Woody Allen protagoniza Casi un Gigolo, el quinto largometraje como director del genial John Turturro. El resultado final es una divertida aunque despareja comedia. Murray y Fioravante son mejores amigos y ambos están en apuros económicos. Con la necesidad de hacer algo de dinero rápidamente, y casi de pura casualidad, Murray le propone Fioravante (quien siempre supo ser un caballero con las damas) convertirse en gigolo. Así comiendo esta fábula de un Don Juan moderno, quien inevitablemente terminará debatiéndose entre el amor y el dinero. No solamente un gigolo En mi opinión, la faceta del Woody Allen actor bajo las ordenes de otro director no siempre suele dar muy buenos resultados, y podríamos decir que se divide en dos categorías: Si bien tiene algunos puntos bastante altos como Play it Again, Sam (con guión propio basado en una obra de su autoría), El Testaferro o incluso sus pequeños papeles en Casino Royale y What’s New, Pussycat?, todas estas interpretaciones se dieron durante las décadas del sesenta y setenta. Pero luego están las que son mas recientes en el tiempo. Allen supo protagonizar cintas como The Sunshine Boys, Picking Up The Pieces y Escenas en un Centro Comercial. Todos films en los que raramente podíamos ver al Woody neurótico y casi hasta existencial que tanto nos gusta. Casi un Gigolo se posiciona fácilmente en el medio de estas dos categorías. Allen interpreta a Murray, alias Dan Bongo, un hombre que de un día para el otro, y de forma bastante accidental, comienza a prostituir a su mejor amigo. Este es un papel que le calza como anillo al dedo y es fácilmente quien mantiene, durante varios momentos, la película a flote. Sin dudas hay mucho merito del director John Turturro en conseguir semejante actuación cómica de Allen. Pero lamentablemente no son muchas mas las cosas buenas que podemos decir sobre su obra. Es cierto que posee algunas muy buenas escenas puntuales, pero como un todo, Casi un Gigolo se queda a mitad de camino. La dirección de fotografía a cargo de Marco Pontecorvo es soberbia. Y eso le es de suma utilidad a Turturro para contar la historia de este accidental gigolo que está entrando en el ocaso de su vida. El mismo Turturro interpreta a Fioravante, el amigo que se ve persuadido y quien irá conocido a las mujeres que le darán sentido a esta película. Primero tenemos a Sharon Stone y Sofia Vergara. Ambas interpretan a dos esposas insatisfechas de clase relativamente alta que andan en la búsqueda de un hombre para hacer un viejo y conocido trío. Las dos actrices hacen dignos trabajos y le entregan una buena cuota de sentimiento al film. Pero quien mas sobresale entre las mujeres de la vida de Fioravante es la francesa Vanessa Paradis. Esta interpreta a Avigal, viuda de un judío ortodoxo con serios problemas de intimidad. Aunque sin duda lo mas interesante de la película pasa por la historia de estas mujeres, Turturro nunca profundiza demasiado en ello. También le juega en contra al film que la historia que termina siendo la principal (y a la que se le da un trato un tanto mas grande) entra demasiado tarde en la película, cuando uno ya siente que la historia va a ir para un lado completamente diferente. Conclusión Woody Allen brilla en la nueva película de John Turturro. Es sin duda su mejor actuación cómica en mucho tiempo. Pero lamentablemente Allen es tan solo una pequeña parte de este film que quizás, de haber ajustado un tanto mas su estructura, hubiera terminado de cerrar. A pesar de eso el resto del elenco, sobre todo Paradis, entregan mas que dignos trabajos. Sumado a una soberbia labor en el departamento de fotografía, hacen de Casi un Gigolo una divertida, aunque un tanto despareja, propuesta para ver en el cine.
Fioravante (John Turturro) es, en ciertos aspectos, el estereotipo del personaje que se opone al estereotipo. Su ascendencia italiana y su atractivo de “macho man” de alguna manera funcionan en perfecta sintonía con su oficio como florista. Y es que Fioravante porta su masculinidad con tanto orgullo como con el que prepara los fantásticos arreglos que tan cuidadosamente arma. En él, la delicadeza de quien tiene un trato cuidadoso y la aspereza de un típico hombre italiano conviven a la perfección. Es justamente esta armonía la que hará de él un gigoló perfecto, y la que mueve a Micky, interpretado por un Woody Allen en la piel de un personaje escrito a su medida, a ofrecerle a Fioravante sus servicios como proxeneta. Es esta la premisa que pone en marcha una película que aparenta ser predecible. En Hollywood, el argumento típico, como el del drama en la vida de una prostituta, por ejemplo, puede ser tan cliché como la historia que busca escaparle, como la comedia del hombre que ocupa esta profesión tradicionalmente sostenida por mujeres. Sin embargo, John Turturro se las ingenia para sorprender. Pronto se vuelve evidente que el trabajo de gigoló de Fioravante no es más que una excusa para contar con honestidad -e, increíblemente, con mucho corazón- la historia de las mujeres que lo contratan. Ya las primeras escenas lo ilustran, con personajes como el de Sharon Stone cuyos nervios adolescentes logran hacer reír nerviosamente al espectador, retrayéndolo a ese miedo emocionante que generan los primeros acercamientos. Sin embargo, el punto más interesante de la película vendrá de la mano de Avigal, una viuda que descubrirá que el fantasma que más la acecha no es el de su marido, sino el de la soledad que implica ser parte de una congregación tan cerrada como la judía ortodoxa, determinada por un extremismo agobiante. Así, mediante la paciencia y el respeto que lo definen, Fioravante le brindará la medida justa de intimidad y la liberará de la angustia que se agita dentro suyo (sin ponerle un dedo encima, le hará el amor de la manera en la que ella más lo necesita). El final de esta historia será un tanto polémico, pero por demás acertado. Casi un Gigoló prueba entonces ser muy distinta a lo que a primera vista parecería. Así como por ver a un hombre como Fioravante uno no asumiría que hace hermosos arreglos florales, el póster de esta película tampoco ilustra la cantidad de corazón que se pone en juego en ella. Pero este es justamente su fuerte: es una película humilde, que no hace un escándalo ni de la ortodoxia judía (cuyo retrato podría haber sido nefasto y erróneo muy fácilmente), ni del hecho de que gira alrededor de un cambio en los roles tradicionales; ese cambio de roles funciona, justamente, porque no se hace hincapié en él. Estamos frente a una película que no solo logra tratar con frescura y honestidad un tema por demás gastado, sino que se las ingenia para usar ese tema como un vehículo para tratar con preguntas mucho más interesantes, como la de qué es la intimidad y cómo llegar a ella. Turturro demuestra, así, un gran talento al reflejar el gran talento que se necesita para ser un gigoló de primera.
Sexo con precio El oficio más viejo del mundo practicado por hombres se vio plasmado varias veces en la pantalla grande: Perdidos en la noche, con Dustin Hoffman y Jon Voight; American Gigolo, con un entonces jovencito Richard Gere; y Amante a domicilio, con Ashton Kutcher. John Turturro (en su quinta película como realizador) escribió esta comedia pensando en Woody Allen como intérprete y ambienta la acción en pleno corazón de Nueva York, como también lo hubiese hecho el director de Manhattan. El resultado es una comedia que aporta una mirada refrescante de humor directo para explorar la búsqueda de la felicidad y el deseo a través del dinero y el sexo -en ese orden- a partir de la decisión que toman sus protagonistas ante una complicada situación económica. Fioravante (Turturro) se convierte en un Don Juan que atiende mujeres y ayuda también a su socio y amigo Murray (Allen), el cafishio de la historia que se encuentra en bancarrota. Parece que la sociedad da sus frutos mientras las citas se acumulan: desde una terapeuta encarnada por Sharon Stone (acá también con las piernas cruzadas) o una joven (Vanessa Paradis) con familia entregada con culpa a los brazos de Fioravante. Dólares, pasión y la posibilidad de concretar un trío amoroso también desfilan por una trama en la que se destacan Sofía Vergara y Liev Schreiber. Casi un gigolo es un bienvenido producto en el que ambos actores se mueven con soltura, en medio de eficaces gags, y que aborda la prostitución masculina para espanto de la comunidad en la que viven. El film incluye una toma en homenaje a American Gigolo, con un Fioravante enmarcado por piernas femeninas.
El sexo y el placer Comedia entretenida y con una base de disparate, se lucen especialmente Woody Allen y Sharon Stone. La premisa de Casi un gigoló ya da risa. John Turturro, con esa facha, como un gigoló, y Woody Allen como su manager, consiguiéndole clientes ricas. Si suena increíble, también lo es que la dermatóloga del personaje de Allen, de la nada le haya contado que quiere hacer un menage a trois . Y si cuando uno entra al cine y empieza la proyección entra en estado de ensueño -las luces que se apagan sería bajar los párpados-, allí todo es posible. Como que la dermatóloga en cuestión sea Sharon Stone; su amiga, para el menage, Sofia Vergara, y que ambas sucumban ante la parsimonia -y más- de Fioravante, un florista venido a menos convertido en Don Juan. Tal vez, que reciba propina sea demasiado. Es que salvo el personaje de Turturro, que es una metáfora de él como director -pocas palabras, pocos gestos, economía de recursos: con poco, logra mucho- el realizador presenta a Allen y a Stone en personajes que si pueden parecer reiterativos en su trayectoria, no lo son. Allen, en las películas en las que se dirige, parece siempre variaciones de un mismo individuo. Aquí, no tanto: Murray ha formado una familia de color, algo desopilante, y tiene muchas capas para ir descubriendo, por más que hable rápido y tenga salidas ingeniosas, esta vez, surgidas de un libreto ajeno. Y la rubia está muy lejos de la Catherine Tramell de Bajos instintos. Sexy, pero ¿alguien podía imaginarla vulnerable? Turturro casi no se toma tiempo en presentar a los personajes, y a los pocos minutos ya están lanzados en la trama. Casi un gigoló son dos películas en una. La primera mitad es comedia pura, que se vuelve entre romántica y dramática -sin exagerar- con Avigal, el personaje de Vanessa Paradis (la ex de Johnny Depp). Cómo una viuda judía ortodoxa cae a los pies de Fioravante, y éste a los de ella es también cosas del destino, del azar y del guión. Siempre amable, con las confusiones y los enredos a la vuelta de página, Casi un gigoló entretiene y cuando parece ponerse más seria, por suerte tiene un gag para bajar el tono melodramático. El dinero no podrá comprar amor, pero sí la entrada para esta agradable, divertida comedia.
Formas de ganarse la vida Nueva York (Brooklyn sobre todo). Comedia picaresca. John Turturro (también guionista y director) y Woody Allen como protagonistas. Humor italiano y humor judío (con sus múltiples cruces y coincidencias). Los ingredientes son tentadores y, si bien el resultado final dista bastante de ser un manjar cinéfilo, Casi un gigoló tendrá seguramente muchos "comensales" en la Argentina. Fioravante (Turturro) y Murray (Allen) son amigos de toda la vida, pero ambos transitan por un presente complicado, ya que el segundo se ve obligado a cerrar su librería en la que el primero atendía al público. Súbitamente desempleados (aunque Fioravante también se las ingenia como florista), ambos encontrarán una inesperada salida laboral. A partir de una insinuación de la dermatóloga de Murray (Sharon Stone), éste convence a Fioravante de trabajar como taxi-boy (la propuesta incluirá un ménage à trois con nada menos que la voluptuosa Sofía Vergara). Pero, claro, la "amenaza" del verdadero amor para este insólito e improbable seductor aparecerá en la figura de Avigal (Vanessa Paradis), una viuda a la que la cerrada comunidad hasídica (y sobre todo un policía interpretado por Liev Schreiber) pretende mantener alejada de "contaminaciones" externas. Si alguien espera un tratado sobre los efectos socioeconómicos de la prostitución masculina en la madurez o los excesos de los fanatismos religiosos deberá orientar hacia otro lado: Casi un gigoló está construido con un tono premeditadamente zumbón, superficial, lúdico, casi inocente y, en ese sentido, incluso valiéndose de fórmulas y estereotipos, resulta un entretenimiento menor, pero bastante eficaz. Casi un gigoló es una mirada por momentos simpática y no exenta de ternura a las contradicciones, dilemas, tentaciones y códigos masculinos, así como una descripción de la interacción cosmopolita de Nueva York (el Murray de Allen, por ejemplo, convive con una mujer y varios niños afroamericanos). Humor, erotismo y mucha música es la fórmula que el Turturro guionista y realizador tiene para ofrecer aquí. Esos elementos -y, claro, la presencia de Allen en un papel diseñado para su lucimiento en esta etapa de su vida- conforman una propuesta algo previsible, es cierto, pero que para muchos espectadores resultará poco menos que irresistible.
Casi un Gigoló tiene un “gancho” enorme en su afiche, en su tráiler, y en toda su promoción; la posibilidad de ver a Woody Allen en una comedia que pareciera ser del estilo de las de su buena época. Ojo, no estamos frente a un film de neoyorquino, simplemente actúa en él, bajo las órdenes de otro que hace el camino inverso, John Turturro, más reconocido como actor (pese a ser este su sexta incursión en la dirección). En realidad, este último es el verdadero protagonista. Inmediatamente las expectativas son otras, así como sucedió hace algo más de un año con Clint Eastwood y Trouble with the curve, la curiosidad será ver a Woody en un film ajeno y que sí, lejanamente intenta imitar el estilo al que ya ni el propio Allen recurre muy seguido. Turturro y Allen interpretan a Fioravante y Murray, dos amigos, entrados en edad, judío por supuesto, que están pasando, ambos, por momentos financieros complicados. En una de esas escenas que solo ocurren en los films de Woody, Murray le propone a Fiovarante hacer algo de dinero rápido ¿cómo? Prostituyéndose; claro que como prostituto de lujo, o algo así. Sucede que Fioravante siempre supo “entender” bien al sexo opuesto, tratarlas como se debe, y la oportunidad se ve clara, Murray será su representante. Lo que sigue no escapa, ni intenta escapar de lo esperable de un argumento de este tipo, Fioravante se relacionará con distintas mujeres, cada una con una tribulación diferente, irá descubriendo que el asunto no es tan simple como pensaba; y además, claro, son judíos. En este último punto es donde Murray/Allen juega su rol más importante, ya que “la comunidad” no verá con buenos ojos la labor de estos señores; y el actor tendrá la oportunidad para disparar esos diálogos y esas situaciones que solo él puede hacer. Entre las mujeres contamos a Vanesa Paridis, Sofía Vergara y Sharon Stone como las más importantes; y si bien están ajustadas en su rol, no cumplen una función más allá de ser las mujeres en un film de mirada masculina. Turturrro, se aleja completamente de su recordado debut con Mac y sus hermanos; aquí el plan es una comedia liviana, sin muchas pretensiones, y con cierto aire añejo. Se destacan soberbio uso de la fotografía urbana y buenos toques de música en medio de chispeantes interpretaciones que es en donde en verdad el film se juega el todo por el todo. Turturro y Allen tienen carisma y buena química de amistad; y eso solo hace que el asunto salga a flote contra todo. Casi un Gigoló es una comedia menor, de pocas aspiraciones, y clima agradable, el espectador no va a encontrar la pólvora, pero quizás sí, un recuerdo (en otra escala) de un tiempo cinematográfico que probablemente no vuelva.
Es una película muy especial. La primera parte es una comedia desatada donde John Turturro como director no pierde tiempo en presentar sus personajes y nos mete en el delirio donde el más impensado gigolo es Turturro y su productor, el desopilante Woody Allen, que le consigue clientas ricas, como Sharon Stone y Sofia Vergara. Pero también hay una melancólica historia de amor con una mujer viuda judía ortodoxa. Toda esa historia es como otra película. Leve, inteligente e irónica, una comedia encantadora.
Algo que seguro sucederá con Casi un gigoló es que el publicó creerá que se trata de una película de Woody Allen, y esto no es algo que extrañe, no solo porque el aclamado guionista y director es el protagonista y ocupa lugar central en el poster junto a su nombre, sino también por el estilo y estructura del film. Da la sensación de que el talentosísimo John Turturro, quien dirige, escribe y también protagoniza, le rinde homenaje en vida diálogo tras diálogo y fotograma tras fotograma. El genial personaje de Allen es el que mejor le sale y el que ha convertido en una marca registrada a través del tiempo: el judío quejoso, neurótico y demasiado analista. Por lo tanto no está permitido decir “Woody Allen siempre actúa de lo mismo” a modo de queja porque es algo para celebrar. En cuento a Turturro, hay que analizarlo primero como actor y luego como director/guionista. En lo primero nos encontramos con una magnífica interpretación de un hombre que casi sin estar muy de acuerdo se prostituye, lo que trae momentos muy graciosos y otros dramáticos, sobre todo cuando comparte escenas con una irreconocible Vanessa Paradis con quien vive una prohibida historia de amor. Como director cuesta encontrar una mirada propia y separarla de la de Allen, porque si bien se ha probado en el pasado en films tales como Romance & cigarettes (2005) aquí copia (u homenajea) paso a paso a su compañero de cartel. Otro gran acierto es el cast femenino. Hacía mucho tiempo que no se podía ver a una Sharon Stone que valga la pena tal como ocurre aquí tanto es sensualidad como en diálogos. Y además de la ya citada Paradis, la etnia femenina se completa de manera soberbia con la latina Sofía Vergara, quien no solo exhibe sus obvios atributos sino que también tiene un gran talento para el humor. La historia es una joya de principio a fin y los diálogos y monólogos se superan escena a escena, desde las más solemnes hasta las más disparatadas. Casi un gigoló es una comedia inteligente y rápida hecha a medida para un público exigente que saldrá de la sala de cine más que satisfecho.
Un florista convertido en Casanova ¿Qué tendrá el protagonista de Barton Fink para dejar felices y contentas a Sharon Stone, Sofia Vergara y Vanessa Paradis? En tanto actor y director, Turturro se da todos los lujos, entre ellos tener al viejo Woody como su cafishio. Woody Allen actúa muy raramente en películas dirigidas por terceros. No siempre elige bien. John Turturro –a quien el público identifica sobre todo por sus actuaciones en Haz lo correcto, Barton Fink y Quiz Show– cada tanto dirige alguna película. Esta es la quinta vez que lo hace. Woody hace de Woody en Casi un gigoló. Turturro, que además de dirigir, escribe y actúa, no hace de Turturro, porque a diferencia de Woody no hay un “personaje Turturro”. Como tampoco hay una línea, inquietud o estilo reconocible en las películas que dirigió (de las cuales en Argentina se estrenó sólo la primera, Mac y sus hermanos, de 1992). Que Woody haga de Woody en Casi un gigoló será una buena noticia para quienes aman el personaje Woody, aunque sea exactamente el mismo desde hace casi medio siglo. Para quienes hace rato se hayan cansado de tomar siempre la misma sopa, no. El librero Allen y el florista Turturro discutiendo el generoso ofrecimiento de Sharon Stone. Que Turturro no tenga un personaje propio es una buena noticia en términos actorales: el que hace en esta ocasión, que no tiene nada que ver con los anteriores, emana el misterio y el magnetismo de una esfinge. En su faceta de creador cinematográfico la noticia no es tan buena: si algo salva a Casi un gigoló del naufragio total es su personaje y actuación, eventualmente su química con Woody (para quien esté dispuesto a digerir la fórmula Woody, claro). El resto hace agua. Fioravante se llama el personaje de Turturro. Apellido de discutible gracia, teniendo en cuenta que el hombre es florista, y flor en italiano se dice fiore. Woody es Murray Schwartz, y es librero. Bah, está dejando de serlo, en el momento en que la película empieza. “Pensar que mi abuelo abrió esta librería, mi padre la agrandó y ahora a mí me toca cerrarla”, se lamenta en off, mientras su amigo Fioravante lo ayuda a hacer las cajas. Sin anestesia, de la nada y en medio de una banda musical que no para nunca, Murray comenta lo siguiente a Fior (así lo llaman los amigos): tuvo consulta con su dermatóloga, ésta le dijo que andaba con ganas de hacer un ménage à trois (por lo visto, sobra la confianza médico-paciente) y a Woody se le ocurrió que Fior podría ser el tercero en discordia. Todo a cambio de una suma (la dermatóloga tiene mucha, pero mucha plata) que se repartirían entre los dos. Por el lado de Murray, la propuesta puede entenderse, aunque no deje de sonar un poco prematura: el hombre se está quedando sin su trabajo de toda la vida, vio la posibilidad de un ingreso por ese lado y se tira a la pileta. Pero Fior, ¿por qué acepta? Vaya a saber. En Casi un gigoló todo es un poco así. También es un poco así que la dermatóloga resulte ser nada menos que Sharon Stone, que a los cincuenta y largos sigue estando... ¿Cómo decirlo? ¿“Buenísima” sería entendido como halago, piropo o abuso? O sea: uno es un simple florista del montón, y Sharon Stone, que vive en un piso que para qué, le ofrece mil dólares para que la haga gozar. ¡Encima uno (Turturro) la atiende tan bien que ella le da 500 más de propina, y lo recomienda a su amiga! ¡Que es la colombiana Sofia Vergara, que por más que sea una caricatura se supone que está fuertísima, y es tan ardiente como toda latina, y como también queda chocha con el servicio arma el mentado ménage à trois, con Sharon Stone y, claro, el semental Turturro! ¿Está un poco agrandado el tano de la narizota? Nooo, qué va, si al mismo tiempo se está levantando a una viuda jasídica y con seis hijos, que cuando saluda no da la mano, para no tener contacto físico con un hombre. Y sin embargo, cuando Fior la toca se pone a llorar de emoción. Y además es Vanessa Paradis, que por más que al cronista le parezca puro hueso está considerada poco menos que una diosa. ¿Pero entonces, si es tan imposible, qué tiene de misterioso y magnético el personaje de Turturro? No exactamente el personaje, sino la composición que el actor hace de él: Fioravante es un tipo callado y retraído, que contempla todo con serenidad casi zen y trata a las flores con la mayor sensibilidad y delicadeza. Con lo cual queda un poco más justificado su arrasador éxito con las mujeres, a las que trata de modo semejante. OK, aceptado. Pero igual, ¿no serán mucho Stone, Vergara y Paradis, todas en una hora y media? Por su lado, Woody parecería estar casado con una gruesa señora afroamericana, que cocina soul food y tiene unos cuatro hijos. ¿O no está casado, y sólo los visita? No está claro. Un policía jasídico (¡!) al que interpreta Liev Schreiber, perdidamente enamorado de la viudita, lo secuestra y lleva a juicio rabínico. Si algo no puede decirse de Casi un gigoló es que esté estructurada de modo precisamente convincente.
Conocerás al hombre de tus sueños La última película escrita y dirigida por John Turturro se presenta como una fábula romántica sobre el amor, la soledad y el sexo. Pero quien realmente sobresale en Casi un gigolo (Fading Gigoló, 2013), es el personaje de Woody Allen, ideal para este tipo de historias que plantean dilemas morales con humor. Murray (Woody Allen) y Fioravante (John Turturro) son amigos muy opuestos, por eso y lejos de llevarse mal, se complementan a la perfección: uno es petiso desgarbado y hábil para los negocios, el otro grandote, físico y sensible. Cuando Murray cierra su librería le surge la idea de cambiar de rubro y convertirse en caficho: ofrece a su amigo como amante ocasional a mujeres que necesiten afecto. Así empieza una historia de negocios el primero, al contactar a las mujeres, y de sábanas el segundo, al mostrar al sexo opuesto sus dotes de seductor. Como en toda comedia, lo divertido pasa por la versatilidad de la clientela: una mujer despechada con su marido (Sharon Stone), otra en busca de dominación (Sofía Vergara), y la última, aquella que generará el dilema moral, una judía ortodoxa que ha enviudado (Vanessa Paradis). Turturro construye un relato agradable a los ojos del espectador: colores cálidos, con la acción transcurriendo siempre de día, suaves melodías de jazz sonando de fondo, y con una narración que avanza parsimoniosa con leves movimientos de cámara. El uso de los recursos responde al clima otoñal que el actor de Barton Fink (Joel y Ethan Coen, 1991) quiere lograr: trasmitir la delicadeza que las mujeres solitarias esperan recibir de su amante. Así se desarrolla la temática del film, que pone en evidencia la falta de afecto del sexo femenino, y las estructuras morales de los habitantes de Brooklin. El espectador es seducido de la misma manera que las mujeres y llevado con delicadez y humor por las desventuras de Allen y Turturro. La intromisión en el universo judío ortodoxo viene a funcionar como chiste por un lado y como estructura rígida a la cual deberán enfrentarse los protagonistas, por otro. Pero Casi un gigolo es inteligente como relato, y sabe evitar en todo momento la confrontación, aquellos temas que ya son polémicos desde el vamos (la comercialización del sexo, la rigidez del dogma hebreo, la perversión sexual) y pueden llegar a molestar a alguien, son evitados mediante un corte de montaje, chiste o cambio de situación. Así la película logra ser una comedia liviana y agradable, que tiene su punto fuerte en la divertida figura de Woody Allen, siempre filoso con sus comentarios y de torpe comportamiento.
CLICHÉS RELIGIOSOS El nuevo trabajo de Jhon Turturro es una comedia de género que con la mirada puesta en la colectividad judía, retrata una historia de amor que sólo es la excusa para indagar el verdadero tema del filme: la decadencia financiera de dos amigos judíos quienes por causas azarosas encuentran la forma de ganar mucho dinero con poco esfuerzo. Ante el inminente cierre de una antigua librería a cargo de Murray (Woody Allen), él y su amigo (Turturro) quedan desempleados. La crisis económica no permite la holgazanería y es por eso que a Murray se le ocurre la idea de poner a trabajar a su ex empleado en la venta de servicios sexuales para mujeres. Como es de esperar, el desfile de heterogéneas féminas es musicalizado mientras la lluvia de dólares comienza a llegar a la vida de estos dos personajes sumergidos en la atracción del dinero fácil. Sin embargo, no todo es tan simple, y Fioravante (Turturro) parece sentir algo más por una de sus bellas clientas. El supuesto enamoramiento y la actividad comercial se vuelven incompatibles. Muy cerca del discurso moralista y el chiste fácil acerca de las costumbres judías, Casi un gigoló puede que cause gracia, pero lo que no hay que olvidar es el motivo de la risa. ¿Acaso nos estamos riendo de nuestras propias desgracias o de aquello que desconocemos? Con una bajada de línea encubierta en comedia, el filme, ofrece una visión arcaica acerca de la feminidad en la colectividad poniendo en escena todos los lugares comunes de la doctrina judaica. Con un reparto de primera línea (Sharon Stone, Sofía Vergara, Liev Schreiber y Vanesa Paradis), es Woody Allen quien se lleva todos los comentarios. El actor y director interpreta el tipo de personaje al que nos ha acostumbrado en sus películas y es esto lo que además del tratamiento superficial y tendencioso del tema, aburre por sobre manera. Aquellos fanáticos encontrarán la oportunidad para seguir viendo al astro desplegar todas sus gracias, pero para quienes creen que las películas son un conjunto complejo de componentes en los que los actores son sólo un eslabón más del engranaje, el filme se vuelve denso y por momentos, machista. Por Paula Caffaro redaccion@cineramaplus.com.ar
Poniéndole el cuerpo a la crisis El inteligente y ácido humor de Woody Allen que tantas veces nos ha deleitado con su mirada dura pero honesta sobre las relaciones está presente en Casi un Gigoló, la rareza radica en el hecho que el mencionado director en este film solo oficia de intérprete. La dirección y el guión están en manos de su coprotagonista John Turturro en su quinta incursión detrás de cámaras (sus anteriores films fueron Mac, Iluminatta, Romance & Cigarettes y Passione). La historia está ambientada en la multiétnica ciudad de Brooklyn y nos presenta a dos amigos que juntos atraviesan una difícil crisis económica; entonces a Murray (Woody Allen) se le presenta una oportunidad imperdible: ofrecer a su amigo Fioravante (John Turturro) como acompañante para dos atractivas mujeres que desean tener un encuentro sexual con otro hombre Las damas en cuestión no son otras que Sharon Stone (la dermatóloga de Murray) y su amante Sofía Vergara (Selima) por lo que la oferta es por demás tentadora. Fioravante entiende a las mujeres casi tanto como Murray a las oportunidades económicas de modo que esta nueva alianza comercial parece destinada al éxito. Aunque como siempre ocurre cuando una vocación se profesionaliza el factor emocional se convierte en un nuevo enemigo latente. Y esa amenaza está encarnada en la presencia de Avigal (Vanessa Paradis) una joven viuda judía que requiere los servicios de Fioravante y lentamente atenta contra la estabilidad del negocio y de la vida del debutante gigoló. El film no escapa a los lugares comunes del género, pero desarrolla a cada uno de los personajes con una precisión arquetípica digna de un experto en la materia. Murray encarna a un judío entrado en años que ejerce a duras penas una paternidad de un grupo de niños frutos de una familia ensamblada con una mujer negra: las escenas que se generan en este marco son dignas de la filmografía del Woody Allen de los setenta. Con una cuidada fotografía a cargo del italiano Marco Pontecorvo se completa esta comedia romántica sin demasiadas pretensiones que se reconoce como tal y entretiene sin ofrecer nada nuevo, pero tampoco sin defraudar al público amante de Woody Allen que por momentos hasta sentirá estar en presencia de un film de afamado director.
Comedia melancólica de sabor agridulce Una persona medio cínica pero simpática convence a un buen tipo, cercano suyo, para que se convierta en seductor profesional. Hay muchas mujeres solas que pagan por un poco de ilusión y consuelo. Por lo pronto hay una, después ya veremos. A fin de cuentas, el tipo no parecerá un galán de moda pero tiene cierto atractivo como hombre, buena mano bien aplicada cuando corresponde, y, sobre todo, presta oídos a las aflicciones y esperanzas de cada criatura que lo requiere. Por supuesto que puede surgir algún peligro. El amor, por ejemplo. Dicho así, esto parece la síntesis de "El hombre de tu vida", la miniserie de Campanella con Guillermo Francella y Mercedes Morán, difundida en la temporada 2011. Pero es una comedia melancólica de y con John Turturro, hecha a mediados del 2013. Con varios parecidos, como puede verse, y algunas diferencias. En síntesis, sus personajes, el tierno Hugo Bermúdez y el sentimental Fioravante son como primos. Descendientes naturales del feo, narigón y exitoso Bertrand Morane que hacía Charles Denner en "El hombre que amaba a las mujeres", de François Truffaut (sólo que no cobraba por dar esos amores). Tipos que realmente aman a las mujeres, de a una, pero a todas. Y que saben escucharlas, atenderlas, adorarlas y contenerlas. Y, si se puede, dejarlas contentas, que es lo más difícil. Atención, ya dijimos que es una comedia melancólica. A cierta altura el gigoló empieza a "fading", a desvanecerse, algo que la fotografía representa muy bien con sus "fades" y sus tonalidades, y también se desvanece la vieja ciudad de Nueva York en que viven el amante y su asesor letrado (no por abogado sino por ser, digamos, "hombre de letras"). Un sabor agridulce envuelve todo esto, como a cada mujer la envuelve una música especial, una canción. En la banda sonora están Dean Martin, Dalida, Trombone Shorty, Gene Anmons y otros, y el "neotango" español que hace Alacrán no desentona demasiado. Y en la pantalla están Turturro, Woody Allen como el susodicho asesor, Sharon Stone, Sofía Vergara y otra gente, y sobre todo Vanessa Paradis, en un personaje singularísimo, delicioso. Su versión de "Tu si' 'na cosa grande", con una voz pequeñita, puede derretir a más de uno.
Italianos, judíos y otras etnias en una Nueva York colorida Han pasado casi quince años desde la última película en que Woody Allen actuara y no fuera dirigido por si mismo. De hecho, en muy pocas oportunidades Woody ha sido protagonista de films de otros directores. Fue el caso de sus primeros dos: “¿Qué pasa Pussycat?” y “Casino Royale” pero ya en el tercero (“Robó, huyó…y lo pescaron”) era él quien estaba detrás de la cámara. Vale entonces señalar lo excepcional de “Casi un gigoló” (Fading Gigoló”), la quinta película como realizador de John Turturro, al contar con el director de “Hannah y sus hermanos” en el reparto. Y si se nombra a este último título de 1986 es porque en él Turturro, de apenas 28 años, aparecía y aún no era mayormente conocido. No tuvo que esperar mucho tiempo para lograr cierta fama de la mano de Spike Lee (“Haz lo correcto”) en 1989 y sobre todo de los hermanos Coen. Ellos lo dirigieron y lo hicieron famoso con “De paseo a la muerte” en 1990 y sobre todo con “Barton Fink”, un año después. En Argentina únicamente se estrenó “Mac y sus hermanos”, su primer largometraje como realizador, con fuerte contenido autobiográfico. De hecho, el actor-director personificaba a su padre italiano que llegó como albañil a Nueva York, mientras que su hijo mayor (Amedeo) hacía de John cuando niño. Ahora vuelve a interpretar a un italiano de sugestivo nombre (Fioravante), un personaje que da nombre al film. Quien hace de proxeneta (cafishio) es nada menos que Murray (Allen), a quien se le ocurre la idea de armar una sociedad explotando las presuntas habilidades sexuales de su amigo. Y la primera clienta será la Dra. Parker, una rica dermatóloga de la cual Woody es paciente. Sharon Stone la protagoniza y a los 55 años ella demuestra, en una escena, que sus piernas conservan el atractivo que le dieron fama con el personaje de Catherine Tramell en “Bajos instintos”. La película abunda en temas caros al director de “Manhattan” ya que entre sus personajes hay varios de raza judía y en particular hasídicos. Es el caso de la viuda Avigal que tiene seis hijos y que compone convincentemente Vanessa Paradis, ex pareja de Johnny Depp y sobre todo famosa como cantante ya que apenas a los catorce años se hizo mundialmente popular con “Joe le Taxi”. En cine no se la ha visto mucho en Argentina aunque son recordables “La chica del puente” y “Rompecorazones”, además de su trabajo como modelo y como rostro publicitario de Chanel. Turturro logra en apenas escasos noventa minutos recrear una historia multiétnica ya que además del policía judío al que da vida Liev Schreiber, habrá una pulposa “clienta” colombiana que interpreta Sofía Vergara (“ménage à trois con la Stone”) y una familia de raza negra del propio Murray, o tío Mo como lo llaman los chicos. Varios parientes del director actúan tales como su prima Aída y su hijo menor Diego Turturro. Lo que consigue es crear situaciones divertidas como la que protagonizan varios miembros de la comunidad judía cuando una especie de tribunal enjuicia a la joven Avigal por su aparente relación con Fioravante. Es preferible no dar más pistas aunque sí señalar que se disfrutan las situaciones, muchas emotivas, en un relato donde si algo queda claro es que Nueva York es una ciudad colorida con numerosas etnias que conviven en ella. La banda sonora con canciones de Dalida y la propia Vanesa Paradis entre otras es una del
Los últimos románticos John Turturro creó a imagen y semejanza una película en la que su co-protagonista se sintiera plenamente a gusto. Este es el caso de Casi un Gigolo donde Woody Allen, amigo del protagonista, interpreta el papel que siempre hace en sus propios films, ósea de él mismo. En la búsqueda de encontrar nuevos recursos económicos tras el cierre o pérdida de empleos, Murray (Allen) convence a su amigo Fioravante (Turturro) en coordinar encuentros con mujeres a cambio de un par de pesos. Sharon Stone, Sofía Vergara, son algunas de las amantes que enloquecen por estar con él, hasta que sutilmente aparece una nueva clienta, distinta a las demás, reservada por completo. Avigal (Vanessa Paradis), es una judía ortodoxa viuda, que se deja llevar por los engaños inofensivos de Murray y obnubilada por la calidez de Fioravante. Woody Allen: “Ya no hay gente rara que lea libros raros”. John Turturro como director realiza sutiles guiños a su filmografía, pero también da ese toque muy Allen ubicando su película en Brooklyn, en el barrio judío Williamsburg, con jazz de fondo y una imagen granulada y ocre. Casi un Gigolo, es una película sencilla y entretenida, sobre dos hombres que no se sienten correspondidos a la época en la que viven pero así y todo, sobreviven con las destrezas del amor.
SOLO SIMPATICA Woody Allen esta vez no escribe ni dirige. Pero hace de Woody Allen. Sus mismas salidas, su mismo tono, algunas ocurrencias, pero poca sustancia, un gigoló apenas simpático que no encuentra mejor manera de escaparle a la crisis que es trabajar de gigoló. Tiene a su favor un amigo muy rendidor y a su alrededor un par de señoras acaudaladas que andan con ganas de probar todo. Se agradece que la comedia no caiga en tonterías, que no haya mal gusto, que no recurra a tontos enredos. Lo mejor es Fioravante (Turturro), amante enigmático, callado, misterioso. Pero con eso solo no alcanza. Por allí aparece una mínima historia romántica con una clienta: una viuda a quien la imaginaria trampa logrará abrirle la puerta a un amor que evidentemente necesitaba de la mentira para poder concretarse. Por detrás, asoman otros guiños de Allen: la religión, una Nueva York amable, villanos de juguetes, hogares disfuncionales. Se deja ver, es llevadera, hay música lejana bien puesta y en un tono nostálgico que subraya los alcances de esta viñeta leve, previsible, que despierta algunas (pocas) sonrisas.
Una amistad demasiado particular Dirigida por John Turturro, la película tiene entre sus protagonistas a Woody Allen. Una trama que plantea tres historias, aunque ninguna provoque un interés particular. Un film con el sello ineludible del cineasta neoyorkino. Woody Allen como actor y en manos de otro cineasta? ¿Dónde quedaron su ego de siempre y la mirada misógina de los últimos años? Las dos preguntas tienen inmediata respuesta. Allen más de una docena de veces fue dirigido por otros y vale recordar sus interpretaciones en Sueños de un seductor (1972) y El testaferro (1976). Por otra parte, su narcisismo y visión personal sobre la mujer están presentes en Casi un gigoló, ahora en manos de John Turturro, mejor delante de la cámara que detrás de ella. El comienzo parece una película de Allen de la última década: dos amigos, uno consejero y avasallante con la palabra (imaginen quién) y otro tímido y reservado, deciden un particular acuerdo para conseguir dinero fácil. El cuerpo lo pondrá el segundo, ya que se dedicará a la prostitución, o en todo caso, deberá estar listo para seducir mujeres, y si es posible, participar activamente de un "menâge a trois". Las damas que caerán a los pies del respetuoso Fioravante serán Sharon Stone y Sofía Vergara, exhibidas desde el lente de Allen (perdón, de Turturro), como mujeres–objeto. Pero la trama presenta otro tema principal y uno más de carácter secundario. Por un lado, la pequeña sociedad podría resquebrajarse cuando Fioravante (Turturro) encuentre el amor de su vida (Vanessa Paradis). Por el otro, la historia insiste con las tradiciones del judaísmo, ideal para que Allen retome chistes y situaciones habituales en su filmografía, en este caso, exhibidas desde las marcas exteriores que propone una comedia de enredos. Por lo tanto, son tres películas en una: aquella donde Allen hace de sí mismo, otra en la que Turturro intenta (con poca suerte) cruzar la comedia con la historia romántica, y una más, inválida en sus resultados, que tiene a Stone y Vergara como protagonistas, encarnando a una pareja dispuesta al "menáge a trois" y mostradas por la película como dos putas de sólida posición económica. El peor pecado de Casi un gigoló es que ninguna de las bifurcaciones de la trama transmite el suficiente interés. Al contrario, la sensación que da la película es que el director dejó vía libre para que Allen disfrute de este recreo menor donde su personaje, que se declara viejo, vuelva a presentar sus fobias con las mujeres, ahora enmascarado en el rol de actor. Únicamente cuando su personaje (Murray) es secuestrado por unos judíos ortodoxos, el film permite alguna sonrisa complaciente, superficial, sólo eficaz por el rostro de Allen mirando con temor al grupo que tanto conoce y muchas veces expuso en su extensa filmografía. Esos minutos son los destacables de la última película de Allen. Uf, perdón, de Turturro "dirigiendo" a Woody Allen.
Alianza para el ridículo La sociedad entre John Turturro y Woody Allen en Casi un gigoló da como resultado una comedia fallida sobre el sexo, la religión y la amistad. Alguien debería haberle sugerido a John Turturro que el argumento de su Casi un gigoló presentaba algunos problemas insalvables y ese alguien tendría que haber sido Woody Allen, un genio de las complicaciones. Pero como esa sugerencia crítica se disipó en un mundo imposible, las cosas llegaron demasiado lejos, mucho más allá de las fronteras del rídiculo. Si bien en los borradores las películas no son buenas ni malas, hay ciertas ideas que se denuncian a sí mismas como escasamente recomendables para invertir en ellas los millones de dólares que requiere una producción cinematográfica. ¿Cómo se puede suponer que la historia inverosímil de un pobre viejo judío (Allen) que prostituye a su amigo florista (Turturro) es combinable, por un lado, con la historia cómica de dos bellas millonarias (nada menos que Sharon Stone y Sofía Vergara) dispuestas a pagar por un trío sexual y, por otro lado, con la historia romántica de una viuda judío-ortodoxa (¡Vanessa Paradis!) que descubre los síntomas del amor en su cuerpo. Esa salsa étnica y génerica es condimentada con una profusión altamente tóxica de lugares comunes musicales, humorísticos, raciales y eróticos. Por ejemplo: en el primer encuentro entre los personajes de Turturro y Sofía Vergara, la lid amorosa se resuelve bailando un tango. Sí, da vergüenza ajena. Ni Casanova, ni Don Juan, este gigoló por accidente, experto en idiomas, en botánica y en libros antiguos, sufre una especie de melancolía constante, que es lo que mejor cuadra con la cara de Turturro. En paralelo, Allen se resigna a ser la versión anciana del eterno Woody: charlatán, neurótico y sabio a pesar de sí mismo. Ese contraste, en vez de potenciar a ambos personajes, los coloca en hemisferios opuestos, como si estuvieran en películas diferentes. Hay más, y peor: entre todas las cosas que pretende ser Casi un gigoló, no faltan la sátira religiosa y la crítica sexista, aunque no sale beneficiada en ninguna de esas incursiones por los parques temáticos de la buena conciencia. Por suerte, en contra de lo que dice el refrán, del ridículo también se vuelve. Turturro casi lo logra al final, mediante un sutil pase de magia. De pronto, de forma inesperada, en la última escena, saca de su roída galera algo distinto, tan artificial como todo lo anterior, pero aún vivo y latente. Y justo ahí, la película termina.
Para disfrutar sin complejos Por suerte, la entrada al cine para ver a estos dos queribles seductores no es tan inaccesible como sería (para nosotros) la tarifa si quisiera tener un contacto más cercano. Y más suerte, si la puede ver como invitada o con un pase de prensa, nunca más oportuno. Porque con ellos una la pasa bien. Digan lo que digan los demás, “Casi un gigoló” es una experiencia gratificante. Escrita y dirigida por John Turturro, quien la coprotagoniza con el entrañable Woody Allen, ambos acompañados por la magnífica Sharon Stone, la sexy Sofía Vergara y la misteriosa Vanessa Paradis, la película es una comedia neoyorquina encantadora. Resulta que Murray (Allen) tiene una vieja librería en un barrio judío, que fue fundada por su abuelo, la continuó su padre, y ahora él tiene que liquidar, en lo que considera el fin de una era. En tanto que Fioravante (Turturro) está casi desempleado, trabaja dos días a la semana en una florería y con eso subsiste. Son amigos y se apoyan mutuamente. Murray comparte un departamento con una mujer afroamericana que tiene varios hijos (no se explica cuál es la relación entre ellos). Fioravante es un solitario de aspecto melancólico. Todos viven en un barrio judío en Nueva York. En esa situación de dificultad económica e incertidumbre acerca del futuro, a Murray se le ocurre la idea de convertir a su amigo en un acompañante de mujeres maduras. Y para debutar en el oficio, ya tiene una clienta en carpeta. Su dermatóloga (Stone) le acaba de confesar que tiene deseos de experimentar un ménage á trois y que está en la búsqueda del candidato. Luego de algunas vacilaciones, Fior se deja convencer y acepta el desafío. Entonces Murray, devenido en cafishio de su amigo, concerta la cita y el precio, y también establece los porcentajes a repartir entre ambos. El éxito de la experiencia los alienta a seguir buscando clientas, entre ellas, una amiga de la doctora (la voluptuosa Vergara), y al parecer, consiguen aumentar sus ingresos apelando al oficio más antiguo del mundo. Pero... siempre hay un pero, una mujer un poco diferente a las demás los pondrá en aprietos. Se trata de Avigal (Paradis), una viuda de un rabino ortodoxo. Avigal tiene seis hijos, producto de su matrimonio con el religioso difunto, y vive de una manera muy estructurada, siguiendo los cánones de la tradición hasídica. En esta oportunidad, Murray la convence de ponerse en manos de un “sanador”, con el fin de aliviar su estrés, y para ello deberá transformar a su pupilo en un judío recatado especialista en masajes descontracturantes. El caso es que la viudita es vigilada celosamente por un integrante de la patrulla vecinal (Liev Schreiber), quien la pretende. El vigilante la sigue y se pone a investigar a los rufianes, a quienes acusa ante las autoridades religiosas del barrio. El inesperado entrometido desencadena una serie de situaciones contradictorias y enredos, hasta que finalmente, la paz parece volver al tranquilo vecindario. Pero la experiencia dejará sus huellas. Fior quedará tocado emocionalmente por la dulce judía, lo que pondrá en riesgo su “trabajo” y por lo tanto, la sociedad con Murray. Mientras que Avigal, por su parte, comienza un incipiente flirteo con su policía enamorado. Todo sucede en un clima de comedia picaresca costumbrista, fresca, sencilla y elegante, con una banda sonora muy al estilo de las películas de Allen, más un fuerte componente de ternura, en donde todos los personajes son tratados con cariño y buen gusto.
Bajo el cielo del puente de Brooklyn Anónimo colaborador del guión, Woody Allen acompaña a su discípulo, John Turturro, en esta placentera aventura, en un mundo de almas solitarias. Comedia dramática sobre la soledad donde la amistad que celebran ambos nos llega con toda plenitud. Ante el estreno de este film que se presentó oficialmente en el Festival de Toronto en septiembre del 2013 y que despertó una crítica muy dividida, y frente al afiche del mismo que nos acerca a los actores protagónicos, aquí sobre un fondo rojo que permite divisar la silueta del puente de Brooklyn; en otros países, en el escenario de un iluminado parque de Nueva York, los que venimos siguiendo a Woody Allen, los que conocimos a John Turturro más tardíamente, de la mano de los Coen, sentimos una cierta ansiedad por rever aquel film que los reunió por primera vez en 1986. Hoy, a casi treinta años de aquella labor conjunta, en la que Allen lo dirige en Hannah y sus hermanas, podemos llegar a pensar este film, en parte, como un saludo de agradecimiento y un fuerte apretón de manos; como asimismo, un reconocimiento a toda la obra de uno de sus maestros, ya que John Turturro, de ascendencia siciliana, nacido en Brooklyn a fines de marzo del '57, de padre carpintero y madre cantante de jazz, nos lleva a recorrer distintos espacios que pueblan la filmografía de Woody Allen, desde una partitura que se hace eco de las melodías que acompañan sus historias, desde ciertos guiños que son particularmente todo un acierto, melancólicos algunos, humorísticos otros. En este, su quinto largometraje, el que abre en un ámbito muy presente en los films de su guía, el de una librería que va a cerrar sus puertas (recordemos una particular secuencia jugada en aquel film de mediados de los '80, ya citado, entre los personajes interpretados por Michael Caine y Barbara Hershey), la amistad que celebran ambos actores y directores, nos llega con toda su plenitud; particularmente, en el primer tramo del film, cuando escuchamos esa propuesta que el veterano Murray (el mismo Allen) le plantea a su amigo Fioravante,(nos referimos a un cándido Turturro) dedicado al cultivo de las plantas, al cuidado de las flores, sobre lo que conocemos como El oficio más viejo del mundo. Todo ocurre en un tiempo de fuertes desajustes, de grandes injusticias socioeconómicas. Y esta breve historia le fue narrada por primera vez a su barbero, cuenta Turturro; quien lo miró con gran expresión de alegría y le agradeció haber sido su confidente. De ahí en más, el encuentro con Allen se dio manera de manera inmediata, desde una admiración mutua. Y esto se percibe, más allá de la misma ficción, de los andaniveles del relato, en todo el film. Allen y Turturro, Bongo y Virgil, guía y aprendiz; ambos, en este momento en crisis (temática que no escapa nunca a la mirada de Turturro), juntos, lanzados a la aventura de proporcionar momentos de placer a aburridas y deseosas señoras de la alta sociedad neoyorquina. Hay ciertas alusiones al film de Blake Edwards, Muñequita de lujo (Breakfast at Tiffany's) y cuando la otoñal Sharon Stone sale al ruedo, desde una callada sensualidad, los reflejos de otros films, en los que dos décadas atrás fue la principal intérprete, encandilan el plano; siempre, ante la mirada casi inocente, soñadora, de Fioravanti o del ahora Virgil. Señoras de una aristocracia que nos lleva a pensar en el decorativo y glamoroso mundo de Blue Jasmine, en el que los afectos sinceros, los cálidos acercamientos, están ausentes. Señoras que verán en este exponente viril la oportunidad de sentirse vivas, acompañadas. En Casi un gigolo el cuerpo es la entrada a un íntimo rincón de asociaciones libres, de desenfado y también de confidencias. Pero por esas calles de Brooklyn, y siempre mediando la figura de su mentor, Virgil o Fioravanti aprenderá a sonreír de otro modo, cuando conozca a una joven viuda de un rabino, cercada por una tradición que la arrincona, vigilada por un antiguo pretendiente. Como en los films de su autoría, el personaje de John Turturro despliega su cortejo en la danza, junto a sus partenaires; al son de "La Violetera" en ritmo de tango o de la tan eufórica "Sway". Y así siguen los momentos en los cuales John Turturro va diseñando su periplo por un camino de alusiones; por esas calles que desde sus variados grupos étnicos, igualmente, nos llevan a llamar a otras puertas; como la de la familia negra, a quien Murray ayuda económicamente, a cuyos niños invita a felices paseos, divertimentos. Un discípulo saluda a su maestro. Y a su vez este maestro lo hace con algunos films que están presentes a lo largo de su obra. Desde un parlamento, ciertamente aggiornado por las circunstancias, por las miras de amplitud que pueden ser aceptadas sin tanto enojo en el mundo de hoy, Woody Allen, es decir Murray o Bongo (según la ocasión requiera) se permite recrear y ampliar el parlamento final de Casablanca, mítico film de Michael Curtiz, cuya secuencia de un supuesto cierre nos lleva a ese neblinoso aeropuerto en el que había tenido lugar una abnegada despedida. Y es entonces que en este momento de este film cuando escuchamos de los labios del personaje que interpreta Bogart, Rick Blaine, este parlamento que hizo época y que, aquí, en este nuevo film de Turturro, incorpora a nuevos actores. Sí, una comedia; así, sonriente; pero una comedia dramática sobre la soledad. En los lineamientos mismos del guión están presentes, tal vez, (por lo menos así, Turturro narraba a la prensa) los personajes de ese film inolvidable, olvidados y solitarios, del film de Allen de 1984, Broadway Danny Rose.
De tipos y estereotipos Para ser una película de premisa, Casi un gigoló hace bien una cosa: no pasan más de cinco minutos de comenzada que el asunto ya se pone en evidencia. No sin cierta simpatía y gracia, Woody Allen le propone a John Turturro prostituirse para ganar dinero. Digamos, si uno de entrada sabe -porque las sinopsis lo repiten hasta el hartazgo- que ese será el tema para qué demorarse más. Puede ser un poco desprolijo y hasta escasamente desarrollado, pero no deja de ser atractivo que con tanta economía de recursos el director y guionista exponga las cosas sin dilaciones. Aunque, también, puede ser un encendido de alarma ante una película que no tratará sobre eso si no que se meterá con otros asuntos atravesada su primera media hora. Y ahí, en esos “otros asuntos”, es donde Casi un gigoló se pierde en el más absoluto de los tedios, cuando decididamente pende de estereotipos gruesísimos para poder avanzar y la gracia del comienzo desaparece por completo. En un principio, Casi un gigoló parece una de esas películas pequeñas y amables que Allen viene desarrollando desde hace unos 15 años. Pero esta es, en definitiva, una de Turturro imitando a Allen. Y más allá de la liviandad para copiar al maestro en su etapa menos inspirada, el actor, director y guionista tiene ciertas pretensiones como para que, digamos, su película sea tomada un poco más en serio. La apuesta le sale mal, porque Casi un gigoló comienza a confundirse precisamente cuando se pone seria, cuando una judía ortodoxa y viuda entra en la vida del gigoló y el amor hace lo suyo. El mayor problema es de cohesión: la buena química inicial entre los coprotagonistas es dejada de lado, y el film parece contener caminos que no logran unirse nunca, por un lado el judío Allen burlándose de su propio grupo y por el otro el amante Turturro gozando o sufriendo de acuerdo a la chica que tiene enfrente. En ese panorama, la presencia de Woody es igual a la de la ardilla de La era del hielo, metiendo chistes cada tanto para que no se caiga la endeble estructura narrativa y para descomprimir la otra intrascendente y débil subtrama. Más allá de estos asuntos, el inconveniente mayor de Casi un gigoló tiene que ver con esas mujeres que contratan los servicios del taxy-boy Fioravante. Tenemos la neoyorquina deprimida de la alta sociedad (Stone), la latina zafada (Vergara) y la judía reprimida (Paradise). A esto sumémosle a la matrona afro que convive con Allen y a cierto policía judío ortodoxo. Todo parte de estereotipos que ni siquiera se desarrollan, que ni siquiera son graciosos aún en su propio lugar común. Así, a la progresiva confusión del relato (¿es una sátira sobre el judaísmo?, ¿una comedia social sobre el desempleo en el primer mundo?, ¿una comedia romántica algo bobalicona?, ¿un drama existencialista con el sexo y los cuerpos como moneda de cambio?) se le van incorporando algunos apuntes que hacen dudar un poco de la buena fe del guión para con las mujeres, exclusivos objetos hasta el plano final. A la confusión general llega una última secuencia inexplicable, donde surge un conflicto que hasta el momento nadie había mencionado. Todo se resuelve, claro, sin rigor y con mucha autoindulgencia. Como si todo fuera una excusa, un poco cara y que le roba demasiado tiempo al espectador.
Turturro, como si fuera Allen Director y guionista, el también actor coprotagoniza con su colega una comedia hecha a la medida. Para el florista Fioravante (John Turturro) y el librero Murray (Woody Allen), la necesidad tiene cara de hereje. Amigos desde que uno quiso asaltar al otro y se quedó como empleado de su librería por un tiempo, ahora comparten los embates de tiempos en que la gente se olvidó de los placeres del romance y de la lectura. A Fioravante poco le importa, tratándose de un hombre solo que lejos de toda ansiedad, disfruta de hacer de su oficio un arte con cada arreglo floral. Para Murray, en pareja con una morena madre de varios hijos, la situación exacerba su natural neurosis. Una confesa intención de la dermatóloga (Sharon Stone) de Murray de probar un menáge a trois con su amiga (Sofía Vergara) dispara la inventiva y, pronto, el judío le ofrece a su amigo italiano trabajar como gigoló mientras él le hace las veces de manáger. Fioravante acepta más por camaradería que por convicción y, a tientas, se encuentra en las artes del abordaje cuando otra posible clienta, Abigail (Vanessa Paradis), una mujer viuda de la comunidad judía ortodoxa de Brooklyn, viene a trastocarle los tantos. Turturro --con una filmografía variada en sus roles de guionista, director, actor y productor-- parece haber escrito una comedia a la medida de quien lo dirigiera en Hannah y sus hermanas. Más aún, da la impresión de que quien firma dejó a su coprotagonista hacer a su antojo y mover los hilos frente a cámara según su ser y hacer. El resultado es una comedia con muchos de los sellos de Woody Allen, que revuelve en un hecho circunstancial hasta encontrar las esencias dramáticas y risueñas que brinda la simple realidad. Un tributo simpático.
Un hombre maduro ofrece sus servicios sexuales para ayudar a su amigo. Todo gira en torno a dos amigos Fioravante (John Turturro) y Murray (Woody Allen) uno es católico y otro judío y cabeza de una familia afroamericana, viven en un barrio neoyorquino, ambos comerciantes uno trabaja en una florería y el otro en una librería (herencia familiar), su lucha es constante para poder pagar las rentas. Un día Murray, le cuenta a Fioravante (hombre sencillo, poco agraciado y bonachón) que existe una importante demanda por los servicios sexuales, y le propone que se transforme en un gigoló, este a pesar de no estar del todo convencido acepta con el fin de ayudar a su amigo, Murray que ha perdido su negocio y se transforma en proxeneta para sobrevivir. Y comienza esta alocada propuesta la primera clienta es la Doctora Parker (Sharon Stone), esta queda muy satisfecha y de esta manera se inician sus visitas como gigoló para mujeres de mediana edad y su amigo Murray va recibiendo importantes comisiones. Todo toma otro color cuando surge la propuesta de un trío, participando la Doctora Parker (Sharon Stone) y su mejor amiga Selima (Sofía Vergara) “un ménage à trois”, escenas muy bien jugadas donde ambas despliegan todo su sensualidad. De esta manera comienza a tener fama este “Fioravante”, una de las mujeres lo define diciendo que tiene sabor a Pistacho y a través de estos encuentros él intenta calmar los deseos descontrolados de las mujeres a cambio de dinero. Ellos se mueven en un barrio judío donde todo va bien, pero se complica cuando aparece en la zona Avigal (Vanessa Paradis, la ex de Johnny Depp) “idishe mame”, viuda y muy ortodoxa, madre de seis hijos y esta se siente atraída por: Fioravante (de quien desconoce su profesión y a raíz de eso surgen una serie de enredos, situaciones incomodas) y Dovi (Liev Schreiber) un policía que siempre estuvo enamorado en secreto de Avigal y que observa todo lo que sucede en el barrio. Esta comedia contiene chistes subidos de tono, por momentos resulta desopilante, con una gran química entre Turturro y Allen, buenos diálogos, picara, con enredos amorosos y muy sexy, con toques melancólicos y otoñales, buenos planos, fotografía y una bella banda sonora con temas de jazz que le otorga una pincelada de distinción. Uno de los problemas que tiene es que no todos los espectadores conocen la religión judía y existen pequeños hechos que se pierden. Tiene algunas pequeñas similitudes con “American Gigolo” (1980), película protagonizada por Richard Gere que tenía 30 años; y “Amante a domicilio” (2009), con Ashton Kutcher.
Mira quién habla La primera sensación que se tiene mientras estamos viendo el filme es que estamos frente a otra producción de Woody Allen. Finalizada la proyección esa misma sensación persiste, pero una vez que comenzamos a desentrañarla podemos dar cuenta de pequeñas variaciones en relación a los textos del pequeño gran neoyorquino, que hacen que podamos distinguir cuanto hay de John Turturro, el director de “Casi un gigoló”, y cuanto de la influencia de Woody Allen, a saber. Principalmente en los parlamentos de Allen se lo reconoce como su propio personaje, el que habla es él, indudablemente. Desde otro enfoque se podría decir que los elementos del lenguaje cinematográfico que van conformando la producción tienen la misma lógica, principalmente lo que se desprende del diseño de sonido, haciendo foco en la banda de música, uno de los aspectos más cuidados y característicos de las realizaciones de Allen, pues el jazz no se hace esperar, suena empáticamente con las imágenes. Hay cierta cadencia rítmica respetada desde ambas, para luego transformar esa cadencia en información extra en la conformación de los personajes, algo que Allen no utiliza. Recordar que en muchas de sus películas, sobre todo de su etapa europea, la música comenzó a tener una función narrativa importante. Turturro si bien no deja de lado esa función de la música, le da ese valor agregado, lo mismo sucede con la dirección de arte, la manera de iluminar las escenas, los tonos utilizados, la fotografía en general, hasta el diseño de posición de la cámara hacen referencia univoca a Allen, pero el detalle de los movimientos de los actores, el detenerse en las manos, en los rostros, dar tiempo a que la emoción embargue al personaje y al espectador es claramente del responsable mayor, en este caso también en la función de guionista. El narración comienza con imágenes que parecen de archivo, filmadas en 8mm o a los sumo en 16mm, con una voz en off, que aparentemente será el narrador de la historia, para casi inmediatamente transformar las imágenes en 35mm y diegetizar la voz, poniéndole el cuerpo del personaje Murray Schwartz (Woody Allen), un septuagenario, dueño de una antigua librería de libros usados en proceso de cierre, que no nos estaba hablando a nosotros sino a su amigo Fioravante (John Turturro), un hombre de mediana edad, silencioso, cuyo oficio de florista quedo en desuso, ambos circulando por la nada agraciada situación de saberse un desocupado. La propuesta que hará disparar la historia es que una bella mujer, su dermatóloga, le ha pedido a Murray un hombre joven con condiciones de conformar un “menage a trois”, no importa cuanto cueste “el servicio”. El elegido es Fioravante, y así planteado parecería ser que estamos en presencia de una comedia sexual de enredos. A medida que se desarrollan las acciones, uno como Taxi Boy, el otro como proxeneta, y como nada es posible de ser controlado en un ciento por ciento, todo el texto varía hacia otras vicisitudes, pasando a ser, seguidamente, desde la mirada de un católico criado en el barrio, una muy buena radiografía de la vida de los religiosos judíos ortodoxos en Brooklin, pero tampoco se detiene ahí. Contar algo más del cuento en particular sería casi pecaminoso, dicho esto sin hacer referencia al texto, pero lo que si se puede argüir es si la historia principal, esa que termina siendo la responsable de la progresión del relato, esta basado en hechos reales, ¿Qué pudo haber sucedido? Sin lugar a dudas que sí, al mismo tiempo que parece improbable que haya sucedido de esa manera por la características de los personajes, pero, como decía el famoso psicoanalista, es real porque es producto de una fantasía. (*) Una producción de 1989, dirigida por Amy Heckerling
El término es “simpática”: una película que cuenta cómo dos amigos (uno muy maduro -Allen- y otro un poco menos -Turturro, aquí también director-) montan un negocio casi sin quererlo dándole placer sensual a señoras y señoritas. El sexo es lo de menos y lo más simpático del asunto -más allá de su múltiple elenco y de que Allen siempre es gracioso- es el desconcierto de los protagonistas ante las mujeres. El resto, fórmula pura.
"No será una película Woody Allen, aunque bien podría haber salido de su imaginación. Falta, claro, su pluma ácida y precisa. Pero esta es una comedia liviana y pasatista para reencontrarse con el Allen comediante más que ese realizador y observador punzante de la sociedad norteamericana". Escuchá el comentario. (ver link).
El oficio más viejo del mundo John Turturro es un buenísimo actor de composiciones logradas, al ejemplo recordemos dos perfomances suyas como el atolondrado aunque inteligente responde preguntas de la TV de los años 50 en "Quiz Show (El dilema)"(Robert Redford, 1994) o su magistral "Barton Fink" (1991) a las órdenes de los hermanos Coen. Además dirige y logra buenas puestas en escena -o pantalla- de sus proyectos. En esta caso ha optado por una comedia dinámica, con buen humor y sobre todo la actuación de su conocido e idolatrado Woody Allen como partenaire actoral. Fioravante (el propio Turturro) ha caído en desgracia económica, pero su amigo de años y ocasional ex compañero de trabajo (Allen) decide pergeñar una salida que le traerá dinero, asi el segundo se convierte en su "cafishio" y el primero se las juega de juguete sexual para compañía de damas, en el medio hay un "menage a trois" con la madura pero muy apetecible Sharon Stone y la explosiva Sofia Vergara, aquí el espectador opinará "No te prohibís de nada..Turturro..!!!". Claro en el medio hay otra mujer, con la cual el protagonista se encandilará (Vanessa Paradis)y brotará algo más fuerte, encima la mujer es joven viuda de un rabino y el gigolo será acosado y casi enjuiciado por la comunidad judía religiosa. Los diálogos con el viejo Woody se asemejan mucho a las comedias de éste, y eso hace más atractiva la propuesta que con otros actores, no tendría ni la mitad de atracción que esta posee. Nada del otro mundo, hasta hay un concatenado de ideas típicas del cine de director de "Hannah y sus Hermanas, y "Medianoche en París" que resaltan temas como lo sexual y lo religioso, pero no mucho más que eso. En cuanto a la banda sonora es excelente, desde los títulos suena Gene Ammons haciendo una versión magnífica de "Canadian Sunset".
“Fading Gigolo”: Negocio redondo para los judíos A lo ancho y largo de Argentina y de todo el planeta existen distintos temas tabú: el sexo, las enfermedades, la muerte, la marihuana, la iglesia, los judíos, los negros, los bolivianos y los paraguayos, entre muchos otros. Algunos tan sólo con nombrarlos ya pareciera que se está discriminando. Una vergüenza, pero así nos manejamos. Sin embargo, hay uno de todos estos pequeños mundos tabú que es muy particular: el de los judíos. Como bien sabemos, en cualquier ambiente en el que hay al menos un grupo de gente, los comentarios de cualquier goy que hacen referencia a los judíos, acusándolos por su estereotipada tacañería o por su vestimenta ridícula -o mejor dicho, a la que no estamos acostumbrados-, son tomados como una ofensa o como lo que nosotros llamamos ‘humor negro’. Y el humor negro probablemente caiga mal y genere falsas apariencias. ¿Pero quiénes sí pueden reírse de los judíos? Sí, claro. Los mismos judíos. Para esta ocasión, el negocio le sale más que redondo a ellos y pueden llevarse su ansiado billetín. Aprovechando su descendencia italiana, John Turturro (protagonista de ‘Barton Fink’ y uno de los rehabilitados en ‘Locos de ira’) toma esta vez la cámara y se sumerge junto a ella en un barrio estadounidense lleno de ortodoxos de esta religión. Y quién más lo iba a recibir allí sino más que el mismísimo Woody Allen, judío número uno si es que lo hay. Y es él quien se hace cargo de este film con un papel como el que ya le conocemos, haciendo prácticamente de él mismo pero con un nuevo nombre. En este caso, Murray. El viejito desconsolado y perdido que tartamudea ahora se ve sumergido en una situación financiera complicada y descubre una oportunidad para sumergirse en el mundo de la prostitución masculina. Entonces, uno haciendo de gigoló y el otro representándolo, se mandan. Sofía Vergara y Sharon Stone son las llamadas “milf” que predicarán por el cuerpo de un seductor Turturro, o “Fioravante”, como se hace llamar él. Al mismo tiempo, se desenvolverá la nunca faltante historia de amor y aparecerán los problemas de personalidad y el pasado, sobre todo cuando entra en juego el frío personaje de Avigal, interpretado por la francesa Vanessa Paradis. De esta manera, la película se conforma por interesantes personajes jugosos. Otra buena es la muy buena elección para las músicas, que merodean entre ritmos experimentales y distintos idiomas, incluso llega a sonar un tango electrónico. A la fotografía se le nota mucho que le falta el toque Allen, ese que es más romántico; mientras que el guión parece desenvolverse con algo de obviedad como en casi toda historia de comedia. Sorprende más leerla e interpretarla que meterse de lleno en la acción. No sé si la película es tan divertida como esta crítica pero sí vale la pena verla si te gusta Woody Allen, que aunque no la dirija, se lleva los aplausos en este final de la obra. Y sino háganle caso a Turturro, que lo eligió a él y el negocio le salió más que redondo.
Sencilla pero entretenida Fioravante decide convertirse en un Don Juan profesional para hacer dinero y ayudar a su también amigo Murray, dueño de una librería a punto de cerrar. Con Murray haciendo el trabajo de su “representante”, de pronto el dúo se encuentra atrapado en las corrientes cruzadas del amor y del dinero. Siempre resulta gratificante para el espectador reencontrarse con Woody Allen. Aunque, en esta oportunidad, su labor se reduce sólo a la actuación, ya que la dirección y el guión corren por cuenta de John Turturro, quien también protagoniza “Casi un gigoló”. La historia de estos dos amigos cuyas vidas se desploman de un día para el otro, no es demasiado original. Pero las características con las que el director decide encarar la narración, la convierten en un producto que se puede disfrutar desde el principio hasta el fin. Para eso, el recurso utilizado es el humor. Un humor que hace foco en la colectividad judía y que transita por distintas vertientes, todas superficiales pero efectivas. Fioravante (Turturro) se convierte en un taxi boy maduro y poco agraciado que atiende mujeres y ayuda también a su socio y amigo Murray (Allen), el cafishio de la historia que se encuentra en bancarrota. La insólita sociedad da sus frutos mientras las citas se acumulan: desde una terapeuta encarnada por Sharon Stone (acá también con las piernas cruzadas) hasta una monumental Sofía Vergara, obsesionada por un ménage à trois. Pero, lo más acertado del filme es la elección de Allen: el papel del fracasado librero judío, quejoso, demasiado neurótico y analista, parece hacer sido hecho a su medida. Y Turturro construye la historia en torno suyo, sin pretensiones, como rindiéndole un homenaje secreto. Incluso con la elección del escenario: el barrio judío Williamsburg, en Brooklyn, con mucho jazz de fondo. Mención aparte merece la labor de Vanessa Paradis en el sorprendente papel de una joven viuda judía, atormentada por su cerrada comunidad, que finalmente se deja llevar por los engaños inofensivos de Murray. Claro que si alguien pretende encontrar en esta película un tratado sociológico sobre la prostitución masculina en la edad madura, que siga de largo. “Casi un gigoló” es una comedia sencilla y previsible, pero tierna y bien actuada.
Casi un gigolo es una propuesta poco habitual e interesante para pasarla bien. La historia tiene subidas y bajadas, pero las buenas interpretaciones terminan haciendo creíbles a varios de sus momentos más disparatados. John Turturro realiza un muy buen trabajo como guionista y director, y como si fuera poco, como actor se destaca por lejos sobre todo el...
El taxi boy de Woody Allen En una ciudad llamada Nueva York, las mujeres de mediana edad parecen estar insatisfechas y aburridas. Una de ellas es la doctora Parker, interpretada por Sharon Stone. Parker necesita algo más. Quiere satisfacer sus deseos más ocultos, y está preparada para encamarse con su mejor amiga Selima – la colombiana Sofía Vergara- y hacer un ménage à trois. Y así como si nada se lo comenta a un paciente, Murray, que no es otro que Woody Allen. Y a éste se le ocurre una idea un poco fuera de lo común: ofrecer a su amigo Fioravante como gigoló. Fioravante, encarnado por el actor y el director de este film John Turturro, no puede creer lo que le está pidiendo Murray, y se niega repetidas veces, diciendo que sería abusar de la inseguridad y de la vulnerabilidad de las mujeres. Pero a Woody Allen no se le puede decir que no por mucho tiempo, y eventualmente termina cediendo ante una profesión que al comienzo parece ser un tanto incompatible con su edad –un cincuentón llegando a los 60- y con su oficio de florista. Pero Fioravante sabe mucho más de lo que se imagina sobre cómo atraer y conquistar al sexo femenino, y por la módica suma de 1000 dólares por acto -60% para él y 40% para su proxeneta, Murray- emprende un viaje de ida al mundo del servicio del placer. Casi un Gigoló es el sexto largometraje dirigido por Turturro –un actor con más de 70 créditos a su nombre- y es un perfecto ensamble de géneros, que une perfectamente el drama y la comedia, Woody Allen aportando esa chispa y humor de una manera que sólo él puede hacerlo, y Turturro ofreciendo el lado dulce y sentimental, creando una película cuya trama podría haber disparado para cualquier lugar común o poco creíble, pero que en vez logra una historia disparatada y conmovedora a la vez. Artística, con una fotografía influenciada por Spike Lee y el mismo Woody Allen, y con un humor acertadísimo, John Turturro logra, con Casi un Gigoló, traer a la pantalla grande un film apasionante, con un elenco estelar y diálogos punzantes, inteligentes y refrescantes.