En busca del tesoro italiano Amigos por la vida (Tutto quello che vuoi, 2017), película tragicómica dirigida por Francesco Bruni, es una semblanza sobre la figura de los hijos perdidos, carentes de figura paterna y que marchan desbocados por la vida sin rumbo fijo. Una propuesta que si bien se aleja de cierto neorrealismo o crudeza visual, intenta mantenerse en la clásica tradición italiana, y a la vez europea, aquella en donde los chicos sobreviven a una eterna adolescencia en un mundo que aún respira poesía y arte. Alessandro (Andrea Camponovo) es un joven rebelde e incontrolable. Vive en Roma, no tiene propósito alguno y está en constante conflicto con su padre y algunos chicos del barrio. Aunque eso no quita que tenga un grupo de amigos, por cierto muy parecidos a él, y que se dedican a los juegos y la vagancia. Un incidente hará que el padre de Alessandro lo fuerce a aceptar de muy mala gana un empleo. Lo que tendrá que hacer es cuidar a Giorgio (Giuliano Montaldo) un poeta. ya olvidado, de casi 90 años que sufre de Alzheimer y que necesita compañía en sus paseos de la tarde. Poco a poco, lo que eran paseos pasan a ser cuidados de noche y así hasta que el chico cuida del viejo poeta prácticamente todo el tiempo. En esa estancia compartida, Alessandro descubrirá que en los versos de Giorgio escritos en una pared al estilo de jeroglíficos egipcios, se esconde su alma, sus amores y un tesoro que no solo se trataría de una metáfora sino de un tesoro real que permanece escondido. Ni bien uno se adentra en el plano argumental, aparecen distintas referencias literarias y cinematográficas que nutren al drama. La primera y más relevante es la antigua obra literaria del Lazarillo de Tormes. El chico que sirve de guía al viejo hombre que necesita ayuda y de cómo la historia surge de la relación de ambos. Una obra de por sí muy afín cuando se intenta el esbozo de duetos Maestro-Alumno. La segunda es Perfume de mujer (Scent of a Woman, 1992) quizá, la más parecida. En aquella película, Al Pacino interpreta a un ex coronel ciego que está en muy buenas condiciones, pero necesita que alguien lo acompañe para que no esté solo. Al igual que Amigos por la vida, el muchacho llega por motivos de empleo y dinero y tendrá que soportar la quietud y soledad del viejo. Cabe señalar que Perfume de mujer es un remake de Profumo di donna (1974) del director Dino Risi, una antecesora de origen italiana. Esto muestra que el cine italiano ya abogó por esta historia. Coincidencias y relaciones que resultan ser gestos interesantes y atractivos al momento de desmantelar todas las obras, sobre todo porque las referencias siempre son elementos enriquecedores a posteriori para toda película. Lo que no puede dejarse de lado es la idea de aventura. En todas las referencias mencionadas la relación del viejo y el chico siempre es en pos de una aventura. Y aquí no es la excepción. Un camino que empieza en una habitación y la pesquisa que se hacen entre ellos tratando de saber uno del otro. En este caso, Giorgio y su poesía resultan ser los cables a tierra para darle una nueva dimensión al mundo a Alessandro y ayudarlo a crecer. El" sin rumbo" tiene un propósito y el destino parece traer nuevos aires. Un elemento que nos recuerda a ciertas películas del director italiano Pier Paolo Pasolini, pues de la comedia y los gags surgen otros matices humanistas. Y si bien Amigos por la vida no es un obra maestra, y tal vez apela por momentos a un excesivo humor, se muestra como una película risueña, emotiva y llena de actualidad.
La caída Crimen en el Cairo (The Nile Hilton Incident, 2017), película de origen sueco dirigida por Tarik Saleh, es una gran propuesta sobre el uso del thriller aprovechando un conflicto social como telón de fondo, en este caso, la caída de un régimen. Marcada por la violencia estamos también en una ciudad apocalíptica, que vive al margen de la destrucción final, con personajes ahogados en un hoyo donde parece todo terminarse y lo único que resta es sobrevivir o huir. Bajo un vaivén de infaltables emociones, esta película da un nuevo aire al inmortal género policial. Noredin (Fares Fares) es un policia-detective en ascenso de la ciudad de El Cairo. Aunque lo que más le interesa es acumular dinero y mejorar su estándar de vida, la cual no pasa de ser un hombre viudo y solitario, que parece no haber perdido su instinto moralista. Un día lo mandan a investigar el asesinato de una joven cantante en un hotel de renombre. Todo apunta a un importante empresario y político egipcio. Noredin al seguir la pista se adentrará en el mundo del poder y, sobre todo, en el de la propia policía marcada por la corrupción y su juego de intereses. Así descubrirá un universo dentro de El Cairo que creía conocer muy bien pero lo sorprenderá pues comenzará a sentirse vulnerable e insignificante frente a una dictadura que va destruyéndose desde adentro. El escritor estadounidense Raymond Chandler, gran símbolo de las novelas policiales, escribió una vez que el policial es un género que no sólo está plagado de policías, detectives y asesinos, sino que también sirve como una radiografía de la sociedad. Una manera de abrir el mundo que se oculta entre las personas que habitan una ciudad. También sirve para sacar a la luz lo que no puede decirse y que de todas formas subyace entre los individuos. Un elemento con el que el espectador se identifica rápidamente. En esta película es inmejorable la forma circular in crescendo que nos va develando cómo funciona el submundo de dicha ciudad, la corrupción y los juegos políticos de fondo. Además porque todo empieza con una investigación rutinaria y, aunque ya se perciba su resolución, el interrogatorio trae la violencia desenfrenada ante la hipocresía y el descubrimiento de verdades ocultas, enriqueciendo de esa manera el relato. Al final es interesante recordar que fue sólo un elemento disparador el que sirvió para conocer todo un mundo oscuro y hostil. No empero, lo más superlativo de este filme es la manera de aprovechar la caída de una dictadura, en este caso de Hosni Mubarak, para enmarcar un relato policial de estilo thriller. Nunca deja atrás la investigación principal y a la vez muestra el contexto social que arrincona al asesino. Además, El Cairo es un personaje más con sus calles angostas, llenas de basura y caminos en zigzag. La capital egipcia se vuelve tenebrosa y mortal a causa del suspenso que viene del entorno de Noredin y de los personajes que viven unos juegos inestables, inmersos en un evento social apocalíptico. Vivir con miedo pensando que una pastilla, como las que toma Noredin antes de dormir, hará olvidar todo. Lo que se consigue es que todo se empañe de un tinte de inquietud, en un relato policial fresco y novedoso.
Alma de bombo y canción Ábalos, una historia de 5 hermanos (2017) es un documental muy emotivo que gira en torno al emblemático grupo Los Hermanos Ábalos oriundos de Santiago del Estero. Dirigido por Josefina Zavalía Ábalos, este material se convierte en una pieza importante porque salvaguarda la tradición más sagrada del folklore argentino para hablar de temas mucho más transcendentes. Todo desde una eficacia de artesano, atento al detalle, y demostrando que la herencia siempre vence a la muerte. Juan Manuel, integrante del grupo Ciro y los Persas, es el impulsor de esta historia que tiene como protagonista a su tío abuelo: Víctor Manuel “Vitillo” Ábalos de 88 años. El último sobreviviente del grupo santiagueño, bombisto de Los Hermanos Ábalos. Ambos irán en busca de revivir toda la música tradicional que interpretaba el grupo, pero con la novedad de producir una mezcla con músicos actuales y nuevos ritmos. Grandes figuras desfilan de la talla de Roger Waters, Luis Alberto Spinetta, La bomba de tiempo y muchos más. Y a la vez, para “Vitillo” será despertar dentro de un viaje hacia el pasado: el recuerdo de sus hermanos, de las presentaciones, de la gira, del cine de la fama y sobre todo, de las canciones que nunca olvida. El personaje de Vitillo es lo más conmovedor y atrapante. Es lo que le da el clima y la emoción a todo. Es tan esencial pues su vitalidad y alegría se impregna en cada imagen. Su amor por la música contagia y con eso ya nada decae. Hay un nivel coherente y concreto que incluso cuando son completamente dispares los géneros musicales que interactúan entre sí, todo sigue su curso. Tenemos chacareras santiagueras entrelazadas con el rock o con la música electrónica y hasta la música clásica. Pero por sobre todo, cada uno de los fragmentos de esta aventura está muy bien construido porque nunca se pierde la figura de Vitillo. El relato se concentra en su mejor personaje y, a la vez, la película no lo agota ni se engolosina con este personaje tan potente. Es tan puntual que con ello crece la estructura narrativa. Es interesante, justamente, que dicha estructura parte de lo más rutinario y elemental, y desde ahí cautiva con grandes temas. Los Hermanos Ábalos llegaron a Japón, a tocar junto a Armstrong y a cruzarse con los Beatles. Nada se sobredimensiona, es más, hay un tinte onírico entre los bailes y la mezcla de concierto en vivo que enriquece esa mirada realista de los hechos. Como un gran álbum de fotos, está todo bien medido, y entonces cada extracto es un pedazo bien entrelazado que despierta la nostalgia en una forma más sólida. Al final nos queda la música como el gesto más relevante. La música es el golpe de efecto de la película, el buen sabor, puesto que en el son de su bombo y los bailes del siglo pasado, Vitillo nos muestra que el folclore siempre existe, y es parte de nuestros días.
Tres son multitud Los hermanos karaoke (2017), dirigida por el colectivo artístico Cine Humus (integrado por Bernardo Francese, Agustín Gregori e Ignacio Laxalde) es una comedia musical desopilante que intenta, entre la parodia y una estética a videoclip indiefolk, jugar el trio amoroso. Simón y Mía son una pareja y un dueto musical: “Los Hermanos Karaoke” (una parodia de Pimpinela) que lo único que cantan son covers. Para promocionarse asisten a las cenas shows y animan los karaokes de turno. Lejos de la fama y sin mucho dinero, empiezan su roadmovie camino al hotel San Jorge que está en un pequeño pueblo lejano y en el que asistirán a una cena show del 24 de diciembre. En su auto, que nunca anda bien, y con su caja de CDs de covers, parten a lo que será una aventura que pondrá en duda la espiritualidad de ambos. Porque al negarse a esperar la noche del show en el mismo hotel, prefieren ahorrar y terminan en una carpa en medio del monte. La aparición de un extraño personaje aficionado al marketing, llamado Alan, será la manzana de la discordia dentro de su pequeña empresa. La película tiene un manejo inteligente del humor puesto que éste aparece lentamente y de manera inesperada. Hay momentos sublimes donde los gags surgen de la mano de un narrador que pareciera controlar todo a su antojo, con cortes abruptos, cambios de música, de ritmo y casi de género cinematográfico. Uno pensaría que está ante una película de cine B, con momentos exagerados de suspenso, de sorpresa, donde cada efecto dramático está sobreactuado. Y bajo ese camino, la película llega a lo que será su mayor interés: la parodia. Pequeñas escenas coloquiales y comunes expresan distintos niveles de información. Uno siente que lo que vemos alude a otra cosa ya conocida. Con ello le da una mirada innovadora al típico argumento de los trio amoroso, en este caso con Alan, quién quiere quedarse con Mia siguiendo el tópico de “divide y vencerás”. Y la parodia es humorística, un humor más cercano de lo grotesco, que viene a ser la mezcla de elementos exagerados y dispares entre sí que confluyen en un mismo espacio. Por ejemplo; lo indie-folk con espacios naturales, el juego del lenguaje del marketing con cierto lenguaje de pareja, los gags de videoclip, las citas de autoayuda, la onda hippie naturista, etc. Tanto como si todo fuera posible de citar y mezclarse. Trae a la memoria algunos gestos de películas de Pier Paolo Pasolini o de Luis Buñuel sin olvidar ciertos guiños a la poesía que encontramos en una película de Jim Jarmusch. Aunque, y un poco extremando, pareciera una versión personal de El Desprecio (1963) de Jean-Luc Godard. Otro elemento interesante es el manejo del tópico de “covers”, de imitación. De aquello que realmente no son. No son cantantes verdaderos, el auto que tienen Simón y Mia siempre se malogra y eso muestra que tienen problemas, Simón usa peluca, Alan es un marketinero devenido en gurú naturista, Simón es poeta sin admitirlo y solo le da gusto a Mia, en fin, nadie se muestra como realmente es. Eso, sin negación alguna, es lo que mejor se manifiesta. Sin embargo, no se puede obviar que la misma fórmula inteligente que encuentra le juega en contra. La parodia llega a producir que la verosimilitud se tambalee, surge dispersión y desapego por parte de quien está mirando, la pregunta de sí la lógica se romperá completamente o si optará por cerrar el argumento. Es decir, entra en cierto letargo general que dificulta encontrarle una estructura sólida. Le falta esos puntos de giro o situaciones intensas que narraciones desopilantes exigen, más cuando quedó entendido el juego y el conflicto. Tal vez toda la fuerza la encuentra sobre el final, que debe ser lo mejor toda la película. Lo más dramático y lo más entrañable aparece, con fuerza, recién ahí. En conclusión, y a pesar de tener altibajos e imperfecciones, resulta un film entretenido que a partir de algo simple, se arriesga sin miedo a pecar de infantil o ligero, y logra salir a flote.
Hablemos de amor (Dobbiamo Parlare, 2015), película italiana dirigida por Sergio Rubini que rememora a las comedias de situación, utiliza un estilo teatral que se manifiesta y se fortalece a partir del uso de la palabra como la fuente generadora de emociones. Un tratamiento tan simple para ahondar en un elemento tan complicado e inaprensible como es el amor para una película emotiva y vivaz. Vanni y Linda viven en un enorme apartamento con una gran terraza desde donde se ve toda la ciudad de Roma. Vanni es un escritor famoso aunque en realidad es Linda quien le escribe sus libros. Ella le funciona como una escritora fantasma. Ambos, que se muestran como una pareja amorosa y comprensiva, están preparándose para salir a una cena con un editor cuando empieza a caer una pareja de amigos: Constanza y Alfredo, dos médicos que empiezan a desahogarse pues Constanza ha descubierto que Alfredo le es infiel con otra mujer. Alfredo también llega luego para dar explicaciones. Con esto, la velada hará que Vanni y Linda se contagien de sus amigos y su fortalecida relación de pareja quede al borde del colapso. Desde el inicio (y que son esos detalles que hacen que sea una propuesta interesante) se plantea un detalle irreal y fantástico que no hace que dudemos de la verosimilitud de lo que vamos a ver, sino por el contrario, no se pierda la idea de juego teatral. Todo tendrá una gran seriedad, pero la introducción demostrará que estamos ya sumergidos en una obra de teatro propia de la comedia negra. Hablemos de amor mantiene un marco estético que la llena de energía y vitalidad, con guiños a Federico Fellini o Pier Paolo Pasolini en utilizar los artificios de la comedia para profundizar en temas anodinos y hacerlos profundos. Lo mejor que tiene es que todo ocurre dentro de un solo espacio. La palabra es la protagonista principal, tanto el deseo, como la mentira, y los secretos, surgen del lenguaje. También es interesante el modo en que la discusión pasa de una pareja a otra. Como si la palabra -entre lo no dicho, lo mal dicho y lo oculto- fuera la responsable de que la inestabilidad de cada relación estalle. Las dos parejas son puestas a prueba, mostrando que el amor tiene muchas caras, no sólo agradables. A veces una pareja funciona como un acuerdo corporativo que está dispuesta a sobrevivir a situaciones adversas. Hablemos de amor es la puesta en escena de cuatro voces que darán todo por mostrar sus pequeños mundos y el espectador se quedará impresionado, no porque sea una gran película sino porque cumple concretamente en su golpe de emoción, en sus giros cuando vamos de una pareja a otra como si se tratara de duelos de lucha libre, para llegar a un final inesperado.
Historia en dos ciudades Dirigido por Teresa Saporiti y Claudio Remedi, Sinfonía en abril (2017) es un documental que gira entorno a la unión de dos puntos geográficos distantes y lo hace a partir de un hecho trágico para la humanidad como fue el primer genocidio del siglo XX. El genocidio armenio narrado bajo una mirada contemplativa se presenta a través de dos ciudades que, con una inhóspita firmeza, aparecen como las encargadas de contar lo sucedido. Y lo hacen mostrando un lenguaje visual innovador, lleno de simbología y de atractivas imágenes oníricas. La película básicamente entrelaza a Buenos Aires y Ereván durante el pasado 24 de abril cuando se preparaban para los actos por el cumplimiento de los 100 años del genocidio armenio perpetrado por el imperio Otomano, hoy Turquía. En Ereván se alistan las Iglesias y los colores de las flores en las calles y empiezan los actos conmemorativos. En Buenos Aires, por otro lado, están presentes los jóvenes descendientes de armenios que estudian en su lengua materna el éxodo armenio y alistan bailes y comparsas, y una sinfónica para el final que será un canto de vida ante la tragedia. Así mismo, la gente dona sangre pues también se recuerda a los armenios que fueron víctimas de desaparición durante la última dictadura militar argentina. Sin duda que lo más interesante de todo el documental es su manera de unir dos ciudades por un suceso histórico. Una especie de novela decimonónica, descriptiva, directa, como si ambas ciudades pudieran hablar por sí solas. Tenemos el evento central en dos puntos distantes y que se van alternando, como una novela de Charles Dickens, dejando en manifiesto una cultura y el ambiente que la rodea. Sin voz en off, sin un organizador tangible, sin relator, sin testigo, sin personalizar, sólo una especie de narrador omnipresente que nos muestra todos los puntos importantes. Viene a la memoria Berlín: Sinfonía de una ciudad (1927) donde el espectador se va atrapando por estas imágenes urbanas que cuentan de una rutina, de un orden: de su gente, de una atmósfera que se hace cada vez más presente. A este ritmo, si bien pausado y que necesita de la atención del espectador, se le suman elementos oníricos: Una simbología potente que tiene a la religión y a la muerte como elementos importantes. Una preocupación por intercalar escenas “enrarecidas” por su composición arquitectónica y que suelen ser recreaciones que nos sacan de lo real para llevarnos a otros niveles mucho más atractivos y emotivos, siendo así una muy agradable experiencia cinematográfica. Finalmente, es un tema que siempre debe volver y hablarse. El genocidio armenio debe reaparecer en el cine muchas veces puesto que es una tragedia histórica tan importante como las demás y resulta sorprendente que se encuentre en este caso con un estilo moderno, que lo aleje de un simple reportaje televisivo y, con una propuesta más directa, llegue a nuestros días con una vitalidad y un impulso mucho mayor.
Arte Letal Dirigida por Ruben Östlund (Force Majeure: La traición del instinto) y ganadora de la Palma Oro en el 70 Festival de Cannes, The Square (2017) es una mirada particular, simple y provocadora, que a través del humor negro intenta conectar al mundo del arte -desde su lado más rígido poblado de personajes de calibre elitista- con la vida cotidiana, lo marginal, la tecnología, la pobreza y el actual revuelo de las redes sociales. Sin duda resulta polémica en su propuesta, y arriesgada aun cuando pareciera tener cierto ritmo lánguido e irse por las ramas. Todo comienza con la llegada a un museo de arte en Estocolmo de una exposición-instalación llamada “The Square”, que se trata de un cuadrado sobre el suelo en donde las personas posan para conversar y compartir sus confesiones, es decir, una obra que promueve sentimientos comunitarios y altruistas donde todos se vean de manera igualitaria. Christian (Claes Bang), manager y curador principal de la institución, se encuentra en la búsqueda de la agencia de difusión publicitaria para la inauguración del evento, pero paralelamente sufre el robo de su celular y billetera y por recuperar lo robado, comienza a relacionarse con gente opuesta a su status social, y eso le hará descuidar la difusión de la presentación de “The Square” y de otras obras del museo, y con ello su imagen de curador inalterable empezará a resquebrajarse. Desde que se inicia la película muestra lo que será su marca más importante y, al mismo tiempo, lo más valorable: la construcción de lo extraño desde una atmósfera particular. En todo momento hay un aire raro que inexplicablemente resulta cautivante y atractivo y esto tiene que ver porque toda escena está planteada desde lo absurdo y desde la parodia. Sin perder su cuota de realidad, todo el tiempo se representa desde un distanciamiento que quiere no sólo adentrarnos en un suceso de vida, sino en una estética sobre el arte moderno, que es más conceptual, minimalista, etéreo. Esto hace que el espectador, a pesar de esta rareza visual y de todos los comportamientos que observa, nunca pierda su atención a las imágenes, principalmente porque de esa distancia surge el humor negro, arma tan importante cuando de parodia se trata. Todo el sinfín de personajes que se relacionan alrededor del curador general, dan la impresión de ser materiales documentales tratándose de acercarnos a lo real pero que, en un momento, la película abandona el registro verídico para volcarse de lleno a una ficción más absurda donde el humor negro se explaya con espontaneidad y frescura. También cabe señalar cómo cambia el concepto que en su momento propuso El arca rusa (Русский ковчег, 2002) de Alexander Sokurov, donde una sola imagen apelaba a un revisionismo histórico, y el tiempo podía unir distintas civilizaciones en el interior del museo. En The Square (2017) se fuerza, de manera polémica, la unión del mundo inmaculado del museo (donde los personajes parecen impolutos y lejos de cualquier sufrimiento), con el registro de la pobreza, de los vagabundos. Sin conexión entre ambos universos se separa la mirada del arte moderno minimalista y conceptual de la gente común. El drama está ahí, en el malhumor de las personas, en la violencia que viene de afuera, en las redes sociales, verdaderas fuentes de poder ante lo que sucede adentro del museo. Walter Benjamin postulaba que el arte pierde su aura y deja de ser un ente que solo existe en el museo como tal. Esta película supera esa idea, las obras no se saben exactamente qué son y poco importa. Se centra más en la tensión con el afuera para, finalmente, hacer un relato perturbador y lleno de fuerza. Si bien tiene cierta languidez y un ritmo cansino, e incluso puede pecar de excesiva duración y apelar en demasiadas ocasiones al melodrama, no deja de ser un film contundente que no decepciona ni decae hasta el final.
Y así nos encontramos… Veredas (2017), dirigida por Fernando Cricenti, es una comedia divertida sobre el azar del amor, pero también el azar de los malentendidos, de las malas coincidencias y todo lo que puede hacer el juego de la casualidad en la relación entre las personas. También es una sencilla historia de amor (o de amores) que cumple su función de cautivar y entretener bajo una estética simple y bien filmada. Federico (Ezequiel Tronconi) y Lucía (Paula Reca) son dos jóvenes que no se conocen y viven en Buenos Aires. Ambos no están pasando por un buen momento personal. Él, un escritor en formación, se acaba de separar y se ha vuelto como un fantasma para la gente, sobre todo para las mujeres porque es como si nadie lo viera y siempre quedara mal parado. Ella quiere separarse y no puede. Le dice a su novio que está de viaje en una ciudad donde nieva, pero está en Buenos Aires y vive ocultándose para que nadie la delate, pero parece ser una misión imposible. La posibilidad de ser descubierta por su novio en un supermercado hará que termine chocándose con Federico y entre ellos empiece una relación que no tendrá otra opción que llevarlos a estar juntos. No puede negarse que también es una película sobre la ciudad. Si bien en toda comedia necesita mucho de lo urbano, en su mayoría, aquí los barrios de Buenos Aires son necesarios para construir la atmosfera tranquila, colorida y sosegada de esta historia, es loable como se utiliza bien esa idea de ligereza en su justa medida, sin querer dar aires de profundidad innecesaria y termina por construir un relato concreto y sencillo. Lo mejor, está en las actuaciones (Ezequiel Tronconi, sobre todo Paula Reca como Lucía. Es lo que le da esa nota de movimiento inalterable, nerviosismo y a la vez lucidez infantil que el azar siempre trae consigo. Además que sirve de contraparte perfecta para ser la musa del querido protagonista, que parece ser rechazado por el mundo. Quizá le resta un poco tanto personaje secundario llenos de extrañeza y verborragia inacabable, pues es como si fueran utilizados para forzar el gag cuando muchas veces el tono de humor parece, desde el inicio, que llegará de otra manera. Pero no merma demasiado pues termina por lograr que los tres elementos que son el, ella y Buenos Aires, los que se lleven todo el protagonismo y sea lo que se dice: un film jovial, correcto y agradable.
Daño cerebral Línea mortal: Al límite (Flatliners, 2017), dirigida por Niels Arden Oplev, es un remake de la película del mismo nombre que fuera protagonizada por Kiefer Sutherland, Julia Roberts y Kevin Bacon en 1990 y, si bien esta versión se presenta como una propuesta álgida y novedosa sobre una mirada científica alrededor de la muerte, termina por diluirse al querer mezclar demasiadas cosas olvidándose justamente, de la emoción y la verosimilitud. Courtney Holmes (Ellen Page) es una estudiante de medicina que realiza sus primeras pruebas en un hospital. Ahí dispone de un grupo de amigos y futuros colegas que están formándose bajo un clima intenso y lleno de muchísima presión. A Courtney le sucedió una tragedia personal, que poco a poco se devela, que marcó en ella la curiosidad por saber qué sucede en el cerebro cuando se detiene el corazón. Esto la lleva junto a cinco de sus amigos, a realizar un experimento donde cada uno detiene su corazón por un minuto y luego se reanima para contar lo que se ve cuando se está muerto. El problema empieza cuando sus pensamientos e inteligencias se ven alteradas y empieza a surgir lo paranormal. La película parte de una premisa un tanto atrapante pero que en el desarrollo termina por desalentar. Su mayor problema es el cambio de tono y registro, además de su estilo narrativo. Empieza como una película de adolescentes que sufren como si fueran futuros personajes de series tipo E.R. Emergencias y de pronto, surge el experimento que le da otro tono, uno mucho más misterioso y lleno de suspenso, para luego volver a ser la película de jóvenes descontrolados que se creen poderosos e inmortales. Al final aparece el terror, semejante a Actividad Paranormal (Paranormal Activity, 2007), para concluir en un drama carente de lógica. Sin duda el experimento genera la seducción del espectador, pero decae a un nivel muy superficial. La película hace una representación con sensaciones un poco cliché del “minuto muerto” incluso, con un marco de terror de los años ochenta o noventa olvidándose de todo el cine que paso entremedio. Y quizá su mayor debilidad es que la representación de la muerte se reduce al nivel de un drama sobre el consumo de alucinógenos, omitiendo que son personajes que han regresado de la muerte y que al decir que “nunca volverán a ser los mismos” uno esperaría algo más profundo. Ante esto, si hubiera optado por ser una simple película de terror sin pretensiones saldría mejor parada. Uno termina por no creerse nada. La estética del terror es poco emocionante y Línea mortal: Al límite camina al borde del precipicio. Al final no resta mucho por rescatar, y salvo por algunas escenas llamativas, todo se diluye quedando muy lejos de su antecesora.
Cero carcajadas Retiro voluntario (2017), dirigida por Lucas Figueroa, es una comedia irreverente que se inmiscuye en el mundo de la crisis laboral y los juegos oscuros del poder dentro de una empresa, incluyendo la concepción de las diferencias sociales en el mundo porteño donde la mezcla de nacionalidades, lenguas y vivezas son el centro de todo. Una apuesta de alto nivel en primera instancia pero que ni su renombrado reparto puede evitar que empiece a resquebrajarse y caer en su propia trampa pues al intentar profundizar sus temas resulta excesivamente liviana y altamente kitsch. Javier (Imanol Arias) es un ejecutivo español mayor de edad en Buenos Aires, que está por llenarse de dinero al ser nombrado accionista en el directorio de una empresa de telecomunicaciones. Tiene lujos, una bella y joven mujer, un auto último modelo, y un puesto importante, todo a sus pies. Pero lo que era un ascenso se convierte en el inicio de la perdida de todo. Por darle mal la dirección (debido a no conocer la ciudad) a un trabajador de clase media que lucha por sobrevivir (Dario Grandinetti) comenzará su desdicha. Este trabajador pierde una entrevista de trabajo y acecha a Javier exigiéndole el dinero que iba a ganar en dicho trabajo. Sin lugar a dudas que la película tiene un buen “gancho”, atractivo y lleno de misterio. Pero todo está mal desde el momento en que empieza: Es grotesca, desmedida, y sobreactuada, dando la impresión de estar en un sketch televisivo interminable. Lo que podría haber sido una interesante comedia sobre la burocracia y el mundo social de Buenos Aires con sus juegos internos, termina por ser una parodia -casi un pastiche desdibujado- de lo que sería un ejecutivo extranjero, la crisis económica en una empresa de capital europeo, los despidos, la oficina de recursos humanos, el melodrama, la infidelidad y sobre todo, la idiosincrasia de Buenos Aires donde “tener calle” se reduce a dinero, cigarros de marihuana y pasos de tango. Todo superficial, nada sobre nada. Su problema no es la liviandad sino que resulta superficial por verse pretensiosa. En lugar de aprovechar y darle otra mirada a estos temas desde el humor (es precisamente el humor el que hace enriquecer los argumentos sociales), aquí lo gracioso se torna ridículo. Hay escenas muy marcadas donde el público debe estallar en carcajadas, pero nadie se ríe, el silencio es estremecedor porque la película que podría ser vivaz y no sosa ni aburrida, comienza a desplomarse. Termina por ser una asociación libre de situaciones sobreactuadas y largas peroratas, casi como un ejercicio televiso y ahí emerge lo kitsch, puesto que se exagera todo con la misma facilidad con que se cambia de escena y de música sin miramientos. Lastimosamente el enorme casting le hace quedar como una comedia seria pero es un gesto muy forzado y no resulta convincente. Imanol Arias no está muy creíble. Cierto rasgo de longevidad le traiciona y queda poco de su personaje, sin emoción. Dario Grandinetti por su parte resulta lo mejor aunque también termina encasillado en un cliché de “ser de baja estopa que puede dominar a los ricos”. Al final todo se diluye, y de la crítica social y las intenciones de comedia, no queda nada.