamos ante una obra digna de ser revisada por cualquier espectador, aunque llegue 5 años después de haberse filmada. Esa es la sensación que trasmite “El extraño señor Horten” Odd Horten (Baard Owe) se está retirando de su oficio de maquinista de una empresa ferroviaria. Su vida ha pasado en forma perfecta y simétrica hasta llegar a su jubilación. Casi matemática desde la cotidianeidad de sus actos. Esta forma metódica de actuar la podemos apreciar en las primeras escenas, desde el sencillo acto de levantarse por la mañana para ir a trabajar. Su vida es el ferrocarril. Tal es así que vive cerca de las vías, por eso los sonidos del andar de los trenes y sus silbatos son el contexto ideal para trazar los primeros bocetos de un hombre al verse por primera vez, o quizá en muchísimos años, en la situación de enfrentar el mundo sin la institucionalización en la que el hombre hace depender su estabilidad psíquica y emocional, concepto que tan bien trazaba Frank Darabont en la excelente “Sueños de libertad” (1996). De hecho, en una escena mágica los ahora ex-compañeros lo despiden en una ceremonia en la cual le hacen entrega una suerte de trofeo, mientras reemplazan los aplausos por la mímica hecha con los brazos de una vieja locomotora, mientras sueltan silbatazos con la boca. Luego Horten sale a conocer el lugar donde vive, ahora observado desde el retiro mientras fuma constantemente su pipa. En su andar encuentra personajes y situaciones que lo van conectando con otras realidades de su comunidad mientras su semblante va lentamente perdiendo la rigidez del cumplimiento de las reglas y los horarios de la planilla, para ir humanizando su expresión. Es que Odd ha sido perfecto en su trabajo, pero no en su vida fuera de él. Nunca se animó a nada, es parco, tímido, reservado. Todas características bien perfiladas por el guión, concebido por Bent Hamer y Harold Manning. Desde esa posición analítica nace el humor en esta comedia agridulce. El realizador logra involucrar al espectador dentro del universo de Horten para comprender por qué vive solo, pero no es solitario, que es estructurado y frío, pero no indiferente. Así como “En casa por navidad” Hamer construye sus escenas. No le da lo mismo un encuadre que otro, ni la duración de los planos a la hora de la compaginación, con tal de llegar a exponer su estilo narrativo, en lo que mucho ayuda la fotografía de John Rosenlund y la extraordinaria música de John Erik Kaada. El notable trabajo de Baard Owe componiendo al protagonista es de una exquisitez inusual que va desde su forma de fumar pipa hasta la casi robótica manera de caminar. Una demostración de disponibilidad actoral y una dirección de actores que permite disfrutar una de las mejores construcciones de personajes de los últimos tiempos. En este aspecto el cine de Hamer se parece mucho al de Abbas Kiarostami. “El extraño señor Horten” vale la pena una salida para ver buen cine.
Comenzado el año es de esperar una buena cantidad de productos provenientes del país del norte. Así es, el cine pochoclero será sin dudas el plato principal del verano que, como es sabido, se alimenta fundamentalmente de esa fuente y tarde o temprano le va a caer muy mal. Digo yo, ¿no hay más variantes en las películas con extraterrestres? ¿Hasta cuando tendremos que soportar esto de venir al planeta para llevarse algo? ¿No hay otro planeta con agua acaso, con plantas o seres vivos? ¿Por qué tienen que venir todo el tiempo a romper edificios? Con todos los problemas que uno tiene de aumentos de subte, inflación mentida y TV chatarra, encima, hay que bancarse alienígenas intolerantes. Todas estas preguntas que me hago surgen un rato después de comenzada la proyección de “La última noche de la humanidad”. Primero tenemos una escena donde dos amigos muy emprendedores llegan a Moscú para promover un invento que consiste en un aparato mezcla de GPS con chat, cuyo mapa contiene los lugares más piolas para pasar la noche: los que tienen las mejores minas, los que están más "liberados" en cuestiones de drogas, los más caros, los más baratos etc. En pocas palabras, el mapa del descontrol para jóvenes con plata. Curioso el tiempo que se usa para describir un producto que luego no servirá para solucionar nada de lo que suceda después. En la misma escena vemos una irritante cantidad de planos mostrando que linda y capitalista se ha vuelto la Rusia de hoy. McDonald's, Starbucks, Nike, gente consumiendo feliz y alegre en las calles. Ni rastros del comunismo. ¿Ve qué bueno es que Estados Unidos se meta a arreglar el mundo? Es tan incómoda la escena que hasta me pareció una provocación (buena señal, por cierto). Bien, nada de esto importa para nada. Todo se diluye cuando los dos amigos, estafados por su representante ruso, están en un boliche para olvidar las penas y un repentino ataque de extraterrestres comienza a convertir cada ser viviente en un puñado de cenizas. Los "bichos", esta vez a base de luz pero invisibles en su forma, parecen imposibles de destruir pues, además, están protegidos por un escudo de energía que los hace impenetrables a las balas, las armas cortantes, o lo que sea. Ellos, dos chicas y el ruso sobreviven encerrados en el sótano-cocina durante unos días hasta que deciden salir. El panorama es incierto. Parece ser la victoria por goleada de los aliens, pero sin embargo siguen por ahí patrullando las calles en busca de nuevos aspirantes al cenicero. Cumpliendo a rajatabla con todas las convenciones del género habrá más sobrevivientes; gente que descubre una forma de combate efectiva; una resistencia organizada, o a punto de estarlo, y una forma de escapar para eventualmente contraatacar. Nada que no se haya visto antes, con un par de excepciones. El clima de tensión generado por información que se va entregando en dosis interesantes, y el aprovechamiento de los espacios exteriores gracias a la muy buena dirección de arte de Ricky Eyres, quien ya había hecho un trabajo sólido en “Contagio” (2011). Incluye tomas y ángulos panorámicos de la ciudad de Moscú meticulosamente seleccionados para dar atmósfera de desolación e inmensidad ante la catástrofe, e interiores gigantes donde no parece haber lugar seguro. En ambos casos correctamente fotografiados por Scott Kevan. Si hubiera alguien del elenco para destacar le juro que lo mencionaría. Pero no, porque actúen mal sus personajes, más bien diría que este grupo de actores y actrices funcionan bien juntos y como equipo simplemente útil y bien articulado. No es cuestionable la realización de Chris Gorak. Es más, hasta se inscribe dentro de las producciones que no hacen abuso de los efectos especiales, al contrario, y estos contribuyen a la narración. “La última noche de la humanidad” está bien realizada, el problema es el centenar de guiones parecidos de los últimos años que la colocan del primer al último fotograma dentro de la bolsa de términos tales como rutinaria, trillada, común, etc. En el mejor de los casos, si usted no es habitué del género (o sea vio poquitas de este estilo), esta producción lo va a entretener genuinamente y sin subestimarlo. Nada más
Tenía una TV blanco y negro. Una Zenith de esas con antena y un “cambiacanal” con perilla que hacía el típico “trac, trac” cuando pasaba de canal a canal y una rueda de sintonía fina incorporada. En esa tele veía el Show de los Muppets cuando se daba en el viejo canal 11 los sábados. Las caracajadas mas fuertes eran las de mi viejo que evidentemente entendía mas chistes que yo. Para mí era gracioso el simple (y frenético) movimiento de los títeres de Jim Henson lo que me prendía sonrisas. Mucho mas adelante entendí otra parte de esa genialidad...
Tres años después de haber sido concebida llega a nuestro medio la opera prima de Sophie Barthes, “Intercambio de almas”. Por el título uno puede imaginarse de qué se trata, aunque en realidad es sobre-explicativo considerando que originalmente se llama “Cold souls” (almas frías), lo cual está mucho más cercano la esencia de la idea. Como declaración de principios el comienzo tiene un fundido negro con una frase de Descartes: “El alma se sitúa en la pequeña glándula localizada en el centro del cerebro” Este enunciado sirve como punto de partida para plantear una realidad alternativa que se irá revelando a través del protagonista. Paul Giamatti (Giamatti - Paul) es un actor que está en plena búsqueda para componer el complejo personaje del “Tío Vania”, de Chéjov, en una nueva puesta en escena. En un momento reconoce las enormes dificultades que atraviesa en esta búsqueda. Se siente vacío, inocuo, falto de energía. Después de intentar, sin éxito, solucionar el problema cae de visita a un lugar que le recomendaron. Allí el Dr Flintstein (David Strathaim) ofrece una terapia científica consistente en extraer, durante un tiempo a determinar, el alma del paciente alegando que es el factor fundamental por el cual la gente queda trabada en sus vidas debido a toda la carga emocional que se aloja en el "órgano". Desesperado por una solución, Paul accede a la propuesta sin pensarlo demasiado. Luego de ver su alma (que parece un garbanzo) en un frasquito, y sintiéndose bastante más liberado, liviano si se quiere, los siguientes ensayos se producen ante el estupor del director y del resto del elenco que no entienden lo que está pasando. Sin darse cuenta, Paul aceptó ser un actor sin alma, despojándose de una de las herramientas más importantes de su profesión. Este es el momento donde aparece el humor en esta comedia agridulce. Hasta aquí “Intercambio de almas” logra instalar muy bien el verosímil en forma lineal y directa. La ficción planteada funciona como metáfora para explorar el intrincado mundo de la actuación, metiéndose en la piel de un artista en pleno proceso de búsqueda, cuando esta es interferida por factores externos. Hay una subtrama que va mechándose de a poco en el guión, mostrando a Nina (Dina Korzun), una mujer rusa que oficia de "mula" en el negocio del tráfico ilegal de almas. Muchas veces se ha dicho que la comicidad en los actores comienza cuando éstos se toman su personaje en serio. El humor entonces es percibido por los espectadores a partir de tener claro el cuadro de situación y la risa nace por oposición. Gracias a la fenomenal actuación de este enorme actor que es Paul Giamatti, la película atraviesa los estados de ánimo de un personaje perfectamente delineado por la directora y guionista que, lejos de esquivar el bulto, profundiza su propuesta sin dejarnos olvidar nunca su oferta principal: ser espectadores del proceso creativo de un actor. La atmósfera opresiva y fría es apuntalada por una dirección de fotografía muy trabajada por Andrij Parekh y una cuidada compaginación de Andrew Modshein. “Intercambio de almas” es una de las buenas alternativas que podemos ver comenzado el año. Tardan en llegar a veces, pero vale la pena la espera del cine independiente de Estados Unidos. Todavía tiene cosas para decir.
Un Spielberg en estado puro, que entretiene con inteligencia sin subestimar a nadie Le soy sincero. Se me plantea una suerte de dicotomía al escribir sobre “Las aventuras de Tintín”, pero vayamos por partes porque a veces ahorra tiempo. No es la primera vez que escucho sobre la negación o el poco convencimiento de algunos espectadores respecto de la estética del Stop motion (explicada brevemente en la crítica de “Marte necesita mamás”, allá por marzo del 2011 (ver en el archivo de esta página), entre los cuales me incluyo. Es un recurso al que le falta desarrollo para disminuir la impresión de que uno está viendo personajes hechos con pasta de almendra. No me gusta. Ahora, siento todo lo contrario respecto del cine de Steven Spielberg por el cual tengo profunda admiración. ¿Se imagina el brete en el que estoy metido para este comentario verdad? Déjeme empezar por decirle que si usted detesta este tipo de estética ni se moleste en entrar a la sala (por si no la recuerda es la misma técnica de animación utilizada en tanques como “Beowulf” (2007) o “Monster House” (2006) Ahora sí. Sólo el poder de saber contar una historia pudo hacerme olvidar tanto del Stop motion como de estar usando anteojos 3D. El cine es así. Cuando está bien hecho, algunos detalles son sólo eso, detalles. La película comienza con títulos animados como para desafiar al más fanático, tanto del director como de la historieta del dibujante Hergé, con un puñado de imágenes referenciales a ambos. También la banda de sonido lo es en tanto tiene todos los recursos utilizados por John Williams en “Atrápame si puedes” (2002) La introducción es fiel a casi todos los comienzos de los libros originales, y cabe destacar que desde el vamos se presenta como “basada en las aventuras de Tintín” y no particularmente en uno de los episodios, aún llamándose “El secreto del Unicornio”. Aclaro esto porque si usted es fanático ortodoxo de la historieta va a salir bastante decepcionado. En cambio si recuerda que lo que se está haciendo es tomar parte de los argumentos del personaje en general para construir una historia, entonces sigamos adelante. El guión de la obra mezcla fundamentalmente dos episodios: “El cangrejo de las pinzas de oro” y “El secreto del unicornio”. Spielberg lo hizo arbitrariamente para poder presentar al capitán Haddock, ya que da por sentado que todos conocemos al periodista del jopito. Un día en una feria Tintín compra una réplica a escala de un barco del siglo XVI llamado “El Unicornio”. Inmediatamente, dos personas intentan re-comprárselo ofreciendo cualquier suma. Ante la negativa de éste comienzan las preguntas que desencadenan el misterio. Algo se esconde en ese barco y parece que hay más igual a ese. Tal cual sucede en la historieta todo parte de algo cotidiano sobre lo que el instinto de periodista pone otra mirada. Así las cosas, se irán derivando como consecuencia de la natural predisposición del joven a satisfacer su curiosidad. Llegará a conocer al Capitán Haddock (gran actuación de voz de Andy Serkis), un marinero que pasa la mayor parte de tiempo borracho e ignorante de lo que sucede a su alrededor, como dueño del barco carguero llamado “Karaboudján”. Pero hay algo más, Haddock es descendiente directo del Caballero de Hadoque, dueño original del Unicornio y autor de las pistas dejadas hace siglos para que alguno de su linaje las siga para encontrar el tesoro de Rackham El Rojo. Cuando ambos se conocen y huyen del barco, empieza la segunda parte de la aventura que es literalmente como un juego de la búsqueda del tesoro, cuyas pistas se van entregando a los personajes y al espectador en la dosis justa para hacer crecer a la historia en drama, acción y tensión. En este aspecto asistimos al ya clásico lenguaje “spilberguiano”, con Indiana Jones como referencia inmediata. Para ello el equipo técnico del realizador luce sólido y está consolidado desde hace años: Januz Kaminski en la fotografía, Michael Kahn en la compaginación, y el mencionado Williams en la música. Un team que, como en el fútbol, ya se recita de memoria. Hechas las salvedades del comienzo, “Las aventuras de tintín” es aventura en estado puro, al servicio de entretener inteligentemente y sin subestimar a nadie. El oficio del realizador para manejar los tiempos es su marca registrada y garantía de diversión. Sin dudas uno de los estrenos del año de la industria de Hollywood.
Todavía me acuerdo la primera vez que escuché a Alvin. Fue en 1985 cuando en Rocky IV, Balboa jugaba al ajedrez con el entrenador de Apollo. O sea, Stallone (con la inteligencia que él mismo dotó a su personaje) jugando al ajedrez, en Rusia y escuchando un villancico cantado por las ardillitas. No me diga que no es bizarro...
Nos compramos un zoológico. De alguna manera tengo que paliar la muerte de la madre de mis hijos y esta aventura (de todas las que viví) parece ser la más arriesgada Nos compramos un zoológico, no importa que ningún espectador sepa de donde salió la plata, lo que importa es que en medio de esta crisis que atañe a mi país (Estados Unidos), la gente vea que todavía se puede ir tras el sueño americano y que no todo está perdido en la tierra de las oportunidades. Total todavía queda guita en el banco. Nos compramos un zoológico. ¿Que otra manera extrema hay de fortalecer los lazos familiares sino sacando a los chicos de su hábitat natural (incluidos sus amigos)? Nos compramos un zoológico. Lejos de casa. Ese lugar en donde todavía el recuerdo de mi amada esposa y devota madre sigue vivo en todos los rincones. A enterrar el pasado se ha dicho. Y a otra cosa. Un argumento como este es sólo sostenible desde Hollywood, y desde el país más poderoso del planeta atravesando la clara decadencia del sistema capitalista (al menos si se sigue lo planteando ante al mundo de esta manera) Hechas todas las lecturas (acaso improcedentes) que se me ocurrieron al terminar la proyección, “Un zoológico en casa” se la disfruta desde principio hasta el fin. No sólo porque nunca reniega del discurso en donde se posa; sino porque redobla su apuesta en función de ir a fondo con su propuesta. Los valores de una sociedad sólida (bien o mal entendidos) empiezan por casa. Y es exactamente donde el guión de Aline Brosh McKeena y Cameron Crowe (basados en el libro de Benjamin Mee) hace hincapié: Las relaciones familiares. Ben (Matt Damon) ha sido un aventurero toda la vida. Ha hecho cosas que ninguno de nosotros haría en muchos años, pero ahora se enfrenta a una viudez prematura y a cargo de los chicos que tenían un evidente anclaje emocional en su difunta madre. Luego, decide mudarse del lugar común para comprar una propiedad con la dificultad de ser una especie de mini zoológico, cuyo dueño anterior (también difunto) dejó establecido a sus herederos que la pueden vender, pero a condición de que el futuro comprador se haga cargo de todos los animalejos (y del staff de especialistas) no pudiendo, en ningún caso, destinar la propiedad a sembrar...soja, por ejemplo. Así, Ben encara su última misión que es la de fortalecer los lazos con sus hijos Dylan (Colin Ford, un muchacho con muchas condiciones) y Rosie (encantadora Maggie Elizabeth Jones), a riesgo de perder todo su respeto (además de toda su plata) en una empresa, como mínimo, imposible: reflotar el Zoo y vivir de su explotación. Entretanto conocerá al staff permanente del lugar, cuatro o cinco personajes, entre los que se destaca Kelly (Scartlett Johansson) como la jefa, en definitiva la mujer que planteará la posibilidad que Ben de también su vuelta de página emocional. Cameron Crowe, el realizador de “Vanilla Sky” (2001) y “Elizabethtown” (2005), deja en claro desde el minuto uno que no habrá personajes conflictivos ni antagónicos como en sus producciones anteriores, salvo por el inspector municipal de cuya última palabra depende la habilitación del lugar para los turistas (alguna dificultad tiene que haber). Esta comedia familiar sólo transita por el agradable camino de solucionar un problema a todos juntos y en eso reside su mayor virtud. En ningún momento el discurso socio-económico deja de estar presente, porque Duncan (Thomas Haden Church), hermano de Ben, viene a oficiar como el contador bancario que a cada rato recuerda a su hermano de la locura financiera en la que está a punto de meterse, sin que esa razón (y vaya si tiene fundamentos en la USA hoy) signifique renunciar al lazo familiar que los une. El realizador, con un gran timing para manejar la relación intrínseca que se da entre el ser humano y el mundo animal, deja fluir la historia acompañada por la inocencia infantil de Rosie y el descubrimiento del amor de Dylan cuando conoce a Lily (Elle Fanning (ya una actriz para tomar en serio, recordada por su presencia este año en “Super 8”). Todo enmarcado en una dirección de fotografía (Rodrigo Prieto) que logra momentos muy interesantes cuando los encuadres buscan disfrazar una naturaleza ficticia (es un zoo cerca de centros urbanos), y la compaginación de Mark Livolsi que da lugar a extender un par de segundos algunos planos de los actores que aportan a la expresividad que requiere el momento. El ejemplo contrario sería “Una noche en el museo” (2006) donde la relación padre-hijo queda desdibujada por los efectos especiales. “Un zoológico en casa” es una producción que por no plantear conflictos narrativos reales podría caer fácilmente en superficialidades, o situaciones melodramáticas, sin embargo la discusión entre Ben y su hijo (por poner un ejemplo) dan cuenta de una gran dirección de actores. Acaso el elemento fundamental en donde se apoya esta agradable comedia familiar con la que Hollywood cierra bien un año flojo en esta materia.