Corazón fantasma El cine de Philippe Garrel está poblado de sombras: el amor y la creación, viejas pasiones y sueños rotos. Su última película prolonga este universo con la pareja, la infidelidad y los celos como corazón palpitante. El tiempo contemporáneo e indefinido, sublimado por un blanco y negro intenso, lleva a los planos hacia una abstracción poética. La voz en off de su hijo Louis, recuerda a la narración de Jules y Jim de Truffaut. Los diálogos atemporales en una París muy Nouvelle Vague respiran el aire de los Cuentos Morales de Eric Rohmer. Una historia simple con una composición de infinita riqueza. Una película sobre la verdad de los sentimientos: ligera y elegante, tierna y lúcida. Clotilde Courau es la presencia femenina más soberana que haya atravesado un plano de Garrel en mucho tiempo: sus movimientos brutos, la opacidad de su rostro y la intensidad de su actuación conforman un cielo cambiante que eclipsa la historia. En la primera escena, un tipo hosco amenaza con desalojarla si no paga una deuda. La cuestión del alquiler no vuelve a aparecer en toda la película pero permanece como una sombra. Su marido cineasta tampoco tiene dinero. Cuando observan el material sobre la Resistencia Francesa que estuvieron filmando, se toman de la mano: son una pareja de otra época. Mientras trabajan, una joven emerge de la cinemateca con latas de celuloide y cautiva a nuestro héroe sombrío. Los rostros, cuerpos y gestos de los protagonistas son instrumentos con los que el cineasta crea dúos armónicos o disonantes. Lejos de limitarse a su sentido inmediato, las secuencias, las imágenes y los diálogos, irradian su camino a través de la película. Un collar se pierde entre los pliegues de las sábanas, una estufa a gas recuerda las privaciones del comienzo: la rareza de los objetos transforma, como en sueños, los sedimentos narrativos. Un corazón fantasma camina en las calles despobladas: el paseo deviene aventura. A la sombra de las mujeres es una película singularmente feliz que utiliza la ironía y el humor como antídotos contra la melancolía. La pareja infiel, unida en la oscuridad de la habitación, se estrecha con una extraña mezcla de felicidad, opresión y costumbre. Instantes de verdad, audacia y belleza que culminan con un abrazo en el que los actores, los cuerpos y las palabras, se fusionan entre risas, rabia contenida y una magnífica frase final: “Perdón mi amor, te mordí”.
A Pierre lo vemos sonreir recién en el instante final de A la sombra de las mujeres. Es que la vida de este desapegado cineasta interpretado por Stanislas Merhar es tan gris como las imágenes de la película (fue rodada en blanco y negro). Realizador de bajo presupuesto, no logra avanzar en un documental dedicado a la resistencia francesa durante la Segunda Guerra Mundial y la relación con su esposa (que es también su editora) va camino a echarse a perder como una salsa fuera de la heladera. Ni siquiera el hecho de conocer a una pasante con la que comenzará a intimar le inyectará algo de pasión a esa existencia vacía. Pierre justifica la infidelidad con el peor de los argumentos machistas: "Soy hombre". Pero su mujer Manon (Clotilde Courau) también tiene lo suyo fuera de casa. Así, con las cartas sobre la mesa, la relación se tornará por algunos momentos simbiótica (nadie está dispuesto a abandonar al otro) y por otros psicótica (Pierre espía a Manon en la calle). Deudor de la Nouvelle Vague (y sobre todo de Truffaut), el film de Phillippe Garrel no consigue que el espectador empatice con esta no-tan-joven pareja bohemia y sus deliberaciones sobre el amor y la poligamia. De esta manera, la escasa duración de la película (poco más de una hora) se volverá insólitamente eterna.
Garrel cada día filma mejor El notable director de Los amantes regulares, Salvaje inocencia y La jalousie retoma una de sus obsesiones (las relaciones de pareja) con una de las apuestas más lúdicas y elegantes de su dilatada trayectoria que parece dialogar con las creaciones del coreano Hong Sang-soo. Un ensayo leve y fluido sobre los celos, los sentimientos posesivos, las tentaciones, las traiciones cruzadas y -claro- sobre la realización artística. Lástima que su estreno comercial en Argentina coincide con el BAFICI. El público cinéfilo, se sabe, no abunda. Soy fan de las películas más lúdicas, menos pretenciosas y solemnes de Philippe Garrel (y del cine en general) y, por eso, A la sombra de las mujeres, casi una comedia de enredos a-la-Hong Sang-soo, me pareció muy disfrutable. Pierre (Stanislas Merthar) es un documentalista sin demasiado brillo y con un pasar económico bastante penoso que está rodando un film sobre unos veteranos sobrevivientes de la Resistencia Francesa. Pero ese no será el eje de la película sino la relación con su esposa Manon (además asistente y editora de sus proyectos) que interpreta Clotilde Coreau y el affaire con Elisabeth (Lena Paugam), joven becaria en un laboratorio de películas (dicho sea de paso, Garrel es uno de los últimos “dinosaurios” que sigue rodando en blanco y negro y en 35mm). La cosa se complica aún más cuando Elisabeth descubre que Manon también tiene un amante y decide contárselo a Pierre. Así, todos comenzarán a obsesionarse cada vez más con los otros personajes. Ensayo leve y fluido sobre los celos, los sentimientos posesivos, las tentaciones y las traiciones cruzadas, A la sombra de las mujeres está narrada con una gracia, un espíritu al borde de lo autoparódico (sobre todo por el uso irónico de la voz en off) y una elegancia que no son habituales en el cine contemporáneo.
No soy incondicional del director francés. Si Los amantes regulares y Salvaje inocencia me parecieron esfuerzos no siempre logrados, que recuperaban algo del clima de la nouvelle vague pero sin su magia y su genio, A la sombra de las mujeres me reconcilió con su propuesta. En este film pequeño vuelve sobre su tema principal: las relaciones de pareja. Como es habitual, con fotografía en un blanco y negro de poco contraste, este melodrama casi atemporal desarrolla la relación entre un hombre mediocre, con perfil de perdedor, oscuro director de documentales, y sus dos mujeres: la esposa, quien colabora en todos sus proyectos, y una archivista. Ambas superiores a él, lo aman, protegen, están prontas a satisfacer sus necesidades y requerimientos, son la clase de mujeres que aman demasiado. El hombre es un machista, sádico, egoísta y culpógeno, y es interesante ver cómo se desarrollan las cosas cuando su mujer sostiene también una relación paralela. Clotilde Courau se destaca: su personaje expone su amor, mientras su marido lo oculta. Sin dudas, A la sombra de las mujeres es una película feminista. El film se desarrolla con una ironía seca, austera, y muy humana, y resulta absolutamente verosímil. Con un final que supera todo el sarcasmo anterior.
Un pequeño relato sobre el hombre, la mujer y las relaciones. El film de Philippe Garrel le debe mucho a la década de los sesenta porque es el lugar donde se ponen en crisis los preconceptos y las formas establecidas del amor, tanto público como en la vida privada. El espíritu del Mayo francés demuestra que todavía sigue firme y decidida a hacer del cine una declaración de ideologías nuevas y derrumbo de viejos sistemas.
Ver un filme de Philippe Garrel es una suerte de oasis para cualquier cinéfilo. Solo unas imágenes bastan para ponernos cómodos, para hacernos sentir “en casa”. El blanco y negro contrastado, claramente filmado analógicamente (si bien proyectado en digital), los escenarios y personajes, la sensación de que lo que está sucediendo podría estar pasando ahora o en 1973. De hecho, hasta que una de las mujeres no sacó un celular no tenía muy claro si la película transcurría o no en la actualidad. La trama de IN THE SHADOW OF WOMEN es bastante simple y directa. Se centra en una pareja –compuesta por un documentalista y su mujer, editora y productora de sus filmes— que viven y trabajan juntos, que parecen llevarse muy bien y coordinar ambas cosas sin problemas, más allá de la cara de amargura permanente de él. Pero Pierre conoce a otra chica, comienzan un affaire y las cosas empiezan a complicarse. Ella sabe que él está casado y lo espía, espía a su esposa y descubre cosas que, bueno, mejor enterarse viendo el filme. No hay recursos de guión inesperados ni extrañas vueltas de tuerca en la película. Se cuenta una historia de amor y cómo se va complicando a partir de apariciones de otros personajes y las típicas idas y vueltas del deseo y la pasión. Curiosamente la voz en off masculina deja en claro las debilidades de Pierre en cuanto a sus decisiones generando una distancia entre sus actitudes y la mirada del filme. Claro que Manon, su mujer, tendrá lo suyo también, generando un pequeño mapa de secretos y mentiras que impacta directamente a la pareja. Si bien el material en el que ambos trabajan para un documental (relacionado a veteranos de la resistencia francesa en la Segunda Guerra) no está lo suficientemente explorado, hace un eco curioso con la historia central en lo que respecta a la idea de verdades y mentiras en el género documental, en la confianza que se deposita en los personajes y en los cineastas. Tanto en su vida como en su trabajo, Pierre y Manon, descubren que las cosas no son tan claras ni honestas como parece y que parte de la tarea cotidiana consiste en convivir con ese juego de engaños permanentes. El triángulo amoroso, de todos modos, es lo central. Y si bien no hay mucho nuevo para descubrir en este tema que el cine francés ha explorado hasta el hartazgo, Garrel lo hace con la sabiduría y delicadeza que da la experiencia, reduciendo el drama a los momentos justos y necesarios, orgánicos. Con solo 75 minutos, A LA SOMBRA DE LAS MUJERES es una nueva exploración del mundo de las relaciones por parte del veterano realizador francés, al punto que ese título podría corresponder a más de la mitad de su filmografía.
Amor y otras catástrofes. A pesar del carácter minoritario y experimental de su obra, la trayectoria de Philippe Garrel ha gozado de un prestigio crítico creciente, tanto en festivales de cine (como los de Cannes o Venecia) como en publicaciones especializadas del estilo de Cahiers du Cinema. Su cúspide llegó en 2005 cuando estrenó su exitosa Los amantes regulares, una reflexión acerca del impacto de los hechos de Mayo del 68 sobre la juventud francesa de la época.
Sobre la intimidad fluctuante. El parisino Philippe Garrel es sin duda uno de los pocos cineastas vivos con un pedigrí que se conecta de manera directa con la Nouvelle Vague de la década del 60: en esencia hablamos de un realizador que dio sus primeros pasos por aquellos años -nada demasiado extraordinario, a decir verdad- para luego ofrecer un puñado de películas interesantes en los 80 y caer de nuevo en una medianía que no suma ni resta nada a la cinematografía francesa en general. El señor viene gozando de una suerte de revival moderado desde la década pasada, lo que hoy por hoy desembocó en la llegada a la cartelera argentina de su último opus, A la Sombra de las Mujeres (L’Ombre des Femmes, 2015), un homenaje tan sencillo como adorable al espíritu artístico de aquel movimiento y a la sensibilidad gala en lo que respecta al amor, sus minucias y esa típica superposición de miradas que llevan al conflicto. Ya sea que pensemos en los rasgos formales o en el nivel del contenido, definitivamente Garrel se autoimpuso reproducir los ingredientes principales de la vanguardia sesentosa: aquí tenemos una historia de infidelidades cruzadas retratadas vía el ascetismo de una fotografía en blanco y negro, muchas tomas secuencia, ironías, diálogos melancólicos y giros narrativos sumamente secos. Para ser justos, conviene aclarar que el director siempre fue un gran admirador del romanticismo humanista de François Truffaut, así que no es de extrañar que una vez más nos encontremos con referencias a Jules y Jim (Jules et Jim, 1962), La Piel Suave (La Peau Douce, 1964) y la pentalogía de Antoine Doinel, en especial Antoine y Colette (Antoine et Colette, 1962). Entre la ingenuidad y la sabiduría, el film nos regala en apenas 73 minutos una síntesis afable de los estereotipos masculinos y femeninos. La trama está centrada en una pareja de documentalistas de mediana edad compuesta por Pierre (Stanislas Merhar) y Manon (Clotilde Courau), los cuales sobreviven a duras penas mediante trabajos marginales que les permiten seguir puliendo un proyecto acerca de un veterano de la Resistencia Francesa. Un día el apático Pierre conoce a Elisabeth (Lena Paugam), una joven con la que inicia una relación, generándose un triángulo amoroso que se complica de a poco cuando Elisabeth a su vez descubre que Manon también tiene un amante. Garrel juega con elementos característicos del cine de Truffaut como el narcisismo caprichoso de los hombres y el apasionamiento de las mujeres, un cariño que parece no tener marco de contención ni capacidad para sopesar las indecisiones y tristes rodeos de la contraparte (hasta nos topamos con un narrador que complementa esa intimidad fluctuante). Desde ya que la propuesta no aporta ni un gramo de originalidad a una temática tan antigua como la humanidad y en ocasiones fastidia un poco en su aproximación tan respetuosa a los pilares de la Nouvelle Vague, pero por lo menos llega al núcleo de la cuestión a través de un naturalismo que construye sutileza a partir del maravilloso desempeño del elenco y un guión que hace gala de intercambios despojados entre los personajes, siempre bordeando una comicidad patética. Si pensamos a la obra en tanto recorte del entorno contemporáneo, resulta una anomalía porque funciona como una máquina del tiempo esculpida al detalle: así como el modelo actual de “cine adulto” está concebido según los cánones del Nuevo Hollywood de los 70, se suele olvidar que éste fue un producto de aquella vanguardia francesa -ya superada- que reaparece de repente y con cuentagotas, paradojas mediante…
“A la sombra de las mujeres” (Francia, 2015) de Philippe Garrel, es una película asfixiante y hermética, que navega sobre una relación enferma entre Manon (Clotilde Courau) y Pierre (Stanislas Merhar), la pareja protagónica, y que a partir de la incorporación de una tercera mujer llamada Elizabet (Lena Paugam) verán como los débiles cimientos de su largo vínculo se resquebrajan. Garrel habla en el filme de sí mismo, coloca en Pierre la abúlica e inmóvil tarea de mantenerse como el ejemplo del machista retrógrado que quiere, aún en el siglo XXI, mantener a su mujer circunscripta a las tareas domésticas. Pero Manon tiene otros intereses, como por ejemplo la literatura oriental, postergando su estudio para otro momento en el que el tiempo y el dinero no apremien, y así comienza a habitar en un interminable círculo vicioso en el que la cotidianeidad construye la única posibilidad para poder vincularse entre ambos. La pasión ya no existe. El blanco y negro con el que Garrel relata la relación marital es también una decisión narrativa, no sólo estética, para reflejar el momento en el que se encuentran inmersos y con la imposibilidad de salir. Cuando Elizabeth, amante de Pierre, cruza casualmente a Manon y un ocasional acompañante, vislumbra la posibilidad de dejar de ser la segunda y elevarse a la categoría de mujer del hombre sin obstáculos ni impedimentos. Pero el plan no le saldrá como ella esperaba, y si hasta el momento debía conformarse con los pocos instantes que Pierre le dedicaba, ante la furia de éste por enterarse que Manon lo engaña, sus encuentros esporádicos se distancian aún más, por lo que el conflicto termina estallándole a ella misma. “A la sombra de las mujeres” avanza con paso lento en su presente eterno, con imágenes que carecen de la belleza tradicional que las historias de amor brindan. En el relato del desamor de Pierre y Manon priman los espacios cerrados y lúgubres, en los que el paso del tiempo no sólo ha hecho mella en ellos, sino también en los propietarios de éstos y en ellos mismos. Garrel es Pierre, claramente, y como su alter ego, no duda de ofrecer un personaje polémico, que en vez de estar a la sombra de las mujeres se termina por convertir en las sombras de ellas. Pierre será la amenaza latente con la que deberán lidiar, y a su vez él también deberá resolver algunas cuestiones que le imposibilitan ser feliz y hacer feliz al otro. La mentira como cimiento de la relación, la infidelidad como potestad masculina, son algunas de las problemáticas con las que trabajará el director, sumándole otras relacionadas con la vida diaria como la falta de dinero, el choque con parientes y la negativa a aceptar una realidad que abruma. Hay algunos lugares comunes que resienten la propuesta, pero que gracias al solvente trabajo actoral de Courau y el resto del elenco, se evaden y terminan por sumar puntos positivos a este nuevo trabajo del realizador.
Los amantes regulares y los irregulares El gran director francés, autor de El nacimiento del amor e hijo dilecto de la nouvelle vague, presenta una de sus películas más llanas y accesibles, un film diáfano de un cineasta que suele trabajar una paleta mucho más pesimista y sombría. Es una pena que la película más reciente del gran director francés Philippe Garrel, que fue la apertura de la Quincena de los Realizadores del Festival de Cannes del año pasado, llegue a la cartelera porteña justo en pleno apogeo del Bafici, cuando muchos de sus potenciales espectadores estarán seguramente grilla en mano buscando otras alternativas en la infinidad de salas en las que se despliega desde ayer el festival porteño. Pero aquel que se aventure a ver A la sombra de las mujeres debe saber que, sin ser un film mayor del realizador de El nacimiento del amor y Los amantes regulares, es una de sus películas más llanas y accesibles, un film diáfano de un cineasta que suele trabajar una paleta mucho más pesimista y sombría. Sutil, a veces disimulado y otras paradójico, hay humor también en A la sombra de las mujeres, toda una novedad en la obra de Garrel, habitualmente inclinado al pathos romántico. Aquí, como el auténtico autor que es, Garrel se vuelve a mostrar muy fiel a sí mismo, pero al mismo tiempo más descontracturado, como si a los 68 años este realizador que empezó filmando a los 16 y que allá por los 70 hizo una legendaria trilogía protagonizada por Nico, la mítica cantante de los Velvet Underground, hubiera querido darse el gusto de reírse un poco de sí mismo y de cierto sofisticado machismo al que siempre se asoció su obra. La otra novedad que trae A la sombra de las mujeres es la participación de tres guionistas, cuando Garrel muchas veces supo trabajar sin guión de ninguna clase. Que dos sean mujeres sin duda manifiesta el partido que el film claramente toma por la protagonista, en contrapartida con su compañero, sobre quien es difícil decidir si es más patético que odioso, o viceversa. Y que el tercer libretista sea el legendario Jean-Claude Carrière, fiel colaborador de Luis Buñuel durante décadas, quizás explique en parte algo de ese humor incongruente que asoma más de una vez, aunque más no sea de soslayo. Es remarcable que esa proliferación de escribas no obstruya la espontaneidad de la puesta en escena, que fluye con una ligereza que sin duda encuentra su tradición en la nouvelle vague, de la cual Garrel siempre fue un hijo dilecto. La anécdota no podría ser más sencilla. Pierre y Manon, se sugiere, viven juntos hace algunos años, son documentalistas, pero apenas si sobreviven con pequeños trabajos que nada tienen que ver con el cine. Se quieren, sin duda, pero hay una insatisfacción en el aire, que la madre de Manon es la primera en detectar. “Lo mío no es un sacrificio, es una elección: ¿qué mejor que trabajar junto al hombre que amo?”, se defiende Manon. En cambio, Pierre no tarda en resolver ese statu quo en el que se ha deslizado la pareja al viejo modo del macho predador: se consigue una amante, Elisabeth, joven aprendiz de un estudio de cine, que sin embargo tampoco lo hará feliz. Lo que no sospecha Pierre, mientras sosiega su conciencia pensando que está en la naturaleza del hombre (y no de la mujer) ser infiel, es que el burlador puede llegar, por qué no, a terminar burlado. La voz en off de un narrador (Louis Garrel, el hijo del director, que ha sido también protagonista de algunos de sus mejores films) va sugiriendo, muy de tanto en tanto, algunas de las razones que mueven a la pareja protagónica, que encuentra su espejo ¿deformante? en un viejo matrimonio al que entrevistan para un documental sobre los sobrevivientes de la Resistencia. La fotografía, del maestro suizo Renato Berta, ofrenda un blanco y negro como hacía tiempo no se veía, al tiempo que saca el mejor provecho del formato Scope 2:35, consiguiendo una suerte de paradójico fresco intimista. Pero la gran heroína de la película es Clotilde Courau, magnifica actriz que, a cara lavada, hace de Manon un personaje complejo, pleno de matices y sorpresas, pero siempre, por más oscuras que sean las nubes que atraviesa, inefablemente luminoso.
Almas en celo La nueva película del realizador de Los amantes regulares (Les amants réguliers, 2005) indaga en un matrimonio y en la trama de celos, frustración y replanteos que se genera a partir de la infidelidad de ambos. Hacía tiempo que no llegaba a la cartelera local una película de la concisión formal que posee A la sombra de las mujeres (L'ombre des femmes, 2015), sólido trabajo dePhilippe Garrel . Su film, además, respira el encanto de recorrer una París no turística, a tono con esa idea tan fundante de la Nouvelle Vague que consistía en transitar espacios arrancados de la vida misma, alejados de la pátina de “teléfono blanco” que marcaba a fuego buena parte de la filmografía francesa. Aquí también son significativos los espacios interiores, reflejo especular del desencanto que tiñe la pareja que componen Pierre (Stanislas Merhar) y Manon (Clotilde Courau). Él es un realizador cinematográfico sin demasiado brillo, y ella es su asistente. Juntos están terminando un trabajo sobre sobrevivientes de la resistencia francesa. Pero por más que estén a punto de concretar un proyecto profesional que los convoca a los dos, es evidente que el deseo entre ellos está entre paréntesis. En medio de esa situación de penuria (por lo que se ve, también están en aprietos económicos), él comienza un affaire con Elizabeth (Lena Paugam), una joven que trabaja en un laboratorio de cine. La misma Elizabeth será la que identifica a la esposa de Pierre en pleno coqueteo con su amante. Tamaño cuadro deriva en sendos descubrimientos de infidelidad, con el aluvión de reclamos, confesiones y acusaciones que es de esperar. Garrel trabaja las emociones de estos personajes con discreción; emplea la voz en off de un narrador que los “distancia” de los espectadores, aunque tampoco los parodia. Más bien los observa, en sus frustraciones y miserias (sobre todo en el caso de él, quien cree que, como hombre que es, su infidelidad está más justificada…). Los encuentros amorosos de él casi no dejan entrever erotismo; pero el realizador decide, en cambio, revelar un vínculo más cordial y amoroso en ella y en su amante. A la sombra de las mujeres es una rara avis. Porque aunque se inserte en el sub-género “crisis de parejas”, lo hace sin apelar a las falsas fórmulas del feminismo cool y sin proponer cimbronazos en el guión como para tensar lo que ya está tenso. Es una apuesta por la sobriedad, que mira los conflictos maritales con sagacidad y, por qué no, con elegancia formal.
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AMORES EN PUGNA El director Phillipe Garrel con más de treinta películas en su haber logra en este film, en intenso blanco y negro, el abordaje inteligente, irónico, tierno y también implacable de las relaciones amorosas que se complican. Un matrimonio de profesionales que trabajan juntos (la perfección según la mujer) hasta que él se enamora de una chica joven. La cosa se complica cuando él no puede soportar por machismo que su esposa también tiene un amante. Nada es simple entre ellos, y los sentimientos se analizan con obsesión: celos, sufrimiento, entrega, resignación. Pero también diálogos memorables e inteligencia. Actrices espléndidas: Clotilde Courau, Lena Paugman. Stanislas Merhar perfecto en su hombre preso de su estrechez mental.
Mientras que en películas como El Crítico el protagonista principal deseaba vivir una historia romántica como las de una película francesa, el cine del galo Philippe Garrel intenta alejarse por completo de esa idealización y dialogar sobre el desamor con crudeza. A la Sombra de las Mujeres es un film acerca de las distintas formas de vínculos amorosos que pueden ir conformándose en una pareja, en especial los estadios pasionales abruptos, deteriorados, forzados y lastimosos. Los parisinos Pierre y Manon conforman una pareja ¿feliz? que no solo comparte lugar físico de convivencia sino también el oficio. Son documentalistas que trabajan en el registro de una entrevista a un ex veterano de la Resistencia Francesa, y en la realización intercambian apasionadamente miradas, gestos y algún mimo. El camino que la pareja comienza a recorrer es incierto y tiende a la ruptura, aparecen rezagos de desatención y amagues que Manon registra, al igual que el espectador. Pierre conoció a Elisabeth, una becaria, lo que genera que las ausencias iniciales se incrementen y se vuelvan cada vez más notorias. Por otro lado, el vínculo entre Pierre y su amante está marcado por una atracción pura y sexual. Pierre es frío, melancólico y carente de gestos hacia una u otra mujer. El drama de la infidelidad no se vive con culpa alguna, es naturalizado y mostrado con sutileza y elegancia por Garrel. La mera utilización de voz en off a cargo de su hijo Louis climatiza con tono de ironía lo que acontece, y el blanco y negro impuesto en cada fotograma contrasta con la solemnidad con que se trata la disolución del amor. Clotilde Courau (Manon) logra una interpretación que acentúa distintos estados frente a la monotonía actoral y rol de Stanislas Merhar (Pierre).
Las libertades des-parejas Con identidad, expone y desnuda un conflicto de pareja naturalizado pero interpelador. Con cierto tono intelectualoide, y varios interrogantes sobre las relaciones humanas, A la sombra de las mujeres es una mirada ácida de un personal conflicto de pareja. Apelando al blanco y negro, con una estructura simple y un puñado de personajes, Philippe Garrel dirige una trama íntima, gris, a veces abúlica, sobre el conflicto casi en sordina que transitan Pierre (Stanislas Merhar) y Manon (Clotilde Courau), un joven matrimonio de documentalistas dominado por la inercia argumental. Su rutina amorosa, espejo de la laboral, apenas les alcanza para sobrevivir. Su vida de amateurismo podría ser un ejemplo de resistencia, pero es sólo el camino que pueden llevar. Y ese rumbo se enturbia cuando Pierre conoce a Elisabeth, una joven becaria que pronto se convierte en su amante. Entonces asoma un juego de desconfianzas, traiciones y vínculos pobres que el director transmite bien, apelando a la psicología, al carácter corroído y a la indolencia de los personajes. Sobre todo de Pierre, que es juzgado por una voz en off que redunda con sus acciones, un curioso metarrelato que a veces se vuelve demasiado explicativo. Es fácil que tomemos partido por Manon en esa atmósfera de maltrato verbal, de insensibilidad y de culpas compartidas. La pequeña historia sobre la liberación de París que graban en su documental, anodina y heroica a la vez, acompaña el derrotero de los personajes, y contribuye a despertar interrogantes. ¿Qué es el amor, qué es sentir amor, qué es dar amor? ¿Qué es real y qué ficción en una relación de pareja?¿Qué somos y qué podemos ser? Los diálogos, el trato cotidiano, el comportamiento corporal, con muy buenos protagónicos, mantienen viva esta historia pequeña, pero universal, que incluye y diferencia las actitudes, las marcas culturales (casi naturales) que influyen y determinan a hombres y mujeres en una relación de pareja todavía en el siglo XXI. El castigo a Pierre, a su arrogancia, ayuda al retrato. Un frío abordaje sobre el temor a la soledad y la glorificación de la independencia, de siempre difícil equilibrio.
Una gran actriz y un gran fotógrafo; el resto, aburre Una mujer quiere a un tipo sin mayores méritos y lo respalda como "una sombra que lo empuja al estrellato", según dice un comentarista en off. El tipo se engancha con una flaca que le sonríe, y que luego le va con un cuento respecto de la mujer que lo quiere. Y el fulano que no vale nada descubre su costado más necio. ¿Se pueden curar las heridas del amor? ¿Podrán convivir después, como si nada, o como si no hubiera nada mejor? Básicamente, ésa es la historia que nos cuenta Philippe Garrel, dejando las respuestas a nuestro cargo. Como para equilibrar los tantos (lo que no ocurre), el guión está escrito por dos hombres y dos mujeres. La verdad, pudo ser más agudo. Pero la película tiene dos buenos pilares: la actriz y el director de fotografía. Clotilde Courau sonríe abiertamente enamorada, y toda la cara se le ilumina y el mundo es hermoso, al menos para ella. Clotilde Courau se decepciona, y todo su rostro y su cuerpo se desploma, se enerva, se carga de bronca y de hastío. No es sólo aquello que dice. Es ella entera aunque no diga nada. Y el veterano Renato Berta, que trabajó con Alain Tanner, Daniel Schmid, Chéreau, Rohmer, Rivette, Malle, Berri, Resnais, Manoel de Oliveira, Mario Martone (recuérdese "Leopardi, el joven fabuloso"), asume un trabajo en blanco y negro a la manera de los tempranos 60 que transitó la Nouvelle Vague, y lo hace de tal modo que la película parece realmente de los 60. Bueno, a esa impresión también contribuyen la puesta, el tema, las locaciones, la levedad general, y hasta algunos aparatos de uso cotidiano colocados ex profeso. El director Philippe Garrel ama esas cosas, y unos cuantos críticos y espectadores lo aman, haga lo que haga. Los demás pueden apreciarlo, porque tiene sus méritos, o aburrirse aunque la película dure apenas 73 minutos. Ese es nuestro caso. Dos datos al margen: el lugar donde el infiel conoce a la flaca es el Fort St. Cyr, actual depósito de la Cinemateca Francesa. Y el documental que ve con la rubia en una moviola es "La Liberation de Paris", rodado en agosto de 1944, al calor de la lucha, con libreto de Pierre Bost, noble miembro de la Resistencia y guionista de peso, al que los de la Nouvelle Vague odiaban sin remedio, y enseñaron a odiar sin razón.
“A la sombra de las mujeres” esta filmada íntegramente en blanco y negro, con un Paris desdibujado. Acompaña los grises de la fotografía los planos elegidos, no tan bellos de la ciudad. Nos cuenta las desavenencias de la pareja protagonista: Pierre y Manon. Que se dedican a la realización de documentales con muy bajo presupuesto. Ambos se engañan con amantes. Ambos sufren. El largometraje se toma sus tiempos para la construcción de una narración que por momentos se torna un poco lenta. La ausencia del deseo por parte de Pierre hacia ella sobrevuela en toda la película. El elenco acompaña muy bien la propuesta y esta orientada hacia un público bien definido y amante del género. Ni a la sombre de un hombre ni a la de una mujer. El amor se construye de a dos. Sin sombras. Ganará este amor?
En blanco y negro y en fílmico, el veterano Philippe Garrell filma el drama amoroso de una pareja de documentalistas con economía de guerra cuya armonía conyugal –marcada por la apatía de él y el amor incondicional de ella- se resquebraja con la irrupción de una amante. Elegante y leve, un estudio de las relaciones que, sin embargo, impone cierta distancia producto de la dificultad para entender y empatizar con los personajes y sus decisiones.
Los dolores del amor según Garrel Con su estilo reconocible que trae reminiscencias de la nouvelle vague y su delicada y aguda observación de la intimidad, el veterano Philippe Garrel vuelve a proponer, en apenas 70 minutos y en el admirable blanco y negro que esta vez le proporciona el gran Renato Berta, un estudio sobre la pareja y sus fluctuaciones, una nueva variación sobre el adulterio. Sobre amores, secretos, mentiras, traiciones, celos, pasiones. Pierre y Manon, que forman la pareja en este caso, se aman. Él (Stanislas Merhar) es documentalista y ella (Clotilde Courau) ha abandonado los estudios para poder compartir con él también el trabajo. Ahora mismo están recogiendo los testimonios de un anciano que, según cuenta, formó parte de la resistencia. Pero esa relación profesional y amorosa podrá ponerse en peligro cuando un día cualquiera Pierre se cruce con una joven pasante, Elisabeth, que debe cargar una pila de rollos de películas; le ofrezca ayuda, y termine acompañándola a su casa y cediendo a su atractivo físico. Si no le confiesa a su mujer esa infidelidad -que no será puramente ocasional porque está dispuesto a seguir disfrutando de esos encuentros y porque según su moral masculina es natural que los hombres, a diferencia de las mujeres, vivan esas aventuras- es porque, aunque no se muestre demasiado expresivo con su pareja, la ama y no quiere dejarla. Ni tampoco a su nueva amante. La minuciosa investigación sobre el sentimiento amoroso que propone Garrel también se ocupa de demostrar que la tentación, más allá de las desigualdades entre los dos sexos, también alcanza a las mujeres. El cineasta vuelve, como otras veces en el pasado, a tomar partido por ellas y a destacar su coraje y la inteligencia de su corazón. Y será precisamente Elisabeth la que descubra, por azar, que Manon tiene un amante, pero cuando Pierre se entere de esa relación que ni siquiera había sido capaz de imaginar, las reacciones serán completamente opuestas. Violenta en el caso de él, comprensiva en el de ella, que no titubea en responder al reclamo del hombre que de verdad siempre ha querido y abandonar al amante. Un París intemporal y deliberadamente poco poblado sirve de escenario a estas idas y vueltas de los personajes, frecuentemente enriquecidas por los textos literarios que el actor Louis Garrel, hijo del realizador y actor de varias de sus películas de los últimos tiempos (además de otras recientes, como Un castillo en Italia, Canciones de amor o Mon roi), dice en off y expresan la voz interior del protagonista. Un trío de excelentes actores sostiene la breve pero compacta historia que se expresa sobre todo a través de pinceladas significativas tomadas de la vida cotidiana. La intencional frialdad, o indiferencia, que exhibe Stanislas Merhar contrasta especialmente con la notable expresividad de las dos actrices, la transparencia con que Clotilde Courau desnuda sus sentimientos y la no menos intensa comunicatividad de Lena Paugam. Dignos de destacarse son los aportes musicales de Jean-Louis Aubert.
Cuenta con una gran estética y sus imágenes son en blanco y negro, cuenta con correctas actuaciones como la de Clotilde Courau (“La vida en rosa”- Edith Piaf), contiene buenos diálogos, toques de humor, habla de los conflictos conyugales y un triángulo amoroso.
Phillippe Garrel sigue siendo uno de los cineastas más importantes de Francia y sus películas reflexionan sobre el cine, sobre la herencia -a veces pesada- de la Nouvelle Vague y sobre el mundo que le ha tocado vivir. Aquí narra la historia de una pareja de documentalistas, del amor de él por otra mujer, de la incapacidad de separarse de ambas. Y lo hace con delicadeza, con precisión y con amor por sus criaturas y el espectador, en un bellísimo blanco y negro. Gran film.
Perdidos y encontrados Pierre (Stanislas Merthar) es un documentalista under que apenas sobrevive haciendo trabajos que nada tienen que ver con el cine. Manon (Clotilde Coreau) es su esposa, y además asistente y guionista de sus proyectos. Viven juntos, trabajan juntos y parecen un modelo de pareja que se banca en las buenas y en las malas. Pero en la mirada siempre seria e indiferente de Pierre hay muestras de cansancio, y él trata de resolverlo convirtiéndose en amante de una mujer más joven que trabaja como aprendiz en un archivo cinematográfico. Esa es la sencilla trama de “A la sombra de las mujeres”, la última película de Philippe Garrel, y tiene todo el sello del realizador francés de “Los amantes regulares”: está filmada en blanco y negro y en 35mm, tiene marcadas influencias de la Nouvelle Vague y gira sobre las relaciones de pareja, una de las obsesiones del director. Garrel recurrió a tres guionistas para contar esta historia de celos y amantes cruzados, con una levedad y una luminosidad que no es habitual es su filmografía. ¿Puede una pareja superar una infidelidad? ¿Es distinta la infidelidad de un hombre que la de una mujer?, son algunas de las preguntas que se hace la película. Son temas muy transitados, sí, pero Garrel lo cuenta con precisión, sensibilidad y naturalidad, sin vueltas de tuerca y sin recurrir a lo melodramático. Clotilde Coreau es una actriz genial, llena de matices, y su personaje la convierte en la heroína excluyente de la película. En contrapartida, los demás personajes no vibran demasiado, y al lado de Manon parecen una anécdota que no tiene mucho para decir. “A la sombra de las mujeres” no es la mejor película de Garrel, pero igual se disfruta porque este tipo de cine es bastante excepcional y suele estar ausente en las salas.
Esta película no se justifica ni desde su título original, o el de su estreno en las salas vernáculas, ni tampoco lo hace desde la estética elegida para narrar en el cine. El blanco y negro no tiene ninguna implicancia en la historia ni en el relato, pues el mismo no hace a las formas del lenguaje cinematográfico. Si la idea del director era sostener las sombras de las relaciones amorosas humanas, su manejo de los tiempos, los diálogos y la actuación protagónica masculina no ayudan demasiado. Pierre (Stanislas Merhar) transita todo el metraje con rostro y rictus de niño caprichoso, se supone que desde el director, casi como una construcción de un “ese que pude haber sido” en mi juventud. Manon (Clotilde Courau) es su esposa y la montajista de las producciones de su marido, y en éste momento ambos están realizando una sobre un sobreviviente de la resistencia francesa considerado héroe de guerra. Pero el texto se centra en los vaivenes de las relaciones amorosas, del circular por la vida cotidiana de este matrimonio. Nadie está a la sombra de nadie, sólo el cierre del ultimo punto de quiebre, y el principio de la última secuencia, están por encima de la media del filme. Por otra parte la dirección de arte en sí misma es tan obvia como vulgar e intrascendente. Si el tratar temas como los celos, la infidelidad, el amor, la traición, la enfermedad, la verdad, la certeza y la duda como motores, fue un intento de homenaje a Francois Truffaut, Eric Romehr, Jean Luc Godard, o simplemente a toda la Nouvelle Vague, no se lo siente así; Si se quiso hacer un retorno, la ”nouvelle vague” fue un movimiento cinematográfico que implicaba la libertad de expresión y justificaba los bajos presupuestos, aquí ninguno de los dos se cumple, pero además permitió el despliegue de otras formas de contar historias y terminar en el recuerdo de los cinéfilos. Si quiere ver algo de ese orden, digamos de las relaciones amorosas, conflictuadas, la dialéctica del amo y el esclavo, remítase a “Escenas de la vida conyugal” (1973), de Ingmar Bergman, y no pierda el tiempo.
Cruces de la vida… y del cine En A la sombra de las mujeres, de Philippe Garrel, hay parejas con conflictos y hay cine, pero más allá del meta-discurso autoconsciente lo que hay es gente que labura sobre el cine, que lo usa como material para su propia subsistencia. Los protagonistas son un documentalista y su esposa, que lo asiste y edita sus películas, y la amante del hombre, una joven que trabaja en un archivo cinematográfico. El juego de espejos que monta Garrel es tan complejo, aunque el film haga apología de cierta liviandad en el tono, que la película puede ser vista a través de sus diversas capas, como así también se puede ver a los protagonistas: seres que no revelan sus verdaderas intenciones, que esconden, que mienten (en muchos aspectos se parece a Mientras somos jóvenes, de Noah Baumbach). De hecho, la mentira y su simulación como una forma de civilidad terminan siendo los temas que unifican las diversas subtramas de este gran film, rodado en 35mm y blanco y negro, como tiene que ser… según Garrel. Es decir, A la sombra de las mujeres es una suerte de ida y vuelta, de diálogo con la nouvelle vague, pero también con sus propias filiaciones. Si por un lado hace recordar a todo ese cine grande proveniente de Francia en los 60’s, espejándolo en sus temas, obsesiones estéticas y modos de registrar lo urbano, también pone un ojo en aquellos realizadores que se vieron evidentemente influenciados, como por ejemplo Woody Allen. Tranquilamente A la sombra de las mujeres podría ser una película del neoyorquino: están las parejas quebradas, la sexualidad y el placer tamizados por el filtro de lo psicológico, cierta tensión existencialista. Pero lo que falta es el humor, o no. En verdad el film de Garrel es una suerte de comedia sin chistes o sin intenciones humorísticas, porque las idas y vueltas de los personajes, sus reacciones ante los episodios que protagonizan, tienen la capacidad de sintetizar de la sátira: allí se ve lo angustiante, pero especialmente lo ridículo. A partir de la liviandad y de lo que sugiere antes de lo que muestra, lo que termina logrando Garrel es un relato que a pesar de las influencias suena novedoso. Porque trasciende tanto a la nouvelle vague como a sus continuadores, mixtura y, en definitiva, hace que ese material con el que se sustenta, que es la pura experiencia cinematográfica, tome vida y se parezca a eso que le pasa a los espectadores: incluso los interpela con una voz en off también algo socarrona que literaliza las emociones de los personajes. Si el cine “intelectual” suele ser estimulante, lo es por fuera de lo emocional y ahí está su límite, despreciando buena parte de aquello que hace singular al cine como experiencia. Garrel es consciente de esto, y construye un film vívido y, si se quiere, hasta divertido, que reflexiona sobre el cine mirando la vida y viceversa, en una serie de cruces interminables y circulares.
Después de su paso por el festival de cine francés Les Avant Premieres, llega el estreno comercial de A la sombra de las mujeres de Philippe Garrel. Amar, estar enamorado, conformar una pareja, y en especial un matrimonio, no es tarea sencilla, ni de llevar a cabo ni mucho menos de retratar, con todos sus vaivenes, los problemas muchas veces disfrazados de otros, la complejidad en su máxima expresión. Garrel decide una vez más indagar en las problemáticas que él encuentra en la pareja y en cómo él cree que éstas se pueden solucionar o hacernos creerlo así. En este caso, Pierre y Manon están casados y no sólo viven juntos sino que trabajan juntos. Ella dejó su carrera para trabajar con él y terminar como su asistente, mientras él es un cineasta que realiza documentales. Si bien Pierre y Manon parecen el uno para el otro, la verdad es que algo parece haberse perdido o difuminado entre ellos y él comienza a tener una relación paralela, y honesta, porque “la otra” lo sabe y lo acepta, al menos en un principio. No obstante, esta infidelidad no causa nada, ni bueno ni malo, en esa pareja. La irrupción aparece cuando ella es descubierta con otro hombre y él decide victimizarse. Aunque no confiese su propia infidelidad, él cree que por ser hombre casi que tiene derecho a ser infiel, porque es algo natural en su género. Ella en cambio es acusada de ser la culpable de los problemas que sobrelleva esa relación. El cine de Garrel sigue respirando de la Nouvelle Vague, especialmente desde su estética con un crudo blanco y negro, y una voz en off que termina de introducirnos en estos personajes. Entre idas y venidas, con un tono un poco más amable que la antecesora La Jalousie, con la que de todos modos comparte muchas temáticas, y un documental en el que se van a terminar reflejando más de lo esperado, Garrel muestra con su resolución una perspectiva a simple vista optimista y feliz, pero que en el fondo es más bien agridulce.
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Nada nuevo bajo el sol Philippe Garrel (1948), el reconocido director francés (“Inocencia salvaje”, “Los amantes habituales”, “Un verano ardiente”), apuesta fuerte a la nostalgia y la melancolía en su nueva película, “A la sombra de las mujeres”, mediante la cual intenta recrear la atmósfera característica de la nouvelle vague, en un relato intimista, que ofrece una nueva versión del eterno tema del amor de pareja, con sus momentos luminosos y sus miserias. Ambientada en una París atemporal, filmada en blanco y negro, la historia está narrada con una austeridad avasallante, si se permite la expresión. Pierre y Manon son una pareja joven que vive en un humilde departamento alquilado en algún lugar de la capital francesa. Él es director de películas documentales, que realiza con muy escasos recursos y que tienen como tema principal el relato de sobrevivientes de la Resistencia. Ella abandonó sus estudios orientales para acompañar a su marido, a quien admira, y tiene un trabajo de medio tiempo con el cual subsisten modestamente. La pareja parece funcionar bien, van a todos lados juntos: hacen las compras en el supermercado, filman los documentales, comparten las tareas de la casa, etc. Pero un día, Pierre se cruza con una becaria en la cinemateca y acusa el flechazo de la atracción y la seducción. Así, inicia un romance clandestino con Elisabeth, más joven y bonita que Manon. El relato de Garrel apela al narrador en off que va explicando, a medida que avanza la historia, todo lo que los personajes no dicen y supuestamente pasa por sus cabezas, asumiendo el rol del observador que sabe lo que los personajes piensan y así va justificando sus gestos y actitudes. Mientras que ellos hablan casi nada de sus sentimientos íntimos y siguen cumpliendo con sus roles en la vida diaria. Se trata de un relato clásico, estructurado con una sucesión de secuencias que culminan en un fundido en negro, mientras suena una música que instala el espíritu que se pretende transmitir, poniendo un suspenso entre lo que se acaba de ver y lo que vendrá, y también generando incertidumbre, ya que todo puede terminar en cualquier momento, como efectivamente sucede. La idea es que las cosas van y vienen, como las personas y los sentimientos. Así como Pierre tiene una amante, más adelante se descubre que Manon también se está viendo con otro hombre a escondidas. Allí comienzan algunos enredos y la relación entra en crisis. Sin embargo, Garrel, a través de su narrador en off, trata de explicar que entre Pierre y Manon hay amor verdadero, solo que atraviesan por un momento de falta de comunicación, de inquietud y de búsqueda personal que los ha llevado a un punto de conflicto y turbulencia, despertando hasta cierta violencia, sobre todo, de parte de Pierre. De modo que entre luces y sombras, la pareja parece romperse, aunque es posible que no sea un final para siempre. Por su parte, Pierre y Elisabeth también atraviesan distintos momentos, y su romance se inscribe en los parámetros clásicos de la relación paralela, donde él no está dispuesto a romper su matrimonio por ella y la joven, aunque sufre por la situación, no está dispuesta a dejar de verse con Pierre. Los celos, como el amor, están presentes en todos, todo el tiempo. “A la sombra de las mujeres” no inventa nada nuevo en el tema del triángulo amoroso, al contrario, parece querer hacer hincapié en los tópicos remanidos de uno de los conflictos más comunes de la historia humana. Solamente que la estética del director francés se caracteriza por darle un valor simbólico y hasta poético a algunos elementos como puertas, ventanas, habitaciones, cocinas, pasillos, calles, veredas, cafés, paradas de subterráneos y hasta algunos detalles del mobiliario y de la vestimenta de los personajes. Constituyendo así, “A la sombra de las mujeres”, una obra de singular belleza, que si bien trata un tema muy gastado, como las habitaciones en las que transcurren los hechos, no deja de ser un asunto siempre vigente y vital en las vidas de las personas en todos los tiempos.
A la sombra de las mujeres (L´ombre des femmes, 2015) es una historia de amor atravesada por situaciones cotidianas. El director Philippe Garrel delinea las características de los roles femenino y masculino en una relación de pareja determinada. Manon (Clotilde Courau) y Pierre (Stanislas Merhar) son un matrimonio común y corriente. Las dificultades económicas apremian, pero se mantienen unidos para enfrentar las complicaciones. Tanto, que ella es la guionista de los documentales de él, un realizado poco conocido. En ese escenario Pierre conoce a Elisabeth (Lena Paugam) y comienza una relación amorosa que perdura en el tiempo, mientras continúa su matrimonio con normalidad. O al menos es lo que cree. La película de Garrel es intimista y sencilla. Y esos aspectos se enfatizan con una estética en blanco y negro que se mantiene a lo largo de toda su duración. Las interpretaciones de Courau y Merhar son buenas y acompañan la solemnidad artística y poco expresiva del film. A la sombra de las mujeres muestra de forma definida los roles de hombre y mujer. Porque Pierre es absolutamente machista y no tolera que su esposa actúe de una forma que él considera impensada. Mientras que Manon responde al canon de comportamiento que su marido espera. Esa retroalimentación de la pareja es la que permite que funcione, pero también genera un grado de desconfianza que, por momentos, la hace insostenible. Garrel se detiene a observar distintas situaciones de un triángulo amoroso. Y aunque no sucede nada extraordinario, lo más destacable se percibe en el accionar de cada uno. Porque en lo simple se puede esconder lo complejo de los sentimientos.
La última película del mítico Philippe Garrel puede parece menor en comparación a su extensa obra precedente, pero es una evidente prueba de su maestría focalizada en indagar la impredecibilidad del deseo. En un lúcido ensayo titulado La poética de Philippe Garrel, el crítico australiano Adrian Martin releva un conjunto de temas y decisiones formales que sintetizan el cine del maestro francés. Entre sus señalamientos se postula un tema impensable; según Martin, Garrel prueba a veces con aquello que el filósofo Stanley Cavell denominó en sus ensayos sobre cine “comedias de enredos matrimoniales o segundas nupcias”, un género típico del clasicismo hollywoodense. He aquí un inesperado ejemplo, aunque la comicidad de A la sombra de las mujeres es prácticamente nula. Ironía sí, humor casi nada, pero no hay duda alguna: el deseo y sus curvas impredecibles en el seno de un matrimonio es el tema. Economía narrativa ejemplar, en pocos minutos está todo dicho: un cineasta trabaja con su esposa haciendo películas. En el tiempo del relato están haciendo un documental sobre un presunto héroe de la Resistencia francesa durante la ocupación nazi en Francia. No viven en condiciones cómodas, lo cual se constata en la escena inicial, en la que el locador se queja de las condiciones de su departamento, pero se los ve discretamente felices. Según la madre de Manon, dedicarle la vida entera a su esposo puede ser peligroso. Pero Manon y Pierre se complementan y se entienden; rara vez se pelean, y, como insinúa una amiga en común, parecen una pareja perfecta. Pero no todo es como parece. La figura del amante merodea, la lógica del deseo no respeta los acuerdos implícitos de una pareja. Gran astucia la de Garrel para trabajar austeramente un drama pasional y sumarle de improviso el peso de la Historia. Por un lado, el film abordará la infidelidad, y con giros sorprendentes. Al respecto, una voz en off intermitente –de la reconocida estrella e hijo del director, Louis Garrel– explicitará el punto de vista masculino (y autocrítico) de todo lo que sucede. Al mismo tiempo, los personajes del film que la pareja está rodando aportarán indirectamente un plus simbólico, que también está relacionado con el engaño. El gran tema secreto del film es el lugar y la función de la mentira en cualquier relato, aquí doméstico y político. La verdad del deseo la implica, los compromisos vergonzosos con la Historia también. ¡Qué elegancia de ejecución cinematográfica la de Garrel! En un film de un poco más de una hora, introduce elipsis perfectas (el período de un coito, un rodaje y una reconciliación) y el tiempo se siente en el relato; registra los interiores como nadie y los contrasta hábilmente con los espacios públicos; insiste con el blanco y negro y, gracias al genio de Renato Barta, las graduaciones de la luz conocen matices que el color no garantiza. El conocimiento de Garrel, quien filma en muy pocas tomas –a veces una basta–, prescinde de monitores para ver el encuadre y nunca se cerciora al fin del día sobre los resultados de su registro, es absoluto. La paradójica ligereza del film, el amor contenido por los personajes y la sabiduría cínica que se enuncia aquí –sin que por eso el filme se vuelva cínico–, no es otra cosa que la marca de un maestro. Cada vez se hacen más películas, pero verdaderos cineastas, como Garrel, van quedando pocos.
Crítica emitida en Cartelera 1030-sábados de 20-22hs. Radio Del Plata AM 1030