Steven Spielberg tiene combustible para rato. Después de haber entregado The BFG, que resultó en uno de los fracasos comerciales más considerables en su carrera, hubo quienes osaron especular que se había acabado su toque mágico. El director respondió como mejor sabe, con cine. Y emprendió una monumental tarea que hoy puede verse opacada por lo que Ridley Scott hizo a último momento para modificar All the Money in the World, pero no por ello es menos trascendental. El cineasta rodó la próxima Ready Player One y, mientras esta ingresaba en su extensa post-producción, resolvió avanzar con The Kidnapping of Edgardo Mortara, que tuvo un revés a la hora de completar su elenco y por eso quedó un vacío en su agenda que decidió llenar con The Post. No hay descanso en la vida del realizador de 71 años, que sabía la importancia de contar esta historia en este preciso momento, y por eso decidió emprender la labor titánica de rodar y terminar una película mientras completaba la otra, algo que ya había hecho hace casi 25 años cuando lanzó juntas Jurassic World y Schindler’s List, para arrasar con todos los premios.
En este 2018 se cumple una década de la llegada a los cines de Taken y con ella un nuevo aire en la carrera de Liam Neeson, quien pasaría a convertirse en una estrella madura del cine de acción. Decirlo suena obvio después de estos 10 años, pero el estreno de The Commuter nos ofrece una nueva perspectiva a partir de la cual analizarlo. Es que puede ser que Bryan Mills y su particular conjunto de habilidades le hayan abierto las puertas hacia otro territorio, pero son sus colaboraciones con Jaume Collet-Serra las que le permitieron florecer dentro de él. El cineasta español le ha dado la nada modesta suma de cuatro thrillers competentes en los que puede patear traseros de verdad, películas en las que se respetan ciertos ingredientes pero que no siguen a rajatabla una fórmula.
Es sabido que James Wan tiene el toque de Midas, capaz de convertir en franquicia cualquier proyecto que toca. Saw dio pie a otras siete películas, The Conjuring a una suerte de universo cinematográfico e Insidious no fue la excepción, bajo el paraguas de una Blumhouse que en forma continua entrega producciones de calidad con presupuestos ínfimos, que se transforman en verdaderos éxitos de taquilla. Pero como la serie de películas de El Juego del Miedo y tantas otras han dejado bien en claro, cada entrada en la saga corre el riesgo de palidecer en relación a la original, con un rápido agotamiento de recursos por su reiteración y con cada vez menos sorpresas. Insidious: The Last Key no es la excepción.
Quizás el mejor showman sea un mote que le quede grande, pero Hugh Jackman es uno bastante destacado. Cualquiera que recuerde su conducción de los Premios de la Academia en el 2009 lo sabe bien, con un despliegue de canto y baile que lo convirtió en uno de los más notables maestros de ceremonia de los últimos años. Y es desde entonces que está en desarrollo The Greatest Showman, un musical con canciones originales que es un proyecto pasión para el australiano, uno de grandes ambiciones pero de logros moderados, al cual le puede resultar difícil la comparación al ser el primero que llega después de La La Land.
Las ventajas de ser un marginado. Con frecuencia recuerdo lo que me hizo sentir The Perks of Being a Wallflower (2012) en el cine. Pocas veces me encontré tan desarmado en una sala, con un Stephen Chbosky que entregaba una de las mejores películas de los últimos años acerca de adolescentes incomprendidos en la escuela –cuya calidad se sobreponía a un final que no terminaba de cerrar-. Un lustro después, el escritor de Rent y la reciente Beauty and the Best vuelve a poner el foco en un personaje que se sabe diferente, por razones completamente distintas, y que debe hacer frente por primera vez a un colegio, institución hasta ahora desconocida pero que causa un miedo paralizante, como una picadora de carne en la que solo los más fuertes sobreviven.
Impulsada por el éxito de la primera parte -que resultó uno de los lanzamientos animados independientes más taquilleros de la historia- es que llega The Nut Job 2: Nutty By Nature, secuela no solicitada para un producto estanco, que puede tener ciertos elementos que den cuenta de una mejora en relación a la anterior, pero que no logra sobreponerse a la carencia de originalidad que caracteriza a ambas. Retomando algo de tiempo después de los eventos de la otra, todos los animales del parque se dan la gran vida en el sótano de la tienda de nueces, engordando a base de las accesibles delicias y olvidándose de su naturaleza en el proceso. Eso hasta que una explosión los deja peor que antes, dado que ahora que probaron el cielo de los roedores no están dispuestos a volver al parque sin más.
American Assassin es un tipo de proyecto demasiado visto. Un thriller de acción con un mortífero agente que excede las expectativas de sus superiores, pero al que no le gusta la cadena de mando y tiene una agenda propia. Mitch Rapp es Jason Bourne con pasado. Y no demuestra mucho con lo que sobresalir en su primer paso a la pantalla grande, uno que se espera de pie a una saga debido a que es el protagonista de 12 novelas. Su salto a los cines es en el marco de una película algo competente y predecible, con ciertos elementos de interés y poco que la pueda diferenciar de otras tantas compañeras de género.
La de las buddy movies es una fórmula que funciona hace décadas y la clave está en la química. Cuando se suma a la mezcla el elemento policial surge un proyecto como The Hitman’s Bodyguard, uno de esos tras los pasos de Lethal Weapon, 48 Hours o Kiss Kiss, Bang Bang, una comedia restringida de acción de aquellas que se hacen cada vez menos. Y para que todo ande sobre ruedas es clave la dupla que se elija, algo que se aprueba con creces al poner en el centro a Ryan Reynolds y Samuel L. Jackson, dos insultadores de primera con sus metralletas verbales bien afinadas, que a base de carisma ayudan a ignorar los elementos menos destacados.
James Wan demostró hace años tener el toque de Midas en términos de terror, siendo capaz de inaugurar lucrativas franquicias como Saw, Insidious y The Conjuring. La última es un caso todavía más complejo dado que es un universo en sí mismo y, mientras que se la continuó en forma tradicional con una secuela, también se pusieron en desarrollo desprendimientos paralelos como Annabelle o las próximas The Nun y The Crooked Man. Y la riqueza de esta idea, de darle historias de origen a las entidades malignas que enfrenta el matrimonio Warren, alcanza otro nivel de la mano de Annabelle: Creation, precuela de una calidad notablemente superior a la de su antecesora, que ayuda a olvidar esa pobreza que John R. Leonetti entregó en el 2014.
Después de años de estar en un infierno de desarrollo que involucró a diferentes estudios, realizadores y versiones, The Dark Tower llegó a la pantalla grande de la mano de Nikolaj Arcel (A Royal Affair). Lo que se planeaba como el comienzo de una ambiciosa saga multiplataforma que involucraría películas y una serie de televisión, no obstante, se siente como otros tantos films con una saga literaria a sus espaldas que fracasaron y posteriormente fueron abandonados al momento de la primera transposición. La adaptación de lo que Stephen King ha llamado su obra maestra tiene ciertos méritos, pero no se puede evitar sentir que es una versión microprocesada y acelerada de los libros que no termina de despegar.