La consecuencia del bullying La calma que un policía encubierto busca en un pueblo luego de participar en un gran operativo se ve alterada por un altercado entre niños. La pequeña hija del agente Bróker (Jason Statham) pone en su lugar a un obeso chico que en el patio de juegos de la escuela decidió molestarla. La niña se lo advirtió, dos veces, el niño no hizo caso y finalmente terminó con la nariz rota. Los padres del chico se pusieron muy molestos y prometieron venganza, claro que no una con las implicancias que finalmente alcanzaría. Pueblo chico, infierno grande reza el dicho y en este caso el demonio del lugar es Gator (James Franco), tío del niño golpeado, un muchacho dedicado a la fabricación de estupefacientes que sabrá unir los puntos y hacer que Broker vuelva a la acción. Sylvester Stallone escribe y produce este filme que sin dudas él mismo hubiera protagonizado veinte años atrás. Pero lo tiene a Statham, que no lo hace mal, él solo contra todos puede. El filme tiene buen ritmo, un elemento de tensión que es la niña, que funciona desde el inicio aún cuando sabemos que hay cosas que Hollywood no hace, pero sin embargo nos atrapa. Mucha acción, tiroteos, explosiones y todo lo que el amante del género desea encontrar está en este filme sin pretenciones y sumamente entretenido.
Telekinético El horror llega esta vez con un filme que exhibe un buen nivel en cuanto al tono y la estética que propone. La historia -nada novedosa, se trata de un remake del filme homónimo de 1978- cuenta cómo un joven llamado Patrick que está en coma, es capaz de provocar situaciones por demás espeluznantes en la clínica privada donde se encuentra. Una nueva enfermera llega para reemplazar a la que antes ocupó su lugar. Las condiciones de trabajo incluyen estrictas instrucciones de confidencialidad y reserva. El dueño del lugar es un veterano médico dedicado a la experimentación con pacientes cerebralmente muertos, de los cuales Patrick es su favorito. La recién llegada manifiesta un inmediato interés en el joven y hasta considera que él intenta comunicarse con ella, pero no tardará en toparse con el siniestro doctor, quien somete a Patrick a despiadadas prácticas médicas. Para bien o para mal, el relato se apega demasiado al original y resulta en un ejercicio de clasisismo dentro del género, algo que no molesta pero lo limita. La direccion de arte es destacable, y las actuaciones están a la altura de la propuesta.
Sin carcajada, no hay Torrente Año 2018. José Luis Torrente (Santiago Segura), desmejorado y flaco, sale de la cárcel y se encuentra con otra España, una devastada económica y moralmente. Es un paria entre parias y por ello decide salirse del sistema -como si alguna vez lo hubiera estado-, y para ello planea dar un golpe sensacional: asaltar un casino. Semejante empresa lo lleva a asociarse con John Marshall (Alec Baldwin), un gringo que se encargó de armar todo el sistema de seguridad del casino y a cambio no recibió un peso. Hasta aquí el núcleo de la trama, lo que sigue es el festival que Segura nos preparó para dar, si se quiere, un cierre a la saga. Personajes de entregas anteriores que regresan, algunos a cargo de un actor diferente -como el caso de Cuco, interpretado por Gabino Diego en "Misión en Marbella" y ahora por Julián López-, nuevos infradotados dispuestos a formar parte del grupo de élite comandado por Torrente, y el ya clásico desfile de cameos donde tienen lugar algunos de los referentes más clásicos del humor español, como Andrés Pajares, Chiquito de la Calzada, José Mota o Josema Yuste, del dúo Marte y Trece; entre otros. A diferencia de la película anterior, Segura esta vez decidió focalizarse en una trama, contar una historia en lugar de poner gags sin demasiado sustento. El resultado es una buena comedia cargada de sátira, humor negro y una despiadada, a la vez que ácida, mirada hacia el corazón mismo de España. Entre tanto cine hecho por creídos de sí mismos necesitados de demostrar cuán cinéfilos son en cada toma, Segura dirige sus obras sin estridencias ni autobombo, sencillamente demuestra en los hechos que sabe cómo construir una trama y hacer uso de todo lo que evidentemente aprendió viendo a los maestros, sin más pretención que la de entretener con calidad. El motor de Segura es la pasión, sirva como ejemplo el modo en que se las ingenia para tener al fallecido Tony Leblanc en la película, y de paso homenajearlo. Queda así expuesto que lo de Segura es un acto de amor hacia el cine. Se nota, y puede que allí esté la respuesta al por qué de su constante éxito. El por qué esperamos cada nueva entrega de este personaje desagradable hasta los huesos, y al mismo tiempo, de alguna manera, entrañable. El cine de Santiago Segura exuda franqueza y humildad, valores que todos queremos en un amiguete, por eso siempre lo recibimos de buena gana. Esperamos verte de nuevo, Torrente. Y que siga la fiesta!
Sit down ego, sit down Martín Bossi es exitoso en el teatro. Lo que hace, lo hace de maravillas. Siempre busca demostrar que puede hacer algo más que buenas imitaciones, y en este caso se hizo una película a medida para intentar demostrar que también puede tocar otras cuerdas. Si fuera guitarrista tendría los dedos enredados por querer tocar tanto. Si se logra superar una primera mitad soporífera, cargada de lugares comunes, sobreactuaciones, poesía berreta y clichés de sobra, entonces tal vez se puedan disfrutar algunos destellos de comedia que funcionan especialmente cuando Bossi deja jugar a otros y descansa su rostro de tanto gesto impostado. La historia trata sobre un amargado, bohemio y mediocre profesor de teatro que no enseña teatro sino que roba como "gurú" del stand up, subgénero infame gracias al cual muchos se ganan la vida tratando de dotar de gracia y carisma a personas no tienen ni lo uno ni lo otro. Y ya se sabe que lo que natura non da, salamanca non presta. En una de sus clases, el profesor comienza a prestar atención a una alumna que poco tiene que ver con el resto. Como es obvio, ella tampoco tiene mucho que ver con él, pero por aquello de que los opuestos se atraen la pareja se forma, y deforma. "Las mujeres se enganchan con el Ché Guevara y después le quieren afeitar la barba" es un dicho popular en el que hace base el conflicto central de esta historia y sobre el que se extiende hasta lo insoportable. Los cameos de figuras populares de la tv, incluido el gran Carlitos Balá, ayuda a sobrellevar la cosa. Un poco nomás.
Con Darín no alcanza Tres amigos como salidos de un aviso de cerveza tratan de encontrar la forma de romper con la rutina y salir de pobres, encontrar un filón para ganar dinero. A uno de ellos se le ocurre hacer algo que nunca había hecho: filmar una película. Sin la más mínima noción sobre cine se convence de que basta con tener a un protagonista capaz de convocar público, y para eso se propone contactar nada menos que a Ricardo Darín. Película dentro de película, tanto la de la ficción como la real comparten la misma estrategia, contar con Darín para atraer audiencia. La propuesta es pobre en cuanto a guión y actuaciones, solo causa gracia ver a Darín -un copado, sin dudas- jugando con su popularidad, aceptando el juego. El resto, el viejo recurso del cameo de famosillos que tiene como frutilla de la torta el de Susana Giménez. No son pocos los grandes guionistas que enseñan a construir el chiste partiendo desde el remate. Si está el remate, está casi todo. Acá el remate es fallido, y para peor el director decide usar imágenes de un pasado muy cercano de la tragedia argentina, imágenes que para servir como sátira deben ser tratadas por manos expertas, lo cual -claramente- no es el caso.
Cerrá del lado de afuera Sebastián (Esteban Lamothe) es cerrajero, tiene su propio negocio, y lleva una vida mediocre de la que intenta escapar reconstruyendo una caja musical, aunque sin demasiado éxito. Su rutina se altera al enterarse que una mujer (Erica Rivas) con la que tiene relaciones ocasionales está embarazada. Puede que sea de él, puede que no; todo parece indicar que sí, y a partir de entonces Sebastián queda atribulado, se desorienta y comienza a experimentar algo extraño: mientras trabaja en una cerradura se le vienen a la mente percepciones, secretos, vivencias sobre el cliente al que está atendiendo, escupe lo que le viene a la cabeza sin racionalizar, entra como en un trance. Lo que venía en plan costumbrista deriva en absurdo metafísico, y es muy difícil tomar en serio a un tipo que larga frases trascendentales destornillador en mano destrabando una trabex. Con diálogos impostados, un guión cargado de pretenciones y un tono abúlico durante todo el relato, este filme se suma a la mayoritaria propuesta vacua que ofrece el "nuevo" cine argentino, ese que en general solo consigue aburrir, como en este caso; sin ir más lejos.
Falló el pronóstico Mientras un joven graba testimonios para una cápsula de tiempo, no advierte que esas personas, sus deseos, y él mismo, se verán afectados severamente cuando la naturaleza les haga saber que el futuro es algo incierto, y hacer planes no es conveniente. Paralelamente un grupo de cazadores de tormentas recorre la zona en busca de un tornado, pero pronto se toparán con algo más, algo nunca visto. Estamos ante una típica película de catástrofes, donde se presentan diversas historias de vida, todas bien delineadas sin demasiadas sutilezas y que en el clímax acaban mezclándose. Lo diferente en esta propuesta es que no se pretende, o al menos no se nota la pretensión, que la tormenta sea un personaje más, algo siniestro ni humanizado, si no más bien todo lo contrario. Los tornados se exponen como el fenómeno natural que son, y hasta se hace referencia a otros hechos reales que por inusuales no dejaron de ser catastróficos, caso "Katrina" en Nueva Orleans. Obviamente que el enfoque es fantástico y tiene la dosis necesaria de espectacularidad que estos filmes requieren. Sin ser nada destacable en lo cinematográfico, "En el Tornado" cumple con entretener ajustándose a su género.
El futuro que pasó En lo que se advierte es una capilla abandonada, Qohen atiende una llamada telefónica, pero que no parece ser la que espera. Claramente, allí vive una existencia rutinaria y con resignación, aislado del resto del mundo. Al salir, porque debe hacerlo para trabajar, sufre el bullicio de la calle y la violenta contaminación visual de una ciudad de un futuro no muy lejano. Qohen trabaja para una corporación conocida como la "gerencia", a la que le solicita poder trabajar en su casa, para así poder recibir la "llamada". Dado el buen concepto que se le tiene como profesional experto en computación se le otorga el permiso asignándole un trabajo: el teorema cero. Una premisa es clara, cero debe equivaler al 100 %. Existencialista, escéptica e irónica es esta nueva propuesta del siempre sorprendente Terry Gilliam. Como es habitual en sus obras, esta se destaca por su dirección artística; cada detalle de sus decorados, vestuario, iluminación. Este filme es el que más claramente remite a una de sus mayores obras: "Brazil". Aunque no alcance a redondear una propuesta tan firme, contundente como aquella. Esta vez Gilliam se mete ni más ni menos que con aquello que alguna vez junto a los Monty Pyt hon arremetió en clave de humor, el sentido de la vida. La razón de nuestra existencia es aquí examinada con fina ironía mediante personajes lejanos, antipáticos, reconocibles. Christoph Waltz se anima a salir del rol en el que Hollywood decidió encasillarlo, y elabora a su Qohen con dramática serenidad, lejos de todo cinismo, cercano a toda fe. Las breves participaciones de Tilda Swinton y Matt Demon dan algo de aire a un relato cerrado, críptico, por momentos sórdido e inescrutable. Tal vez, Gilliam se excedió en su dosis de filosofía existencialista. Como sea, no se trata de un filme más, sino de la obra de un artista con mayúsculas siempre dispuesto a arriesgar más. Algo que hoy vale oro.
Para perderlos Otra adaptación de una saga juvenil con protagonistas que son "elegidos" puestos a competir contra un poder supremo. Esta vez se trata de un grupo de jóvenes que ignoran por qué están en un gran campo rodeado de altas murallas, con una única salida que da a un gigantesco laberinto. El último en llegar es Thomas. Pronto demuestra ser decidido y bien dispuesto a investigar que tan imposible es sortear el laberinto. Obviamente estamos ante el héroe de la historia, el que liderará al grupo y brindará la info necesaria para desentramar el motivo por el cual esa muchachada terminó ahí. La estructura del relato es absolutamente previsible y se nutre de elementos propios de una generación criada a base de video games. Las pistas aparecen de a poco mientras toma foma la certeza que solo obtendremos una explicación parcial de lo que realmente sucede. El resto queda para las próximas entregas, que al fin y al cabo de eso se trata esto; crear una nueva saga con la que facturar a merced de jóvenes poco exigentes.
En espera Quien más quien menos ha oído hablar sobre la explotación en los call centers. Se trata de un trabajo no del todo regulado, en una zona gris de la ley laboral que empresas ávidas de material humano decartable sabe aprovechar. Son varias las personas que aparecen en este documental hablando sobre diversas cuestiones. Algunos parecen contar vivencias propias dentro de un call center, otros analizan el sector desde perspectivas más ejecutivas, otros hablan de convenios colectivos, otros actúan en tono de sátira lo que sucedería dentro de un call center. Pero la forma en que se presenta es algo errática. No hay texto alguno que indique quién habla y desde qué lugar, por tal cuestión el documental carece de sustento periodístico. El espectador no puede evaluar al protagonista si no sabe quién es ni qué interés lo mueve a expresarse. Por lo anteriormente expuesto, esta película funciona más como catarsis que como denuncia, y en tal sentido apenas sirve para poner sobre el tapete una problemática que al día de la fecha no parece tener la solución deseada.