¿Feminismo? Bueno, más o menos: una periodista investiga una red de prostitución de estudiantes universitarias. Cuando conoce a dos de ellas, todo lo que pensaba del asunto se le desdibuja. Ella misma se “conoce a sí misma”, digamos. El film busca construir una mirada amplia sobre un tópico complejo, pero termina siendo apenas una exhibición del talento actoral de su estrella, sin mucho más para ofrecer que algunos lugares comunes y planos bellos pero inútiles. Paisajismo parisino trascendente.
Si quiere ver una película de acción como la gente, vea esta. Mel Gibson es un chorro que termina preso en un extraño lugar de México, y que sobrevive gracias a que un pibe de 10 años le enseña cómo hacerlo. Eso y a) un mafioso en busca de un botín y b) venganzas y recontravenganzas. No estrenada en cines estadounidenses, ellos se la pierden. Con la crudeza que pocos films tienen pero sin dejar de lado ni el humor ni la generosidad con el espectador (eso que tenía la rarísima Apocalypto), Vacaciones es, en el actual panorama cinematográfico, un oasis.
Se ha promocionado mucho este film por el hecho de estar protagonizado por Viggo Mortensen, que es realmente un gran actor y aquí, trabajando en castellano, está muy bien (es complicado para un intérprete utilizar la que no es su lengua materna, por mejor que la hable). Sin embargo, la película no està a la altura de sus intérpretes (Soledad Villamil y Daniel Fanego son también muy buenos). La historia es la de un médico pediatra que, ante la desaparición de su hermano gemelo -un lúmpen de vida criminal que vive en el Delta que los vio nacer a ambos- asume su personalidad y se introduce en otra vida. El tema del doble, tan consustancial al cine, debería aquí ser la clave de la película. Sin embargo, el film resulta insatisfactorio más allá de algunas buenas escenas de correcta tensión dramática. La razón: el film no “comienza”, acumula sus peripecias sin que el suspenso (esa necesidad de preguntarnos cómo sigue la historia, el deseo de seguir viendo) cuaje nunca. Una revelación final nos explica un poco la decisión del protagonista, pero resulta, desgraciadamente, trivial.
Inesperadamente, se estrena en la Argentina este film del francés Bruno Dumont, uno de los realizadores más importantes de las últimas dos décadas. Lo primero que hay que advertir es que se trata de un film extraño por su tono: realismo sucio, extremo, en el norte de Francia, donde se retrata la relación entre una joven y un lúmpen que vive casi a la intemperie. Pero eso es sólo la situación de base de un film que, además, arranca con alguna muerte. Lo que sigue es el enrarecido trayecto de ese lúmpen, una especie de santo salvaje o una encarnación de Cristo. El clima siempre es opresivo, casi como de película de terror, donde cualquier cosa puede pasar aunque todo se inscriba en el más puro de los naturalismos. Hacia el final ocurre algo que no debemos contar: de hacerlo, no solo se rompería una de las sorpresas y grandes asombros de la película, sino que también se quebraría el sentido de este peregrinaje donde varias veces estalla la violencia sorda o la sexualidad salvaje. Dumont dice ser ateo, pero la película es ni más ni menos una parábola religiosa que deja al espectador en un estado de conmoción e inestabilidad emocional (exactamente como si fuera una película de terror, una buena película de terror) pero también de cierta euforia. Una de las obras más estimulantes del año cinematográfico, de una belleza secreta y de un gran rigor (no hay una toma de más) a la hora de elegir qué mostrar.
En realidad no es tan fàcil hablar de este film. Producido en serie -de hecho, TinkerBell se ha vuelto una- y para luego pasar a DVD y cable, tiene un diseño agradable, una historia sencilla (siempre un viaje y una lección de vida) y la inventiva necesaria como para que el incondicional (niño o niña, difícilmente un adulto) tenga la dosis de novedad necesaria para continuar siguiendo al personaje. Si lleva al chico de turno y se deja llevar, es poco probable que se aburra, aunque no imposible.
No es un mal film esta historia de un jugador de fútbol amateur que juega su último partido mientras esconde una enfermedad que lo condena. El asunto aquí es que los personajes parecen seres humanos de verdad, que podemos creer en lo que sucede en la pantalla, que hablan como se habla a nuestro alrededor. Es cierto que el guión a veces carga las tintas y que el elogio de la amistad es un tanto desmedido. Pero se trata de una mirada más verdadera que realista, incluso si el film “de perdedores” ya tiene su propio código y sus propias trampas.
Alguien debería establecer por lo menos una taxonomía para el cine no estadounidense que logra estrenarse fuera del país de origen. Los tres elementos más frecuentes son una narración clásica, un ingrediente de absurdo o realismo mágico y tono tragicómico y aleccionador. Más o menos es lo que pasa con la mayoría de lo que viene especialmente de países no centrales (quizás films franceses o alguno italiano logran esquivar estas características). Cuando los chanchos... es un film europeo, rodado por un escritor y periodista francés donde un pobre pescador de Gaza captura accidentalmente a un porcino -animal rechazado por israelíes y palestinos- y no sabe qué hacer con él. O sea, una alegoría de la intolerancia narrada con todos y cada uno de los apuntes necesarios para que el catálogo políticamente correcto y aleccionador quede lleno. Las actuaciones “simpáticas” hacen que la película sea menos pesada o manipuladora de lo que podría ser. Un film “internacional” que sigue las reglas para llegar a todo el mundo sin arriesgar demasiado.
Quienes descubrimos al señor Jeremy Renner en “Vivir al límite” nos dimos cuenta de que teníamos un nuevo buen actor físico, de esos que actúan con todo el cuerpo y saben hacer con él drama o comedia. No es un arte fácil y solo pertenece al cine. “Atracción peligrosa”, la cuarta “Misión imposible” y “Los vengadores” lo vienen demostrando. En este nuevo, Bourne es el protagonista y, además de pelear con peligros sin cuento y utilizar todo tipo de armas y golpes tratando de sobrevivir a una conjura de espías, tiene que luchar contra el director Tony Gilroy, que es uno de los guionistas más dotados de Hollywood y uno de sus directores menos atractivos (lo demuestran Michael Clayton y “Duplicity”, donde desperdicia a George Clooney, Julia Roberts y Clive Owen). Lo peor del film es su narración pretendidamente barroca –vueltas de tuerca mediante, igual nada novedoso– y las escenas de acción filmadas a reglamento. Pero si no es una película más, si incluso es un film recomendable, es porque el combate entre el actor y el escritor/director lo gana el primero. A este nuevo espía, condenado a su pesar, lo sentimos al mismo tiempo potencialmente invencible y siempre en riesgo de muerte, en un raro equilibrio que mantiene hasta el final la tensión de la historia. El señor Jeremy Renner va camino a convertirse en un clásico y esta película es una prueba de que, además, puede sostener sin esfuerzo un protagónico.
No es una película demasiado extraña, aunque su punto de partida pueda parecerlo: se trata de explicar qué es lo que expresó Brueghel con una de sus pinturas a través de una dramatización. El resultado, que podría ser interesante, transforma el arte pictórico en algo así como una lección del viejo Billiken donde todo lo que debería ser misterio e imaginación termina siendo apenas un mensaje cifrado poco interesante.
Y curiosamente el mismo día en que los pesados de los 80 vuelven a ametrallar pantallas, se estrena este musical sobre el más “grasa” del rock de esa década, versión cinematográfica de una obra de Broadway. La historia de la chica pueblerina que viene a triunfar en la música mientras las fuerzas morales combaten la indecencia es evidentemente paródica, y sirve de vehículo para, utilizando los lugares comunes de aquella música, hablar de hoy y ahora. Lo de Tom Cruise es muy divertido, realmente.