Solo Spike Jonze podía lograr algo así. Plasmar el espíritu de una época en la que los vínculos se licúan frente a redes sociales y sistemas operativos que nos atan y nos separan día a día. No es casual que “Her”(USA,2013) haya podido superar los prejuicios que muchos miembros de la Academia de Hollywood poseen frente a discursos renovadores otorgándole el Oscar al mejor guión original. Es que “Her” tiene una frescura basada en la melancolía de una mirada retrospectiva que impulsa una épica historia de amor más allá de las limitaciones FISICAS que tendrán entre ambos. Pero Jonze, a través del romance entre el sistema operativo (Scarlett Johansson) y Theodore (Joaquin Phoenix), también habla de un futuro no tan lejano en el que la cotidianeidad no podrá avanzar sobre la sociedad del trabajo, y tan sólo en esporádicos y espasmódicos momentos individualistas, físicos, químicos, sensoriales, la humanidad se despliega. En la profunda mirada de Theodore, en su inmensa tristeza por no poder apegarse a nada y no encontrar algo que lo complete, Jonze logra erigir quizás el más glorioso discurso acerca de la vinculación social. La elección de la atemporalidad de los espacios (más cercanos a no lugares que a “hogares” o “viviendas”), la paleta de colores (apagados), como así también la vestimenta (antigua por demás, por cierto) también dice mucho sobre el tema. La elección de los planos, la utilización de la cámara subjetiva,la profundidad de la composición y creación de los personajes (no sólo el de Phoenix y Johansson, sino también los de Mara y Adams) hacen de esta película un evento que no puede dejarse pasar. PUNTAJE: 9/10
Los hermanos Coen ya en “Dónde Estás Hermano” mostraron su interés por el mundo de la música para narrar historias que de musicales no tenían nada. En esta oportunidad en “Inside Lewyn Davis”(USA, 2013) no sólo se desnudará el negocio musical detrás de los solistas norteamericanos de los años sesenta, sino que se tratará de reflejar (al tempo que nos tienen acostumbrados los directores) la lucha de un hombre común por subsistir en un medio hostil (y no sólo el de la música). Los tugurios más horribles de Estados Unidos sirven para que Lewyn Davis, en una lograda actuación de Oscar Isaac (“W.E”), pueda poner a prueba no sólo su voz, sino principalmente su lucha por su “norte” y sueños. No es fácil para él ya que nunca quiso circunscribirse al estilo dominante y mucho menos fue participe de “apretadas” para que haga algo que no le gustaría hacer. Davis es capaz de atravesar una ciudad y hasta estados enteros con el fin de no fallarle a algún amigo (aunque el protagonista no tiene amigos, sólo posee personas a las que usará de acuerdo a las necesidades que le surjan), pero también es capaz de hacer eso con el único fin de evitar sentirse un perdedor. Y ahí es en donde los Coen nos envuelven. En la automática empatía con este personaje que ha perdido todo pero que intenta salir adelante. Hay un gato que lo acompañará en las travesías. Es ese felino justamente, y con una cuota de realismo mágico, el que lo guiará y ayudará a encontrar su sueño. Un camino en el que se encontrará con gente que lo único que verá en el es la posibilidad, o no, de hacer algo de dinero. Lewyn está en las últimas, y el mundo lo desprecia (por ejemplo su amante, interpretada por una expresiva Carrey Mulligan, lo aborrece) con el único propósito de recuperar sus 15 minutos de fama, y que aun a su pesar, se han compuesto por un par de hits musicales que hasta el mismo despreciaodia, y justamente así él funda sus vínculos con los demás. Nadie lo apoya, porque el además mote de “popular” se contrapone con los ideales y el espíritu revolucionario de cambio de la época en la que él vive y atraviesa. Si va a cenar a la casa de algún amigo termina peleándose con la mujer del anfitrión por trivialidades. Una correcta dirección de cámaras acompaña una fotografía impecable. Justamente este último ítem (con una merecida nominación a los últimos premios Oscar) subsana cualquier desprolijidad en la progresión de la historia. “Inside…” no es una obra maestra, pero es una película que atrapa porque en su disparidad y dispersión (bien podría haber sido una serie de TV con capítulos que detallaran cada momento de sus viajes e intervenciones) y con la excusa de las presentaciones musicales, es en donde funda su razón de ser. Para amantes de los filmes de superación personal, pero con un plus de maestría en la narración de los sucesos, “Inside…” es una vuelta de tuerca sobre las películas musicales y un gran regreso de los Coen a la pantalla grande.
De un litoral profundo. De rutinas que no conducen a nada. De la aceptación de condiciones de vida bastante particulares. De un pequeño infierno que se va gestando en espacios interiores. De todo eso nos habla Celina Murga en su nueva película “La tercera Orilla”(Argentina, 2014), un largometraje que llega con el precedente de haber estado en Berlín 2014 y ser producido por Martin Scorsese. Si en sus filmes anteriores Murga exploraba con honestidad el universo masculino en “Ana y los otros” y “Una semana solos”, acá la extraña relación entre dos personas de clases opuestas (Daniel Veronese y Gaby Ferrero) se aborda desde un lugar neutral de expectación sin ningún juzgamiento. La aceptación por parte de la mujer, aunque en su interior y en su soledad llore la ausencia, y la desfachatez con la que Veronese compone a un bígamo (casa opulenta oficial versus casa pobre no “oficial”) , son sólo el punto de partida para el complejo entramado de relaciones que se comienzan a desplegar en la pantalla. La pareja tiene dos hijos extramatrimoniales, el mayor de ellos, Nicolás (Alain Devetac) sabe que detrás de los invaluables obsequios materiales que les realiza nunca habrá nada más que eso. El dinero como intento de solventar una situación que no tiene futuro y que demarcará la división de aguas entre las que Nicolás se posicionará como un tercer lugar (la famosa tercera orilla del título) ante tamaña “herencia”. Es que el padre cree que Nicolás debe ocupar algunos espacios que el cree como necesarios (en un laboratorio, en una estancia, etc.) pero que están muy alejados de sus intereses. En los ojos de Nicolás (con una mirada tan penetrante como la de María Alché en “La niña Santa” de Lucrecia Martel) murga muestra la incertidumbre. Los eternos planos que profundizan su mirada son uno de los puntos más logrados de una cinta que atraviesa en total calma dos momentos bien diferenciados. En un principio, y con una maestría y paciencia loables, asistimos a la presentación de los personajes dentro del marco de la relación extramatrimonial. Este vínculo, con sexo incómodo a la hora de la siesta. Un sexo público en esto de “vino Jorge –Veronese- para estar con mamá”. La otra historia es la de Nicolás y su relación con Jorge, en donde el cuestionamiento moral sobre la “bigamia” va a ir desplegándose con planos fijos y sucios, en escenarios como el laboratorio, la estancia, la camioneta y en un punto determinante, en una whiskería, lugar en el que XXX quiere que Nicolás se inicie sexualmente, pero que en realidad servirá para que este último comience a pensar que hay algo más allá que lo que se quiere imponer. Hay un plus, en ese festejo de quince años de la hermana de Nicolás, que se va gestando desde un inicio, también hay algo más. En esa fiesta que vamos viendo que se genera a pulmón y esfuerzo, intentando demostrar que ella sola puede lograr lo que se propone sin la necesidad del dinero de nadie y sin que nadie crea que la ayudaron. Mundo de infelicidades, de miserias expuestas y miserias escondidas, de secretos que duelen y de siestas que afirman espacios marcados y divididos. El adentro para los mayores. El afuera (el patio) para los niños. El sexo como conquista. El juego y lo lúdico como el espacio de inocencia e ingenuidad. Película de climas, cruda, sin banda sonora, en la que los gestos (siempre enunciados a través de primeros planos y planos detalles) dicen mucho más que las pocas palabras que se utilizan. Los vínculos en un pequeño pueblo del norte argentino que exponen una situación que bien puede estar pasando en cualquier lugar del mundo. De ahí la necesidad del cine de Murga y de esta película en particular.
Puro bla bla bla Juan Pablo Martinez no es Richard Linklater y parece no notar esto, pero a pesar de todo intenta mostrar en "Luna en Leo"(Argentina, 2014) una Buenos Aires turística (que felices deben estar en el Gobierno de la Ciudad por la publicidad que se hace de la capital de Argentina en la película) para hilvanar una historia de amor entrañable que lo único que despierta es fastidio. Leo (Ismael Serrano, también guionista del filme) es un escritor devenido en "astrólogo" que tendrá una ¿"cita"? con Luna (Carla Pandolfi, la Esmeralda de Violetta). Todo comenzará con atrasos en el encuentro y luego de una hora de idas y venidas por la ciudad (con saltos temporales y espaciales -hay que cuidar la continuidad-) ya no saben qué quieren el uno del otro. Martinez no logra transmitir la tensión y el interés entre ambos y menos cuando en los diálogos sólo se ponen referencias para intentar otorgarle cierto trascendentalismo a palabras que ni los propios intérpretes se creen. Se habla de "Verano Azul", de Cortazar, de lo lúdico, de banalidades y se filosofa sobre el amor y las relaciones entre hombres y mujeres, con una liviandad y una puesta escenica (casi teatral) que aburre. El principal problema del filme es la poca química entre los protagonistas. Serrano está correcto, pero Pandolfi ni siquiera por un momento logra transmitir algo en su Luna, que de tan extremista en sus opiniones resulta misógina. Si la idea fue contar una historia en la que los roles "masculino" y "femenino" se invirten, entonces eso se logró. Pero la antítesis de los "enamorados" es tal que el encuentro final, que se dilta, y mucho, no genera interés y se diluye en una escena digna de una comedia costumbrista más que de una romcom.Fallida. PUNTAJE: 3/10
La épica y el peplum vuelven a la pantalla grande. Este género otrora supo ser el líder en las preferencias del público, principalmente en la década de los años 50 del siglo pasado, pero tras una acogida cálida en su primera entrega, la saga creada por el maestro del cómic Frank Miller vuelve en “300 el nacimiento de un imperio”(USA, 2014) con el aditamento del 3D como potenciador de la historia y una irresistible atracción entre opuestos que sólo desencadenará desgracias. Si en “300” la primacía masculina estuvo a la orden del día, en “300 el nacimiento…” está por verse si ese primer lugar se disputa no ya por Jerjes (Rodrigo Santoro), una deidad asesina que arrasará con poblados para vengar la muerte de su padre, sino que la imposibilidad de encuentro entre los líderes de bandos opuestos, Temístocles (Sullivan Stapleton) por los espartanos, y Artemisia (Eva Green) por los persas, harán temblar la tierra y robarle el protagonismo. Noam Murro, realizador israelí, logra despertar el interés en esta historia que se sucederá simultáneamente con la narrada en “300”, y a través de la explotación de muchos recursos fílmicos, pero principalmente por el detenimiento y coreografía que dotó a las escenas de lucha y acción, es que logra superar a su predecesora. El sepia sigue marcando el tono de la imagen, pero en esta oportunidad, se suman a la paleta varios colores para contrastar la opacidad de la primera entrega de la saga. Murro también acude a la utilización de la iluminación (por momentos tenue, en otros exagerada para remarcar situaciones y personajes) que a la par de una sugerente banda sonora (creada por el argentino Federico Jusid) hacen que uno no pueda dejar de mirar la pantalla en ningún momento. Los primeros planos, primerísimos, como así también los detalles y la estaticidad en la puesta en escena, logran transmitir el espíritu de las viñetas creadas por Miller. La utilización de rallenties y las bellísimas panorámicas una vez más magnifican la empresa que se contará, y se posicionan como otro de los puntos salientes de este filme. Volviendo a la trama, el personaje interpretado por Eva Green se come, literal, la película. Están los hombres que pelean y velan por la seguridad de la polis, pero uno no puede dejar de embobarse y sorprenderse con la frialdad y majestuosidad con la que la actriz compone a Artemisia. Sabemos por qué ella es malvada (se muestra con lujos de detalles las vejaciones y humillaciones a las que se la sometió en su infancia), por qué es una máquina de matar sin ningún tipo de reparo, pero también sabemos que es una mujer, de carne y hueso, y que Temístocles la hará trastabillar física y emocionalmente en más de una oportunidad. La hiperbolización de las caracterizaciones no hace más que reforzar la historia y la progresión del relato. Los malos serán muy malos y los buenos demasiado buenos. Pero entre estas polarizaciones siempre habrá algún gris, y es justamente en esas variantes en las que Murro hará foco. Con valores como la reivindicación de la familia, el trabajo en equipo y el esfuerzo por llegar a las metas, la película suma fuerza y evita erigirse como un mero pasatiempo ocasional. “300 el nacimiento de un imperio” es una buena oportunidad para volver al cine espectáculo y al goce sin ningún tipo de prejuicio ni condicionamientos.
François Ozon es dueño de una filmografía variada que encuentra en lo onírico y la digresión su punto máximo de creatividad. Con “En la Casa” (Francia, 2012), recién llegada a los cines argentinos, retoma la idea del sueño como hacedor de historias desde la perspectiva de un aburrido profesor de literatura (Fabrice Luchini) que se interesa por el relato intimista y particular que uno de los alumnos (Ernst Umhauer) comienza a desarrollar a modo de trabajo práctico. Su esposa (Kristin Scott Thomas) también se interesa en él y entre ambos comenzarán a obsesionarse con la historia de un joven que busca en la casa de un compañero de secundaria (Bastien Ughetto) la posibilidad de ser normal y algo más. Con un arranque que utiliza el fastmotion para reflejar el dinamismo de la juventud para luego detenerse durante toda la duración de la película en los detalles de una familia de clase media, la de Rafa (Ughetto), quien convive con sus padres (Emmanuelle Seigner y Denis Menochet). El relato de lo que acontece (casi nada) dentro de esa vivienda comienza a construir una espiral de intriga basándose principalmente en si lo que relata Claude (Umhauer) es real o es ficción. Germain (Luchini) decide ayudar al joven para que encuentre un estilo personal dentro de la narración que realiza sobre la familia hasta el punto de cometer algunas infracciones que le pueden jugar en contra. “La vida sin historias no vale nada” le dice y porque lo cree tan profundamente él y el joven lo toman tan al pie de la letra que el círculo vicioso entre ambos, con una sexualidad latente, que va in crescendo (se apoya mucho en la música incidental), hace que todos terminen siendo parte de la historia. ¿O es la historia secundaria que incluye e incorpora a ambos y su extraña relación de alumno y profesor interesado en él? La vida es sueño, la historia no existe, el relato cuenta sobre la realidad, la realidad se vive a través de los ojos de Claude o de la mirada “editora” de Germain, quien no puede más que de otra manera que a través de la vida de los otros (literatura, arte, cine, etc.) vivir su propia realidad. Una realidad que de apoco excluye a su mujer (a la que nunca ayuda ni siquiera sabiendo que està por perder su trabajo). Cámara subjetivas para reafirmar el carácter vouyerístico de “En la Casa”. Un constante espiar sobre los hombros del joven. Gente que vive a través de los ojos de los otros y que no puede armar siquiera un plan que no incluya a la otredad para mantenerse alerta y vivo. Algunos tópicos como familia, esfuerzo y pasión, trabajados desde la ironía clásica de Ozon:hay una ama de casa que siempre está en la casa (valga la redundancia) pero que quiere todo el tiempo remodelarla, un hombre que cree que China es la salvación de su vida porque principalmente tiene mucha población y que vive mirando deportes en la TV y un joven que, excepto sus problemas con las matemáticas (por los que Claude ingresará en su vida, para darle una mano), no tiene otro motivo para seguir viviendo, ¿o sí?. Arriesgada y perturbadora propuesta. Un espiral. Un rompecabezas a terminar por el espectador. Una crítica a la clase media burguesa que sólo encuentra en el consumo y en la rutina su razón de existir y que fue premiada en los Festivales de Toronto y San Sebastián.
Cuando uno se topa con una historia épica y ancestral de amor y lucha, ¿qué más que llevarla a la pantalla grande a modo de homenaje? Esto deben haber pensado Javier Olivera y Fito Pochat al codirigir “MIKA, mi guerra de España” (Argentina, 2013) luego que un ejemplar del libro que da título a la película, escrito por Mika Etchebehere, llegara a sus manos. La reconstrucción de los hechos narrados en el ejemplar fue realizado con solidez a través de impactantes imágenes de archivo con las que los jóvenes realizadores pudieron hilvanar la vida de Mika y su marido Hipólito. Estos dos militantes de izquierda, marxistas hasta la médula y que tras deambular por diversas ciudades del mundo , fueron testigos del surgimiento de la Guerra Civil Española, llegando a convertir a Mika en la única mujer capitana de las fuerzas republicanas, son puestos en el centro de la historia con fotografías personales. La principal fuerza y valor del documental radica en la energía que decanta por sí sola porque Mika es un personaje en sí misma. La cámara (en entrevistas de archivo) la ama, y ella lo sabe. La mujer, dueña de una verborragia única, hace que sus palabras posean una continuidad en el relato a través de la voz en off de Cristina Banegas (siempre correcta) sobre las imágenes en blanco y negro de los jóvenes revolucionarios de la época. El correcto timming con el que Pochat y Olivera introducen las imágenes son elocuentes con algunas frases de Mika. Así, si ella dice mirando a cámara “la revolución nació con los cantos y la alegría”, los cuerpos que se muestran en pantallas son los de unos jovencísimos soldados acompañados por mujeres y familias en plan festivo pero con la convicción de una lucha que brotaba por sus poros. En cambio si la estoica mujer afirma “una vez más me descubro capitana, madre de familia que vela por sus soldados”, la música incidental acompaña escenas relacionadas con la naturaleza o simplemente planos de actividades más “humanas” dentro de lo que se puede decir “humano” en una instancia de guerra y revolución. Pero no sólo de imágenes de archivo y de fotografías sepias filmadas se compone “Mika, mi guerra…”, sino que el otro hilo conductor, además de la voz en off que leerá pasajes del libro durante todo el metraje, será su sobrino nieto Arnold Etchebehere el que transitará aquellos lugares en los que Mika e Hipólito desplegaron su historia de amor y lucha. Si bien por momentos se extraña la implementación de recursos que quizás hubiesen modernizado la construcción narrativa, en la simpleza del documental es que también se puede rescatar la potencia de la historia. Las entrevistas de Mika (realizadas obviamente con anterioridad en Francia y España, ya que Mika falleció en 1992) bien por sí solas podrían haber sido una posibilidad de narrar. Pero los realizadores fueron más allá, no solo al incluir pasajes y fragmentos del libro con el narrador omnisciente, sino que al incorporar a un personaje real y ligado a la pareja, el verosímil se potencia para bien. El recurso de la voz en off no cansa, porque además los párrafos escogidos por el dúo de realizadores son contundentes, y si aún así, estos no hubiesen acompañado la acción verbal con imágenes de archivo las solas palabras como “hay olor a pólvora en las calles madrileñas, la derecha está planeando algo” “hablan” por sí solas. Las ganas de investigar más sobre Mika con las que uno sale de la sala son increíbles, y si pasa esto con uno es porque la función y finalidad de los directores se logró. Película para repasar uno de los momentos más tensos y representativos de la historia reciente que duele, “Mika, mi guerra de España” es un homenaje sentido para uno de los personajes más icónicos de la fuerza femenina en los procesos revolucionarios.
PAPA PARA TODOS "Una Familia Numerosa"(USA,2013), protagonizada por Vince Vaughn y Cobie Smulders es una comedia clásica que toca un tema controversial como es el anonimato de los donantes de esperma. Si bien por momentos el tono gira más hacia el drama, Ken Scott logra dirigir con acierto la historia de David (Vaughn), un repartidor de carne (Delivery Man en el título original) que ve como su vida cambia cuando descubre que de las 693 veces que donó esperma para una empresa, por un error, 533 terminaron en "hijos". No vamos a buscar las explicaciones del por qué de esto (tampoco las vamos a encontrar en la película como tampoco vamos a reconocer sus similitudes en trama y temática con "El Donante", serie argentina de Eyeworks) sino que asistiremos a cómo David irá conociendo de a uno a algunos de los 142 de esos hijos que quieren conocer a su padre biológico. Para acercarse intentará ayudarlos en la situación que se encuentren (una joven drogadicta, un actor que no encuentra su papel, un guardavidas, un guía turístico, un artista callejero, un anarquista, entre otros) cual "ángel de la guarda" y sin revelar su verdadera identidad. La vida de David es muy complicada. Tiene por un lado a prestamistas mafiosos apretándolo, un negocio familiar aburrido (y una familia que lo abruma) y una novia (Smulders) que queda embarazada justo en el momento en el que él se entera de su paternidad masiva. Sólo tiene un amigo (Chris Pratt), que con cuatro hijos, le hará ver que tener descendencia es lo peor que le puede pasar a David y más aún cuando son tantos. Entre ambos armarán una estrategia legal para poder solucionar los problemas económicos de David pero pronto verán cómo todo se les va de las manos cuando éste intentará acercarse a sus hijos biológicos. Hay un sabor agradable en esta película. Un gusto por recrear las clásicas comedias americanas en las que cuando uno piensa que todo está mal, la situación del protagonista se pone aún peor. Y ahí nos divertimos. Amamos este tipo de cintas. Es que disfrutamos mucho cuando vemos las desgracias ajenas en pantalla grande y más cuando, como en este caso, el protagonista es un perdedor a punto de estrellarse en una pared a mil kilómetros por hora, pero cambiará su destino con honestidad y verdadera pasión. El trío de actores protagónicos dotan de una calidad inigualable al filme y su bien la dirección de Scott no, tampoco aburre. Atentos al luminoso soundtrack, un punto más a favor que hace de "Una Familia numerosa" una agradable sorpresa que renueva la cartelera. PUNTAJE: 7/10
Cuando uno sale del cine tras ver “La corporación” (Argentina, 2012) se queda con una sensación extraña. Sin ser una obra maestra del género, Fabián Forte construye un discurso sobre las relaciones y los vínculos en el siglo XXI, sin eufemismos ni medias tintas, que atrapa desde el primer momento. Su planteo es el siguiente: en un futuro no tan lejano (¿o ya estamos en él?) hay una misteriosa CORPORACION que ofrece un sinfín de servicios dentro de los que se encuentra el de “simular” una vida posible, siempre y cuando uno posea el dinero para solventar tamaña empresa. Corriéndose del cine de terror por un instante, Forte profundiza sobre la condición humana y la negación de la realidad frente a la construcción ficcionalizada de las relaciones actuales. Hay un empresario exitoso llamado Felipe Mentor (un inmenso y equilibrado Osmar Nuñez) que increíblemente debe acudir a los servicios de la corporación para poder aparentar, principalmente en eventos sociales, algo que nunca pudo conseguir por sí solo: EL AMOR. Sin entrar en detalles, lo interesante de la propuesta de “La corporación” es su capacidad para crear climas opresivos que contrastan con los deseos reales de Mentor, es decir, de poder amar una vez en la vida y tener un hijo. Pero en esos deseos también se esconde otra cosa, la imposibilidad de seguir las reglas impuestas por la corporación, porque más allá de aceptar el contrato con una estricta normativa, el regocijo que le trae la previsibilidad de las acciones. Mentor es un ser manipulador y autoritario, exigente por demás y que evita el contacto directo y espontáneo con sus allegados. En la soledad de su vacua y efímera existencia además carga con el peso de acompañar a su madre tras un fatal accidente. Para ella también tiene planeado un destino a través de la corporación, tan o más oscuro que el de su propia existencia. El comprarse una vida no garantiza que eso permita la continuidad en el tiempo de la acción. El dinero compra todo, eso lo sabemos, pero en el caso de Mentor hay algo que no puede cristalizar. Por más dinero que tenga y contratos que lo avalen, su relación guionada con Luz/Clara (Moro Anghileri) avanza sólo en los diálogos que extrae de cursis películas románticas (todo lo contrario a él). “La corporación” funciona porque Forte puede crear la atmósfera propicia para la lúgubre historia de un ser despiadado que intenta comprar amor. Con primeros planos, una cuidada producción y escenarios naturales, todo apoya el discurso del advenimiento de un nuevo tipo de vínculo (pronto en “Her” de Spike Jonze, también veremos cómo trata el tema). Osmar Nuñez es el actor ideal para esta película. Adusto, estoico, reservado, en la dureza de los gestos con los que compone a Felipe es en donde está la integridad del filme. También poseen tanto Anghileri como Karina K (que interpreta a un ex amor de Mentor) grandes momentos en los que pueden desarrollar sus personajes. “La corporación” tiene la ventaja de explorar áreas en las que el cine argentino pocas veces ha trabajado. Para ir con el convencimiento de presenciar una puesta original en un tema interesante, el de manipular vidas a conciencia para conseguir un objetivo.
Desde el arranque de “Non-Stop”(USA, Francia, 2014) uno sabe que hay algo que no cierra. Liam Neeson se brinda de lleno a Jaume Colet-Serra, una vez más (ya colaboraron en “Unknow”), y logra componer a Bill, un marshall aéreo norteamericano, que tras la dura fachada de su rigurosidad en lo laboral, esconde secretos que pueden ser puestos en juego en momentos de tensión posterior. Bill tiene un trabajo adrenalínico, pero claro está, como siempre esto sucede para los otros que no lo hacen. Hay mucho de imaginación en esto de creer que ser policía aeronáutico tiene mucho de James Bond, pero en realidad tiene que ver mucho más con una desgastante tarea en la que casi nunca pasa nada, pero cuando pasa, ahí hay que estar con todos los sentidos alertas. Claro está que no es el caso de Bill, quien antes de cada vuelo, y para poder superar el despegue del avión en cada viaje que emprende, toma cantidades, controladas, de alcohol. Igualmente el miedo no desaparece, así que debe encerrarse en uno de los baños de los jets a fumar, tomar nuevamente y tratar de pensar en otra cosa más que el tiempo pase rápido y llegar a tierra. Pero su celular comienza a recibir extraños mensajes, alguien lo interpela dándole indicaciones que debe seguir, caso contrario una persona cada veinte minutos morirá. Collet-Serra construye un relato vertiginoso a 10 mil pies de altura sabiendo que la tensión se irá generando con cada paso y decisión que el personaje de Bill tome. Cabe aclarar que a Bill mucho no le hacen caso, y excepto la fe ciega que deposita una de las pasajeras, Jen (una Julianne Moore correcta), debe arreglárselas él solo para poder tomar el camino necesario que lo lleve a una óptima resolución del conflicto. Todos son sospechosos. La conspiración a la hora del día. Más cuando el director decide narrar la historia pero de manera inversa. Bill es observado con recelo por cada uno de los pasajeros del jet, incluyendo la tripulación a bordo. Los trazos gráficos que corresponden a los SMS que va recibiendo, como así también la utilización del primer plano para contar, es lo que va generando la adrenalina necesaria para este tipo de historias. Hay momentos que podrían ser obviados, cargados de un sentimentalismo y amaneramiento innecesario (la historia de la niña que viaja sola, alguna revelación sobre Jen o sobre el mismo) que restan potencial y fuerza a la búsqueda de aquel que intenta matar a todos en el avión. La música también merece una mención en este sentido. Cual programa de reencuentros televisivos enfatiza la sensibilidad de un discurso que va por otro lado, el relato de una búsqueda desesperada casi en tiempo real. Heredera de “24” o de películas de género como “Plan de Vuelo” o “Air Force One”, el hábil Collet-Serra va más allá generando atmósferas y un tratamiento de la imagen (granulado/color) que incita al dinamismo y la continuidad de la acción. Atentos a una increíble pelea en uno de los pequeños baños, como así también a la inteligencia con la que Bill resuelve algunas situaciones complicadas (a modo de McGyver), en una película que sabe que el entretenimiento y la desesperación por la resolución por parte del espectador está asegurada.