Si bien estilísticamente esta película no supera cierta medianía, lo que narra -cómo Fellini tuvo la idea de La Dolce Vita, cómo logró que alguien la financiara, cómo se convirtió en lo que se convirtió con todo factor en contra- es apasionante. Y de paso, permite ver quién era ese realizador inclasificable y personal que fue Fellini, del tipo de directores (personal y popular, experimental y generoso) que ya no van a volver a existir.
Por ahora Matrix Resurrecciones no es una obra maestra como la original de hace 22 años. Es una película que cuenta otras cosas con los mismos personajes y que se hace cargo de un modo amable de que Matrix (la película) existió en el mundo y abrió algunos caminos. Es decir, este es un viaje no al pasado sino a la museificación de ese pasado. Aquí el señor Anderson o Neo se encuentra nuevamente ante la disyuntiva de un mundo solo real en apariencia o salir a pelearle a “la máquina” y conocer lo real. El problema consiste en que no solo todo depende de la propia voluntad sino en que nos preguntamos “¿Para qué?”. El gran tema del estatuto de lo real que alimentó el primer film está hoy sobre tratado. Entonces aparece la otra pregunta, mucho más pertinente hoy y hacia el futuro: si podemos elegir el mundo donde somos lo que habríamos deseado o los límites del nuestro, ¿qué elegiríamos? Y una pregunta alternativa y apasionante ¿realmente las emociones son las mismas en el mundo virtual y en el real? Con un enorme y limpio despliegue visual, con mucha aventura y mucha acción, el mejor legado del original.
Hay una niña que pierde a su abuela. No pudo decirle “adiós”. La niña, su madre y su padre, va a vaciar la casa. Pero la madre está demasiado triste y deja a la niña con el papá con la tarea de desarmar una vida. Un día, la niña sale a jugar a un bosque cercano y se encuentra con otra niña de su misma edad, se hacen amigas y, magia, resulta que la “amiga” es su propia mamá pero en el pasado. Con este dispositivo de cuento de hadas, Céline Sciamma logra una película notable por lidiar, de modo breve y muy preciso, con temas enormes y difíciles como el paso del tiempo y la muerte, las relaciones familiares, el abandono y la maternidad. Más maravilloso que el viaje temporal constante de las dos niñas, es que ninguna de estas cuestiones rebalse el relato. Sciamma se mantiene a distancia de los personajes. Que es de una gran belleza y emotiva sin caer nunca en el golpe bajo.
No vamos a decir nada de lo que ustedes “yasaben”. Porque es parte del juego, aunque a este escriba le disgusta la censura del spoiler (una película, un libro, debe valer más que por sus repentinas sorpresas). Seguro saben que alguien desenmascara a Peter Parker/Spiderman (porque pasa al final de la película anterior de la serie), y si vieron el trailer, que se abren varios universos y aparecen los villanos de las otras películas del Hombre Araña. Y hay más cosas. Pero lo que importa es que esta película es un objeto pop que reflexiona sobre qué implica hoy ser un objeto pop. Más allá de las aventuras, el humor y el drama; más allá de si aparece tal o cual personaje, lo que importa aquí es que el cine de superhéroes llega a una especie de “final”, de barroca fantasía sobre sí mismo y que, detrás de la superficie espectacular e hiperconectada (no por nada es una película del siglo digital, una película hipervínculo) hay algo humano: Peter Parker, el adolescente que se encontró con superpoderes y quiere la vida de cualquier adolescente. Ese tema -que es el karma de los actores/estrella que protagonizan este tipo de filmes, dicho sea de paso- es, en tiempos en los que todos buscamos el monitor de la PC para ser protagonistas de algo, lo que la película, de contrabando y sabiamente, nos deja pensar. Y sí, además es divertida y uno a los tipos estos los quiere. Pero lo importante es que, por una vez en muchos años, hay algo que pensar después de la panzada de telarañas y personajes coloridos.
El autor de esta nota no es fanático (para nada) de la película clásica de Robert Wise sobre el musical de la dupla Sondheim-Bernstein. Probablemente, Spielberg tampoco o sí de un modo un poco extraño. Porque esta versión 2021 es una especie de corrección del film original en dos sentidos. El primero: recupera el artificio del estudio, aquello que era la marca onírica en el musical de la MGM y que -justamente- la primera Amor... borraba para filmar en locaciones y dar realismo. Spielberg ha coqueteado más de una vez con el género: tanto en su fracaso 1941 como en los títulos de crédito (inigualables) de “Indiana Jones y el Templo de la Perdición”. Aquí “rehace” la película original a la manera de los clásicos. Y logra algo modernísimo, paradójicamente. Por otro lado, la historia del romance entre ese Romeo irlandés y esa Julieta portorriqueña, a la luz de la corrección política actual, resulta más relevante. El resultado puede verse de dos modos: como un retorno a la mejor tradición del género según un cinéfilo cabal, o como una crítica a cierto estado del mundo donde en nombre de la inclusión se segrega cada vez más. Spielberg fue un joven maravilla, ahora es un viejo maestro, y lo demuestra.
Presionado por su madre (una relación que roza lo perverso) un adolescente se dedica a entrenar y convertirse en un conjunto de músculos, mientras crece, siente deseos y las presiones lo transforman en una bomba a punto de estallar. Notable debut de Gómez Aparicio, que logra hacer de los cuerpos un auténtico discurso, un campo para el suspenso. Más allá del tema y la historia, ese clima enrarecido es el mayor logro de la película.
La serie Resident Evil, en general dirigida por el artesano loco de Paul W.S. Anderson y protagonizada por la estrella ídem Milla Jovovich siempre fue desaforada y, más allá de sus monstruos y sus zombies producto de la manipulación biológica de una corporación malvada, tenía humor de cómic desenfrenado. Era un placer, a veces culpable y siempre adolescente. Esta precuela-relanzamiento tiene sustos y tiene cierta estética de “shooter” (que es el material original: un videojuego de pegarle tiros a bichos) pero adolece de una falta de humor, aunque se mantenga fiel a la mitología de las consolas. Falta, sobre todo, Milla Jovovich que nunca se tomó nada demasiado en serio y siempre tuvo sonrisa irónica cuando pega una patada. A falta de ese elemento incluso heroico, hay oscuridad y saltos gracias a la iluminación. Sí, bueno, es lo que hay: clase B a alta velocidad.
Qué complicado todo, amigos. No, ya sé, no quieren quejas: se queja todo el mundo y usted no compra esta revista para que el crítico de cine le diga “qué complicado todo”. Pero así son las cosas por ejemplo con esta película que cuenta la historia del abnegado, increíble, dedicado, obcecado padre de las hermanas Venus y Serena Williams, dos monumentos del tenis femenino que marcaron una época. En realidad, cuenta la historia de Will Smith interpretando a un personaje abneado, increíble, dedicado, obcecado que le podría dar un Oscar, como hace cada tanto (que quiere un Oscar). Lo que nos deja la película: una más sobre triunfos deportivos que no cuenta más que la historia de los Williams. Pero, la película pasa por el costado del tema más importante: ese hombre en realidad está loco. En cierto sentido, estamos ante el reverso de una película de terror, por muy simpáticos que sean los personajes, por muy bien que nos caiga Will Smith. Es decir, estamos ante un film construido para no ofender a nadie que permite ver, en su propio artificio y sus ausencias, un cuento lleno de elementos perturbadores. Lo más interesante de esta película pasable es aquello que no se ve, la sospecha de un malestar que no termina de irse cuando salimos de la sala.
“El perro que no calla” es una mezcla de fantasía y ciencia ficción y es bastante infrecuente en el cine argentino. Fernando Spiner lo había hecho con La sonámbula hace más veinte años; es un director que conoce las reglas de los géneros y del espectáculo, también en estos pagos. Inmortal cuenta sobre un duelo y una máquina que conecta la dimensión de los vivos con la de los muertos. Aunque a veces se torna demasiado melancólica, cumple con nobleza en narrar un cuento.
Es y no es Los Cazafantasmas. La película liga esta historia con la del film original de 1984. Pero si aquella, del gran Ivan Reitman, contaba cómo tipos comunardos se enfrentaban al Apocalipsis con la misma preocupación que un albañil repara una pared (y en eso radicaba toda la magia y la gracia) aquí tenemos a Jason Reitman, hijo de Ivan, con mucha más nostalgia que humor. En ese sentido, es una buena película sobre dejar la infancia.