Leatherface volvió a la pantalla, retomando la historia original y con poco que contar. Vamos a aclarar un punto para no chocar desde el principio: Está bien que en las películas de "un-grupo-de-adolescentes-va-a-una-casa-en-medio-de-la-nada" estos jovenes no sean exactamente luminarias de la física, la química y la literatura. Es normal que sean un grupo de cabezas de marihuana que solo piensen en acostarse con alguien, comer papas fritas, fumar y emborracharse. Nos gustaron en muchas películas, y la fórmula parece no agotarse jamás, ya que cada tanto sale alguna película de este estilo que nos roba una hora y media de nuestras vidas y nosotros no nos quejamos. Pero los personajes de La Masacre de Texas 3D no pueden ser más imbéciles. De verdad, no pueden. Y ese es el punto más débil de la película, que la expone como un muestrario de consecuencias sucedidas a un grupo de personas que parecería habérselas buscado, y no por provocar al destino, sino sencillamente por idiotas. Vamos desde el principio. Esta historia omite, de alguna forma, todas las secuelas que tuvo La Masacre de Texas y va directo a la original, de 1974, y hasta nos muestra algunas escenas claves de esa película. Y, en un "guiño brillante", el policía del pueblo se llama Hooper, como Tobe Hooper, el director de La Masacre... original. Allí, en un enganche con esta secuela, muestran como la policía llegó a rodear el hogar de la familia Sawyer/Carson y pidió la rendición de Jed, es decir, Leatherface. Pero a su vez un grupo de civiles también se hace presente para linchar a todos. Superados en número, la policía no puede hacer nada, y todos los Sawyer/Carson son dados por muertos, a excepción de una bebé, que es encontrada más tarde en brazos de su moribunda madre. Ella es tomada por una pareja que no podía tener hijos, y -salvo por una marca en su pecho- deciden comenzar de cero. Le dan el nombre de Heather, y comenzarán a criarla en base a mentiras sobre su identidad, para así darle una vida lo más normal posible. Pero hay algo en la familia que no funciona... El problema es que años más tarde, una joven-adulta Heather (Alexandra Daddario) recibe una carta de su abuela, su abuela de sangre, que le hereda una mansión en Texas. Así sus padres deben contarle la verdad, aunque prefieren omitir la historia detrás. Finalmente, la chica va con tres amigos (y uno que levantaron en la ruta... porque saben que siempre hay que levantar a alguien en la ruta en una proto-road movie de terror) a su nuevo hogar. Pero el hogar venía con una sorpresa: Leatherface. Revelar todos los huecos argumentales de la película sería tirar por la borda a la película en si, contándoles absolutamente todas las "sorpresas" (que de sorpresa no tienen nada, vamos a ser honestos) que puede llegar a tener la cinta. Pero más allá de todos sus defectos, el resultado final es una película de terror que está bien. No resiste una segunda visión, no resiste un análisis post película. Es verla y olvidarse, pero lo que se vió, dentro de todo, tiene algo de dignidad. Mínima. Pero algo al fin.
Sin carreras pero con muchas persecusiones, la saga de acción que supo reinventarse se convirtió en el ícono de acción del nuevo siglo. Cuando salió Rápidos y Furiosos Sin Control (Fast Five, 2011) tomó al mundo por sorpresa, mutando a la saga de carreras ilegales en una película de acción hecha y derecha y, además, muy buena. La inclusión de Dwayne "The Rock" Johnson y el regreso de los personajes más importantes de cada parte de la franquicia le dió una bocanada de aire fresco a la película y la puso en el podio de las mejores películas de acción de la última década de un solo plumazo. Ahora el desafío no quedaba en mantener la vara en alto, y Justin Lin logró hacerlo en lo que es su última participación en esta adrenalínica franquicia, Rápidos y Furiosos 6 (Fast and Furious 6, 2013). La séptima entrega, está confirmado, será responsabilidad de James Wan, uno de los cerebros detrás de El Juego del Miedo. Pero antes de saltar a la etapa Wan, Lin nos dió su canto del cisne con una película cargadísima de escenas de acción y que no da respiro. Con apenas unos pocos minutos de película, ya se nos plantea el conflicto principal: Toretto (Vin Diesel) y Brian (Paul Walker) viven una vida tranquila en las Islas Canarias, un lugar hermoso y sin política de extradición. Ellos están bien, pero extrañan el hogar, sobre todo Brian que acaba de ser padre. Por eso, cuando Hobbs (Dwayne "The Rock" Johnson) aparece para ofrecerles ayudar a la policía con una misión, ellos no dudan: Si todo sale bien, quieren amnistía y libertad para volver a los Estados Unidos. Pero lograr esta meta no será fácil. El villano de turno es Owen Shaw (Luke Evans), el líder de un grupo de criminales motorizados que se manejan con altísima tecnología, y que atacan a objetivos militares para quitarles sus objetos más preciados. El problema para Toretto es que en esa banda está Letty (Michelle Rodríguez), su antiguo amor, a la que creía muerta. Rápidos y Furiosos 6 es todo lo que uno espera de una Rápido y Furioso. Lin sabe rodar las escenas de acción como pocos en la actualidad, y sus persecusiones cargan de adrenalina hasta al más apático. A los actores se los ve comodísimos en sus roles, divirténdose como locos, jugando a molerse a palos, y una gran incorporación a esta entrega fue sin dudas Gina Carano, que nos regala un par de enfrentamientos mano a mano contra Michelle Rodríguez, demostrando que el imperio de los puñetazos no es exclusivo para los hombres. Como ya habrán leído en muchos lugares (y algunos hasta se los dijeron sin ningun tipo de filtro, mal por ellos), hay una escena post créditos que nos deja la intriga sobre lo que sucederá en la séptima entrega, y que de alguna forma rescata eventos de entregas pasadas, así que fans o no, quédense, que al parecer en la próxima parte de la saga van a tirar la casa por la ventana.
No solo es un traje bonito. Las segundas partes a veces no son buenas, y con Iron Man 2 la ley se cumplió ¿pero quién dijo que las terceras partes no podían, incluso, superar a las primeras? Iron Man 3 es un excelente caso, ya que nos demuestra que hay historias y desarrollos de personajes que merecen ser contados, aunque eso de alguna forma atente al “bien común” ¿Qué quiere decir esto? Que Iron Man 3 no es una constructora, como fueron las anteriores películas, con el fin de llegar a Los Vengadores. Iron Man 3 es una película que ni siquiera trata sobre Iron Man, sino sobre el hombre debajo del disfraz: Tony Stark, interpretado magníficamente por Robert Downey Jr. Luego de los eventos de Los Vengadores, Tony no la está pasando bien. No puede dormir, apenas sale de su refugio, y dedica su tiempo a crear nuevas armaduras. Él está en un momento de dudas y de inseguridades, en donde cree que él ES la armadura y la armadura ES él. Tony se consumió, desapareció, luego de arriesgar su vida para salvar a Nueva York. El problema es que el mundo no está esperando que Tony se recupere, y desde algún lugar secreto, hay un terrorista que está amenazando la seguridad del planeta entero: El Mandarín (Ben Kingsley). Armado con tecnologías que permiten hackear los canales de televisión y enviar sus mensajes al mundo, él está listo para declararle la guerra a Estados Unidos. Tony sigue de cerca el caso, pero su amigo James Rhodes (Don Cheadle), más conocido como War Machine (o Iron Patriot en esta entrega) le pide que se mantenga alejado, que el gobierno está detrás de él. Pero el Mandarin se mete con alguien muy cercano a Tony, con su asistente Happy (Jon Favreau), y ahora la cosa es personal. Mientras tanto, en las industrias Stark, un hombre llamado Aldrich Killian (Guy Pearce), un viejo conocido de Tony, le ofrece a Pepper (Gwyneth Paltrow) el desarrollo de unas licencias para hacer posible Extremis, una tecnología que puede llegar a convertir al ser humano en algo indestructible. Pero Pepper se da cuenta que esto puede ser usado como un arma y decide rechazarlo. Lamentablemente para todos la cosa no quedará ahí. En un mundo lleno de amenazas, y luego de sufrir dos ataques personales, Tony se encuentra solo, lejos de Pepper, y con una armadura que no funciona. Así deberá investigar cómo atacaron a Happy y dónde está el Mandarín. Tony, no Iron Man. Así surge un viaje interno y externo que nos lleva a la mente del empresario/superhéroe. Sus miedos, sus fuertes y sus debilidades; y a traves de este viaje podremos ver qué es lo que cuenta, si el hombre o la armadura. Shane Black, el director, decidió hacer una película de acción con dosis de ciencia ficción, alejándose un poco del relato superheróico al que estamos acostumbrados. Las escenas en las que Tony y Rhodes se meten en la acción sin más protección que su virtud y un par de armas hacen acordar a la saga Arma Mortal (Lethal Weapon) por sus dosis de humor y sus choques de egos, y esto es algo que le hace muy bien al cine de superhéroes, porque lo lleva a otro lugar. No tiene la oscuridad de la trilogía Batman de Nolan, ni la solemnidad del Capitán América o las Superman que vimos hasta el momento. Esto es distinto. El héroe es un hombre con miedo, con dudas y con una actitud despreciable. Y así y todo, nos interesa más qué pasa con él cuando está fuera del disfraz de hojalata que cuando está adentro. Un gran triunfo de Marvel.
Un padre desesperado y un villano psicópata son el contrapunto de esta película de acción. Nicolas Cage es un actor con mala fama. Está bien, hacer una decena de películas pésimas no lo ayuda, pero la realidad es que a la hora de la acción, él fue uno de los grandes protagonistas de los últimos 20 años. Solo pensemos en Con-Air, Contracara o La Roca, tres películas a pura adrenalina, perfectas para su género. Y, si bien tal vez las sigue desde un escalón un poco más bajo, Contrarreloj (Stolen, 2012) es un buen ejemplo de lo que estoy hablando. Aquí, Nic interpreta a Will Montgomery, un ladrón de bancos que tras pasar ocho años en prisión luego de una misión que salió mal, vuelve a la sociedad para intentar seguir un buen camino, sobre todo con su hija -ahora en la dificil adolescencia- Alison (Sami Gayle). Pero no todo será color de rosa, ya que su ex compañero, devenido en psicópata resentido, Vincent (Josh Lucas) secuestrará a su amada chiquita y la única condición para liberarla es que Will le entregue 10 millones de dólares, justamente el botín que habían logrado la noche en que se arruinó todo, y tiene solo 12 horas para entregarlo. Will asegura que él quemó el dinero, ya que si lo atrapaban con las manos en la masa, su tiempo en prisión iba a ser mayor, así que luego de perseguirlo por la ciudad y verse derrotado, le prometerá volver a conseguir el monto que pide dando un último gran golpe. Para eso llama a su ex compañera, Riley (Malin Ackerman), que le dará una mano en esta difícil misión que debe luchar a dos flancos: contra el secuestrador y contra el FBI, que sigue tras sus pasos. Si bien esta es la base de la película, la realidad es que llegamos al gran punto tarde, casi una hora después del comienzo. Lo bueno es que esa hora tampoco es tiempo perdido, sino un conjunto de escenas de acción muy bien logradas, y en un marco muy especial: el Mardi Gras de New Orleans, un momento del año en el que todo el caos sale a la calle. Contrarreloj es una película de acción, y punto. No se le puede pedir más que una hora y media de diversión y de suspenso, elementos que están muy bien manejados por la mano maestra de Simon West (Con-Air, Los Indestructibles 2) y bien llevados a la pantalla por un menos sobreactuado Nic Cage. En definitiva, Contrarreloj es lo que es, y el que le busca la quinta pata al gato, se equivoca. Hay disparos, hay persecusiones, hay suspenso, hay golpes. Hay una película cuadrada, hecha y derecha de acción. Y eso está muy bien. @JuanCampos85
Un clásico de culto se readapta a las leyes del terror de estos tiempos para dar una película que, si no comparamos, sale bien parada. Cuando se estrenó Evil Dead (Diabólico para Latinoamérica), en 1981, no fue un suceso inmediato. Pero el tiempo le jugó a favor y ahora hablamos de esa obra de Sam Raimi como uno de los clásicos del género. Allí se nos narraban las aventuras y desventuras de Ash (Bruce Campbell) y sus amigos, atrapados en una cabaña en medio del bosque luego de despertar a un antiguo espíritu maligno. En esa oportunidad, el terror estaba presente, pero también había una gran dósis de humor y de absurdo, un poco de risas con y contra el género que le dieron un toque único a la película. Tanto que, cuando se autoremakearon (léase, Evil Dead II o Noche Alucinante, depende en qué parte del mundo estén) los gags casi se mudan al slapstick, convirtiéndola prácticamente en una parodia de la primera entrega, pero no por eso menos efectiva. Ahora, más de 30 años después de la primera entrega, Sam Raimi toma los cables para una nueva versión y pone a Fede Álvarez como director de esta Posesión Infernal, que es lo que hubiera sido Evil Dead, la original, si tuviera que jugar con las reglas del cine del terror actual. Esto quiere decir: torturar, desmembrar, desangrar y demás tormentos. Porque eso es lo que de verdad toma la delantera en Posesión Infernal: el asco y el dolor, y son recursos de los que Álvarez -muchas veces- abusa. Tanto que, al finalizar la película nos quedamos pensando si no fue eso lo único que vimos a lo largo de 90 minutos. Porque, argumentalmente, no es distinta a la primera. Si, se intentó dar algo más de profundidad cambiando el fin de semana de locura de Ash por un intento de hacer que Mia (Jane Levy) deje las drogas que casi la llevan a la muerte, pero eso termina siendo una subtrama muy poco importante para el desarrollo final. El chiste comienza cuando leen el famoso libro (que vuelve a su nombre original, Naturan Demanto, olvidando el Necronomicon Ex Mortis de Evil Dead II y El Ejército de las Tinieblas) y los dedites aparecen en escena. En si, la película no es la gran cosa, pero si vale reconocerle dos cosas que, a fin de cuentas, la dejan bien parada. La primera es el total descaro con el que se muestran las escenas violentas y sangrientas, algo muy poco común en el cine "comercial". Ni El Juego del Miedo se atrevió a mostrar tantos litros de sangre por fotograma. Y la otra es que, con el correr del tiempo, la historia va mejorando, y va tocando puntos en común con la primera entrega, hasta que en el desenlace el panorama es distinto, y -sobre todo- el tono con el que se trata el horror cambia para dar paso a algo más cercano a lo que el fanático de Evil Dead espera. Tal vez Posesión Infernal sea una película de terror más, pero que se atrevió a dar un salto más hacia el gore dentro del cine comercial. Posiblemente esto sea el principio de una tendencia que vamos a terminar odiando, o tal vez quede como algo único. Algo que, seamos justos, podría ser bueno para la franquicia de Evil Dead, ya que todas sus entregas tienen ese gustito a "cosa única" que pocas películas de género tienen; pero lamentablemente esta vez no sería tan merecido. Porque es una buena película de terror, si, pero no mucho más. Ahora, un consejo: Quedense durante los créditos. @JuanCampos85
La pesadilla más sangrienta de Lady Gaga. Las películas de terror malas son, muchas veces, buenísimas. No porque estén hechas con ese propósito (aunque a veces si lo están), sino porque el absurdo termina inundando toda la situación, y lo que tendría que asustar comienza a causar gracia. También están las otras películas de terror malas, que por pretenciosas ni graciosas terminan siendo, y este -claro- es el caso de Silent Hill 2 (Silent Hill: Revelation 3D, 2012), una película que no asusta, ni divierte ni nada. Hagamos un poquito de historia. Como es obvio, esta es la secuela de Silent Hill (2006), una película dirigida por el francés Christophe Gans que, si bien no le hizo justicia al videojuego se dejaba ver un poco. En ella vemos como Rose (Radha Mitchell) lleva a su hija a un lugar llamado Silent Hill. Luego de un accidente Sharon, su hija, desaparece y todo indica que está en ese misterioso pueblo fantasma. En esta segunda parte conocemos en profunidad a Sharon (Adelaide Clemens), que con 18 años recién cumplidos, vive mudándose de ciudad en ciudad junto a su padre (Sean Bean) que, según dice, cometió por defenderla. Pero esto no es toda la verdad. La gente de Silent Hill la busca porque en ella se esconde el secreto de la liberación de todos los que están atrapados en la ciudad, y llegarán al punto de secuestrar a su padre (Sean Bean jamás la pasará bien en una película) para obligarla a volver. Así, se aliará con un compañero de su escuela (Kit "Jon Snow" Harington) y descubrirá muchos secretos de su vida hasta llegar al corazón de Silent Hill, en donde deberá enfrentar su batalla final. La película está llena de giros que más que sorprender nos hacen golpearnos la frente con la palma de la mano. El guión y la dirección de Michael J. Bassett (responsable de la horrible Solomon Kane) son pobres y los personajes no son para nada interesantes. Y, a medida que se nos van presentando las "revelaciones" nos damos cuenta que absolutamente nada en Silent Hill tiene sentido. Otra cosa molesta son los efectos especiales. El 3D forzado nos obliga a "mancharnos" con sangre CGI repetidas veces, y los monstruos (con maquillajes interesantes, reconozco) se convierten en parodias de backdancers de Lady Gaga por sus movimientos extraños, estilo cuadro por cuadro, que más que inquietar dan risa. Silent Hill 2 está inspirada en la tercera entrega del videojuego y, como le fue bien en taquillas (costó 20 millones y ya lleva recaudados cerca de 50 en el mundo, lo que no es para nada un mal número) todo indica que tendrá otra continuación. Esperemos que esta vez el terror, o de última, la comedia se hagan presentes. Otra entrega de este estilo solo condenará a estas adaptaciones, que tienen una excelente historia para utilizar, mueran en el olvido y nadie las visitará, tal como a los ciudadanos de Silent Hill. @JuanCampos85
Tom Hooper se arriesga adaptando uno de los musicales más famosos de la historia y el resultado es, mayormente, bueno. Hagamos un poco de historia en dos partes. La primera se remonta a 1862, cuando el autor francés Victor Hugo publicó una de las obras más significativas de la literatura del siglo XIX: Los Miserables. En ella criticó activamente la política de su país de comienzos de siglo utilizando a Jean Valjean y a Fantine como las víctimas de un sistema político y judicial extremo y al oficial Javert como la mano armada de ese sistema. Esta novela fue inspirada por Eugène-François Vidocq, un criminal que logró redimirse y, finalmente, fundó la Policía Nacional Francesa. En el contexto de Los Miserables, el hito histórico que resalta es la rebelión de junio de 1830, con los ficticios Enjolras y Marius como protagonistas máximos, representando a la juventud estudiantil de la época. Más de un siglo después, en 1980, se estrena en Francia Los Miserables en versión musical, una obra que adapta libremente el trabajo de Victor Hugo escrita por Alain Boublil y Jean-Marc Natel y con música de Claude-Michel Schönberg. Este musical, más cercano a la ópera que a lo que conocemos en el género, casi no tiene actuación. Los actores se paran frente al micrófono y dialogan cantando. En 1985 la obra se estrenó en el West End Londinense y se convirtió en un hito que, al día de hoy, lleva más de 10 mil funciones y diversos elencos. También, claro, se mudó a Brodway, en donde se convirtió en el musical con más tiempo en cartel, seguido por El Fantásma de la Ópera. Ahora, 32 años después de su creación, el cineasta Tom Hooper, un tipo sin demasiada experiencia que se ganó todas sus credenciales con El Discurso del Rey, llevó esta historia en formato musical al cine, y el resultado es, mayormente, bueno; pero más que nada porque trabaja con personajes e historias que ya eran buenas desde antes que él las toque. Hooper no es un excelente director y, si tengo que opinar, siento que con El Discurso del Rey todos vieron algo que yo no logré ver, porque no me parece algo más que una película del montón. Su dirección es muy clásica y correcta, y no deja lugar a los riesgos. Esto, por suerte, no se ve tanto en Los Miserables, en donde (cuando no está enfocando en primerísimo plano a los protagonistas) las cámaras muchas veces tienen una agilidad digna de película de acción. Las tomas largas son una constante, y el hecho de haber grabado las canciones en vivo durante el rodaje le da a la película cierto dejo de realidad que no es común en un musical. Esto, claro, lleva a desatinos melódicos, desafinaciones y hasta sofocadas, pero todo eso increíblemente suma. Ahora, y como ya mencioné, es inentendible el fetiche por el primer plano, y el uso y abuso del recurso que muchas veces impregna a esta obra revolucionaria e incorrecta (para la época en que fue escrita, claro) de un manto de solemnidad que solo tiene que ver con el mensaje general hacia el final de la película. En el resto del tiempo, solo irrita. La adaptación es casi perfecta. Salvo algunos cambios en las letras, y algún agregado mínimo, se transcribió casi por completo el musical en este formato. Y, es más, los cambios fueron correctos, ya que agregaron fragmentos explicativos y quitaron elementos que no eran tan necesarios para la descripción. Pero la polémica más grande que envuelve a la película son las actuaciones. Por un lado está Anne Hathaway, una mujer que ganó 11 trofeos por su breve interpretación de Fantine, que honestamente solo tiene un pico de excelencia, que es cuando interpreta la ya clásica I Dreamed A Dream. En el resto del tiempo, su personaje dice poco y nada, y las multinominaciones y premios suenan exagerados; más aún cuando comparte cartel con dos actrices de reparto de excelencia como Helena Bonham Carter (que toma el lugar de la vil Madame Thénardier) y Samantha Barks (interpretando al personaje que la hizo famosa también en el teatro, la sufrida Éponine). Ambas tienen más cartas para jugar en una entrega de premios, y ambas cayeron rotundamente ante Hathaway. En cuanto a las estrellas masculinas, la polémica también es mucha: ¿Cantan bien Hugh Jackman y Russell Crowe? La respuesta no es una sola. Jackman tiene una amplia experiencia en el teatro musical (y hasta ganó un Tony), mientras que Crowe, con menos experiencia, intenta pero no llega. De todas formas, el Javert de Crowe es uno de los personajes más interesantes de la película, y el hecho de que no cante tan bien como los demás, increíblemente, le da cierto color. Otros hombres que se destacan, y a veces por sobre los protagonistas son Sacha Baron Cohen (como el miserable Thénardier), Aaron Tveit (que interpreta al líder de la revolución, Enjolras) y Eddie Redmayne (en la piel del enamorado Marius). Los demás hacen un buen trabajo, digno y a la altura, y aunque tal vez Amanda Seyfried haya sido una elección erronea, si vemos cómo fue imaginado el personaje original de Cosette, la desición no es tan terrible. Los Miserables no es una película perfecta, pero si es la forma más perfecta, hasta el momento, de llevar una obra de esta magnitud a la pantalla grande. Su reconocimiento en la prensa extranjera tal vez fue exagerado, y posiblemente sea una película sobrevaluada en muchos elementos, pero al fin y al cabo es una película que dura casi 3 horas y que dificilmente cae, un logro del que no muchos pueden presumir. @JuanCampos85
Con un elenco perfecto, Steven Spielberg vuelve a meterse en la historia norteamericana poniendo en un pedestal político a Abraham Lincoln, pero reprochando su huraña vida personal. Cuando un grupo de buenos actores comparte la misma pantalla, el espectador solo tiene que sentarse, relajarse y dejar de pensar. La historia correrá por su propia cuenta, y no importa qué tanto sepa uno sobre la Guerra Civil estadounidense, o sobre cómo piensan los Demócratas o Republicanos. Eso se lo dejamos para los que quieran sacar un análisis político de esta maravillosa cinta de Steven Spielberg. Para los demás, dejennos con Daniel Day-Lewis, Sally Field, Tommy Lee Jones, Lee Pace, James Spader, Tim Blake Nelson y tantos otros talentos que tiene esta biopic, que nos cuentan la historia con drama, humor, algo de solemnidad patriota (hay que decirlo), pero también con mucha honestidad y mucho corazón. La película nos ubica en 1865, cuando el presidente Abraham Lincoln (Daniel Day-Lewis) intenta reglamentar la 13ra Enmienda en el Congreso de los Estados Unidos. Esta enmienda oficializa la abolición total de la esclavitud, algo que el presidente piensa que es infalible para detener la Guerra Civil. Pero, claro, no las tendrá fáciles. Por un lado, hay quienes no tienen demasiados problemas con abolir la esclavitud, pero les parece que no es el momento, ya que cientos de soldados están muriendo todos los días en la maldita guerra, y la atención debe centrarse ahí. Por el otro está la burguesía, dueños de campos y otras industrias que necesitan de los esclavos para que su negocio siga funcionando. Ellos están completamente en contra de la abolición y pondrán todas las piedras en el camino que sean necesarias. Para aprobar la Ley, Abe necesita 20 votos, una suma de votos mayor a la cantidad de bancas que tienen sus partidarios, así que deberá convencer de a uno, a base de sobornos, extorsiones o mero convencimiento, para que voten su enmienda. En este contexto, la familia Lincoln no está pasando un gran momento: Mary Todd, su esposa (Sally Field) vive al borde de la crísis nerviosa, y su hijo Robert (Joseph Gordon-Levitt) quiere enlistarse en la guerra. El tema es que los Lincoln ya perdieron a un hijo, y Mary Todd no permitirá que maten a otro. Mientras tanto, Abraham está ausente, dejando que los problemas de casa se queden en casa y que, de alguna forma, se solucionen solos. Él ve la imágen grande, ve a sus compatriotas muriendo y necesita estar en donde pueda tomar desiciones. Con Steven Spielberg detrás de cámaras, la calidad está asegurada. Si a eso le sumamos el guión de Tony Kushner (que colaboró con Spielberg en Munich, de 2005), el resultado es casi cantado. La película solo peca de solemne, pero es algo que sentimos los de afuera, a los que esta historia nos toca de costado. Tal vez, para el pueblo estadounidense, esos que levantan la bandera cada mañana, Lincoln se sienta distinta. Pero fuera de eso, la dirección es perfecta, las actuaciones son perfectas y hasta el final, que ya conocemos todos, es perfecto. A veces pienso que tenemos un gran privilegio al ser contemporaneos de Spielberg. @JuanCampos85
En el fondo, una historia de amor. Django Sin Cadenas (Django Unchained, 2012) armó bastante revuelo. No solo por la sobreutilización de la palabra "Nigger" (coherente, si vamos al caso, por los tiempos en los que está ubicada la película, apenas dos años antes de la Guerra Civil estadounidense) sino porque, para muchos, Quentin Tarantino cayó en un ciclo de auto-plagio que aburre. Si quieren leer una opinión distinta a esta (que será mayormente positiva), pueden darse una vuelta por la nota que Alf Noriega escribió para nuestro sitio. A tren de ser sinceros, Tarantino vivió del plagio, y nunca tuvo problemas de contarlo. Desde Perros de la Calle (Reservoir Dogs, 1992), que es prácticamente clonada a la hongkongesa Lung fu fong wan (también conocida como City On Fire, de 1987), pasando por la saga Kill Bill (2003-2004), que es un permanente copy-paste de clásicos de las artes marciales hasta Bastardos Sin Gloria (Inglorious Basterds, 2009) que si bien no es una remake, tomó el nombre de otra película (originalmente llamada Quel maledetto treno blindato, de 1978) y las temáticas son inquietantemente parecidas. Con esto quiero decir que el hecho de la repetición nunca fue un problema al ver una película de Tarantino. Tal vez, lo que ahora moleste, es que de alguna forma el director tomó una forma narrativa que ya utilizó, más específicamente en Kill Bill. Es decir. Todo comienza cuando el Dr. King Schultz (un enorme Christoph Waltz) encuentra a Django (Jamie Foxx), un esclavo, mientras era trasladado junto a otras víctimas de la trata. Django conoce a los hermanos Brittle, y Schultz necesita encontrarlos para cumplir su misión: aniquilarlos. Es que, si, el Dr. Schultz solía ser dentista, pero ahora tiene un pasar financiero bastante superior trabajando como cazarecompensas. Así, Schultz "compra" a Django (en una escena que no tiene desperdicio) y no solo lo utiliza para reconocer a los Brittle, sino que también comienza a entrenarlo en los oficios del cazarecompensas y hasta se hace amigo de él, algo impensado entre un negro y un alemán en 1858. Pero Django tiene otra misión. Se trata de Broomhilda Von Shaft (Kerry Washington), su esposa, que está atrapada en terrible Candyland, la plantación de algodón de Calvin Candle (Leonardo DiCaprio, en la actuación de su vida). Él moverá cielo y tierra para encontrarla y recuperarla, e inesperadamente, Schultz se ofrecerá a ayudarlo. Así, la película se divide en dos arcos. El primero, con la caza de las presas de Schultz y el entrenamiento de Django, y el segundo, desde el preciso instante en que conocen a Calvin Candle. Si bien el cambio de climas es brusco, es entendible: toda la película es brusca. No tiene fitro ni busca ser políticamente correcta. La humillación de los esclavos, la violencia y hasta la sátira política (presten muchísima atención a la gran escena que protagonizan Don Johnson y Jonah Hill, encabezando a un grupo de primitivos Ku Klux Klan) tienen su lugar, y Tarantino no se anda con sutilezas. ¿Es Django Sin Cadenas superior a, por ejemplo, Bastardos Sin Gloria? No, objetivamente. Pero esta película tiene su fin, que no solo es rendirle homenaje a los Spaghetti Western (desde el nombre, recordemos que Django es un personaje clásico de Franco Nero, que también tiene su cameo en la película) sino también contar la historia del -probablemente- primer esclavo liberto, sino también de lo que busca desde su libertad, que no es el placer ni el simple hecho de no tener amos. Es buscar a su amada y arriesgar su vida en el intento, como en la leyenda de Brunilda y Sigfrido de la ópera Sigfrido, la tercera parte de Los Anillos del Nibelungo, del (oh casualidad) siempre cuestionado Richard Wagner. @JuanCampos85
Mezclemos Homeland con The Wire y nos quedará la película que busca quedarse con todos los Oscars este año. Por un momento, dejemos de lado los debates que surgieron alrededor de La Noche Más Oscura (Zero Dark Thirty, 2012) y pensemos puramente en lo cinemático. Está bien que la película tiene una decena de problemas morales, éticos y humanos con los que cualquiera que no sea pro-guerra se escandalizaría, pero meternos en ese lugar nos llevaría a hacer una nota meramente política, y no es la idea. Vamos, sin embargo, al trabajo de Kathryn Bigelow como directora, que pone su pié con fuerza sobre la temática “guerra-contra-el-terrorismo” y cuyo resultado es bastante superior al de su atecesora, Vivir al Límite (The Hurt Locker, 2008). La historia de La Noche Más Oscura es, dicen, real. Hay una agente encubierta de la CIA que trabajó durante años con un solo propósito: cazar a Osama Bin Laden. En la película ella es Maya (Jessica Chastain), quien deja su vida en esta labor, en un papel bastante similar al que Claire Danes hace en la serie Homeland, en donde por momentos parece que ella está sola contra tanto contra los terroristas como contra la misma gente que trabaja a su lado. La película está claramente dividida en varios actos, en donde vemos desde el atentado a las Torres Gemelas, pasando por los interrogatorios clandestinos, las escuchas y rastreos de células terroristas, hasta llegar a la accidentada misión que dió con el mayor ideólogo de Al-Qaeda, y eso – si bien ayuda a la narración- es un poco anticlimático, tanto que en lugar de darle un vértigo parecido al que usara Ben Affleck en Argo (2012) queda más similar a un documental ficcionado. Tal vez esta haya sido la idea de Bigelow, como para poner un manto de realismo, pero si hablamos de cine, este recurso no es tan útil. La Noche Más Oscura tiene un tinte claramente político, y el argumento va por ese lado hasta llegar hasta la última media hora, cuando la gente se pone en acción y el suspenso se apropia del ambiente, creando un clima asfixiante, sin más sonido que el que vemos en pantalla. El guión de Mark Boal es sólido, y si bien ya mencionamos que la forma de narración tal vez no sea la ideal, el argumento no tiene ningún bache notorio. Cuando Vivir al Límite se llevó la noche de los Oscars, Estados Unidos vivía en otra realidad, con otras políticas y otro presidente. Hay que ver si ahora La Academia le da la derecha con su nuevo trabajo, tan opuesto al discurso de Obama, o la deja pasar. Eso no lo sabremos hasta que sea el momento. Mientras tanto, deshaganse de prejuicios e ideales y denle una oportunidad a esta película políticamente correcta para algunos, políticamente incorrecta para otros, o incluso una vejación a la moral y a los derechos humanos para muchos otros. La desición final deben tomarla ustedes. @JuanCampos85