La tumba subacuática Por supuesto que para juzgar a los thrillers y las propuestas de terror centradas en animales acechantes hay que dejar de lado la triste verdad de que la única especie realmente peligrosa del planeta es el ser humano, un especialista en reproducirse sin freno, cosificar a la naturaleza y destruir incansablemente la flora y la fauna que lo rodea. Aclarado el punto anterior, bien podemos decir que el engranaje retórico por antonomasia del subgénero en cuestión pasa por trasladar el rol del villano psicópata al pobre animal de turno, el cual desea defender su territorio o directamente engullir a los bípedos: la película que nos ocupa forma parte de una larga tradición del cine reciente que gira alrededor de los tiburones, el aislamiento ocasional y/ o un puñado de burgueses vacacionando en regiones más o menos “salvajes” a ojos de los protagonistas de los países centrales y su simpático etnocentrismo. A 47 Metros (47 Meters Down, 2017) es en esencia una clase B con un presupuesto digno que resulta disfrutable y muy entretenida, consiguiendo que nos interese el destino de los personajes principales y logrando que los ataques de los escualos sean funcionales al desarrollo de los acontecimientos y no se sientan gratuitos, agregando nerviosismo en los momentos propicios. Las protagonistas son las hermanas Lisa (Mandy Moore) y Kate (Claire Holt), dos chicas que están de vacaciones en México y que luego de conocer a unos locales aceptan la invitación de sumergirse en una zona de tiburones a través de una jaula de buceo. Desde ya que las cosas no salen para nada bien porque el cabrestante de la embarcación se desprende de lleno -óxido mediante- y las envía a lo profundo del océano con poco oxígeno en sus tanques y la presencia amenazante de los muchachos dientudos. Como señalábamos anteriormente, la familia de la propuesta es numerosa y en primera instancia nos remite a la interesante 12 Feet Deep (2016), una película con prácticamente la misma premisa pero sin tiburones y con dos hermanas atrapadas en una gigantesca piscina pública gracias a una cobertura de fibra de vidrio. Si la pensamos en lo que atañe a los escualos en sí, la obra es una mixtura de Mar Abierto (Open Water, 2003), The Reef (2010) y Miedo Profundo (The Shallows, 2016); aunque tampoco podemos obviar que asimismo se inspira en elementos de -ya dejando a los océanos detrás- las también recordadas Black Water (2007) y El Descenso (The Descent, 2005). Los personajes femeninos son algo estereotipados pero cumplen su función de generar expectativa en esta tumba subacuática: Lisa es la conflictuada histérica (se la pasa llorando porque su novio la dejó por aburrida) y Kate es la “experta” dentro del rubro (sabe bucear ya que es la aventurera/ viajera del dúo). Sin duda estamos ante el primer opus en verdad potable del director y guionista británico Johannes Roberts, un adalid del bajo presupuesto que filmó unas cuantas porquerías en el pasado y hasta ahora no había redondeado un trabajo capaz de atrapar al espectador con artimañas tan sencillas como salir temporalmente de la jaula para comunicarse por radio con el capitán del barco (gran desempeño por parte de Matthew Modine), para acercarse a un destello de luz o para buscar otro tanque de oxígeno que les arrojan desde la superficie. Más allá de la coyuntura inquietante de las profundidades, esos 47 metros a los que hace referencia el título, y toda la iconografía en general que se remonta a Tiburón (Jaws, 1975), por cierto un tanto quemada a esta altura, el convite cuenta con la inteligencia suficiente para emplear CGIs naturalistas y no invasivos y para sumar otro detalle atractivo a la mezcla, la “narcosis de nitrógeno”, un ardid fundamental en el último acto de la aventura…
Poco sabía Steven Spielberg en 1975 que iba a cambiar el cine son su película Tiburon (Jaws su título original). Pero así fue, no solo inventó junto a Star Wars (1977) el concepto de blockbuster sino que dio pie a un nuevo subgénero; el de tiburones. A partir de entonces, comenzaron a salir secuelas, versus, delirios ultra trash y hasta rip off como El ultimo tiburón (1980, Enzo Castellari) la cual el mismo le hizo juicio, en vano, a sus responsables, de mas esta decir que esta joya italiana es muy recomendable. El subgénero de tiburones no ha muerto y dudo que lo haga. Es un subgénero fácil de hacer, que no necesita de grandes presupuestos, ni tampoco actores de renombre. Hay algo que también tienen en común todas, es la supervivencia ante una situación que si a veces puede rozar lo ridículo pero que importa. A 47 metros es una de estas películas, protagonizada por la cantante convertido en actriz Mandy Moore ¿se acuerdan de su éxito Candy?. Esta es la típica historia de supervivencia con un tiburón dando vueltas por ahí. No hay nada nuevo bajo el sol, o bajo el agua en este caso. La película solo cumple con lo que busca, pasar un tiempo entretenido mientras el espectador ve las formas en que el personaje principal sobrevive al drama al que vive. Y no, su predictibilidad no le juega en contra, ni su falso tiburón creado en cgi, es una película más dentro de este subgénero que nunca quiso llegar a los pies de Speilberg porque todos sus realizadores siempre supieron que era imposible lograr lo que el genio americano hizo en esa película. Esa falta de pretensiones y humildad, en muchos casos, es lo que le termina jugando a favor a estas películas que solo buscan que uno pase un mal momento y le tema a los reyes del agua.
Cuántas películas de personas amenazadas por tiburones hemos visto ya? La última, y más lograda, “Miedo Profundo” intentó remozar el subgénero, algo que “A 47 metros” busca nuevamente hacer. Dos jóvenes en viaje para olvidar las penas de amor de una de ellas, terminarán acechadas a 47 metros de profundidad por un gigantesco tiburón que sólo buscará su sangre. Hay algunos momentos de lograda tensión y no mucho más. Mandy Moore quiere ser la nueva reina del género y destronar a Blake Lively del podio.
Otra vez los escualos son los verdaderos protagonistas de una historia que genera suspenso y que anualmente alimentan este subgénero tan popular que iniciara con éxito Steven Spielberg en el clásico Tiburón -1975-El director Jaume Collet Serra también jugó con el temor en la superficie de Miedo Profundo -2016- y ahora la claustrofobia y la tensión se generan debajo del agua en A 47 metros, donde dos hermanas quedan atrapadas en una jaula a merced de peligrosos tiburones blancos. El punto del conflicto está puesto en la falta de oxígeno cuando el cable de seguridad de la jaula que las protege de las temibles criaturas se corta y quedan a la espera de la ayuda que les pueda brindar el barco que las llevó a esa riesgosa excursión. Casi toda la película se desarrolla debajo del agua, con pocos personajes y un escenario natural muy bien registrado por la cámara, donde las protagonistas tienen colocadas sus máscaras de buceo durante casi toda el metraje. Después de dudas y fracasos amorosos, las hermanas encarnadas por Mandy Moore y Claire Holt, deberá poner a prueba su instinto de supervivencia en este relato de visión rápida al que se le puede cuestionar el desenlace brusco pero no las eficaces escenas de peligro que plasmó el director Johannes Roberts, quien viene del género de terror, y que expone los miedos más profundos de las dos protagonistas. Arriba del barco se puede ver al capitán interpretado por Matthew Modine -quien brilló en Alas de libertad de Alan Parker- en un personaje desdibujado. Los convencionalismos -como la presión del agua- de la historia hacen olvidar rápidamente los detalles para instalar la desesperación en el fondo del mar habitado por criaturas voraces y las decisiones que transmiten ansiedad por alcanzar la superficie como sea. Sin el ingenio del film de Spielberg ni de la eficacia visual de Alerta en lo profundo (1999), pero con nervio y adrenalina asegurados como su secuela.
Dos hermanas realizan un viaje a México, donde conocen a dos jóvenes que las convencen para hacer una gran travesía: nadar con los tiburones. La idea es tan sencilla como peligrosa, se meten dentro de una jaula y bajan cinco metros para luego volver a subir. Sin embargo, las cosas no salen como lo planeado y caen hasta la profundidad del océano. En primer lugar podemos decir que las películas de tiburones a esta altura ya podrían considerarse como un subgénero en sí mismas, ya que existe una gran cantidad de ellas. Todo comenzó con “Jaws” (1975) de Steven Spielberg, donde se otorgó una cinta llena de terror, suspenso y aventuras, y hasta el año pasado tuvimos nuevamente una del estilo, “The Shallows”, solo por poner un ejemplo. Es por eso que es muy difícil encontrar una historia novedosa. “A 47 metros” realiza un buen trabajo a la hora de generar un clima propicio para la trama, ya que encierra a las protagonistas en una única locación en el fondo del océano. Lo mismo ocurre con el manejo de la tensión, no nos ofrece los típicos jump scares de este tipo de films, sino que juega con la intensidad propia de los distintos momentos que se dan. De todas maneras, nos encontramos también con muchas falencias, sobre todo en cuanto a los diálogos. Cuando nos enfrentamos a estas cintas ya sabemos qué es lo que vamos a ver y no podemos esperar una gran profundización de los personajes (además generalmente estas producciones presentan una corta duración) ni un guion demasiado inteligente, porque lo que se busca principalmente es exponer a los protagonistas al constante peligro. Pero acá existe además una sobreexposición de información en forma de palabras. Las hermanas suelen contar todo lo que van realizando o lo que les sucede, subestimando de gran manera al espectador. Las interpretaciones de las protagonistas encarnadas por Mandy Moore y Claire Holt están bastante bien alcanzadas, teniendo en cuenta el guion con el que tuvieron que trabajar, aunque también por momentos existe alguna sobreactuación por parte de las actrices. Por último, la ejecución final estuvo muy bien lograda, dándole un giro interesante y original a un film que no aportaba nada nuevo al género. Provoca una muy buena sensación en el público, haciéndole sentir que el argumento tenía un propósito. En síntesis, “A 47 metros” se convierte en una clásica película de tiburones, con algunos altibajos que la define como un film más del montón. A favor tiene el clima generado y el giro final que vale la pena y en contra posee la falta de novedad, la sobreexposición de información y algunas sobreactuaciones.
Ya con el titulo y el póster es de esas películas donde honestamente ofrecen lo que se verá sin ninguna otra pretensión que la tensión, el susto por la aparición de muchos tiburones y como se las arreglaran dos hermanas, encerradas en una jaula que se desenganchó, a la profundidad que conocemos de entrada. Fueron a pasear, de vacaciones y el ratito enjauladas verán montones de tiburones atraídos por carnadas. La diversión se transforma en un tema de vida o muerte con los tanques de oxigeno que reciben un repuesto para dar con el metraje del film. Bajo el agua dos chicas famosas por trabajar en conocidas series, Mandy Moore (“This is us”) y Claire Holt (The vampires diaries). Se ven tiburones de todos los colores y con una excusa u otra las chicas dejan la jaula, corren más peligros todavía y vuelven a ella. El éxito del film en muchos países ya aseguró una secuela. Se inscribe en cierta “locura” que generan los films de tiburones, con semanas especiales de señales de cable muy famosas. El director Jonathan Roberts, que además co-escribió el guión con Ernest Riera, mantienen la tensión y con eso cumplen.
A 47 Metros: No esperen tanta profundidad. Llega una película de terror bastante básica, con personajes regulares, una atmósfera agobiante y algo de sangre entre tanta agua. El terror bañado en agua y sangre. Le agregamos tiburones, y… esto ya lo vimos varias veces. Desde el comienzo vemos esa composición del color rojo de una bebida con el agua de la piscina. Ésta elegancia te da esperanzas de que quizá veamos algunas cosas originales que te sorprendan. Pero mejor mantener ese optimismo fuera de este film. El director inglés Johannes Roberts en su pasado ha hecho varias películas de terror sin tanto presupuesto ni renombre. Ahora dirige y escribe (Junto a Ernest Riera) este film que trata sobre dos hermanas de vacaciones en México, que quedan atrapadas en el fondo del océano y deberán luchar contra esta situación desesperante para sobrevivir. La estructura de la trama es simple, al igual que la profundidad de los personajes protagónicos. Lisa, recién separada de su pareja, es interpretada por Mandy Moore, nominada recientemente en los Golden Globes como mejor actriz secundaria en la serie This Is Us, que lamentablemente aquí no puede hacer nada con el personaje frío que le dan. Su hermana se llama Kate, y Claire Holt (The Originals) se pone en la piel de este personaje mucho más activo, cálido y atractivo que Lisa. A pesar de las malas señales, se adentran en el océano… En el comienzo nos presentan a las protagonistas por medio de secuencias dónde ellas van de fiesta, esto realizado con un montaje bastante tosco que no coincide con el resto del film, debe decirse, pero que da pie a que en una de ellas conozcan a dos mexicanos, que serán los responsables de llevarlas a una caja submarina para ver de cerca a los tiburones. Ellas dudan, pero aceptan. Y es allí, en la toma de decisiones de los personajes donde comienzan las incoherencias; a pesar de estar ligada a un género, como el terror, que no exige demasiada congruencia en las acciones y la trama. La fotografía está plasmada de manera distinguida en la profundidad del agua, dónde todo está cubierto por un color azul oscuro, jugando con la gama de colores. Los efectos especiales están bien realizados, con los tiburones que pasan cerca de la caja, produciendo sustos predecibles. Hay algunos momentos de tensión muy bien logrados durante la película. Uno es cuando están a punto de entrar en la jaula para meterse bajo el agua, en el reino del tiburón. Allí debajo quizá se sienta más empatía con el tiburón, debido a la mala elaboración de las protagonistas. En Jaws de Spielberg, por ejemplo, el tiburón funciona perfectamente como antagonista porque está en un lugar que no debe estar, o en Alerta en lo Profundo (Deep Blue Sea) dónde un grupo de científicos se convierte en presa de unos tiburones inteligentes, obligados a defenderse debido a la rotura del barco. Pero aquí los tiburones estaban encerrados en corrales, siendo apuñalados por hipodérmicas, queriendo obtener la cura para el alzheimer. En este caso quizás empatices con el animal o con el ser humano de igual manera. Pero resulta que en A 47 Metros las protagonistas son como un anzuelo sin carisma, las cuales no te generan temor por si mueren o sobreviven. Es común explicarles algunas cosas al espectador cómo por ejemplo como es un arma de arpón, la narcosis por nitrógeno, o el síndrome de descompresión rápida. Pero en esta película se sobre explican las situaciones. Si hasta hay escenas en donde una de ellas relata lo que estamos viendo en pantalla, resultando molesto, como si el director y el guionista no confiaran en que haya silencio en el film, por miedo a que tenga un tono adormecedor. Más allá de estos errores en el guion, los efectos y la banda de sonido están bien. El azul profundo logrado por la fotografía de Mark Silk genera por momentos un ambiente sofocante. Los sobresaltos de los tiburones (Que no aparecen mucho en el film) son muy predecibles, dándonos a entender que el director quería que prevalezca la atmósfera asfixiante, junto con el miedo al encierro, la ansiedad y la desesperación, aunque un experimentado espectador del género se divertiría mucho más si la deja de ver un momento, para luego volver y tratar de descifrar que sucedió, desentrañándola sin problemas.
¡Ay, mamá, que me come el tiburón! “Oh, Dios mío.” “Oh, me estoy quedando sin aire.” “Oh, ahí viene un tiburón enorme.” Esas son las líneas de diálogo más repetidas durante los poco menos de noventa minutos de proyección de A 47 metros. Lo cual resulta más que lógico si se tiene en cuenta que la historia transcurre en el fondo del mar, en aguas infestadas de escualos sedientos de sangre y carne humana. Descendiente directo de las producciones de bajo presupuesto de los años 40, 50 y 60, el largometraje del británico Johannes Roberts no se toma demasiado tiempo para poner en marcha la excusa narrativa y el prólogo resulta, en más de un sentido, apenas un escollo para llegar al núcleo de la cuestión, con dos o tres apuntes psicológicos de la protagonista como pinceladas de color. Recientemente separada de su novio, Lisa (la otrora estrella de la música teen Mandy Moore) parece estar pasándola más que bien junto a su hermana menor durante unas vacaciones en un remanso paradisíaco de las costas de México (en realidad, locaciones de República Dominicana). Pileta, tragos, playa, descanso y la posibilidad de un fugaz romance con algún lugareño. Es así, luego de una noche de parranda –registrada con esa cámara ralentizada que tan bien queda en las publicidades de bebidas refrescantes– que las chicas deciden, no sin alguna reticencia, participar de una variedad de turismo de aventura aparentemente típica en el sitio, a pesar de su rotunda ilegalidad: encerrarse en una jaula de metal y ver in situ y bien cerquita a los tiburones blancos que navegan por esas aguas. Sin fallos no habría película y a poco de descender algunos metros bajo el nivel del mar la estructura que sostiene el aparato se viene a pique con las dos pasajeras a bordo. De allí en más, el menú de opciones es bien reducido: nadar hasta la superficie a toda velocidad, con riesgo de embolia cerebral asegurado; intentar hacerlo lentamente, con la certeza de que los enormes peces dentados se harán un festín; o bien esperar a que alguien allí arriba las socorra –el capitán interpretado con pachorra por Matthew Modine, por ejemplo–, con la esperanza de que los tanques de oxígeno no se acaben antes de que eso ocurra. Los problemas de A 47 metros como entretenimiento puro y duro no son escasos, comenzando por el hecho de que el doblaje de los personajes –algo casi obligatorio, dadas las condiciones de rodaje– termina resultando bastante artificial y agotador, particularmente cuando las voces describen con innecesarias palabras lo que las imágenes dejan en claro de manera patente (“Oh, me quedan 40 bares”, exclama una de las aventureras, situación que se repetirá con diversos y siempre menguantes valores). Pero el más duro de sobrellevar es la falta de tensión dramática en varios pasajes que la piden a los gritos. A diferencia de Miedo profundo, de Jaume Collet-Serra, otro “film de tiburón” reciente que hacía del espacio físico reducido y el terror animal constante una de sus virtudes, aquí el suspenso no está tanto construido como dado por sentado por las condiciones de la trama. El chiste se cae de maduro y quizás no debería hacerse, pero lo cierto es que 47 Meters Down se queda sin aire mucho antes que cualquiera de sus escafandristas. A pesar de ello, ya está asegurada una secuela, titulada –previsiblemente– 48 Meters Down.
El subgénero de chicas jóvenes sobreviviendo al ataque de feroces tiburones tiene un nuevo exponente en este básico, pero eficaz film del inglés Roberts, del que ya se está preparando una secuela (A 48 metros). Tuvo que llegar un tal Steven Spielberg para que los tiburones se convirtieran en una de las criaturas cinematográficas más atemorizantes de la historia. Más de cuarenta años después de Tiburón, y con decenas de variantes entre medio (uno de los últimos éxitos había sido Miedo profundo, con Blake Lively), los escualos siguen dándoles unos cuantos sustos a los turistas desprevenidos. A 47 metros es la historia de cómo unas vacaciones de ensueño pueden convertirse en un calvario en un par de segundos. Las protagonistas son Lisa (Mandy Moore) y Kate (Claire Holt), dos hermanas que, atraídas por unos lugareños, viajan hasta el medio del mar mexicano para nadar con tiburones en una jaula de buceo. Pero algo tiene que suceder para que haya película. Y lo que sucede es digno de una pesadilla: la polea de la jaula se rompe y las envía hasta la profundidad del título, iniciando una carrera contra el tiempo que debe culminar antes de que se vacíe el tanque de oxígeno. Filmada casi en su totalidad bajo el agua, A 47 metros construye una tensión tan básica como angustiante con pocos elementos: la posibilidad de un rescate, la presión del aire en constante disminución y, claro, los tiburones dispuestos a almorzarse a las chicas. Sin ser original en su propuesta, y aun con algunas decisiones de guión manipuladoras, el film de Johannes Roberts es un digno entretenimiento veraniego. Eso sí, se recomienda verla después de las vacaciones en la costa.
UNA MALA CON TIBURONES Ya lo decía Matías Gelpi en su crítica sobre Miedo profundo: el subgénero de films con tiburones tiene numerosos exponentes, toda una tradición detrás y, aunque la mayoría son productos olvidables, también hay una obra maestra absoluta e indiscutible llamada Tiburón. Lamentablemente, a diferencia de la película protagonizada por Blake Lively y dirigida por Jaume Collet-Serra, 47 meters down es un film mediocre, cuyo pequeño éxito (recaudó más de 43 millones de dólares en Estados Unidos a partir de un costo de apenas algo más de 5 millones) es difícil de explicar. El film del británico Johannes Roberts se centra en dos hermanas (Mandy Moore y Claire Holt) de vacaciones en México que se embarcan en una incursión donde se explora la profundidad del mar desde el interior de una jaula. Sin embargo, algo sale mal (muy mal), el cable que conecta a la jaula con el barco se rompe y pronto las pobres hermanas quedan sumergidas a 47 metros de profundidad, rodeadas de tiburones y con apenas una hora de oxígeno. A priori, una propuesta limitada pero con cierto potencial. El problema es que para que la premisa, por pequeña que sea, consiga atrapar, se necesitan personajes mínimamente atractivos. Y la verdad es que estas dos hermanas rozan lo insoportable, especialmente la encarnada por Moore, con su corazón con agujeritos porque su novio la dejó debido a que era aburrida (y la verdad que el tipo tenía toda la razón). Allí se ve una sustancial diferencia con Miedo profundo, cuya protagonista, aún en sus peores momentos, no dejaba de combinar dosis equilibradas de fortaleza y fragilidad, un margen de decisión propia en su enfrentamiento con lo más brutal de la naturaleza y su propia historia personal que le brindaban una identidad propia, sólida, tangible. Acá no, sólo tenemos muchos gritos, mucha histeria, muchos lamentos que rozan lo inverosímil, mucha pasividad y esquematismos por doquier. De ahí que 47 meters down avance a los tropezones, proponiendo distintos giros en la trama que en la mayoría de los casos son difíciles de sostener, con un gran estiramiento en las acciones y algún que otro hallazgo visual. De hecho, hay hacia el final una secuencia entre onírica y alucinógena que parece pertenecer a otra película, totalmente diferente y mucho más arriesgada que el producto general que es el film de Roberts. Son apenas unos minutos atractivos dentro de una película mediocre, aburrida y sin ideas, donde ni siquiera los tiburones generan empatía.
La historia de In The Deep, ahora formalmente conocida como 47 Meters Down, es al menos curiosa. Pensada originalmente como una propuesta directa al mercado hogareño, fue el cálido recibimiento a The Shallows -genial película en la que Blake Lively batallaba un tiburón voraz- lo que llevó a los productores a reclamar el proyecto planeado para las estanterías y a reprogramar su estreno en cines, en pleno verano norteamericano, donde resultó en un éxito comercial. Su arribo a salas locales se da en pleno estío, momento ideal para arrojar la historia de dos hermanas a las cuales una excursión en aguas tropicales les sale terriblemente mal.
Al agua con el clase B. Dos hermanas que están de vacaciones en México, deciden hacer una excursión para ver tiburones. Para ello descienden en una jaula de avistamiento para observar y sacar fotos. Cuando la cadena y todo el sistema para elevar la jaula se rompe, la jaula cae al fondo del mar y ambas quedan atrapadas. El rescate es complicado y el oxígeno se agotará pronto. Tampoco pueden salir nadando porque están rodeadas de peligrosos tiburones blancos. Los tiburones son desde el clásico Tiburón (Jaws, 1975) de Steven Spielberg un material inagotable para el cine. En el cine clase B y en las producciones clase Z, las películas con tiburones son muy comunes y todos los años hay varias. Algunas se destacan más que otras, en el 2016 Miedo profundo (The Shallows) se destacó del resto, como lo hizo en su momento Mar abierto (Open Water, 2003) o Alerta el lo profundo (Deep Blue Sea, 1999). La mayoría tuvo secuelas, como ocurrió en su momento con la película de Spielberg, que derivó en secuelas y decenas de imitaciones. Y no nos podemos olvidar tampoco de la incomparable saga de Sharknado (2013), un puñado de obras maestras del delirio más berreta pero igualmente efectivo. Si hay tanto material es porque, como se demuestra nuevamente aquí, hay algo en estos animales que produce un tremendo horror en las personas. Convertidos en los peores asesinos del reino animal, los tiburones siempre producen temor y sobresaltos en la platea. Con un poco de ingenio se puede hacer una película digna y entretenida. A 47 metros cumple con creces el objetivo y a pesar de sus trucos y sus vueltas de tuerca entretiene mucho y produce sobresaltos bien ganados.
En el fondo del mar nadie te oirá gritar Desde el clásico atemporal Tiburón hasta el éxito reciente de Miedo profundo, los espacio abiertos y desolados con agua, y los peligros que la asolan, incluyendo buena presencia de escualos, han sido un clima ideal para crear películas muy efectivas en transmitirle al espectador la desesperación de los protagonistas. A 47 metros se inscribe dentro de ese rubro, pero intentando darle una vuelta de tuerca bastante original. En realidad, es más equitativo comparar A 47 metros con el recordado film de 2003 Mar abierto, o el film alemán A la deriva que intentó hacerse pasar como primera secuela de esta. Gente que por determinadas circunstancias queda varada en medio del océano, sin ningún barco cerca ni lugar para ampararse, y con algunos tiburones circulando por la zona. Es más, la tercera entrega de esa “saga” Cage Dive tiene un argumento bastante similar al de A 47 metros. ¿Cuál es esa vuelta de turca que diferencia a A 47 metros de otras propuestas similares? La posibilidad de crear una atmósfera de claustrofobia aún dentro de algo tan abierto como la inmensidad del mar. Ah, y por supuesto, el hecho de que en vez de estar flotando están sumergidos en el fondo. Estas diferencias hacen que la desesperación para el espectador sea mayor, y se presenten una serie de alternativas nuevas que el film aprovecha. El lado profundo del océano Lisa y Kate (la cantante/actriz Mandy Moore y Claire Holt, respectivamente) son dos hermanas que se encuentran de vacaciones en las playas de México. Como propuesta exótica deciden probar la experiencia de explorar el fondo del mar en la zona de tiburones, por supuesto estando ellas dentro de una jaula “impenetrable” para los peces, siendo guiadas desde un barco. Todo hubiese sido una linda experiencia para sacar fotos de no haber sido porque ocurre un accidente: la jaula o cabina se atasca, el cable que la sostiene en la superficie se corta, quedando ambas hermanas atrapadas dentro y sin la posibilidad inmediata de ser rescatadas. Desde arriba del barco, el marino interpretado por Matthew Modine parte en busca de un rescate; mientras, ambas hermanas deben aguantar. Claro que una cosa es decirlo, o escribirlo, y otra es vivirlo. Ambas chicas deberán soportar no solo la posibilidad de que el tiburón las visite, sino la escasez de oxígeno, otras amenazas marinas y, como si fuese poco, la posibilidad muy latente de que pasado determinado tiempo la presión del agua provoque en sus cerebros daños irreparables. Con todo esto, la tensión en A 47 metros está asegurada. El mar en frasco chico En realidad, este décimo film del hasta ahora ignoto Johannes Roberts, tiene una génesis bastante particular. Financiado de forma totalmente independiente en 2016, tuvo en su momento un estreno online con el título de In the Deep. Simultáneamente a ser lanzado en streaming y DVD, otra compañía se hacía con los derechos de distribución y se decidía a guardarlo para su estreno en salas al año siguiente, el cual resultó todo un batacazo de éxito, cambio de título mediante a 47 Meters Down. Este detalle que parece anecdótico y hasta creó el objeto de culto de algunas pocas copias en DVD con el título original, en realidad nos habla también de que A 47 metros fue concebido como un film de plataforma de video. Claramente se nota que estamos frente a una propuesta chica, que hace uso de la cámara en mano (las turísticas que permiten filmar bajo el agua), con pocos actores y casi una única locación estática, Sin embargo, el logro de Roberts es transformar estas limitaciones a su favor, haciendo que esa estructura colabore en la sensación claustrofóbica correctamente lograda. A 47 metros tiene picos de tensión y nerviosismo, y permite que el espectador se ponga nervioso junto a las protagonistas (dos actrices con bastante química entre sí). También es justo decir que el guion se toma ciertas libertades, que no todo cierra perfectamente y hay varias inverosimilitudes, pero todas soportables dentro del juego que se propone, escapando a un rigor documentalista, abrazando el mero entretenimiento. Roberts, que viene de films de video bastante pobres y de la impresentable El otro lado de la puerta, logra aquí un trabajo correcto, sabiendo dosificar bien las escenas para crear un ritmo nervioso pero que no agobie. El futuro lo encontrará dirigiendo la ya anunciada secuela de esta, y la por fin concretada secuela de Los Extraños, pareciera ser un nombre que comienza a notarse. Conclusión A 47 metros no pretende ser un nuevo clásico del cine de altas profundidades, pero con su vuelta de tuerca y su nerviosismo bien dosificado dentro de una propuesta chica, consigue el entretenimiento buscado que nos mantendrá aferrados a la butaca. Bastante para esta propuesta.
La jaula con dientes. La mayoría de las veces las producciones directo-a-video tienen razones más que justificadas por las cuales evitar el paso por las grandes salas: Bajo presupuesto, historias poco inspiradas o poco atractivas, un reparto desconocido o compuesto por estrellas lejos de su pico de popularidad, etc. Pero en un bajísimo porcentaje puede suceder que una película pensada para la pantalla chica logre el salto de la mano de algún productor osado y llegue al circuito comercial haciendo un papel lo suficientemente noble. A 47 Metros aprovecha todos los puntos comúnmente débiles de este tipo de producciones e invierte su sentido para entregar un film que -a pesar de no romper ningún paradigma del séptimo arte- entretiene, en particular a los proclives al subgénero películas con tiburones. Todo comienza cuando Lisa (interpretada por la ex estrella pop Mandy Moore) y su hermana Kate (Claire Holt) deciden aventurarse y hacer una inmersión en jaula para ver tiburones blancos a orillas del mar de una playa mexicana estándar cuyo nombre no se menciona, si bien tampoco es necesario y el cliché se encarga del resto. Lisa acaba de cortar con un novio y quiere una aventura para demostrar que no es esa persona cautelosa y timorata que todos creen. Quien haya visto los pósters promocionales de la obra comprenderá por qué es un acierto no desperdiciar más tiempo en pantalla desarrollando con mayor detalle la historia previa de sus personajes principales; ya sabemos todo lo necesario antes de ingresar en el conflicto principal. En plena faena la jaula sufre un desperfecto y se corta el cable que la sujeta al barco, terminando en el fondo oceánico con las hermanas adentro, a una distancia en metros de la superficie que le da título a la película. Partiendo de allí, el relato mutará en la lucha de las jóvenes por sobrevivir y escapar de la jaula antes de quedarse sin oxígeno… o ser devoradas por los escualos. Tal como hizo Spielberg con Tiburón (Jaws, 1975) hace casi 43 años, el director británico Johannes Roberts busca que el drama humano pese más en la balanza que el conflicto de los tiburones que amenazan la integridad de Lisa y Kate, intentando dar fuerza a la dinámica entre dos hermanas que viven una suerte de sutil sinceramiento de forma curiosa y bajo las circunstancias más apremiantes. De más está decir que Johannes logra un porcentaje de efectividad mucho menor al logrado por Steven en dicho aspecto, pero se valora la intención de no caer en el costado gore de este tipo de entretenimiento. Curiosamente, la representación del lugar donde el conflicto sucede es tan estereotipado como podemos imaginar, tratándose de una co-producción británico-norteamericana: barcos sin mantenimiento, personal sin entrenamiento, maquinaria deficiente para operar cables y jaulas oxidadas: Una receta para la catástrofe que toma a dos ciudadanas del primer mundo por sorpresa y las obliga a pasar por un infierno claustrofóbico y lleno de dientes afilados. El bajo presupuesto del film no impide en absoluto que los rubros técnicos se luzcan, especialmente en el diseño de los tiburones, ítem en el cual la producción eligió tomar el camino digital al 100%, de forma similar a lo hecho por Jaume Collet-Serra con Miedo Profundo (The Shallows, 2016). Los resultados son destacables, respetando la idea según la cual los fx digitales logran mayor efectividad siempre y cuando brinden soporte a una historia sin volverse el centro de atención. Con una duración que roza unos sumamente apropiados 90 minutos, A 47 Metros se vuelve un caso particular de entretenimiento efectivo, cuyas bajas pretensiones le juegan a favor gracias a una historia mínima que por momentos maneja el suspenso de forma sorprendentemente ingeniosa y un tercer acto que seguramente dividirá aguas al encenderse las luces.
Las protagonistas son Lisa (Mandy Moore, trabajo en “Enredados” le puso la voz a Rapunzel. Además en la serie This is us) y Kate (serie de Televisión “Crónicas vampíricas”), una está atravesando un desengaño amoroso, la otra es mas aventurera e intenta pasarla bien. Ellas son invitadas a vivir una gran aventura, llena de adrenalina, su desarrollo no demora en meter a Lisa y Kate en el océano, en una jaula y vivir una experiencia rodeada por tiburones. Su argumento resulta bastante trillado, en esta aventura en el fondo del mar, donde se ve poca flora y fauna marina, intenta en todo momento sobresaltar al espectador, pero su guion y actuaciones resultan pobres aunque se le dio alguna vuelta de tuerca, no llega a convencer. Aunque no deberíamos comparar, vimos muchas historias similares caso “Miedo profundo” (2016) ” dirigida por el español Jaume Collet-Serra y la inolvidable “Tiburón” de Steven Spielberg.
Pesadilla en lo profundo del mar Este thriller submarino parece una variación de la taquillera y muy superior "Miedo profundo", de Jaume Collet-Serra, en la que una surfista quedaba a merced de un tiburón. Aquí hay dos hermanas que no tienen mejor idea que irse de excursión y meterse en una jaula para ver tiburones en el fondo del mar, y desde el vamos queda claro que el barco que descarga la jaula no ofrece demasiadas medidas de seguridad. A partir de ese momento, cada decisión que toman las pobres turistas y los tripulantes del barco son claramente todo lo que no hay que hacer. Las jaula cae al fondo del mar, el oxigeno se acaba, y los tiburones acechan por todos lados. Pero tal vez el tema de la película sea el peligro de extinción de los escualos, ya que estos tiburones son muy lentos para comerse a la gente. Con todas las debilidades del guión, y un desenlace sorpresa ya visto en otros films mas originales, "A 47 metros" de todos modos ofrece una extraordinaria fotografía submarina que en realidad es el elemento que hace que la película sea atractiva visualmente pese a sus obvias fallas argumentales.
Nadie puede negar el terror y el atractivo que genera un tiburón blanco en la pantalla grande, y mucho menos puede hacerlo la taquilla: ya sea en producciones clase B (de esas capaces de mezclarlo con pulpos, pirañas o hasta otorgarles dos o más cabezas) o films de alto presupuesto como The Shallows (2016) y la inminente Meg (2019), los escualos devoran las entradas del espectador y siempre vuelven por más. A 47 Metros busca colarse entre estos últimos films, pero lo hace ya con una enorme desventaja: si bien lleva varios años producida (aunque no estrenada), se vio obligada a retrasar su salida como consecuencia del éxito y mayor presencia de otros films de similar temática. Esto da dos posibles lecturas: o bien los productores optaron por dejar que se “calmen las aguas” para acaparar un mayor público con abstinencia de tiburones, o bien sabían que tenían una mano perdedora contra éxitos de taquilla y crítica como el film de Jaume Collet-Serra. El punto de partida es tan simple que duele: dos hermanas de vacaciones, una intrépida, la otra tímida, descansan en una playa paradisíaca en México y todo marcha bien, hasta que una de ellas (la protagonista, por supuesto) se quiebra y le confiesa a la otra que su novio la dejó. Y está mal por eso. Llora. No sabe qué hacer. Y, claro, lo más lógico es embarcarse a la aventura, nadando con tiburones. Buena terapia de choque. Si bien A 47 Metros no presenta novedad alguna para este cuasi-sub-género del terror, al menos hay que reconocerle que los peces de diente afilado se ven bien, y provocan algún que otro sobresalto, fruto de una buena dosis de suspenso y FX. Abunda la sangre, y la corta duración ayuda a que se trate de un entretenimiento efímero. No alcanza, pero es algo.
Todo por una selfie Si la idiotez humana es un signo de estos tiempos, todo se hace por una selfie, el cine de entretenimientos podría explotar parte de esa idiotez y volverla un espectáculo en sí misma. Eso no merece desde este espacio ningún juicio de valor, lo cierto es que si funciona se pierde el contexto y el pretexto. Por eso debe decirse que A 47 metros es un film ajustado a las expectativas que vende desde su paquete donde la peligrosidad de los tiburones blancos ocupan el centro de la desventura de dos hermanas gringas que pretenden pasar las vacaciones en playas mexicanas. Dato de color: Una de las protagonistas es Mandy Moore y verla sufrir bajo el agua y sin oxígeno es un modo de que la empatía opere con el público. La otra sufriente es Claire Holt y el actor que llamaron porque debía ser barato el caché Matthew Modine, una sombra de aquel de películas como Full metal jacquet. Lo bueno de la propuesta, a pesar de muchas licencias desde el guión que hacen del verosímil un mal chiste, es que la acción llega rápido y el espectáculo de supervivencia con la amenaza constante de tiburones blancos de más de 8 metros de largo suma adrenalina a la tensión y un ritmo adecuado a la opresiva sensación de ahogo constante. Nada más ni nada menos para un producto que explota el elemento del tiburón con una mezcla de clase b y efectos razonables que no pasan verguenza.
En las profundidades del océano se desarrollan varias películas de tiburones y cuando se pensaba que el género estaba demasiado explotado llega A 47 metros. La historia sigue a dos hermanas de vacaciones en la costa mexicana. Buscando romper con la rutina se dirigen a un riesgoso avistamiento de tiburones adentro de una jaula en el medio del océano. El cable que las sostiene se rompe y caen en picada hasta el fondo perdiendo comunicación con el barco que las llevaba, rodeadas de tiburones blancos y con el tiempo corriéndoles por la falta de oxígeno. El océano esconde más secretos que cualquier otro lugar en la tierra y es el miedo a lo desconocido lo que fascina al espectador. Herzog lo exploró en sus documentales desde el asombro y la curiosidad en The Wild Blue Yonder, mientras que la ficción ha dado cientos de representaciones marinas del tiburón. Desde la clásica película de Spielberg, a la realista pero poco efectiva Open Water, pasando por las extravagantes Deep Blue Sea o la saga Sharknado. A 47 metros intenta ubicarse en un punto de realismo similar a Open Water, pero sin olvidarse de la construcción de un relato ficcional. Mientras que los primeros 15 minutos sirven para dar un poco de pasado a la historia de las protagonistas, acompañada de una pésima selección musical, el resto del film no para de advertir al espectador que algo está por pasar. Y aunque su título revele el núcleo de la historia, la sorpresa y la tensión que sufren es asimilada por el espectador de igual manera. Desde lo visual la película se acota a su presupuesto y aprovecha el ingenio usado por Spielberg de mostrar lo menos posible al atacante. La inocencia de las chicas sirve aún más para poner nervioso al espectador que espera que alguna se convierta en heroina del relato y que abandone su rol de víctima. El final resuelve este aspecto de manera efectiva con una pequeña vuelta de tuerca. La productora ya confirmó una segunda parte y como toda idea original es posible que se estire demasiado y caiga en lo previsible.
Tiburones eran los de antes La película presenta a dos jóvenes atrapadas en el fondo del océano lidiando con tiburones hambrientos El cine con escualos atacando a humanos es un género en sí mismo. Desde la mítica película de Steven Spielberg, pasando por la original Mar Abierto o la más cercana y sangrienta Miedo profundo, hemos sido testigos de cientos de filmes que se desarrollan en el agua con estas fieras sedientas de sangre. A 47 metros, que llega a los cines tardíamente esta semana (en los Estados Unidos se estrenó en junio de 2017), pertenece a este grupo de películas. Play Dos hermanas, turistas americanas en México, deciden participar de una excursión extrema en las azules aguas del Pacífico: sumergirse encerradas en una jaula rodeadas de famélicos tiburones blancos. Por supuesto, como es de esperarse en este tipo de historias, nada sale bien, y las muchachas terminan a 47 metros de profundidad, atrapadas, con poco oxígeno y muchas chances de convertirse en alimento para los depredadores del mar. Hay poco para destacar en este thriller subacuático, cuenta con un argumento muy pobre y con personajes motivados por causas poco creíbles. Es un filme que está plagado de clichés sonoros (golpes que acompañan las apariciones de los tiburones) y de efectos especiales baratos que apenas si funcionan. Algún distraído podrá sobresaltarse en la butaca ante alguno de los ataques de los "monstruos marinos", pero no mucho más que eso. El director Johannes Roberts construye este filme recurriendo a patéticos CGI (hasta la sangre es digital) y escenas claustrofóbicas que nunca llegan a ser efectivas. Mandy Moore y Claire Holt, protagonistas casi exclusivas de la trama, jamás logran transmitir desesperación, los diálogos ridículos y las situaciones inverosímiles las hacen participes de una comedia involuntaria. Lo mejor de la película es que se arriesga a completar un metraje casi exclusivamente bajo el agua, aunque esto implique que el mismo… nunca salga a flote.
Crítica emitida por radio.