Julia (Valentina Bassi) trabaja como camarera en el turno noche del casino de Comodoro Rivadavia, pero el dinero no le alcanza para poder pagar el alquiler del departamento y vivir. Es así como Gwynfor (Jorge Sesán), un frecuente cliente del lugar, le ofrece una entrevista de trabajo en la industria petrolera, alejada de la ciudad. Pero en el camino tendrán un accidente, revelando las verdaderas intenciones del hombre. A pesar de todo, Julia y Gwynfor deberán mantenerse unidos para sobrevivir las arduas condiciones climáticas de la Patagonia. “Al Desierto” se enmarca dentro de un clima árido, seco, desolado e inhóspito del sur argentino, funcionando como un personaje más dentro de la historia. El paisaje es aquel que les impone distintos obstáculos a los protagonistas y el que los hará tomar decisiones, marcando su camino. Asimismo, la fotografía a cargo de Julián Apezteguia nos proporciona uno de los puntos más altos del film, con imágenes impresionantes de la Patagonia. Sin embargo, nos encontramos con algunas lagunas dentro del guion, que aunque esperamos que se respondan a medida que se desarrolla el metraje, esto no termina sucediendo. Desde el comienzo no se entiende muy bien las sospechas que tiene Julia, ya que desde el lado del espectador no tenemos ninguna pista de las intenciones de Gwynfor. Lo mismo ocurre con la relación entre ellos, que irá mutando poco a poco, mezclando el rechazo con la atracción. Las actuaciones de Bassi y Sesán se encuentran muy bien (por momentos algo exagerado, pero probablemente vaya de la mano de la situación extrema por la que están transitando). El ritmo que mantiene la película vira entre un tono pausado con las escenas desérticas y los descansos de Julia y Gwynfor y los momentos de tensión física y psicológica que hacen que la atención aumente. En síntesis, “Al Desierto” presenta una película visualmente atractiva, que impacta a partir de su excelente fotografía y desolados paisajes, que determina a los protagonistas. Si bien tiene ciertas inconsistencias en el guion, el film es disfrutable por su ritmo tenso y que te da la sensación de algo por venir (aunque eso no termine sucediendo completamente).
Contigo a la distancia Con el nuevo opus del director Ulises Rossell, Al desierto, ocurre algo similar a lo acontecido con la película de Santiago Mitre, La Cordillera, que levantó tanto polémica como polvareda en el público por su manifiesta sensación de ambigüedad en una trama donde todas las piezas podrían encajar en un género, más que en un relato de complejidad narrativa y donde en definitiva nada de lo que parece es. El desierto es el escenario donde se instala esta historia desde el punto de vista espacial. Las grandes dimensiones, cubiertas de arena y la nada, hacen de la travesía de los dos personajes un intenso viaje interior. No porque cuenten demasiado de su pasado, ni ella ni él son verborrágicos, sino por esa forzada convivencia donde cada uno expresa lo que en ese momento pasa por su cabeza y su cuerpo: cansancio, agotamiento, miedo, deterioro El símbolo del desierto también está presente en esa impronta de los extraños que a la deriva buscan un camino, sea la ruta o un refugio en medio de los médanos, un sol abrazador y el instinto de supervivencia que emerge tras un accidente intencional como parte de un mecanismo de defensa de ella y posterior huida ante el latente peligro masculino. Valentina Bassi y Jorge Sesan, resultan ideales para este tipo de desafío, no sólo ponen el cuerpo en escenas donde el físico sufre los embates de lo salvaje, sino que también construyen con meticulosidad -y sin ampulosidad- un entramado psicológico que por momentos desorienta y se acerca a lo que se denomina en la teoría básica como síndrome de Estocolmo. Pero eso no abarca el núcleo de esta historia porque como en toda travesía de fuga aparecen personajes secundarios. En este caso un policía, un subcomisario y un baqueano a cargo del todo terreno Germán De Silva, quienes aportan desde una subtrama paralela la presencia latente de los acechadores. La propuesta de Ulises Rossell juega entonces con la ambigüedad hasta el final por el intercambio de roles en que los perseguidos setransforman tras la larga travesía desértica de víctimas a cómplices del crimen -tómese esta palabra de manera no textual por favor- mientras el desierto y los parajes del camino los cobijan y acompañan en su soledad.
En aras del neo western y thriller se desarrolla la nueva película de Ulises Rosell, situada en una ciudad de la Patagonia Argentina, donde el viento hace mella. Julia recorre las mesas llevando una bandeja con bebidas, ella trabaja en el casino. Armando juega a las cartas mientras la observa por el rabillo del ojo. Corte, fundido a negro y la acción se traslada afuera del reducto. Julia habla con una compañera de trabajo sobre lo escaso de su sueldo, la vida en el sur “es más cara”, subraya. Armando la está escuchando, se acerca y le comenta que en la compañía petrolera donde él trabaja están buscando personal, que si le interesa le puede averiguar. Es así que la llamará para proponerle alcanzarla a la entrevista de trabajo. Desde que Julia sube a la camioneta, todo se ve sospechoso y ella lo percibe. Cuando nota que no toma la ruta indicada, sino un atajo en medio de la nada, se desespera y tras un forcejeo tienen un accidente. A partir de este suceso los protagonistas comienzan una odisea por el desierto en busca de no se sabe qué. ¿Armando tenía intenciones de secuestrarla? Eso es lo que en un primer momento piensa Julia, pero nunca se delimita bien. Al Desierto presenta sus personajes, el presunto conflicto, pero nunca lo desarrolla, es así que pierde fuerza dramática. Además de muchos otros cabos inconexos: ¿Qué es lo que lleva a Julia a irse con un desconocido? Cuándo encuentran refugio y dan con otras personas ¿Qué les impide volver a la ciudad? ¿Nunca comen en el escape? Faltan planteos más lógicos (¿verosímiles?) para dar cuenta de tanta desesperación y esfuerzo físico o como para suponer que Julia tiene una especie de síndrome de Estocolmo. Si bien no son necesarias las explicaciones psicológicas del actuar de sus personajes, estamos ante una película física y de entorno (el desierto es un protagonista más), nunca se logra generar un clima para motorizar estas acciones que parecen desconocer el planteo del relato.
Los extraños son Ulises Rosell (El Etnógrafo) realiza una historia de estructura simple pero de visón compleja. Una película de dos personajes perdidos en la inmensidad del desierto patagónico que no cae en resoluciones fáciles a la hora de desarrollar el argumento. Julia (Valentina Bassi) trabaja en un Casino de Comodoro Rivadavia. Su sueldo apenas le alcanza para pagar el alquiler y, cuando el cliente Gwynfor (Jorge Sesán) le ofrece un mejor puesto en una petrolera, no duda ir con él a una entrevista de trabajo. A bordo de la camioneta del muchacho se alejan de la civilización y la paranoia se apodera de ella ¿la va a violar? ¿le quiere hacer daño? ¿o simplemente ayudarla? De manera inteligente Rosell trasmite estos dilemas al espectador para que oficie de juez. Al Desierto (2017) se distancia de películas similares como Más allá de la montaña (The Mountain Between Us, 2017), con el amor en situaciones extremas, o El invierno (2016), con el western de supervivencia patagónico. Lo hace porque su planteo es aún de mayor profundidad al explorar la psiquis de sus personajes y empujarlos a necesidades básicas que los obligan a reaccionar instintivamente. Aparece el escenario rústico y cruel del desierto y la desesperación pone en jaque la capacidad de comprensión del otro. Los personajes se manejan entre los buenos modales culturales y el instinto de supervivencia. Los intereses individuales priman sobre las circunstancias ante la adversidad: se necesitan mutuamente pero tienen motivaciones diferentes y deben elegir, algunas veces en conjunto, otras en soledad. Habrá momentos en que se apoyen y otros en donde la traición estará al borde de consumarse. El Etnógrafo (2012) sugería la imposibilidad de incomprensión de un ser humano hacia otro. Las diferentes culturas y anhelos personales superaban la formación intelectual de un personaje sobre los otros. Esa misma línea trabaja en Al Desierto con una historia mínima y extrema: una road movie por el desierto patagónico, con tintes policiacos y de western, cuyos personajes deben tomar decisiones determinantes. En ellas exponen su forma de ser, mirada de mundo, miedos y anhelos. En definitiva, sus instintos más básicos. Al Desierto es una película de lectura sencilla pero repleta de capas de significado. Basta con ver cada acción para preguntarse qué haría uno en cada momento. Interrogantes que se multiplican y lejos de dar respuestas abren otros y nos invitan a la reflexión acerca del comportamiento humano.
La supervivencia Patagónica El director argentino Ulises Rosell vuelve al formato largometraje tras más de 10 años con Al Desierto (2017), su nuevo opus donde combina el drama de la supervivencia en uno de los terrenos más inhóspitos del sur de nuestro país, con un análisis sutil sobre el desapego urbano y social. Todo comienza con Julia (Valentina Bassi), una camarera del casino de Comodoro Rivadavia, quien conoce a Gwynfor (Jorge Sesán), un habitué del lugar que le ofrece llevarla a una entrevista de trabajo en una base petrolera lejos de la ciudad. Camino al lugar sufren un accidente que revela las intensiones poco nobles por parte de Gwylfor, pero sumidos en tal situación crítica, deben mantenerse juntos para sobrevivir al duro paisaje patagónico. Rosell utiliza el árido entorno como un espacio con el cual sus dos personajes principales deben interactuar y al mismo tiempo superar para no sucumbir ante la naturaleza, bella pero desafiante. Como mencionamos, se trata de un puro drama de supervivencia, pero al mismo tiempo ciertas cuestiones la acercan a elementos típicos del Western como el ámbito desértico, los parias que no encajan en el orden social reinante y aquellas situaciones ordinarias que se tornan extraordinarias de un segundo al otro. Hay un gran trabajo tanto de Bassi como de Sesán, quienes llevan sus actuaciones al límite físico y se pontencian gracias a ese mundo exterior que se vuelve un personaje más. El Gwylfor de Sesán recuerda por momentos al Ethan de Más Corazón que Odio (The Searchers, 1956), uno de esos personajes que no encuentra su lugar en un mundo que sienten ajeno. Con un relato que contrapone supervivencia urbana y supervivencia natural, apoyándose en un trabajo de fotografía impecable y una producción sólida, Al Desierto nos mete de lleno en una odisea patagónica que esconde múltiples lecturas.
Historia del solitario y la cautiva. La nueva película del director de El etnógrafo se relaciona con el western e, inesperadamente, con el más estricto presente argentino. Para las fuerzas de seguridad del gobierno nacional, la Patagonia es hoy en día el territorio donde practicar la caza del hombre y el tiro por la espalda, sin tener que rendir cuentas a nadie. Para el cine argentino de las últimas décadas, las tierras al sur del Río Colorado han tenido otros sentidos. El de la vida vecinal en los grandes espacios, en Historias mínimas (C. Sorín, 2002). El de la migración interna, en Nacido y criado (P. Trapero, 2006). El de la trastienda de los centros turísticos, en Cerro Bayo (V. Galardi, 2010). El de la soledad de los grandes espacios, en Liverpool (L. Alonso, 2008). El del extravío en el desierto, en La película del rey (C. Sorín,1986) y Jauja (L. Alonso, 2010). En Al desierto, Ulises Rosell halla en las grandes extensiones vacías, con la colaboración de Sergio Bizzio, la metáfora de una muerte y resurrección. O dos. Pero uno habla de metáfora y siente que todos los elementos de la película se le resisten. Seco y puramente fáctico, el film más reciente del realizador de Bonanza (2001) y El etnógrafo (2012) es la clase de película que el colega Rodrigo Tarruella calificaba de “fenomenológicas”. Películas que se atienen estrictamente a lo que sucede, a los hechos y fenómenos, dejando a un lado todo indicio de psicologismo o segunda lectura. Como en un western de Budd Boetticher (tanto el escenario como las acciones habilitan el paralelismo con el más austero de los autores de westerns), los hechos son ásperos y escuetos. Nacida en Trelew, Julia (Valentina Bassi, oriunda efectivamente de esa ciudad) se ha trasladado a la más rica Comodoro Rivadavia, consiguiendo trabajo como camarera en un casino. Tiene un problema: con lo que gana apenas le alcanza para pagar el alquiler. Un cliente del casino (Jorge Sesán, el legendario rubio de Pizza, birra, faso, ganador del premio Sagai por este papel) se entera de sus problemas y le ofrece un contacto en la petrolera donde trabaja. Julia primero rechaza el convite; luego lo piensa mejor y acepta. Al día siguiente, Armando la llevará en su camioneta hasta el campamento. Contar más sería contar demasiado, en tanto Al desierto funciona como un viaje en el que nunca se sabe que sucederá más adelante. Lo que en los primeros tramos funciona a la manera de ciertas apuestas minimalistas como Infierno en el Pacífico (J. Boorman, 1967), donde dos soldados enemigos se veían obligados a sobrevivir juntos –recordando también un motivo clásico del western y la gauchesca, como el del salvaje y la cautiva blanca–, se asentará como paráfrasis del western cuando tras los desaparecidos se lancen un comisario, su ayudante y el baqueano que deberá guiarlos entre el polvo indiscernible del desierto (Germán Da Silva, siempre extraordinario). La diferencia es en tal caso que Rosell & Bizzio se niegan a desarrollar nada que no sea la línea básica de la fuga hacia delante de los protagonistas, y la conflictiva relación entre ambos. De modo deliberado no hay caracterización de personajes ni desarrollo de alguna clase de disputa (como sí era de rigor en los westerns) en el grupo perseguidor, y el único conflicto entre Julia y Armando es el que surge de la situación. Sólo en última instancia aparecerá un conflicto interno en Julia, cuando repiense qué representan en verdad para ella, en términos estrictamente prácticos, los valores de civilización y barbarie, alrededor de los cuales se edificó no sólo la Argentina sino también los Estados Unidos, que aportaron el modelo para nuestra Generación del 80. De allí la relación con el western y, dicho sea de paso y de modo seguramente inesperado para los propios realizadores de la película, con el más estricto presente argentino. Presente en el que esos términos vuelven a invertirse, luctuosa y vergonzosamente, como lo hicieron casi un siglo y medio atrás.
Publicada en edición impresa.
Tras su reciente paso por el Festival de San Sebastián y por la Competencia Internacional de Mar del Plata, se estrena la nueva película del director de Bonanza: En vías de extinción (2001), Sofacama (2006) y El etnógrafo (2012), que se luce en este thriller con aires de western encabezado por Valentina Bassi y Jorge Sesán. Julia (Valentina Bassi) trabaja como camarera en el turno noche de un casino de Comodoro Rivadavia. Como los ingresos y las propinas que obtiene por servir tragos no le alcanzan para sostener el alto costo de vida en esa ciudad sureña, acepta la propuesta de Armando (Jorge Sesán), un misterioso hombre de origen galés, para ir a trabajar como empleada administrativa en una compañía petrolera de la región. En el viaje por una ruta de tierra y tras una sensación de amenaza y algunos forcejeos la camioneta vuelca y queda inutilizada. En ese momento comienza un verdadera odisea en el desierto al que alude el título. Violencia física y psicológica, contradicciones íntimas (repulsión y atracción) e inclemencias climáticas conforman el universo de este potente thriller psicológico con aires de road-movie y de western (una relectura de la clásica historia de las cautivas). Se trata de una auténtica proeza de narración en esos áridos e interminables ambientes naturales (la paradoja de algo que se asemeja a un secuestro pero en espacios completamente abiertos) y un tour-de-force actoral de los dos intérpretes que están en el 100% de los planos hasta que, ya cerca del desenlace, aparecen algunos personajes secundarios (lugareños, policías, rastreadores). Rosell sostiene la tensión con mínimos elementos y logra transmitir las miserias, las inseguridades y tentaciones de los protagonistas a partir de precisas observaciones, un convincente retrato psicológico y una puesta en escena que se sustenta en largos planos secuencia. Los picos dramáticos (una tormenta en el desierto, los encuentros sexuales, los arranques de violencia) irrumpen en medio de otros momentos de calma, agotamiento o desánimo. El resultado es una película provocadora e inquietante, incómoda por momentos, pero siempre fascinante.
Al desierto: ecos míticos, pero poca tensión La nueva película de Ulises Rossell alcanza sus únicos momentos intensos en el preludio de una travesía. Julia (Valentina Bassi) es una buscavidas en la Patagonia: empleada como camarera de un casino, anhela vivir en la playa; sin embargo, sobrevive con un sueldo magro y en una vivienda azotada por fríos vendavales. En una de las monótonas noches de juego y azar, conoce a Armando (Jorge Sesán), un trabajador de una planta petrolera que pasa sus francos en la mesa de apuestas. Rossell desplaza el clima de incomodidad y frustración del inicio para sugerir un peligro inminente cuando Julia acepta una propuesta de trabajo de Armando y se sube a su camioneta camino al desierto. El paisaje, que inicialmente es clave para definir el tono, se exhibe al servicio de una belleza mítica que lentamente ahoga la narrativa. La inmensidad vacía subraya la pequeñez humana, la polvareda acentúa la caída, las montañas relucen al fondo como el marco de una acción que siempre se ve opacada por ese galanteo del entorno. Los principales problemas de la película se concentran en el vínculo que se establece entre la cautiva y su carcelero, ambos ecos de mitos universales (referencias al paraíso perdido) e hitos históricos (historias de las cautivas), que descansa en imposiciones externas (de guión, de género) antes que en el despliegue de un verdadero entramado de sentimientos complejos y contradictorios.
Cautiva del siglo XXI Una historia atrapante desde el primer minuto al último, con muy buenas actuaciones y gran belleza visual. El planteo inicial es simple. Julia es moza en un casino de Comodoro Rivadavia, pero el sueldo no le alcanza para cubrir el altísimo costo de vida de la Patagonia. Un cliente le ofrece llevarla a una entrevista laboral al lejano pozo petrolero donde él está empleado. Sin contención familiar a la vista, ilusionada con un futuro mejor, Julia acepta. Y empieza una aventura atrapante como pocas veces se ve en el cine nacional. Ulises Rosell construyó este thriller a partir de la paradójica condición de las cautivas del siglo XIX, que estaban encerradas al aire libre, atrapadas en libertad: los indios las dejaban deambular a sus anchas por la toldería y sus alrededores, confiados en la contención de los barrotes invisibles del desierto. Pasaron doscientos años, hubo infinidad de cambios sociales y tecnológicos, pero el escenario sigue siendo el mismo: ¿por qué no podría ocurrir algo parecido en el siglo XXI? El inhóspito paisaje patagónico juega un papel clave en esta historia, aportando tanto dramatismo como belleza visual. En la inmensidad de ese terreno lunar se despliega el particular vínculo entre Julia y Gwynfor, sostenido por las sólidas actuaciones de Valentina Bassi y Jorge Sesán. Es una relación que va atravesando diferentes matices, expresados más física que verbalmente. Los diálogos son contados, pero los cuerpos están en constante tensión. Entre sí, desde ya, pero también con la Naturaleza. El calor, la sed, el polvo, el frío, son palpables: uno está ahí, padeciendo con ellos. Hay también, para agregarle un elemento más al relato, un juego del gato y el ratón. Un trío formado por un viejo comisario, un agente de policía raso y un baquiano, va siguiendo los pasos de Julia y Gwynfor, encendiendo otro foco de conflicto en la apasionante trama. Pero aquí no hay vueltas de tuerca forzadas ni resoluciones mágicas; sólo un relato sencillo y muy bien contado, que aprovecha al máximo todos los recursos disponibles para engancharnos desde el principio y no soltarnos hasta el final.
A Ulises Rosell lo atraen las historias crípticas. En sus anteriores películas ha demostrado una capacidad enorme para atrapar al espectador desde la intimidad de las acciones de los personajes, algo que reitera, con el plus de una tensión in crescendo en “Al Desierto” (2017), que recientemente estuvo en el Festival Internacional de Cine de Mar Del Plata. Proyecto personalísimo, y en familia, esta propuesta llega en un momento clave, para sumar al debate sobre problemáticas que refuerzan la mirada pública en cuestiones relacionadas a la violencia de género y las posibles vinculaciones entre esta y la misoginia exacerbada. Una mujer (Valentina Bassi) ve cómo de un momento a otro, su malestar por el sueldo recibido en un casino, se transforma en un derrotero sin salida al aceptar la propuesta laboral de un extraño (Jorge Sesán). Cuando Julia (Bassi) detecta algo extraño en el llegar al lugar en el que supuestamente tendría una entrevista, la historia comienza a desandar los pasos de ambos en el medio del desierto patagónico que les impide resolver el quid de la cuestión sobre su vinculación y el futuro de esa retorcida relación que entablarán. El sol como guía de las rutinas, de los pasos, uno tras otro para avanzar hacia la nada misma, configuran el escenario ideal para que Rosell arme una road movie policial, con destellos del “Átame” de Pedro Almódovar, pero al aire libre. Bassi y Sesán se complementan a la perfección. Uno con su histrionismo a la minima expresión (que le valió alzarse con el premio de SAGAI en Mar Del Plata) y otra con su minuciosa descripción física de una mujer que comienza a perder el control de la situación y se vuelve algo que ni siquiera ella misma sabe qué es. Y mientras la dupla camina y camina en el desierto, en el pueblo más cercano detectan la ausencia de Julia, por lo que la trama policial avanzará en paralelo a esa duda sobre aquello que Rosell decide no profundizar, dejando indicios y conjeturas para los espectadores. “Al Desierto” necesita de un espectador activo, porque es una película que profundiza en sentimientos y en desarrollar la identidad de los protagonistas desde un lugar de no recriminar ni juzgar, sólo mostrar para evitar que cierta moralidad impregne la narración. La cuidada fotografía, como así también la elección de las tonalidades vinculadas a la tierra, favorecen la aridez que necesita un relato como éste, que logra empatía con los personajes desde el primer momento que los muestra en sus ámbitos. Al avanzar en el “cuento” Rosell conjuga, hábilmente, elementos de género, pero se va despegando de éstos al ir llegando al tramo final, momento en el que ya nadie juzgará las cuestiones morales que habitan en cada uno de los intérpretes. Película que reflexiona sobre la mirada de los otros y la construcción de éstos, apoyados en prejuicios y lugares comunes, y en cómo, sin saberlo, mentes menos estructuradas posibilitan la descripción de un vínculo único y eterno, a pesar de todo.
“Al desierto”: viaje a ninguna parte de una mujer atribulada Una mujer joven quisiera alquilar departamento con vista al mar. Tiempo después se alegrará de ver un río de agua turbia. Sin dudas, también quisiera tener un buen romance en su vida. Le tocará algo distinto y tal vez se adapte. La aventura comienza una noche, cuando alguien la oye quejarse de su trabajo en un casino de Comodoro Rivadavia, y termina unos días después, varios kilómetros adentro, cuando balbucea una mentira que al mismo tiempo es una confesión. ¿Qué hubo entre medio? ¿Un secuestro bastante particular? ¿Un viejo deseo adolescente, torpemente expresado? ¿Un paulatino asomo del famoso Síndrome de Estocolmo entre Los Antiguos y Bajo Caracoles? Esta es una historia de solo dos personajes, ella y él. Un comisario los busca con su ayudante y un baqueano, las taperas y cuevas los protegen, un paisano y su hija les dan techo, sin saber nada ni aceptar ningún pago. La famosa hospitalidad del hombre de campo. La inocencia. La involuntaria complicidad de la víctima. O no tan involuntaria, según se vea. Quizá faltó algún plano que defina un sentimiento decisivo, pero la imagen de ella, con el pelo cubriéndole totalmente los ojos, dice bastante.
Suerte de western patagónico, historia de cautiverio y ocaso de amor, este film de Ulises Rosell sigue a dos personajes que quedan varados en el desierto después de un accidente. Supervivencia, choque de puntos de vista -femenino y masculino-, misterio y una bienvenida ambigüedad en tiempos de subrayada y absurda corrección política. Además, Al desierto atrapa desde la primera toma, en la que el viento transforma el paisaje y se impone sobre el movimiento de los personajes, como marcando quién manda ahí. Con muy buenos trabajos de Valentina Bassi -pareja de Rosell- y Jorge Sesán, que fue premiado en el festival de Mar del Plata.
Al desierto, de Ulises Rosell Por Gustavo Castagna Dos personajes, un paisaje contundente, una relación tensa, un supuesto secuestro, una apuesta a la supervivencia. El nuevo film de Ulises Rosell (¿cómo olvidar su excelente documental Bonanza?) arriesga a todo o nada con pocos elementos o, en todo caso, anclando el interés en mínimos gestos y detalles, en planos generales donde la naturaleza actúa con ferocidad y énfasis, en la solvencia de cada uno de los rubros técnicos al servicio de la historia. Al desierto: un hombre, una mujer, el sur del país y dos paisajes opuestos, primero citadino y luego arenoso y casi infinito. Un viaje y la posibilidad de un empleo mejor para Julia (Valentina Bassi) de acuerdo a la propuesta de Armando (Jorge Sesán). Peligro, amenaza y sensación de incomodidad permanente transmite esa travesía que termina mal, con los personajes varados en ese espacio geográfico interminable, que la película registrará con ostentosos planos secuencia siempre al servicio del núcleo narrativo. Julia y Armando se rechazan pero necesitan, se detestan y temen, pero nadie se aleja definitivamente del otro. Están ahí, solos los dos, quien consiguió su presa y la cautiva moderna. Pero Armando disimula su malestar o su soledad insoportable, oculta tras su conocimiento minucioso de ese espacio desértico. Será guía y secuestrador al mismo tiempo. La primera hora está repleta de silencios, miedos, cruces de miradas. Luego vendrá la investigación policial, la búsqueda de la pareja despareja o no tanto, los rastreadores, el comisario, las huellas dejadas atrás por la pareja. Rosell (también director de Sofacama y El etnógrafo y co-realizador de El descanso) maneja con inteligencia cada uno de los cambios de tono y antipatías y simpatías entre Julia y Armando, las idas y vueltas de la pareja central, la tenue pero segura construcción de dos personajes opuestos pero complementarios. Al desierto es una película más que recomendable, entre otras cuestiones, además de las citadas, por los protagónicos de Bassi y Sesán. Él, a través de un personaje con connotaciones parecidas al que hiciera en La araña vampiro: tosco, primitivo, de fuerte mirada, de andar seguro pero frágil en determinados momentos. Ella, por su parte, valiéndose de una mirada interrogadora y de un cuerpo en apariencia inestable pero no tanto. Estupendos ambos y más que necesarios para conformar una de los estrenos de este año. AL DESIERTO Al desierto. Argentina/Chile, 2017. Dirección: Ulises Rosell. Guión: Ulises Rosell y Sergio Bizzio. Fotografía: Julián Apezteguía. Música: Eduard Artemiev, Merle Travis, Miranda y Tobar. Edición: Alejandro Brodersohn. Dirección de arte: Marina Raggio y Nicolás Oyarce. Sonido: Enrique Bellande. Intérpretes: Valentina Bassi, Jorge Sesán, José María Marcos, Gastón Salgado, Germán de Silva. Duración: 94 minutos.
El mismo director Ulises Russell asegura que se inspiró en el mito de las cautivas llevadas por los indios pero en este caso es una relectura, una arriesgada creación, llena de fuerza, tensión, y sostenido suspenso. Es la historia de una camarera que trabaja en el casino de Comodoro Rivadavia, que comprueba con angustia que para alquilar un departamento decente con vista al mar debería invertir todo su sueldo. Un cliente escucha sus quejas y le pasa un dato supuestamente revelador, en la empresa donde trabaja se necesita personal administrativo. Con esa treta se encuentran, y el se ofrece a llevarla en su camioneta. De inmediato se asienta un clima de peligro que ella percibe pero ya es demasiado tarde, están en el desierto, tiene un accidente, y ella comprende que no sobreviviría sin él. De este errar por la aridez de la Patagonia, azotada por vientos, de una inmensa soledad, de un clima ventoso, caluroso y frío, se nutre este film. Como un western donde la acción se sostiene en largos planos secuencia. Donde afloran todas las oscuridades de los personajes. Un secuestro sin cadenas ni ataduras, en una inmensidad donde escapar es imposible. Donde caben todas las emociones, el humor, el sexo, el riesgo, la violencia solapada. Russell cuenta además de su talento, con el de sus interpretes Valentina Bassi (su mujer, es la primera vez que trabajan juntos) y Rodrigo Sesán (premiado en Mar del Plata por su labor). Sobre ellos esta la cámara todo el tiempo. Son los protagonistas de la soledad, la desesperación, la posesión, la atracción, el misterio. Un film que subyuga, que fascina con su fuerza desatada.
Nos encontramos frente a una road movie, donde el director inteligentemente nos va ofreciendo el desguarnecido paisaje, donde el misterio, la tensión y el suspenso, va creciendo a cada instante para quienes lo transitan. Con buenos toques de western, nos vamos chocando con distintas situaciones y personajes, todo se va desarrollando ante escenarios crueles, desérticos, inhóspitos, fríos, calurosos y por momentos con pasajes de thriller psicológico. Su desarrollo va provocando cierta incomodidad, es inquietante, atrapante y contiene cierto dramatismo. Cuenta con las sólidas actuaciones de Valentina Bassi y Jorge Sesán, el resto del elenco no tienen una gran participación para destacarse, solo acompañan.
Al desierto cuenta la historia de Julia (Valentina Bassi), una empleada del casino de Comodoro Rivadavia. Ella parece estar recién llegada a la Patagonia y claramente no se encuentra conforme con su trabajo y remuneración. Un día Armando (Jorge Sesán), un operario petrolero, le habla de la posibilidad de conseguirle un puesto de administrativa en la empresa en la que él trabaja. Julia se subirá a la camioneta de este hombre, apenas conocido, y allí comenzarán sus desventuras. Si algo se destaca en esta película son los rubros técnicos: la fotografía de Julián Apezteguia y el sonido de Enrique Bellande le aportarán al filme una belleza deslumbrante. El territorio, tan imponente como hostil, funcionará como un personaje más, uno que delimitará las posibilidades físicas de supervivencia tanto de Julia como de su ¿Acompañante? ¿Captor? Lo que debilita el resultado final es cierta arbitrariedad en las decisiones que toman los personajes. Nunca comprendemos en que momento la cabeza de Julia hace el click y descubre que se encuentra en serias dificultades, porque el espectador no recibe ninguna información ni guiño sobre las intenciones del protagonista masculino. De repente Julia realiza una acción temeraria que pondrá a ambos en serio riesgo de muerte. A partir de ese momento el conflicto entre el dúo (que parecía ser el principal) no solo no estallará, sino que se diluirá definitivamente. Desde entonces serán dos personas enfrentándose a la adversidad. Con el correr de los minutos el atractivo del filme será ver como estos personajes coexisten en pos de un interés supremo que es la supervivencia mutua. Pero para entonces el relato habrá perdido fuerza e interés y la segunda mitad se tornará bastante tediosa. Es una pena que con un buen trabajo técnico y artístico no haya alcanzado, tal vez con un mayor desarrollo del guión el resultado hubiera sido otro, pero así como está planteado el filme apenas subsiste entre la estentórea inmensidad. Por Fausto Nicolás Balbi @FaustoNB
Julia (Valentina Bassi) necesita trabajo, no le alcanza con su puesto de camarera en el Casino de Comodoro Rivadavia. Un cliente, Gwynfor, escucha una conversación con su compañera al respecto y le ofrece llevarla hasta la petrolera donde están abriendo puestos administrativos. Rápidamente la película de Ulises Rosell (Bonanza, El etnógrafo) se mete en el espacio que el título promete y del que el relato no va a salir más. Ya en la camioneta, Julia se da cuenta que no hay petrolera, ni trabajo, ni nada de lo prometido y tras un intento de escapar, el vehículo vuelca, saliéndose de la ruta. - Publicidad - Allí se abre la amplitud de la estepa patagónica. Y los dos personajes empiezan a caminar, casi sin parar. La película no ahorra bellos paisajes, fogatas en medio de la roca, descansos bajo algún árbol que protege del sol arrasador. La fotografía de Julián Azpeteguía es precisa y rigurosa, envuelve a los personajes pero nunca los domina: ellos siempre encontrarán algún refugio o algún rancho perdido. En paralelo, la policía comienza la búsqueda de la chica desaparecida con la ayuda de un baqueano, un Germán Silva siempre solvente. Con pocos diálogos, Al desierto es una película de actores que se muestran en su exterioridad. No parece haber conflicto en ese acto de arrebatamiento primitivo del hombre llevándose a una mujer desierto adentro con un fajo de dinero en el bolsillo. ¿Intentando armar una familia? El problema de Al desierto es ideológico. Julia no es cautiva. Es víctima de trata. Hay una distancia histórico-temporal entre una y otra. La cautiva es la mujer blanca arrebatada por el indio durante la conquista del desierto en Argentina en el siglo XIX. Julia es secuestrada por un blanco, rubio más precisamente, en uno de los contextos más agudos de la trata de personas. No se define en ningún momento por qué o para qué ese rapto. Según él,ella está ahí por sus propios medios y puede irse cuando quiera. Cosa que durante buen rato, y peligrosamente, Julia asiente. La osquedad del personaje de Jorge Sessan (qué bueno que el cine argentino haya recuperado a este actor) y su mezcla de ternura, cierta dislocación en el de Valentina Bassi refuerzan aún más esta peligrosidad de creer que un hombre tiene derecho a llevarse por la fuerza a una mujer y hacerla suya, y de que ese acto no solo no es conflictivo sino que puede haber enamoramiento. Esto no es amor, insisto, es trata. Seleccionada para la competencia Internacional en el reciente Festival de Mar del Plata, y antes participó del Festival de San Sebastián.
Después de su paso por el Festival de Cine de Mar del Plata, en la Competencia Internacional, Ulises Rosell (El etnógrafo) presenta su nueva película Al desierto protagonizada por Valentina Bassi y Jorge Sesán. El film cuenta la historia de Julia, una empleada de un casino en Comodoro Rivadavia, que trabajando conoce a Gwynfor, un hombre que un día le promete un puesto administrativo en una petrolera. Cuando van en camino, ella advierte algo engañoso e intenta escapar. Al accidentarse el auto donde viajaban, quedan varados a merced del desierto y el calor, refugiándose en cuevas y estructuras abandonadas. A la par, el comisario Hermes Prieto comienza a seguir las pistas para encontrar a la joven desaparecida. Al desierto relata cómo la vida de una persona puede cambiar en una situación extrema. Valentina Bassi interpreta a Julia, una mujer que ya está al borde de la monotonía y acepta escaparse al instante con tal de quebrar la rutina. Jorge Sesán es Gwynfor, un hombre de pocas palabras del cual mucho más no se conoce. Unidos bajo ciertas circunstancias, las acciones que realizan repercuten en su decisiones y su relación. Con el marco de la desolación del desierto de la Patagonia, donde por fuera nada ocurre pero por dentro esconde más de mil historias y huellas en sus tierras, Rosell conforma una fábula de amor en pleno movimiento y transmite el desgaste físico y psicológico de la protagonista al espectador, con tomas generales de la inmensidad infinita del lugar pasando a primeros planos y locaciones cerradas. La historia del comisario sirve más para forzar la estructura del género western que para hacer avanzar el relato principal. Los protagonistas no están huyendo de la ley, están escapando de ellos mismos. Aunque es claro que el guion está construido de esa manera para aumentar la tensión.
Al desierto de Ulises Rosell sume a su dúo protagonista en un extravío patagónico con intenciones de thriller y western poco definidas. Un devenir errático, árido, inhóspito, en un escenario que hace de majestuoso reflejo: Al desierto de Ulises Rosell (Sofacama, El etnógrafo) se cubre con arena de thriller y western para desplegar una mera sucesión de acontecimientos hacia delante, una road movie sin trazado y sin coche. Los casi solitarios protagonistas son el rubio y grandote Armando (Jorge Sesán) y la bella y oscilante Julia (Valentina Bassi), que se conocen –aparentemente por primera vez– en un casino de Comodoro Rivadavia. Armando muestra un interés retínico por Julia y concreta el avance verbal con una sugerencia laboral petrolera que implica adentrarse en el vasto desierto patagónico. Ella accede, y en esos atractivos y breves términos se inicia la aventura. Ya en medio de la polvareda, Armando desvía su camioneta de la ruta, Julia amaga una huida, hay un tirón entre ellos y el auto vuelca. A partir de allí el dúo de personajes atravesará páramos, subirá empinadas cuestas y recaerá en casas e instalaciones a veces abandonadas y otras atendidas por tímidos lugareños en un rumbo y un vínculo más desconcertante que ambiguo: ¿qué los mantiene juntos? ¿Estamos ante un secuestro, un pacto tácito de supervivencia o una pareja en ciernes (como lo prueban súbitos y mecánicos arrumacos)? No hay tensión entre ambos, tampoco amor, menos perversión. Hacerse preguntas es hasta improcedente: Al desierto apunta a un abordaje redux de género a lo Mad Max o a la fuga narrativa de los relatos de Sergio Bizzio, que firma el guion junto a Rosell. De todos modos, el filme peca de omisión porque sugiere sentimientos o psicologismos que no se evidencian de manera física. La razón de ser de Al desierto es, además de su linealidad sinuosa y a la intemperie, la fotografía (a cargo de Julián Apezteguia), también a su modo un friso: el desierto del título es concepto y trama, figura y fondo, plano detalle y panorámico, expuesto en la forma de texturas rocosas, abismos geológicos y cimas impasibles. La campera de cuero roja de Julia funciona como contrapunto potente a tanto cromatismo tierra y subraya la sensación de collage, de cómic, de estampa petrificada. Que el género se activa de manera puramente estética en Al desierto lo confirma la otra dupla del filme, dos policías –uno viejo, canoso y caricaturesco, el otro joven y morocho– que persiguen las huellas de la pareja evadida con el mismo confuso y perezoso interés del espectador: corazas de un policial ubicuo, su paso entre bares precarios y paradas ruteras le inyecta pintoresquismo al filme, que así y todo permanece siempre detenido en su obsecuente avance. Al desierto se resiste a ser lo que aparenta, y de ese repliegue extrae una singularidad a medio camino.
EL PARAÍSO DESÉRTICO Una mujer que trabaja en un casino patagónico acepta la invitación de un desconocido para acompañarla a una entrevista laboral que promete una mejor remuneración y un mejor futuro. Indudablemente, Al desierto se vale del contexto histórico en el que se imprime (la violencia de género y la lucha feminista) para hacer que esos primeros minutos gocen de una enorme tensión: porque desde que Julia (Valentina Bassi) se sube a la camioneta de Armando (Jorge Sesán), el espectador duda de las intenciones del hombre y teme por la vida de la mujer. Los roles de víctima y victimario se imponen como reflejo, condicionados como estamos por una realidad que nos supera y nos oprime. Desde ahí, el director Ulises Rosell jugará con nuestras expectativas en un movimiento lúdico de gato y ratón que quiebra los prejuicios y lleva por otros senderos, mucho más complejos pero -también- más problemáticos para la película. Lo mejor de la película de Rosell se concentra en esos primeros minutos. La pesadez de la rutina de Julia, el tímido acercamiento de Armando, el cada vez más enrarecido viaje en camioneta por ese desierto que será el hogar final de los personajes, incluso un muy lúdico plano secuencia musicalizado con Sixteen tons en plan karaoke de casino. Pero una vez que suceda el accidente que deje varados a los protagonistas, Al desierto apostará por un intimismo incómodo en el que las reacciones abruptas y crípticas de los personajes acrecentarán el misterio del relato, pero también la confusión del espectador. Porque el victimario no lo será tanto y la víctima optará por un rol demasiado pasivo, tal vez seducida por ese enigma simbolizado en la figura de Armando (Bassi y Sesán están perfectos en sus roles). En gran parte del relato, Rosell se refugia en lo genérico para tratar de constituir, con la menor cantidad de diálogo posible, un universo. Y tiene la pericia técnica para lucirse. La película se codea con la road movie y también con el neo-western a lo Hermanos Coen (unos policías parecen salidos de Sin lugar para los débiles), consciente de que en algún sentido son estos elementos reconocibles para el espectador los que completarán los espacios huecos que deja el relato. Ambos géneros tienen la particularidad de estar condicionados por el espacio, y en ese sentido el director hace una lectura inteligente, tal vez la misma que Armando: quien busca en ese desierto enorme, alejándose a propósito de la civilización y lo urbano, algún tipo de renacimiento, de volver a empezar. El asunto no menor es que se lleva consigo a una cómplice involuntaria, contrafigura indispensable en esa reescritura de la civilización que el protagonista imagina en ese regreso a los orígenes. Y ese termina siendo el mayor problema de Al desierto, el vínculo no del todo claro que establece entre Julia y Armando, algo que es característico de un tipo de cine que confunde sugerencia y sutileza con supresión de información. Así como Armando resulta un personaje de difícil acceso y algunas decisiones de Julia se nos hacen demasiado caprichosas, la película termina licuándose en una serie de situaciones indescifrables. Tal vez Al desierto hable de paraísos perdidos, pero una Eva arrastrada a la fuerza no precisa de manzanas prohibidas para sentirse desplazada de ese edén.
El espacio abierto y la cámara que procura abarcarlo. Esa relación entre el recorte al que obliga el recuadro y lo que le desborda está en la esencia misma cinematográfica, traducida en una de sus expresiones más puras: el western. El término remite no sólo al género narrativo, sino a una modalidad de relación estética, espacial, que excede las referencias geográficas o localistas de las películas. Por caso, allí está el spaghetti‑western, pero en verdad se trata de algo más, mucho más, y tiene que ver con asumir una atracción sísmica entre el movimiento que el cine captura y la vastedad de un horizonte inmóvil. Con la Patagonia como escenario, Al desierto encuentra en Julia (Valentina Bassi) el resorte a partir de donde ahondar y exteriorizar. Es decir, ella es quien se examina y pregunta para encontrar respuestas o, mejor, una incógnita más profunda. A partir de allí, la acción, el cine. Vale decir: salir hacia la inmensidad del desierto, caminarlo, sufrirlo, dejarse herir, ver qué más hay, por allá, lejos, sobre el término de ese horizonte quieto. La película de Ulises Rosell (Bonanza, El etnógrafo) procura este recorrido a través de una mujer que está, como ese horizonte lejano, también quieta. Atada a un trabajo mal pago, en un casino de confort prefabricado. Uno de los habitués le ofrece ir a trabajar en una planta petrolera; es así como Julia conoce a Armando (Jorge Sesán, premio al Mejor Actor en el Festival de Mar del Plata), y se embarca en esta alternativa que le significará varias cosas. De esta manera, el límite que distinguiría lo que sucede o podría ser en la relación entre Julia y Armando se borronea de manera progresiva. El viaje en camioneta se hace largo, raro, toma recodos que no figuran en el mapa, mientras los contornos de la ciudad ya se desdibujan, quedan lejos. La velocidad del vehículo estira la tensión, vuelve inútil al teléfono celular, y tiende sospechas sobre el cometido de Armando. El viaje en camioneta se hace largo, raro, toma recodos que no figuran en el mapa. La velocidad estira la tensión. Tal vez se trate de un rapto. Tal vez sea otra posibilidad. Lo cierto es que los dos tendrán que valerse uno de otro para proseguir en ese derrotero del que se saben invariablemente compañeros. Algo ya trabajado por tantas otras películas; entre ellas, Figuras en un paisaje, de Joseph Losey, donde Robert Shaw y Malcolm McDowell se encuentran encadenados en una huida que sólo les permite seguir hacia adelante. El film de Rosell tiene rasgos similares, se estructura desde la misma premisa, que es direccional: hay que proseguir, porque sólo allí, al término del camino, podrá haber un reparo, un descanso, tal vez respuestas. Mismo camino, trágico, que transita la emblemática Busco mi destino, de Dennis Hopper. Paulatinamente, la película de Rosell adquiere matices que la complejizan. Estos rasgos distintivos aparecen, paralelamente, en las figuras de los perseguidores o investigadores. Es decir, policías dedicados a dar con el paradero de Julia. Un dúo que es también réplica de otro lugar cinematográfico común: a caballo, en camioneta, a pie, la dupla ?comisario y compañero, el experimentado y el aprendiz‑ troca también en inquisidora. Persecución o búsqueda, que podría llegar a tener ribetes cercanos a los sufridos por Bonnie y Clyde, cuyo desplazamiento zigzagueante en el film de Arthur Penn culminaba por roer la caracterización criminal para dibujar un drama más profundo, de urgencia y escape imposible. En algún momento, el lugareño que interpreta Germán Da Silva habrá de invocar las historias aquellas donde los indios llevaban a sus cautivas a la fuerza. Si lo que sucede es esto o parecido, no tiene demasiado sentido tratar de verificarlo. Eso sí, la relación estética entre gauchesca y western adquiere acá otro empuje, evidente. En cuanto a las intenciones de Armando, tal vez puedan dilucidarse. Ahora bien, lo más incómodo será indagar en las contrariedades de Julia, para dejarse llevar por sus arrebatos o intuiciones. Cuando el film logra llegar de manera explícita a esta instancia, su resolución no sólo será final de viaje sino también culminación introspectiva. Además, por lograr este momento suspendido, Al desierto se construye como un melodrama, en donde sus personajes se saben atraídos y repelidos, y aun cuando puedan entender sobre lo inasible del asunto, habrán de insistir, porque saben que en ello les va la vida, ni más ni menos.
Viento, polvo, tierra, sol brillante y calcinante, noches muy frías. Todo esto padecen Julia (Valentina Bassi) y Gwynfor (Jorge Sesán), sumados al hambre y la sed extrema cuando transitan a pie la inmensidad del desierto patagónico argentino. El núcleo de la estructura argumental de esta nueva realización de Ulises Rosell es la aventura de pasar varios días en la intemperie, sin medios para sobrevivir, caminar en el medio de la nada, desorientados, luego de volcar la camioneta en la que viajaban a campo traviesa y tratar de llegar a la ruta para que los auxilien. Pero ellos no son pareja, ni compañeros. Apenas son conocidos. Se vieron en el casino donde trabaja Julia como mesera y Gwynfor le ofrece llevarla a que haga tareas administrativas en la petrolera donde trabaja, por un sueldo mucho mejor. Ella acepta y viajan en el vehículo de él. Lo que suponía la protagonista que iba a mejorar sus condiciones laborales, quedó develado en muy poco tiempo. Los propósitos del hombre no eran las que parecían y la chica intenta escaparse, pero se encuentran en medio de un páramoor lo que decide quedarse con él. No se sabe cuales son las verdaderas intenciones de Gwynfor, si secuestrarla o conquistarla de un modo poco convencional, porque se mueve en un hábitat hostil de una manera muy cómoda, donde se encuentra a gusto y siempre sabe cómo rebuscársela. Pareciera que quiere peregrinar por siempre junto a Julia en esas condiciones y lo disfruta como si fuese un héroe. Ella podría huir, pero la relación cambia. Tal vez sufre el Síndrome de Estocolmo. Los sentimientos de ella son dudosos e inexplicables. Los de él son firmes, sabe lo que hace. La dirección de los actores es acertada, constantemente se da el contrapunto entre la desesperación y el sufrimiento de ella y la seguridad de él. Ambos aportan su experiencia y oficio para sostener y hacer verosímil al relato. El deterioro físico que sufren los personajes, va acompañando por las acciones cada vez más limitadas que realizan, dándole credibilidad a sus actuaciones. Ulises Rosell aprovecha al máximo el paisaje, como así también las cosas y sitios que hay en la zona, logrando que cada locación tenga su importancia y utilidad en beneficio de la historia. Se podría encuadrar a este film como un thriller, que no le escapa a la aventura y la supervivencia. Tiene mucha acción dinámica, y pocas palabras, las justas y necesarias. No se extiende en largos parlamentos explicativos. Deja muchos interrogantes librados a la interpretación del espectador, porque no hay nada esclarecedor, no se sabe porqué ellos hacen lo que hacen, se unen para sortear esta peripecia con éxito, aunque no saben lo que el destino les va a deparar.
Sin rumbo fijo Al desierto es una película dramática co-producida entre Argentina y Chile. Está dirigida por Ulises Rosell, con guion de él junto a Sergio Bizzio. El dúo protagónico está compuesto por Valentina Bassi (Laura en la serie Cromo) y Jorge Sesán. También actúan José María Marcos, Gastón Salgado y Germán de Silva. El film tuvo su premiere mundial en el 65º Festival de San Sebastián y también se presentó en el Festival Internacional de Cine de Mar del Plata. Julia (Valentina Bassi) se da cuenta que el sueldo que obtiene por trabajar como moza en el casino de Comodoro Rivadavia solo le alcanza para pagar el alquiler. Por eso cuando una noche Gwynfor (Jorge Sesán) se le acerca para proponerle empleo en la petrolera donde él trabaja, ella acepta sin dudarlo. Al día siguiente, Julia se encuentra con Gwynfor y éste le pide que se suba a su vehículo. Ya avanzado el recorrido, y notando que el conductor cada vez se desvía más, Julia teme lo peor y debido a su forcejeo la camioneta derrapa. Con un panorama desértico estas dos personas que no tienen nada en común deberán caminar sin rumbo por la meseta patagónica. Si hay algo en lo que se destaca Al desierto es en su despliegue visual. Los planos que se decidieron usar captan excelentemente la tan hermosa como implacable Patagonia, donde en cualquier momento puede ocurrir una tormenta de viento y luego de minutos todo vuelve a la normalidad. Julia no tiene escapatoria: correr o caminar no sirve para escaparse de Gwynfor ya que el desierto parece no tener fin. El problema recae en que como espectador nunca llegamos a dilucidar cuáles son las verdaderas intenciones de ese hombre. ¿En un comienzo quiso lastimarla? ¿A dónde pretendía llevarla? ¿Qué hubiese pasado si la camioneta no se volcaba? Muchos interrogantes quedan sin respuesta y su forma de actuar no llega a darnos ninguna pista de lo que él piensa. Por otro lado tenemos al comisario Prieto (José María Marcos), que está en busca de Julia. Su encuentro con el campesino Cuello (Germán de Silva) y otros pocos pueblerinos de la zona aporta situaciones graciosas desde el guión, al ver lo distinto que se manejan las personas dependiendo si viven en la ciudad o en medio de la naturaleza. La película engancha desde la primera toma gracias a la buena actuación de Valentina Bassi. Ella nunca deja de ser el foco de atención y logra que nos interesemos por la travesía que le tocó vivir. Es en ese viaje sin destino fijo, alejada de la civilización y con un clima que no da respiro donde vemos que sus sentimientos hacia su secuestrador cambian. El potente sol, la tierra, piedras y ráfagas de viento son elementos fundamentales para el desarrollo de la historia, al punto de tener el mismo protagonismo que Bassi y Sesán. En cuanto a la tensión, su pico más alto llega al comienzo, cuando Julia quiere escapar de la camioneta. Luego de ello el espectador no vuelve a tener el nerviosismo logrado en esa escena. Es así como Al desierto cuenta un relato que parece sencillo si se lo ve desde el exterior pero complejo en cuanto a las relaciones humanas que se dan cuando dos personas quedan a merced de la naturaleza. Su trabajo de fotografía es maravilloso, tanto que casi nos hace olvidar el poco desarrollo que se le dio al personaje masculino.
La nueva película del director de “Bonanza” transcurre en la Patagonia y se centra en un extraño secuestro del que, por las condiciones naturales del lugar, es imposible escapar. Valentina Bassi y Jorge Sesán protagonizan este muy buen thriller con elementos de western. ¿Un accidente o un secuestro? ¿Qué misterio esconde ese hombre que se lleva a una mujer a través del desierto patagónico con la promesa de un trabajo para luego terminar con ella perdidos en medio de la nada? Ulises Rosell elige no responder de manera directa a esas preguntas en AL DESIERTO, su nueva película de ficción, la primera de ese tipo que dirige desde SOFACAMA, allá por 2006. Protagonizada por Valentina Bassi y Jorge Sesán, la nueva película del realizador de los documentales BONANZA y EL ETNÓGRAFO es una suerte de western sureño con algunas reminiscencias “fordianas” y en la que la Patagonia es mostrada como un lugar duro e inhóspito, muy lejos de cualquier postal. Es un film de dos personas y pocos diálogos, en el cual la tensión va creciendo mientras el “secuestrador” intenta, acaso, llegar a la civilización mientras que su secuestrada intenta, acaso, escapar. Ulises Rosell apareció en el cine argentino en aquel fundacional HISTORIAS BREVES de 1995. Desde entonces, combinó ficciones (como EL DESCANSO) con documentales, en una carrera siempre cambiante en estilos, aunque en todos los casos estén presentes las tensiones sociales como motor y contexto para las acciones de sus personajes. Aquí, un “accidente” automovilístico abre las puertas para un choque con muchas aristas, incluyendo la sexual, mientras los dos personajes intentan resolver el problema en el que se han metido y la tensión entre ellos. Esa curiosa situación –la del secuestro sin ataduras, ya que el secuestrado no tiene modo de huir– le da a la película un aire inusual. El otro elemento es el entorno físico, que Rosell hace sentir en sus planos abiertos: ventoso, desapacible, un desierto que se extiende sin un fin a la vista y que angustia y desespera tanto a la secuestrada como a los espectadores, que notan que no hay manera de salir de ahí. El film se presenta como un choque social, sexual y cultural entre los protagonistas, pero también uno de estilos actorales. Valentina Bassi es una actriz formada de manera tradicional mientras que Jorge Sesán (PIZZA, BIRRA FASO, OKUPAS) hizo muchas películas como actor y trabaja también detrás de cámara como utilero o grip. Ese contraste de estilos suma también para generar tensión en un thriller/western cuyos misterios, si bien están relacionados con un formato tradicional del género —el secuestro, como en MÁS CORAZÓN QUE ODIO, de John Ford— tienen su claro contexto local, transformando una necesidad económica en el escenario para una tensa e inquietante relación personal que avanza por caminos impensados.
Julia (Valentina Bassi) llega hasta Comodoro Rivadavia para presentarse en un nuevo trabajo. A través de un plano secuencia con 16 tons sonando de fondo, se observa a la protagonista en su flamante cotidianidad como camarera nocturna en el casino de la ciudad. Un lugar que, como pronto se ve, no es tan redituable como ella lo esperaba, sino que apenas le alcanza para solventar sus gastos. Cuando un cliente escucha sus quejas, le hace un ofrecimiento que no puede rechazar: postularla en la empresa minera donde él trabaja.
Ulises Rosell es uno de los realizadores argenbtinos que mejor sabe manejar el espacio. Aquí narra la historia de la empleada de un casino patagónico que acepta de un hombre algo taciturno una lucrativa oferta para trabajar en una compañía petrolera. El repentino miedo a un secuestro causa un accidente y los protagonistas (Bassi y Sesán, excelentes) construyen una relación compleja, mientras aparecen otros datos, otros personajes y un guión que no carece de humor. Un film bello de contemplar y con mucha tela para cortar.
Un vínculo poco claro Julia es empleada de un casino en Comodoro Rivadavia y hace lo imposible para sobrevivir al hastío. Un buen día, un tipo que apenas conoce le propone un trabajo y ella se engancha. Supone que por malo que sea nunca será peor que lo que está haciendo. Todo muta cuando el oscuro Gwynfor, que es quien le hace la propuesta, la secuestra y decide apropiarse del tiempo y del destino de Julia. Rosell acierta en la ambientación de la película, porque los dos protagonistas se pierden en medio del desierto patagónico y de repente los roles de víctimas y victimarios se van intercambiando. Pero no da el tono justo en el vínculo entre ambos, porque en su intención de retratarlos con deseos ambiguos y tan sufridos se le fue de las manos la tensión dramática del relato. Al caer esa tensión se tornan poco creíbles algunas situaciones, y hasta aparece forzado que Julia sienta un deseo sexual hacia su secuestrador, más allá de los casos probados de Síndrome de Estocolmo. Hay un giro de road movie y hasta un guiño al género policial, pero “Al desierto” no logra empatía a través de sus personajes, pese a las buenas intenciones del realizador. Valentina Bassi se destaca en su rol, pero su Julia hubiese tomado otro vuelo con una historia más lograda.