Un Thriller de ley. En 2008, cuando todavía el found footage se presentaba como voluntad formal para reflexionar sobre los medios digitales y más aún, sobre la digitalización, se estrenaba Cloverfield, uno de los mejores exponentes de la nueva etapa del género. Cloverfield estaba dirigida por Matt Reeves, un tipo cuya formación había sido casi exclusivamente televisiva. Ocho años después se estrena Avenida Cloverfield 10, secuela de aquella y opera prima de Dan Trachtenberg. El punto en común entre ambas obras, más allá del universo que comparten, es J.J Abrams. Quedan muy pocos productores de esos que cuidan su nombre como una marca, cuidando obsesivamente la calidad de sus productos y utilizan la producción para generar un sistema que refleje sus reflexiones y obsesiones recurrentes. Abrams es uno de ellos. Cada vez que se ve el logo de Bad Robot se asiste a una pieza que ocupa un lugar específico dentro del universo simbólico de Abrams y Avenida Cloverfield 10 es tal vez el rincón más pesimista y oscuro dentro de ese mega relato que viene construyendo en sus producciones y que corre en paralelo al que construye como director. El film se desarrolla principalmente dentro de un bunker comandado (digo bien, comandado) por Howard, un John Goodman tan grande corporal y dramáticamente que desborda la pantalla con cada gesto. En el mismo lugar están Michelle (Mary Elizabeth Winstead) quien fue llevada al lugar luego de sufrir un accidente automovilistico y Emmett (John Gallagher Jr.), constructor del refugio. El celular, objeto que se presentaba como última posibilidad de registro histórico en el film del 2008 es obsoleto y el afuera es una incógnita. Tal vez haya habido un ataque, tal vez no. Esa incertidumbre convierte el exterior en caos. Tres actores, un espacio reducido y un fuera de campo enorme que abarca al film del 2008, a Lovecraft (cuya Llamada de Cthulhu es mucho más que un libro en la biblioteca de Howard) y relaciones entre el presente y pasado de los personajes que no sería conveniente revelar. Es en films así, donde un gesto explica un pasado y un dialogo pone en juego las posibilidades futuras, no ya de los personajes sino de la humanidad misma, donde el cine se reconcilia con su pasado clásico. Avenida Cloverfield 10 construye un universo autónomo en donde las certezas no existen, juega como pocas con la cabeza del espectador arrastrandolo hacia lugares en donde la mayor parte del tiempo no le va a gustar estar. Esa, hoy en día, es una posición politicamente incorrecta. Todo en el mundo actual, nos invita a la comodidad, al fitness de cinco minutos diarios, al yoga por youtube, al trabajo desde casa, a la comida lista, a la reunión por Skype y al cine que reconforta con su previsibilidad. La publicidad del film, una de las más efectivas del último año, consistió en no avisar que la película se estaba filmando y presentar un sólo trailer antes de la proyección de 13 Horas de Michael Bay. Las redes sociales explotaron con tweets de espectadores que dejaron de ver el tanque de Bay para preguntarse sobre lo que acababan de ver. La incomodidad de lo inesperado, de lo no previsible. Esa estrategia esta intimamente relacionada al sentido del film. Avenida Cloverfield 10 es tal vez el rincón más pesimista y oscuro dentro de ese mega relato que Abrams viene construyendo en sus producciones. Avenida Cloverfield 10 porque busca hacer entender que el camino correcto a veces es el dificil. Se puede pensar que lo muestra de manera muy gráfica pero parece que es la unica forma de que se entienda (y quizás ni siquiera). Desde Fringe hasta 11/22/63 las producciones de Abrams vienen siendo bastante claras respecto al futuro y cuál es el rol humano al respecto. Pero el futuro es sólo la temática que mejor enmarca la verdadera obsesión de J.J. La pregunta sobre que es lo que hace humanos a los humanos. La opera prima de Dan Trachtenberg maneja el ritmo cinematográfico en su sentido más profundo, tiene una perfecta dosificación de la información y siempre se mantiene fiel a su propia estructura. Esto último hace que esta sea una obra chica, muy chica, que no es mejor simplemente porque no quiere, pero lo que cuenta y como lo cuenta no tiene fisura alguna. Avenida Cloverfield 10 es un incomodo juego de hipotesis que mantine la tradición del Thriller clásico, aquel que desde su propio origen etimologico (to thrill) tiene como objeto el estremecimiento profundo.
Sobre La Bruja y el terror favorito de Sundance La Bruja es probablemente la película de terror que más expectativas generó en lo que va del año. Premio a mejor director en Sundance, buen recibimiento de la critica en Estados Unidos y algún que otro rumor fueron preparando el terreno para que su llegada a nuestras salas estuviera llena de eso a lo que hoy en redes sociales y afines se conoce como hype. La Bruja no funciona por muchos motivos pero ninguno de ellos es la expectativa generada, que en este caso sólo es uno de los síntomas de una llamativa tendencia estilística. La tendencia aplaudidora actual, en lo que al cine de terror refiere, pasa por el cine de distanciamiento, por ver el objeto, la cosa, sabiéndose fuera, sabiéndola un otra cosa justamente. El ritmo, la fotografía kubrickiana, el alejamiento emocional de los personajes y la constante necesidad de no mostrar son algunos de los rasgos más marcados de este tipo de films. No estoy desacreditándolos ni mucho menos, algunos funcionan muy bien dentro de ese formato en el que podríamos reunir cintas como Starry Eyes, Babadook, It Follows, We Are Still Here y We Are What We Are por ejemplo. Es un cine anempático y por eso mismo me resulta llamativo que haya encontrado su terreno dentro del terror, genero que necesita por su misma esencia, tocar al espectador emocionalmente. La Bruja es obviamente uno de estos films y por eso su gran recibimiento. La Bruja es un film cuyo pictoricismo rodea, empaqueta y vende la vacuidad como material artístico. Dentro de este grupo de películas las hay buenas y regulares pero lo que si resulta problemático es que estas, que se venden como la opción al otro 90% de cintas que colman las carteleras semana a semana, están sostenidas en las mismas premisas. Tanto este grupo de films como los otros le escapan constantemente al terror como sensación. Los otros cien estrenos de terror del año apuntan a la burla, a que el adolescente vaya a verlos con sus amigos y se ría de la minita que muere de forma estúpida, lo berreta de la máscara del asesino o la inoperancia del exorcista de turno. Estos, en cambio, hacen que el publico piense en la hermosa fotografía, en lo sofisticada que es la banda sonora y recursos similares pero nadie puede sentir miedo mirando La Bruja. ¿Que pasa con el terror entonces?. El que cree que el cine de terror está ahí para burlarse de él o sólo para analizarlo está equivocado. El terror es el genero que nos conecta con las zonas más profundas de nosotros mismos porque es el genero que nos pone en las situaciones más extremas en cuanto a decisiones se refiere. Es el arte que nos conecta indefectiblemente con la muerte como posibilidad, tanto nuestra como de nuestros seres queridos. Obviamente no lo hace de forma literal ni consciente pero por un tiempo determinado, cuando estamos a oscuras frente a una obra que nos absorbe de tal manera que olvidamos lo que está alrededor, esa proyección se hace efectiva y tenemos miedo. La película pone en relieve algunas ideas que no termina de desarrollar, hay un clima incestuoso que parece sólo usarse como decorado, hay un ambiente paranoico que la misma película se encarga de desarmar llenando el relato de apariciones demoníacas que parecen no tener relación entre sí. Pero lo que más afecta al film es su falta de pasión en cuanto a las ideas que quiere comunicar. Lo que falta es sangre, y no en pantalla, sino en las venas de esa cinta que parece estar más interesada en ser una inerte pieza de museo en lugar de buscar mantenerse cambiante (y por ende viva) en la cabeza de los espectadores. Al terror le falta riesgo, le falta Corman, Carpenter, Tobe Hooper, Romero, incluso Craven. Al terror le está faltando terror.
El Futuro de DC da más miedo que Darkseid La siguiente reseña no tiene spoilers (de eso ya se encargaron los trailers de la película) Hay dos clases de espectador que van a ver este Jueves Batman vs Superman: unos son los que van a ver la película en la que Batman se enfrenta a Superman; los otros son los que tienen marcada esta fecha como un acontecimiento importante en su vida. Por razones de empatía y falta de objetividad esta critica va a estar apuntada más a los segundos que a los primeros. Yo lo entiendo a usted lector de DC, que vió como los cómics de Marvel (que cuando eramos chicos no los quería nadie) pasaron a tener una relevancia tal que hoy en día todo el mundo parece saber quien es Hawkeye. Hawkeye es y siempre fue la copia mala de Flecha Verde (Green Arrow) y usted lo sabe. Pero no quiero detenerme en contabilizar cuantos personajes le robó Marvel a DC, no, quiero explicarle a usted que tiene pesadillas con Ant-Man,las razones por las cuales cuando se junte con sus colegas fanáticos de Star-Lord en la próxima reunión, va a ser el centro de burlas nuevamente. El problema y la razón del preámbulo, es que tengo que juntar fuerzas para explicarle los motivos por los cuáles la nueva película de Zack Snyder no cumple las expectativas, y eso es muy difícil. Es difícil porque a esta altura resulta impensable que una película que tiene al mejor Batman de la historia del cine (no exagero, lo de Affleck es soberbio) peleando contra el único Superman que puede entrar con el disfraz al congreso de los Estados Unidos y no parecer tarado, no sea una absoluta fiesta. Batman vs Superman debería haber sido perfecta, debería haber sido la celebración de un nuevo ciclo, pero no lo es. Tampoco quiero asustar a nadie, la película no es mala y supera con creces a la Superman de Snyder. El film redondea bien y sirve como un buen muestrario de las cartas con las que DC piensa jugar su universo cinematográfico los próximos años. Esas cartas, esos momentos en donde empezamos a intuir para que lado va a armarse la curva de los próximos films, son hermosos porque tienen una sólida base de lo mejor que dieron los cómics modernos (desde Dark Knight Returns de Miller hasta Injustice: Gods Among Us). Batman vs Superman tiene algunos momentos que nunca pensé que iba a ver en cine y eso aumenta aún más la confusión sobre que pasó en la mesa de montaje de esta película. La edición es mala y la narrativa (quizás producto de esa edición, quizás al revés) se ve seriamente afectada. Todo está muy batido en la película, hay una necesidad absurda de insertar una decena de cosas que no eran necesarias y eso, sumado al tono de gravedad al que nos tiene acostumbrados Snyder, hace que al relato le falte oxigeno. Por otro lado, la construcción temporal es a veces incongruente y en el afán de generar ritmo por medio de elipsis no definidas correctamente se termina perdiendo la progresión dramática. Nolan le imprimía un buen ritmo narrativo a sus Batman pero no consideraba al plano como portante de valor cinematográfico por si mismo, lo suyo era la puesta en serie. Snyder, por su parte, tiene un ávido manejo de la composición simbólica de los planos pero no demuestra pulso narrativo. Es inentendible que la película que tiene al mejor Batman de la historia del cine, no sea la mejor película de superheroes de la historia. El film, luego de los créditos, empieza con los sucesos ocurridos al final de Man of Steel desde la perspectiva de Bruce Wayne. En pocos segundos vemos a un gerente de una financiera quedarse en un edificio a punto de ser destruido como si fuera el conductor de Titanic mientras le pide a Dios piedad por su alma. Luego de eso, Wayne va a salvar a una niña antes que una viga en forma de cruz la aplaste. Todo esto está organizado a la perfección en una película que plantea que Superman está tomando el lugar de Dios y que por eso es necesario detenerlo. No hay nada como eso en ninguna Nolan, pero tampoco hay nada en Batman vs Superman que recuerde a ese montaje paralelo de The Dark Knight que termina con la conversión de Harvey Dent en el Dos Caras. Cuando ambas cosas se unan, vamos a tener LA película de DC. Otro factor, no menos importante, que reduce la efectividad de la experiencia con la película es que casi todos los hechos (a excepción de uno) y momentos relevantes, ya sea por su intensidad dramática o por su contenido informativo, estaban presentes en alguno de los diferentes trailers y avances del film que se publicaron durante los meses previos. Muchachos, entendemos que su trabajo es vender, pero por favor, no revelen tantos detalles en los avances porque la película se queda sin sorpresas y eso no la ayuda para nada. De este film nos queda un Batman que entiende a la perfección al personaje, uno de los Lex Luthor más poderosos que tuve la oportunidad de ver y un montón de buenas ideas que esperanzan respecto al camino que DC eligió tomar. Pero no hay mucho más que buscar, las mejores transposiciones de cómics en DC están en su división de películas animadas. Ahí está la esencia de La Liga de la Justicia y de Batman. Y la mejor adaptación live action de cómics actualmente está en lo que Marvel está haciendo para Netflix de la mano de Drew Goddard. Ese tipo, con Daredevil, demostró entender el camino que pretende seguir DC mucho mejor que cualquier otro, y está trabajando para Marvel. Hay dos clases de espectador que van a ver este Jueves Batman vs Superman: Unos van a quedar decepcionados porque van a quedarse afuera de mucho de lo que pasa. Los otros, van a quedar decepcionados porque conocen la materia prima de donde parte y esperaban que el primer puntapié para La Liga de la Justicia esté a la altura.
Orgullo, pretensiones y zombies Siendo que la maquinaria postmoderna vino definitivamente a engullirlo todo y regurgitar sus sobras mezcladas para entretenernos; y que quizás sea cierto eso de que con esta práctica nos van a entretener hasta morir; debo afirmar que está muy bien que existan películas como Abraham Lincoln: Cazador de Vampiros (Abraham Lincoln: Vampire Hunter) o en este caso, Orgullo, Prejuicio y Zombies (Pride and Prejudice and Zombies). Está bien porque demuestra que ya podemos cagarnos en todo sin ningún tipo de prejuicio. Eso está buenísimo. Lo que no podemos perdonarles es que ambas películas desatiendan a eso que está buenísimo y pretensiones ampulosas, solemnes. No podemos perdonarles jamás que esas películas aburran. Si la película ya desde su gestación es la adaptación de la adaptación (está basada en una novela de un tal Seth Grahame Smith que parodia la de Jane Austen) de un original que ya deviene en tan liviano y soso que es necesario adobarlo con zombis, si cedimos esas obras a esa maquinaria, no podemos permitirnos como nación cinéfila que el resultado no sea una maravilla del cine fiesta. Estamos pagando con nuestra cultura y nuestra historia, reclamemos nuestro pago, reclamemos que nos entretenga. Orgullo, Prejuicio y Zombies aburre por su tosquedad, por la poca energía en encuadrar dignamente un plano y el nulo entendimiento del pulso narrativo de su director. Aburre porque no tiene intención de construir a sus personajes y no se decide cuál historia contar. El film tampoco se decide por ningún género o peor aún, se queda a mitad de todos. El humor no funciona, el mensaje feminista está desactualizado unos 30 años, las escenas gore dan lástima por su tibieza y la acción pierde fuerza a causa de la ausencia de solución de continuidad en la intensidad dramática. No podemos permitirnos como nación cinéfila que una película que se llame Orgullo, Prejuicio y Zombies sea aburrida. Haití cedió ante el deseo anglosajón de agregarle la letra e a la palabra zombi. Haití y todos los que adoptamos el modismo agregándole la letra e en señal de fraternidad, exigimos que a cambio, nos entreguen una buena película de zombis (o mejor dicho zombies). Si muestran muertos vivos del siglo XVIII y estos no son aterradores o no pueden generar tensión entre Lily James y quien se le ponga adelante es porque hay algo que están haciendo muy mal. Seth Grahame Smith (el tipo al que le sacan estas ideas), además de Abraham Lincoln: Cazador de Vampiros y Orgullo, Prejuicio y Zombies escribió Sense and Sensibility and Sea Monsters. Tienen un intento más. Antes de intentar mezclar la novela de Austen con climas lovecraftianos piensen bien quién va a dirigir eso. Pero por sobre todo recuerden que en el burlesque no puede fallar la comedia.
Subestimando al espectador: Joy: El Nombre del Éxito Joy: El Nombre del Éxito (Joy) está algo inspirada en la vida de la empresaria Joy Mangano aunque según las propias palabras de su director, David O. Russell, el film no es una biopic. La película se centra en las vicisitudes tanto familiares como comerciales que debe enfrentar Joy (Jennifer Lawrence) hasta convertirse en una persona (en términos del film) exitosa. Voy a olvidarme de la vara con que se mide el éxito en la película, no voy a desarrollar las ideas conservadoras que se esconden detrás de este relato que se supone, se expresa a favor de la igualdad de géneros. Tampoco voy a hablar de la forma en que el mismo muestra con orgullo a una persona que tiene en su taller a diez mujeres inmigrantes cociendo mopas para ella la noche de navidad (como los duendecitos de santa pero mucho menos simpático). Sabemos que los cuentos de hadas no son para toda la comunidad y la película se encarga de resaltar que ella es especial, no es “cualquier” mujer. Voy a aceptar todas esas reglas para poder continuar hablando de la película. El principal problema en Joy: El Nombre del Éxito, es su narrativa. Los errores en la puesta en escena, en la interrelación de los actores y el nulo desarrollo en el sentido más básico de las herramientas que funcionan como motor del relato hacen al nuevo film de Russell muy difícil de ver. La actuación de Jennifer Lawrence dadas las características de la obra, es para resaltar ya que sobre ella decae en todo momento absolutamente todo el peso dramático. Se sabe que el director le tiene mucha confianza y que lograron buenas cosas juntos en El Lado Luminoso de la Vida (Silver Linings Playbook) pero su última obra parece concebida sólo para que Lawrence se luzca. Los personajes que la rodean, a excepción de Bradley Cooper, parecen sacados de un manual de tipologías neuróticas destinado a chicos de primer grado (hay que firmar petitorios para que dejen de repetirle personaje a Robert De Niro porque el pobre está dando pena). Todo está resaltado con un gran fibrón grueso en Joy. Joy: El Nombre del Éxito es un museo de alegorías. La película, además, basa su expresión discursiva en enormes alegorías. El grado de subestimación hacia el espectador toma niveles alarmantes: Joy atormentada porque no puede realizar su deseo de convertirse en inventora sueña que está en el funeral de una Joy de 5 años que le dice “Hace 17 años me dejaste morir”, en el mismo sueño ve a sus padres destruirle los pequeños “inventos” que realizaba cuando era chica. Por favor ¿es necesario? Otro ejemplo: Joy tiene una hermanastra vengativa que le impide cumplir sus sueños. Muchos van a objetar sobre este punto que se trata de una biopic pero como mencione antes, mucho en el film está ficcionalizado y una de esas cosas es dicha hermanastra. En fin, podría seguir pero algunas de las subestimaciones más graves están en hechos importantes para el argumento y podrían considerarse spoilers. Joy: El Nombre del Éxito es una película fallida, con extraños baches argumentales para lo simple del relato y que cree que el espectador o es muy pequeño o muy boludo.
¿Cómo sería experimentar Moby Dick sin la presencia de “lo maravilloso”? Lamentablemente la respuesta está en el nuevo film de Ron Howard y por supuesto no es satisfactoria. Más allá de sus reflexiones políticas, filosóficas y religiosas la novela de Melville tenía a lo maravilloso y lo fantástico como estandarte, hasta diría como ideología. Ese gesto honorable había sido venerado por John Huston y es la punta de lanza de su obra maestra de 1956. Debemos decir que esto no fue innovador, hasta hace no mucho tiempo, íbamos al cine para maravillarnos, pero progresivamente el impulso del CGI empezó a estar acompañado por un exceso de jerarquización de las escenas descriptivas. Ir al cine por estos días lamentablemente es, en la mayoría de los casos, caer en un conjunto de secuencias en donde abundan detalles técnicos absolutamente irrelevantes por sobre la acentuación dramática. Esto pasa en Misión Rescate (The Martian), donde Scott se preocupa demasiado por hacernos saber cómo se cultivan papas en Marte y también en En el Corazón del Mar (In the Heart of the Sea). Parece que la épica se volvió una idiotez y por consiguiente es necesario sumergirla debajo de la tecnocracia para que los films tengan un aire más grave. Incluso estoy seguro que la mayoría de estos directores (entre los que se destaca Nolan) creen que de esta forma los films se vuelven “humanos y realistas”. Grave error, no hay nada más humano que la épica, ni experiencia parecida a entrar a una sala de cine a maravillarse. En su intento por contar “la historia real” En el Corazón del Mar se convierte en una película tan falta de espíritu como las locaciones digitales en las cuales transcurre. No es una cuestión de géneros cinematográficos, está claro desde el vamos que la película no es una remake de Moby Dick, el error es no creer que puede apelarse a la épica y lo maravilloso contando historias con bases históricas. Kon-Tiki: Un Viaje Fantástico (Kon-Tiki) resulta estimulante en estos términos y parte casi con las mismas herramientas. El problema tampoco es Ron Howard, cuyas películas siguen manteniendo la simpatía del primer Spielberg, sino una nueva consciencia surgida hace tiempo y legitimada con premios a películas como Una Aventura Extraordinaria (Life of Pi) en donde se alienta a confundir profundidad con alegoría y se usan los efectos digitales para generar un distanciamiento respecto a lo material aun sabiendo que, justamente, el poder de lo fantástico reside en la posibilidad de su existencia material. No hay que volver a contar historias con decorados, animales y escenografías reales, hay que volver a contar historias. Punto. En el Corazón del Mar no es una película sobre la superación de las adversidades o sobre la grandeza del ser humano, estos temas están planteados pero no resueltos o profundizados mediante la narración. La película parece tratar sobre como un gran escritor puede encontrar lo maravilloso dentro de un relato anecdótico. Eso sigue haciendo a Howard un tipo simpático, aunque la película sea la anécdota y nunca pretenda dejar de serlo. Si como espectador te interesa ver una versión de La Tormenta Perfecta ambientada en el siglo XIX esta es tu película. Si tenías esperanzas de ver algo relacionado a Moby Dick vas a ver a Ben Whishaw haciendo de Melville, no mucho más.
El despertar de la fuerza: Dialéctica del amo y el esclavo En este texto no hay spoilers de ningún tipo El día llegó. Star Wars vuelve a los cines, está vez de la mano de J.J. Abrams y hacía rato que no se vivía así la previa de un estreno. Después de ver cada tráiler centenares de veces y revisar una y otra vez los posters buscando símbolos ocultos que nos cuenten un poco más, lo único que faltaba era ver la obra para saber si realmente estaba a la altura del hecho histórico. Amigos, ahora puedo afirmarles que la nueva Star Wars es increíble. Star_Wars_VII_EntradaVoy a empezar desde la superficie. J.J. Abrams filma mejor que Lucas, punto. Negar ese hecho por admiración hacia el creador de este universo sería ilógico. Abrams pone la cámara en lugares que Lucas jamás imagino, organiza el relato con un ritmo que por momentos le resulta ajeno a la saga y no detiene nunca la acción, ni siquiera ante el humor o la presentación de los personajes. El guión de Star Wars: El Despertar de la Fuerza (Star Wars: Episode VII – The Force Awakens) es hermoso. Organiza las referencias y aprovecha el universo autónomo dado para contar la nueva historia sin perder de vista que la película tiene que funcionar también para los que la van a usar de puerta de ingreso a la saga. Esa consciencia atraviesa todo el film y está apoyada en un amor inmenso a los nuevos personajes. La narración es excepcional, Abrams digita cada fibra emocional del espectador a su antojo y le imprime un grado de acción al que los fanáticos sólo se habían podido acercar por medio de los videojuegos basados en el universo de Lucas. Otra duda que traía el cambio de director era como iban a relacionarse las temáticas de este film con los demás dado que todos deben seguir una curva única cuando se estrene el Episodio IX. Episodio I, II y III transferían el camino del héroe de Luke a Anakin y ahí radica la potencia de ver hoy en día el arco desde La Amenaza Fantasma hasta El Retorno del Jedi. ¿Qué más podía esperarse que aporte una nueva trilogía? Lo trágico, en el sentido más griego de la palabra. El Despertar de la Fuerza demuestra que el error de Anakin pesa sobre todo el linaje Skywalker y que una suerte de destino trágico acecha a los que portan el apellido. Como si se tratara de Moiras griegas este destino parece no detenerse ante nada y nada parece satisfacerlo del todo. Star Wars: El Despertar de la Fuerza no se parece a nada que haya realizado el director antes ni a ninguna otra de la saga. La séptima parte de la saga no sólo es oscura sino que además es dulcemente trágica, porque algunos errores parecen desequilibrar demasiado la Fuerza y está parece alterarse para siempre. Es trágica, además, porque al vencer al Imperio se instaura una República que pronto se va a corromper y a convertir nuevamente en Imperio en un bucle en donde la Resistencia deviene en lugar funcional para el poder. En esta estructura hegeliana, la paz, es sólo la parte aburrida entre el episodio VI y el VII en donde hasta la Fuerza se quedó dormida. La vida es un poco eso, un poco una mierda, y Abrams prefiere estetizar esa amargura para que resulte catártica en lugar de apelar al escapismo. Siempre encontré similitudes en las posturas de los dos films de Star Trek del director con su serie Fringe, tanto en lo estético como en la visión de mundo. Sin embargo Star Wars difícilmente encuentre referencias posibles en productos anteriores de Abrams y también parece junto a Super 8 uno en los cuales se lo nota paradójicamente más libre. Esperemos en este sentido que tome con el mismo empuje las próximas y que los spin-off no arruinen esto que en primera instancia parece, va a ser muy grande. Hay mucho que hablar sobre esta nueva entrega pero no es mi intensión arruinar la experiencia de nadie usando spoilers. La nueva trilogía no pudo haber arrancado mejor, se abandonó el regocijo a la burocracia sin perder la veta política, se presentaron nuevos personajes con interesantes texturas emotivas, se volvió a las raíces pero desde una perspectiva novedosa, tiene todo lo que el fanático busca y creo no equivocarme en afirmar que además tiene todo lo necesario para crear nuevas hordas de fanáticos. Gracias Star Wars, gracias J.J. Abrams, gracias cine.
Lo hiperreal “La simulación no corresponde a un territorio, a una referencia, a una sustancia, sino que es la generación por los modelos de algo real sin origen ni realidad: lo hiperreal.”(Cultura y simulacro – Jean Baudrillard) Pocas películas argentinas generaron lo que Kryptonita desde su anuncio. Los condimentos eran múltiples, basada en la novela de Leonardo Oyola, dirigida por Nicanor Loreti que la había clavado en el ángulo con Diablo, superhéroes, conurbano, género. Kryptonita se convirtió en película de culto mucho antes de haber sido estrenada. Al poder verla finalmente, lo que queda claro es que la película no es una bisagra por formar parte de un género con muy pocos antecedentes en nuestro país sino por inaugurar un género propio. Kryptonita se balancea tomando estructuras y puntos nodales de varios géneros sin perder un estilo (el propio) que funciona enmarcando arriesgadamente el policial y la comedia con el universo DC como juego referencial. El film empieza con El Tordo empastillándose para poder pasar otra noche de guardia en el Paroissien de Casanova. Cuando parece que va a ser una noche más, un grupo de delincuentes entra al lugar con armas largas. Es la banda de Nafta Super (Palomino) quienes lo traen gravemente herido. El Tordo logra estabilizarlo pero la noche recién comienza. Afuera la Bonaerense, bajo órdenes de una banda criminal rival, planea entrar al lugar y masacrarlos. A pesar de tener algunas capacidades especiales, la banda tiene que sobrevivir hasta que se haga de día, momento en el que los rayos del sol van a recargar a Nafta Super. Por su consciencia, manejo narrativo, estructura y género, Kryptonita resulta incomparable a otras producciones. Loreti vuelve a la estructura de la ciudad sitiada, esa que le queda tan bien y heredó del cine de Carpenter. También vuelve a establecer los lazos familiares como último bastión al que debe arribar el héroe, así como en Diablo. Con estos elementos crea un universo propio, un conurbano que está en constante tensión entre la magia como esperanza y lo cotidiano como hostilidad. El cine hace posible que para hacer Hamlet ya no sea necesario a un hombre vestido de príncipe diciendo que “…algo huele mal en Dinamarca.”. Simba es Hamlet en El Rey León sin dejar nunca de ser Simba. Así, Palomino es Nafta Super pero podría ser Superman, así como lo es Henry Cavill. La pregunta que resta es si todavía recordamos a quién hace referencia Superman. ¿Será Kryptonita, en palabras de Baudrillard la referencia a una referencia para la cual ya no existe referente? “El simulacro no es lo que oculta la verdad. Es la verdad la que oculta que no hay verdad. El simulacro es verdadero.” dice Baudrillard y la película establece su postura al respecto abiertamente: “Cuéntenla como quieran. Que somos dioses, que somos hombres, que somos buenos, que somos malos, pero que quede claro que somos reales” dice El Faisán (Nico Vázquez) con su remera de Lafe y su anillo poderoso. Kryptonita es hiperreal. Si encaramos el film de Loreti como quién mira Los Simpsons y disfruta reconociendo sus referencias nos vamos a perder la película, ya que el valor de Kryptonita no está en ese juego referencial sino en lo que la dupla Loreti - Oyola nos cuenta con ese corrimiento. Que el Paroissien esté fotografiado como el Salón de la Justicia, que Mujer Maravilla sea un travesti, etc. sólo tiene valor si se piensa en lo que queda en el medio entre una referencia y otra. Las ideas políticas, sociales y metafísicas que se extienden de ese análisis son imposibles de abarcar en la extensión de una crítica como esta. Ya habrá tiempo para reverla y hacer ese trabajo. Kryptonita toma todos los riesgos posibles y sale airosa. Con tanto ambiente creado las expectativas hacia el final quedan muy altas y las escenas de acción (si bien son precisas) no logran colmar tanto fuera de campo. Sin embargo, nada de esto llega a debilitar a la narración. Kryptonita es uno de los estrenos argentinos más relevantes del año, por la apuesta, la propuesta y por lo que consigue con esos elementos. No es una comedia, no es un policial, no es una de superhéroes, es todo eso organizado en un estilo muy diferente.
El final de la distopía Los Juegos del Hambre: Sinsajo – Parte 2 (The Hunger Games: Mockingjay – Part 2) cierra finalmente la saga basada en la trilogía de Suzanne Collins. Teniendo en claro que actualmente las trilogías literarias se vuelven tetralogías cinematográficas por motivos puramente comerciales, era de esperarse que la tercer parte (Sinsajo- Parte 1) tenga excesivos baches rítmicos y en comparación, Sinsajo – Parte 2 tenga más acción y un espíritu mucho más climático. Ahora que podemos ver el panorama completo, podemos afirmar que una de las virtudes fundamentales de la saga, radica en mantener cierta coherencia estilística y formal que supera el hecho de haber contado con una primer parte dirigida por un director diferente a las demás. La llegada de Francis Lawrence le dio un ritmo y un desarrollo en la puesta en escena que no lograba Los Juegos del Hambre (The Hunger Games, 2012) dirigida por Gary Ross. Sin embargo, todas las entregas mantienen el mismo espíritu, el mismo desarrollo en la focalización y similares recursos técnicos puestos al servicio de los diversos temas que se plantean. Esto debería ser algo obvio, pero sagas como Harry Potter con sus cinco directores muestran las consecuencias de poner el sello personal por sobre la esencia de la saga. Incluso El Hobbit toma rumbos dispares en sus tres entregas a pesar de ser todas a cargo de Peter Jackson. En el fondo, mantener esa coherencia, es mantener un pacto estilístico con los fans de la saga y resulta, por lo tanto, algo para celebrar. Sinsajo – Parte 2 tarda en desprenderse de la carga que le dejó su predecesora, pero cuando suelta ese lastre se dirige con firmeza hacia un final de saga a la altura. A pesar de continuar con esta coherencia y de ser un cierre digno, Sinsajo – Parte 2 tiene algunas decisiones que no le resultan favorables y eso hace que no pueda superar a la segunda entrega, que continúa siendo la mejor explotada de la saga. Por momentos la sensación que desprenden algunos diálogos, ciertas elipsis y unos giros argumentales es la de un film que apunta sólo a los lectores de la saga de Collins. Comenté algunas de las cosas que argumentalmente no cerraban con una lectora de la trilogía y su respuesta, en más de una oportunidad, fue algo así como: “es que en el libro tal cosa”. A partir de esos elementos noté que el problema de la película no está en sus líneas argumentales sino más bien en la seguridad de los realizadores de que todos los que se acercan a esta última entrega, son, al mismo tiempo, lectores de Collins. Esa confianza le resta demasiado a la construcción del relato. Puntualmente, te deja afuera. El cine actual, como subproducto de la cultura popular, sea hijo pochoclero de algún comic o saga adolescente, se trata de consensuar. La mayoría de los que van a ver Avengers ponen cara de saber el nombre del tipo que jode con el guante de las piedritas de colores después del noveno final de la película, a pesar de no haber tenido nunca una historieta en la mano. Ese tipo sabe que si acepta el consenso la va a pasar mejor. En Sinsajo – Parte 2 la película empieza después de ese consenso. Si se supera esa frontera se llega al cierre tanto del triángulo amoroso como del triángulo político, al potencial de la acción física puesta al servicio de la cámara de Francis Lawrence, al peldaño final del camino de Katniss, al destino de Panem y sus 13 Distritos, al final de Los Juegos del Hambre.
Un viaje iniciático Cuando me acerqué a Los Huéspedes (The Visit) sabía que me enfrentaba a un found footage de suspenso dirigido por M. Night Shyamalan. No se me ocurría un escenario peor. Otro exponente del ya más que agotado subgénero dirigido por un realizador que está en el punto más flojo de su carrera desde el año 2000. Sin embargo, la sorpresa al adentrarme en el metraje fue tal que, por un momento, me sentí decepcionado. Se suponía que en esta crítica iba a hablar de las horribles El Fin de los Tiempos, La Dama en el Agua y El Último Maestro del Aire (en mi criterio una de las peores películas jamás filmadas). Se suponía que iba a hablar de cómo el tipo sufrió una especie de karma a partir de que algún trasnochado crítico anglosajón escribió que era el nuevo Hitchcock, tras estrenarse Sexto Sentido. El cine todavía da algunas sorpresas y si bien Shyamalan continúa NO siendo Hitchcock, Los Huéspedes es una de las películas de terror más disfrutables de este año amarrete. El director indio no hace un found footage sino un lindo mockumentary pre-adolescente que en la diégesis del relato dirige Rebecca, una piba que odia los efectismos y sueña con que sus planos indies aparezcan en la pantalla de Cannes. En su proyecto documental la va a ayudar su hermano Tyler, que quiere ser rapero y tiene una postura misógina sólo porque es la idea de éxito que le venden sus héroes. Los chicos aprovechan que van a conocer a sus abuelos para intentar rellenar un espacio incompleto en su memoria familiar, las razones por las cuáles su madre se fue de su casa natal años atrás cortando el contacto con su familia primigenia. Esta incógnita a resolver funciona como transferencia ya que su padre los abandonó siendo muy pequeños y quizás, resolver aquel conflicto les permita destrabar el propio, ese que no quieren aceptar. La película es entonces un viaje iniciático hacia la adultez, como lugar en donde se revela que las cosas nunca son lo que parecen, por lo que deben reestructurarse dramáticamente todos los valores. Shyamalan se aleja de los grandes presupuestos y centra la película en dos chicos y dos ancianos, potenciando altamente esa mirada Peterpanezca que caracteriza sus mejores obras. El guión es redondo, por momentos quizás demasiado debido a algunos datos que se plantean de forma poco orgánica sólo para justificar algunas acciones en el final. Por otra parte, el humor en la película resulta fundamental, no sólo por la precisión de los momentos elegidos para usarlo como válvula de escape sino porque, además, es la herramienta más nítida que usa el director para hacernos empatizar con esos niños (y tal vez, con nuestro niño interior). Los momentos de suspenso y terror están sostenidos sobre un clima hermosamente construido por lo que logran gran solidez. M. Night Shyamalan entrega una de las sorpresas del año y lo hace con poco, con muy poco. Una buena idea, un buen grupo de actores (sobre todo los niños protagonistas) y la firmeza de sostener hasta el final las cartas con las que decidió jugar.