Otro acierto de Clint Eastwood Alguien que hace lo que debe hacer y sobre quien caen las peores sospechas justamente por hacer lo que se debe hacer. Como en Sully, como en Francotirador, en este nuevo film de Clint Eastwood (que nunca más hará una película mala, queda clarísimo) es sobre alguien que hace lo que debe hacer y sobre quien caen las peores sospechas justamente por hacer lo que se debe hacer. El caso es real, el de un tipo obeso que intentó ser agente del orden y que, por perspicacia, por azar, logra salvar muchas vidas antes de que cierta bomba estalle. Pero luego comienzan a investigarlo y pasa de héroe a verdugo para una opinión pública voluble y para un sistema de seguridad que requiere propaganda a favor. Eastwood nuevamente toma con mano firme el tema de la moral y de la ética, de la diferencia entre ambas, y del prejuicio (porque eso es lo que está en el fondo de toda la cuestión) como motor de condenas y alabanzas. De cómo los hechos importan menos que la impresión de los hechos, digamos. Como siempre don Clint nos habla del tiempo en el que vivimos sin conceder un ápice ni a la corrección política ni a la demagogia. Y salimos satisfechos: es cine y de eso se trata.
Con mucha comicidad y un ritmo extraño, da vuelta como un guante el universo del policial. Un soplón de traficantes marcha a una isla de las Canarias para aprender a soplar mejor, mientras de lado de la ley y del otro lo buscan. Con mucha comicidad y un ritmo extraño para el autor de Bucarest 12:08, da vuelta como un guante el universo del policial y, al mismo tiempo, pinta un paisaje social preciso desde la purísima ficción. De lo mejor estrenado este año.
Lo primero que hay que agradecerle a J. J. Abrams es que sea fiel al espíritu alegre –a pesar de las tristezas propias de cualquier cuento de fantasía– de la serie. Después de todo, se trata de persecuciones, carreras, peleas y aventuras en un mundo inventado: la gravedad artificial de “Episodio VIII” cargó todo de una pesadez imposible. El film está lleno de peripecias, respeta eso de parecerse a un serial clásico y cierra todos los hilos abiertos en las películas anteriores. Aunque se nota que hay reescrituras varias, que hay imágenes que no se sabe qué hacen (hacia el final, unos planos desde el “Halcón Milenario” totalmente inexplicables) y que ciertos momentos parecen sacados de otras películas (de hecho, la resolución de uno de los conflictos centrales se parece –con diálogo y todo– demasiado a la situación similar de “Avengers-Endgame”). Pero al menos no nos aburrimos ni nos atosigan con esa idea de que más vale inmolarse cruelmente que pelear por la bondad con una sonrisa. También, por suerte, nadie retomó el tema de los niños rebeldes con el que parecía cerrar la película anterior y que tenía un tufillo a “los rebeldes nos volvemos ISIS” o “los niños van a salvarnos a sablazos cuando llegue el momento” más que preocupante. En fin: cierre digno y sin problemas para una galaxia que influyó mucho y ahora está demasiado al alcance de la mano. PD: ¿Cómo puede ser que en un universo tan lleno de planetas todos sean hijos, hermanos, nietos o primos de las mismas personas?
Contar la vida pobre tiene riesgos: sobre todo, hacer cine pobre (de ideas, de miradas). No es el caso: es más importante el deseo de la protagonista de 14 años en volverse botera que cualquier otra cosa, y aparece el gran tema (quizás el único) del arte. Es decir, el llamado inasible de la vocación. Incluso cuando la película quiere, por momentos, ir a la denuncia, esa voluntad sin causa termina imponiéndose.
Partimos con la convicción de que los personajes desean más que nada ser padres. Seguimos por las dificultades de la adopción, dado que no hay otra vía. Pero lo importante es el encuentro con esa persona a la que quizás se llame “hijo”. Lejos de Pekín se concentra en las relaciones y en los imperativos aparentemente pegados a ellas, y lo hace al mismo tiempo de modo crudo y pudoroso.
Hay un conjunto de cineastas que se desvive por las tramas enrevesadas. Creen -quizás tengan razón- que es divertido construir laberintos con el cine. Shyamalan o Nolan, por ejemplo, y Rian Johnson, el tipo que hizo una joya en Looper y un despropósito en Episodio VIII. Lo segundo, porque las tramas de Johnson requieren un mundo cerrado en sí mismo y carecen de épica grupal, mientras que todas sus películas giran en algún momento alrededor del autosacrificio (nada más contradictorio con el luminoso legado de Star Wars). Pues bien, aquí incluso eso de morirse en pos de un bien mayor -en parte la “llave” de Looper- es parte central de la broma, como lo son los cuentos de los mil herederos sospechosos de matar a un millonario, que se ve que le gustan. Uniendo un conjunto de actores con ganas de jugar, una trama que pide a gritos ser enrevesada para poder reírse de y con ella, una pericia técnica notable para filmar y, sobre todo, la ligereza necesaria para que todo cuaje como un bello juguete, Entre navajas y secretos confirma que Johnson aún es un cineasta a tener en cuenta. Lo de Ana de Armas es buenísimo (y lo de Daniel Craig, de paso, también: cómo sabe divertirse don James Bond). Es raro ver cómo un cineasta pretencioso baja (un poco) su ideal laberíntico para compartir con el espectador una partida de su juego favorito. Una película hecha desde y para el goce.
Una pandemia acaba con casi todas las mujeres, un padre con su niña disfrazada de chico hace una vida nómade para salvarle la vida. Hay cineastas que filman con miedo a no aprobar. No se sabe qué, aunque se intuye que imaginan la crítica como una especie de tribunal, e incluyen en “la crítica” todo lo que puede escribirse sobre un film. Casey Affleck, actor y por segunda vez realizador, es de esos y también es raro, porque el uso de ciertos recursos poco habituales en el cine de hoy (planos largos, intimidad pudorosa entre los personajes, diálogos sostenidos con tranquilidad) sólo los utilizaría alguien muy seguro de sí mismo. Lo que parece una paradoja es, en realidad, indecisión. La historia (una pandemia acaba con casi todas las mujeres, un padre con su niña disfrazada de chico hace una vida nómade para salvarle la vida) muestra un mundo glauco que sirve perfectamente para el bochorno alegórico. Al concentrarse con todo el tiempo del mundo en la relación padre-hija, Affleck logra eludir el dedito levantado.
La película tiene muchos temas, desde la solidaridad femenina hasta el sentido de abandonar la posibilidad de la familia propia. Un pequeño mundo femenino que es todo el mundo: un hogar para madres adolescentes fundado por religiosas, dos chicas con sus hijos –amigas en tensión, además– y una novicia joven a punto de tomar sus votos. La película tiene muchos temas, desde la solidaridad femenina hasta el sentido de abandonar la posibilidad de la familia propia. Y los desarrolla con pudor y precisión nada frecuentes en el cine.
Una relación de padre e hijo, un cuento sobre la memoria y otro cuento más raro: el de la relación que tenemos con la vista, cómo todo lo que es nuestra experiencia resulta visual, a veces de modo doloroso. Sin estridencias, con la distancia justa para combinar estos tres hilos, fuera de todo subrayado, Ciegos va más allá de su anécdota para hablar, metafóricamente, del propio cine.
Lo que hace al film algo excepcional no es su premisa sino cómo decide olvidarse de cualquier tipo de corrección política en pos de la fuerza del relato. Encontrar hoy algo parecido a una verdadera película en el cine es complicadísimo. Así que cuando aparece una, hay que empujar con toda la fuerza posible. Este es el caso: verá que en la ficha dice “terror” porque hay asesinatos y sangre y oscuridad y suspenso y sustos múltiples. Pero en realidad es una comedia desaforada “disfrazada” de cine de terror, que tiene como tema las relaciones familiares. Hay una boda y la novia debe pasar por un ritual: ni más ni menos que su rica nueva familia política trate de cazarla con toda clase de armas. Pero lo que hace al film algo excepcional no es su premisa (que obviamente incluye vueltas de tuerca y sorpresas) sino cómo decide olvidarse de cualquier tipo de corrección política en pos de la fuerza del relato. Lo logra con creces, con actores que se divierten mucho con estas caricaturas (de hecho, es una película más cercana a Esperando la carroza -y también a Duro de Matar- que a El exorcista, ya que hablamos de géneros) y cooperan en generar el clima de extrañeza desaforada que la historia requiere. Es decir, no hay cabos sueltos: cada elección de puesta en escena suma sentido y efecto a lo que se narra. Ejemplo sustancial de cómo exprimir la inteligencia y el deseo de filmar son más importantes que el presupuesto para lograr una buena película.