Mucho se puede criticar a El Último Hombre, pero creo que lo más valioso está en el intento. El que no arriesga no gana y viendo este thriller post-apocalíptico de producción nacional y canadiense, con figuras del exterior y hablada en inglés, me sorprendía al pensar que existiera un proyecto de estas características. El resultado está lejos de ser el óptimo y pareciera tener una idea de lo que quiere ser aunque nunca lo logre, pero sorprende en su inusitada ambición, lo que la convierte en una apuesta tan extravagante como fallida.
Desde que Steven Spielberg revolucionó el concepto de tanque cinematográfico moderno con Jaws, todos amamos una buena película de tiburones. En ese sentido es que llama la atención que una como The Meg haya estado tanto tiempo en desarrollo. ¿Un escualo prehistórico de dimensiones titánicas? Es un concepto que se vende solo. Sin embargo, por dudas respecto al guión o su presupuesto, se pasó más de dos décadas en los planes en diferentes estudios. Pero el Megalodón por fin está libre para aterrorizar a la humanidad, con un producto final que busca ser una mezcla entre el clásico arriba mencionado y Jurassic Park, pero con un toque de Sharknado para darle al combo la suficiente autoconsciencia como para que se la disfrute. Más enfocada en la acción que en el terror, y con buenas dosis de humor, no abraza por completo un tono que Piranha 3D comprobó años atrás que era el adecuado.
Después de años de compartir crédito como directores en múltiples películas, Gastón Duprat y Mariano Cohn decidieron encarar proyectos en solitario como realizadores, cada uno produciendo el trabajo del otro. Mi Obra Maestra, a cargo del primero, es la que llega antes a los cines y da cuenta de una clara continuidad con la filmografía previa, en lo que se percibe como una oportunidad desaprovechada para salir de la zona de confort y encarar un tipo de labor diferente. Nuevamente se transita un territorio conocido como es el del mundo del arte, con un gran despliegue de producción, y se cincela un crimen en su interior. En el centro no hay una rivalidad, como en films previos, sino una amistad. Y es la falta de nutrición de ese vínculo lo que menoscaba sus méritos.
“La conocen los presos: la libertad” Andrés Calamaro Ya desde su primera escena que El Ángel deja en evidencia el por qué Luis Ortega era el realizador adecuado para llevarla adelante. Carlitos deambula por Olivos a plena luz del sol e irrumpe en una casa ajena con total normalidad. Suena La Joven Guardia y el extraño de pelo enrulado sin preocupaciones baila. No hay una motivación delictiva. Lo impulsa el hecho de ser libre y el poder hacerlo porque sí. Ese vagar errante en los márgenes de la sociedad, de films previos del cineasta como Dromómanos o Lulú, vuelve a estar presente en este nuevo proyecto, uno que se pasa por el filtro de su labor en televisión y conecta de lleno con Historia de un Clan –también dirige El Marginal-, otro relato de uno de los casos más resonantes de nuestro país y con el que comparte cierto criterio estilístico, más allá de la diferencia de década.
“¿Qué nos queda?” Hay dos mitades bien definidas de El Amor Menos Pensado, ambas trabajadas con el mismo nivel de minuciosidad como para que la experiencia sea tan enriquecedora como sea posible. Marcos y Ana tienen un matrimonio de 25 años. Se quieren, se conocen a la perfección y saben sus tiempos. Están cómodos. La película dedica una buena porción de su metraje en establecer la dinámica y personalidad de estos dos protagonistas maduros, de códigos propios que necesitan solo una mueca para decirse todo. Pero una fisura se vuelve abismo. Desconsuela el contemplar una vida sin ningún evento importante hasta que su hijo los haga abuelos, con lo que de común acuerdo y en plena armonía se separan. Y ahí comienza su segunda parte, la menos pensada del amor.
Si bien hay apenas pocos años de diferencia, The Darkest Minds se siente como una película de otra época. Una que llegó tarde al boom de las adaptaciones de series literarias para jóvenes adultos, que hace menos de un lustro eran codiciadas como el oro por los estudios y que ahora ni siquiera se las escucha nombrar. Por cada Harry Potter, The Hunger Games o Twilight que brilló en la taquilla mundial, hay decenas de franquicias truncas que no pasaron de la primera entrega o que arañaron apenas lo suficiente como para justificar una segunda. No es que el sub-género esté definitivamente muerto. Este es un ejemplo que demuestra que estas transposiciones seguirán haciéndose, seguro que con menos voracidad que antes. Algo que ya se avizoraba con los moderados éxitos de The Maze Runner –decreciente en su recaudación con cada entrega pero que completó su trilogía- o la abandonada Divergent, que ardió un poco y se consumió con rapidez, alimentada por la ambición de un estudio que ahora no resuelve cómo terminarla. Y la mención a esta última no es casual, ya que The Darkest Minds toma algunas páginas prestadas de su libro.
No hay otra franquicia que haya logrado lo que consiguió Mission: Impossible, que lejos del agotamiento se renueva con cada entrega y mantiene su calidad en alto. Creo que el hecho de no repetir directores ha ayudado a que la saga siguiera fresca y despierta, con la impronta propia de cada realizador en proyectos más y más impactantes -hasta la que considero la más floja de las seis, M:I 2, tiene grandes méritos-. Ethan Hunt y compañía se las han arreglado para ofrecer espectáculos vistosos repletos de acción e intriga, dándole forma a una franquicia de autor que está en la cima de lo que el cine de género tiene para ofrecer. Y Mission: Impossible – Fallout viene a dar continuidad en la tendencia y cambio en la fórmula, consolidándose como la mejor de las seis.
Teen Titans Go! To the Movies abre con un gag de excelente ejecución, sencillo pero de absoluta efectividad y que marca a las claras el tono que tendrá la película. Con una vuelta de tuerca cómica sobre el logo introductorio al cine de Marvel Studios, la película demuestra básicamente desde su inicio que tiene para repartir para todos lados. Ni Stan Lee está a salvo de la mirada punzante de los Jóvenes Titanes, que no distingue entre compañías rivales o universos cinematográficos a la hora de lanzar sus dardos precisos. Armados de una mirada fresca e irónica, con gran sentido del humor y el timing necesario para que cada chiste aterrice como corresponde, el paso de Robin y sus amigos a la pantalla grande es una misión exitosa.
La maquinaria detrás de The Rock está bien aceitada y el hombre es una fuerza de trabajo imparable, con una ética profesional sin igual que lo ha convertido en una de las más grandes superestrellas de Hollywood. Uno todavía puede sorprenderse de que, en apenas un lustro, el antiguo luchador de la WWE se haya forjado un camino de tanto éxito en múltiples plataformas. Al hombre se lo adora en redes sociales, da claves de estilo de vida, tiene su propio programa de televisión, su canal de Youtube, su marca de tequila, su línea de ropa y mucho más. Todo ello, claro, sin contar su incansable labor en la pantalla grande, al punto de que puede estrenar una nueva película cuando la anterior recién llega al formato hogareño, todo mientras filma otra y tiene tantas más en fila a las que abocarse. Pero el sello de Dwayne Johnson no es garantía absoluta de calidad.
Recuerdo pensar en la frase de John Carpenter respecto a Michael Myers y su próxima película mientras veía The First Purge. “Una vez que te alejas del rumbo original y empiezas a explicar, estás perdido”, manifestó el cineasta, algo que resonaba al ver esta cuarta entrada de la saga y que se volvió más pertinente al ver un póster de la nueva Halloween colgado de la pared de uno de los protagonistas. Bien puede ser que el origen propio de esta terrorífica tradición no fuera necesario de abordar, pero después de tres entregas que condujeron a la franquicia hacia una dirección, el rumbo a seguir en caso de hacer otra era el de un desprendimiento, para dar vueltas en círculos, o el de una precuela, precisamente lo que se resolvió. El resultado es una producción sólida y directa, que se ve plagada de los mismos puntos a favor y en contra de sus antecesoras.