Una vieja, buena y gastada idea Hombres de negro (1997), dirigida por Barry Sonnenfeld (al igual que su secuela y esta tercera parte), construía un universo propio desenfadado donde los humanos y diversas formas de vida extraterrestre convivían y eran conscientes los unos de los otros. El realizador aprovechaba las teorías de conspiración y los diferentes mitos acerca de los OVNI, dándoles una respuesta rápida original y con sentido del humor: sí, los extraterrestres existen, viven y se ocultan entre nosotros, y además hay una agencia que actúa a la sombra de todos los gobiernos del mundo y que se encarga de regular todos los asuntos intergalácticos. Con todo esto había bastante para imaginar y contar: una agencia burocrática que funciona casi como policía y aduana de ET´s, la conversión de James (Will Smith) en el agente J y la construcción de la relación con su compañero, el serio agente K (Tommy Lee Jones). Todo esto funcionó y divirtió, los dos actores demostraron gran química y todo ese universo creado servía, gracias a su extraña lógica, como excelente escenario para la aventura de sus carismáticos personajes. Sin embargo, 15 años después, luego de una exagerada y fallida continuación, la aparición de esta tercera parte de los Hombres de negro da una sensación de agotamiento y la sospecha de que quizás hubiera sido mejor que se quedara en su pedestal de “buen recuerdo de ciencia ficción de fines de los años 90, que fue superada por un mejor recuerdo de fines de los años 90 llamado Futurama”. Desde el comienzo, Hombres de negro 3 toma algunos virajes para acomodarse sin problemas sobre lo que va contar. Se eliminan un par de personajes de las anteriores entregas y se concentran nuevamente en la relación entre J y K, y de cómo ambos deberán perseguir a un extraterrestre mortífero que amenaza con destruir la Tierra. Entonces, si abstraemos un poco la idea, nos vamos a dar cuenta de que nos están contando lo mismo que en la primera parte. Obvio que hay matices: como se contaba en el tráiler, J viaja en el tiempo y tiene que volver a conocer en los 60 a un joven K, quien es interpretado por Josh Broslin. También se devela algo sobre el pasado de los personajes pero nada más. En esencia, Hombres de negro 3 cuenta lo mismo que la primera parte de la saga y, como era de esperar, no sólo ya no es tan efectiva. Tampoco logra actualizar un poco sus códigos y su espíritu, por lo que al verla se produce la idea de estar viendo algo anacrónico, o más bien envejecido. Probablemente ya no quedaba nada más para contar, y el enclenque guión de Etan Cohen se termina convirtiendo en una especie de capítulo televisivo. Porque, sin ser tan mala, Hombres de negro 3 es a esta saga lo que Terminator – La salvación a la saga del asesino mecánico. Es decir, una historia intrascendente que poco agrega y que tampoco es lo suficientemente consciente de sí como para ser al menos un divertimento descocado. Ni siquiera hay demasiadas secuencias de acción en Hombres de negro 3, aunque las que tiene están bastante bien resueltas. Para agregarle algunos buenos puntos, vale la pena comentar que contiene una muy buena actuación de Brolin y algunos buenos chistes, sobre todo los relacionados con Andy Warhol. Con todo, este film es tan entretenido como injustificable.
El topo de topos El tráiler de Misión secreta forma parte de esa tendencia de contar casi toda la trama en tres minutos. Desde allí sabíamos que Paul Sheperdson (Richard Gere), agente veterano de la CIA, es en realidad un espía-asesino de la inteligencia rusa apodado Cassius. Podíamos esperar dos cosas: o el tráiler era una deliberada estupidez que acababa con cualquier posibilidad de sorpresa en esta historia, o ese dato era menor y la película exploraría otras posibilidades del guión. En este caso sucede, más o menos, la segunda posibilidad. Este primer film de Michael Brandt (guionista de la remake de El tren de las 3:10 a Yuma y Se busca) cuenta que cuando un senador estadounidense es asesinado en Washington, al parecer por un espía ruso llamado Cassius que según se creía estaba muerto, el agente de la CIA retirado Sheperdson (que en realidad es el mítico Cassius) se ve obligado a colaborar con el joven agente del FBI Ben Geary (Topher Grace) para atrapar al criminal, y en realidad aprovechará la situación para atar algunos cabos sueltos de su anterior vida. Mas allá de la información que teníamos los que habíamos visto el adelanto, Misión secreta tiene unos buenos primeros minutos, presentando los personajes con fluidez y estableciendo claramente la situación. A partir de allí algunas fallas importantes atentarán contra la verosimilitud y la salud de la película. En principio, lo que se tambalea es el guión, que se va llenando de obviedades y arbitrariedades, y empieza a tomar algunos caminos confusos tan sólo para justificar la vuelta de tuerca final que todos sospechamos desde el principio. Misión secreta nos muestra algunos espías poco sutiles y bastante torpes, empezando por el personaje de Richard Gere. Así como se los presenta en este film, parece poco creíble que puedan permanecer escapando o encubiertos durante años. Además, aparecen agentes de agencias como la CIA, o la vieja KGB, y del FBI pero no hay verdaderamente alguna característica que los diferencie realmente: me refiero a alguna habilidad técnica o tecnológica. Pareciera que a Brandt le da lo mismo, porque finalmente los termina mostrando como vulgares policías. Luego, la pareja protagónica no tiene química. Gere parece trabajar en piloto automático, su personaje no se apasiona, se mueve poco y cuando se enoja luce forzado o sobreactuado. De hecho, está como pensando siempre en otra cosa. Topher Grace quizás esté un poco más sólido, pero tampoco aparece en gran forma en los momentos que la historia lo necesita así, por lo que podemos calificar su trabajo con el adjetivo de “pecho frío”. Por último, deberíamos referirnos a la esperable vuelta de tuerca final, pero para no develar nada sólo diremos que es cuanto menos absurda y forzada, fabricada mediante diálogos insertados al final como para darle algún sentido. Para resumir, Misión secreta tiene algunos pocos momentos de vigor, en general entretiene aunque son más fuertes sus fallas que sus aciertos y, por cierto, goza de una absoluta intrascendencia.
Ridiculez absoluta Que quede claro, el nuevo film de Peter Berg (Malos pensamientos; Hancock) no aburre en casi ningún momento y en general sostiene un ritmo interesante, pero sólo si uno suspende el juicio racional y se abandona al mar de arbitrariedades, ridiculeces y estupideces planteados. Se nos presenta la historia más o menos común de la invasión extraterrestre: a partir de un satélite de mucha potencia se envía una señal a un sector del espacio donde se supone que podría existir vida inteligente. Luego de un tiempo, unos extraterrestres de barba puntuda se presentan en la Tierra para terminar con todo. Una nave extraterrestre cae en Hawái justo cuando la Marina estadounidense está realizando ejercicios de combate y de este encuentro se arma la hecatombe. En la subtrama paralela se intenta contar el nacimiento del héroe del film a partir del personaje de Alex Hooper (Taylor Kitsch), un teniente canchero y rebelde que con el pretexto de una venganza escucha el “llamado del patriotismo”. En plano de las actuaciones, digamos que van de lo regular a lo pobre: ninguno de los actores es lo suficientemente carismático como para sostener un poco el interés. Taylor Kitsch no demuestra talento, su personaje es, sin otras palabras para describirlo, un gil. Las dotes actorales de Rihanna son, digamos, pocas, y la participación de Liam Neeson, vergonzosa. El querido Liam aparece para decir un par de malos chistes y dar algunas órdenes intrascendentes en su carácter de almirante, sumando aproximadamente unos 15 minutos totales de aparición en pantalla. Para ver a Neeson conviene acercarse a El líder, que es una gran película aún en cartelera. Decíamos que Battleship: batalla naval está mal actuada y que su guión es inexistente y que si existe es bastante estúpido. Pues bien, agreguémosle un patriotismo barato y superficial como sacado de Día de la independencia y una mirada complaciente y apologista de la milicia estadounidense y tenemos un cóctel bastante poco atractivo. Por si fuera poco, nos ofrece también algunas escenas de acción que aturden y no se entienden demasiado. Hay otras bien resueltas, pero en general predominan las imágenes confusas al mejor estilo Transformers. Por último, luego del visionado de este mamotreto, da la sensación de que Peter Berg (que por antecedentes no es un mal director) es consciente de que estuvo filmando una pavada. Sin embargo, en el film no se explicita suficientemente algún nivel de autoconciencia que la convierta en algo más divertido y con algo de sentido del humor. En suma, Battleship: batalla naval es una película ridícula, con algunos momentos divertidos, pero que se hunde en un caos ruidoso, arbitrario y olvidable.
Ojalá no te encuentre Cuando te encuentre es la adaptación de la novela homónima del autor best seller Nicholas Sparks, también responsable de The notebook, novela que tomó forma de película con Diario de una pasión en 2004. El tipo de historias que insiste en contar el señor Sparks son románticas en el sentido más superficial del término, o sea aquí siempre estamos hablando de dos personajes aparentemente (arbitrariamente) destinados a estar juntos, y que por alguna razón más o menos dramática no pueden concretar esa unión. Luego llega alguna solución más o menos moral, más o menos mágica que les permite ser perfectamente felices para siempre o hasta que alguno de los dos se entere que tiene leucemia (aunque lo último es para otra película). De entrada, el director Scott Hicks (Claroscuro, 1996; Sin reservas, 2007) nos sumerge en el “terrible mundo interior” de Logan (Zac Efron), veterano de la (última) guerra de Irak, quien ha sobrevivido unas cuantas misiones peligrosas. Logan atribuye su “suerte” en el campo de batalla a una foto de una bonita chica rubia (que más adelante sabremos que se llama Beth y está interpretada por Taylor Schilling) que encontró un día entre los escombros. Cuando lo devuelven a los Estados Unidos, se propone buscar a la chica de la foto para decirle gracias (?). Aunque no sabe nada de ella, existe Internet, por lo cual la encuentra fácilmente. Ustedes pensarán: si la encuentra tan rápidamente ¿de qué trata la película? La verdad no sé…, o sí sé, pero es tan poco interesante que en este momento me invade un tedio tan pesado que no me permite ni siquiera articular una oración para expresarles (o mejor dicho avisarles) con lo que se van a encontrar, si en algún momento de debilidad deciden ir al cine a ver esto. Porque obviamente Beth se enamorara de Logan y su amor será bello pero imposible y etcétera. Y si no lo sospechábamos, nos enteramos de esto al minuto 15 y todavía queda una interminable hora y veinte de lugares comunes y obviedades. Y el problema no es que se nos cuente lo mismo de siempre, lo que está mal es la forma en que se lo cuenta. Hicks no intenta una búsqueda, no tiene o no encuentra sentido del humor en su película. Y así, Cuando te encuentre es angustiosamente chata, clásica en el peor de los sentidos, no tiene ritmo, aburre y además le sobran unos quince minutos. Si podemos rescatar algo positivo digamos que el film tiene una bella fotografía y que además Zack Efron es alguien con cierto talento por explotar pero que elige proyectos pésimos. Con respecto al resto de las actuaciones, tenemos a una irregular Taylor Schilling y a una especie de escultura de la isla de pascua llamado Riley Thomas Stewart que hace lo que puede con un personaje tan infame como es el de Keith (el ex marido de Beth). Me dicen, escucho y leo, que Cuando te encuentre es un producto con un target determinado. Que apunta un público fiel que la va ver, le va a gustar y va a pasar un buen rato. Está bien, pero eso no le da derecho a ser mala, a estar dirigida en piloto automático, a construir personajes sin matices, a no intentar agregarle interés a una historia que nunca despega.
Todos los héroes Los últimos diez años de cine mainstream hollywoodense (digamos desde 2002 con el estreno de Spiderman), han sido la era de oro de los superhéroes. Se hicieron adaptaciones de casi todo lo más o menos viable que ofrecían las dos grandes y ya mitológicas empresas productoras de comics, Marvel y DC. Hubo también parodias, spin-offs, secuelas, pre-cuelas, reinicios (por ejemplo este año comienza una nueva saga de Spiderman desde su origen). Y la batalla por aceptación del público la va ganando sin dudas Marvel, a fuerza de múltiples films sobre sus personajes en general con bastante éxito. Mientras que DC contraatacará este año con la culminación de la saga de Batman de Christopher Nolan, Marvel concreta Los vengadores, un proyecto que venía insinuándose (y en el último período explicitándose) en las películas de sus personajes. Si se toma a Los vengadores como una saga podríamos decir que la componen: El increíble Hulk (la versión con Edward Norton), Iron Man 1 y 2, Thor y Capitán América: el primer vengador. Con todo esto, se eligió a Joss Whedon (creador de la serie noventosa Buffy: la caza-vampiros), y se le dio nada menos el desafío de unir a un montón de personajes e historias y construir algo que dé mucho dinero y que sea más o menos aceptable al ojo humano. Y Whedon responde con una gran pirotécnica y festiva película. Por suerte, muchos llegábamos a Los vengadores con las expectativas por el piso: esos tráileres triviales que se mostraban, los finales arbitrarios de las películas anteriores con algún tipo conocido que hablaba de Los vengadores, el estreno de la intrascendente y pequeña Thor no auguraban nada bueno. Entonces el hombre clave para el buen resultado de este proyecto es Whedon. En esta película al menos demostró saber filmar y contar una historia, con timing y sabiendo dosificar. La introducción es larga, casi una hora presentando los personajes y el conflicto (o los conflictos), hay pausa y hay acción, y se llega al intervalo en la mitad con la tensión necesaria, con la idea de que todo está por estallar o que debería estallar. Y en la segunda hora de Los vengadores todo estalla definitivamente por los aires, en un caos ordenado a puro buen montaje. Todos los personajes están allí, al mismo tiempo, nunca desaparecen lo suficiente, nunca están demasiado. Whedon es claro, no duda y eso se nota. La batalla final dura lo suficiente, es monstruosa y bien filmada (qué suerte que Michael Bay no tiene nada que ver con este proyecto). Como agregado magistral, esta batalla contiene un plano secuencia inolvidable y genial. Entre las buenas decisiones del director casi que debemos elogiar el tratamiento del personaje de Hulk. Bruce Banner (aquí Mark Ruffalo), o sea alter ego de Hulk, estuvo tapado en los tráiler, y está disfrazado de ser absolutamente racional durante la primera hora de la película. Todos sabemos que Banner no quiere ser Hulk, de hecho en Los vengadores lo llama “el otro” como si hubiera intentado psicoanálisis (entre otras cosas) para librarse de él. Pero también sabemos que la suficiente dosis de tensión e ira harán estallar la bomba que este personaje lleva adentro. Todos queremos que estalle, y cuando lo hace, la película entra en un divertido tubo vertiginoso que no se detendrá hasta el final. No quiero detenerme en la enumeración de cosas buenas y atributos de este elenco que claramente es muy bueno. Nadie iba a dudar de la efectividad de Downey Jr, Evans, Ruffalo, Hemsworth (Thor está mejor que en su propia película), Johansson, Renner y los demás. Si la película hubiera tenido graves fallas seguramente no hubiera sido por sus interpretaciones. Sí vamos a destacar la buena labor de Cobie Smulders (la querida Robin de How I meet your mother). Ya mencionamos el hombre clave del buen resultado de este film (Whedon), también el personaje clave (Hulk), tenemos por último al elemento clave: el humor. El sentido del humor y la autoconciencia atraviesan a Los vengadores, hay chistes sobre casi todo. Hay humor físico, verbal, referencias, ironía. La pantalla se divide entre el vértigo de la acción que se propone y las carcajadas y risas nerviosas de los chistes de desfilan como un bálsamo. Mi amigo y también critico de FANCINEMA, Mex Faliero, me dijo al salir de la función: “Hulk tiene la construcción moral del Demonio de Tasmania de la Warner”. Sin duda, el bestial comportamiento, la violencia injustificada y encendida de Hulk es uno de los mejores chistes de Los vengadores. Por todo esto, Los vengadores es un triunfo para las películas de superhéroes, y plantea la pregunta de fácil respuesta: ¿y ahora qué?. La respuesta: muchas secuelas hasta agotar la veta sin duda. Mientras tanto queda esta muy buena película para disfrutar y divertirse.
El diario del ron (libro vs. película) Dejemos pasar por alto la inexplicable y absurda elección del título argentino para este film, y digamos que Diario de un seductor es una adaptación de una recomendable novela que Hunter Thompson escribió cuando tenía alrededor de 22 años y que en la Argentina fue publicada como Días de ron. Esta película nunca habría sido posible sin Johnny Depp: dice una anécdota por ahí, que mientras el actor preparaba el personaje de Pánico y locura en Las Vegas (1998), estuvo viviendo en la casa del mismísimo Hunter y allí (precisamente en el sótano) encontró el manuscrito de The rum diary entre algunos papeles olvidados. Hunter y Johnny fueron grandes amigos hasta la muerte del escritor, que se suicidó de un tiro en 2005 a los 67 años. Depp ha demostrado siempre una gran admiración por el trabajo de Thompson (vale la pena ver el documental Gonzo: the life and work of Dr. Hunter S. Thompson, de Alex Gibney), y sin su influencia y dinero Diario de un seductor no se habría realizado. Sin embargo, el resultado es más bien decepcionante. Lo que hay que contar es simple, Paul Kemp (alter ego de Thompson interpretado por Johnny Depp) llega a un incipiente Puerto Rico a trabajar en un diario de habla inglesa en decadencia. De a poco quedará en medio del submundo de aquel país, entre periodistas borrachos, algún triangulo amoroso y una gran negocio inmobiliario. La novela de Thompson es el primer obstáculo que al que se enfrenta el director y guionista Bruce Robinson (Jennifer 8), además del hecho de no haber filmado nada relevante en los últimos 18 años. Esto es porque Días de ron es la historia de un condenado a tirar la toalla, no hay redención posible para el Paul Kemp literario en el Puerto Rico descripto en la novela. Sí, es la simple historia de un tipo que llega a vivir a un lugar desconocido que lo modifica para siempre, pero no a la manera esperanzadora del lugar común hollywoodense. Al contrario, Kemp se convierte en un cínico melancólico de un pasado que nunca fue, alguien que siempre tiene la necesidad de escapar a alguna parte. Entonces Robinson toma algunas decisiones para intentar un film más directo y llano que su versión literaria, que de por sí no es un texto críptico ni mucho menos. El resultado es que la película se empobrece y pierde en matices. Por ejemplo: Sanderson (interpretado aquí por el gran Aaron Eckhart) es en realidad la fusión de dos personajes de la novela. Personajes que llevan a Kemp a sus límites entre la locura y la “buena vida” burguesa. Esta simplificación le quita fuerza a la trama y riqueza al ambiente que Thompson describe en su obra. Hay otros personajes que sí ganan en fuerza, carisma y sentido del humor en el film, como Sala (Michael Rispoli), el desquiciado Moberg (Giovanni Ribisi) y el insoportable Lotterman (Richard Jenkins). En este apartado, el personaje más fiel a su versión literaria quizás sea el de Chenault, encarnada por la bella Amber Heard. Por otro lado, más allá de que la novela contenga elementos autobiográficos, en la película se exagera este rasgo. El Paul Kemp de Johnny Depp es demasiado parecido al Hunter Thompson famoso, post invención del periodismo gonzo, y no al muchacho medio perdido y resignado que aparece en la novela. La inclusión de escenas de consumo de drogas altamente alucinógenas o la de Kemp despotricando contra Nixon hablan de un Thompson posterior al de la época que supuestamente está contando Diario de un seductor. Parece que hubiera una necesidad por querer mostrar a Thompson haciendo esas cosas, cuando lo interesante hubiera sido quizás contar la historia del periodista en formación, ese tipo al que le suceden cosas cada vez peores, divertidas, ridículas y peligrosas casi sin proponérselo, como se cuenta en la novela. El film de Bruce Robinson y Johnny Depp toma la superficie de libro de Thompson, para contar su versión de la biografía del autor. Encontraremos por allí las escenas fundamentales de la novela: peleas con puertorriqueños en el bar, el baile de Chenault, etcétera, pero en función de contar otra cosa menos interesante. En conclusión, en este caso, el libro vale más la pena que su adaptación cinematográfica.
Melancolía Americana Ni American Pie: el reencuentro, y ninguna de las anteriores entregas de la saga han sido grandes películas. En general han sido divertidas, pero siempre han apelado a la corrección política y es paradigmático cómo hacia el final de cada entrega triunfan el conservadurismo y las “buenas costumbres”. Incluso un rasgo fundamental en toda esta serie de films es que se coloca a los personajes en situaciones críticas donde todo está por salir mal, y sin embargo nunca nada sale mal del todo. Sólo en la superficie los personajes son derrotados, ya que al final siempre aparece el velo de esperanza burguesa biempensante y terminamos todos felices. En esta última entrega todo lo anteriormente dicho merodea por allí, sin embargo contiene algunos aciertos que la hacen más atractiva e interesante. En 1999 American Pie se convirtió el paradigma de las teen movies, se la publicitaba como la más zarpada comedia adolescente (todavía no existían Supercool o las más reciente Proyecto X), el público la aceptó y fue un éxito de taquilla. Sus personajes se volvieron iconos, todos recordaban las ridículas acciones que cometía Jim Levenstein (Jason Biggs) para tener sexo por primera vez. Ahora en 2012 los que éramos adolescentes en aquella época estamos desengañados del mundo y para suerte y consuelo de nosotros, a los personajes de American Pie les pasó lo mismo. Es que el gran acierto de los directores Jon Hurwitz y Hayden Schlossber, es darle de autoconciencia a la saga, haciendo que los protagonistas revisen su pasado y vean que aunque algunas idioteces se repitan, ya nada es lo mismo y que muchas cosas ya no se recuperarán. Esto le da otra dimensión a los personajes, más viejos, cansados, melancólicos, y aceptando que ya deben abandonar algunos sueños. Mientras se nos cuenta todo esto volveremos a ver la misma estructura que los anteriores films, es decir todo transcurre en la previa y durante tres fiestas, donde veremos viejos romances truncos que se reavivan, gente que sorprendentemente (o no) aceptó su condición sexual, chistes sexuales y escatológicos, varias conversaciones incomodas de Jim con su padre (interpretado por Eugene Levy), alusiones al video de Jim eyaculando precozmente y todos aquellos elementos que forman parte del imaginario de los que vieron la película hace diez años. Además de continuar la historia de Jim y Michelle (la querida Alyson Hannigan), que siempre ha sido la más relevante e interesante, en American Pie: el reencuentro se reinventa al personaje de Stifler (Seann William Scott). Ser inoportuno, muchas veces insoportable pero también muy maltratado, aquí se convierte en catalizador y movilizador de situaciones. Sus chistes y participaciones están bien dosificados y son muy divertidas. Stifler le da el toque guarango y desquiciado al film cuando este empieza a decaer, y termina reivindicado con justicia ya que gran parte del atractivo de American Pie es este personaje. Y por si fuera poco Hurwitz y Schlossberg le dan la posibilidad de vengarse de Finch (Eddie Kaye Thomas). En suma, American Pie: el reencuentro continúa y homenajea una saga irregular que ha tenido mucha suerte con el público. Pero además se da la posibilidad de reflexionar junto a Jim y compañía sobre sí mismos y sobre del paso del tiempo con mucho sentido del humor.
Divertidos extraños El último recuerdo que tenía del Diego Torres actor antes de ver Extraños en la noche era el de esos trailers de La furia que pasaban en Telefé. Aquellos donde el cantante en cuestión gritaba “¡guardias!”, con cara de “me van a violar”. Nunca me atreví a ver aquella película. Así que fuera de aquel grito desaforado entre rejas, no sabía con qué me iba a encontrar en este film que ubica a Torres en un registro absolutamente diferente. En fin, la impresión no fue muy buena, pero desarrollaremos la marcha hacia el cadalso crítico de Diego más tarde. Además, parafraseando a Homero Simpson, la verdad que canta bien y es noble. Extraños en la noche cuenta la historia de Martín (Torres) y Sol (Julieta Zylberberg), una pareja de músicos que viven (más o menos) de tocar en eventos. Una noche, ciertos movimientos extraños en el departamento de su vecino de arriba los lleva a sospechar un terrible crimen. La película nos contará los problemas que desencadenará para los protagonistas involucrarse en este crimen y, además, las dificultades que atravesarán como pareja. Esta combinación de géneros bien delimitados, es decir la comedia romántica y el policial, está bastante bien trabajada en Extraños en la noche. El director Alejandro Montiel demuestra sensibilidad y timing para ir desarrollando lo más conveniente de la historia a cada momento, en favor del ritmo y la generación de interés. Entonces, así como en un principio la trama criminal cobra preponderancia, se va diluyendo hacia el final, donde lo que en verdad importa es lo que pasa entre Martín y Sol. Tanto es así que la resolución del hecho criminal es absolutamente inverosímil y absurda, y sin embargo no termina pesando tanto en el resultado final. El film de Montiel va sobre los rieles de un guion imposible, lleno de arbitrariedades y algunas situaciones fuera de la lógica que el film propone unos minutos antes, y también hay por allí algún plano inentendible y un montaje bastante feo con una canción de Diego Torres de esas del montón (por no decir mala). Sin embargo, Extraños en la noche se apoya inteligentemente en la actuación, genio y figura de Julieta Zylberberg, quien hace olvidar todo lo anterior, sobre todo porque sabe actuar muy bien, y entiende los códigos y tiempos de la comedia. La gracia, belleza y hasta buena voz de Zylberberg es el punto más alto de esta película. Muy diferente a la situación de Diego Torres, que hace lo que puede en su complicada labor, pero lamentablemente nunca logra un rasgo de naturalidad en su personaje. Siempre aparece fuera de registro, tosco, artificial. Incluso algunos buenos chistes que tiene su personaje quedan estrolados contra la dureza de su interpretación. Diego Torres me cae bien, me parece un tipo divertido, talentoso, y aunque no frecuento su música reconozco en él a alguien trabajador y de sensibilidad artística, pero en este film no funcionó. Un comentario con respecto a quienes interpretan a los padres de Martín, Betiana Blum y Daniel Rabinovich. Ella cree que interpretar a una madre es gritar mucho. Yo hubiera preferido a Mirta Busnelli en plan post faso. El sufre el síndrome de Les Luthiers en el cine: no puede dejar de ser un Luthier, incluso sus parlamentos son al estilo de Les Luthiers. A pesar de esto, sus apariciones son siempre muy divertidas. Entonces Extraños en la noche tiene la virtud de ser una comedia distinta a lo que acostumbramos a ver en producciones nacionales como Esperando la carroza o Cruzadas. Tiene algunas fallas que la vuelven irregular, pero se sobrepone a fuerza de algunas buenas ideas de Montiel y compañía, y de la performance de Julieta Zylberberg.
¡Psychotherapy! David Cronenberg es uno de esos talentos imprescindibles, un autor particular de estilo marcado y reconocible, que se ha apropiado para sí de ciertos temas sobre los cuales se permite reflexionar en casi todos su films. La relación cuerpo-mente-máquina, el sexo, los sueños, y unos cuantos etcéteras son tópicos recurrentes en su cine. Siendo un poco más abstractos podemos aventurarnos a decir que a Cronenberg siempre le ha interesado, entre otras cosas, la reacción del cuerpo humano ante los más variados estímulos. Es casi lógico, entonces, que haya encarado este film. Lo más interesante que relata Un método peligroso es la interacción intelectual entre Carl Jung (Michael Fassbender), Sabina Spielrein (Keira Knightley) y Sigmud Freud (Viggo Mortensen). En el film se nos resumen diez años fundamentales en la vida de estos intelectuales pioneros del psicoanálisis. En ese lapso de tiempo, sus relaciones interpersonales definieron no sólo el rumbo de sus teorías, sino también rasgos definitorios de sus personalidades. El film de Cronenberg triunfa cuando muestra la confrontación de ideas y la pasión por mejorar y repensar las teorías. Mediante sensibilidad y sutileza, el bueno de David es capaz de hacer comprender conceptos herméticos de la teoría psicoanalítica. Nada es más interesante en Un método peligroso, que la discusión y el intercambio entre Jung-Spielrein-Freud, en todas las direcciones posibles de esa triada. Un ejemplo es una conversación entre Sabina y Sigmund, donde ella le sugiere las bases del concepto de pulsión de muerte, o el intercambio de correspondencia entre Jung y Freud. Por supuesto que las buenas actuaciones de los tres protagonistas son fundamentales para la fluidez de un film como este, cuyas principales acciones y catalizadores de la trama son diálogos y cartas. La comunicación mediante palabras (al igual que en el psicoanálisis) es el recurso que mejor utiliza Cronenberg aquí. Fassbender es un talento absoluto, su versión de Jung es magistral, nunca fuera de registro, sutil y compleja. Knightley tiene momentos memorables, sobre todo cuando interpreta esas manifestaciones histéricas propias de principios de siglo. La chica tiene con qué pero su personaje incomoda todo el tiempo, demuestra una incapacidad de relajarse que la vuelve insoportable, y también, por momentos, aparece exagerada y un poco fuera del tono general. Con respecto a Mortensen, su interpretación de Freud no está mal (el maquillaje es bastante bueno), aunque el problema más evidente es que el personaje es más bien esquemático: hace las mismas tres cosas todo el tiempo (fuma, insiste con la teoría sexual y dice: “mmm”), y aunque es secundario con respecto a los otros dos, se podría haber profundizado un poco más sobre él sin caer en tantos lugares comunes. Más allá de los buenos puntos que posee Un método peligroso en el terreno intelectual y en las interesantes actuaciones que mencionábamos, hay que decir también que es una película un tanto irregular ya que, a pesar de la importancia en la relación entre Jung y Spielrein (historia central del film), su desarrollo es repetitivo y un poco estirado. Mas allá de un buen comienzo (las primeras sesiones de psicoanálisis son excelentes), la relación entre ellos se vuelve predecible y monótona. A pesar de esto, su corta duración y todo lo demás que Cronenberg hace bien impiden que el tedio invada a la película. Con sólo ver la escena de la primera relación sexual de Sabina Spielrein o la que muestra a Jung analizando a su propia esposa con una especie de complicado y antiguo polígrafo, nos percatamos de la presencia de un autor como Cronenberg haciendo suya una historia que en principio no le pertenece. Casi sólo esto hace que Un método peligroso valga la pena.
Injustificable No hay un solo argumento no comercial que justifique haber hecho esta cuarta parte de Inframundo. Es evidente, ya desde el póster, que es un producto del afán por querer vender el artefacto 3D, llenando las salas de fanáticos que paguen entradas más caras. Su aparición es comparable a la de la cuarta parte de Terminator hace unos años: al menos en el resultado la comparación es válida, pues ambas son intrascendentes, con malos guiones y en ninguna sucede nada que haga avanzar sustancialmente la historia de la saga. Es cierto, que tras de nueve años desde la aparición de la primera parte de Inframundo y luego de una secuela y una precuela, es difícil encontrar algo realmente interesante que contar. En esta cuarta parte, donde sólo queda Kate Beckinsale de los elencos anteriores, el peso de la historia debería recaer sobre ella. Pero su personaje, la vampira Selene, no evoluciona, al menos en sus acciones, y da la sensación de que hace siglos que está protegiendo a Michael (quien era interpretado por Scott Speedman en la primera y segunda parte de la saga, y era un híbrido entre las razas de vampiros y licántropos súper importante para no sé qué, etcétera), matando lobos, vampiros y humanos por doquier. Entonces no vemos aquí una Selene que vuelve descarnada, o sacada y divertida. Todo lo contrario: sigue teniendo una solemnidad aplastante y está todo el tiempo preocupada, ya no por Michael, sino por una repentina hija. Esta serie de películas no se permiten reírse de sí mismas (y sí que tienen ridiculeces en su haber como para hacerlo). Esa falta de autoconciencia, y principalmente su incapacidad para la autoparodia, la convierten en un film imbécil, que no agrega nada sino que entorpece algún recuerdo de diversión (si es que alguna vez lo hubo) de las entregas anteriores. Los directores de esta falacia, Måns Mårlind y Björn Stein, cometen una linda lista de errores, hablando de lo narrativo claro. Mucha gente puede filmar hermosas y potentes escenas pero no todos pueden contar algo, y este es el caso de esta dupla. En principio, pretenden insertarle interés a la trama jugando con el paradero de Michael, un McGuffin soso ya que todo el mundo o al menos los que siguen la saga sabían que Speedman no iba aparecer en este film. Y sí, nadie puede negar la velocidad con que se cuenta todo aquí, pero el ritmo es más bien torpe. Todo está contado a los tumbos y sin verdadera fluidez. La verdad es que Inframundo: el despertar es un rejunte de violentas escenas de acción más o menos logradas. Esto en sí mismo no está mal. Sin embargo, en un film más o menos digno siempre conviene contar algo, y aquí lo que cuentan es una absoluta pavada. A cada paso el guión se encuentra con escollos narrativos que siempre están mal resueltos. Es decir, algunas cosas que merecen una mención mas profunda sencillamente no se explican y las que se explican con detalle, no agregan nada. En fin, Inframundo: el despertar es una película corta, increíblemente estirada, porque para lo que tenía para decir hubiera alcanzado con un videoclip.