El 9 de Septiembre de 2001 ocurrió un hecho terrorista que no dejó indiferente a nadie. Las consecuencias del incidente repercutieron mucho más allá de los Estados Unidos, afectando todos los frentes imaginables. Todo lo que se escriba sobre ello y la respuesta del país del Norte es, fue y será analizado con lupa. Reporte Clasificado cuenta una historia sobre las consecuencias de esa respuesta, una de esas historias que tristemente y durante mucho tiempo los gobiernos no deseaban que se supieran, volviendo al dilema de su difusión una cuestión dramática lo suficientemente llamativa para contarla cinematográficamente. Secretos de Estado Si bien la película es clara en señalar lo ético e innecesario de la tortura (y en términos más generales, cualquier respuesta de la violencia mediante la contra-violencia), más el riesgo que se corre al no exponerla, Reporte Clasificado tiene la contra de que a veces adquiere tintes demasiado autóctonos. A ello debemos sumarle que no se conoce mucho de la vida del personaje por fuera de su trabajo como analista de la CIA. El conflicto está, eso es innegable, pero el drama no es fuerte. Si eso no es fuerte, uno no puede evitar pensar si la ficción era el mejor formato para contar esta historia. Un aspecto acentuado por la falta de desarrollo emocional del personaje, detalle que le hubiera permitido al espectador involucrarse más con la historia por fuera de su nacionalidad. Adam Driver se ratifica como uno de los mejores actores de su generación al darle vida a este apasionado y obsesivo analista de la CIA: si la película consigue que un espectador foráneo se involucre con una historia tan autóctona es, en gran parte, por las emociones que trae Driver a la mesa. Lo apoya hábilmente Annette Bening en el rol de una senadora de pocas pulgas, cuyo porte austero la hace lo más destacable del elenco de secundarios. El juego de opuestos y a la vez complemento entre ellos sobresale a nivel interpretativo. Jon Hamm, aunque no llega a brillar tanto como sus co-protagonistas, da vida con mucho oficio al frío e indiferente oficial gubernamental que desea que estas torturas sigan siendo un secreto. La simple reacción que le imprime a su personaje al descubrir la información de unas cifras de muertos, es un instante de sutileza que muestra un logrado resultado y la valentía del actor al elegir un personaje real para nada simpático. En materia visual, el film tiene ricas composiciones de cuadro aprovechando sonoramente no solo los edificios históricos de Washington, sino también la arquitectura moderna que circunda la ciudad. Los planos son fijos, con una iluminación fría, en absoluto contraste a la dramatización de las torturas que es fotografiada principalmente con cámara en mano y una iluminación cálida, casi quemada. El montaje y sonido son prolijos y funcionales en lo indispensable a la historia.
Casi siempre, la única manera de ver una historia de dos personajes LGBT en el cine y que no fuera en un contexto marginal, era en los Festivales de Cine Independiente. Incluso hasta ahora se podía tener un personaje secundario LGBT en una película mainstream, pero entrando en clichés que atrasan 20 años. Los Adoptantes es una clara prueba de que estas historias, estos personajes, estas miradas, están más que listas para enfrentar al gran público. El Pasado y el Ego Los Adoptantes es una película con mucho riesgo, no tanto por mostrar una escena de sexo gay como se ve pocas veces en el cine nacional, ni porque se anime a mostrarla en un contexto de comedia. Lo es por el coraje de mostrar a sus protagonistas tal cual son, sin heroísmos baratos, ilustrándolos como personas con vanidades e inseguridades, como cualquiera que pisa este mundo. Ellos son. La autoaceptación no es la cuestión en juego acá, y si lo es, no pasa en absoluto por la orientación sexual. Si bien Los Adoptantes pone su mirada crítica sobre el complejo proceso de adopción en la Argentina, el desarrollo de sus personajes descansa en los defectos de carácter que deberán atravesar si desean ser buenos padres. Defectos de carácter que naturalmente nutren tanto al drama como a la comedia de la película. Va sobre el deseo del personaje de Diego Gentile de ser padre, aunque no pueda evitar querer seguir siendo relevante mediáticamente. La película es la evolución hacia ese altruismo necesario para hacerse cargo de la vida de otra persona. Y es la travesía emocional del personaje de Rafael Spregelburd, una persona con una idea sobre su pasado; clara en términos oficiales, no tanto en términos reales. La confrontación con el mismo es su evolución a la hora de desarrollar un sentido de la verdad absoluta, de esa honestidad que puede lastimar inicialmente pero que es necesaria para ayudar a un hijo a enfrentar los males del mundo.
Dinámica historia sobre una problemática actual. Durante los últimos años las denuncias por acoso sexual han crecido a un nivel alarmante. La diferencia entre esta época y las anteriores es que cada vez son más las mujeres que alzan su voz para mandar al frente a empleadores que, amparados por el poder, se exceden ignorando cualquier consenso. El Valor de una Mujer es una de esas historias. De esos silencios destructivos, tanto personales como sociales, que dejan de serlo. La voz de la denuncia El Valor de una Mujer cuenta con un guion sólido, proveyendo un conflicto sostenido y contundente que refleja una dura problemática actual. El Valor de una MujerLa historia mete el dedo en la llaga en el encubrimiento de semejante atrocidad en nombre de intereses económicos y hasta incluso religiosos. La protagonista no solo encuentra obstáculos judiciales, sino que enfrenta el ostracismo de las mismas mujeres que callan, minimizan, tergiversan o insultan, por obligación a proteger un status quo nocivo pero que por desgracia les da el sustento. Creo que lo más doloroso que ofrece la película, y lo que hace que empaticemos más con la protagonista, es el hecho de que los perpetradores hagan de cuenta como que no paso nada, teniendo el descaro de hacerse los generosos cuando dicha generosidad es el preámbulo para la amenaza y el chantaje. El Valor de una Mujer, si bien claramente alude al coraje en cuestión de la protagonista, también señala el valor de muchas otras de las mujeres del entorno del antagonista, reforzando el punto de que si bien son minoría, el que tengan la valentía de denunciar, de rehusarse a apoyar a una figura despreciable, hace toda la diferencia en casos como este. Incluso en ese contexto, la película tiene coraje a la altura de sus protagonistas para sugerir que este es solo un caso. Esto sigue ocurriendo. En materia técnica goza de un trabajo de cámara tan fluido como dinámico. Esto es complementado por un montaje ágil e inteligente, que sabe cuándo intervenir, sabe cuándo un solo plano puede contar mejor la historia y cuándo conviene que lo hagan varios. A ello debemos sumarle la música de Dario Marianelli que subraya con precisa sutileza cada momento. No obstante, ambos apartados están al servicio de un trazo escénico notable. Un ejemplo claro es la escena donde el jefe de la protagonista incurre en la movida abusiva que da inicio al conflicto del filme. La tensión en dicha escena se palpa precisamente por no haber un solo corte, la marcación actoral es la que mueve todo. Uno siente la movida depredadora de ese jefe y percibe lo acorralada que se siente la protagonista. En materia actoral, Cristina Capotondi destaca como esta mujer acosada, interpretación que sostiene un primer plano, haciendo que el derrame de una lagrima se sienta verdaderamente devastador. Valerio Binasco la complementa dándole vida a su antagonista, quien como los mejores villanos no percibe que haya hecho algo malo. Sale airoso del duro desafío de interpretar a un hombre que no expresa el más mínimo remordimiento ante lo destructivo de sus acciones.
Una cautivadora y perturbadoramente antropológica propuesta. Las tradiciones no pocas veces pueden carecer de sentido objetivamente, y sin embargo las reiteramos más por inercia que por convicción. Estas tradiciones no solo pueden ser autóctonas de un país, sino dentro de la propia naturaleza humana. Este contexto de la tradición como algo nocivo es apenas la punta de un abundante ovillo que resulta ser Midsommar. Solsticio de Verano Aunque el gore cuando dice presente lo hace en abundancia y los escalofríos son cuantiosos, Midsommar exige a un espectador igual de atípico. Uno paciente, activo, atento a los detalles. Para quien entre pidiéndole sangre a Ari Aster, el realizador se la dará, pero cual quid pro quo le obligará que a cambio acepte entrar en su juego simbolico y antropológicamente escalofriante, arraigado en lo que muchos llamamos tradición. Se ha dicho bastante que esta es una película sobre la ruptura de una pareja en el contexto de una propuesta de horror ritual, y sin embargo esta crítica se anima a decir que va mucho más allá, siendo tambien una historia sobre la búsqueda de la contención de una familia. Una contención que el novio de la protagonista debería proveer, pero el lazo no es lo que se dice fuerte. No por nada Midsommar empieza con una tétrica escena familiar que, aparte, es la única escena genuinamente nocturna dentro del recorrido del film. La manifestación más clara del slasher tradicional lo encontramos en el personaje de Will Poulter, un ser tan machista, desconsiderado y pedante al que desde la primera escena el espectador no le ve futuro. Midsommar posee momentos de incuestionable gore, aunque es la normalización, celebración y felicidad de los miembros de la colonia ante semejantes rituales (los cuales van de lo simplemente asqueroso a lo más perturbador) lo que da pavor. Es una propuesta que no subestima la inteligencia del espectador. Le permite que sume dos y dos. Por ejemplo, una escena donde Florence Pugh mira horrorizada lo que ocurre por un cerrojo: no necesitamos el contraplano subjetivo de lo que ve, pues Ari Aster ya nos mostró lo que ocurre previamente. En materia técnica, la película tiene una factura visual descomunal. Hablamos de composiciones de cuadro de gran riqueza en cuanto a simetría, y un aprovechamiento extremo del espacio. No solo en los evidentemente amplios exteriores, sino en sus interiores que se sienten más grandes de lo que son, reduciendo a los protagonistas como hormigas que están siendo quemadas sigilosamente por la lupa de la colonia. Esta luminosidad, tan permanente como lo es irónica, también es llevada a la paleta de colores del decorado y el vestuario de los miembros de la colonia, contrastando claramente con los tonos más oscuros de los invitados. Todo es alegría, y sin embargo podemos percibir que algo no anda bien. Una percepción que sentiremos en bizarros ejemplos de orden como el sonido de los cubiertos chocando contra los platos en una suerte de efecto domino.
Fluido y emocional homenaje a un clásico. El Resplandor, de Stanley Kubrick, fue la segunda película en adaptar una novela de Stephen King. Una adaptación muy querida como la gran mayoría del corpus de trabajo del cineasta, aunque no cuenta con el beneplácito de su autor original. Por ello, cuando se anunció la adaptación de Doctor Sueño a manos de Mike Flanagan (uno de los más destacados realizadores de cine de terror de la actualidad) cabía preguntarse de cuáles fuentes iba a beber a la hora de retomar para el cine la historia de Danny Torrance. Regreso a casa Doctor Sueño goza de tres líneas narrativas claramente definidas, presentando personajes protagonistas con los que uno puede llegar a simpatizar y antagonistas de tremendo cuidado. El protagonista lucha con su alcoholismo y contra su don. Si bien cede ante el segundo, nunca lo hace ante el primero (y no pocas veces corre el riesgo de la tentación). La gran actuación de Ewan McGregor ayuda a comunicar eso. Con la excepción de una escalofriante escena que tiene por victima al niño Jacob Tremblay, la película como un todo no produce sustos, sino que se propone más el buscar una atmosfera lúgubre. No por ello está exenta de riesgos, y son esos riesgos quienes contribuyen enormemente a que la película sea entretenida. Es de destacar que Flanagan no haya querido sucumbir al uso de la tecnología para rejuvenecer a Shelley Duvall, Jack Nicholson y Scatman Crothers. Tampoco el gesto de convocar actores parecidos es un intento burdo de darnos una cosa por otra: es un gesto sutil del director diciéndonos que, aunque esto sea una suerte de secuela, el no pretende en ningún momento ser Stanley Kubrick. Hay un retorno al Hotel Overlook, no vamos a decir cuándo, pero el momento del metraje donde eligen ponerlo y el rol que ocupa en el desarrollo del personaje, convierte a la referencia en algo crucial, útil y no una referencia por la referencia misma; a pesar de que Flanagan no pueda evitar copiar la intro de El Resplandor. El trabajo visual es logrado, con una gran utilización de los espacios. Vale la pena señalar que Flanagan sabe cuándo calcar a Kubrick, pero también sabe cuándo aportar sus propias ideas de puesta en escena. Un ejemplo de esto es Dan caminando a lo largo del pasillo podrido que alguna vez recorrió en triciclo cuando era pequeño: lo que en El Resplandorera una toma en Steadicam a la altura de Danny niño, en Doctor Sueño es un seguimiento desde lo alto, en un plano picado que a lo mejor puede ser la fuerza del hotel ejerciendo su presión, o tal vez que Danny ahora ve las cosas desde otro lugar y puede enfrentar sus demonios. Sin embargo, a nivel narrativo se deben señalar tres tropiezos. Primero, la película tiene un extenso prólogo antes de meterse de lleno en el conflicto principal que podía escindirse o durar la mitad del tiempo. Segundo, la confrontación final pierde un poco de lustre por explicaciones que aparte de excesivas son forzadas. Tercero, existe un personaje que recibe una introducción elaborada solo para tener un arco escasamente desarrollado, reduciéndolo a una simple conveniencia narrativa para complicar la trama en el último minuto.
Notablemente entretenida propuesta de un celebrado realizador. Aunque cajoneada en Estados Unidos por la controversia de público conocimiento, América Latina y Europa podrán ver en cines Un Día Lluvioso en Nueva York, la última película del guionista y director Woody Allen. Lo encuentra de vuelta en su querida Gran Manzana, con una comedia de enredos fiel a su estilo. Gotas de lluvia veo caer. Un Día Lluvioso en Nueva York es increíblemente entretenida y con unos personajes de notable idiosincrasia. El guion primero separa a los personajes, detonando el conflicto. Luego, cada uno por su lado en busca de resolver un problema individual, acaban por meterse en otro problema; al querer resolver ese se vuelven a meten en otro, hasta crear un enredo que termina por enfrentar al protagonista con su miedo, con lo que realmente desea. Todo realizado, claro está, con ritmo, fluidez y los ácidos diálogos característicos del humor de Allen. Que el protagonista se llame Gatsby puede parecer un homenaje obvio a la conocida novela que lleva su nombre, y sin embargo hay algo en el tono de la aventura que evoca en cierta forma el clima de joie de vivre que se aparenta en la novela de Francis Scott Fitzgerald. Desde luego sin el lúgubre subtexto y consecuencias trágicas de la misma. Un Día Lluvioso en Nueva York tiene detalles de puesta en escena notables. Por ejemplo, cuando el hermano de Gatsby le dice que se quiere separar de su prometida porque tiene una risa extraña: esto aparece cuando Gatsby está junto a la cámara con una lámpara muy cerca de su cabeza. Como si sutilmente apareciera en ese momento la idea de la infidelidad de su novia o una que pudiera llegar a tener él. En materia visual, al mejor estilo Woody Allen, explota un único plano hasta sus últimas consecuencias, para luego rematar la escena en un plano-contraplano bien cerrado. El corte como último recurso. Todo acentuado por la lograda fotografía de Vittorio Storaro, donde con muy pocos recursos consigue su insigne paleta de intensos naranjas. Las dos colaboraciones previas del célebre italiano con Allen fueron en filmes de época, donde si bien destaca por su oficio es esperable por el contexto. La manera en la que Storaro le da vibrante color al más cotidiano de los escenarios no hace más que ratificar la obviedad de que es uno de los mejores directores de fotografía vivos. En materia actoral, Timothee Chalamet destaca como un mini Woody Allen al que solo le faltan los anteojos. El actor pudo adoptar hasta el particular tono de voz del realizador neoyorquino. Elle Fanning entrega un personaje de gran picardía e ingenuidad que despierta muchas risas. Liev Schreiber, como un inseguro director, y Jude Law, como su desesperado guionista, también entregan momentos de entretenida neurosis. Sin embargo, debo señalar que el gran valor de todo el reparto es Selena Gomez en el papel de la hermana de la ex novia del protagonista. Una interpretación ácida, irónica, pero no por ello exenta de un leve halo de ternura.
Ni la lluvia, ni la nieve El marco de sus eventos (la Argentina de fines de los 90) está presente en Cartero, pero siempre sutil, nunca atrayendo la atención sobre si mismo. La trama aporta momentos de gracia tales como la codificación mediante palabras soeces del correo para un programa de televisión, o momentos desgarradores como el protagonista haciéndole llegar un telegrama de despido a un hombre que -naturalmente- pone el grito en el cielo y le cierra la puerta en la cara. Del mismo modo que en Rocky, hay una clara intención de que conozcamos ese universo del correo en profundidad, donde reinan tanto la camaradería como la corrupción. Y es esa búsqueda casi documental la que nos lleva orgánicamente al objetivo dramático y el motor emocional del protagonista, haciendo que el espectador se preocupe por su destino. Tomás Raimondi entrega una interpretación llena de inocencia y pureza, esas que hacen que se gane nuestro cariño casi inmediatamente. Tanto en los momentos de interacción con los desconfiados colegas de su personaje, como en sus momentos de soledad. Por ejemplo, cuando ve en un cine prácticamente abandonado la película Soñar, Soñar de Leonardo Favio y luego se ve impulsado a repetir el “antes muerto que vencido” de Gianfranco Pagliaro. Si bien es al italiano a quien imita, uno no puede dejar de pensar que su travesía tiene puntos de contacto con la que realizó el personaje de Carlos Monzón en aquel film.
Entretenida propuesta animada con idiosincráticos personajes. Los Locos Addams, creación del historietista Charles Addams, ha conocido sendas iteraciones, pero no alcanzó una popularidad masiva sino hasta, primero, la aparición de la serie televisiva protagonizada por Carolyn Jones y John Astin, y después con las dos películas dirigidas por Barry Sonnenfeld. Sin embargo, sus iteraciones animadas a lo largo de las décadas no lograron ser clásicos tan consagrados como sus contrapartes live action. Ahora, en 2019, Los Locos Addams reciben el tratamiento de la animación por computadora. Tarararán click, click Como en todas las versiones de Los Locos Addams conocidas hasta ahora, la película hace hincapié en las diferencias que tiene la familia protagonista con la sociedad más “normal” y cómo -a pesar de sus rarezas- son una familia con un lazo de unidad y lealtad más fuerte que aquellas que los critican. La gran diferencia que presenta esta versión es la idiosincrasia que le aporta a algunos personajes sobre los que usualmente no se puso tanto foco. Si por un lado tenemos la pasión incondicional de Homero y Morticia, al igual que la acidez de Merlina y el niño interno del Tío Lucas, por otro tenemos a un Pericles siguiendo los pasos de su Tío con los explosivos y presionado por la tradición familiar. Largo, cuasi mudo y todo, también tiene momentos de personalidad marcada. Una vez aclarado esto, la película como un todo es entretenida y fluida. Consta de buenas escenas de acción y apropiados momentos de comedia, haciendo énfasis sobre el poderío de las redes sociales en nuestra vida cotidiana. Es en esta triste manifestación, actual y constante, del sencillo desacuerdo vuelto controversia, donde el realizar una película sobre estos personajes no parece para nada una acción pasada de moda. También es necesario remarcar que si bien es un humor que apunta a todos los públicos, se filtran dos o tres chistes levemente subidos de tono, pero ocultos con mucho subtexto. El diseño de los personajes está más alineado con el comic original y la serie televisiva que con las películas de Barry Sonnenfeld. Esto incluye algunos pequeños detalles visuales a destacar tales como que Morticia se maquille para su boda con las cenizas de sus padres, que las colitas del pelo de Merlina estén armadas como dos horcas, y que la casa de los Addams sea en realidad un manicomio abandonado. En esta versión animada, la paleta de colores obviamente pone el acento en el contraste entre el lúgubre mundo de los Addams y el mundo de colores pasteles donde intentan encajar. Incluso podríamos decir que este contraste extremo recuerda al visto en El Joven Manos de Tijera de Tim Burton. El trabajo de voces en la versión latina que se verá en los cines es bastante logrado y comunica las expresiones con mucha habilidad. Sin ir más lejos, el conocido tema musical toma la letra de la versión latina de la serie de televisión. Aunque no es para nada despreciable, esta crítica debe ser sincera y no puede evitar imaginarse cómo pudo sonar la Morticia Addams de Charlize Theron.
Tres secuelas le siguieron a Terminator 2. Todas ellas intentando y -desgraciadamente- fallando en iniciar una nueva trilogía. Si bien su principal interprete, Arnold Schwarzenegger, dijo presente en las mismas (ya sea de forma física o digital) entregando no más de lo que podía ofrecer su personaje, lo que se extrañaba y lo que se hizo evidente con cada fracaso de estas secuelas era la ausencia del verdadero padre de la criatura: el guionista y director James Cameron. Lo que daba algún halo de esperanza en Terminator: Destino Oscuro era el hecho de que Cameron volvía para producir y meter mano en el argumento del guion, al igual que Linda Hamilton volviendo con el rol que ha marcado su carrera. Todo eso naturalmente como excusa para, exactamente, iniciar una nueva trilogía. Volver… con la frente cromeada Se nota la mano de James Cameron en el guion en cuanto a que esta secuela retomó el verdadero tema de la franquicia: el valor de la vida humana, la idea de que la vida más insignificante tiene un peso decisivo en el futuro de la humanidad. Que ese honor recaiga en una joven de clase trabajadora en un rincón alejado de México no es solo una actualización del personaje de Sarah Connor en la película original de 1984, sino que es una sutil mojada de oreja a cierto mandatario norteamericano y su postura ante los inmigrantes mexicanos. El hecho concreto es que se trata de una producción entretenida con personajes queribles, de los cuales te preocupa si les pasa algo. Se encuentra repleta de escenas de acción muy logradas, que no pocas veces ocultan un guiño en su concepto a las dos películas originales de las que Terminator: Destino Oculto pretende ser una secuela directa. Todo ello es posible a manos de un antagonista tan imparable que no da respiro, que está siempre un paso más adelante y mejor adaptado a los modismos de los seres humanos que sus predecesores. Sin embargo, se notan las consecuencias de tener ocho guionistas (cinco para el argumento, tres para el guion) casi siempre en la forma de sobre explicaciones, emoción genuina que se deforma en melodrama, y unas escenas de acción -pasadas la segunda mitad de la película- que abusan de su bienvenida. En el costado actoral, no hay nada sobre Arnold Schwarzenegger que sea muy distinto de lo que hayamos visto antes. Linda Hamilton y la Sarah Connor enloquecida de T2 dicen presente, probando por qué ella es la iteración más sólida que tiene el personaje. Esa paranoia, esa violencia y esa desconfianza inherentes al personaje burbujean bajo su expresión, pero también lo hacen la ternura y la compasión. Mackenzie Davis se prueba como una muy digna heroína de acción, dinámica en su manejo del cuerpo y decidida en sus expresiones. Una labor interpretativa realizada con mucha seguridad. Pero no todos son rosas. Natalia Reyes, si bien entrega una labor prolija, no puede evitar pecar en algunas escenas de sobreactuar. Diego Boneta, su hermano de ficción, no tiene suficiente tiempo de brillar, como que está ahí para cantar y nada más.
Crímenes Imposibles, una propuesta de nobles intenciones y fallidos resultados. El terror religioso tiene la capacidad de darle una dimensión dramáticamente contundente a un tema tan poco tangible –pero no por ello menos relevante– como es el de la fe. Si bien el atractivo sobrenatural inherente a una premisa de dicha naturaleza es lo que lo hace atractivo, no pocas veces se pierde en la vorágine de los efectos especiales y de maquillaje que pueden apreciarse en su contemplación pero no necesariamente sentirse: eso se debe a que muchas veces el desarrollo de personajes no está alineado con los valores de producción y son ellos quienes ganan la pulseada. Estas son las aguas que surca el cine de género en cualquier país del mundo, y Argentina no es la excepción. Crímenes Imposibles es un ejemplo de esta ecuación desfavorable. Crímenes Imposibles, materializar lo imposible El guion parte de una premisa atractiva: una serie de asesinatos con un perpetrador claro, pero del que no hay evidencia que haya estado ahí. Por otro lado, más que plantear una debate entre la creencia y el escepticismo, es principalmente una reflexión sobre la culpa que está atravesando el protagonista. Sin embargo, aunque sus intenciones son nobles y su premisa atractiva, los resultados tristemente son otra cosa. El desarrollo es predecible. El espectador puede anticipar tranquilamente el giro sorpresivo del final con la información de un solo plano detalle. Otro punto a señalar son los endebles diálogos, casi sin subtexto alguno y que no pocas veces entorpecen acciones que la imagen podría desplegar por sí sola. El nivel técnico de Crímenes Imposibles tiene ideas interesantes en materia cámara, con apuestas destacables en cuanto a movimientos, pero sobre todo en su iluminación (no pocas veces evocando a lo religioso de su contexto) y su uso de las lentes. Todo esto complementado por una dirección de arte que oscila entre los colores otoñales y los colores fríos bordeando en la palidez, recordando mucho a El Exorcista. El nivel interpretativo es, en términos generales, prolijo, sin mucho que destacar. Hacen lo que pueden con el guion y los personajes que recibieron. Es necesario separar cuando hay una interpretación poco lograda de cuando hay un buen intérprete al servicio de un guion que no lo ayuda. Traído esto a colación, lo que muchos lectores se estarán preguntando a esta altura de la reseña es ¿qué tal la actuación de Federico Bal? Esta crítica no va a tomar el camino fácil y sensacionalista de comparar lo hecho en esta película con su incuestionable presencia mediática, pero por otro lado estamos en la obligación de decir la verdad sobre lo que vimos. No una verdad absoluta, sino de sinceridad con nuestro punto de vista sobre lo que realmente nos pareció su labor: el joven intérprete le pone su mejor esfuerzo, dedicación y pasión a la hora de interpretar a un tradicional personaje de película de género, pero los resultados que produce no son buenos. Tampoco estamos hablando de algo que no se pueda mejorar en futuras producciones.