Corazón que siente La nueva película del realizador danés Bille August, Corazón silencioso (Stille hjerte , 2014), es un drama de recámara acallado y melancólico, bien alejado en tono y espíritu de la rimbombante La celebración (Festen, 1998) de Thomas Vinterberg, pero acorde en el desarrollo de su trama y las tramas secretas entre sus personajes. Se trata de una reunión familiar entorno a una Navidad falsa que sirve de pretexto para velar la inminente eutanasia de la matriarca de la familia, que ha sido diagnosticada con una enfermedad terminal. La matriarca es Esther (Ghita Nørby), que ha decidido quitarse la vida el próximo domingo. Su marido es Poul (Morten Grunwald), médico. Llegan sus dos hijas: Heidi (Paprika Steen, la inestable oveja negra de La celebración, ahora la doméstica hija mayor), y Sanne (Danica Curcic, la depresiva hija menor). Heidi llega con su marido e hijo digitalmente enajenado; Sanne trae consigo a Dennis (Pilou Asbaek), su novio fracasado. El elenco se cierra con Lisbeth, una vieja amiga de Esther. Vamos descubriendo el rollo entre cada uno. Esther acepta el regalo de Lisbeth, pero ignora el de Heidi. Heidi no aprecia la presencia de gente que no es familia, como Lisbeth, o el novio de Sanne, que por cierto está llegando muy tarde. Sanne es la única que se opone abiertamente a la eutanasia, y planea abortar el suicidio de su madre con una llamada a la ambulancia. Dennis es su confidente, pero preferiría ni estar allí y pasársela drogado en otro sitio. Y así. La película se apoya sobre las interpretaciones de las tres actrices principales, todas agobiadas por el pathos de la muerte: Nørby en el papel de una mujer que quiere y teme el suicidio, Curcic en el papel de una mujer traumada por su propio intento de suicidio, y Steen, que aprueba del suicidio de su madre con sobriedad hasta que descubre información secreta acerca de las motivaciones de ciertos personajes. Es más o menos a esta altura que la película cobra interés en su desarrollo. Hasta entonces tenemos una situación tensamente sostenida en la que cada personaje reafirma una y otra vez su relación con el resto y con el tema central de “dejarse morir”. Es cuando los personajes hacen un giro abrupto en su posición que el film despega: quizás Heidi no está de acuerdo con la eutanasia, quizás Sanne es capaz de tolerarla, quizás el miedo puede más en Esther. “Tuvimos un día tan lindo, ¿por qué no podemos tener otro más? ¿Por qué hay que terminar de vivir mañana?”. El libreto de Corazón silencioso– escrito por Christian Torpe – es sentimental y melodramático, efecto que se sostiene perfectamente sin ningún tipo de falsa pretensión gracias a las actuaciones del trío protagónico y un prolijo guión que cierra por todos lados hacia el final, y le da al público exactamente lo que esperaba, de la forma que lo esperaba.
Esther es una madre, esposa y abuela que sufre de esclerosis lateral amiotrófica (o sea, la enfermedad que tiene Stephen Hawking). Aunque los síntomas aún no se han manifestado con toda su fuerza, su esposo Poul, un médico, está seguro de que sólo le quedan unos pocos meses para que pierda la capacidad de moverse, hablar, comer y respirar. Esther entonces toma una difícil decisión: quitarse la vida mientras es capaz de hacerlo. Pero antes de eso, reúne a toda su familia en su casa de campo para pasar una última Navidad juntos. Como podrán ver, Corazón Silencioso no es un manojo de risas. Es un filme serio, sobre un tema delicado, para algunos intocable. El director danés Bille August cuenta la historia de una familia que debe lidiar con una muerte dolorosa pero inevitable, y, en especial, sobre la reacción de las dos hijas de Esther, quienes comienzan a tener dudas sobre la decisión de su madre. August, uno de los pocos cineastas en ganar la Palma de Oro en dos ocasiones, desarrolla la historia con precisión, interesado, más que nada, en los personajes. El elenco también está muy bien; cada uno de los actores recibe su momento para brillar y lo aprovechan al máximo, sin nunca destacarse más de lo necesario. El guión, por un escritor llamado Christian Torpe (jeje), es tranquilo, básicamente lento, lo cual podría ser un problema para algunos espectadores. El filme nunca parece decir nada sobre el tema de la eutanasia, como si ella fuera cosa de todos los días (y sabemos que aún no lo es). Este es un efecto secundario del foco del director sobre los personajes. Pero es su decisión; hay que respetarla, che. VEREDICTO: 6.5 - MÁS SILENCIO QUE CORAZÓN No se olviden: Corazón Silencioso es una película sobre una abuela que se suicida. Si no les interesa desde el vamos, ni se esfuercen. Pero si desean darle una chance, van a encontrarse con un filme intimista con grandes actuaciones.
Una despedida a la danesa El sexagenario Bille August sorprende con un drama familiar minimalista que quiebra la grandilocuencia de sus trabajos previos y además analiza las implicancias de la eutanasia, la cual -de la misma manera que el aborto- aún cae vergonzosamente en el campo de la ilegalidad en gran parte del globo y en pleno siglo XXI… Resulta de lo más curioso que Bille August, un director que se hizo conocido en el ámbito internacional -allá lejos y hace tiempo- con aquel díptico compuesto por Pelle, el Conquistador (Pelle Erobreren, 1987) y Con las Mejores Intenciones (Den Goda Viljan, 1992), sea el responsable de Corazón Silencioso (Stille Hjerte, 2014), una propuesta mucho menos aparatosa en cuanto a su metraje y despliegue melodramático, si la comparamos con las anteriores, y a su vez superadora con respecto a su tenaz coqueteo con el mainstream anglosajón; hablamos de opus como La Casa de los Espíritus (The House of the Spirits, 1993), Los Miserables (Les Misérables, 1998) y El Precio de la Libertad (Goodbye Bafana, 2007). De hecho, la película hace maravillas en “apenas” 97 minutos, una duración inusual para August, algo así como un especialista en epopeyas erráticas y excesivamente extensas. Evitando en buena medida los puntos muertos esporádicos bergmanianos y los golpes bajos “maquillados” del pasado, hoy el realizador se luce en la puesta en escena, la dirección de actores y en lo que podríamos definir como el aprovechamiento de una premisa de base que puede parecer sencilla, no obstante el danés la exprime con inteligencia: sabiendo que se encuentra en las primeras fases de la esclerosis lateral amiotrófica, una enfermedad degenerativa neuromuscular para la que no existe cura y que conduce irremediablemente a la muerte, Esther (Ghita Nørby), la matriarca del clan de turno, decide suicidarse con la asistencia de su marido médico Poul (Morten Grunwald); y para despedirse de su familia lleva a cabo una reunión a la que acuden sus hijas Heidi (Paprika Steen) y Sanne (Danica Curcic), lo que por supuesto deja abierta la puerta para las desavenencias y los problemas. Mientras que Heidi con los años se transformó en una burguesa tradicional y se casó con Michael (Jens Albinus), con quien tuvo un hijo, Jonathan (Oskar Sælan Halskov), Sanne en cambio atravesó trastornos psicológicos y cayó en un ciclo de autovictimización, con un único cable a tierra a la vista, su novio drogón Dennis (Pilou Asbæk). El último invitado al encuentro -que durará un fin de semana- es Lisbeth (Vigga Bro), la amiga de toda la vida de Esther y Poul. El guión de Christian Torpe juega con varias puntas al mismo tiempo y sin recurrir a “carteles luminosos” dramáticos, superponiendo las distintas perspectivas en torno a la eutanasia y enfatizando el delirio de que en pleno siglo XXI la práctica aún sea ilegal en muchos países, al igual que el aborto. La necesidad del diálogo y de comprender al prójimo, sin forzarlo a adaptarse a nuestros preconceptos, aparece como el designio central. La realización analiza de lleno el choque entre la rigidez conservadora de Esther (una suerte de derecha vetusta y dogmática que niega la misma existencia de la otredad) y la apertura autoindulgente y ciclotímica de Sanne (una izquierda débil que se la pasa mirándose al espejo y haciendo poco a partir de lo que pregona). Todo el elenco en su conjunto ofrece un desempeño extraordinario que viene a confirmar que todavía es posible construir una tragedia hogareña dejando de lado -por ejemplo- los desniveles en el desarrollo de Agosto (August: Osage County, 2013) y la doctrina del shock y la somnolencia de Amour (2012). Corazón Silencioso hace de un verosímil sensato su mayor fortaleza, enarbolando una melancolía que no cae en una marcha fúnebre y permitiéndose algún que otro destello de humor en medio del dolor y las típicas “pasadas de factura” entre los miembros del clan…
Todas las familias esconden una historia… o varias Corazón silencioso (Stille hjerte), del danés Bille August (ganador de un Oscar por Pelle el conquistador y dos Palmas de Oro en Cannes, también por Pelle y Las mejores intenciones) es un drama magistral que inevitablemente nos remite a algunos argumentos del sueco, desaparecido en 2007, Ingmar Bergman –interpretado por un elenco muy convincente de mujeres: la veterana gran dama del teatro y el cine danés Ghita Norby, Paprika Steen (Concha de Plata en el Festival de San Sebastián 2014), la joven procedente de una emigración tradicionalmente respetada en Dinamarca, Danica Curcic, sus compañeros Morten Grunwald, Pilou Asbaek y Jens Albinus y el asolescente Oskar Saelan Kalskov- que aborda el más que complicado asunto de la eutanasia y el suicidio asistido, que tanto escuece en nuestras sociedades cada vez más conservadoras. En una isla danesa aislada, uno de esos paisajes inolvidables que solo es posible encontrar en el norte europeo, donde la luz es pálida y gris y se respeta la naturaleza como parte integrante de la existencia, un fin de semana se reúnen tres generaciones de una familia, y una amiga íntima de los mayores (Vigga Bro, una especie de espectador del drama durante toda la película hasta que al final se transforma en una protagonista más) para una cena de despedida de la matriarca aquejada de una enfermedad degenerativa, progresiva e incurable, que ha decidido acabar con su vida. Una “cena de Navidad” en verano, porque la madre ya no estará con ellos cuando llegue el invierno, a la que asiste una familia relativamente ordinaria -cada cual arrastra sus propias neurosis, pero convengamos que hoy eso forma parte de la normalidad- que está viviendo una situación extraordinaria inevitablemente plagada de emociones fuertes de rabia, duda, rechazo, pena y desesperación. El cine recuerda frecuentemente que una mesa y una comida son excelentes puntos de partida para despertar tensiones, antiguas rencillas y rencores conservados como en formol y provocar confesiones, acusaciones, arrepentimientos y promesas. En este caso, lo importante es que se trata de una familia que ha optado por no sufrir; que, en principio, ha aceptado la decisión de la madre y se limita a cumplir ese último deseo de una cena que les reúna a todos. Pero, a medida que avanza la historia averiguamos que, en realidad, no todos están de acuerdo en respetar la voluntad de la enferma. Desde hace unos pocos años, entre los realizadores -que ahora ya no consideramos “viejos” sino mayores porque la esperanza de vida crece al compás de los avances científicos que curan las antaño enfermedades mortales y proponen una vida más sana y más larga- crece una preocupación manifiesta por los temas relacionados con el final de la vida y, sobre todo, con una muerte digna (Amour de Michael Haneke es el último ejemplo representativo, pero no el único. Otro filme excelente es el canadiense Las invasiones bárbaras). En el caso de Corazón silencioso el argumento se detiene en los efectos que la muerte de la madre puede causar en el resto de la familia –cada cual con sus preocupaciones y esperanzas- tanto en el plano moral como en el más físico de su comportamiento, después de plantear un par de preguntas clave: ¿Es egoísmo decidir abandonar a la familia para evitar seguir sufriendo, sobre todo cuando se sabe que no hay curación posible? ¿Es egoísmo empeñarse en mantener con vida a una persona que quiere morir, solo porque la sigues necesitando?
EL DIFÍCIL ADIÓS Con un tema tan difícil como decidir la propia muerte, cuando una enfermedad deja muy pocas expectativas de sobrevida de calidad, el director Billie August construye un film delicado, sin golpes melodramáticos, con sensibilidad y buenos actores. Un último fin de semana para tres generaciones de una familia. La madre ha decidió quitarse la vida porque su enfermedad la reduciría a la parálisis y el coma. Con su marido médico urdieron la simulación de un suicidio. Y ahí están las dos hijas, sus parejas, un nieto. Convivirán un largo fin de semana del adiós. Y los conflictos, las sospechas el dolor saldrán a la luz. Conmovedora, distante, delicada. Grandes actores al servicio de una historia que sensibiliza al espectador.
Preparen los pañuelos (y guárdenlos) Bille August plantea un interesante dilema en torno a la eutanasia, aunque no consigue emocionar. En el subgénero de reuniones familiares, la parentela -que, en general, no tiene un trato frecuente fuera de esa ocasión- se junta por alguna festividad, un velorio, la repartición de una herencia. En el caso de Corazón silencioso, la excusa es tan original como terrible: víctima de esclerosis lateral amiotrófica, una mujer decide suicidarse antes de que la enfermedad degenerativa avance demasiado y la obligue a vivir en condiciones inhumanas. Y convoca a sus dos hijas, sus respectivas parejas, un nieto, y su mejor amiga, a un último fin de semana en su casa en el campo. Una vez que todos se vayan, su marido la ayudará a terminar con su vida dignamente. A partir de ahí, el veterano Bille August -director de Pelle, el conquistador y La casa de los espíritus, entre muchas otras- somete a sus personajes a una suerte de elaboración del duelo previo a la muerte del ser querido. Un experimento sociológico: a ver cómo lidia con esa eutanasia inminente cada uno de ellos, que ya cargan con sus propios problemas. Son los personajes típicos: está la hija problemática, la estructurada, el yerno desubicado… Todos involucrados en esa situación límite que lleva a que el espectador se pregunte, inevitablemente, cómo reaccionaría si estuviera en ese lugar. Hasta ahí llega la identificación. A pesar de la manipulación, de que todo está teñido por la melancolía y el dolor de saber que esa casi perfecta madre ya no va a estar, y que esa cena cálida y esa caminata otoñal no se repetirán, la película no consigue su objetivo de emocionar. August prepara todo el terreno como para activar los lagrimales del público, pero no llega a estrujar los corazones como hubiera querido.
Bille August y el dolor del adiós Haber obtenido reconocimiento internacional en 1987 con el triunfo en Cannes de uno de sus primeros films, Pelle, el conquistador, y todavía más haber merecido por la misma razón que Ingmar Bergman le confiara uno de sus guiones más personales, el de Con las mejores intenciones (nueva y merecida Palma de Oro), le dieron a Bille August un cartel de gran director a cuya altura no siempre pudo mantenerse con posterioridad. Ha sucedido con cierta frecuencia, por ejemplo en los últimos años, de modo que si bien esta dramática y sombría página familiar -el fin de semana de despedida que será la inevitablemente final (por decisión consensuada) de una matriarca fatalmente condenada por una enfermedad terminal-, no tuerce demasiado el rumbo de la anunciada decadencia del director sueco, deja señales de una considerable recuperación. El delicado tema de la eutanasia a la vista de una enfermedad sin cura y de lo que ella representa para los seres queridos que deben aceptar la decisión adoptada por la interesada, o negarse a ella coloca en discusión asuntos demasiado trascendentes como para recibir un tratamiento algo superficial, e incluso un remate bastante poco verosímil como el que propone el guión. August lo trata con la suficiente discreción, exenta tanto de solemnidad como de tentaciones lacrimógenas, y además cuenta felizmente con un grupo de actores (Ghita Norby y Papreeka Steen en especial) tan comprometidos con sus papeles como para evitar cualquier exceso.
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Desde Dinamarca, llega Corazón silencioso, un drama con exquisitas actuaciones y un clima único; dirigida por Bille August (Los Miserables, La Casa de los espíritus). Tres generaciones de una familia se reúnen un fin de semana. Las hermanas, Sanne y Heidi, han aceptado que su madre, enferma terminal, desee poner fin a su vida antes de que su estado empeore. Pero según transcurre el fin de semana, la decisión de la madre resulta cada vez más difícil de aceptar y viejos conflictos salen a la superficie. Bille August no es ajeno al drama y a la construcción de personajes al rededor de él. En Corazón silencioso los personajes deambulan eu una pequeña locación, una casa y sus alrededores. El ambiente los encierra, y las distracciones son pocas tanto para ellos como para el espectador. La atención recae en sus protagonistas, cada uno definido por lo mucho que dicen o por lo poco que hablan; por las miradas que se entrecruzan; o por un pasado que va saliendo a flote para entender más su sufrimiento. Paprika Steen (Heidi) y Danica Curcic (Sanne) realizan el papel de dos hermanas, separadas por su forma de ser, pero no tan diferentes como ellas creen. El cambio que conllevan a lo largo del film, transforma sus decisiones y son expresadas con un carácter único hacia la pantalla. Pilou Asbæk (A Hijacking, Juego de Tronos) el más ajeno a la familia, y el menos pensado; es aquel que formula la comprensión más consciente y reflesiva hacia Esther.
Una mujer enferma de ELA convoca a su familia para despedirse. Ha decidido, con la asistencia de su pareja, quitarse la vida. En la línea de Las invasiones bárbaras, de Denys Arcand, es esta una crónica tristísima de los últimos momentos de una vida, narrada desde la observación de lo que esto provoca en los demás. El film de Bille August exige mirar, esperar -tampoco mucho, no hay lentitudes exasperantes de esas que irritan a los enemigos del 'cine de arte europeo'- para entrar con ellos a esta casa e ir entdiendo qué sucede. Sin pasarse de la raya pero sin despegarse de su terrible asunto, el film cuenta con un puñado de estupendos actores daneses al servicio de la puesta en escena de una eutanasia. Son personajes desesperados, claro, sobre todo la menor de las hijas, a la que su novio fumón, suerte de comic relief, no sabe cómo acompañar. Entre las tensiones que salen a la luz durante esta convivencia anómala -novios, maridos, hermanas, nietos, ex parejas-, deberán enfrentar la distyuntiva entre respetar el deseo de la madre o no hacerlo y tenerla así por un tiempo más. Sin subrayados ni hallazgos notables, Corazón silencioso es un logrado, elegante y obviamente triste retrato de lo que se pone en juego frente a la pérdida y el desgarro, inevitables antes o después.
Elegíaca historia familiar con la eutanasia en el centro Paprika Steen comenzó antes del Dogma, y lo sobrevive. La hemos visto en dramones como "La celebración", "Los idiotas" y "Secretos en familia", y también en comedias como "Todo lo que necesitas es amor" y "Superclásico", filmada en Buenos Aires, donde ella es una señora casada, madre de familia, que se manda a mudar con un futbolista argentino (¡Sebastián Estevanez! casi todo el tiempo desnudo), y hasta acá viene el marido tratando de recuperarla. Ahora la vemos en un drama de aquellos, con un personaje que le hizo ganar el premio de Mejor Actriz en San Sebastián. Muy buena actuación, pero puede pasar desapercibida, porque todas las miradas van hacia una vieja octogenaria bastante maciza, siempre de ropas claras. Esa vieja es Ghita Norby, la narradora de "La fiesta de Babette", que acá interpreta a una mater familias en tren de despedida. Ante el dolor de sus hijas, la perplejidad del yerno, la distancia del nieto ocupado en su IPad, la sana comprensión de un tiro al aire con sentimientos, y la complicidad de su marido y su mejor amiga, la mujer decidió morir. Eutanasia asistida, que le dicen. Esclerosis grave es la razón. Pero las hijas no entienden de razones, se aferran a una esperanza, como si hubieran leído los "Sonetos medicinales" de Almafuerte. El resultado es una obra elegíaca, bien hecha, bien triste, apenas con una situación previsible para estirarla. Muy bien Norby, Steen, Danica Curcic y todo el resto, incluso el pibe que se lo pasa con los jueguitos, pero de vez en cuando levanta la cabeza. Y el director Bille August, por supuesto.
“Los días pasan muy lentamente. Y los años muy rápido”, cita la letra de alguna canción uno de los personajes de “Corazón silencioso”, del director danés Billie August (el mismo de “La casa de los espíritus” y la versión de 1999 de “Los miserables”). Porque Esther se encuentra enferma, y junto a su marido doctor y a su amiga de toda la vida, decide que es el mejor momento para morir de manera digna. Y así reúne a su familia y a las tres generaciones que se chocan y reencuentran en esa casa, durante esos días, que efectivamente se suceden muy lentos, mientras esperan lo inevitable. “Corazón silencioso” es un drama familiar que funciona de un modo bastante teatral al sucederse todo en una sola locación: esa casa que fue y sigue siendo testigo de muchas situaciones, discusiones, encuentros, y hasta secretos. August trata con necesaria sutileza el tema de la eutanasia con sumo cuidado, sin juzgar ni dar bajada de línea, simplemente dejando a los personajes ser, dudar, elegir. Porque la idea de esa familia es algo así como celebrar una despedida (celebran una falsa Navidad porque ya no hay tiempo para esperar la verdadera), que la ida sea del mejor modo. Pero en un principio parece fácil aceptar esa idea, sin embargo, cuando se le da vueltas pasan muchas cosas por la cabeza y no todos terminan de comprar. A esto se le suma el lento develo de un secreto familiar que aporta muchas dudas y rencores. Los personajes de “Corazón silencioso” son complejos. La irrupción de una amiga genera molestias en la hija de Esther, que quiere que sea algo estrictamente familiar. A la vez su hija trata con sus propios problemas psicológicos como puede al mismo tiempo que ella cae con su novio de mil idas y vueltas, un novio que al principio no es bien recibido (justamente, no es de la familia) pero de a poco se va ganando su lugar a medida que logra mostrarse como alguien diferente a lo que pensaban de él. El adolescente que acepta en silencio, y al mismo tiempo lidia con problemas típicos de su edad, como un primer amor aparentemente fallido. Las tramas se van tejiendo y entretejiendo, el drama va floreciendo dando lugar a los diferentes estallidos que van teniendo cada personaje. Sin embargo, cuando llega el momento de la resolución, “Corazón silencioso” se revela como una película menos arriesgada de lo que uno esperaba, aun bajo su aparente mentalidad abierta. Notablemente actuada (Paprika Steen, Ghita Nørby y Danica Curcic se lucen sobre todo como estas tres mujeres de diferentes generaciones) y filmada, la película de August con guión de Christian Torpe es un buen drama que gira más que nada sobre la familia, pero también sobre las decisiones que tomamos y el poder que tenemos para elegir. Más allá de lo duro de la historia a contar, el film tiene mucho corazón y se aleja entonces de dramas más fríos como “Amour” de Michael Haneke por ejemplo.
EL PRECIOSIMO DE LA MUERTE En Amor (Amour), el austríaco Michael Haneke había resuelto con desesperación y fuerza la cuestión de la muerte asistida, eutanasia o casi podríamos definir como la muerte amorosa, donde se ayuda a alguien que definitivamente se sabe, padece de una enfermedad que lo llevará a una muerte segura, tras atravesar un largo e inútil calvario. Sin alambicamientos, si recurrir al golpe bajo, Haneke consigue sin dudas lo que en Corazón Solitario no logra hacer Billie August, que no logra escapar del dramatismo obvio y edulcorado que en una situación tan extrema, como la que se vive en el film tiene de por sí y no necesita agregar absolutamente nada. Las dos hijas de un matrimonio, ya mayor, son llamadas a la casa familiar por sus padres, para pasar el último fin de semana. La madre de la familia ha decidido suicidarse con un coctel de pastillas, para no padecer las etapas finales de la enfermedad degenerativa que padece. Los invitados a la “despedida” además de las dos hijas son sus respectivas parejas, son el hijo de la hermana mayor y una vieja y querida amiga de la enferma. Todo se presta para el desarrollo del drama, presentado en un exquisito envoltorio. La casa es una finca campestre plantada en un paisaje tan bucólico como fotogénico, en los que August se demorara con elegante lentitud, que por momentos nos harán dudar si es cine o fotografía. Fija. Todo está cuidado hasta el más mínimo detalle, desde el reloj, que con ánimo de bolero, no deja de marcar las horas y la presentación de los personajes. Cada una llega en sus autos que casi las distinguen en sus concepciones filosóficas. La hija mayor casi una cincuentona, rígida, formal y bien pensante, con un marido muy acorde a ella, y un hijo quinceañero, devoto de su tablet, que no entiende muy bien de que va esa muerte, que casi es un asesinato. La hija menor soltera, aparentemente desestructurada, aunque en realidad inestable y confundida, con un novio de esos que ningún padre elegiría para su hija: sucio, desprolijo y fumón. La amiga de la madre fiel, sincera, tierna y a la vez demolida por la próxima muerte. El futuro viudo, un marido amante, estoico, a pesar de estar demolido por lo que vendrá, pero que se mantiene incólume sin que su dolor pueda traslucirse más allá de la lentitud de sus gestos y el tono apagado de su voz. Sin duda el fin de semana transitara oscuro, lleno de profundas conversaciones donde no estarán ausentes reproches y viejas e incobrables deudas. Si bien el tratamiento estético y actoral es inapelable, la historia esta recargada de todos los tópicos que no pueden faltar en semejante momento. Lo que nos dará sabor a camino recorrido, y más allá del preciosismo de la fotografía que por momentos se abre a paisajes tan anchos como la vida, la atmósfera del duelo, del dolor y la resignación no dan respiro a tanto encierro metafísico. Un film construido a la perfección de una obra de arte, tiene todo lo que se necesita para poder catalogarlo así, claro está que si además de todo lo que un film debe tener, tuviera alma. CORAZÓN SILENCIOSO Stille Hjerte. Dinamarca, 2016. Dirección: Bille August. Guión: Christian Torpe. Fotografía: Dirk Bruel. Edición: Janus Billeskov Jansen, Anne Osterud. Intérpretes: Ghita Nørby, Morten Grunwald, Paprika Steen, Danica Curcic, Jens Albinus, Pilou Asbæk, Vigga Bro. Duración: 98 minutos.
“Love Story” eutanásica y a la danesa. El director de Pelle, el conquistador reúne a una familia alrededor de una matriarca al borde de la muerte, en un juego entre doloroso y mórbido al que salva una puesta en escena clásica, que evita la pesadez o el formalismo. En la taxonomía oficial, el cine llamado “de calidad” –que apela, se supone, a las más nobles virtudes del espectador– y el “de explotación” –que apunta, por el contrario, a sus más bajos instintos– ocupan los extremos más opuestos de la escala zoocinematográfica. Sin embargo más de una vez se hallan más próximos de lo que suele creerse. Drama circunspecto y fúnebre, como la situación lo impone, el concepto básico de la danesa Corazón silencioso no difiere demasiado de films como 127 horas o Enterrado (ambas de 2010). O, incluso, yendo más atrás, D. O. A. (1950). En 127 horas se trataba de ver si el protagonista podía sobrevivir, en medio del desierto, a una situación aparentemente imposible de resolver. En Enterrado, si un hombre lograba escapar de su propio entierro en medio de otro desierto. En D. O. A., Edmond O Brien buscaba, en sus últimos días de vida, a quien lo había envenenado. El único asesino de Corazón silencioso es la biología, el azar, el caos universal o –tal vez puedan pensar algunos– cierto apuro excesivo de los dolientes. De lo que se trata es de las últimas 24 horas que una mujer mayor ha resuelto pasar en compañía de sus seres queridos, con la carga que eso tiene de duelo, densidad y morbidez. Y con cierta vuelta de tuerca que, por su recurrencia al factor sorpresa, aproxima más este severo melodrama nórdico a aquellas especulativas muestras de explotación cinematográfica. Film de cámara, Corazón silencioso (título extraño, en tanto el problema no tiene que ver primordialmente con ese órgano) transcurre enteramente dentro de la casa de la matriarca Esther (la octogenaria Ghita Nörby, que había actuado en Con las mejores intenciones, sobre guión de Bergman, y más recientemente hizo la vidente de Jauja, de Lisandro Alonso) y su marido Poul (Morten Grunwald), y sus alrededores. Ambos han citado a sus hijas a pasar el sábado con ellos. Las hijas son Heidi (Paprika Steen, una de las actrices más identificables del Dogma), que viene con su marido Michael (Jens Albinus, “el” actor por excelencia de ese fenecido movimiento cinematográfico) y su hijo preadolescente. Por su parte, la menor, Sanne (Danica Curcic) lo hace con Dennis (Pilou Asbaek). De Heidi y Michael puede verse que constituyen un matrimonio más o menos convencional, mientras que Sanne y Dennis son su contracara problemática. Sanne se recupera de problemas con el alcohol y un intento de suicidio, para Dennis toda ocasión es buena para fumar un porro y esa costumbre dará lugar a la escena más distendida de la película. El quid de la cuestión es que Esther sufre de esclerosis lateral amiotrófica, enfermedad degenerativa que le irá imposibilitando funciones esenciales. Papá, que es médico, ha acordado con ella una solución expeditiva, que tendrá lugar el domingo: esta reunión es de despedida. Estamos en terreno de la love story eutanásica, fundado por Michael Haneke en Amour. Jugando con la reconocida capacidad de los actores nórdicos a favor, lo que a falta de mayor profundización mejor celebra Corazón silencioso es esa ceremonia de despedida. Que no consiste en otra cosa que el reencuentro, la preparación de la cena (a cargo de Poul; Esther no está muy en condiciones de hacerlo), el sentarse alrededor de la mesa, un paseo al día siguiente junto al lado. Con Jens Albinus uno o dos pasos detrás del resto y Nörby y Steen (ganó la Concha de Plata en San Sebastián 2015) uno o dos por delante, todos los actores están tan “en personaje” que directamente anulan la distancia entre actor y máscara. Eso facilita a su vez la pérdida de distancia por parte del espectador, que puede integrarse a este juego entre doloroso y mórbido, sobre todo a partir del momento en que empieza a dudarse si matamos o no a mamá. Sobre guión de un señor Christian Torpe, que viene de la televisión, el veterano Bille August (ganador de un Oscar en 1987 por Pelle el conquistador, director de Con las mejores intenciones y La casa de los espíritus) logra que su puesta en escena clásica no caiga en la pesadez o el formalismo académico.
Elegir como y cuando. Esther (Ghita Nørby) es una mujer que ha pasado los sesenta años y sufre de esclerosis múltiple, ha tenido dos hijas, un nieto y una vida feliz. Su esposo (Morten Grunwald) es médico y le ha contado de forma franca y sin vueltas cual es el diagnóstico. Ante el avance de la enfermedad ambos han decidido practicar una eutanasia casera, mientras Esther aun tenga movilidad en los brazos y pueda suicidarse por sus propios medios para no implicar a su esposo. El matrimonio ha organizado todo a la perfección, incluida una cena de despedida con sus hijas y con Lisbeth (Vigga Bro), la mejor amiga de la pareja. Todos están al tanto de la decisión y van a pasar el fin de semana a la casa de la familia en el campo, para despedirse de Esther y pasar los últimos momentos con ella. Su hija mayor Heidi (Paprika Steen) es una mujer estructurada, tradicional, que llega junto con su esposo y su hijo para hacer todo a la perfección, ayudar en lo que se necesite y sostener su imagen de mujer perfecta mientras que la hija menor Sanne (Danica Curcic), acompañada por su novio hippie y drogón, es una mujer débil que ha sufrido de depresión y no está de acuerdo con lo que hará su madre. Esta perfecta familia danesa tratará de mostrar su mejor cara durante toda la jornada, seguros de que a pesar de la triste situación se debe respetar lo que la matriarca ha decidido. Pero a medida que el tiempo pasa la familia se relaja y un porro ofrecido por el novio de Sanne después de la cena, y compartido en familia, es el puntapié inicial para algunas cosas salgan a la luz; nadie esta tan seguro como parece, y esta última cena parece remover cosas que todos tenían guardadas. Lejos de enormes producciones como "Pelle, el Conquistador" o "La Casa de los Espíritus", Bille August construye esta vez un filme íntimo, donde casi todas las escenas suceden dentro de la casa -de modo casi teatral-, narrando de forma sencilla y verosímil un drama doloroso, real y lamentablemente cotidiano. De a poco los personajes se desnudan, se sacan las máscaras y muestran su dolor, construyendo un filme emocionalmente fuerte e intenso con excelentes interpretaciones de todo el elenco. Si bien el final es un poco desprolijo, el relato no pierde intensidad y es una historia que conmueve sin melodramas ni golpes bajos, transmitiendo sensaciones reales y haciéndonos reflexionar sobre algo que podría pasarle a cualquiera.
Toca un tema delicado como son las relaciones humanas ante la enfermedad, esclerosis lateral amiotrófica, ya la vimos en el film “La teoría del todo”. Se tocan dos situaciones polémicas como el suicidio y la eutanasia. Contiene un guión cuidado, intimista, con buenos climas, diálogos y actuaciones. Un film interesante, emotivo, con buenos giros y una impecable fotografía. Un tanto melodramática y ciertos espectadores podrían llegar a sentir que su ritmo es lento.
El danés Billie August, director de la célebre Pelle el conquistador, no es ajeno a los dramas familiares, pero con Corazón silencioso parece haberse superado a sí mismo en términos de sorpresa y (aunque esto es más subjetivo) ridiculez. En la primera escena, Heidi (Paprika Steen, de Los idiotas, ganadora en el Festival de San Sebastián por esta actuación) visita a su madre en compañía de su marido y su hijo adolescente; allí se reunirá con su hermana menor, Saane (Danica Curcic), con antecedentes de suicidios frustrados, su novio Dennis y Lisbeth, la mejor amiga de la madre. Hay un tono inequívocamente lúgubre en la reunión, reforzado por la fotografía preciosista de la casa de campo y sus alrededores, pero cuando aparece Esther, la madre (Ghita Norby), sonríe como esperando un regalo de Navidad. ¿Qué pasa? ¿Está senil y murió el padre, Poul (Morten Grunwald)? No: Poul enseguida aparece, ambos se ven bien, hasta que un diálogo casual revela al espectador que Esther padece una esclerosis degenerativa y planea despedirse de todos con una eutanasia en el bucólico entorno. Surgen escenas dramáticas de Saane, pastera adicta que se opone al largo adiós de su madre, mientras su novio, mucho más despreocupado, se entretiene armando porros y convida al resto para levantar el ánimo. Dennis es infantil, pero sus ocurrencias son bienvenidas (sobre todo por el espectador). En algún momento, Heidi descubre a papá y Lisbeth en una situación algo íntima y se brota. ¿Qué hay detrás de todo esto? August pudo aprovechar el elemento disruptivo para dinamitar la trama y despertar a la platea; en vez de eso, el director opta por un desenlace más conservador, más afín a una narrativa de film nórdico pre Wallander.
Antes de partir El director Bille August, danés de nacimiento, florecía allá, a principios de los años ’90, como el heredero del genial Ingmar Bergman, sueco por donde se lo mire, lo que aparecería “a priori” como un pequeño desfasaje. Ese rotulo ganado a partir de obras como “Pelle, el conquistador” (1987) y “Con las mejores intenciones” (1992), ambas ganadoras de sendos premios del festival de Cannes, la primera además ganadora del premio “Oscar” al filme de habla en idioma no ingles, la segunda sobre un texto autobiográfico de su admirado Ingmar Bergman. Hasta ahí llego su escalada hacia la cumbre de los grandes directores, luego su carrera cinematográfica se vería en un recorrido que iba de la bondad al bochorno, pasando por la incertidumbre, claro. Ejemplos no faltan desde “La casa de los espíritus” (1992), un filme sin alma, hasta “Tren nocturno a Lisboa” (2013), un trabajo sin demasiadas luces por donde se lo tome. Luego de ese gran fracaso, retorna ahora con una realización pequeño, de personajes, de cámara, casi teatral, pero la pericia del tratamiento en tanto elección de planos, desde generales a pequeños planos detalles, rostros, manos, dedos, pies, hasta los cortes, y recortes en proporción de montaje y personajes. Sin embargo algo de un pequeño malestar se produce luego de haberla visto. Deudora directa de la maravilla de Michael Haneke, “Amour” (2012), cerca de la idea de la dignidad, pero no tanto de la impronta y el discurso final. Dicho de otro modo, y entrando en el texto propiamente considerado, todo transcurre en un fin de semana, en la casa de la familia. Esther, ama de casa, esposa devota, y Paul querido esposo, ahora piadoso, médico entre rural y de familia, ambos padres de Heidi y Sanne, dos hermanas con bastante diferencia de edad. Ambas son convocadas a pasar el último fin de semana con Esther, enferma terminal, de deterioro insoslayable, progresivo (Esclerosis Lateral Amiotrofica), con ellas están sus respectivas parejas, y el hijo preadolescente de Heidi, se les suma a la “despedida” Lisbeth (Vigga Bro), la amiga de toda la vida de la anciana enferma. Esther ha tomado una decisión, mientras pueda hacerlo por sus propios medios dará fin a su vida antes que el mal que la aqueja la transforme en un vegetal. Un filme de estructura sólida, una trama que circula por la narración, dejando espacio para momentos de beneplácito, nunca comedia, no hay sorpresas, ni estilísticas, ni en el desarrollo del drama, salvo los secretos y mentiras posibles de cualquier familia. Tiene en su haber el que nunca debe recurrir al golpe bajo, ni efectista, en parte gracias al muy buen guión constituido por diálogos creíbles, y la recuperada pericia del director. En honor a la verdad, lo que termina atrapando al espectador, y sosteniendo todo la narración, son las actuaciones, un conjunto más que solvente de actores, principalmente la madre y las hijas, sobresalientes actuaciones de Paprika Steen (Heidi) y Danica Curcic (Sanne). El único punto en compromiso dentro del filme es; ¿Por qué la madre somete a sus seres queridos a esa disyuntiva? No hará nada si alguno de la familia está en desacuerdo, el título del filme en ingles “Silent heart”, tanto como en español, plantan un interrogante: ¿Cuál de todos los corazones es el silencioso? Todos tienen necesidades, algo que decir, reclamar, descubrir, aprender. Situación que se resuelve a partir del título original, bastante más acorde a la película, “Stille Hjerte”, cuya traducción literal sería “Corazón tranquilo”, que hace esencialmente foco en la madre.
Una mujer decide reunir a sus hijos y parientes cercanos para comunicarles una decisión: enferma terminal, quiere terminar su vida antes de que todo sea peor. Es decir, el viejo esquema de “situación límite pasa en limpio viejos traumas familiares”. August sabe contar con delicadeza esta clase de asuntos y, por cierto, lo logra. Y sí, hay revelaciones, algo de comedia en medio del drama y todo eso. Ni menos ni, desgraciadamente, más.
¿Cómo hablamos de lo difícil? Ésta es una de las preguntas que surge al ver Corazón Silencioso. El filme de Billie August no esquiva tratar, no sólo estos temas, sino temores, decisiones y estados de ánimo también. La trama parte de una reunión familiar de fin de semana después de la decisión que toman los involucrados sobre la salud de la madre. Todos los familiares quieren una ‘fiesta’ que se dé lo mejor posible, pero no tardan en salir las dudas en torno a la decisión. En tales dudas, August cae en los vericuetos de una telenovela. Los secretos salen a relucir y las mentiras son descubiertas. Es el tono comedido de la película y las actuaciones los que controlan tales giros. Los planos iniciales de los alrededores de la casa esbozan un ambiente taimado donde nos vemos tentados a adentrarnos. Planos posteriores de paisajes vistos desde la casa nos recuerdan que toda quietud es quebradiza. Por otro lado, hay actuaciones que sugieren con gestos cotidianos como los de Heidi (Paprika Steen) quien no se conforma con cruzarse de brazos en situaciones incómodas. Ella indaga en sus reacciones ante el personaje de su madre e incluso se relaja junto con los demás en una escena franca donde todos fuman porro. En esto, una de las fortalezas del guión es que no pretende resolver esta relación distante entre ellas. La muestra tal cual como es, con sus asperezas e inseguridades. Las actuaciones de Ghita Norby como Esther, la madre, y Morten Grunwald como Poul resuenan porque son más calladas, aunque llevan el dramatismo que moviliza la película. Afrontan sus escenas con calma. Danica Cursic, quien interpreta a Sanne, tiene el papel que puede caer con mayor facilidad en lugares comunes por los cambios de ánimo. No sale tan airosa como los demás, pero tiene momentos valiosos con su hermana Heidi y con su madre. Steen ganó en 2014 la Concha de Plata como Mejor Actriz en el Festival de San Sebastián. La película también ganó varias categorías en los premios daneses Bodil de 2015, entre ellos Mejor Película, y Mejor Actriz para Danica Cursic. Al final, los espectadores saldrán de la película movilizados y resignados. Es el proceso al que nos obliga algo tan íntimo como lo es la enfermedad, aunque la película no haga de sus personajes unos mártires.
LA ESPERA DEL FIN DE LOS DIAS Martín Heiddeger, dentro de toda su rica propuesta filosófica, plantea la idea de que el hombre es un “ser para la muerte”. ¿Qué quiere decir con esto? El hombre vive sabiendo que va a morir, nace muriendo. Lo que no sabe es cómo ni cuándo. Sobre esta incertidumbre existencial que a todos nos aborda, trata Corazón silencioso, interesante film danés que plantea la idea de UNA muerte intervenida y controlada hasta el más mínimo detalle. La película narra la historia de una familia que vive uno de los momentos más difíciles: la irremediable noticia de que la madre del clan sufre una enfermedad terrible e incurable. Ante tal hecho, el grupo familiar aprueba que se le ponga fin a su vida de forma íntegramente pautada: la muerte de la madre tiene fecha, hora y lugar a acontecer, además de un itinerario a seguir los días anteriores al hecho. A partir de este pacto, se reúnen un último fin de semana a “celebrar” el tiempo que les queda juntos. El director Bille August sabe cómo generar, de manera sencilla y atrapante, un film profundo que habilita a reflexionar sobre uno de los tópicos existenciales que más interpela (y ha interpelado) a la existencia humana: la muerte. La muerte, misteriosa, sorpresiva, generadora de pánicos y miedos, está exonerada de tales adjetivos en esta historia, se la trata de manera (aparentemente) fría, como un paso a seguir para evitar consecuencias peores de una enfermedad irremediable. Sin embargo, aunque la película no posea escenas trágicas ni dramáticas, la melancolía y la tristeza es evidente en la adecuada composición de los personajes, quienes al mismo tiempo transmiten la alegría que les ha generado el poder decidir de qué manera serán sus últimos instantes juntos. Es decir, si nos ponemos a hilar fino, el film propone una salida utópica a uno de los grandes dilemas de la humanidad: controlar el tiempo de vida y la forma en cómo se acaba nuestra existencia. Corazón silencioso no destaca ni por su escenografía (una linda casa de clase media alta, algo lujosa y agradable de ver), ni por su montaje, ni su musicalización (que es casi nula), sino por la intriga que se va generando en este ambiente tenso, paciente, que se encuentra a la espera del desenlace que se avecina en cuanto termine ese fin de semana. Interesante ejercicio de reflexión propone esta película danesa, aunque no es de extrañar dentro de esta filmografía encontrar films profundos que aborden desde lo fílmico problemas filosóficos universales (cabe recordar a Carl Theodor Dreyer, Benjamin Christensen, Thomas Vinterberg, Lars Von Trier, entre otros).