El mundo alrededor de Anthony (Anthony Hopkins) se deshace frente a sus ojos. El tiempo y el espacio no parecen respetar las reglas habituales, los rostros familiares se intercalan con otros desconocidos. Nada es lo que parece. Jubilado hace tiempo, él vive solo en el departamento donde pasó décadas de su vida, con la visita ocasional de su hija divorciada Anne (Olivia Colman) que vive en otro departamento cercano para mantenerse al alcance cada vez que la necesite. O quizás sea que él vive con ella y su marido en el departamento de ambos, poniendo en gran tensión la relación entre ellos. Quizás Laura (Imogen Poots) sea la joven que Ann planea contratar para que acompañe a Anthony durante el día, pero también podría ser la que él mismo echó violentamente del departamento convencido de que es una ladrona que aprovechó un descuido para quitarle su antiguo reloj de pulsera. Los eventos, los espacios y las personas se mezclan en una marea confusa que sucede en simultáneo frente a los ojos de Anthony, pero el padre de esta familia no está dispuesto a dejarse intimidar ni reconocer el miedo que todo esto le produce. El padre solo quiere saber la hora Basada en la exitosa obra de teatro de su propia autoría (fue adaptada en muchos países, recolectando premios de todo tipo), Florian Zeller debuta como director de cine con El Padre después de varios trabajos como guionista y dramaturgo, mostrando un nivel de pericia y oficio inverosímil para su breve carrera. Y por si fuera poco lo hace contando algo tan complejo como el deterioro de la consciencia y la memoria de un hombre anciano desde su propia experiencia. Desde la perspectiva de Anthony, El Padre (The Father) es casi una historia de terror psicológico donde las cosas suceden con lógicas extrañas, donde un grupo de personas visten diferentes rostros según el momento del día sólo para torturarlo; una situación en la que él se siente orgullosamente obligado a mantener la compostura y disimular su desconcierto, con distintos niveles de éxito. La versión cinematográfica de El Padre mantiene mucho del ritmo, el estilo y la estructura de una obra de teatro, como el desarrollarse contenida dentro de una misma locación o el depender fuertemente de la actuación de unos pocos intérpretes que ejecutan líneas de diálogo precisas; pero a diferencia de muchas otras adaptaciones similares, El Padre en ningún momento parece una obra de teatro interpretada frente a una cámara. Agrega mucho código audiovisual a su narración para convertirla en más que eso. Por ejemplo, al mismo tiempo que un montaje fluido hace parecer que todo sucede en una sucesión lineal y continua de eventos, pequeños cambios en la puesta en escena, el vestuario o hasta el maquillaje delatan los saltos temporales que la deteriorada mente de Anthony no puede percibir y que ponen en duda cuánto de lo que vemos es real. Anthony Hopkins, atrapado en el limbo del tiempo y el espacio Es la increíble actuación de Anthony Hopkins lo que mantiene unido todo lo demás, cosas que probablemente no se lucirían si su protagonista no conmoviera en cada momento que está en escena. Fluctúa de irascible o asustado a carismático y encantador con un chasquido, le alcanza con un cambio en la mirada para transmitir una nueva emoción o hasta para hacer avanzar la historia. El Padre podría ser un concierto de golpes bajos y lugares comunes que centre su narración en la lástima hacia un personaje como Anthony o la familia que sufre viendo su deterioro, pero hace grandes esfuerzos por esquivarlos. No siempre lo logra, pero mantiene la postura de contar la historia a través de sus ojos y de transmitir lo que él siente. Va en el sentido contrario al que suelen emplear las películas de este tipo, que tienden a estar contadas desde la perspectiva de la familia encargada de cuidar de una persona como Anthony y narrar el sufrimiento de ver cómo la mente y la identidad de esa persona amada se va deshaciendo progresivamente en el aire, hasta solo dejar una cáscara de lo que supo ser. Como resultado de todo esto es que El Padre ofrece una historia compacta y potente que no da respiro. Anthony Hopkins se carga al hombro una historia que difícilmente no tenga un tremendo peso emocional sobre él, porque encarna un personaje con el que comparte nombre y edad, enfrentando una enfermedad que aterroriza a cualquiera pero especialmente a quienes se acercan al momento de la vida en que suele manifestarse.
Marcela Barrios (Florencia Peña) lleva varios años atrapada en ese paso previo a la verdadera fama sin poder dar el salto, en parte por su propia banalidad y también por estar bajo un jefe paranoico y autoritario (Favio Posca) que sabotea a cualquiera que amenaza con lucirse más que él. Un golpe de suerte le da su oportunidad de destacarse en el programa donde sabe que tiene los días contados, cuando casi por accidente descubre la verdadera historia detrás de la muerte de un querido actor al que todo el país está llorando. Pero su compañero Ricardo Toledo (Diego Reinhold) recibe la información al mismo tiempo que ella, provocando una discusión sobre quién debería dar primero la noticia al aire, en la que Toledo muere accidentalmente. En vez de buscar ayuda, la panelista entra en pánico y decide ocultar el cuerpo; una decisión que le permite dar la primicia y convertirse en el centro de atención por varios días. Por lo menos, hasta que alguien descubra lo que realmente sucedió con Toledo. La Panelista, la primicia y el muerto Voy a comenzar con una confesión: la lista de nombres del elenco de La Panelista me alcanzó para prejuzgarla como otra comedia burda argentina más, de esas que cada tanto la industria local saca para explotar la fama de un par de caras conocidas sin preocuparse mucho en el producto que están haciendo. Pero La Panelista tiene poco que ver con eso, porque es una comedia negra y bastante ácida sobre el mundo de la televisión, que usa un crimen para exponer las miserias de sus personajes. No deja de tener evidentes problemas de recursos y algunos vicios televisivos, pero marca la diferencia con un estilo de dirección que apuesta a contar con imágenes un guion bastante sólido, el cual va plantando información que más tarde será necesaria y para que eventualmente todo suceda por algo. Desde la jefa de programación capaz de tirar a cualquiera abajo de un tren por un punto de rating, al guardia de seguridad que conoce los secretos de todo el mundo desde su oscuro bunker, pasando por el conductor despótico que no pasa un día sin abusar de su posición, La Panelista retrata un mundo frívolo y salvajemente competitivo donde nadie es del todo inocente, por lo que tener personajes al borde de la caricatura no llega a ser completamente inverosímil. Es creíble que hasta cierto punto estén desapegados de la realidad general. Todos ellos encarnados por un elenco de tradición televisiva quienes, aunque no terminan de deshacerse de los vicios clásicos del formato, sorprenden con interpretaciones más contenidas y verosímiles de lo que prejuzgando por sus nombres podría esperarse. Entre los costados más endebles de La Panelista están los que suele tener cualquier película con más ambiciones que presupuesto, sobre todo algunos detalles del vestuario o la ambientación donde se nota mucho el artificio y que el trabajo de fotografía no puede ni intenta disimular. Eso se hace un poco más notorio cuando el director Maximiliano Gutiérrez (Tokio) despliega algunas pretensiones estéticas poco frecuentes en este tipo de producciones: hay planos continuos que recorren varios espacios con personajes entrando y saliendo de cuadro con un buen ritmo y fluidez, contrastando con la rusticidad de la imagen general, pero que igualmente alcanzan para vislumbrar cierto potencial que no termina de desarrollarse en La Panelista aunque está a la espera de una buena oportunidad para terminar de florecer.
Un golpe de estado reemplazó una dictadura por otra en el genérico país latinoamericano de Corto Maltese, disparando la necesidad de Amanda Waller (Viola Davis) de destruir un misterioso edificio donde supuestamente se llevan a cabo experimentos que no deberían caer en las manos de esta nueva dictadura anti estadounidense. Completamente clandestina y con escasas probabilidades de éxito, es la clase de tareas habitualmente reservadas para El Escuadrón Suicida, el grupo compuesto por criminales extremadamente peligrosos que aceptan participar de estas misiones a cambio de una reducción en sus condenas. El desembarco del grupo liderado por el coronel Rick Flag (Joel Kinnaman) sale tal como Waller esperaba, pero termina con él y Harley Quinn (Margot Robbie) desaparecidos en acción y a merced de lo que pueda lograr un segundo equipo comandado por Bloodsport (Idris Elba) para terminar con la misión y rescatarlos, especialmente a Flag, el único miembro en El Escuadrón Suicida que está allí por elección propia y por lo tanto con algo de valor para Weller. El Escuadrón Suicida contra la ensalada de latinos Ante la pregunta esperada de si El Escuadrón Suicida de James Gunn (Super, Guardianes de la Galaxia) es un reboot o una secuela de la película de David Ayer, la respuesta es: Si. Todo sugiere que los eventos de la película anterior sucedieron en el pasado, pero son irrelevantes y vuelve a explicar todo lo que hace falta para entender los conceptos básicos sobre la Fuerza Especial X, informalmente conocida como El Escuadrón Suicida. Y los pocos personajes que regresan a la pantalla lo hacen en roles periféricos, dejando el centro de la historia a todo un nuevo repertorio de criminales forzados a trabajar para el gobierno estadounidense en esas misiones que necesitan poder negar que existen. En este caso, para sabotear al dictador que no les gusta y que acaba de derrocar al dictador que les gustaba, al punto de que lo apoyaron durante décadas. Y ese es solo uno de los estereotipos de latinos que viven en Corto Maltese, donde cada uno habla castellano con una tonada diferente pero todos hablan inglés con fluidez. La trama de El Escuadrón Suicida está planteada con una lógica episódica compuesta de segmentos semi autoconclusivos que se van enganchando camino a la gran batalla final, un camino donde además de generar un vínculo entre ellos van descubriendo que no todo es como Weller les informó antes de enviarlos a Corto Maltese. Varios de estos pasos intermedios no son necesarios para avanzar la historia central, pero sirven para presentar y desarrollar a este grupo de personajes que aunque salen de los cómics son desconocidos para la gran mayoría del público. Ese es probablemente el mayor punto endeble de El Escuadrón Suicida, que en esos desvíos se estira un poco más de lo que realmente necesita, al punto de que podrían eliminarse varias escenas completas (incluso el arco completo de Harley Quinn) sin que se note una diferencia importante en el conjunto. A pesar de que fluye con un buen ritmo, El Escuadrón Suicida (The Suicide Squad) probablemente se hubiera beneficiado con el recorte de esos minutos donde la acción se frena con diálogos y flashbacks que no suman lo suficiente como para justificar su presencia en una trama donde poco tiene sentido. En contraste, la mayor ventaja de esta nueva versión 2021 de El Escuadrón Suicida por sobre la anterior de 2016 (REVIEW ACA) es que abraza ese espíritu de cine explotation y clase B que le permite no tomarse en serio nada de lo que está mostrando para hundirse sin miedo en el ridículo y la comedia negra. Eso y una excelente banda de sonido que acompaña y se disfruta pero que no se pone por delante de la acción a la que está adosada. Todo lo demás es secundario y sirve de excusa para encadenar secuencias de humor y acción violenta que no siempre se muestran de forma clara. Eso es más notorio en las escenas de combate cuerpo a cuerpo, cuando el movimiento frenético de la cámara dificulta ver la acción completa y hace que pierda parte de su peso. Alejada de la solemnidad épica que venían ofreciendo las películas de DC pero sin caer en la chatura familiar de Marvel, El Escuadrón Suicida intenta seguir su propio camino y lo logra con bastante éxito, aunque no por ello vaya a quedar en la memoria por mucho tiempo.
La leyenda de la fuente de la eterna juventud desveló por siglos a conquistadores europeos que la buscaron sin éxito por el continente americano, casi tanto como a las ciudades construidas de oro. A principios del siglo XX, la doctora Lily Houghton (Emily Blunt) aún cree que la leyenda es real y que una punta de flecha recientemente encontrada en una expedición es la clave para resolver el misterio y encontrar al mítico árbol cuyos pétalos son capaces de curar cualquier enfermedad. Pero la sociedad de exploradores inglesa no está dispuesta a tomarla en serio ni a apoyar su aventura, por lo que parte junto su hermano MacGregor (Jack Whitehall) hacia lo profundo del Amazonas. Allí contrata los servicios del capitán Frank Wolff (Dwayne Johnson), un hombre que sobrevive sacando turistas por el río en su desvencijado barco, siguiendo un recorrido donde tiene montada toda una serie de falsas aventuras para impresionarlos. Aunque es bastante evidente que es un estafador, también queda claro rápidamente que Frank conoce el río como nadie y que sabe mucho más de la leyenda de lo que admite frente a Lily. Jungle Cruise, conquistadores inmortales y submarinos Inspirada por una atracción de parque de diversiones, con un elenco carismático y un director ecléctico como Jaume Collet-Serra (encabezó proyectos tan diversos como La Casa de Cera, Miedo Profundo, The Commuter y Black Adam) puesto a contar una historia de aventuras con un toque sobrenatural, Jungle Cruise es claramente el proyecto de franquicia con el que Disney pretende apuntar a ese sector que quedó huérfano con el agotamiento de Piratas del Caribe y su fallido intento de resurrección. Aunque hay semejanzas en la estructura de la trama y en algunos personajes con Piratas del Caribe (hay algo de Sparrow en Frank así como de Davy Jones y Barbossa en los conquistadores malditos), por suerte Jungle Cruise comparte más que nada el espíritu con esa franquicia pero más que simplemente repetir la fórmula con un nuevo maquillaje para poder volver a venderla, construye algo nuevo y propio sobre eso. Siempre respetando el manual de estilo del ratón y aprovechando que es una historia “de época” como excusa para seguir replicando los estereotipos habituales, claro. Si bien las escenas de acción son correctas, lo más efectivo de Jungle Cruise es el carisma de su elenco y la buena química entre el trío protagonista, especialmente en la cariñosa relación entre Lily y MacGreggor (la explicación del por qué de su lealtad hacia su hermana no aporta nada a la trama pero es un momento de ternura valioso). Todo eso no pasa con la tan previsible como innecesaria subtrama romántica que ya va siendo hora que deje de ser obligatoria en este tipo de películas, aunque sea para sorprendernos de vez en cuando con un final que no termine en el obligatorio beso de la princesa rescatada y el príncipe que acaba de conocer. Hay una buena parte del humor de Frank que se basa en juegos de palabras que se pierden en la traducción al castellano, pero eso no impide que Dwayne Johnson siga solidificándose como un gran actor de comedias de acción familiares y no solo como una masa de músculos que impone presencia. Jungle Cruise es poco más que un producto genérico, pero como tal ofrece todo lo que promete y eso es más que suficiente.
Tras haber sobrevivido más de un año al apocalipsis, es destruida la granja que le había servido de refugio a la familia Abbot. Evelyn (Emily Blunt) decide llevar lo que queda de su familia hacia un nuevo lugar seguro. Siguiendo las señales que varios vecinos solían encender cada noche para darse ánimos, llegan hasta una fábrica abandonada donde esperan encontrar ayuda. Pero allí solo encuentran a Emmet (Cillian Murphy), un antiguo vecino que no desea compañía. Con un bebé a cuestas y su segundo hijo herido, Evelyn no puede evitar que su hija mayor (Millicent Simmonds) abandone el refugio siguiendo la pista de una estación de radio, desde donde espera compartir con el resto de los sobrevivientes la nueva arma que descubrieron contra las criaturas que los acechan. Apelando a la amistad que supo tener con su marido Lee, Evelyn convence a Emmet de salir a buscarla para traerla de regreso: encontrarla y convencerla de regresar van a ser dos cosas muy diferentes. Un lugar en Silencio 2, el regreso coclear. Nuevamente con la dirección de John Krasinski, que además no se pierde la oportunidad de revivir a su personaje por un rato en una escena introductoria que no aporta nada a la historia de Un lugar en Silencio 2, más que justificar la existencia de Emmet, esta secuela retoma exactamente un minuto después de donde se había quedado la impactante primera parte (ver REVIEW) que supo mantenernos al borde de la butaca generando tensión en el más profundo silencio. Pero Un lugar en Silencio 2 no repite la fórmula al pie de la letra y prefiere presentar una historia más enfocada a la acción que al suspenso, que no deja de ser lineal por estar separada en dos partes concentradas en cada pareja de personajes. Por un lado, es entendible la decisión de apuntar a algo diferente antes que repetirse con una propuesta que difícilmente pueda tener el mismo impacto, pero al deshacerse de lo más emblemático que tenía el resultado final termina siendo algo decepcionante. Aunque entretiene tanto como otras películas similares, Un lugar en Silencio 2 no ofrece nada nuevo o superador sobre lo ya visto. Su mayor problema es lo alta que le dejó la vara la primera parte, que justamente se distinguía por esconder a sus monstruos y no recurrir a los sobresaltos efectistas para construir tensión o provocar miedo. Justamente es todo lo que no hace Un lugar en Silencio 2, tiene muchas más ganas de mostrar a sus criaturas revoleando humanos como si fueran muñecos de trapo, que verlos rastrear sus escondites con su oído implacable capaz de detectar una respiración demasiado agitada. Las acciones se suceden sin mucho fundamento en Un lugar en Silencio 2, empujadas por caprichos y coincidencias que aparecen cada vez que hace falta seguir avanzando aunque ya no nos importe mucho lo que le pueda pasar a esta familia que supo tenernos en vilo con algo tan simple como un clavo. No solo Un lugar en Silencio 2 está muy lejos de construir tensión y suspenso con la misma intensidad que su predecesora, también el carisma que tenían los personajes se ve deslucido en esta secuela que parece hecha con muy pocas ganas y más por una necesidad de aprovechar un éxito que de tener algo que contar o que aportar al universo propuesto. Es una crítica que es más fácil perdonarle a una película pensada para ir directo a streaming, de presupuesto modesto y elenco acorde, pero Un lugar en Silencio 2 tenía unos zapatos mucho más grandes que llenar y quedó lejos de estar a la altura.
El pequeño LeBron James no nació siendo el mejor basquetbolista de su generación, debió dedicar años de entrenamiento y disciplina para llegar a ocupar ese lugar en el panteón del deporte. En el camino, perdió parte de su capacidad de disfrute y será su hijo Dom (Cedric Joe) quien lo ayude a recuperarla. Aunque su padre asume que va a seguir sus pasos en el deporte y lo presiona para dejar de lado otras distracciones como él tuvo que hacer, Dom ya demuestra un gran talento para el diseño de videojuegos y sueña con hacer su propio camino. Su primer proyecto avanzado es justamente un juego de basketball que reformula las reglas básicas del deporte, algo que resulta prácticamente ofensivo para LeBron, quien se toma muy en serio todo lo relacionado a su profesión. Mientras tanto, en los servidores de Warner Bros una nueva entidad lleva tiempo ganando poder en las sombras y está lista para dar el salto que le otorgue el reconocimiento que cree merecer. Al G. Rhythm (si, se llama “algoritmo”) es el rey indiscutido del mundo virtual donde habitan todas las propiedades intelectuales de Warner y ya controla o manipula muchas de las decisiones que toman los ejecutivos humanos en la empresa, creando y modificando proyectos en base a sus estudios sobre lo que el público consume. Para Al G. Rhythm (Don Cheadle), LeBron James es el candidato ideal para una alianza que le permita colgarse de su llegada a millones de personas y lograr por fin salir de las sombras. Pero LeBron no tiene interés en nada que lo distraiga de su juego, empujando a Al G. a secuestrar a su hijo para tratar de que cambie de idea. Space Jam: Una nueva Era para centennials Es inevitable la comparación entre Space Jam: Una nueva Era (A New Legacy) y la primera versión de esta película protagonizada por Michael Jordan (en 1996) para la generación de niños que hoy tienen la edad de LeBron James, de la que es al mismo tiempo una secuela y una remake. Una secuela porque, aunque no se vinculan con el presente, todo parece indicar que esos eventos sucedieron (o como mínimo, existió la película y eso alcanza para que sea parte del mundo virtual donde sucede Space Jam: Una nueva Era); es también remake porque la estructura es básicamente la misma: un deportista estrella es forzado dentro del mundo animado para formar un equipo de basket junto a los Looney Toones y enfrentarse a unos monstruosos rivales basados en otros jugadores reales. Hay algunas diferencias que terminan resultando relevantes pues le dan más consistencia a la trama de Space Jam: Una nueva Era por sobre la casi inexistente de la anterior. Esta vez hay un villano (aunque su plan no sea del todo claro) y hay una progresión en los personajes, que salen de la historia diferente a como entraron. Ayuda que LeBron se defienda bastante mejor que Jordan frente a la cámara, pero antes que nada importa que cada uno por su lado, Bugs Bunny y Lebron tienen la motivación de recomponer esa familia que no supieron sostener y el partido finalmente es la culminación de ese proceso más que el fin en sí. Space Jam: Una nueva Era no deja de ser una película apuntada al público infantil, diseñada para explotar la fama de un deportista y algunas de las propiedades intelectuales más importantes de Warner, pero todas esas referencias no son el chiste central de la película. Es cierto que durante la primera parte, Bugs y Lebron recorren varios clásicos de WB reclutando al resto de los Toons en secuencias que no funcionan siempre con la misma contundencia o que parecen errarle a la generación objetivo (nunca está de más darle algo a los adultos que acompañan, lo demostró Pixar hace rato), pero por fuera de eso Space Jam: Una nueva Era no se trata de andar buscando avatares reconocibles pasando por el fondo para distraernos de que no hay nada sucediendo en primer plano o que no nos importan los personajes (lo siento Esteban, nadie hace todas bien). Aunque también hay algunos de esos, si pasan de largo sin que los veamos no nos perdemos de nada porque hay algo más interesante adelante. No será una obra maestra, pero Space Jam: Una nueva Era conserva el espíritu de las películas familiares que veíamos en los 90s a la vez que le agrega conceptos del mundo de internet y los videojuegos que ya son naturales para cualquier preadolescente que hoy es su público objetivo. Y no es mucho más lo que deberíamos pedirle.
Perseguida por violar el Acuerdo de Sokovia y sumarse al bando de Steve Rogers, Natasha Romanov (Scarlett Johansson) se ve obligada a pasar a la clandestinidad y cortar todo vínculo que había construido en años recientes. Pero su pasado no está dispuesto a dejarla en paz aún y reaparece traído por Yelena (Florence Pugh), lo más parecido a una hermana que tuvo en su infancia. Aunque Natasha creyó todos estos años haber terminado con la organización que la convirtió a la fuerza en Black Widow, Yelena es la prueba viviente de que estaba equivocada: el Red Room no solo sigue activo sino que su líder, Dreykov (Ray Winstone), ha llevado al extremo su poder para controlar mentalmente a las Viudas. Dispuestas a saldar sus deudas y ganarse su libertad, ambas se embarcan en una nueva misión para asesinar a Deykov y liberar a las nuevas Viudas, un camino que las obligará a reencontrarse con la familia de espías que pretendieron ser cuando eran pequeñas. Black Widow en duplicado Hay dos ideas sobre la representación de Black Widow en el MCU que tienen bastante consenso entre el público: una es que pertenece a los personajes más desaprovechados, y la otra es que su mejor participación fue durante Capitán América y El Soldado del Invierno, justamente porque es una película que se aleja un poco de la épica superheroica para contar una historia de espionaje. Por ambas cosas resulta un acto de justicia que finalmente pueda ser el centro de una película propia y que sea con historia en el rango que mejor le funciona. Más justicia aún hubiera sido que Black Widow saliera en 2017 como correspondía y no como una obra póstuma, porque no hay nada en la trama de esta película que justifique no haber contado esta historia en su momento en vez de hacerlo ahora. Sigue siendo mejor que nada. Entrando en lo específico de esta película, Black Widow cumple las promesas que hace, incluso cuando está siempre al borde de querer abarcar más de lo que puede. Eso sucede más que nada por el protagonismo compartido entre Natasha y Yelena, pero tiene bastante éxito con su plan de llenar huecos en el pasado de la que ya conocemos al mismo tiempo que plantea una historia de origen para la que estamos conociendo y que seguramente será su reemplazo. Son dos historias que se cuentan entrecruzadas y apoyándose mutuamente de forma orgánica para funcionar como una sola. Por fuera de las escenas de acción (de las que a esta altura no hay mucho para agregar más que son efectivas y siempre dentro del manual de estilo de Marvel) es la relación entre ambas y cómo intentan recomponer lo que alguna vez fueron lo que hace avanzar la trama, al punto que tanto el villano principal como los aliados secundarios están apenas bocetados con trazos gruesos sin que importe demasiado. Por eso Dreykov es el clásico villano caricatura de película de Bond y Red Guardian (David Harbour) es poco más que un acompañante puesto para hacer chistes. Una tarea que la mayoría de las veces incluso hace mucho mejor Florence Pugh, especialmente cuando le toca burlarse de cómo ha sido representada Black Widow en las películas anteriores, casi siempre más cerca de ser la acompañante bonita que una heroína fundamental para el equipo. Sí la química entre hermanas resulta verosímil y entrañable es en buena medida por la amistosa rivalidad cómplice entre ambas y las ácidas burlas que la menor disfruta a costillas de la mayor. Como buenas hermanas, pueden tirarse con munición pesada entre ellas y al mismo tiempo sacarle los ojos a cualquiera que se atreva a mirar mal a la otra. En ese sentido, el discurso crítico de Black Widow es sutil pero muy claro: hay tintes feministas en lo que cuenta pero también en cómo lo cuenta, no solo por la relación entre sus protagonistas sino -sobre todo- en su relación con las otras viudas que aún están bajo el control de Dreykov y con Melina (Rachel Weisz). No va a faltar la crítica desde una parte del público respecto a ello, pero seguramente se van a concentrar más sobre el personaje de Taskmaster y los fuertes cambios que sufre respecto a la versión clásica de los cómics. Cambios que tienen sentido dentro de la propuesta de Black Widow y que dejan con ganas de ver más sobre el personaje, aunque quizás eso ya no suceda. Con una propuesta cargada de acción y humor que a veces cae en la sobreexplicación clásica de esta franquicia (donde parece más peligroso no hacer un flashback explicando lo ya evidente que hacer un chiste sin ninguna gracia), Black Widow es una digna despedida para el personaje y al mismo tiempo le abre la puerta a quien seguramente será su reemplazo en el futuro.
Siguiendo las reglas de los dioses antiguos, en cada generación se desarrolla un torneo conocido como Mortal Kombat entre la Tierra y el Mundo Exterior, donde se enfrentan los mejores guerreros que cada uno tiene para ofrecer. Mortal Kombat poster crítica mortal kombatLos elegidos para representar al plano de la Tierra nacen con una marca en la piel que les habilita a despertar habilidades sobrehumanas y tradicionalmente se han reunido bajo la tutela de Lord Raiden (Tadanobu Asano), dios del trueno y protector de la Tierra, para ser entrenados antes de cada torneo. El Mundo Exterior necesita ganar diez veces consecutivas para que se le permita invadir el mundo de los humanos. Pese a los esfuerzos de Raiden ya ganó los últimos nueve, por lo que el hechicero Shang Tsung (Chin Han) no va a arriesgarse a dejar nada al azar por jugar limpio tan cerca de la victoria final. Menos cuando existe una profecía que anuncia su derrota el día que resurja el linaje de Hanzo Hasashi (Hiroyuki Sanada), asesinado junto a su familia hace 400 años por el sicario preferido de Shang Tsung, el criomante Bi-Han (Joe Taslim). Con la idea de ganar el torneo incluso antes de que empiece, Bi-Han es enviado a la Tierra para asesinar a los guerreros elegidos antes de que alcancen su máximo potencial y así garantizar la victoria del Mundo Exterior en el décimo Mortal Kombat. Un Mortal Kombat aún más brutal Aunque comenzó con un videojuego que no mostraba mucho más que un enfrentamiento entre un puñado de luchadores combatiendo con un nivel de violencia gráfica hasta entonces inédita, Mortal Kombat fue desarrollando todo un mundo alrededor, con una historia compleja que se fue expandiendo a lo largo de varias secuelas del juego, cómics, películas y series animadas. Esta nueva película dirigida por el debutante Simon McQuoid es un reinicio de esa historia que se toma algunas libertades sobre el canon establecido, pero de todas formas intenta mantener mucho de su espíritu, seleccionando a varios de los personajes más icónicos e incorporando a uno nuevo como protagonista principal. El mayor mérito de Mortal Kombat 2021 no es solo estar principalmente enfocada a las escenas de acción, también es que pretende que sean lo más físicas y “reales” posibles. Por eso, aunque tiene su buena dosis de efectos digitales, trata de depender de ellos lo menos posible, presentando a los actores llevando a cabo muchas de las proezas atléticas frente a la cámara. Por ello buena parte del elenco fue claramente seleccionado en base a sus habilidades como artistas marciales antes que por su talento dramático. Esto se agradece en todas y cada una de las escenas de acción (por ejemplo, la maravillosa secuencia inicial en el Japón feudal) pero también se lamenta en cuanto tienen que abrir la boca para decir las ya de por sí acartonadas líneas de diálogo indispensables para sostener algún intento de trama. Por suerte el director tuvo el buen tino de no pretender ambas cosas a todo el mundo, permitiéndole a una parte del elenco concentrarse en las coreografías de acción y depositar lo dramático en quienes están menos exigidos desde lo físico pero tienen un poco más de oficio actoral como para hilvanar una frase de corrido sin tener un ACV. Caen fuera de esa regla Raiden y Shang Tsung: no tienen escenas de acción ni diálogos donde no parezca que están leyendo el menú de un restaurant en voz alta, algo que resulta particularmente dañino porque le hubiera sumado a Mortal Kombat tener un villano de más altura, o al menos uno que cause más temor que vergüenza ajena y risa. Su rol principal en la trama parece ser explicar cosas que ya estamos viendo y decir los nombres de los personajes en voz alta, algo que no necesita escuchar quien sea fan de la franquicia pero tampoco le suma a quien no conoce nada de ella y está entrando al mundo Mortal Kombat con esta película. La ausencia de un villano de peso es un problema importante para Mortal Kombat, pero al menos compensa dándole lugar para lucirse a Joe Taslim (The Raid, Warrior) como su lacayo Bi-Han/Sub-Zero. No solo es un excelente artista marcial del que se dice que necesita bajar la velocidad de sus movimientos para que las cámaras lo capturen como corresponde, sino que además es un actor bastante decente y ofrece varios de los mejores momentos de la película, especialmente en su duelo personal con Hanzo Hasashi/Scorpion. Este reinicio de la franquicia es sobre todo una película divertida que además tiene el potencial de ser la primera de una nueva serie de secuelas. Aunque hace un guiño final a otro de los personajes clásicos, abriendo la puerta a continuar la historia, claramente se preocuparon más por hacer primero una buena película que funcione por sí misma y que resulte interesante para el público sea viejo o nuevo, antes de trazar grandes planes a futuro. No faltan cosas que mejorar para que eso suceda, es algo que se nota en el resultado de esta Mortal Kombat 2021.
Nomadland, un año en la tierra de los nómadas. Cuando en 2007, durante la crisis económica provocada por el estallido del sistema financiero, desapareció el pueblo donde vivió toda su vida adulta, Fern (Frances McDormand) convirtió una camioneta en el nuevo hogar que la lleva a recorrer la costa oeste estadounidense. Viuda, sin trabajo ni nada que la ate, Fern subsiste tomando trabajos estacionales en distintos puntos de la costa, como el de empaquetadora en un centro de logística de Amazon durante la temporada de Navidad. Allí desarrolla un cariño especial por su amiga Linda May, una mujer que lleva mucho más tiempo que ella viviendo en su camioneta y que le habla de un encuentro en el desierto convocados por un nómade veterano, quien se dedica a publicar videos en YouTube para compartir su conocimiento y experiencias. Aunque aprecia la soledad y la libertad, asistir a la reunión le contagia un sentido de conexión con el resto de los habitantes de Nomadland, algo que no había sentido hasta entonces. Empieza a entender con un poco más de claridad algunas de sus ideas sobre la vida. Nomadland, una elección de vida minimalista Durante aquella crisis de 2007, fueron muchas las personas que después de perder sus empleos se encontraron siendo demasiado grandes como para reinsertarse en el deteriorado mercado laboral formal, pero también demasiado jóvenes y activas como para jubilarse, incluso si eso les alcanzara para subsistir. Algunos de ellos no contaban con la opción de pedir ayuda a familias que en general no estaban en una situación mucho más estable o no deseaban tomarla, por lo que encontraron un modo de subsistencia adaptando pequeños vehículos para servir como refugio y ofrecerles una serie de comodidades mínimas. Para algunos fue una situación temporaria hasta que la economía se recompuso lo suficiente como para conseguir mejores empleos, pero para otros como Fern, volverse ciudadanos de Nomadland significó descubrir una vida mejor que la que tenían. nomadland crítica nomadland Porque como aclara Fern desde un principio, ella no es una homeless (“sin hogar”, indigente) sino una houseless (“sin casa”); su hogar es su camioneta y lo lleva consigo hasta donde necesite estar en cada momento. Así como la película está basada en un libro que cuenta experiencias personales de su autora, varios de los personajes principales que rodean Fern no son actrices y actores interpretando un papel sino esas personas haciendo de sí mismas dentro de la historia, como Linda May o el famoso Bob Wells, el cual de verdad mantiene una página web y un canal de Youtube difundiendo información sobre la vida en Nomadland. Sumado a una propuesta estética naturalista y despojada, esto ayuda a que aunque Nomadland tiene una estructura narrativa de fondo, durante muchos fragmentos la película mantenga una sensación de ser un documental donde la mayoría de las personas que aparecen no están interpretando un personaje sino hablando de sus propias vidas ante una cámara que escucha con interés genuino, con una calidez que borra la línea entre los ojos de Fern y los del público. Un poco por todo esto es que Nomadland no cuenta una historia con un principio y un final ni tiene un conflicto que resolver en el proceso, sino que simplemente acompaña con paciencia a su protagonista a lo largo de todo un año mostrando su vida y la de otros nómades como ella, sin juzgar su decisión ni hacer un crítica real contra el sistema consumista al que se están rebelando salvo por algunos comentarios aislados de Bob Wells. Lo hace de una forma un tanto romantizada y sin hacer foco en ninguno de los puntos negativos que menciona al pasar, siempre con una mirada optimista que prefiere concentrarse en los paisajes que recorre más que en las penurias que deben soportar a cambio de esa libertad. Quizás ello ocurre por la premisa de la que parte: cualquier costo a pagar vale la pena con tal de disfrutar la belleza natural e independencia que ofrece la vida en Nomadland.
Dios está en las pequeñas cosas. Un elenco de figuras de renombre no alcanza para mucho si no tienen sobre lo que trabajar. Después de varios años viviendo tranquilamente en un pueblo de las afueras de Los Ángeles, Joe “Deke” Deacon (Denzel Washington) debe volver a la ciudad para cumplir con la formalidad de retirar del laboratorio un elemento de evidencia que necesita para encerrar a un delincuente local. Durante su breve paso por su antiguo lugar de trabajo, donde algunos de sus viejos colegas no parecen muy felices de verlo, tiene un cruce con Jim Baxter (Rami Malek), el joven detective estrella que ocupó su lugar cuando se retiró del cargo. La relación, que comienza como una competencia un tanto áspera, se convierte en una sociedad cuando Deke sospecha que la nueva serie de homicidios investigada por Baxter está relacionada con un antiguo caso suyo que nunca puedo resolver, el cual terminó por causar estragos en su vida personal y profesional. La revelación despierta antiguos fantasmas para Joe. En vez de regresar a su pueblo, decide quedarse investigando informalmente el caso con la esperanza de encontrar algo de paz. Pequeños Secretos poco interesantes Algo empieza a sonar mal cuando notamos que la única razón por la que la historia de Pequeños Secretos está situada a principios de los 90s es porque el guion lleva veinticinco años en el cajón de John Lee Hancock (The Blind Side, Hambre de poder). Es un sentimiento que empeora a medida que avanza la trama, no porque se sienta muy similar en tono y estilo a muchas otras películas del género ya realizadas hace veinte años, sino porque lo hace de forma incluso menos interesante, como si no hubieran existido o no hubiera podido aprender nada de ellas. pequeños secretos crítica pequeños secretos Con el misterio aparentemente resuelto bastante rápido, la simple trama policial de Pequeños Secretos pasa pronto a un segundo plano para darle más lugar a los personajes, especialmente cuando se revela a Albert Sparma (Jared Leto) como el antagonista de la dupla de investigadores, prácticamente al mismo tiempo en que Deke comienza con su investigación. Si tan poco misterio fue intencional o un efecto secundario de contratar a un actor famoso que aparece en todos los materiales promocionales de Pequeños Secretos (The Little Things) es algo difícil de saber desde afuera, aunque se merece el beneficio de la duda y asumir que fue lo primero. El problema con tal decisión es que para sostener el resto de la película los personajes a desarrollar necesitan ser interesantes, con algo para contar sobre sí mismos y el mundo que los rodea, algo que no sucede con ninguno de los tres protagonistas. Con mucho oficio, Denzel Washington interpreta al mismo veterano traumado que tantas veces le funcionó en el pasado, pero Malek encuentra muchas más dificultades para ponerse en la piel del altanero y religioso joven detective que interpreta. La dupla que conforman, como dos versiones del mismo personaje, no es del todo fallida pero nunca desarrolla una química que la haga funcionar de forma atractiva o al menos verosímil, en buena medida porque ambos se quedan en trazos gruesos. El duelo con el antagonista, que claramente debería ser el punto más alto de la trama, tampoco funciona. En parte, porque Leto parece haberse quedado con ganas de seguir interpretando a Joker y ofrece un sociópata caricaturizado, desaprovecha lo potencialmente más interesante de Pequeños Secretos justamente porque el guion no le ofrece un poco más de profundidad al personaje. Se nota que la idea era desarrollar un duelo mental y emocional entre él y los detectives más que llevar adelante la clásica sucesión de acertijos hacia la captura del asesino. Esto podría haber resultado atractivo si, en vez de dejar a cada paso hilos sueltos que nunca retoma, Pequeños Secretos se hubiera preocupado por darle cuerpo al trío protagonista como para que todo tenga sentido. Probablemente es en lo que más tendría que haberse fijado el director si tenía tantas ganas de emular a David Fincher. De esa manera Pequeños Secretos no se quedaría solo en un par de referencias estilísticas y sin acertar a los rasgos que realmente destacan cuando Fincher pone a un psicópata en pantalla.