Con el tiempo, probablemente esta película será considerada una obra maestra. En la superficie, es la historia de un asesino a sueldo que mata limpiamente en el pasado víctimas que le envían del futuro (un crimen perfecto). Pero todo se da vueltas cuando su víctima, él mismo pero treinta años más viejo, lo enfrenta y huye. Todo en un paisaje futuro absolutamente verosímil, donde la brecha entre ricos y pobres es enorme y global, donde los valores morales han perecido. Y donde, además, acecha desde el futuro un ser sobrenatural. Pero todos estos elementos, notablemente dosificados para que ninguno pase por demasiado fantasioso en el transcurso de la trama, son menos interesantes que la habilidad para filmar –de modo clásico y novedoso– la acción (nunca de más, siempre precisa) y, sobre todo, la perfecta historia de amor y piedad que el film, como una auténtica parábola, esconde. Hay muchas huellas de films pasados (“Terminator” y “La furia” son las más obvias) pero también del western, el policial negro –negrísimo– y el melodrama. El despliegue visual del film, notable, no es en modo alguno inútil, sino que es sutil y está al servicio de la trama. Por una vez, Joseph Gordon-Levitt justifica su fama, mientras que Jeff Daniels y Bruce Willis dotan de una gran profundidad a personajes que exceden –con mucho y por obra del director– su carácter de elementos necesarios a la trama. Porque aquí ni el más malo de los malos deja de ser humano, y en ese secreto radica la potencia emotiva de esta historia de un sacrificio piadoso.
Apuesta muy extrema de Alejandro Fadel (coguionista de El Estudiante), filmada con una belleza enorme -que a veces eclipsa la tensa trama- que retrata de un modo simbólico la vida de un grupo de menores escapados de un penal, atravesando una región agreste y peligrosa. El film es de una dureza impecable y lo que realmente cuenta es la disolución del mundo hasta sus componentes primitivos a través de una trama que incluye elementos de muy diversos géneros. Sin dudas un film importante y discutible, como pocos del panorama argentino actual.
Esta vez, a Liam Neeson le secuestran a la ex mujer y ahí va el hombre a salvarla a puro tiro, como un super héroe creado por la CIA. Lo bueno de la película es que hay mucha acción y, de algún modo, esto hace que el tiempo pase entretenido. Lo malo es que realmente, después de la primera entrega de esta ¿saga? No hay mucho más para contar, dado que los personajes pierden todo atractivo como seres humanos y solo son partes del mecanismo de relojería cuyos verdaderos protagonistas son las armas y las patadas.
Genndy Tartakovsky es uno de los mejores realizadores de animación comercial de los Estados Unidos. Inventor de El laboratorio de Dexter y Samurai Jack -dos grandes series-, debuta en el largometraje con este film creado computadoras mediante que narra la sobreprotectora relación de un bonachón conde Drácula y su hija. El vampiro ha creado un refugio para monstruos con la idea de que los humanos son malos y peligrosos, hasta que un torpe adolescente se cuela, inadvertidamente, en el lugar. Y la joven vampira se enamora. A partir de esta premisa y con mucho ritmo, crece un film humorístico y leve que pone el acento en el chiste rápido y físico, leve y simple. Esto funciona bastante bien, pero no del todo: en ocasiones, el vértigo impide gozar del cuidado trabajo visual en el diseño de personajes y ambientes. Y, en el balance final, da la impresión de encontrarse con un lujoso capítulo piloto para una serie (seguramente habrá secuelas). El trabajo de voces en inglés es mucho más interesante que el 3D un poco “a reglamento”. Puede llevar chicos muy chicos: no hay un solo susto en todo el film.
Hace cuatro años, Gabriel Medina presentó su opera prima, Los Paranoicos, un soplo de aire fresco en el cine independiente donde el realizador tomaba las constantes de la comedia romántica, les aplicaba una vuelta de tuerca y generaba una película original e inteligente. Con La araña vampiro, Medina hace lo mismo con el cine fantástico, el de aventuras y el terror. Jerónimo (gran trabajo de Martín Piroyansky) es un joven perturbado que viaja a un paraje montañoso con su padre, suponemos que para reponerse de una dolencia nerviosa. Una araña monstruosa lo pica; convencido de que va a morir en pocas horas -idea basada en un mito de las personas del lugar- parte con un guía alcohólico e imprevisible a la montaña en busca de una mitológica cura. El espectador se ve inmerso en esa naturaleza que fascina y amenaza al mismo tiempo, mientras la tensión entre ambos personajes crece con el correr de la aventura. Detrás, hay mitos, un estudio psicológico preciso, un suspenso sostenido que crece hasta al impecable final, y la combinación de lo alucinado con lo real. También la idea de una mano humana transformando el mundo de un modo catastrófico. La habilidad técnica de Medina, que no dispone de una sola imagen de más y utiliza con enorme gusto y precisión cada uno de los elementos de la puesta en escena hacen del film una de esas raras experiencias: una película absolutamente personal que llega a todos los públicos sin caer en la demagogia de la solución fácil.
Otra casa horrible donde pasan -o pasaron, o pasarán, depende de la hora a la que llegue a la función- cosas tremendas. Aquí hay una madre y su hija (las grandes Elizabeth Shue y Jennifer Lawrence, que se ve que filmaron esto en una semana que les sobró de otro laburo) mudadas al lado de una casa donde una niña mató a sus padres. En la casa vive el atractivo hermano de la asesina. Bueno, nada más: piense en Halloween, piense en Psicosis y adivine rápidamente el desenlace. O vea Halloween o Psicosis, que son obras maestras, a diferencia de este film.
La dupla Paul W.S. Anderson-Milla Jovovich, profetizamos, será alguna vez objeto de estudio. La serie Resident Evil, basada en un muy famoso juego de video, es una especie de actualización de la clase B a las posibilidades de gran espectáculo que proveen hoy las imágenes generadas por computadoras. Pero es eso: aventuras a granel y con cada vez más explosiones y movimientos en cámara lenta. Uno podría decir que con eso solo no alcanza para que el film tenga alguna calidad, que eso es algo que cualquiera puede hacer en estos días, incluso apelando a la truculencia sangrienta de esta guerra de zombies eterna en la que la pobre -o no tanto- Alice está embarcada desde hace más de una década. Pero hay que saber moverse para parecer heroica, hay que saber saltar y apuntarle a los zombies cuando la actriz está rodeada, en el set, de nada. El regreso de la gran Michelle Rodríguez (experta en esto de patear traseros en medios virtuales) y el absurdo y divertido despliegue visual 3D completan el caramelo violento para los ojos.
Lo mejor de esta película es que podemos relajarnos y olvidarnos un poco del contexto político, social, económico o médico para hablar de ella. No implica que no transcurra en un lugar (Buenos Aires) y un tiempo (ahora) definidos; más bien lo que sucede es que la gente vive como gente y no como símbolos o entelequias. La historia es la de cuatro amigos: uno de ellos (brillante Rafael Spregelburd, un grande del teatro que el cine ahora está incorporando, por suerte) está por casarse. Todos tienen en común sus problemas con las mujeres y el amor por la música. El film logra equilibrar tres elementos: la autorreflexión sobre el propio cine -Gastón Pauls es un guionista más o menos de éxito; Leonardo Sbaraglia se autoparodia como divo-, el juego de las amistades masculinas y los problemas (o variedad de problemas) de relación con las mujeres. El film permite el lucimiento de todos sus intérpretes (especialmente masculinos) y tiene el ritmo de una buena comedia de situaciones televisiva. Lo que lejos de ser un problema, es perfectamente cinematográfico: el mundo que vemos en pantalla se nos vuelve transparente y creemos en todo lo que sucede en la historia, lo que nos permite emocionarnos y reírnos sin vernos especialmente forzados a ello. Por cierto, el trazo grueso en algunos personajes y ciertas situaciones resueltas demasiado rápidamente conspiran contra el resultado final, pero en conjunto se trata de una buena comedia, argentina o no.
No es del todo original la idea (un novelista crea un personaje para que lo ame y se le vuelve realidad, o algo similar) pero funciona muy bien en esta comedia que trabaja sobre las complejas relaciones entre la realidad y la fantasía. Lo mejor es que lo hace desde un lugar amable y feliz, apuntando a las emociones como herramientas para comprender el mundo. Los actores son, de paso, el mejor elemento de la película, empezando por el protagonista Paul Dano.
Lo loable del film es que se anime a colocar al espectador, sin excusarse, en el medio de una familia cuyos padres son Montoneros regresados al país en 1979 para la Contraofensiva desde el punto de vista del hijo de doce años (un trabajo increíble de Teo Gutiérrez Romero). Y la historia es la del paso de la infancia a la adolescencia, la del primer amor, la de la primera rebeldía contra los padres, en ese preciso, terrible momento. El film se basa en la historia del propio director y su sinceridad es absoluta. Muestra lo que piensa y lo que vio sin “filtrarlo” para hacerlo más aceptable al espectador. Quiere que se entienda por qué piensa lo que piensa, por qué dice lo que dice. Un personaje dice “¿Y qué tiene si mi hijo se hace guerrillero?” y usa ese término (“guerrillero”) que es tabú para “el relato” oficial. El cine es eso: una lupa que a puro invento nos descubre una verdad. Emotivo y manipulador como cualquier film de gran público (otra acusación poco pertinente), nos pone en un lugar que, por fin, nos permite decir “sí” o “no” sin maquillar la realidad.