Ya sin puertas que golpear La llamada de un cliente enojado hace saltar un secreto que no podía durar mucho oculto, aunque Mónica (Belén Blanco) esperaba tener un poco más de tiempo para devolver el dinero que se llevó del trabajo para su propio uso personal. La suma no es enorme, pero es un dinero que ella claramente no tiene, que no sabemos dónde fue a parar, como tampoco sabemos dónde planea conseguirlo en tan poco tiempo. Su compañero de oficina descubrió el faltante. Como es el único al tanto del problema, le concede hasta la mañana siguiente para saldar la deuda antes de avisar a su jefe. Ella inicia una desesperada carrera por conseguir el dinero durante la noche, recurriendo a la poca gente que aún le tolera un comportamiento que evidentemente es habitual. Esas horas que ella pasa recolectando -a fuerza de súplicas y engaños- cada poco de efectivo al que puede echar mano, le implican recurrir con cinismo y resignación a su reducido círculo cercano, forzada a enfrentar su propia vergüenza ante una situación que aunque no es explícita está claramente fuera de su control. Con pocos diálogos y situaciones de las que siempre nos falta alguna pieza, La Deuda va dejando indicios antes que respuestas concretas, mientras construye un personaje y una situación de la que nos deja el ensamblado a nuestra cuenta. No importa para qué la protagonista necesita el dinero. Si tiene problemas, vicios, o simplemente dedos pegajosos, es secundario: es mucho más interesante ver las consecuencias que esto tiene en ella misma y su entorno. Todo el tiempo se la ve cansada y derrotada, pero forzada a seguir andando por un camino que claramente la angustia y avergüenza, uno en el que ni siquiera sus pequeños triunfos le dan alegría. Quizás porque por más cínica o egoísta que parece a primera vista, sabe que solo está traspasando su dolor a alguien más; y ese es un peso al que no es inmune. Hay mucho del estilo documental en la forma que emplea Gustavo Fontán para narrar esta historia, con una economía de recursos que le suma aspereza a algo que ya de por sí no es alegre. Ayuda para esto la oscuridad de la noche, que además de contribuir al clima opresivo también permite dejar fuera de la vista todo aquello que es mejor no mostrar, tanto para que sume como para que no reste. El resto de los personajes tiene participaciones bastante pequeñas, entrando y saliendo de la historia cuando hacen falta, del mismo modo que lo hacen en la vida de Mónica. Para ser una trama tan directa y sin muchas vueltas, en general logra sostener el ritmo. Aunque por esa decisión de transmitir agobio, no falta alguna escena al borde de cansar por su estaticidad o por remarcar un poco demás algún detalle de lo que está contando.
Encontrar lo que necesita más que lo que busca Como tantos exploradores de su época, Sir Lionel Frost (Hugh Jackman) solo parece interesado por la fama que puede darle lograr un descubrimiento importante. O al menos uno que le facilite una membresía al club. Pero mientras otros caballeros victorianos se internan en el África buscando nuevas tribus que explotar civilizar o animales que cazar, su mayor ambición es conseguir pruebas de la existencia de alguna de las tantas criaturas mitológicas que todos creen pura fantasía, incluso esos colegas que desea impresionar. Tan poco respeto le tienen que se burlan de él cuando recibe una extraña carta prometiéndole la ubicación exacta del mítico Sasquatch/Pie Grande (Zach Galifianakis). Ofendido en su honor, apuesta con el líder de la comunidad de exploradores que conseguirá evidencias de la existencia del eslabón perdido; parte hacia América sin sospechar que su rival no planea perder de ninguna forma. Lo que amenaza con ser una clásica historia de aventuras da un giro original cuando -una vez en Estados Unidos- Lionel Frost descubre que la carta fue no fue enviada por un testigo sino por el mismísimo Sasquatch: no para ser descubierto, sino porque al ser el último de su especie pretende que lo ayude a encontrar a sus parientes lejanos del Himalaya, los Yetis. A cambio de evidencia para llevar a la comunidad de exploradores, Sir Lionel acepta. El ahora bautizado como Señor Link (un juego de palabras fácil con Eslabón Perdido/Missing Link que oportunamente facilita la falsa documentación que le permite hacerse pasar por humano), toma la identidad de su asistente para partir en un viaje de descubrimiento no solo del mundo exterior sino de su propia identidad y del lugar que puede ocupar en él. En su breve carrera, Laika Studios(Kubo y la búsqueda del samurai,Paranorman) ya entregó varias de las películas animadas más originales e interesantes de los últimos años, sea por su particular estilo visual o por las temáticas que aborda. Con un humor inocente pero apto para adultos, Señor Link replantea con frescura temas como la identidad, los mandatos sociales y la búsqueda de la felicidad no como algo estático o permanente, sino como un camino continuo que puede ir cambiando. Todo esto con una narración bastante fluida y un estilo visual que -aunque proponga conceptos menos originales que las anteriores- no deja de ser impactante y bello. El único problema de esta película: la tibieza. Todo es correcto y entretenido, pero no se siente tan inspirada por más que está ejecutada con maestría y tenga un discurso bastante más interesante que el promedio de este género, entre otras cosas porque presenta una co-protagonista femenina que no cae en los estereotipos clásicos de interés romántico ni de doncella en peligro: Adelina (Zoe Saldana) busca la aventura por sus propios intereses como Sir Lionel. Por más que al mismo tiempo sea un estereotipo latino de lo más remanido, ya eso la pone un una posición más progresista que la mayoría, permitiéndose también criticar con mordacidad al eurocentrismo o al clasismo en que ni el protagonista principal puede evitar caer.
Por bruja y mala madre En un pueblo de provincia como tantos otros, una madre soltera sin empleo formal y sufriendo la desconfianza de la gente decente, ocupa un lugar en la periferia tanto literal como simbólicamente. En su pedazo de tierra, Selena (Erica Rivas) cria algunos animales y cuida de una huerta, con lo que a duras penas logra sustentar a la hija adolescente a quien espera transmitirle todo su conocimiento sobre ocultismo, aunque para ella sea más atractivo conseguir un celular. Los tiempos han cambiado, el vínculo con la naturaleza y la magia que Selena heredó siendo niña (junto con la responsabilidad de castigar a quienes hacen daño) no significa lo mismo para su hija, pero igualmente es ese conocimiento lo que le permite dar la alarma cuando es secuestrada junto a sus amigas por una red de trata, permitiendo que Selena comience a actuar antes de que sea demasiado tarde para rescatarlas. Para pedir hay que dar La historia que presenta Bruja es simple y tiene momentos repetitivos, pero a la vez está bien narrada y logra mantener lo fantástico dentro de los márgenes del verosímil sin mucha grandilocuencia. La bruja que encarna Rivas con mucho oficio no es intrínsecamente malvada, pero está dispuesta a cruzar algunas líneas morales para proteger a su hija y castigar a la gente que la pone en peligro, siguiendo las enseñanzas que recibió siendo una niña en esos mismos bosques; esto la vuelve una antiheroínaverosímil, que además de la confianza en su propio poder también tiene sus debilidades y miedos a la hora de enfrentarse a una organización criminal que cuanto más se acerca más grande se revela. No tiene la misma solidez el contrapeso de la historia, con una banda de caricatura encabezada por la siempre pasada de vueltas Leticia Brédice. Compone a una villana tan ridícula y sobreactuada que contradice el tono más oscuro del resto de la propuesta, justamente lo que mejor le funciona pero no se atreve a abrazar del todo. El resto del elenco toma roles menores y se ubica en distintos puntos del espectro intermedio, pero en general están más cercanos al lado de la moderación. Algo que se agradece. Lamentablemente, no es en lo único donde se ve la incoherencia de una propuesta que no se juega por lo que quiere ser. Cuando apuesta al camino del policial y el terror sobrenatural -con un estilo visual más bajado a tierra- Brujamuestra potencial de ser una película interesante y original; pero luego abusa del uso de fondos añadidos digitalmente y de efectos especiales muy poco logrados, con los que deshace todo lo bueno que había prometido antes. No es simplemente un problema de falta de recursos técnicos o presupuestarios, es de falta de criterio. La mayoría de esas escenas donde los efectos están mal diseñados o materializados podrían no estar, o resolverse de otra forma más humilde y efectiva como -de hecho- lo hace en varias de sus momentos mejor logrados. Con todos sus problemas, siempre merece alguna mención el cine nacional que se atreve a cruzar sus límites habituales. Bruja lo hace. Hasta cuando falla abre posibles caminos que siguientes películas pueden recorrer con pasos más firmes y llegar a mejores resultados.
Kurepi invasor Aislados del mundo exterior salvo por el contacto ocasional por radio con sus superiores, dos hombres se dedican a sepultar clandestinamente los cadáveres que llegan por el río a ese lugar en medio del monte paraguayo donde están apostados. Su rutina es simple y no hay mucho del afuera que parezca interesarles, salvo el mundial de fútbol que se está disputando en Argentina con Mario Kempes como gran estrella. Esa relativa tranquilidad se rompe cuando uno de los “paquetes” que reciben es un hombre que -aunque inconsciente- sigue con vida cuando acuden a recogerlo en la playa junto con otros dos cuerpos. Ellos saben que todo el que llega hasta allí por ese camino está destinado a la tierra, pero oficiar de sepulturero y de verdugo son dos tareas muy diferentes, obligándolos a preguntarse por primera vez qué es lo que están haciendo en ese lugar. En la narración de Matar a un Muerto, la dictadura y la muerte que acarrea están suspendidas en el aire como algo de lo que no se debe hablar, pero con lo que hay que convivir y acostumbrarse para no tener que cargar con la responsabilidad de ser parte. También es algo que no puede sostenerse en el tiempo. Alguna vez se tiene que romper ese delicado equilibrio entre ver y no ver, esa idea algo orwelliana que permite separar un acto de su significado porque simplemente es el deber, algo que hay que hacer y no tiene sentido cuestionar o entender. Matar a un muerto Es en este limbo de vegetación espesa donde los protagonistas pierden todo marco de referencia, dudando incluso por momentos de sus creencias y de lo que perciben sus sentidos. Como público también tenemos que conformarnos con la poca información que nos van dando, e ir completando los huecos para tratar de entender quiénes son y qué hacen, porque nada de lo que pretenden contar está subrayado, quizás porque prefieren plantear preguntas antes que respuestas. Ante esta propuesta a primera vista simple, el éxito o fracaso de Matar a un Muerto recae sobre todo en la potencia de sus personajes, en los tres hombres que estarán todo el tiempo en el centro de la escena mientras pretenden descubrir su lugar en este mundo y el camino que les espera hacia adelante. Es especialmente sólida la química entre los dos actores paraguayos (Ever Enciso y Aníbal Ortiz) para retratar esa relación que es a la vez áspera pero algo filiar, cada cual buscando mostrarse más fuerte de lo que realmente se siente, especialmente ante la llegada del prisionero (Jorge Román,protagonista de la serie Monzón), quien con su voluntad de sobrevivir a la circunstancia extrema donde se encuentra desestabiliza la mecánica, insertando un dilema moral para el que no estaban preparados. Resulta en un relato muy personal que se esfuerza por dejar de lado lo panfletario, con el que es fácil de conectar más allá del contexto histórico particular.
Profano y sagrado, casi lo mismo Si hubo un descubrimiento arqueológico durante el siglo pasado que interesó a estudiosos de distintos orígenes y religiones, son los rollos encontrados en la zona del Mar Muerto, enterrados en vasijas que fueron fechadas hace casi dos mil años, por lo que se consideran los primeros textos del cristianismo y predecesores de todos los textos considerados sagrados por la gente que sigue esta religión. La historia no es muy conocida para el público general, salvo que fueran lectores de la revista Muy Interesante en los 80s. Aún menos conocido es el hecho de que la persona encargada de la curaduríadel museo que los alberga, es un antropólogo nacido en el barrio porteño de Paternal. Y tiene mucho sentido: después de todo, el rabino Adolfo Roitman dedicó su vida al estudio de los orígenes históricos de las religiones, especialmente las tres grandes monoteístas que surgieron en las cercanías de la región donde fueron encontrados los rollos. Pero su viaje empieza mucho más cerca, en las calles de su Paternal natal, donde además de revivir historias de infancia en algunos lugares que ya no existen, aprovecha a indagar sobre otra de sus pasiones y el misterioso poder que tiene entre sus seguidores, al punto que logra que lo consideren poco menos que otra religión: el fútbol. Oportunamente es en ese mismo barrio donde tuvo sus orígenes el mayor profeta de esa fe pagana, dándole el pie a Roitman para hablar del deporte que tanto lo apasiona y del club del que es hincha, antes de embarcarse hacia su nueva tierra adoptiva para desandar el camino que hicieron los rollos desde que fueron descubiertos a mediados del siglo veinte, hasta llegar a ser su responsabilidad; pasando en el medio por varias manos con distintos intereses en mente. En su sinuoso camino que recorre temas a primera vista desconectados, lo que sostiene a este documental es sin duda el gran carisma de su protagonista, capaz de sacarle lo solemne a lo académico y hablar con familiaridad de temas por los que la humanidad siempre encuentra útiles matarse unos a otros. El rabino Roitman trata con tanto respeto a las tradiciones cristianas y musulmanas como a la suya propia, claramente empecinado en difundir las grandes similitudes entre todas ellas, para sobreponerlas a las diferencias que habitualmente llevan al conflicto. Menos evidente es su idea de conectar todo esto con el fútbol y los templos modernos que son sus estadios, pero aunque no esté desarrollada en este documental, quedan indicios de que es una idea que el erudito tiene mucho más estudiada que lo que se ve en la pantalla. Hace que la primera mitad de Paternal resulte bastante menos interesante que cuando se dedica realmente a contar y mostrar la historia de los rollos, rescatando del olvido al grupo de personas fuertemente religiosas que decidieron alejarse de los centros urbanos para preservar sus creencias y modo de vida tradicional, algo que no deja de tener actualidad.
High Life: desechos En un punto indefinido del tiempo y el espacio, una caja flota camino a un agujero negro. Monte (Robert Pattinson) es su único pasajero. O casi, porque lo acompaña una bebé a la que cuida con más apatía que cariño. No fue así como empezó este viaje de destino y finalidad inciertos, sino con una tripulación entera de rechazados por la sociedad, condenados por los peores crímenes, a quienes se les dio una alternativa de supuesta redención al participar en una misión de la que no se espera que vean el final ni siquiera si tienen éxito. Encerrados en un nada elegante contenedor disparado al vacío, sin disciplina ni liderazgo claro más que el que parece ejercer la médica del grupo (Juliette Binoche), todo se presenta más como un experimento social al estilo de Das Experiment, y no tanto como una misión científica buscando -al mismo tiempo- estudiar un agujero negro y las posibilidades de llevar a buen término un embarazo, dejando como fruto un bebé saludable que sobreviva a las extremas condiciones de vivir en el espacio. Abandonados a su suerte, desconectados de la Tierra, y sin muchos motivos para siquiera esforzarse en la supervivencia, la rutina de este grupo de cobayos solo tiene las drogas y el uso de una máquina sexual para hacer más llevadera su existencia. Distracciones que postergan el inevitable espiral hacia la violencia y la desesperación al que parecen destinados, sabiendo desde un principio que solo queda un superviviente. No hay mayores complementos a la narración de High Life, dedicada más que nada a la construcción de climas para explorar las distintas variantes de miedo, culpa y locura que acarrea consigo cada personaje, a quienes presenta pero de los que no sabremos prácticamente nada, ni de su pasado ni de su presente, en este limbo de lata. Todo lo que vemos en High Life se ve barato, como solía ser el cine de ciencia ficción en los 60s o 70s, y que a la distancia nos causa un poco de gracia. Puede tomarse como una excusa para ahorrarse efectos especiales, pero también es parte de una propuesta que remarca todo el tiempo que a nadie le interesa mucho esta tripulación, no se merecen ni siquiera las mínimas comodidades para sobrellevar un viaje que no deja de ser parte de su condena por los crímenes cometidos. Hasta que alguien encontró una forma de sacarles mejor utilidad que mantenerlos en una jaula por el resto de sus vidas, condenándolos a muerte pero con fecha diferida y disimuladamente. El problema es que nosotros como público no tenemos incentivos para no pensar lo mismo. Salvo por Monte, y unos pasos más atrás la doctora que los somete a experimentos reproductivos de muy dudosa ética, son todos tan cuadrados como la nave que habitan. Apenas están para comportarse erráticamente yprotagonizar abusos varios sin especial relevancia, sin provocar incomodidad con la dudosa pretensión de dotar al asesinato y la violación de algún valor reflexivo.
El sueño te alcanza Atrapada en un pequeño pueblo con una madre religiosa que a duras penas logra mantener en pie la granja donde viven, Violet (Elle Fanning) es muy tímida pero sueña con cantar y ser una estrella para lograr construirse una vida que le sea propia. A escondidas de una madre, quien necesita que trabaje para ayudar en la economía hogareña, consigue la ayuda de un cantante de ópera retirado para presentarse en Teen Spirit, popular programa de televisión que recorre el país buscando jóvenes talentos para hacerlos competir para el entretenimiento del público. Paso a paso y sin gran esfuerzo va superando cada etapa del programa, acercándose así a la fama. En este sueño idílico que alguien de Disney puede haber rechazado por empalagoso, todo se resuelve con mágica facilidad para Violet mientras asciende por un mundo donde la competencia y los intereses económicos parecen no existir. Su único obstáculo es la resistencia de su madre a aceptar que persiga una carrera artística, pero ella cambia de idea en minutos y la deja marcharse a otra ciudad con un hombre que acaban de conocer y del que no saben nada, salvo que presenta serios indicios de tener problemas con el alcohol. La reseña de esta película podría hacerse viendo únicamente el trailer, sin necesidad de invertir la hora y media que dura aunque se sientan como más de dos. Es así de chata y remanida como suena, sin ningún giro en la narración que vuelva interesantes a los personajes o que les ponga algún obstáculo en el camino. Eso en cuanto a los principales, porque el resto del elenco es parte de la ambientación: su banda, sus competidores, y hasta la gente que organiza el programa ni siquiera necesitan tener nombres y son irrelevantes en todo aspecto. Esto hace que la película sea poco más que una serie de videoclips intercalados con una trama que ni siquiera intenta contar nada. Y estoy siendo generoso, porque escarbar un poco en su discurso revela rápidamente que Alcanzando tu Sueño enarbola un personaje que no hace ningún esfuerzo por llegar a donde quiere, pero que igualmente logra imponerse por sobre otra gente que claramente dedicó mucho más tiempo y trabajo para ganarse ese lugar. Uno creería entonces que se debe a cuestiones extra artísticas como su imagen y popularidad, pero es algo que nunca se toca en esta historia donde hasta los ejecutivos parecen buena gente. Es la clase de películas adolescentes que una discográfica financia para impulsar o hasta inventar la carrera musical de su última estrellita manufacturada, pero ni siquiera parecería ser el caso de Alcanzando tu Sueño,porque aunque es la voz de Elle Fanning la que se escucha en la película, ella no ha dado señales de querer desviarse de su carrera como actriz.
Extremadamente cruel, malvado y perverso En la intimidad del hogar que comparte con su novia Liz (Lily Collins), Ted (Zac Efron) es un compañero cariñoso y atento, muy lejos de la imagen que pinta la policía al acusarlo de numerosos casos de asesinato, secuestro y violación. Después de la primera detención donde es reconocido por la víctima, comienzan a caer pedidos desde otros distritos donde se han cometido crímenes similares, adjudicados a un hombre que se asemeja a la descripción de Ted. Liz se resiste a creer que el hombre que ama pueda ser capaz de los horrendos actos de los que está acusado. Con la premisa de narrar la historia desde un punto de vista exterior, Ted Bundy: Durmiendo con el enemigo (Extremely Wicked, Shockingly Evil, and Vile) se basa en el libro escrito por la pareja del asesino donde relata sus vivencias del caso. Toma un punto de vista pocas veces explorado como es el de alguien cercano al asesino, quien además descree durante mucho tiempo de las acusaciones. No era la única persona inicialmente escéptica. El caso logró tanta repercusión no solo por lo violentos que fueron los ataques: también en parte por el gran carisma que desplegaba el acusado cada vez que tenía la oportunidad de hablar en público para declamar por su inocencia. Sin embargo, esta idea a primera vista interesante no se desarrolla por el camino que promete y sostiene siempre en el centro de la escena al asesino, sin profundizar mucho en los crímenes que comete pero tampoco en cómo afecta a su entorno todo el largo proceso judicial que fue transmitido por televisión y se convirtió en un espectáculo del que todos querían estar al tanto. Con su largo historial de documentales a cuestas, el director Joe Berlinger (Book of Shadows: Blair Witch 2) no logra despegarse de la reconstrucción histórica a la que está acostumbrado, copiando literalmente varios documentos periodísticos para construir una película que no vá más allá de ser una recreación, sin mucho de lo que hablar más que mostrar una serie de situaciones. Por momentos parece tener la voluntad de construir personajes e interesarse por lo que sucede en su interior, pero contradictoriamente al mismo tiempo se ata con rigidez a mostrar solo datos sacados de información periodística o policial. Todo ese extra que podría haberla convertido en una película con algo de contenido, queda apenas bocetado. Aunque esté basado en hechos reales, se supone que el cine narrativo tiene algo más para contar por fuera de recrear fielmente una época o imitar personajes para lograr que se vean como los reales. Ted Bundy: Durmiendo con el enemigo se mantiene a caballo entre ficción y documental sin llegar a ser ninguno de los dos, ni proponer una tercera opción alternativa que conjugue lo mejor de ambos mundos.
Sin deuda no hay proyectos El rabino Aarón es un hombre ambicioso, de sueños grandes. Está dispuesto a dejar todo por hacer crecer el templo y las tareas sociales que lo rodean, en parte porque siente que su mentor le dejó unos zapatos muy grandes para llenar cuando quedó a cargo de liderar su comunidad y todo lo que eso representa. Con esta meta se embarcó en un gran proyecto de renovación y ampliación del edificio. Un sueño solo alcanzable tomando una deuda importante con un financista, quien a pesar de haberle prometido ser flexible para renegociar cuando llegara el momento, al acercarse la fecha del vencimiento reclama cobrar el monto completo sin dejar margen para demoras, porque la situación económica ya no es la misma que cuando hicieron el acuerdo. Con la misma crisis como excusa, los donantes habituales han dejado de aportar y el rabino no ve forma alguna de evitar que el edificio del templo sea ejecutado como garantía de la deuda. Cuando ya está desesperado y a punto de rendirse, un amigo le acerca un plan bastante improbable pero que es su última carta para jugar: contactarlo con una comunidad judía en Taiwán que según él es muy adinerada, gente que sería capaz de ayudarlo a juntar esa gran suma rápidamente. Sin perder tiempo se embarca en un viaje al otro lado del mundo, desde donde se ve forzado a poner en perspectiva muchas de las acciones que la llevaron a ese punto, especialmente las que le hicieron descuidar a su familia. Sentarse más arriba que el mimbre Con casi todo el peso dramático sobre sus hombros, y un elenco de secundarios que apenas se desarrollan porque están para apuntalarlo, si hay algo que sostiene a Shalom Taiwan es su carismático protagonista; el optimismo y la pasión del rabino Aarón (Fabián Rosenthal) alcanza para sostener una trama bastante sencilla que alterna entre la comedia familiar y el panfleto turístico mostrando las postales de Taiwan, mientras se dirige a encontrarse con sus posibles benefactores. Sin muchas vueltas narrativas ni pretensiones visuales, esta «Luna de Avellaneda kosher», con choque cultural incluido, resulta divertida de un modo bastante tierno y familiar, pero por sobre todo neutro e incapaz de molestar a nadie. El conflicto externo se va desarrollando prácticamente solo, empujado por la inercia mientras progresa el interno, el que verdaderamente termina importando al personaje como para que se replantee sus prioridades en la vida cuando todo eventualmente lo sobrepasa. Lo que le juega un poco en contra aShalom Taiwan más allá de su simplicidad, es que en cierto punto se siente fragmentada, poco cohesionada entre lo que sucede en Asia y lo que vemos de Buenos Aires. Parece tener muchas cosas para decir, pero ninguna intención de profundizar en alguna; la mayoría pasan de largo insinuando potencialidades que no van más lejos que eso.
Honeypot Bajo recomendación de uno de sus contactos, un cazatalentos francés descubre en el mercado soviético a una joven de belleza impactante que sería una recluta prometedora para su agencia de modelos. La convence de viajar con él a París para iniciar una nueva carrera explotando su imagen. Desconoce que París es justamente la ciudad donde la KGB necesita que ella esté asentada con una pantalla legítima, fundamental para llevar a cabo las misiones que le ordenan sin llamar la atención de las agencias enemigas. También explotando su imagen. Nunca hasta ese día la vida de Anna fue fácil, cómoda ni segura. Incluso desde mucho antes de que se viera forzada a convertirse en espía. Pero su primera misión en el extranjero la pone en el radar de la CIA en un terreno donde sus jefes tienen limitado margen para protegerla o controlarla con la rigidez que deberían, sabiendo que es una agente que no está con ellos por convicción o patriotismo sino porque no tiene otras opciones. Tiene nombre pero poco sentido La narración de Anna: El Peligro tiene nombre se sostiene sobre repetidos saltos temporales, los cuales van completando la información que hasta entonces se dejó fuera de nuestro conocimiento para forzar una sorpresa o al menos algo de misterio. Y muchas veces donde no lo hay o incluso no hace falta. El resultado son dos horas de película que parecen tres, con giros de guion forzados, poblada de varios personajes que son prácticamente caricaturas presentadas demasiado en serio como para interpretar que hay una voluntad cómica detrás. Una vez más, Luc Besson vuelve a la idea de una asesina de talento natural reclutada a la fuerza y entrenada para servir a unos intereses que no son realmente los suyos, porque en el fondo lo único con lo que sueña es con una libertad que no tuvo en su vida. Si suena demasiado parecido aNikita no es accidente, pero al menos en aquél caso había cierto nivel de ridículo bien llevado que la hacía interesante. En Anna: El Peligro tiene Nombrenada de lo que se ve ridículo deja la idea de ser intencional, desde los personajes estereotipados que hablan con un acento que le da la razón a los creadores de la miniserie Chernobyl, hasta una trama que no tiene nada de compleja pero que es retorcida una y otra vez para simular serlo. Cada flashback parece puesto para subestimar a su público y explicarle cada revelación dos veces, por si no entendió la primera. Solo una de las actuaciones resulta medianamente interesante y es la de Helen Mirren, justamente porque parece estar todo el tiempo riéndose del hecho de que es la única que entendió lo absurdo de lo que tiene que hacer. En cambio la protagonista hace bien su parte de actuar como supermodelo, manteniendo un gesto imperturbable cada vez que aparece en plano. Un trabajo que seguramente el director eligió que sería bueno como pantalla de la asesina porque le facilitaría buscar excusas para mostrarla semi desnuda todas las veces que fuera posible. En general hay dos clases de películas de espionaje efectivas: las que tienen muchas y buenas escenas de acción, y las que presentan una trama atrapante que sostiene al publico intrigado por lo que va a suceder después.Anna: El Peligro tiene Nombreintenta ser un poco de ambas, pero con una única escena de acción interesante y una historia básica que es previsible a pesar de que la retuerzan varias veces. No logra ser ninguna de las dos.