Después de su momento de fama tras salvar al mundo en 1984, los Cazafantasmas de Nueva York han sido olvidados. Solo uno de ellos ha continuado su misión todos estos años, ignorado y desprestigiado. Mientras tanto, en Chicago, Callie (Carrie Coon) es desalojada del departamento donde vive con su familia y no tiene más elección que mudarse a la granja de su recientemente fallecido padre, un hombre que la abandonó cuando era una niña y por quien no guarda ningún cariño. Arrastra con ella a su hija Phoebe (Mckenna Grace) de 12 años y a Trevor (Finn Wolfhard) de 15, quienes además de adaptarse al brusco cambio de vida que implica mudarse al pequeño pueblo rural, poco a poco irán descubriendo el legado de ese abuelo al que nunca conocieron y que Callie es tan reticente a recordar. Buscar Alta Peli CRÍTICASGhostbusters: El Legado (REVIEW) por Matías Seoane publicada el 18/11/2021 Ghostbusters: El Legado, cuando la melancolía no es solo pintura. Crítica sin Spoilers Después de su momento de fama tras salvar al mundo en 1984, los Cazafantasmas de Nueva York han sido olvidados. Solo uno de ellos ha continuado su misión todos estos años, ignorado y desprestigiado. Mientras tanto, en Chicago, Callie (Carrie Coon) es desalojada del departamento donde vive con su familia y no tiene más elección que mudarse a la granja de su recientemente fallecido padre, un hombre que la abandonó cuando era una niña y por quien no guarda ningún cariño. Arrastra con ella a su hija Phoebe (Mckenna Grace) de 12 años y a Trevor (Finn Wolfhard) de 15, quienes además de adaptarse al brusco cambio de vida que implica mudarse al pequeño pueblo rural, poco a poco irán descubriendo el legado de ese abuelo al que nunca conocieron y que Callie es tan reticente a recordar. No tienen demasiado tiempo: el apocalipsis al que él dedicó su vida en investigar está llegando, y será misión de ellos detenerlo. Ghostbusters: El Legado dentro y fuera de la pantalla A diferencia de la película anterior de la franquicia, la cual pretendía reiniciar el universo contando una historia muy similar con un nuevo elenco, Ghostbusters: El Legado es una secuela directa de las películas originales, retomando más de treinta después la trama iniciada en 1984, intentando mantener muchas de las cosas que volvieron icónicos a esos films. Y aunque Ghostbusters: El Legado le allana un poco el camino al público nuevo, también decide no volver a explicar cada detalle salvo que sea central a la nueva historia, confiando en que cualquiera que decida verla tiene al menos un conocimiento básico de este universo. O, en su defecto, que cuando termine de ver Ghostbusters: El Legado saldrá con ganas de ir a ver las películas de los 80s para completar los huecos. No todo en el guion de Buscar Alta Peli CRÍTICASGhostbusters: El Legado (REVIEW) por Matías Seoane publicada el 18/11/2021 Ghostbusters: El Legado, cuando la melancolía no es solo pintura. Crítica sin Spoilers Después de su momento de fama tras salvar al mundo en 1984, los Cazafantasmas de Nueva York han sido olvidados. Solo uno de ellos ha continuado su misión todos estos años, ignorado y desprestigiado. Mientras tanto, en Chicago, Callie (Carrie Coon) es desalojada del departamento donde vive con su familia y no tiene más elección que mudarse a la granja de su recientemente fallecido padre, un hombre que la abandonó cuando era una niña y por quien no guarda ningún cariño. Arrastra con ella a su hija Phoebe (Mckenna Grace) de 12 años y a Trevor (Finn Wolfhard) de 15, quienes además de adaptarse al brusco cambio de vida que implica mudarse al pequeño pueblo rural, poco a poco irán descubriendo el legado de ese abuelo al que nunca conocieron y que Callie es tan reticente a recordar. No tienen demasiado tiempo: el apocalipsis al que él dedicó su vida en investigar está llegando, y será misión de ellos detenerlo. Ghostbusters: El Legado dentro y fuera de la pantalla A diferencia de la película anterior de la franquicia, la cual pretendía reiniciar el universo contando una historia muy similar con un nuevo elenco, Ghostbusters: El Legado es una secuela directa de las películas originales, retomando más de treinta después la trama iniciada en 1984, intentando mantener muchas de las cosas que volvieron icónicos a esos films. Y aunque Ghostbusters: El Legado le allana un poco el camino al público nuevo, también decide no volver a explicar cada detalle salvo que sea central a la nueva historia, confiando en que cualquiera que decida verla tiene al menos un conocimiento básico de este universo. O, en su defecto, que cuando termine de ver Ghostbusters: El Legado saldrá con ganas de ir a ver las películas de los 80s para completar los huecos. No todo en el guion de Ghostbusters: El Legado (Ghostbusters: Afterlife) tiene perfecto sentido ni cierra a prueba de agua; la nostalgia y la búsqueda de emotividad a veces (pocas) estorba en la narración y la fuerzan a tomar giros que quizás era más natural evitar. Rara vez le exigimos tanto a una comedia de aventuras apuntada al público juvenil, pero un par de abusos de las coincidencias se hacen notorios y algunas escenas o personajes sin una función clara en el esquema general distraen del foco, sin aportar nada realmente interesante. Phoebe y su compañero de curso, Podcast (Logan Kim), son más que suficientes para llevar adelante la trama y lo hacen sin necesitar ayuda; tienen tanto carisma y buena química entre ambos que solo resaltan lo anecdótica que es la presencia de su hermano Trevor y todo su arco adolescente paralelo. Quizás existía la obligación de meter una cara famosa en el elenco que sumara en el poster, aunque ni el personaje ni el actor tuvieran mucho para aportar; tal vez fue forzado en la trama para que Ghostbusters: El Legado no se confunda con una película “completamente infantil”, como si eso fuera algo terrible. Buscar Alta Peli CRÍTICASGhostbusters: El Legado (REVIEW) por Matías Seoane publicada el 18/11/2021 Ghostbusters: El Legado, cuando la melancolía no es solo pintura. Crítica sin Spoilers Después de su momento de fama tras salvar al mundo en 1984, los Cazafantasmas de Nueva York han sido olvidados. Solo uno de ellos ha continuado su misión todos estos años, ignorado y desprestigiado. Mientras tanto, en Chicago, Callie (Carrie Coon) es desalojada del departamento donde vive con su familia y no tiene más elección que mudarse a la granja de su recientemente fallecido padre, un hombre que la abandonó cuando era una niña y por quien no guarda ningún cariño. Arrastra con ella a su hija Phoebe (Mckenna Grace) de 12 años y a Trevor (Finn Wolfhard) de 15, quienes además de adaptarse al brusco cambio de vida que implica mudarse al pequeño pueblo rural, poco a poco irán descubriendo el legado de ese abuelo al que nunca conocieron y que Callie es tan reticente a recordar. No tienen demasiado tiempo: el apocalipsis al que él dedicó su vida en investigar está llegando, y será misión de ellos detenerlo. Ghostbusters: El Legado dentro y fuera de la pantalla A diferencia de la película anterior de la franquicia, la cual pretendía reiniciar el universo contando una historia muy similar con un nuevo elenco, Ghostbusters: El Legado es una secuela directa de las películas originales, retomando más de treinta después la trama iniciada en 1984, intentando mantener muchas de las cosas que volvieron icónicos a esos films. Y aunque Ghostbusters: El Legado le allana un poco el camino al público nuevo, también decide no volver a explicar cada detalle salvo que sea central a la nueva historia, confiando en que cualquiera que decida verla tiene al menos un conocimiento básico de este universo. O, en su defecto, que cuando termine de ver Ghostbusters: El Legado saldrá con ganas de ir a ver las películas de los 80s para completar los huecos. No todo en el guion de Ghostbusters: El Legado (Ghostbusters: Afterlife) tiene perfecto sentido ni cierra a prueba de agua; la nostalgia y la búsqueda de emotividad a veces (pocas) estorba en la narración y la fuerzan a tomar giros que quizás era más natural evitar. Rara vez le exigimos tanto a una comedia de aventuras apuntada al público juvenil, pero un par de abusos de las coincidencias se hacen notorios y algunas escenas o personajes sin una función clara en el esquema general distraen del foco, sin aportar nada realmente interesante. Phoebe y su compañero de curso, Podcast (Logan Kim), son más que suficientes para llevar adelante la trama y lo hacen sin necesitar ayuda; tienen tanto carisma y buena química entre ambos que solo resaltan lo anecdótica que es la presencia de su hermano Trevor y todo su arco adolescente paralelo. Quizás existía la obligación de meter una cara famosa en el elenco que sumara en el poster, aunque ni el personaje ni el actor tuvieran mucho para aportar; tal vez fue forzado en la trama para que Ghostbusters: El Legado no se confunda con una película “completamente infantil”, como si eso fuera algo terrible. Si hay algo que se extraña en esta nueva entrega es esa pátina de terror inocente que solían tener las películas de los 80s, algo que en esta nueva entrega más apuntada a la acción y la aventura se encuentra prácticamente ausente. En estos años nos cansamos de ver estrellarse remakes, reboots y secuelas sin alma de películas exitosas impulsadas por estudios buscando un cheque que consideraban seguro (incluso esta franquicia ya pasó por eso) por lo que no era demasiado cínico esperar que Ghostbusters: El Legado corriera la misma suerte. Pero es una de esas pocas veces en que la nostalgia se siente genuina y con un gran amor por el producto original al que está haciendo referencia, logrando que todos los cambios que necesitan hacerse para esta nueva película se sientan orgánicos. Hay una razón bastante obvia para ello: el director Jason Reitman es el hijo de Ivan Reitman (director de las películas de los ´80s y productor de la actual). Alcanza con escucharlo relatar alguna de sus visitas al set siendo un niño, para comprender que con Ghostbusters: El Legado está contando una historia que le es muy personal y querida. Todos nosotros soñamos de niños con ver de cerca una mochila de protones y una trampa para fantasmas; él pudo darse el gusto. Admito que lo odio por eso, pero le agradezco que con Ghostbusters: El Legado me hiciera sentir un poco como cuando tenía 12 años.
Wes Anderson y la nostalgia por el periodismo. El editor Arthur Howitzer, Jr (Bill Murray) ha fallecido sorpresivamente, por lo que el plantel de La Crónica Francesa (The French Dispatch) se reúne para escribir en colaboración su obituario y recordar a su querido editor. Crítica de La Crónica Francesa - The French Dispatch Nacido originariamente en Kansas, Arthur Howitzer, Jr. se instaló en Francia y reunió a los mejores escritores estadounidenses que pudo encontrar viviendo en ese país para sumarlos a su nuevo proyecto: una revista escrita en Francia pero pensada para el público de su país de origen. Según sus instrucciones, el número de La Crónica Francesa que publique su obituario será también el último en llegar al público, por lo que la gente que trabajó con él durante sus últimos años se prepara para la edición final de la revista y recordar historias compartidas. Reflejando la estructura de la revista ficticia, La Crónica Francesa salta a la pantalla con cuatro historias narradas como artículos de la publicación impresa. Comienza con un fragmento del obituario y continúan con Cycling Reporter, un recorrido en bicicleta por las zonas más sórdidas de la ciudad de Ennui-sur-Blasé con la voz del cronista de viajes Herbsaint Sazerac (Owen Wilson). Le siguen “La obra maestra concreta”, de la crítica de arte J.K.L. Berensen (Tilda Swinton), sobre un revolucionario artista preso por homicidio (Benicio del Toro) que produce su arte desde el encierro inspirado y vigilado por su musa Simone (Léa Seydoux); y luego “Revisiones de un manifiesto”, de Lucinda Krementz (Frances McDormand), una solitaria ensayista que se involucra más de lo habitual en su crónica desde las barricadas durante las revueltas estudiantiles lideradas por la pareja de adolescentes compuesta por Zeffirelli (Timothée Chalamet) y Juliette (Lyna Khoudri). Del cierre se encarga “El comedor privado del comisario de policía”, de Roebuck Wright (Jeffrey Wright), un artículo que debía ser una crítica gastronómica sobre un particular cheff de la policía pero que termina implicando a su autor en el caso policial más importante de su época. La Crónica Francesa del Liberty Kansas Evening Sun La nueva película de Wes Anderson (El gran hotel Budapest, Isla de Perros) es un confeso homenaje del director a una versión del mundo de la prensa escrita que hoy se encuentra prácticamente extinto: el que no corre detrás de la novedad del último minuto por un click, el que se dedica pacientemente a redactar largos y pensados artículos con el potencial de volverse atemporales. El acercamiento que hace a este mundo da por resultado una propuesta algo abrumadora, no porque las historias que narra sean complejas en sí mismas, sino porque nos llegan a través de oleadas continuas de detalles sonoros y visuales que van construyendo tanto a los personajes como al clima general de La Crónica Francesa. Ellos son el verdadero centro de la película y lo que nos mantendrá atrapados más que la curiosidad de saber cómo se resuelve cada historia. La Crónica Francesa es una película que pide ser disfrutada en cada detalle antes que entendida. Desesperarse por seguir el ritmo será frustrante y contraproducente. A primera vista esto parece algo negativo, pero claramente no es un error involuntario sino una búsqueda diseñada que forma parte del concepto de la obra: al igual que los artículos y revistas que homenajea el director, cada fragmento de La Crónica Francesa está presentado de forma tal que no solo permite la relectura sino que la incentiva y hasta la vuelve obligatoria para poder abarcar la película en su total magnitud. Como esas revistas que Anderson ama, La Crónica Francesa parece creada para ser vista varias veces, encontrando nuevos detalles en cada nueva visita que le sumará profundidad. Como suele ser el sello de autor de Anderson, cada plano es un cuadro de estética cuidada cargado de detalles seleccionados en función de un concepto. Desde la continua voz en off que narra lo que vemos como si estuviera leyendo el artículo mismo en la publicación impresa de La Crónica Francesa, al intercalado de ilustraciones y viñetas o la estratégica ubicación de los subtítulos en inglés cada vez que algún personaje habla en francés, todo en La Crónica Francesa parece tener la voluntad de borrar los límites que separan a la película de la revista que retrata y el mundo que homenajea. Semejante flujo de información permanente es ya de por sí desafiante, pero quizás se vuelva incluso agobiante para quienes dependan de los subtítulos en castellano para poder seguir el ritmo de los diálogos. Sobrepasado ese potencial escollo, La Crónica Francesa ofrece un largo elenco de caras reconocibles encarnando un repertorio de personajes carismáticos que con pequeñas participaciones van poblando las extrañas situaciones que todo el tiempo empujan los límites del verosímil, con un nivel de humor que no necesita ser subrayado y que busca más la sonrisa continua que la carcajada explosiva. Todo con el habitual tono preciso pero juguetón característico del director, quien logra que muchas de las escenas de La Crónica Francesa se vean tan absurdas y caóticas como cuidadosamente planeadas el milímetro. A esta altura de su carrera, ya entendimos que Wes Anderson está en esa selecta lista (más breve aún si la reducimos a quienes siguen en actividad) de autores de cine que es prácticamente imposible de recomendarle a todos: quienes lo amen y quienes lo odien tienen argumentos válidos para hacerlo. La Crónica Francesa (The French Dispatch) no escapa a esa lógica.
Ilse Fuskova, fundadora de una militancia. Cumpliendo los 90 años de edad, la artista y militante Ilse Fuskova se presta a un repaso sobre su agitada vida, que la llevó a convertirse en referente fundamental de la militancia feminista y lésbica argentina. Nacida en 1929 en una familia de clase media que emigró a la Argentina desde Alemania y Hungría, de joven Ilse Fuskova tuvo algunas facilidades para ser lo que pretendiera ser. Conoció algo del mundo viajando como azafata en una época donde los viajes en avión eran mucho más largos y pudo contar sus experiencias trabajando como periodista y escritora, antes de descubrir su interés por la fotografía. Buscar Alta Peli CRÍTICASIlse Fuskova (REVIEW) por Matías Seoane publicada el 11/11/2021 Ilse Fuskova, fundadora de una militancia. Cumpliendo los 90 años de edad, la artista y militante Ilse Fuskova se presta a un repaso sobre su agitada vida, que la llevó a convertirse en referente fundamental de la militancia feminista y lésbica argentina. Nacida en 1929 en una familia de clase media que emigró a la Argentina desde Alemania y Hungría, de joven Ilse Fuskova tuvo algunas facilidades para ser lo que pretendiera ser. Conoció algo del mundo viajando como azafata en una época donde los viajes en avión eran mucho más largos y pudo contar sus experiencias trabajando como periodista y escritora, antes de descubrir su interés por la fotografía. Tal como se esperaba de ella, se casó y tuvo tres hijos, pero descubrir la militancia feminista fue también descubrir una parte de sí que tenía negada. Rechazada por su familia, Ilse Fuskova se concentró en el arte y el activismo en tiempos en que el país aún se encontraba concentrado en reacomodar su sistema democrático, con resabios autoritarios y violentos muy presentes en la sociedad de forma nada disimulada. Una violencia que se volvió aún más explícita cuando eventualmente se reconoció públicamente lesbiana ante las cámaras de televisión, convirtiéndose en uno de los referentes más visibles del movimiento. Buscar Alta Peli CRÍTICASIlse Fuskova (REVIEW) por Matías Seoane publicada el 11/11/2021 Ilse Fuskova, fundadora de una militancia. Cumpliendo los 90 años de edad, la artista y militante Ilse Fuskova se presta a un repaso sobre su agitada vida, que la llevó a convertirse en referente fundamental de la militancia feminista y lésbica argentina. Nacida en 1929 en una familia de clase media que emigró a la Argentina desde Alemania y Hungría, de joven Ilse Fuskova tuvo algunas facilidades para ser lo que pretendiera ser. Conoció algo del mundo viajando como azafata en una época donde los viajes en avión eran mucho más largos y pudo contar sus experiencias trabajando como periodista y escritora, antes de descubrir su interés por la fotografía. Tal como se esperaba de ella, se casó y tuvo tres hijos, pero descubrir la militancia feminista fue también descubrir una parte de sí que tenía negada. Rechazada por su familia, Ilse Fuskova se concentró en el arte y el activismo en tiempos en que el país aún se encontraba concentrado en reacomodar su sistema democrático, con resabios autoritarios y violentos muy presentes en la sociedad de forma nada disimulada. Una violencia que se volvió aún más explícita cuando eventualmente se reconoció públicamente lesbiana ante las cámaras de televisión, convirtiéndose en uno de los referentes más visibles del movimiento. Ilse Fuskova Kornreich Wunche Dueña de un carisma y una energía envidiable a sus 90 años, en este documental co-dirigido por Liliana Furió (Tango Queerido) y Lucas Santa Ana (El puto inolvidable, Yo, adolescente), Ilse Fuskova narra con humor y lucidez sus historias en una serie de entrevistas combinadas con material de archivo, pero también se permite mostrar algunos fragmentos de su ser interior, de los sacrificios que hizo por convertirse en una persona pública y cómo decidió alejarse de ese lugar. La voz de la protagonista es complementada por la de gente que compartió su vida, su activismo o que se vio influenciada por ella, por lo que resulta no tanto una pieza informativa como sí un homenaje cargado de amor y admiración hacia una persona que supo ser el motor de un activismo que todavía estaba en formación y para el que no había todavía manuales de estilo. Un camino que la llevó a espantar a los ajenos pero también ganarse las críticas de parte del mismo colectivo que militaba a su lado, algunas veces por un comprensible temor ante las audaces ideas de Ilse. Buscar Alta Peli CRÍTICASIlse Fuskova (REVIEW) por Matías Seoane publicada el 11/11/2021 Ilse Fuskova, fundadora de una militancia. Cumpliendo los 90 años de edad, la artista y militante Ilse Fuskova se presta a un repaso sobre su agitada vida, que la llevó a convertirse en referente fundamental de la militancia feminista y lésbica argentina. Nacida en 1929 en una familia de clase media que emigró a la Argentina desde Alemania y Hungría, de joven Ilse Fuskova tuvo algunas facilidades para ser lo que pretendiera ser. Conoció algo del mundo viajando como azafata en una época donde los viajes en avión eran mucho más largos y pudo contar sus experiencias trabajando como periodista y escritora, antes de descubrir su interés por la fotografía. Tal como se esperaba de ella, se casó y tuvo tres hijos, pero descubrir la militancia feminista fue también descubrir una parte de sí que tenía negada. Rechazada por su familia, Ilse Fuskova se concentró en el arte y el activismo en tiempos en que el país aún se encontraba concentrado en reacomodar su sistema democrático, con resabios autoritarios y violentos muy presentes en la sociedad de forma nada disimulada. Una violencia que se volvió aún más explícita cuando eventualmente se reconoció públicamente lesbiana ante las cámaras de televisión, convirtiéndose en uno de los referentes más visibles del movimiento. Ilse Fuskova Kornreich Wunche Dueña de un carisma y una energía envidiable a sus 90 años, en este documental co-dirigido por Liliana Furió (Tango Queerido) y Lucas Santa Ana (El puto inolvidable, Yo, adolescente), Ilse Fuskova narra con humor y lucidez sus historias en una serie de entrevistas combinadas con material de archivo, pero también se permite mostrar algunos fragmentos de su ser interior, de los sacrificios que hizo por convertirse en una persona pública y cómo decidió alejarse de ese lugar. La voz de la protagonista es complementada por la de gente que compartió su vida, su activismo o que se vio influenciada por ella, por lo que resulta no tanto una pieza informativa como sí un homenaje cargado de amor y admiración hacia una persona que supo ser el motor de un activismo que todavía estaba en formación y para el que no había todavía manuales de estilo. Un camino que la llevó a espantar a los ajenos pero también ganarse las críticas de parte del mismo colectivo que militaba a su lado, algunas veces por un comprensible temor ante las audaces ideas de Ilse. La propuesta que rodea y da forma a las entrevistas es simple pero efectiva: entrevistas a cámara fija donde cada persona convocada se dedica a contar su parte de la historia, todo conectado por un montaje clásico que no intenta sumar con la imagen mucho más a lo dicho con palabras, las que difícilmente alcancen para resumir una vida tan activa como la de Ilse Fuskova en tan solo un rato.
Una joven pareja vive su rutina, agobiante pero por un tiempo soportable. No son lo que esperaban ser y tampoco lo que su entorno espera que sean. En esas grietas intentan encontrar su lugar, darle sentido a sus vidas y a lo que tienen alrededor. Llevan varios años juntos, comparten un hijo en común y una costumbre. Israel (Otto Jr.) y Laura (Carla Kinzo) parecen conversar de muchas cosas menos de lo que realmente les preocupa. Entre la apatía y la desconexión mutua se filtra la vida diaria, las responsabilidades y los mandatos familiares que nunca dejan de pretender salirse con la suya, una situación que solo parece encontrar un escape en la súbita desaparición de Laura. Buscar Alta Peli CRÍTICASDesterro (REVIEW) por Matías Seoane publicada el 10/11/2021 Desterro, la muerte que despabila. Crítica de spoiler imposible Una joven pareja vive su rutina, agobiante pero por un tiempo soportable. No son lo que esperaban ser y tampoco lo que su entorno espera que sean. En esas grietas intentan encontrar su lugar, darle sentido a sus vidas y a lo que tienen alrededor. Llevan varios años juntos, comparten un hijo en común y una costumbre. Israel (Otto Jr.) y Laura (Carla Kinzo) parecen conversar de muchas cosas menos de lo que realmente les preocupa. Entre la apatía y la desconexión mutua se filtra la vida diaria, las responsabilidades y los mandatos familiares que nunca dejan de pretender salirse con la suya, una situación que solo parece encontrar un escape en la súbita desaparición de Laura. La sinopsis de Desterro es tan irrelevante como difícil de poner en palabras, porque su propuesta no se trata de llegar desde un punto a otro a través de una secuencia de eventos como en el promedio de las películas, y hasta puede parecer “desordenada”. Desterro está separada en tres actos, cada uno con su característica: uno dedicado a Laura con un tono algo onírico, otro a Israel cargado de angustia frente a una situación inabarcable que lo sobrepasa, y uno compartido entre ambos, que con perspectiva y límites temporales difusos nos pone en situación respecto al clima de opresión general en el que viven. En cada una de estas partes cambia el punto de vista de la narración pero además no siguen un orden temporal lineal y estricto, situación que colabora para construir el clima que cada parte necesita. Buscar Alta Peli CRÍTICASDesterro (REVIEW) por Matías Seoane publicada el 10/11/2021 Desterro, la muerte que despabila. Crítica de spoiler imposible Una joven pareja vive su rutina, agobiante pero por un tiempo soportable. No son lo que esperaban ser y tampoco lo que su entorno espera que sean. En esas grietas intentan encontrar su lugar, darle sentido a sus vidas y a lo que tienen alrededor. Llevan varios años juntos, comparten un hijo en común y una costumbre. Israel (Otto Jr.) y Laura (Carla Kinzo) parecen conversar de muchas cosas menos de lo que realmente les preocupa. Entre la apatía y la desconexión mutua se filtra la vida diaria, las responsabilidades y los mandatos familiares que nunca dejan de pretender salirse con la suya, una situación que solo parece encontrar un escape en la súbita desaparición de Laura. La sinopsis de Desterro es tan irrelevante como difícil de poner en palabras, porque su propuesta no se trata de llegar desde un punto a otro a través de una secuencia de eventos como en el promedio de las películas, y hasta puede parecer “desordenada”. Desterro está separada en tres actos, cada uno con su característica: uno dedicado a Laura con un tono algo onírico, otro a Israel cargado de angustia frente a una situación inabarcable que lo sobrepasa, y uno compartido entre ambos, que con perspectiva y límites temporales difusos nos pone en situación respecto al clima de opresión general en el que viven. En cada una de estas partes cambia el punto de vista de la narración pero además no siguen un orden temporal lineal y estricto, situación que colabora para construir el clima que cada parte necesita. Dentro de esa estructura, los eventos en sí nunca son tan importantes como la forma en que son narrados o los efectos que buscan provocar en el público. Con estos fragmentos de la vida de Laura e Israel, la directora Maria Clara Escobar se dedica a construir climas que hablan mucho más que las líneas de diálogo recitadas. Por eso Israel y Laura no hablan de ellos ni de lo que les preocupa; siguen adelante hasta que Laura toma el valor de hacer lo que siente que necesita y sacudir esa jaula donde comparten cautiverio. Planeada o no, es una acción tan drástica que desequilibra definitivamente el microcosmos de la pareja y abre la puerta para que cada cual se replantee su presente. Cómo lo harán y si deciden hacerlo ya es algo que dependerá de cada uno de ellos, porque tienen búsquedas personales diferentes que enfrentar y es un camino que nadie más puede indicarles cómo seguir. Esta es una experiencia compleja de interpretar racionalmente y aún más de poner en palabras, porque Desterro apela antes que nada a las emociones para transmitir lo que pretende decir y logra que una charla trivial y rutinaria entre dos personas refleje lo que hay por debajo, lo que no pueden decirse en voz alta ni a sí mismos.
Cuando la humanidad estaba dando apenas sus primeros pasos, un grupo de enviados intergalácticos llegaron a la Tierra para ser sus guías y protectores frente a la implacable amenaza de los Deviants, criaturas monstruosas dedicadas a consumir todo lo que encuentren a su paso. Bajo las órdenes del celestial Arishem, los diez Eternals protegieron a la humanidad y colaboraron en su progreso, pero con la orden estricta de no intervenir en ninguno de sus conflictos internos. Esa misión, para algunos de ellos se fue volviendo cada vez más difícil de respetar, porque después de milenios viviendo entre humanos y formar parte fundamental de su historia, comenzaron a amarlos genuinamente. Ese es uno de los motivos por los que, cuando la amenaza Deviant parecía erradicada, la líder Ajak (Salma Hayek) liberó al resto de los Eternals para que salieran a vivir su propia vida hasta que recibieran el permiso de Arishem de regresar a su planeta. Y eso hicieron durante siglos, viendo crecer y evolucionar a la humanidad de formas majestuosas pero también horrendas, sin poder intervenir. El llamado a casa nunca llegó y por una buena razón: porque después de siglos de paz, Sersi (Gemma Chan) y Sprite (Lia McHugh) son emboscadas por un extraño Deviant que ni siquiera Ikaris (Richard Madden), el más poderoso guerrero del grupo, puede derrotar del todo. Sospechando que hay algo muy extraño detrás de este regreso, parten de inmediato a advertir de esta nueva amenaza al resto del grupo antes de que sea demasiado tarde. Eternals: diez orígenes sin remate A diferencia de otras historias de origen habituales, donde un personaje descubre o construye sus poderes y aprende a usarlos para convertirse en héroe, los Eternals son de la misma manera desde el primer momento que ponen un pie en la Tierra y combaten a sus primeros Deviants, son un grupo consolidado que se mueve con la coordinación de un aparato de relojería. Toda esta secuencia sirve para dar una idea general de las habilidades de cada uno de los Eternals, pero deja para más adelante sus personalidades, pues en el presente se encuentran separados sin que tengamos idea del por qué. Nunca es sencillo presentar a un nuevo personaje que encaje en esta continuidad perpetua que es la franquicia MCU, especialmente si no se conecta con algo o alguien ya establecido o tiene reconocimiento popular previo; dos cosas que no suceden con estos Eternals, quienes además se despegan de su contraparte comiquera en varios aspectos. Introducir en una sola película a una docena de ellos, entretejidos en una historia que recorre milenios, pretendiendo que cada cual tenga su propio desarrollo, es directamente inabarcable. Esa es la sensación que deja Eternals: la de una película que abre varios hilos con potencial pero que no puede llegar a profundizar mucho en ninguno. Al menos tiene el acierto de no pretender volver igualmente protagonista a todo el equipo y lo divide en varios estratos de relevancia. Mientras Sersi e Ikaris motorizan el conflicto principal en el presente, otros los rodean para darles apoyo y deja a un tercer grupo en los márgenes, dedicados a las escenas de acción y para pequeños arcos secundarios que a lo largo de varios flashbacks van relevando un poco de su historia previa, que a su vez está relacionada con el conflicto del presente. El pasado y el presente de los Eternals sigue estrechamente conectados; son varios de los conflictos entre ellos que no supieron resolver en el pasado, los que van a ocupar el centro de esta nueva historia, especialmente los referidos a sus diferentes perspectivas sobre la misión que les encomendó Arishem. Este enfoque, seguramente reflejo de la dirección de Chloé Zhao (Nomadland), hace que Eternals tenga una carga dramática y filosófica algo mayor que la mayoría de sus primas, sin dejar de ser un producto de entretenimiento donde el humor y la acción sacados del manual de estilo Disney-Marvel ocupan su buena porción del tiempo. Quizás por falta de espacio en pantalla o pericia en la marcación actoral (o simplemente en la elección del casting), varios de los personajes mantienen un tono algo extraño que bordea la continua apatía, incluso cuando se supone que están pasando por una situación emotiva, como si se les estuviera exigiendo más allá de su rango con indicaciones confusas. Los elencos del MCU no suelen destacarse por sus grandes dotes interpretativas, pero al menos sí suelen derrochar un carisma que compensa. Esto no es algo que suceda en Eternals, donde salvo por algunas honrosas (y temporarias) excepciones encuentra en las interpretaciones de su elenco algunos de sus puntos más flacos. La directora Chloé Zhao se propone tomarse más en serio algunas cuestiones dramáticas que siempre fueron el punto flojo de una franquicia más interesada en la pirotecnia, donde el sello autoral rara vez llega a notarse. No es el caso de Eternals, donde se nota su huella con una propuesta estética mucho más sintética y depurada que causa impacto más por su simpleza que por la habitual sobrecarga de elementos pero también con un mejor desarrollo de los conflictos internos de algunos personajes. Esta propuesta entra en la reducida lista de películas de Marvel (junto a Guardianes de la Galaxia, de James Gunn) donde queda la sensación de que no podría haber sido fácilmente dirigida por cualquier otra persona indistinta. Esto no es suficiente para decir que Eternals es una gran película ni para ignorar los varios problemas narrativos que acumula, sobre todo cuando se ve obligada a cerrar su historia y resuelve con desprolijidad; pero si fuera un tímido intento de responder a los pedidos de que se atrevan a romper un poco el molde de donde sacaron durante años más de una docena de películas indistinguibles, es algo que podría estar prometiendo un futuro interesante para esta franquicia que comienza a tirar olor a naftalina. Si en cambio fuera un intento de respuesta a la crítica de que no hacen «cine de verdad», es un punto que en el fondo ni a los fans ni a los anti le interesa mucho que cambie y sería bastante absurdo pretender ir por ese camino
Silencioso y malnutrido, Lucas Waver (Jeremy T. Thomas) muestra señales que muchos ignoran pero que no se escapan a la mirada de Julia (Keri Russell, de nuestra amada The Americans), su nueva maestra en la escuela: es evidente que algo malo sucede en su casa. Aunque se crio en este pequeño pueblo de Oregon, Julia escapó en cuanto pudo de su propio hogar abusivo y no volvió hasta después de la muerte de su padre. Aún la aquejan los traumáticos recuerdos de esos años, pero tomó un trabajo de maestra porque desea reconectar con su hermano Paul (Jesse Plemons), hoy el sheriff del pueblo, pero a quien por momentos Julia aún ve como a ese niño al que en su desesperación abandonó con un padre violento. Pasaron veinte años desde que Julia escapó de su casa hacia California, por lo que al regresar le cuesta reconocer a su aislado pueblo azotado por el desempleo y el consumo problemático de sustancias. Lo que sí reconoce fácilmente son las señales que emite Lucas, pues hablan de una situación similar a la que ella misma vivió. No puede evitar querer ayudarlo, pero no tiene forma de sospechar qué es lo que realmente sucede en esa casa donde el niño es forzado a convivir con espíritus oscuros que nadie más parece querer ver. Ancestrales y siempre modernos espíritus oscuros Basada en el cuento breve The Quiet Boy de Nick Antosca (a su vez uno de los guionistas de la película), Espíritus Oscuros (Antlers) a grandes rasgos cuenta la misma historia pero profundizando en el desarrollo de los personajes principales, para enfocarse más en el contenido dramático y metafórico de lo que está narrando. Contrariamente a lo que parecen indicar los avances promocionales (aunque no faltan las escenas de tensión y violencia explícita que le valen la calificación de edad que tiene), Espíritus Oscuros no está centrada en torno a una criatura que se dedica a atacar en secuencia a un elenco desechable, al que matar de formas originales y entretenidas para disfrute del público, con un par de jumpscares intermedios para mantener alto el estado de alerta porque no está sucediendo mucho más. No. En Espíritus Oscuros lo sobrenatural es metáfora y excusa para hablar de cuestiones mundanas. En su crítica social menciona cuestiones coyunturales como las crisis de opioides y habitacionales que vienen golpeando hace años a poblaciones como esta, y al mismo tiempo otras más sistémicas que atraviesan generaciones, como el abuso intrafamiliar. Una problemática tan compleja que muchas veces el resto de la sociedad parece preferir hacer de cuenta que no puede verla, evitando así tener que lidiar con ella. Espíritus Oscuros no pretende dar ninguna respuesta pero plantea algunas preguntas necesarias, como la idea de que amor, miedo y odio pueden coexistir en un vínculo o que puede llegar el momento donde sea inevitable tener que defenderse de alguien amado. Por eso es que el vínculo que se genera entre Lucas y Julia no solo es lógico, además surge de forma orgánica y no se apoya en los estereotipos habituales; si Julia se interesa por Lucas no es desde un lugar de madre o maestra, se acerca a él por identificación con su propia historia y también intentando ser la persona que ella hubiera querido o necesitado cerca suyo cuando tenía esa edad. Ambos hacen un trabajo interpretativo excepcional, pero llama aún más la atención de parte del joven actor, que logra mostrarse de forma verosímil como el niño crecido de golpe que necesita ser su personaje, expresando con el cuerpo y los ojos todo el peso que carga. El discurso y las metáforas de Espíritus Oscuros no están ocultos, pero otro de los aciertos del director Scott Cooper es lograr mantener claro su relato al mismo tiempo que evita -siempre que puede- hacerlo explícito. El terror sucede mayormente tan a plena luz como el terror real que se denuncia. Los encuadres insinúan más de lo que muestran, pero no esconden ni siquiera cuando cae la noche y Lucas debe encontrar el valor para convivir con los Espíritus Oscuros que habitan su casa. Cooper confía en el poder de las imágenes para no poner en boca de los personajes palabras que ellos no necesitan decir, algo que otras películas explicitarían solo para que nosotros podamos seguirle el hilo.
Varios milenios en el futuro, la Especia es indispensable para el viaje interestelar. Arrakis (conocido como Duna por ser un continuo desierto de arena) es el único planeta conocido de donde puede extraerse, convirtiéndolo en una fuente inagotable de riquezas y poder para quien logre controlarlo. Después de estar en manos de la Casa Harkonnen por 80 años, el Emperador ha decidido desplazarlos y poner en su lugar a la Casa Atreides. Es una decisión que está bastante lejos de ser el premio que aparenta y así lo entiende el Duque Leto Atreides (Oscar Isaac). Sabe que han llevado su Casa a una posición de suficiente poder como para que el Emperador se sienta lo suficientemente amenazado, tomando una decisión que deja a la Casa Atreides expuesta a una posible guerra con los Harkonnen y a un castigo imperial si no lograra cumplir con la misión encomendada. Atrapado en esta red de intrigas políticas de la que desearía nunca tener que formar parte, Paul Atreides (Timothée Chalamet) mientras tanto entrena y estudia para convertirse en un digno sucesor de su padre, pero también desarrolla en secreto sus habilidades psíquicas bajo la instrucción de Jessica (Rebecca Ferguson), su madre y discípula de la orden de Bene Gesserit. Esta lleva un milenio operando desde las sombras para provocar la llegada de una figura mística de enorme poder. Aunque es apenas un adolescente que no se ve a sí mismo como líder, Paul será puesto a prueba por las expectativas que el resto del mundo tiene sobre él. Del resultado puede depender el futuro de la humanidad. El enorme peso de Duna Las novelas de Frank Herbert son un clásico del género, influenciaron muchas obras posteriores y hasta fueron adaptadas en más de una ocasión con distintos niveles de éxito. Todas ellas se enfrentaron con el mismo problema: su enorme escala y complejidad; la nueva versión dirigida por Denis Villenueve no está exenta de esa dificultad, pero ya de antemano parece contar con mejores recursos para combatirla. No solo por el abultado presupuesto a su disposición para imaginar el mundo ficticio de Duna y poblarlo de un elenco multiestelar, también por tener la posibilidad de hacerlo tomándose todo el tiempo que necesite para explicarlo. Una de las críticas más frecuentes de la versión de Duna que hizo David Lynch es justamente que toda la narración está tan compactada que se vuelve incomprensible, necesitando de largas explicaciones relatadas para compensar. Villeneuve esquiva este problema tomándose el mismo tiempo para contar apenas la mitad de esa misma historia y deja el resto para una lógica secuela. Cabe esperarse que ella tenga un tono más centrado en la acción que esta primera parte, la cual se dedica a la difícil tarea de presentar un universo complejo donde las cuestiones políticas y religiosas ocupan el lugar central. Esta versión de Duna sale bien parada en la difícil tarea de lograr un buen balance entre mantenerse fiel al texto adaptado y seleccionar en qué información necesita profundizar. Al no obligarse a explicar cada concepto o detalle en profundidad, pero sobre todo por confiar en que la mayoría del público podrá entender por contexto lo que necesita, cae en muy pocos momentos que se sientan innecesariamente expositivos o monologados. Sin embargo, sufre el problema de la escala a su propio modo, enredándose en su propia búsqueda de una épica monumental y tomándose (más de una vez) demasiado tiempo subrayando la innegable espectacularidad de su propuesta visual y sonora. Si a la Duna de Lynch “la salva” lo ridículo de una propuesta que distrae de sus problemas narrativos, a Villeneuve le pesa un poco el tomarse demasiado en serio o con demasiado respeto lo que está contando. La búsqueda de épica y solemnidad constantes se traduce en un ritmo cansino que deja la idea de que la trama avanza mucho menos de lo que realmente lo hace. No es que Duna necesite de ejércitos corriendo entre explosiones para funcionar; es un drama o un thriller político antes que una historia de aventuras y está muy bien que así sea. Pero en ese caso debería lograr generar mucha más empatía e interés por los personajes que nos ofrece, la suficiente como para que nos conmueva de alguna forma lo que les sucede. El elenco lleno de nombres reconocidos hace un trabajo más que correcto, aunque no alcanza para que la mayoría de los personajes de Duna sean más que figuras que se mueven entre escenarios espectaculares, permanentemente rodeados por una banda de sonido que a cada paso insiste con subrayar lo épico y monumental que, por más que sea algo que quedó claro al segundo intento. Esta nueva versión de Duna dirigida por Denis Villeneuve apunta a lograr su propio estilo de espectacularidad visual que no se quede en lo efectista, sino que sirva para narrar su historia con esas imágenes, algo que la mayoría del tiempo funciona y se agradece, porque es sin mucha discusión el punto más alto de toda la propuesta. Como contraste, su mayor problema es que no hace mucho para compensar el hecho de que está contando solo media historia. Es la introducción hacia algo que siempre está por venir y que nunca llega al clímax. Por eso, esta primera parte parece pensada desde un principio no como una pieza individual que sea al mismo tiempo parte de una saga, sino para ser vista en un continuado inmediato con una secuela que aún no tiene siquiera fecha de rodaje confirmada. Disfrutar de esta Duna depende mucho de creer o no en la promesa incierta de que lo mejor está por venir. Que se nos haga ese pedido es un poco injusto, pero también es cierto que las cuestiones de fe son centrales en este universo.
Tras el sorpresivo suicido de su esposo, Beth (Rebecca Hall) regresa a la casa junto al lago que él diseñó para ambos y donde su presencia parece permanecer en cada rincón. Literalmente. Mientras se adapta a su nueva realidad e intenta darle sentido a la muerte de Owen (Evan Jonigkeit), Beth no solo siente la natural presencia del ausente en la casa que compartieron por tantos años, también comienza a sufrir extrañas pesadillas en las que su marido parece estar esforzándose por comunicarse con ella para guiarla hacia las respuestas que tanto necesita. Con escepticismo y en un principio convencida de que es solo su propio dolor el que le habla, las pistas que recibe en sueños por las noches van encontrando correlación durante el día, revelando poco a poco indicios claros de que Owen llevaba una doble vida de la que ella no era consciente. La casa Oscura al otro lado del lago Desde un principio, La casa Oscura se cuida de revelar poca información y concentrarse en ir construyendo una atmósfera que va cambiando a medida que avanza la trama, dependiendo casi exclusivamente en los esfuerzos de su protagonista para transmitir su dolor interior sin caer en sobreactuaciones. Como no es evidente desde un principio cuánto de lo que sucede es real ni cuáles son las intenciones de esta presencia que convive con Beth, le permite dar varias miradas a una misma situación y reinterpretarlas a medida que aparece información nueva. Es una decisión que le suma bastante a esta producción que apuesta más por la construcción de climas sutiles que por la espectacularidad, porque si en algún momento La casa Oscura se vuelve un poco más interesante es cuando se concentra en el misterio y el thriller sin descuidar el componente dramático. Pero más tarde arruina todo eso en cuanto se acuerda que prometió ser una historia de terror, recurriendo a jumpscares y sobresaltos burdos que destruyen todo ese clima que venía construyendo, apenas consiguiendo un golpe de efecto momentáneo que en general no vale la pena. Si la intención era incomodar o asustar, lo logra con mucha mayor eficiencia cuando insinúa que en esos varios momentos en que parece que alguien se recostó por accidente en la perilla de volumen y la disparó al máximo en un momento aleatorio. Es una contradicción curiosa y que desequilibra a la película, porque tanto el guion como la dirección, en general, parecen estar queriendo hablar de otras cosas un poco más complejas y con mayores sutilezas que esos recursos efectistas propias de propuestas de terror mucho más genéricas, algo que La casa Oscura intenta evitar ser la mayor parte del tiempo.
Tras diez años de libertad viviendo en San Francisco, el pasado viene a buscar a Shang-Chi (Simu Liu) para obligarlo a enfrentarse con el destino del que pretendía escapar: su propia historia e identidad. Durante un milenio, el conquistador Xu Wenwu (Tony Chiu-Wai Leung) dirigió su ejército de guerreros y asesinos sin que nadie pudiera hacerle frente. La leyenda de los Diez Anillos que le dieron el poder de la inmortalidad y una gran habilidad en el combate tomó muchas formas, pero sOlo él podría confirmar cómo y dónde los consiguió. Durante todo ese tiempo, los utilizó para mantener bajo su control a gran parte del mundo conocido: primero por la fuerza directa, más tarde por métodos más sutiles. Pero lo que ningún ejército logró en mil años lo consiguió Li (Fala Chen), guardiana de la puerta de acceso a la mítica aldea de Ta Lo, que primero lo derrotó en combate y luego se ganó su corazón. Con ella, Wenwu encontró lo que le faltaba; abandonó sus planes de conquista para dedicarse a formar una familia y criar a Shang-Chi y su hermana menor Xialing. Fue feliz por algunos años, pero la paz dura poco para personas con tanta sangre en su historia. Veinticinco años más tarde ya no queda nada de esa familia; Li ha muerto, Shang-Chi y Xialing abandonaron a su padre y Wenwu nuevamente está decidido a arrasar con Ta Lo. Lleva años reconstruyendo su ejército y sabe que sus hijos guardan el secreto de su madre para encontrar la puerta. La leyenda de los Diez Anillos se tomó un descanso, pero todavía no está terminada. Shang-Chi y la leyenda de los Diez Anillos: más que artes marciales. Ante el desafío de presentar a un personaje nuevo y muy poco conocido para el público masivo, la decisión de ignorar gran parte de todo lo anterior y apuntar solo para adelante le dio margen al director, Destin Daniel Cretton, para concentrarse exclusivamente en contar su propia historia sin tener que preocuparse mucho por hacer conexiones laterales. Así, sin respetar a rajatabla una historia previa, tampoco cede al temor de ofender a una horda de fans por detalles como el de fusionar a dos personajes en uno para moldear al villano de Shang-Chi y la leyenda de los Diez Anillos, quizás uno de los puntos más altos de una película donde varios personajes secundarios están más y mejor desarrollados que su protagonista. Esto puede sonar extraño y hasta fallido respecto a lo que estamos acostumbrados a ver, pero no lo es tanto si tenemos en cuenta que esa mirada menos individualista es algo bastante común en el cine chino de artes marciales, de donde Shang-Chi y la leyenda de los Diez Anillos visiblemente toma muchas de sus influencias. Una de las críticas más repetidas hacia el cine de Marvel es justamente hacia sus villanos, quienes suelen ser apenas caricaturas chatas sin mucho interés, puestas para no quitar la atención de un héroe carismático. Es exactamente lo contrario a lo que sucede en Shang-Chi y la leyenda de los Diez Anillos, pues casi parece la historia de Wenwu contada desde la perspectiva de su hijo. A lo largo de los distintos momentos de su vida, Shang-Chi solo reacciona ante las acciones de su padre, que es quien realmente empuja la historia hacia adelante y tiene una motivación real para lo que hace. Mientras tanto, Shang-Chi comparte su camino con su hermana, su amiga incondicional Katy (Awkwafina) y su tía Ying Nan (Michelle Yeoh), acompañantes que no están a entera disposición del lucimiento del héroe sino que tienen sus propios conflictos o misiones que resolver a lo largo de la película. El resultado es justamente que el protagonista se luce menos de lo habitual en este tipo de propuestas, pero es discutible si eso es necesariamente algo malo (difícil no relacionarlo con el tan fallido como forzado intento de vendernos a Iron Fist como un personaje interesante o carismático) siendo que el resto del elenco balancea y completa la narración de Shang-Chi y la leyenda de los Diez Anillos de forma satisfactoria. No deja de ser un producto masivo de Disney, por lo que Shang-Chi y la leyenda de los Diez Anillos se siente en la obligación de explicar partes de su mitología de una forma que probablemente no haría si no tuviera impuesto el clásico pánico del estudio a dejar a alguien afuera, un problema recurrente en la franquicia que muchas veces le quita tiempo al desarrollo de la historia en sí y termina requiriendo de cierto abuso de las coincidencias para resolver problemas y justificar cameos. Aunque son dos cuestiones presentes, ninguna de las dos estorba lo suficiente como para ser un gran problema y la película logra mantenerse fiel a su concepto principal sin tener que hacer todo extremadamente explícito. Como es de esperarse, la acción y los combates cuerpo a cuerpo son una parte fundamental, con coreografías que combinan diferentes estilos de artes marciales que incluso hablan de la esencia de algunos personajes (no es casual que alguien con el carácter de Li utilice el tai chi como forma principal, mientras Wenwu refleja su furia en cada movimiento) pero que en general evitan caer en las versiones más etéreas del cine que toma como referente, salvo cuando tiene una necesidad narrativa. Algunas de estas escenas de acción no son muy originales (toda la secuencia en andamios de bambú es tan trillada que hasta parece una referencia en tono de broma) o extienden un poco más de lo que deberían y demoran la llegada al enfrentamiento final, pero en conjunto Shang-Chi y la leyenda de los Diez Anillos nunca llega a sentirse estancada o aburrida. Y, en el fondo, es lo que menos se le podría perdonar a un producto de este tipo.
La vida en FreeCity es tranquila y rutinaria para Guy (Ryan Reynolds), un simple cajero de banco en la más violenta y caótica ciudad del mundo. Y la única, porque sin saberlo cada día de su repetitiva vida ocurre dentro del videojuego multijugador de mundo abierto más popular del mundo. Free Guy: Tomando el Control crítica poster free guyPero Guy no es uno de esos millones de jugadores de todo el mundo que se conectan cada día para cometer toda clase de crímenes a cambio de mejores armas, vehículos y ropa; él es solo uno de los tantos algoritmos atrapados en un bucle diario que le dan vida al mundo de FreeCity para que los jugadores se diviertan destruyéndola. Está contento con su vida, pero siente que necesita encontrar a alguien con quien compartirla para que sea perfecta. Y cuando se cruza con la jugadora Molotov Girl (Jodie Comer) queda instantáneamente convencido de que la ha encontrado, pero para poder acercarse a ella necesita romper su círculo y abrir los ojos al juego que todo ese tiempo estuvo sucediendo a su alrededor sin que pudiera verlo. En el mundo real, Molotov Girl es Millie, una diseñadora que está convencida de que FreeCity fue ilegalmente creado sobre un juego que construyó junto a su socio Keys (Joe Keery) antes de que fuera comprado y luego destruido por Antoine (Taika Waititi), el millonario empresario dueño de FreeCity. Sabe que dentro del juego podrá encontrar las pruebas que necesita y Guy parece ser el aliado perfecto para lograrlo. Free Guy, otra IA rebelde. La premisa de Free Guy está un poco a mitad de camino entre Ready Player One y The Truman Show, con gran parte de la historia sucediendo dentro del juego pero con fragmentos importantes en el mundo real, lo que lleva a que al gimmick de lo virtual sea dejado de lado bastante pronto como el centro de la propuesta para concentrarse más en los personajes que en bombardear la pantalla con referencias pop que no aporten más que distracciones. Es que Free Guy no se trata de identificar avatares que pasan por el fondo o escenarios sacados de alguna otra película sino de contar las historias de varios personajes que se cruzan, porque aunque retrata el mundo de los videojuegos y su cultura aledaña de forma bastante acertada, no es una película sobre el juego en sí. El mundo virtual de Free Guy es más bien un puente para hablar de algunas otras cosas que podrán no ser tremendamente originales pero que le aportan bastante más volumen a la película que si fuera una simple historia de acción con mucho CGI. Por un lado, con Guy que comienza persiguiendo a su “chica ideal” y pasa a descubrir que hay mucho más en la vida. Por el otro, con Millie y Keys reaccionando de formas opuestas al mismo fracaso de un sueño y necesitándose mutuamente para resolverlo. Enfrente del trío y varios escalones más abajo queda la caricatura de villano de esta historia, que a su limitado desarrollo se suma la interpretación fuera de tono de Waititi, es el más flojo de todo el elenco principal. Sin llegar a niveles muy profundos ni complejos, porque no deja de ser una comedia romántica de ciencia ficción que apunta sobre todo al entretenimiento, Free Guy plantea conceptos como lo difícil que es salirse de una rutina que resulta cómoda o lo que implica para un artista dejar un pedacito de alma en su obra para poder convertirla en algo único, un logro que difícilmente pueda valorar alguien que solo pretende ofrecer al público lo que pide para engordar su cuenta bancaria.