Una nena huérfana queda al cuidado de una tía que desarrolla una muñeca con inteligencia artificial que se convierte en la mejor amiga de la niña. Mejor amiga hasta la muerte (ajena), dado que la muñeca está dispuesta a cualquier cosa para proteger a su dueña. Sátira tecnológica, película de terror diseñada para que la vean chicos de doce años para arriba, reflexión sobre los lazos familiares, versión a lo bestia de Inteligencia Artificial (esa sí que es una auténtica película de terrorw, M3GAN es una de esas películas chiquitas que se vuelven importantes porque sincronizan con un estado social. Gente más preocupada por sus carreras que por sus familias; la omnipresencia de la tecnología y la cultura pop rodeando todo todo el tiempo establecen esos lazos con la audiencia. Por cierto, no funcionaría si no estuviera hábil -y cómicamentedirigida.
Con los años, Guy Ritchie dejó de intentar volverse un autor y volvió a divertirse. Ergo, sus películas mejoraron. Agente Fortune: el gran engaño es una fantasía sobre un grupo de super espías, un magnate que vende armas y un actor de Hollywood utilizado como pantalla para operaciones violentas y fantásticas, no resuelve el cinismo a veces tonto del director. Pero tal característica tiende a pasar inadvertida gracias al carisma de Statham y la amabilidad de todo el elenco.
Película promocionada como “la gente se enferma en la sala”, es en realidad una humorada desaforada y sangrienta con no pocos momentos surreales donde un payaso grotesco asesina gente de las maneras más espantosas (y literales) posibles. Hay algo sobrenatural, y queda por saber si la habilidad para combinar el grotesco que asusta con el que da risa es un accidente o hay en Damian Leone un autor aprendiendo (a lo bestia) los rudimentos del cine.
La manera de narrar de Claire Denis -acercarse al extremo a sus personajes, seguirlos cuando es esencial, utilizar la elipsis con audacia- permite en parte que una historia del montón (una mujer envuelta en un triángulo amoroso donde realmente ama a ambos hombres) sea una exploración por territorio emocional desconocido. Aquí, incluso si los intérpretes son gente virtuosa, es más el ojo que sigue a los personajes -y qué selecciona mostrar- lo que otorga peso a cada secuencia de la película más que la habilidad del actor por alcanzar algo muy parecido a la verdad (la verdad que puede permitir una ficción). Gran exploradora de formas y géneros, Denis aquí se queda con un esquema simple y conocido para ahondar no en las emociones sino en la contradicción entre deber y deseo. La gran discusión entre Binoche y Lindon es cine puro y revelador.
Esta remake de una película escandinava nominada al Oscar no es buena ni mala: en sí misma, permite esclarecer con ejemplo canónico el término “profesional”. Profesional es el guión, profesional es el trabajo de Hanks -productor de un film que le sale de taquito; aclaremos: le sale bien-, profesional el tono del impersonal Marc Forster. La historia es harto repetida: tipo misántropo se encuentra con nuevos vecinos que terminan curándole la amargura. Es obvio que Mejor, Imposible -y por qué no Gran Torino- toman el cliché con mucho más peso. Pero la idea es la de brindar un cuento amable de Navidad y ver personas. En eso cumple, porque Hanks está en la cima de su arte (desde hace mucho, mucho tiempo) y puede hacer interesante con un gesto la secuencia más repetida, el cliché más aburrido. El cine también existe para que podamos mirar esos gestos en el fondo inventados, una especie de prestidigitación que aplaudimos tanto por el resultado (conmovernos) como por la habilidad para esconder el truco. El clima gris, el vestuario del protagonista, el drama interno son piezas precisas para que, por dos horas, pensemos que el mundo puede redimirse un poco.
Lo más divertido del universo Shrek es el Gato con Botas, creación -sobre todo- de Antonio Banderas. Pero no porque parodie los cuentos de hadas, ni porque el personaje sea la burla a los aventureros clásicos. El Gato con Botas, sobre todo en esta película, es un perfecto avatar de Banderas. Si en Honor y Gloria el actor era el doble de aquel Almodóvar melancólico, aquí, a través de un cartoon donde -reglas del género- todo puede pasar, se muestra tal como es esa estrella que creó. Aventurero, humorístico, audaz, irónico, pero sobre todo, y por eso el dibujo animado de corte y ritmo clásico (pensar en los cortos de la Warner de los 50, algo que también se nota en la textura de la imagen) refleja bien la plasticidad del actor vuelto personaje. Quizás porque el trabajo de voz provee cierta libertad tras la máscara gatuna. La película es sencilla: al Gato le queda una sola vida, se retira de la audacia y la aventura, pero algo lo hace volver. Y le queda, digamos, un deseo, que puede ser para sí o para otros (una elección que también implica una aventura). Detrás del chiste y el chiste sobre el chiste, detrás de muchos lugares comunes trabajados con la velocidad precisa para que no los veamos como tales, hay un actor que comparte lo divertido de hacer películas.
El dueño de una joyería trata de huír de la invasión nazi a Francia y le deja su negocio a su empleado. No logra escapar y se esconde en los sótanos de su local, conviviendo con el empleado y su esposa. La película es densa, sobre todo sostenida en las actuaciones (intensas como corresponde a tema y forma) y excede el contexto para presentar una cumplida fábula moral a la que no le falta suspenso.
Es cierto, hoy andamos comparando películas: aquí tenemos la versión siglo XXI y pico de “Todos los hombres del presidente”. Dos periodistas (mujeres) del New York Times investigan los abusos y violaciones del poderoso productor de Hollywood Harvey Weinstein, lo que lleva al surgimiento del movimiento “MeToo”. Si vieron la película de Alan Pakula, o “El informante” (obra maestra de Michael Mann) o “Spotlight”, o “El Escándalo”, saben que todo está inventado. Aún así, el thriller periodístico funciona. Pero no basta con que el tema sea respetable para que una película sea inmediatamente “buena” en sentido estético, incluso si lo es en sentido moral. Hay algo de tensión a reglamento para agregar “cine” a la historia que no parece del todo coherente con lo que realmente pasó (Spotlight, en ese sentido, era más sincera: gente haciendo su trabajo, básicamente). Una película-ilustración, no tan Billiken como podría ser pero casi.
Vamos a dejar de lado la representación políticamente correcta de familia multi étnica, mujeres altamente empoderadas y amor entre personas del mismo sexo. El problema en estos casos es que esto se coloque con calzador para aleccionar; aquí no sucede: lo que importa es otra cosa y es, casualmente, mucho más tradicional. Se trata de una familia de exploradores que, por una misión de capital importancia para la Humanidad -algo que tiene que ver con la energía limpia, también dejemos de lado el costado ecológico del asunto- y el problema es cómo ese grupo heterogéneo, con diferencias de todo tipo, se une o reúne por lazos de amor reales. Aun cuando la trama es poco compleja, ese punto es el que emociona. Pero lo que vuelve insatisfactoria Un mundo extraño no tiene nada que ver con todo esto sino con el hecho de que la pantalla estalla con imágenes y formas a veces de un modo tan abigarrado que el derroche de fantasía apabulla antes de asombrar porque no tenemos tiempo de apreciarlo. En el fondo, es como si Lluvia de Hamburguesas 2 se cruzara con Avatar, con mucho de Julio Verne y Conan Doyle. ¿La ensalada es rica? Sí, pero uno se queda con las ganas de saborearla un poco y no de sentir que el pedacito de aceituna se tragó demasiado rápido.
Una pareja de lesbianas que busca tener un hijo se queda sin recursos; una de ellas decide seducir a un turista argentino y logra quedar embarazada. El turista es más bueno que el pan y decide ser padre. Comedia realizada con buen gusto aunque con no poco de recurso televisivo, tiene la virtud de no tomar el discurso políticamente correcto como postulado sino de bucear en las complejidades afectivas y formales de un mundo nuevo.