El Muñeco de Nieve: Invierno sangriento. Michael Fassbender es un detective alcohólico a la caza de un asesino serial en este nuevo thriller invernal producido por Martin Scorsese. La dirección es el aspecto individual más importante en toda la producción cinematográfica. Hay muchos ejemplos de simples historias, guiones mediocres o actuaciones subpares que terminan “salvados” por un buen director. Sin hacer milagros, una gran dirección puede subir el nivel de casi cualquier proyecto. Pero a pesar de su importancia, la realidad es que el cine es una disciplina en conjunto, un arte de grupo en el que incontables engranajes deben funcionar en sintonia para entregar una producción de calidad. Michael Fassbender interpreta a nuestro protagonista, el detective Harry Hole. El caso a resolver no arranca inmediatamente, por lo que nuestro interés debería ser cautivado por el personaje principal. Pero a pesar de contar con todos los ingredientes para hacerlo, el film no logra establecer a Hole como un personaje atrapante. El intentar mantener la relación con su hijo tras su separación, su adicción al alcohol y su habilidad detectivesca son elementos más que suficientes para crear un anti-héroe atractivo pero a pesar de una buena actuación por parte de Fassbender, no logra cumplir ninguna expectativa. Basada en la novela del escritor noruego Jo Nesbø, la elección de material parece haber condenado un poco al resultado. Se trata de la séptima novela en la serie que sigue los casos del legendario detective Harry Hole. En el film, lo único que tenemos es una breve mención de su estatus como leyenda (con sus casos llegando a ser objeto de estudio) pero no realiza ninguna acción durante toda la película que amerite algo parecido. La trama trata a Hole como un genio detective caído, atrayendo tanto el interés y admiración de su propia compañera de caso (Rebecca Ferguson) como el del mismísimo asesino. Con un mejor guion y un actor más entrado en años, podría haberse transmitido mejor algo que solo termina de cerrar una vez sabemos que se trata de un caso puntual ocurrido en el medio de una ilustre y larga carrera por parte de un legendario detective de la ficción europea. Pero claro, la atracción de un actor del renombre y popularidad de Fassbender también hace posible que la película pueda tener las libertades (sangre, duración, presupuesto) de las que goza, seguramente el director junto a los productores eligieron este preciso tamaño de jaula para encerrar a su bestia. Si el protagonista deja mucho que desear, lo único que queda es centrarnos en el caso a investigar: un asesino serial que señala sus asesinatos armando un muñeco de nieve cerca de sus victimas, todas ellas madres. En la segunda parte de la película, el misterio va creciendo de buena manera e inclusive tendremos algunas secuencias dónde veremos lo mejor que la película tiene para ofrecer: bellos planos mostrando el escenario idóneo (noruega invernal) para un lento misterio, así cómo también pequeños acontecimientos y personajes que el guion impone para llevar de gran manera el desarrollo de la intriga. Todo va bien hasta que llegamos a la resolución del mismo, ausente de cualquier tipo de emoción, mostrándonos que se trataba de un pequeño enrollo resuelto sin demasiada complicación a pesar de una superficial complejidad. Personajes, y actores, que se suman a la trama para irse sin haber hecho mucho, sin haber tenido peso en ningún acontecimiento o avance real. Solo con breves pinceladas notamos la cuidadosa selección de planos de las que gozaron los últimos trabajos del director sueco Tomas Alfredson (Let The Right One In, Tinker Tailor Soldier Spy). La dirección de fotografía y de arte son uno de los grandes deberes de El Muñeco de Nieve, aún contando con unas cuantas posiciones creativas de cámara y la inherente belleza de los paisajes noruegos el film nunca transmite ningún tipo de identidad o personalidad visual. En la cinta conviven secuencias de un enfoque y pulso destacables con otras que parecen haberse concretado en apuros con el único objetivo de salvar mal material, como cortes rápidos que prefieren crear confusión antes que mostrar lo que logro crearse en cámara. El montaje es la herramienta vital para dictar el ritmo de la historia, como una buena banda sonora puede encantar gracias a una gran aplicación en un film, también así puede lograrse una película atrapante y dinámica gracias a una excelente edición más que a un decente guion. En este caso, el montaje le suelta la mano a la cinta. Con secuencias puntualmente terribles, como los primeros minutos y una rápida secuencia de juego de manos en el final, tenemos una trama que no solo no logra beneficiarse sino que termina siendo perjudicada por un muy mal trabajo de montaje. El mayor halago que se le puede hacer a la película tiene más que ver con su forma de venderse. El trabajo de marketing intenta, y hasta algún punto parece estar logrando, vender todo aspecto superficial de la película. La figura “siniestra” de muñecos de nieve marcando muerte, el escenario nevado, el sufrido detective de Fassbender, todos y cada uno de estas facetas ignora por completo el núcleo del film a sabiendas de que en el fondo no hay mucho que valga la pena vender. De hecho, particularmente en los trailers se pueden apreciar un gran numero de secuencias que luego estan ausentes del corte que podemos ver en las salas. Esto, sumado a las secuencias editadas muy pobremente como apurando y escondiendo cosas, parece indicar que hubo mucha mano metida del estudio y que el director Alfredson no tuvo voz en la decisión final, sino que el mismo estudio decidió tomar las riendas del corte a mostrar en cines. Desgraciadamente, por como es el director dudo que nos saquemos la duda con algun Director’s Cut. Con breves momentos de entretenida intriga, The Snowman es un film que no llegara a satisfacer ni a los entusiastas del género de misterio. Personajes aburridos y una trama mediocre contada de manera irregular resultan en una historia con poca personalidad que lo único que logra es, por momentos, alcanzar un cierto atractivo visual. El cine es un trabajo en equipo, y no hay rol más importante en ese equipo que el de director. Pero, a pesar de que nos llenemos la boca llamándolo el séptimo arte, la realidad es que el cine es una industria. Un negocio dónde los estudios deben cuidar sus inversiones, sea “sugiriendo” una estrella como Fassbender o arruinando el trabajo de artistas en pos de una mayor ganancia: esas son las reglas del juego.
Llamar al protagonista de “Un Minuto de Gloria” (“Glory”) un héroe suena tan apropiado como burlón, o al menos eso se siente una vez se termina de ver esta producción búlgara que fue seleccionada por su país para representarlos en los Oscars. Perteneciente a un tipo de cine en el que lo visual y sonoro están para servir a un guion que utiliza a la trama y sus personajes para analizar nuestra realidad, lo mejor que tiene es llevarnos a ese lugar en el que nos podemos reír del ridiculamente cruel que a todos nos rodea. Un trabajador de las vías se encuentra con una cantidad imposible de dinero, entregándolo inmediatamente a las autoridades. Inicialmente recompensado por su acto, nuestro protagonista terminará siendo víctima social, peón político, maltratado por extraños y golpeado por conocidos. No tiene dónde caerse muerto y apenas puede hablar debido a su tartamudeo, aún así encontrarse una montaña de dinero fue lo peor que le paso en su vida. La gloria habrá sido corta, pero trajo consigo consecuencias que lentamente irán golpeando a nuestro héroe. Inevitablemente es un ejercicio cinematográfico por parte de sus autores: desarrollar el evento más mundano y curioso que encuentren apenas mencionado en algún diario. Pero afortunadamente, el producto que resulta termina siendo una experiencia lo suficientemente universal para ser disfrutada, en menor o mayor medida, por todo el que este dispuesto a buscarla. El evento de reconocimiento por su honestidad resulta irónicamente un ejercicio de falsedad, pantomima ideada por la otra protagonista del film y, como no podía ser de otra forma, concretada por un político corrupto. La co-protagonista es la jefa de relaciones públicas del ministerio de transporte, una ambiciosa joven que en su afán por controlar y vencer todo en el plano profesional (como también en su vida, ya que apenas si vive fuera del trabajo) se encargará de quitarle lo poco que tiene a nuestro pobre Tsanko. Lejos de disculparse o de intentar reparar el mal que hizo, su egoísmo logrará que las cosas vayan de inconvenientes a desastrosas: es nuestra mirada personal a la sociedad en general, incapaz de ver más allá de sí misma y lo suficientemente ensimismada como para herir, consciente o inconscientemente, a todo a quien tenga al lado. Esta apatía social no es la única temática que enfrentará esta suerte de comedia. La corrupción, el destrato entre clases, la soledad y la estigmatización social son temas abordados sin pudor por los directores Grozeva y Valchanov en esta su segunda parte de la “trilogía de recortes periodísticos”: historias basadas vagamente en una breve noticia, en este caso un artículo real sobre un trabajador de vías recompensado irrisoriamente por entregar a las autoridades más dinero del que jamás verá en su vida junto. Por momentos puede sentirse como un concepto estirado hasta alcanzar la duración de un largometraje. Su lentitud y tiempos no es para todos, más de uno seguramente no encuentre satisfactoria la velocidad en la que la trama no llega ni siquiera a gatear. Pero también es importante resaltar lo necesario de esa lentitud. Lo puntual de los silencios y pausas, la película son esa espera en tiempo real en el teléfono, aguardando que la operadora te comunique con otra operadora, el film es ese minuto entero donde vemos a nuestro protagonista buscar un nombre en una lista. Tsanko lentamente, y como puede, persiste en su forma honorable de vida a pesar de que todos se encarguen de complicarle las cosas. “Un Minuto de Gloria” propone identificarnos con su personaje principal mediante nuestra lucha diaria en donde nuestros co-protagonistas suelen ser al mismo tiempo unos crueles antagonistas.
Kingsman 2: Cuando el traje todavía queda. Con más comedia y mejor acción, llega la secuela del universo de espionaje internacional que más disfruta el no tomarse los gadgets, martinis y supervillanos demasiado en serio. En 2014 se estreno Kingsman, una divertida película de acción que proponía un universo de espionaje internacional con todos los gadgets y villanos de James Bond pero con suficiente humor como para hacer una experiencia que celebre el género faltándole el respeto de la mejor manera. Ahora esa idea original se convierte en su peor enemigo: una secuela. ¿Saldrá aerosa de tremendo enfrentamiento? Como toda rivalidad, es más un juego de marketing que el reflejo de la realidad, pero el peso de ser secuela siempre se suma al que ya tiene otro tipo de proyecto. El escenario vuelve a ser solo lo necesario: Un colorido villano (Julianne Moore) amenaza al mundo, y luego de un ataque devastador nuestros héroes (Mark Strong, Taron Egerton, Colin Firth) tendrán que recurrir a una agencia hermana en los Estados Unidos para no sólo incluir grandes nombres en los créditos (Channing Tatum, Jeff Bridges, Halle Berry), sino también disponer de recursos suficientes para salvar al mundo una vez más. Kingsman 2 vuelve a ser una sincera y ridícula celebración del género de espías, y como toda celebración aspira a ahogar sus inevitables momentos negativos con el más puro entretenimiento. El film sacrifico conscientemente la poca seriedad que tenia su predecesor para convertirse en una comedia. Toda escena de la vieja vida de Eggsy (su barrio, amistades y familia) le daba a la original su cuota de drama y corazón. Gracias al tipo de personalidad de nuestro protagonista, el corazón sigue latiendo, pero se eligió ayudarlo menos. En esta secuela no hay tiempo ni para llorar viejos personajes, ni siquiera los que (supuestamente) significaban mucho para nuestro protagonista. Apenas un par de cortas escenas pueden considerarse solo dramáticas, las suficientes como para mover la trama como si se tratara de un desarrollo de personaje hecho apenas con dos lineas de dialogo en un guion inexperto. Poco elegante y sin dudas cuestionable, pero la elección termino saliendo bien: Kingsman 2 es una comedia con mucha acción de calidad que logra ser constantemente entretenida. Prácticamente la totalidad del film apunta a entretener mediante la comedia, sostenida por la intriga y acción. Incluso una escena especialmente gráfica en la que se implanta un GPS que, como mínimo, prueba definitivamente lo subjetivo que es siempre el humor (el rango de reacciones que puede ofrecer la audiencia es sorprendente y hasta un poco admirable). Pero aunque la base sea el humor, lo que termina de atraer en la franquicia es la acción. Si no vieron la original, la acción en Kingsman 2 es sobre todas las cosas colorida e ingeniosa, pero si disfrutaron de la primera película debe agregarse un detalle: es mejor que antes. La personalidad e imaginación sigue ahí, solo que el director Matthew Vaughn parece haber trabajado y mejorado el espíritu bastante único (comparable quizás con la acción de su compatriota Edgar Wright) de sus secuencias de pelea. Se sostiene menos en simplemente acelerar las peleas, y los movimientos de cámara terminan brillando mucho más que en la anterior entrega gracias principalmente a un aumento en la cantidad de cambios de ritmo: o cambia quién tiene la ventaja, o la locación (saltando entre varias simultaneas quizás) o incluso se introduce algún nuevo elemento que altera el orden establecido hasta ahora. Siempre procura que durante la acción nadie, ni los personajes ni la audiencia, tenga mucho tiempo para acomodarse. Otra mejora palpable es que prácticamente todas las escenas de acción tienen cierta tensión, algo que muchas veces (en el cine de acción en general) se da por sentado y termina haciendo tambalear a las imponentes peleas. Para dar un ejemplo claro de todo el cambio en la acción: Una de las mejores secuencias de la original es la masacre en la iglesia, aunque es ciertamente entretenida y respetablemente bien realizada la realidad es que le falta dinamismo, no tiene cambios interesantes en la mecánica ni posee ningún peso o tension, lo cual se vuelve cada vez más evidente y reprochable en la larga pelea luego de los primeros minutos. En Kingsman 2, no hay secuencia que repita estos pecados que tan recurrentemente cometía su predecesora, a excepción quizás de la repetición de las peleas en el bar de la original… lo que nos lleva al siguiente punto. El mayor error de la película es quizás ser una secuela, poco parece importar que sea precisamente una buena secuela. La mayoría de las criticas que podrían hacérsele (todas validas) es que sufre el tener que acomodar las cosas tras el primer film, y, principalmente, que ya no es una idea original: es una secuela. La gente odia a las secuelas como si no se trataran de películas, sino de algo completamente diferente. Es verdad que uno debe encarar, tanto realizar como juzgar, una secuela de forma diferente que a otro tipo de cintas, la realidad es que lo importante es si termina siendo buena o no. Kingsman 2 logra ser una buena comedia y una gran película de acción, al mismo tiempo que termina siendo una satisfactoria y efectiva secuela. Aunque hay detalles y secuencias que pueden gustar en mayor o menor medida, no hay dudas de que la gran mayoría de la audiencia va a estar muy ocupada siendo entretenida. Y ese es uno de los puntos más importantes de las buenas películas: no se debe apuntar a que no haya ningún problema, sino procurar hacer todo lo suficientemente bien como para que estos pasen desapercibidos.
Blade Runner 2049: Construyendo un significado propio. Llega una de las secuelas más esperadas de la historia, apuntando por estar a la altura de uno de los trabajos más respetados del género de la ciencia ficción. Reseña libre de spoilers Después de 35 años llega la secuela de uno de los films más influyentes de la historia. Un icono temático de la ciencia ficción, visualmente Blade Runner influencio a prácticamente todo cineasta que fue espectador tras su estreno en 1982. Lejos de entregar un trabajo que va a lo seguro, el equipo detrás de Blade Runner 2049 logró una película con identidad propia que se sostiene en los hombros del rico universo ideado por Ridley Scott (esta vez en el rol de productor). Muchos años han pasado de la historia original. Esta vez seguimos a un nuevo detective, interpretado por Ryan Gosling, investigando un misterioso caso que podría cambiar la dinámica social que se sostiene tan delicadamente el status quo de este futuro cercano alternativo. En su rol como Blade Runner, se encarga de dar caza a androides fugitivos que originalmente sirven como mano de obra esclava. Una trama ubicada en un universo tan rico y audaz que te absorbe desde el primer momento gracias a la fantástica combinación de efectos especiales con un trabajo de sets, maquetas y props que ostentan diseños que toda producción del género envidiaría. La existencia de lo denominados replicantes le da un sentido temático a un universo que en lo estético ya se presenta más que interesante. La mezcla de tecnología futurista con un ambiente sucio y noir, la cultura asiática y occidental que se complementan con las luces de neón que emanan las publicidades holográficas, todo cubierto por una eterna noche de lluvias intensas. Todas estas son marcas icónicas del trabajo original que lejos de abusarse de forma vacía, sirven como marco para desarrollar tópicos cómo la identidad, la división social, racial e incluso el significado de ser humano. La buena ciencia ficción siempre propone escenarios futuristas para poner en perspectiva el análisis de nuestra propia realidad, el posible futuro como un lente por el cual ver nuestra propio presente. Los conflictos raciales, las diferencias sociales e incluso el sentimiento universal de buscar el propósito se ven reflejados e invitan a la reflexión. Pero además de desarrollar y expandir temáticas clásicas como estas (que ya exploro su antecesora), 2049 introduce inteligencias artificiales holográficas interpretadas por Ana de Armas (Knock Knock). Un servicio que nuestro protagonista aprovecha en su vida diaria: replicante de replicantes, un artificio para lo artificial y el único oasis en la vida de un Blade Runner que existe solo para su trabajo. Es mediante esta nueva capa que explora tópicos más modernos, explorando la relación de su solitario protagonista, rechazado por la sociedad y compartiendo su vida con la tecnología como única compañía. Los personajes interpretados por Robin Wright (House of Cards), Dave Bautista (Guardians of the Galaxy), Jared Leto, Mackenzie Davis (Black Mirror: San Junipero) son parte de un mundo creado hace mas de tres décadas, pero logran enriquecerlo y hacerlo suyo. Fugitivos, artesanos de falsos recuerdos para implantar en replicantes, hombres jugando a ser Dioses, esclavos del sistema o victimas del mismo, 2049 logra expandir un universo al mismo tiempo que reformular su iconografía. Ojos, la figura de un caballo, la lluvia, todos elementos superficiales que la Blade Runner original imbuyó de significado y relevancia se ven recontextualizados e igual de significativos en este film. Sale victoriosa de una batalla que la mayoría de las secuelas ignoran que deben pelear. Además por supuesto de la vuelta del Blade Runner original: Deckard (Harrison Ford), que más que un cameo resulta vital para la trama, que en su segunda mitad podría decirse que sufre el impacto de su llegada. El guion de Hampton Fancher (mismo rol en la obra original) y Michael Green (Logan, Alien: Covenant) funciona de maravillas durante una primera mitad que brilla moviéndose naturalmente entre la introducción del universo y sus personas, además del desarrollo de una trama detectivesca llena de incógnitas. Pero una vez que Deckard se introduce poniendo todas las cartas sobre la mesa, aún cuando siguen habiendo sorpresas hacia el final, la cinta sufre de un último acto que carece de la complejidad y profundidad de sus inicios. De todas maneras, el guion en general tiene un nivel de imaginación y enfoque que pocos pueden ostentar. Más apropiado ver su estructura a través de cinco actos en lugar de tres, los últimos momentos del film cierran de buena manera un flojo quinto acto. Aunque la verdadera estrella de la película sea el trabajo de Roger Deakins (click para ver una filmografía que no merece ser resumida) en la dirección de fotografía, creando hermosos escenarios con matices y un valor dramático que sólo un maestro con una ilustre carrera podría obtener, el director Denis Villeneuve (Prisoners, Sicario, Arrival) logra crear impactantes secuencias combinándolo con la excelente banda sonora de autoría compartida entre Benjamin Wallfisch (It) y el gran Hans Zimmer. Una maravilla técnica y de producción, Blade Runner 2049 se gana el derecho a su existencia gracias a un guion y dirección que insisten en construir sobre la primera película. Muchos ya la ubican como una de las mejores secuelas de la historia, algunos insinuando que logro como mínimo igualar a la original. Aunque eso resulta subjetivo, y altamente improbable con el paso del tiempo, no hay que olvidar que la valorización de un trabajo no puede infectarse demasiado con la opinión que a uno le merece la recepción del mismo. Aún con algunos problemas, el valor artístico y técnico se combinan como pocas veces en un relato que logra continuar dónde dejo uno de los trabajos más icónicos de su género. Es un valioso film que encontró su propio significado, y gracias a ello logra ser mucho más que una simple replica de la original.
Steven Soderbergh vuelve a dirigir un film tras su supuesto “retiro” del cine comercial. Luego de que se cancelara su serie “The Knick”, regresa al ruedo tentado por un guion que podría resumirse como “la versión redneck de ‘La Gran Estafa’“. Y es que hasta la misma película hace la comparación con uno de los grandes éxitos del director mediante algún que otro chiste. “La estafa de los Logan” es una comedia en la que un obrero (Channing Tatum), recientemente despedido de una construcción en un estadio de NASCAR, decide usar sus conocimientos sobre su antiguo lugar de trabajo para robar las ganancias de una de las carreras más importantes del año. Para esto, reclutará a sus hermanos (Adam Driver y Riley Keough), los últimos miembros del clan Logan y algún que otro criminal con mayor experiencia. Lamentablemente el criminal elegido está tras las rejas (Daniel Craig), y aún peor, insiste en que se sumen al trabajo sus poco brillantes hermanos. Toda la trama sirve para envolver el corazón de la historia: el despido dejó al personaje de Tatum sin lo poco que ya tenía, y su hija se está por mudar a otro pueblo con la nueva familia de su ex mujer. La dinámica entre Tatum, en las manos del director que mejor lo sabe exprimir, y Driver es el centro de la película. Gracias a un excelente guion, en general el film logra brillar con las interacciones entre personajes que logran mantener su simpleza intelectual conectada con su buen (o inescrupuloso) corazón. Se trata de un impresionante robo, planeado y ejecutado por los ladrones más tontos del condado. Aún cuando a simple vista se trata de estereotipos, todos y cada uno de los personajes (y sus respectivos actores) tienen la oportunidad de brillar y demostrar que van más allá de su aparente simpleza. El humor está por todos lados, es primero que nada una comedia y en eso triunfa de gran manera. Se trata de una cinta con una estructura poco riesgosa, pero que gracias a la maestría de su director logra trascender lo decente. Un excelente montaje permite darle un ritmo perfecto a la visión de Soderbergh, la historia se narra con la velocidad adecuada en todo momento y los cambios se hacen tan justos que es imposible no dejarse llevar. El maestro está en su salsa, Soderbergh siempre fue un director impresionante que elige reinar sin asco en el terreno del cine comercial, y es en eso uno de los mejores. Aunque nos muestre bestias automotrices de NASCAR, “La estafa de los Logan” es una increíble maquinaria funcionando a tope para que la audiencia disfrute tranquila de un placentero paseo. Cualquiera que vaya a verla esperando una buena película de robos, quedará satisfecho gracias a los puntos extras de una excelente comedia. Todo aquel que vaya buscando algo más, se encontrará con un film que brinda todo lo que puede llegar a dar una película para pasar el rato. Triunfa con lo justo, y no parece querer más.
Zama: Los colores de la decadencia colonial. Después de casi una década de espera, regresa Lucrecia Martel con un provocante film que esta recibiendo la magnífica recepción a la que se acostumbró durante toda su carrera. En 2001, La Ciénaga fue un debut reconocido en Sundance y el Festival de Berlin que hizo girar cabezas. Tres años después con La Niña Santa confirmó su debut y prometía una destacada trayectoria luego de brillar en Cannes. Finalmente en 2008 coronaría su ascenso entre el cine de autor a nivel mundial con La Mujer Rubia. Pero tuvo que pasar casi una década para que Lucrecia Martel continuara su carrera luego de establecerse como uno de los nombres más valiosos y reconocidos del cine latinoamericano. Zama narra la historia de Don Diego de Zama, un oficial español del siglo XVII asentado en Asunción a la espera de su transferencia a Buenos Aires en reconocimiento por sus méritos. Se trata de una cinta que encantará más a los críticos que al público en general. Algo que dependiendo de la perspectiva puede considerarse como positivo o negativo, pero es particularmente lógico: Zama es un film que ofrece y reclama la observación, lectura y análisis. Se trata de un trabajo realizado, como es característico del cine de Martel, para una audiencia dispuesta a escuchar e interpretar. Es para destacar que carece de escenas “vacías”, algo que suele suceder demasiado en este tipo de cine de alegoría y subtexto: que haya variedad de secuencias que sufran la falta de valor superficial, a pesar de estar repletas de profundo significado. Si alguien ingresara a la sala sin tener idea la experiencia que tendría enfrente, o sin el interés de sumergirse en ella, tendría siempre algo con lo cual mantenerse a flote. Inmediatamente uno experimenta la excelente dirección de arte y el increíble nivel de producción, con vestuario y decorados que expresan todo lo posible manteniéndose en una linea de distintivo realismo. Una magnifica labor desde ambas partes que conspira para crear un mundo en el que es sencillo perderse. Una gran fotografía, con una suave iluminación naturista, y buenas actuaciones que van desde el protagonista que siempre esta en pantalla hasta el elenco que orbita a su alrededor terminan de redondear un mundo crudo, sucio y que por sobre todas las cosas se siente usado. Pero lo que destaca a este proyecto al lado de cualquier otro es sin dudas la voz de su autora. La dirección de Martel, escudada por una colorida banda sonora y un sobrio montaje efectivo e hipnótico, le dan al film un impecable ritmo y enfoque en la narrativa. Repleta con mucho más, por supuesto, que los simples hechos que cuenta la historia. El guión no se limita a los hechos que suceden en pantalla, sino que estos (sumados a todos sus personajes y a su respectivo dialogo) sirven para alcanzar un sentido temático. Se trata de un relato muy rico temáticamente, interesado mucho menos en los usuales objetivos de la ficción que en transmitir sensaciones e interpretaciones acerca de tópicos como el orgullo, la soledad, las traiciones (del sistema y de individuos) y el verdadero valor de un nombre. Invita a la audiencia a estar presente en cada escena y a acompañar a Don Diego de Zama en este estrepitoso viaje como algo más que un simple espectador. Esta película existe para un público que este dispuesto a levantar el guante. Cualquier desarrollo de parte del autor de esta reseña estaría de más, y terminaría inclinándola hacia la frontera del análisis. Pero sobre todas las cosas, quizás la razón más poderosa para sentarse a ver Zama sea el realizar una lectura e interpretación de la misma. Incluso si uno no acostumbra a consumir al cine de esa manera, Zama alienta no solo a verla sino a interpretarla y discutirla. Un objetivo que sin dudas es difícil de lograr, pero el gran mérito del film es que logra atraer y nutrir el interés, permitiendo ricas interpretaciones que piden ser discutidas con otras amistades curiosas. Se trata de una propuesta que resulta tan indulgente y snob como uno desee verla, y es que queda en cada uno si la rechaza en seco u opta por intentar disfrutar de todas sus potenciales bondades.
Borg McEnroe – La Película: El peso de la grandeza. Una de las rivalidades más icónicas del deporte sirve como excusa para explorar el talento, sacrificio y mentalidad de los genios. Antes de que Hollywood tenga la comodidad de las adaptaciones de cómics, solía descansar en las películas biográficas. Siempre es positivo que una cinta se estrene con gente esperando ya en fila para verla. Lamentablemente esto trae como consecuencia una cierta relajación: ¿Para que esforzarse en crear un buen guion con grandes personajes cuando el protagonista ya tuvo una vida real más que interesante? Es usual que este tipo de films se preocupe más por ser un espejo de baño que aspirar a ser una pintura que refleje un objeto con cierto valor agregado. Afortunadamente, el beneficio de que un género se estanque es que en el momento menos esperado puede surgir una obra que, por sorpresa y sin hacer mucho ruido, lo revalorice completamente. Hace unos años tuvimos en Rush, de Ron Howard, una película paralela a esta. Ambas basadas en la rivalidad entre dos de los mejores atletas de sus respectivas disciplinas. La mejor forma de resumir sus diferencias sería decir que Borg McEnroe es la versión europea de Rush. No hay mucho que marcar como negativo en aquel trabajo, sin embargo se trata de una cinta completamente vacía. En contraste, este es un film más difícil de digerir, más dispuesto a experimentar (y como resultado de eso, más tendencia a fallar) e infinitamente más profundo como resultado. Se trata del debut de Janus Metz, director que hizo sus armas con documentales, y sólo cuenta con un episodio de la segunda temporada de True Detective como experiencia dirigiendo ficción. Su experiencia documental es evidente en la identidad visual (muy expresiva y homogénea) pero sobre todo en la sensación de veracidad y cualidad histórica logradas a través de una gran dirección de fotografía, así como una impecable dirección de arte. El film explora a dos de los mejores tenistas de la historia, protagonistas de una de las mejores rivalidades del deporte. Propone (y logra) una magistral exploración de personajes en la que yuxtapone sus aparentes diferencias mientras traza un paralelismo entre ambos atletas, aún cuando prácticamente nunca comparten pantalla. Dos genios que trabajaron toda su vida para estar destinados a la grandeza, y todo el sacrificio y el dolor de su dedicación. El guion del sueco Ronnie Sandahl es (sin dudas) la base sobre la que esta erguida el resto de la película. A pesar de un flojo arranque, Borg McEnroe logra crear profundos personajes usando como base a las figuras históricas. Usando a su vez esos personajes para explorar temáticas de sacrificio y grandeza que no suelen ser trabajadas tan a fondo (quizás uno de los ejemplos más emblemáticos y recientes es el de Whiplash). La fotografía se suma al uso intermitente de la cámara en mano, logrando darle esa sensación de realismo a los hechos que buscaba el director con la decisión. Aunque nunca llegando a momentos teatrales, unos contados puntazos de dramatismo con la pizca justa de sentimentalidad logran condimentar satisfactoriamente la historia. Se trata de un condimento leve, no sobra los momentos en los que los actores esten bajo el reflector con el escenario en penumbras, pero a cambio obtenemos un escenario que siempre esta bañando en luces y en el que los actores y personajes dan el 100% en todo momento. Metz refuerza el gran guion con una de las herramientas mejor utilizadas: la música. Sin tener una increíble banda sonora, la misma va más allá de ser efectiva y alcanza a brillar gracias al gran uso que le da el director. Llena las secuencias de una tensión reptante y constante, toda la película se siente tan definitiva como la icónica final. Y asimismo, cada segundo del film transmite el estado de Borg fuera de la cancha: frío pero pasional, calmo a pesar de estar siempre al borde de estallar. Es una película que a primera vista puede parecer hasta incluso simple, pero que entrega una exploración temática realizada de manera casi impecable y logra una propuesta inusual dentro de lo que podría ser una adaptación sin ambiciones. Se trata de un film con la profundidad y calidad suficiente como para invitar la lectura y recompensar al espectador, recomendadísima.
Stephen King escribe muchos libros, y de esos libros se realizan infinidad de adaptaciones. La poca cantidad de versiones cinematográficas que logran culminar en grandes películas termina confirmando que adaptar la obra de King no es tarea fácil. Si a eso le sumamos que la novela de “IT” es un relato de más de mil páginas que recorre un terror milenario con saltos constantes entre tiempos y realidades… la cosa difícilmente pinte bien. Pero parece que el dúo de hermanos argentinos Andrés y Bárbara Muschietti (director y productora respectivamente) lograron dar en la tecla. Un grupo de perdedores se ven asediados por una criatura aterradora que ataca su pueblo desde tiempos inmemoriales. Muy poco se irá descubriendo sobre el ente en cuestión mientras que los niños del pueblo continúan desapareciendo. Nuestros protagonistas la van a pasar mal durante toda la película. En un film de terror corriente y mediocre, a lo máximo que puede aspirar uno es a pasarla bien mientras los personajes sufren. Pero este no es el caso de las cintas que entienden el hecho de que el peligro asusta y emociona de mayor manera cuando uno se relaciona positivamente con los personajes. Aunque sea en un nivel inconsciente, si los personajes logran conectarse con nosotros y nos terminan cayendo bien, el riesgo en sus vidas va a afectarnos mucho más. Y todo el elenco de El Club de Los Perdedores se hace querer. Cuando los personajes están charlando tranquilamente sin preocuparse por payasos y terrores, el film resulta ser un agradable relato sobre la juventud. No tenerle miedo a saber elegir los momentos en los cuales desarrollar sus personajes y en los que poner su vida en riesgo, es uno de los mayores logros de “IT”. En cuanto al guion, hay muchas pequeñas grandes decisiones en varios frentes. Afortunadamente están fortalecidas por una buena banda sonora y un montaje que logra llevar la historia a un ritmo entretenido y (cuando hace falta) poner la tensión al máximo. Los sustos fáciles escasean, dándole prioridad a la tensión y al terror lento en el que los sustos fuertes vienen como una culminación: en fin, terror en serio. Y aunque pasemos toda la película con el grupo de entrañables niños, es Pennywise quien se lleva todas las miradas. Esta encarnación del payaso maldito resulta especialmente efectiva gracias a una excelente producción, con un vestuario casi del medioevo y un maquillaje que queda a mitad de camino entre simpático y aterrador. Las distintas transformaciones por las que pasa también se alternan entre trucos de cámara, efectos por computadora (poco evidentes y bien utilizados) y por supuesto el talento de un Bill Skarsgaard que encarnó el personaje con total valentía. “IT” asusta desde la voz, pasando por la mirada, su cara y gestos hasta terminar en varios movimientos que dejarán la mente poco tranquila. Extremadamente destacable resulta también la labor de arte (vendiendo de gran manera el pueblo, los ochentas y los personajes), y principalmente el trabajo de fotografía. Hay movimientos de cámara y elecciones de encuadre que realmente hacen a la película, escenas y secuencias que serían mucho menos efectivas y significativas si no fuese por la personalidad y foco que logra darle Andy Muschietti desde la silla de director. La producción y el nivel técnico de la cinta están en un gran nivel, aún para los estándares Hollywoodenses, y es la visión del director lo que termina de hacer de éste un film extremadamente destacable. “IT” es posiblemente la película de terror más exitosa en la historia del cine (los números hasta el momento y las proyecciones a corto y mediano plazo lo avalan), y fue dirigida y producida por argentinos. Afortunadamente hace las cosas lo bastante bien como para que no tengamos miedo a ser imparciales, y nos guardemos los temores para cuando se apagan las luces de la sala.
Duro de Cuidar: Risas, disparos y muchos insultos. Ryan Reynolds, Samuel Jackson, mucha acción, risas y hasta un villano de Gary Oldman: una propuesta casi irresistible. Hay pocas propuestas que atraigan inmediatamente solo por los nombres, pero esa es la razón por la que este film de comedia y acción resulta dificil de ignorar. Ryan Reynolds hace uno de sus típicos papeles que siempre hacia antes de Deadpool, solo que en esta ocasión se lo combina con el carisma de Samuel L. Jackson y con una película cuya principal virtud es saber cuando tomarse en serio y cuando no. Duro de Cuidar prioriza el entretenimiento por sobre cualquier cosa, y utiliza la comedia como principal arma para lograr la atención del espectador. Aunque su nombre (un juego de palabras referenciando al clásico Die Hard/Duro de Matar) así lo sugiera, no se trata de una cinta en la que abunden las referencias o parodias. Se enfoca más en contar una simple historia sobre un guardaespaldas que quiere recuperar la gloria de sus épocas doradas, y del difícil hombre al que debe proteger para lograrlo. La película se disfruta más cuando sus protagonistas se encuentran en desacuerdo y plena discusión, es decir casi la totalidad de sus intercambios. Lamentablemente eso no es más que una parte del film, ya que tenemos escenas de acción en las que no se aprovecha el carisma único de este dúo, además de una trama dramática que aunque logra merecer la seriedad con la que se toma, no es la razón por la que nadie esta mirando (ni por lo que alguien podría recordarla). El film utiliza estas escenas de peso para darle algo de corazón a la historia, principalmente gracias al detestable villano que interpreta Gary Oldman. Pero el contraste entre las escenas protagonizadas por Oldman y las que involucran a nuestro dúo protagónico son demasiadas y en ningún momento logran conectarse satisfactoriamente. Lo que nos lleva al principal problema de la película: el manejo de los contrastes. Las transiciones entre escenas completamente opuestas en tono resaltan negativamente debido al uso indiscriminado de la música como termómetro dramático. El rock genérico marca las escenas de acción, la banda sonora genérica marca los momentos de dramatismo y tensión mientras que la ausencia de música evidencia las escenas de comedia. La separación que insiste en realizar termina por conspirar contra un film que logra sus mejores momentos en la mezcla de tonos: grandes secuencias de acción protagonizadas por graciosos personajes. Es una película con una muy bien ejecutada acción que se salva de la mediocridad extrema por el carisma de su reparto. El guion permite a los actores dar lo mejor de sus personajes pero al mismo tiempo la limitada dirección hace que, aunque entretenida, apenas sirva para entretenernos durante una tarde.
Temporada de Caza: Heredando el frío de la Patagonia. Premiada en Venecia, esta producción nacional nos pone en la mente de un joven que, tras la perdida de su madre, reavivará forzosamente la relación con su padre biológico en la fría y hostil soledad de la Patagonia. Un debut siempre es difícil. No solo de realizar sino también de valorar. Esto es especialmente verdad cuando tu primer largometraje gana el Premio del Público en el Festival Internacional de Cine de Venecia a pocos días de su estreno, como le paso en esta ocasión a la directora Natalia Garagiola. Temporada de Caza es un drama con tintes de thriller que nos muestra los cambios en la vida de un joven tras la perdida de su madre. Hostil, y por momentos violento, su vida cambiara completamente tras verse obligado a mudarse a la Patagonia con la familia de su padre biológico: un guía de caza con el que no tiene contacto hace una década. Como gran mérito de la directora debutante, la trama y la dirección resultan prácticamente inseparables. Garagiola combina los hechos, personajes y las elecciones de su dirección para crear un pequeño pero atrapante relato que desarrolla en el Sur de nuestro país un ambiente idóneo para que su protagonista se descubra y redefina. Los pequeños momentos de tensión y violencia resultan punzantes gracias a un simple pero efectivo guion, sostenido por un trabajo de fotografía y música que mantienen el film con un nivel técnico que permite apreciar sus varios matices. La película que se maneja con un podio de personajes. En primer lugar obviamente tenemos al protagonista (Lautaro Bettoni), foco total del film; en segundo puesto tenemos a su padre (Germán Palacios), quizás el único personaje con suficiente desarrollo como para relucir cambios durante la trama, aparte de servir como paralelismo de la fría e indiferentemente hostil Patagonia a la que nuestro protagonista se debe adecuar. Completando el podio esta su padrastro (Boy Olmi), que con pocos minutos en pantalla logra no solo reflejar y profundizar a nuestro protagonista, sino también plasmar el hecho de que resulta la víctima que más sufre los cambios acontecidos, y lo hondo de su dolor. Tanto Olmi como Palacios redondean una gran labor, logrando hacerle fácil a la audiencia empatizar con ellos. Precisamente el personaje de Olmi resulta una buena comparación con la cinta en general, un breve vistazo en un increíblemente doloroso momento, que trasciende la simpleza de su propuesta gracias a una gran labor en todo aspecto posible. El resto de los personajes resultan funcionales sin ir más allá de lo útil, tal y como el resto del film: grandes resultados aún con limitadas ambiciones, un producto sin mucho brillo pero con luz propia. Temporada de Caza disfruta los beneficios de una clara y enfocada dirección. La cual permite a la audiencia disfrutar más el sabor del resto de los ingredientes que, a gran nivel, forman un relato personal que acompaña un bello paisaje con un intento de dejar las cosas horribles detrás.