Bellísimas imágenes en una historia que muestra lo que pueden la pasión y la fe Presentada en la Competencia Oficial Argentina del BAFICI y ya comentada por el colega Luis Zas, llega ahora a los cines “Al centro de la tierra”, producción de Daniel Rosenfeld (“Cornelia frente al espejo”, “La quimera de los héroes”). Filmada mayormente en Cachi y Tolar Grande permite captar la enorme belleza de los valles calchaquíes y la Puna, en la provincia de Salta. Y lo hace aportando una historia de gran ternura en la que un padre (Antonio Zuleta), viudo y con dos hijos, intenta transmitirles su pasión por los OVNIs. Mirá también nuestro comentario en BAFICI 2015 Para ello se sirve de una cámara super 8 en la que viene registrando desde hace veinte años filmaciones de supuestos objetos voladores no identificados. En un viaje a Buenos Aires, acompañado de sus hijos, hace una visita a Fabio Zerpa y se las muestra relatando un episodio de 1995 en que dice que “lo siguió una nave gigantesca, que seguro no era un avión”. Claro que el comentario que recibe no es todo lo satisfactorio que hubiese esperado. Pero ese episodio no afecta en lo más mínimo su fe inquebrantable y lo lleva a visitar a un amigo que trabaja en una fábrica de construcción (¿quizás armado?) de helicópteros. Lo convence para que lo acompañe hasta Salta y allí arranca un capítulo visualmente impactante, cuando el dúo se dirige hacia la zona presuntamente “visitada” por las naves. Ese amigo lleva consigo una serie de equipos para “detectar señales infrarrojas y también campos magnéticos”, a lo que Antonio afirma “no confiar en esos aparatos”. El Gordo, así lo llama, es todo un personaje con gorrita de la NASA y defensor de la “Ufología eficaz”. Los últimos veinte minutos son de una belleza impactante en que la cámara de Rosenfeld, con el aporte de Ramiro Civita en la dirección de fotografía, logra imágenes pocas veces vistas. Todo contribuye a un espectáculo que sólo puede disfrutarse en una buena sala de cine, con el excelente sonido de Gaspar Scheuer, la música de Jorge Arriaga, más obras para piano de Brahms y Debussy y formato ancho (Cinemascope). Este falso documental es en verdad una historia de amor filial y donde bien puede aplicarse la famosa frase que afirma (en un doble sentido) que “la fe es capaz de mover montañas”.
El hombre convencido Antonio Zuleta, persona o personaje es lo que menos importa, tranquilamente podría haber sido protagonista de una película de Werner Herzog por una cualidad que lo hace cinematográficamente poderoso: es un hombre de fe, convencido tanto de lo que cree como de lo que ve, pero además un incansable buscador de respuestas. Parece contradictorio querer encontrar respuestas cuando no se cuestiona la fe, pero no, en Antonio hay una persistencia inquebrantable. También dejar legado a sus hijos pequeños en su búsqueda de la verdad sobre los ovnis, asegura haberlos visto durante varias ocasiones en su natal Cachi, en Salta. Su primera experiencia fue la que lo llevó a comprar una cámara Super 8 y dedicarse a filmar como registro y prueba acumulada de la presencia de Objetos Voladores no identificados en el Valle Calchaquí. También procura acopiar testimonios de lugareños, de experiencias similares a la suya, antes de emprender su partida a Buenos Aires al encuentro de Fabio Zerpa, el parapsicólogo, ufólogo, historiador uruguayo, popular y mediático como pocos. Lo interesante del film de Daniel Rosenfeld más allá de la increíble fotografía a cargo de Ramiro Civita, es jugar con la idea de fe desde el punto de vista del protagonista. La capacidad del director de Cornelia frente al espejo para extraer de Antonio ese plus de persona y personaje a la vez es aquello que genera empatía directa con el público, y desplaza en un segundo plano el argumento sobre lo verdadero o falso de esta aventura mezclada con elemntos de ciencia ficción (recortes de diarios llamativos donde se informa sobre animales muertos por ejemplo). Poco importa si Al centro de la tierra es en definitva un falso documental, pues la premisa es clara, el ritmo interno el adecuado y la parte final un verdadero lujo en términos visuales y narrativos.
Con el límite a flor de piel entre ficción y documental, la historia de un hombre obsesionado con los ovnis es el punto de partida para una película que habla de objetivos simples y la manera de cumplirlos. Antonio Zulueta trasciende la pantalla, con su particular mirada sobre el espacio y sus habitantes, y en el recorrer sus pensamientos, con humor, sin solemnidad, hay una oportunidad para imaginar más allá de aquello que el director propone.
Cuestión de fe Dentro del primer tramo de este 17 BAFICI ya es posible encontrarse con un punto alto de la Competencia Argentina. Al centro de la tierra (2015), de Daniel Rosenfeld, es una película que produce un singular extrañamiento a partir del seguimiento de Antonio Zuleta, un salteño obsesionado con los OVNIS. El hombre, sostiene, suele avistar OVNIS. No sólo eso; gracias a la modesta cámara que ha comprado, ha logrado registrar esos encuentros en numerosas ocasiones. Antonio Zuleta existe, vive en Cachi, Salta, y, aunque sea el protagonista de un film, poco importa si la suya se trata de una historia real. Al centro de la tierra no parece un documental ni busca serlo. Detrás de esa capa biográfica, gravita un extrañamiento propio del que se abre a un mundo por primera vez. Sin señalarlo como objeto bizarro, el ojo que ve a Zuleta asume su capacidad de testigo, y tal vez por eso la persona -devenida personaje- hasta puede llegar a emocionarnos. Durante el relato, Zuleta aparece junto a sus hijos, cuenta una bellísima anécdota sobre el poder y la creencia, viaja a Buenos Aires para consultar a ¡Fabio Zerpa!, y –finalmente- se topa ante una sorpresa. En cuanto a lo formal, Al centro de la tierra tiene algo de documental etnográfico y comedia absurda, pero su matriz dramática reposa sobre un realismo seco. Como en El rayo verde, de Eric Rohmer, aquí se trata de persistir y esperar una señal. Si es un OVNI o un fenómeno meteorológico, eso es un aspecto tangencial. Rosenfeld lo sabe, y por eso su película no se agota jamás. Y en su tramo final logra crear una álgida tensión. Con pinceladas de comicidad y un superlativo trabajo visual, el realizador crea una atmósfera única, sin desaprovechar el imponente pasaje salteño. Al centro de la tierra es una película híbrida, como hemos advertido, pero tal vez su herramienta más contundente sea la de entregarnos un personaje único, con un objetivo claro, en un lugar desconocido. Tópicos del cine de género, que aquí funcionan de otra forma, pero con gratos resultados.
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Tras Saluzzi: Ensayo para bandoneón y tres hermanos, La quimera de los héroes y Cornelia frente al espejo, Rosenfeld regresó a Salta para narrar la historia de Antonio Zuleta, un obsesivo y artesanal buscador de Ovnis de casi 70 años. Siempre fascinante, a la película le cuesta en ciertos momentos encontrar su eje: arranca con cierto toque místico (el protagonista dice tener una energía especial, una conexión con el más allá), luego deriva hacia la relación padre-hijo (le enseña su “oficio” al chico de apenas diez años), más tarde apuesta al cine dentro del cine (con las “películas” del propio Zuleta), posteriormente se concentra en sus descubrimientos (con un viaje a Buenos Aires en el que se encuentra con el mítico Fabio Zerpa) y finalmente muestra una misión en pleno desierto acompañado por un asistente munido con todo tipo de artefactos tecnológicos: es esta la parte más divertida y en la que surge el conflicto entre dos formas de acercarse al tema: la intuitiva de Zuleta y la “científica”, con todos sus gadgets, del otro. Pero, justo cuando encuentra su corazón, su esencia, su razón de ser, Al centro de la Tierra termina. Rosenfeld es un talentoso narrador y aquí, con la ayuda del director de fotografía Ramiro Civita, consigue imágenes de enorme elocuencia y belleza, aunque por momentos está cerca de caer en el exceso esteticista a-la-National Geographic. Algo parecido ocurre con la banda de sonido compuesta por el chileno Jorge Arriagada (habitual colaborador de su compatriota Raúl Ruiz). La música es tan virtuosa y cuidada, con tantos arreglos, que en ciertos pasajes resulta un poco intrusiva. Así y todo, Al centro de la Tierra -un documental con mucho de ficción o una ficción de inspiración documental- resulta un film valioso y atractivo sobre un personaje con múltiples facetas: el Zelig salteño.
Obsesivo con los OVNIs Este documental de ficción o ciencia ficción de Daniel Rosenfeld se balancea bien entre la realidad y la fantasía. Después de esa magnífica experiencia audiovisual que resultó Cornelia ante el espejo (2012), Daniel Rosenfeld estrena este suerte de “documental de ciencia ficción” o ficción documentada que se aleja en formas y situaciones de su película anterior, basada en el relato de Silvina Ocampo. Antonio ya pasó los 70 años y está algo más que obsesionado con dos cosas. Una, el contacto con los extraterrestres, tras haber tenido hace años una visión de un objeto volador no identificado. La otra, es transmitirle ese sentimiento o fascinación a su hijo. Antonio ha filmado y quiere que su pequeño haga lo mismo. Rosenfeld acierta en los contrapuntos de diálogo entre los personajes, y también cuando pone frente a frente al hombre común (Antonio) con Fabio Zerpa (el experimentado). Es un tête à tête imperdible. Por momentos la película, que tiene sus tempos -y en eso el director de Saluzzi, Ensayo para bandoneón y tres hermanos y La quimera de los héroes se mantiene firme- amplía su horizonte recordando a Antonio con los cerros y montañas. La dirección de fotografía de Ramiro Civita (Garage Olimpo, El invierno) es excepcional, porque integra colores creando más atmósferas a las que propone el realizador desde su manera de contar. Al centro de la Tierra tiene dos obsesiones como puntos neurálgicos. Pero ninguna está sobre la otra, ni la opaca o elimina. Está en el espectador atento descubrir cuánto de esa relación de Antonio con su hijo y con los OVNIs lo aborda, le llega.
Al centro de la tierra, de Daniel Rosenfeld Por Gustavo Castagna Como en sus anteriores trabajos documentales (Saluzzi: Ensayo para bandoneón y tres hermanos, La quimera de los héroes) y aun en la prestigiosa y muy defendida por la crítica Cornelia frente al espejo, el cine de Daniel Rosenfeld converge a la solidez narrativa junto a una particular mirada sobre temas divergentes: la decodificación de un músico de renombre, las vivencias de unos aborígenes jugando al rugby o una curiosa intromisión en el mundo de Silvina Ocampo. Ahora el cineasta escarba en otro personaje específico, el septuagenario Antonio Zuleta, obsesionado con el tema de los ovnis. Las variables temáticas de Al centro de la tierra permiten sostener el relato desde diversos ángulos argumentales: por un lado, una historia de traspaso generacional, y por el otro, la disección de un personaje central estimulado por sus delirios místicos que lo llevan a visitar a Fabio Zerpa, experto y erudito en el tema. En ese doble juego temático, el documental/ficción de Rosenfeld (o la (in)estable simbiosis de ambos ítems) entrega en sus ochenta minutos momentos de interés en oposición a otros donde el packaging visual y sonoro (la música, el uso del color) se imponen a los desafíos argumentales. Salvo en el último tercio en el que el Zuleta, como si fuera un astronauta (¿o un “eternauta” salteño?), aun para él, sale a explorar ese territorio desconocido a la búsqueda de una revelación o acaso de una respuesta a sus múltiples interrogantes. En esos momentos, el trabajo de Rosenfeld respira con vida propia, fusiona de manera elegante el humor con el suspenso, los silencios con la mirada del personaje, el paisaje (estupenda pero también excesivamente fotografiado) con el andar parsimonioso de una criatura de ficción que carga con una obsesión llevada al extremo. En esos diez, quince minutos de “caminata lunar”, Al centro de la tierra se aleja del peligroso espejo estético de parecerse a un documental de una señal del cable. AL CENTRO DE LA TIERRA Au centre de la terre. Argentina/Alemania/Holanda/Francia, 2017. Dirección y guión: Daniel Rosenfeld. Música: Jorge Arriagada. Fotografía: Ramiro Civita. Sonido: Gaspar Scheuer. Edición: Lorenzo Bombicci. Con Antonio Zuleta y la participación de Jorge Milstein, José y Reina Zuleta y Fabio Zerpa. Duración: 79 minutos.
Luego de pasar por la Competencia Oficial Argentina del BAFICI en el 2015, llega a las salas de cine Al centro de la Tierra: una docuficción dirigida por Daniel Rosenfeld. A una distancia aproximada de 163 kilómetros de Salta capital se ubica Cachi, una localidad ubicada dentro de los Valles Calchaquíes. Entre los casi 3 mil habitantes se encuentra Antonio Zuleta, un hombre que asegura que en 1995 lo siguió una extraña nave gigantesca. Convencido de la presencia de Objetos Voladores no Identificados que visitan regularmente la zona, se dirige a todos lados con su cámara Súper 8, con la cual además realiza entrevistas a vecinos, quienes cuentan historias similares a la suya: presencia de luces raras en el cielo que no tienen explicación aparente. Sin importarle los comentarios en su contra, y con una fe inquebrantable, Zuleta viaja a Buenos Aires para encontrarse con Fabio Zerpa, un parapsicólogo y ufólogo uruguayo residente en Argentina, quien reportó más de 3 mil avistamientos y contactos con OVNIS. El especialista cuenta con un arsenal de artefactos que permiten detectar señales infrarrojas y también campos magnéticos y que tienen como fin detectar la presencia de estos extraños objetos. A pesar de todo ese equipo el protagonista de esta historia asegura no confiar en esos aparatos. El objetivo de Rosenfeld no fue realizar una película sobre la existencia de los OVNIS, sino que su verdadero punto está puesto en otro eje: la fe. Es por eso que a lo largo del metraje se muestran constantemente imágenes religiosas. No importan las cuestiones científicas o los datos duros sobre un hecho, sino que lo principal es la fe que uno deposita sobre aquello en lo que cree. La película se encuentra construida a través de los ojos del protagonista. Es que nada importa más que la convicción de Zuleta. La fotografía -a cargo de Ramiro Civita-, se encarga en dejar este punto en claro. Los planos generales que muestran la inmensidad de Cachi y Tolar Grande, lugares donde se desarrolla gran parte del film, funcionan como paralelismo de lo imponente que es el tema al que se enfrenta el protagonista. Al centro de la Tierra también tiene como foco la cuestión del legado. A sus 70 años, viudo y con dos hijos, Antonio está convencido de que alguien deberá seguir con su investigación el día que él ya no esté. Es por eso que decide llevar a su hijo al campo, para así enseñarle a utilizar una videocámara. De esta manera, Zuleta intentará transmitirle la pasión por los OVNIS a su hijo y asegurar la continuidad de la labor.
Este documental se centra en el trabajo de observación, de ovnis, de Antonio Zuleta, un salteño obsesionado por recoger testimonios de todos los que vieron y lo que vio en el cielo. Y por pasarle el trabajo a hijo. El director, Rosenfeld, no termina de convencernos de que toda esta gente hablando de lo que está convencida de haber percibido sea tan interesante como a él y a su protagonista le parece. Y la película parece indecisa con respecto a qué es lo que más importa contar. En todo caso, un registro que interesará a los que quieran asomarse al tema de los objetos no identificados en su paso por el cielo argentino.
Es una ficción con personajes reales, una cruza de ficción y documental, mucho más ambiciosa que mostrar a un hombre obsesionado con los OVNIS, que ha dedicado su vida a filmar extrañas apariciones en el cielo salteño, en Cachi, y a tomar testimonios de amigos y vecinos que cuentan como vieron luces azules, gente que se movía dentro de esos artefactos voladores no identificados, y la duración de tales fenómenos. Va mucho mas allá de las creencias de Antonio Zuleta que se dedica a registrar esos fenómenos desde l985. Y que desea que su hijo sigua su camino y su obsesión. No importa que este hombre llegue a Buenos Aires y se desilusionen de las explicaciones científicas y de las palabras de Favio Zerpa que se muestra dudoso. Lo que indaga el realizar Daniel Rosenfeld es el sistema de creencia de su protagonista, ese deseo insondable de respuestas al misterio. Esa particular fe. Pero también se interna en la necesidad de todos de dejar un legado, de irse tranquilo de esta tierra con la convicción de que su hijo continuará con esa “misión”. Es que cuando Zuleta se interna en ese desierto buscando respuestas, en un paisaje increíble, donde el humano gracias al encuadre se empequeñece ante la grandiosidad de la naturaleza, lo que persiste son las preguntas, el interrogante constante para entender misterios eternos.
La existencia de fenómenos sobrenaturales, más particularmente la existencia de la vida en otros mundos, es una de las grandescrítica de al centro de la tierra curiosidades humanas. Una curiosidad abordada casi siempre en el contexto de la ciencia ficción y siempre en el modo de una aventura. Al Centro de la Tierra propone de hecho una aventura, aunque en un modo inusual, realista y completamente alejado de lo que suele ofrecer el cine Hollywoodense. Querer ir a contrapelo de lo conocido puede ser loable, pero que la historia funcione ya es harina de otro costal. Encuentros Cercanos: Antonio tiene 70 años y vive en el pueblo salteño de Cachi. Ha registrado con una cámara de video el paso de lo que en apariencia puede ser un OVNI. A partir de acá, Antonio comenzará una travesía en busca de confirmar esta verdad, pero esta búsqueda no es solo por simple curiosidad sino para dejarle un legado a su hijo. Por noble que sea su intento de cruzar la ficción con el documental, Al Centro de la Tierra tiene demasiados tiempos muertos. No pocas veces la cámara está más tiempo del que debería en la cara de los personajes; cosa que sería válida si esas expresiones estuvieran diciendo algo. Aparte, es necesario señalar que su objetivo narrativo nunca está claramente planteado. En un principio parece ser una historia del protagonista que le está enseñando a filmar a su hijo, por la cantidad de metraje que invierte en ilustrar la enseñanza de ese oficio. No obstante, todo esto vira, a mitad de camino, a una desesperación por demostrar la existencia de estos OVNIS. Me queda claro que la intención es hacer que ambas partes se nutran la una de la otra, pero no puedo evitar señalar que más que complementarse, van por caminos diferentes y autoconclusivos, lo que no ayuda a transmitir la profundidad a la que deseaban apuntar. Es de apreciar que la película se molesta en ilustrar que la creencia del protagonista en estos seres no nace de una locura, sino de un milagro médico que involucra a su hijo, el cual relata con detalle. Fue lo que le hizo creer en la existencia de algo que está más allá de las limitaciones terrestres. En el apartado técnico, el film goza de una rica fotografía en Cinemascope donde cada encuadre esta cuidadosamente compuesto, desde aquellos que presentan los más cotidianos escenarios, como la vida del protagonista con su familia, hasta los más rimbombantes como los paisajes desérticos en los que se mueve Antonio en busca de su meta. Conclusión: Aunque goza de una rica propuesta visual, Al Centro de la Tierra no consigue suscitar la profundidad emocional y la curiosidad científica a la que desean apuntar. El no poder combinar estas metas en una narración ordenada, sumado al ritmo tedioso de la misma, son aspectos que le juegan en contra a pesar de lo sentido de sus intenciones.
Al protagonista de Al centro de la Tierra le interesa el encuentro con los habitantes de las estrellas. Su legítimo deseo se canaliza a través de una pesquisa científica amateur. Antonio Zuleta siente que debe reunir evidencia y entiende que no existe mejor instrumento para hacerlo que filmar. La cámara no miente; es una máquina de posesión del reino de lo visible. Así es que después de un presunto primer encuentro con una nave en una ruta salteña, el humilde padre de familia ha grabado incesantemente testimonios y en las noches sigue buscando las luces móviles del cielo que confirmen su fe cósmica. Tiene que haber algo más. De no ser así, la vida en la Tierra se agota en su intrascendente inmanencia.
Entre la realidad y la invención. Un salteño de 70 años, investigador y videasta aficionado, es el protagonista de un viaje con mucho de iniciático. Dos años después de haber participado en la competencia nacional del Bafici –y de haber recorrido una parte del mundo en eventos cinematográficos especializados como el FIDMarseille–, se estrena finalmente el cuarto largometraje del argentino Daniel Rosenfeld. Ni documental puro ni ficción dura, Al centro de la Tierra lo encuentra afinando algunas de las estrategias e ideas que ya había ejercitado en La quimera de los héroes, aunque difuminando mucho más los límites entre lo que podría llegar a atenerse a la estricta realidad y aquello otro que forma parte de la imaginación. ¿Quién es el Antonio Zuleta que aparece en pantalla? ¿El que respira y camina en la vida real, sin aditamentos ni maquillajes? ¿O una total invención de los responsables de la película? ¿O bien, quizás, aquel que el propio Zuleta quisiera ser? Algo es cierto: a Zuleta, un hombre salteño de 70 años, padre de familia y coleccionista de varias cosas, lo obsesionan los objetos voladores no identificados desde que, a mediados de los ‘90, vio pasar a uno en vuelo rasante desde el patio de su casa. Atención: lo de “no identificados” puede resultar algo engañoso, ya que para el investigador y videasta amateur el origen de los bólidos es tan transparente como el cielo en medio del desierto en un día sin nubes, aunque no pueda decirse los mismo de las intenciones de sus tripulantes, llegados indudablemente de alguna parte desconocida del universo. “Ovnis en Cachi”, reza un video subido por Zuleta a YouTube; la fecha y horario del avistamiento son precisos: “20 de octubre de 2003 a las 7:57 P.M”. Algunas de esas imágenes, registradas con la misma cámara magnética que sigue utilizando en pleno siglo XXI (anclada en el anacrónico formato VHS compacto), lo acompañan durante una visita a Buenos Aires, a unos 1500 kilómetros de su cada. Ese viaje a la gran ciudad, bisagra narrativa que divide al film en dos mitades, tiene un objetivo claro: presentarle a una verdadera eminencia en el tema las pruebas visuales en su poder. Nuevamente, Rosenfeld juega el juego de las posibles interpretaciones: ¿cuánto del encuentro entre el protagonista y Favio Zerpa fue guionado desde un principio? ¿Cuánto de real hay en el diálogo que se produce entre ambos? Previamente a que eso ocurra, antes de que Zerpa plantee la posibilidad de que la mancha luminosa no sea otra cosa que un avión de prueba estadounidense trabajando de incógnito, Zuleta sale al terreno junto a su hijo menor para enseñarle los rudimentos del manejo de la cámara. En esa breve, pero intensa secuencia –que también cerrará la película una hora más tarde, aunque vista desde el otro lado del lente–, el experimentado camarógrafo dicta una lección sobre el uso del trípode y la forma correcta de realizar un paneo. En esa vocación docente se juega algo más que la simple enseñanza de un conocimiento técnico: es la vieja transmisión padre-hijo de una pasión, de un modo de ver el mundo, de una filosofía algo esotérica. Incluso, tal vez, de una fe cuyo dogma no puede sino ser único y personal. Luego de Zerpa, que puede o no tener razón, hay otro viaje al corazón del desierto en busca de nuevas pruebas. La fotografía de Ramiro Civita se encarga de hacerle los honores, sin embelesamientos, al imponente paisaje, al tiempo que Zuleta y un acompañante bastante más joven –en apariencia, experto en tecnologías magnéticas e infrarrojas–, se internan en un viaje hacia el corazón del paraje. A partir de allí, Rosenfeld cambia nuevamente el rumbo de la película, como si ese “no buscar arriba, sino abajo” que se transforma en el nuevo norte de Zuleta lo empujara a hacer aún más invisibles las fronteras entre la realidad y la invención, introduciendo elementos que sólo pueden describirse como deliberadamente humorísticos. Ya solo, Zuleta también se transforma y, como en una película de ciencia ficción de bajo presupuesto, se interna en las profundidades de la Tierra, nueva encarnación de Alicia intentando cruzar el espejo. Algo es seguro: más allá de los resultados de ese viaje con bastante de iniciático, lo que valió la pena fue el tránsito y cada uno de los mojones que fueron marcando el camino.
A diferencia del televisivo José de Zer, a Daniel Rosenfeld le importan menos los OVNIs que los seres humanos empecinados en avistarlos. Al realizador porteño le interesa sobre todo Antonio Zuleta, sexagenario salteño que sale cámara en mano por su Cachi natal en busca de objetos voladores no identificados, y de vecinos que hayan experimentado algún encuentro cercano del tercer tipo. A medio camino entre el retrato de un “personaje de la vida real” (con perdón del lugar común periodístico) y el ejercicio de ficción, el realizador nos recuerda que la fe dista de ser un fenómeno exclusivamente confesional. Al centro de la tierra se titula el largometraje que le rinde homenaje a Blaise Pascal antes que a Julio Verne. No por casualidad vemos por primera vez a Don Antonio en un consultorio médico mientras le auscultan el pecho. Antes, observamos un afiche con la imagen de Jesucristo en el pasillo del hospital. “El corazón tiene razones que la razón desconoce” escribió el autor de las célebres Pensées a fines del siglo XVII. De Zer habría convertido la frase en zócalo de esos planos introductorios, y de los pasajes en los que Zuleta reconoce los límites de la razón a la hora de explicar lo inexplicable, como los entretelones del nacimiento de su hijo o cuando supo responder el guiño de luces que una nave extraterrestre le hizo tiempo atrás. Mientras el médico ausculta, Don Antonio parece convencido de que el estetoscopio terminará detectando algo raro. Raro en tanto extraordinario, no en términos de enfermedad, sino de don especial, supranatural (en este punto vale señalar que, ¿acaso por indicación del realizador?, Zuleta insiste varias veces en la hipótesis de que no todos los terrestres pueden ver OVNIs). Aunque sazona su película con pizquitas de humor, Rosenfeld evita ridiculizar a su personaje. Es más, el destino que le depara en la excursión julioverniana suena a reconocimiento que el público porteño no necesariamente compartirá. Al centro de la tierra se pre-estrenó dos años atrás en el 17º BAFICI, donde ganó el premio de la Asociación de Cronistas Cinematográficos Argentinos. El jueves pasado, desembarcó en salas comerciales de Buenos Aires, Córdoba, Santa Fe y Salta.
Antonio Zuleta es un personaje singular, tiene casi 70 años, vive en Cachi, Salta, junto a sus pequeños hijos, y su gran pasatiempo es el detectar, observar y filmar objetos voladores que aparecen y desaparecen tras los cerros cercanos a su casa. Él cree, y también tiene la necesidad de creer en lo que ve. El director de esta película, Daniel Rosenfeld, sigue a esta persona en un recorrido acompañado por su hijo José, al que intenta transmitirle el legado de la pasión por investigar a los ovnis, y el chico se lo toma muy en serio. El protagonista es filmado, y a su vez él también filma con su propia cámara a personas que vieron lo mismo que él y les brindan sus testimonios coincidentes entre sí. Por lo que vemos el territorio dónde está ubicado ese pueblo es un lugar propicio para que se produzcan esas extrañas apariciones, y que no todos los vecinos tienen la capacidad de percibirlas. Antonio tiene un archivo fílmico de estos casos y decide ir hacia Buenos Aires, junto a sus hijos, para mostrárselo a Fabio Zerpa y pedirle su opinión. El realizador decidió que no sea un mero documental sino más bien, digamos, una ficción documentalizada, porque el salteño “actúa” su propia vida y traslada su vocación a la pantalla grande, sin amilanase frente al desafío. Alterna momentos interesantes, con otros no tanto, donde las imágenes y el ritmo utilizado son acordes al lugar y la personalidad de los habitantes cordilleranos. Lento y cansino, porque allí el tiempo no se pierde como en las grandes ciudades sino que transcurre a otra velocidad, y no se lo intenta correr para alcanzarlo, solamente se lo sigue. En la parte final la utilización en exceso de planos generales largos para poder mirar con detenimiento la inmensidad del territorio deshabitado, y allí, a lo lejos, ver al protagonista acompañado por un amigo mientras caminan bajo un sol abrasador. Es atractivo para apreciar, pero ralenta demasiado el relato. El film no dilucida nada, si realmente hay ovnis o no en esa zona, simplemente transmite la avidez que tiene una persona común y corriente, para aportar su tiempo, el conocimiento adquirido y recursos económicos, en investigar si hay aproximaciones de extraterrestres a nuestro planeta.
Un padre, un hijo y los ovnis Un hombre septuagenario intenta transmitir a su hijo de diez la pasión por los platos voladores y extraterrestres Antonio vive en un pueblito al norte de Argentina. Tiene un plan: intentar que su hijo José, de diez años, continúe con su legado para cuando él ya no esté. Un legado que implica la búsqueda de la verdad detrás de las misteriosas luces en el cielo. La belleza de Los Valles Calchaquíes sirve de marco para esta historia de amor paterno/filial y pasión por lo desconocido. El director Daniel Rosenfeld nos presenta a Antonio Zulueta, un hombre que cree en la vida extraterrestre y en los objetos voladores no identificados. Pero no es un talibán, desde joven ha tratado de juntar pruebas, filmaciones en granoso súper 8 que ahora son un legado de su obsesión. A lo largo del metraje el apasionado ufólogo se encontrará con un prócer del género: Favio Zerpa, que como ya dijo Calamaro, siempre "tiene razón" (aunque algunas afirmaciones no le gusten a Zulueta). Play Hay investigación de campo en zonas de avistajes y aterrizajes de naves, vuelos en helicópteros que engrandecen los paisajes naturales, y charlas con personajes que creen en las teorías conspirativas y el Área 51. Cuánto es real y cuánto ficción en el filme es lo de menos; Antonio persona/personaje es demasiado carismático como para romper la magia del registro documental. Pocas veces un filme ha contado una historia tan atrapante y tan bien fotografiada con tan escasos recursos. Porque aunque se adivina que es una producción pequeña, la trama, los intérpretes y la puesta la transforman en una experiencia gigante. Un filme que sin ser de otro mundo, funciona como una oda a los soñadores y los utópicos buscadores de lo desconocido.
Pusimos “documental”, pero no lo es. Tampoco una ficción “completa”: es la historia de Tony Zuleta, un tipo que cree en los ovnis y los filmó en su Cachi natal, y quiere pasarle esa pasión a su hijo, pero además corroborar la veracidad de todo el material que ha registrado. El film es más que su anécdota de viaje: es un retrato de diferencias y una reflexión sobre la fe, realizada como un cuento muy bello que borra el límite entre invención y documento.
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