¿Será justicia? En la crítica sobre Preciosa que se publica por separado, Manuel Yáñez Murillo realiza (con mucho criterio) un recuento de todas las atrocidades por las que atraviesa la heroína del relato y que él define como pornografía sentimental. Algo similar se podría hacer con este thriller que comienza con el brutal asesinato de una mujer y de su pequeña hija ante la vista del padre y marido, y que luego aborda -por momentos de la manera más obvia y abyecta que pueda imaginarse- cuestiones como la venganza y el ojo por ojo, la pena de muerte, las canalladas de la Justicia o la lucha de un hombre armado contra todo el sistema político. Ideológicamente deleznable y cinematográficamente convencional, Días de furia es una película que -con buenas dosis de amarillismo, demagogia y sensacionalismo- sintoniza con cierta sensación de hartazgo de las sociedades civiles ante la escalada de violencia y la incapacidad de la clase política para dar soluciones concretas a esa creciente paranoia frente a la inseguridad. Quizás por eso pueda explicarse que este film ya no sólo mediocre sino también confuso (y hasta diría peligroso) haya recaudado más de 73 millones de dólares sólo en los cines norteamericanos. Veremos si aquí también repite semejante éxito. Bien podría ser auspiciado por el gobierno macrista con sus policías munidos de picana eléctrica.
El comienzo es muy bueno, lo que sigue es mejor, pero a partir del momento en que el protagonista realiza su primer venganza (ya entenderán de lo que hablo los que la vieron ...
¿Justicia para todos? Gerard Butler venga la muerte de su esposa e hijita por mano propia. Días de ira es otro de los títulos que dividirán las aguas entre aquéllos que verán en el filme con Gerard Butler un panfleto gorila a favor de la justicia por mano propia y quienes, tal vez con más ingenuidad, se queden con que es un thriller que expande sus límites hacia un costado no muy aconsejable. El director F. Gary Gray, de buen paso con El mediador, y en particular La estafa maestra, en Un hombre diferente tenía al frente al inexpresivo Vin Diesel a quien un capo de la droga mandaba asesinar a su esposa. Aquí Gray agrega que el psicópata que entra a robar a la casa de Clyde Shelton no sólo asesina a su esposa, sino también a su pequeña hija. Y el fiscal de Distrito (Jamie Foxx) le hace precio al asesino a espaldas de Shelton: si él acusa a su cómplice, éste tendrá pena de muerte y él quedará libre al poco tiempo. Si la película logra desconcertar en un comienzo, es algo similar a lo que sucede con Butler, quien cambia de género como de ropa interior. Fue el rey Leónidas en 300, luego saltó a la comedia romántica, al filme de suspenso con toques de comedia, al filme cómico sexual y ahora es el malo de la película. Porque acá es donde el espectador debe tomar partido: al viudo convertido en asesino serial ni siquiera puede considerárselo antihéroe. Lo que sucede es que el personaje de Foxx -el fiscal que con tal de mantener un alto porcentaje de triunfos en la Corte hace y deshace a su gusto, importándole poco que se imponga la Justicia- es igualmente deleznable. Y puestos a elegir, sobre gustos hay demasiado escrito. Y así, la película sorprenderá al espectador, pero no por el suspenso si no por alguna escena que se regodea con el gore, inesperadamente muy gráfica. Lo que en definitiva plantea Gray es que si el sistema judicial no funciona, ¿es válido que un hombre haga, no ya justicia por mano propia, porque directamente hace un ojo por ojo, y que las víctimas -alguna que otra es inocente- no tengan derecho al pataleo? Shelton quiere dar vueltas el sistema judicial. Su "los voy a matar a todos" no suena simpático y menos aún democrático. Días de ira hace de la ficción una bandera, alejándose de toda posibilidad de realidad cuando Shelton sigue masacrando personajes estando encerrado en la cárcel, primero, y hasta en una celda de aislamiento.¿Es que tiene cómplices afuera? ¿Cómo se las arregla? Cerebral o visceral, Días de ira es un thriller fuerte por donde se lo mire.
Sanguinario vengador anónimo modelo 2009 Gerard Butler, el hombre enceguecido por la ira Tal vez Días de ira quiera ser una edición 2009 de El vengador anónimo ; al menos parte de una premisa similar, aunque después todo se amplifique y exagere hasta el desatino. No han pasado cinco minutos de proyección cuando Gerald Butler, padre de familia afectuoso y algo incauto, abre la puerta de casa sin preguntar quién es y se topa con un par de depravados que lo desmayan de un golpe, violan y asesinan a su mujer y a su hija y lo dejan agonizando. Como es un ciudadano respetuoso de la ley (lo dice el título original), confía en la justicia y en particular en un fiscal (Jamie Foxx) que tiene el mejor récord de condenas de toda Fildadelfia. Algo siempre falla Pero ya se sabe que algo tiene que fallar, y falla: sólo uno de los dos asesinos es condenado a muerte. El otro pasará diez años en prisión. Los suficientes para que el protagonista transforme el duelo en furia, planee lenta y cuidadosamente su venganza y, llegado el momento, la ejecute del modo más sanguinario y más radical: ningún responsable de su desdicha quedará sin el merecido castigo. Con lo cual demostrará que puede ser un monstruo mucho más perverso que quienes le destruyeron la vida, que le sobran imaginación y astucia para ganarles en ingenio al fiscal, a la policía, al Poder Judicial y al Estado entero y que cuenta con un presupuesto y un know how que dejarían pálidos de envidia a 007 y a todo el servicio secreto de su majestad. Podrá no creerse nada de lo que se ve en pantalla (la dosis de gore parece excesiva), pero queda demostrado que F. Gary Gray y su libretista están dispuestos a sacrificarlo todo en busca de un presunto (y esquivo) suspenso. Incluida la lógica más elemental.
El regreso de los justicieros Nadie escapa a su destino. Las breves escenas iniciales muestran la matanza de la familia de Clyde Shelton, cometida por dos delincuentes durante un asalto domiciliario. Un retrato que por estas tierras la televisión se encarga de proyectar como una multiplicación de la realidad. Con gran apego a ese “realismo”, la siguiente secuencia presenta a un fiscal preocupado por mantener su alta tasa de condenas, informando al atormentado Shelton que uno de los acusados recibirá una pena menor por haber colaborado con el proceso, en tanto que el otro será condenado a muerte a largo plazo. Shelton le pide al abogado que no pacte con asesinos, pero el otro, conocedor de laberintos legales, insiste en que eso es lo más cercano al éxito que conseguirán. Mucha ley y pragmatismo, poca justicia, y la certeza en los ojos de Shelton de que nadie escapará a su destino. La diferencia entre Días de ira y otras películas que abordaron el asunto del vengador reside en que ésta agrega al fondo fascista que suelen sustentar a este tipo de productos unas cucharaditas de un condimento al que podemos llamar “falsamente anarquista”. El accionar de Shelton no pretende sólo cobrarse las vidas de sus familiares en las de sus victimarios, sino que busca demoler por completo un sistema al que juzga insalvable (pero al cual pertenece). Ese detalle provoca una ilusión de ambigüedad respecto del enfoque de la autojusticia, y aunque la película parece acertar en sostener esa dualidad moral en Shelton (Gerard Butler) y el fiscal Rice (Jamie Foxx) se cuida bien de marcar quién es quién y acaba por abrir sus juicios. En ninguno de ellos habrá el aprendizaje que el final sugiere: uno estará feliz de llegar con sus propias reglas al final bíblico; el otro se acomodará por conveniencia a un nuevo paradigma. Uno, fascista, lo seguirá siendo; el otro, falsamente ético, también. En lo artístico Días de ira no aporta gran cosa a las carreras de sus nombres principales. La dirección de Gary Gray (quien ya ha chapoteado estos fangales en Un hombre diferente, protagonizada por Vin Diesel) no pasa de lo correcto, complaciéndose en seguir algunas reglas muy básicas (como por ejemplo: “personaje que por miedo pone en duda sus convicciones, va a parar al asador”). Gerard Butler persiste en su intento de heredar a Mel Gibson y Jamie Foxx se dejó olvidados los matices junto a la foto de Ray Charles. Días de ira fue hecha para provocar: el reincidente tópico de la justicia por mano propia, de Charles Bronson a Sally Field y de Gladiator a Batman, sigue (y seguirá) siendo un tema controversial que, blanco sobre negro, tiene sus acólitos y detractores. Y el cine, sobre todo el norteamericano –que de eso se trata–, aprovecha cada oportunidad para obtener rédito de un río tan revuelto. No es que la cosa sea como para volverse Torquemada y pedir justicia divina para quien no acuerde con una u otra postura, pero no está de más subrayar que el primer motor de Días de ira obtiene combustible en las convicciones morales más extremas del espectador. Para ello disimula su supuesta ambigüedad tras un arsenal de prestidigitación cinematográfica, que acomoda al producto final bajo un conjunto de etiquetas –policial, acción, suspenso, venganza– que facilitan el acceso del público, cuando el fondo del asunto es mucho más complejo. Aunque resulta imposible negar que Días de ira consigue a su modo mantener la tensión y el interés por su intrincado crescendo de excesos, también es innegable ese carácter truculento. Quizá Robert L. Stevenson, sin referirse en lo más mínimo a esto, consigue arrojar luz sobre ese mecanismo, a partir de un comentario estético acerca de un colega francés: “Un hombre con la indiscutible fuerza de Zola se dilapida en éxitos técnicos. Para alimentar el menú popular y atraer al vulgo, agrega una constante provisión de lo que me permitiré llamar material rancio”.
La justicia en manos equivocadas. Una interesante mirada sobre la justicia y la ley. Si bien no es la primera vez que se trata este tema en una producción cinematográfica (pena de muerte, arreglos judiciales, leyes limitadas, entre otros), este film tiene algo de todo esto, más el agregado excesivo de algunos detalles de sadismo. El director F. Gary Gray (el mismo de La estafa maestra) cuenta la historia de un hombre interpretado por Gerard Butler (La Cruda Verdad), que luego de diez del asesinato de su mujer y de su hija frente a él y en su propia casa, queda totalmente desconforme con los resultados de la ley. Entonces regresa para realizar justicia por mano propia. No sólo contra sus agresores, sino también contra el fiscal del distrito (Jamie Foxx, El Solista) que llevo a cabo el caso contra los criminales. Está venganza, no solo amenaza al hombre que permitió una condena leve para los asesinos, sino también al sistema y la ciudad. Quizás con pocos momentos de intenso suspenso, la cinta lleva bastante bien la historia e incluso logra no imaginar un resultado final. Pero cuando se devela el secreto, el director decide finalizar rápidamente el film, dejando un sabor a inconcluso. Y si bien la película arranca con muchísima fuerza y crueldad, luego va tomando un cauce mucho más psicológico y de tinte dramático. Con buenas actuaciones de todos los intérpretes: el premiado Foxx (quien está semana también se lo podrá ver en un papel más distendido en Día de los enamorados), la historia se deja ver y puede dejar conformes a los espectadores.
Ciudadano lobo con piel de cordero Clyde Shelton (Gerald Butler) es un ciudadano modelo de los suburbios que recibe el más inesperado y devastador de los golpes cuando pierde, en una misma noche, a su esposa e hija durante el violento asalto a su casa. Sin embargo, el fiscal del caso (Jamie Foxx), un joven abogado seguro de sí mismo que siempre apuesta a ganador, decide pactar con uno de los dos delincuentes que arruinaron la vida de Clyde para poder condenar a muerte al otro. Insatisfecho con el sistema judicial por esta sentencia, el otrora tranquilo ingeniero y padre de familia madura a lo largo de una década sus planes de venganza, planes que incluyen a cada uno de los involucrados en el juicio (fiscal y jueces incluídos) a modo de un grotesco y violento juego de estrategia donde todas las piezas son movidas desde las sombras por una mente de asombrosa lucidez e inteligencia. A Gerald Butler, agotados todos sus mohines, sólo le queda componer un villano arquetípico del que se habla más de lo que se ve, pero que al mismo tiempo está lejos de generar el impacto de otros villanos (Keyzer Soze, de "Los Sospechosos de siempre", es un referente muy cercano, aunque lo que Butler compone recuerda más a una parodia que a un homenaje). Y Jamie Foxx hace lo que puede, en medio de una trama que sobrevive a puro golpe de efecto y que al momento de hacer hablar a los personajes deriva en diálogos casi tan ridículos y estereotipados como los de "Avatar". En sí, la premisa promete; pero como toda promesa debería sostenerse con buenos momentos de acción en pantalla, y estos momentos son escasos, cuando no previsibles. En una suerte de escalada de suspenso invertida, F. Gary Gray pone toda la carne al asador al principio, y una vez que se aseguró el interés del espectador (más allá de que en todo momento está claro cuáles serán los movimientos del psicópata, con la consiguiente pérdida de dicho interés) deja al garete su historia, derivando en uno de los finales más previsibles y descuidados del cine. Esta es la mayor flaqueza de la película; en un thriller como el que pretende ser, no sólo es un detalle mayor: es imperdonable.
Cómo hacer todo, pero todo, mal Días de ira produce un extraño deseo en el espectador: que a la media hora de proyección el celuloide se autodestruya, como sucedía con las instrucciones que le impartían al capo de Misión imposible. Así de canalla es este film de F. Gary Gray, que no sólo le falta al cine desde (casi) todos los rubros posibles sino que también carga consigo una ideología deplorable, además de varias ideas sobre la justicia equivocadas por donde se las mire. Un hombre (Gerard Butler, actor con minúsculas) es testigo de cómo un criminal despiadado –que asalta su casa junto a un cómplice menos violento que él– asesina a su esposa y su hijita. Por fallas en la instrucción policial, entre otras cosas que tienen que ver con el debido proceso, el ayudante del fiscal de distrito (Jamie Foxx) debe hacer un trato con el autor material del hecho, que perjudica a su compinche en beneficio propio ganando así la posibilidad de quedar libre a los pocos años. Cosa que efectivamente sucede, despertando las iras de este buen hombre, que empieza a ejecutar una venganza no sólo contra el asesino de su familia sino también contra los miembros del sistema que lo benefició, sin hacer distinción de categorías ni medir grados de responsabilidad. Lo que sigue es una horrible apelación a la justicia por mano propia –muy descriptiva y a troche y moche–, envuelta en un guión fatal, propio de un (mal) estudiante de cine, al que no le va en zaga el pobrísimo desempeño del director Gray. Si no invitara a la indignación furiosa, Días de ira, con sus fallas en el verosímil, sus actuaciones de cartón y su pobreza formal y conceptual, hasta causaría gracia.
El vengador anónimo Si se vaciara a Días de ira (Law Abiding Citizen, 2009) de todo su ideología ultra conservadora, de su moralina más recalcitrante, de sus odas al sistema judicial norteamericano y a leyes como forma única e incuestionable de justicia terrenal, recién entonces podríamos disfrutar de un thriller apenas bien construido y correctamente narrado. Clyde Shelton (Gerard Butler, también productor) es el padre modélico del american way of dream: un buen auto aparcado en un coqueto garaje, una bella esposa y una pequeña hija que disfruta mientras se relaja en su casa. Pero en un pestañeo todo se esfuma. Dos ladrones ingresan más deseosos de satisfacer su libido y apetito asesino que de cargarse objetos de valor. Viudo y sin hija, resignado a ver cómo el fiscal Nick Rice (Jamie Foxx) negocia la libertad de uno de los asaltantes, Clyde espera a que éste salga en libertad para perpetrar su ansiada revancha que no abarca sólo a los asesinos. Está desencantado con la totalidad del poder judicial, y se va a encargar de demostrarlo. El relato funciona hasta que se exacerba la presencia no corpórea de las mujeres de Shelton. Esa sobrejustificación del hecho violento (en la última media hora mira la foto de su familia no menos de 4 veces), la constante puesta de esos actos en el marco de la revancha, le quitan potencia a un malvado que se desvanece con el correr del metraje. Tampoco es casual la utilización de la palabra “malvado”. El director F. Gary Gray lo coloca en ese pedestal adoptando el punto de vista de Rice, el hombre de las leyes, aquel que no duda en relegar a su hija cuando de impartir justicia se trata, que deja libre a un asesino en pos de una negociación vaciada de ética, pero apegada a la fría e injusta Justicia. La moral brilla por su ausencia cuando la bondad o maldad es proporcional al apego a las leyes. Ese rectitud la ubica en las antípodas con El Vengador Anónimo (Death Wish, 1974), aquel clásico que inmortalizó a Charles Bronson como un justiciero por mano propia dispuesto a todo cuando de vengar a su hija y esposa se trata. Mientras que allí el sistema termina funcionando mejor gracias al impiadoso Paul Kersey, mérito que le permite evadir la vida carcelaria; aquí la Justicia está por sobre Shelton: no hay inteligencia ni logística que valga, el brazo de la ley es largo y siempre lo alcanza. Aquella era pura trasgresión, una película peligrosa y fascista, quizá síntoma de sociedad embriagada del desencanto post-Vietnam, esa guerra donde el Estado jamás brindó soluciones. Esta es tranquilizadora y demasiado conservadora, una palabra de aliento para la actualidad bélica. No es extraño pensar que un relato que ensalza el sistema estatal se convierta en un éxito de taquilla norteamericana. Días de ira se estrenó allí en octubre y recaudó más de 70 millones de dólares, un negocio redondo para una producción cuyo costo no superó los 20 millones.
A simple vista, Días de ria puede parecer otra película reaccionaria deleznable sobre una venganza. Gerard Butler parece tener una vida común y corriente hasta que dos hombres llegan a su casa a robarle y violan y matan a la esposa y a la pequeña hija del protagonista. Uno de los atacantes, el más malo, consigue un trato para declarar en contra de su compañero y conseguir una condena reducida. La furia se macera diez años en la sangre de Butler hasta que se desata en las narices del fiscal que tuvo que hacer aquel trato con los acusados. Pero las cosas no son tan lineales en el universo propuesto por F. Gary Gray, uno de los artesanos más efectivos del Hollywood actual. Días de ira parece correr a la justicia por derecha, pero la película se oscurece por completo, al punto en que se vuelve imposible distinguir buenos y malos, y se vuelve cada vez más atractiva. Pero sería injusto destacarla sólo por esa mirada que esquiva maniqueísmos y no tener en cuenta que se trata de una gran película de acción.
Elogio de la corrupción Días de ira (Law Abiding Citizen, 2009) es una suerte de exploitation -muy pero muy poco sutil- de la extraordinaria Batman- El Caballero de la Noche (The Dark Knight, 2008) de Christopher Nolan. La carrera del anodino realizador F. Gary Gray no admite términos medios y a rasgos generales se divide en obras rutinarias como El negociador (The Negotiator, 1998) y La estafa maestra (The Italian Job, 2003) y otras en verdad penosas como Un hombre diferente (A Man Apart, 2003) o Tómalo con calma (Be Cool, 2005). La historia sigue en paralelo el accionar de dos personajes supuestamente opuestos: Clyde Shelton (Gerard Butler), un terrorista que pretende atacar los cimientos del sistema judicial, y Nick Rice (Jamie Foxx), uno de los “abogados estrella” de la fiscalía. El primero es un pobre tipo que se quedó sin esposa e hija cuando dos delincuentes las asesinaron y el segundo es el principal responsable de que el peor de ellos sea liberado fruto de uno de esos típicos acuerdos que las aves de rapiña “consiguen” cuando no hay suficientes pruebas. Ya se ha dicho en innumerables ocasiones, la película tiene un inicio auspicioso, un nudo francamente en picada y un final lamentable, de esos que traicionan todo lo planteado hasta el momento. Lo que comienza como un canto a la insurgencia pronto muta hacia el conservadurismo simplón para luego desembocar en un triste elogio de la corrupción, la mano dura y el “cheque en blanco”, tanto policial como legislativo (con un aterrador estado de sitio de por medio). La idiotez de la trama apenas si ofrece un par de sobresaltos huecos. Ahora bien, el guión de Kurt Wimmer no es el único culpable. A esta altura queda claro que la cúspide de la trayectoria de Gray sigue siendo el video clip de Ms. Jackson de los OutKast… En el relato nos topamos con enormes agujeros negros: se han dejado de lado elementos centrales como la identidad del cómplice de Shelton o la del novio de la ayudante de Rice. Aquí definitivamente las productoras metieron mano recortando escenas y empantanando aún más las cosas, como si la contradicción ideológica no fuera suficiente. También en la labor del elenco encontramos desniveles. Si bien Foxx trabaja en piloto automático por lo menos Butler aporta algo de intensidad –por supuesto dentro de sus limitaciones- y a fin de cuentas se redime de la vomitiva 300 (2006). Su personaje, aunado al tono realista de la primera mitad, genera y mantiene un cierto interés que desaparece de golpe con las increíbles derivaciones que dispara el desenlace. Ahí es cuando el verosímil se hace añicos a pura torpeza narrativa y vueltas de tuerca símil El juego del miedo (Saw).
El tema de la justicia por mano propia es un tópico recurrente en el cine de Hollywood. Hace algo más de tres décadas, “El vengador anónimo”, protagonizado por Charles Bronson, inauguraba esta variante del thriller, cosechando polémicas y aplausos. Acá se retoma el asunto redoblando la apuesta de manera alarmante. Greg, un ciudadano de tantos, casado, padre de una nena, ingresa en el infierno tan temido cuando, sin aviso, tres forajidos se meten una noche en la casa, someten y matan a su mujer y a su hija. Sobreviene un juicio en el que el ayudante del fiscal de distrito consigue que uno de los responsables incrimine a otro, a cambio de una pena menor. A partir de ese momento, Greg se convierte en otro hombre. Un ángel de la muerte. Va a parar deliberadamente a la cárcel para llevar adelante una venganza que no tiene fin. Su ira no se agota con despachar a los asesinos: apunta a todo el sistema judicial. Así, caerán jueces, defensores y fiscales. Nadie parece estar a salvo ante esta furia desatada. De pronto, a la intriga se le va la mano y cae en la desmesura.
La ley de la incoherencia. Hay dos formas de hacer un film de acción clase B. La primera, siendo conciente de lo que estás haciendo y virar hacia lo bizarro, exagerado, inverosímil, pero tomarlo como estética, como parte del chiste del “vale todo”. Dando a entender al público que tu intención es hacer pasar un momento entretenido, sin demasiadas pretensiones y nada más. Pongamos como ejemplo a Robert Rodríguez, sin duda el mejor ejemplo contemporáneo en el tema; Roland Emmerich, el descendiente del cine catástrofe… Incluiría a Tarantino, pero, ya va más allá de lo bizarro, traspasa la barrera del cine de culto y ya se convierte en un director “importante” de la industria. Las películas de John Woo, por ejemplo, son estilísticas, tienen un lirismo y un sentido personal del ritmo. Son poesía y acrobacia pura. No importa cuan malo sean los guiones. John Woo es arte y se le debe perdonar hasta Operación Cacería. Pero están los que se creen que están haciendo algo más que una película de acción clase B. Los pretenciosos que realmente creen que con su película van a causar polémica, y que lo que hacen, con cero inspiración o pretensión artística y autoral, va a resultar un éxito. Son directores que hacen películas que fácilmente se confunden en estilos y narraciones con otras. Algunas de estas películas de acción, terminan siendo efectivos entretenimientos, porque más allá de los estereotipos, logran ser creíbles, verosímiles dentro del universo creado. Otras nunca deberían haberse hecho. F. Gary Gray ha entrado en el mercado de los directores invisibles. Bien uno podría confundirse a esta altura a Gray con Andrew Davies. Nadie niega que ambos tuvieron en su momento, un par de películas de acción y suspenso efectivas. ¿Pero se los puede acaso diferenciar en estilos, temáticas o rasgos personales.? No. Gray hace viene tiempo errándola. Su última película Be Cool, la “segunda parte” de El Nombre del Juego era una comedia sin humor, lugares comunes tras lugares comunes, golpes de efectos mil veces visto… Se puede perdonar, anteriormente, dos thrillers apenas entretenidos e interesante como El Mediador y La Estafa Maestra. Pero Días de Ira se trata sin duda del peor paso en falso de este, en algún momento, prometedor director. Clyde (Butler) tiene esposa e hija. Es inventor. Una noche le golpean a la puerta, él atiende y dos hombres entran, lo atan, lo apuñalan a él y la esposa, uno de ellos, la viola. Después, mata a la hija frente a los ojos de Clyde. Tiempo después, no se sabe ni importa como, ambos criminales son enjuiciados: el implacable fiscal Nick Rice (Foxx) hace un trato: uno de los asesino confiesa e inculpa al otro: el primero (el más cruel) es condenado a 5 años, mientras que el otro, tendrá la pena de muerte. Clyde quiere justicia equitativa. 10 años después ejecutará una oleada de venganza que empezará con los asesinos y tendrá como objetivo hacer caer todo el poder jurídico de Estados Unidos, especialmente contra Nick, quien se convirtió en el Fiscal de Filadelfia, y va a tratar de seguir el juego de Clyde e impedir que siga matando para vengarse de la “justicia”. Planteada como una suerte de película de Steven Seagal combinada con la saga de Bourne y algo de la serie La Gran Estafa, la película busca ser un thriller convencional con película de venganza con drama jurídico y sale perdiendo en cada área. El problema en principio no parte directamente de Gray, quien logra impostar cierto suspenso en momentos claves de la historia, pero sí del guión. Más allá de tener los mil y un lugares comunes, clisés, estereotipos, diálogos obvios pretenciosos y grandilocuentes (solo falta que Clyde diga: ¡Esto es Esparta!), los típicos juegos de “¿quién es el asesino?” (que tanto odiaba Hitchcock), situaciones previsibles, correcciones políticas, etc, etc, etc, la película es completamente inverosímil en su estructura y linealidad. Los personajes están realmente pobremente escritos, no hay complejidad de ningún tipo. Los cambios en los personajes son abruptos, ininteligibles, y lo peor, es que pretenden que el espectador se crea cada estupidez que va sucediendo. Acá el guionista Wimmer subestima la inteligencia de los personajes, del espectador y del pobre actor que hizo el esfuerzo por hacer creíble un guión que no tiene pies ni cabeza y se contradice constantemente en el mensaje. Si en algún momento, me parecía que la película podía dejarse ver, al menos como mero entretenimiento por cable, en el final con dos vueltas de tuerca, que pretenden provocar sorpresa en el espectador, terminan por confundir por la incoherencia temporal típica de los cánones del peor cine hollywoodense. No se puede pedir explicación a semejante final, a no ser que en diez años vivamos en el planeta Vulcano. Días de Ira (título que ayuda a confundir más al espectador desprevenido) se enrosca en una serie de subtramas que nunca terminan de congeniar, personajes secundarios que quedan dejados al margen incomprensiblemente (como el detective que interpreta el gran actor irlandés Colm Meany, totalmente desaprovechado), complots político risibles, explosiones, escenas de mutilación… ¿De que estamos hablando? ¿El Juego del Miedo con novela de John Grisham y El Vengador Anónimo? Al menos, Gray se mantiene fiel a una estética noventosa y no sobrecarga la pantalla de efectos visuales videocliperos o publicitarios a lo Tony Scott o Michael Bay. Pero si hubiese detrás de cámara un director que no se tomara muy en serio su rol, la historia que debe plasmar en pantalla, y tuviéramos delante a un dúo actoral con mística y química, podríamos decir que al menos nos divertimos. Pero F. Gary Gray pareciera creer que realmente está haciendo la remake de Pecados Capitales. Es cierto, que la película comparte puntos en común con El Mediador (hacer justicia desde medios poco ortodoxos) pero en ésta, la tensión no era interrumpida por giros tan inverosímiles; Samuel L. Jackson y Kevin Spacey creían en sus personajes. Gerard Butler, en cambio demuestra nuevamente que quiere seguir los pasos de Stallone o Seagal (no tiene carisma ni para la comedia, aunque lo intenta) como (anti)héroe del cine de acción, pero ni siquiera llega a ellos. Y obviamente, está muy lejos de un Charlie Bronson. Foxx es un desconocido. Tras interesantes interpretaciones en Ray, Colateral o El Solista, hace traspié con un personaje que no entiende desde los primeros minutos, y termina siendo demasiado contradictorio al final. Terminada la función, más que Días de Ira, tuve Un Día de Furia. Pero, ¿Por qué preocuparse tanto? al fin y al cabo es otra mediocre película de Hollywood, como habré visto, y veré tantas en mi vida.
Esta es la historia de un hombre que.... Disculpas, para que se entienda mejor de que va la película y cual es la tónica, se pasa a relatar como en el trailer, con esa voz tan particular, doblada al español: ¿Que harías un día, si tu familia, es violentamente atacada y asesinada por dos delincuentes? ¿Que harías, si la justicia decide dejar libre a quien causo tanto daño? Un Hombre que lo pierde Todo, decide vengarse y derrumbar todo el sistema (…) Básicamente Clyde (G Butler) es testigo del asesinato de su esposa e hija en manos de dos delincuentes, estos son atrapados y juzgados. El abogado Nick (Jamie Foxx) hace un acuerdo el cual da como resultado la pena de muerte para uno de los delincuentes y menos de diez años en prisión para el otro, que es el más sádico y autor de las muertes. Entonces una placa anuncia que pasaron diez años luego de la decisión de la juez, con esto se justifica todo lo que pase durante el film a partir de ahí para que nada sea cuestionado por el espectador, porque paso mucho tiempo y el personaje principal armo todo tácitamente. “El cerebro, Clyde” planifico la muerte de cada uno de los que integraron la decisión de dejar en libertad a el asesino, comenzando por este : hay torturas, explosiones, balas, más explosiones y frases rimbombantes como: “Voy a derrumbar todo el sistema sobre su cabeza”, “Matare a todos, sera de proporciones bíblicas” . El mensaje podría ser reever el sistema judicial en estados unidos, la pena de muerte, etc.... pero al estilo de los productores de Sr y Sra Smith . Hay un momento del film que el espectador decide si dejarse llevar por este loco, loco que todo lo ve y todo lo tiene preparado o ya empezar a imaginarse como seria la sátira fácilmente. Màs cerca del titulo “El vengador” que de “Dias de Ira”, el film es digno de un domingo a la tarde por canal 11.
“¿Qué hiciste para estar acá?”, le pregunta el compañero de celda a Clyde Shelton, el personaje que encarna Gerard Butler en “Días de ira”. “Lo que tenía que hacer”, le responde, lacónico. Esto es: hacer justicia por mano propia. En “Días de ira” la acción comienza cuando Shelton comprueba que la Justicia en la que siempre confió lo traiciona y deja libre a uno de los delincuentes que violó y mató a su mujer y a su pequeña hija enfrente suyo. El otro criminal es condenado a muerte después de que el autor material decide colaborar y declarar en contra de su cómplice para salvarse de la pena de muerte. La película se propone como un desafío, aunque el director esquiva cierta lógica en los procedimientos que le permiten a Shelton ejecutar desde la cárcel sus propios crímenes. El hombre la emprende contra los integrantes “del sistema” que consiente que un asesino quede en libertad y lo hace con suspenso sostenido y un guión efectivo. El desafío sucede cuando opone lo políticamente correcto a la necesidad de justicia (“no es venganza, es una lección”, dice Shelton sobre sus acciones); aquella necesidad a la polémica por la pena de muerte y la falibilidad de la justicia, y la posibilidad de que enfrentar con violencia a la violencia puede empeorar lo que ya está mal.
Días de ira es una película “para el debate”, una de esas en las que se trata de generar polémica alrededor de un tema echando mano a maniqueísmos, simplificaciones y sensacionalismo y que, de conseguir su objetivo, hacen que la gente salga de la sala hablando del tema en cuestión y no de la película. Dada su absoluta intrascendencia y pobreza cinematográfica, podría pensarse que el estreno de Días de ira solamente se entiende a partir de los tópicos que aborda, que son moneda corriente en la agenda de los medios de comunicación de nuestro país: la inseguridad, la justicia por mano propia, la supuesta ineficacia de las leyes a la hora de castigar el delito, y la corrupción del sistema que va desde los abogados hasta los mismos jueces. Dos criminales entran en la casa de Clyde Shelton y asesinan a su esposa e hija. Nick Rice es el abogado encargado del caso de Clyde que decide a espaldas de su cliente hacer un acuerdo con los acusados: uno de los delincuentes, Darby, artífice máximo de los crímenes, atestigua en contra de su compañero a cambio de una condena de pocos años. Clyde se indigna porque Darby es el verdadero responsable de la muerte de su familia, mientras que el otro (al que le toca la pena de muerte) tuvo una participación mucho más reducida; Nick le dice que un poco de justicia es mejor que nada y que de no hacer el trato seguramente los dos queden libres, pero la realidad es que Nick solamente está cuidando su récord de casos ganados: para él, la tragedia de Clyde es otra victoria en su impecable currículum. Así, desde el principio, primero con el sadismo de Darby y después con el engaño de Rice, la película nos coloca rápidamente del lado de Clyde, y va a seguir haciéndolo durante el resto del relato. El director F. Gary Gray no duda en filmar los peores y más gruesos diálogos que jamás se hayan escuchado en una película de juicio, de esos en los que los personajes prácticamente se regodean en su depravación y se enorgullecen de su inmoralidad, y produce la polarización ética tan común en este tipo de películas: de un lado están los malos, los corruptos, y del otro los justos, los intachables (Clyde, en este caso). Así, como equilibrando la podredumbre que se muestra del lado de la justicia, Clyde aparece revestido de una superioridad moral que por momentos raya en lo divino: Clyde le habla a Nick de lo que le falta aprender y amenaza con tirar el sistema abajo si no escuchan sus demandas, que según el mismo Clyde nada tienen de venganza sino que vienen a ser una especie de lección, una enseñanza. El personaje de Butler (actuación feísima del otrora brillante Leónidas) tiene a su alcance un poder militar impresionante y es capaz de castigar a cualquier personaje a distancia de manera misteriosa y sin dejar pruebas. A su vez, varias de las muertes que lleva a cabo son amparadas por la película, como la de la jueza, que después de una seguidilla de frases impresentables, es asesinada inesperadamente por su teléfono: en este caso, además de la función de castigo, la muerte opera como gag. Días de ira, en medio de su gravedad e ínfulas de película seria, no solo no se indigna frente a esta muerte sino que además se burla y la festeja. Pero es en este momento, que amenaza con convertirse el más abyecto de la película, que Gray ya anuncia los signos de un cambio notable, el paso de un tono grave a uno más libre y por momentos hasta humorístico y absurdo. La supremacía táctica de Clyde se muestra cada vez más avanzada e inverosímil, y las escenas finales, sobre todo en las que se devela su secreto, ya bordean el ridículo y la pavada, pero es justamente en ese límite que la película logra sacudirse la seriedad impostada del principio y deviene puro relato, cuando se abandona la búsqueda del debate simplón para nada más contar una historia. También ayuda la lenta pero segura caída moral de Clyde: al no ser ya el faro ético del principio, la película pierde el contraste que en gran parte invitaba a la polémica. Lástima que esa liviandad no dure hasta el final: Nick pareciera que aprende su lección (el plano final junto a su esposa en el recital de su hija es enervante), y Clyde tiene un final horrorosamente poético que recuerda al de Creasy en Hombre en llamas, otra película corta de ideas que por momentos escapaba a la condena absoluta gracias a sus excesos.
El director F.Gary Gray había hecho un thriller muy entretenido como "El Negociador" (1998), y después se metió con "Tómalo con calma" (Be Cool, 2005) y mostró un bodriazo insufrible, así estamos con este director. Aquí ofrece la historia de un hombre ingeniero que luego de sufrir un ataque de vándalos en su propio hogar, perdiendo mujer e hija, decide desechar la idea que la justicia puede hacerse cargo de la barbarie, y así tomar el toro por las astas o sea: venganza "Ojo por ojo", pero metódica, precisa, despiadada y a la vez...ilógicamente creible. Todo el entramado de este nuevo thriller es rápido, tecnicamente correcto, ágil, pero se instala en una serie de situaciones que superan lo imaginable, también puede olfatearse un cierto tufillo fascistoide, que llevará a pensar a algún espectador, que se trata de lo correcto. En verdad la crítica que el vengador hace al sistema judicial no es loca, como sí lo es el resto de la historia, solo que queda más que claro que la justicia falla, y está repleta de errores, y mechada de corrupciones, aquí, allá y en todas partes del planeta. Gerard Butler está desquiciado y acorde a su papel de enajenado social que llega sostener que su venganza tendrá casi "desatos bíblicos", y en la vereda opositora está el fiscal a cargo de Jamie Foxx, con mucho nervio también y hasta cierto grado de histerismo. Si bien está llevada como una peli entretenida, bien narrada, y nunca decae su ritmo, uno se sorprenderá con su final increible -en todo sentido amplio de la palabra-, y esa sorpresa quedará reservada para el espectador. Y si este después putea de bronca, como le ocurrió a muchos que vieron este año ese tremendo fiasco llamado "2012", será cosa suya. Entretenida si pero con reservas, morales, ideológicas y cinéfilas.
El individuo al que no se objeta Es importante en una película que pueda sostener su discurso en la trama, ya sea a nivel ideológico como de los personajes y situaciones. Días de ira es un filme que va delatando su incoherencia a cada paso, en especial hacia la segunda mitad de su metraje. Ya desde el principio la premisa de Días de ira es problemática: Clyde Shelton (Gerard Butler) es testigo de cómo su familia es asesinada. El fiscal que lleva el caso, Nick Rice (Jaime Foxx) decide pactar con uno de los asesinos, reduciéndole los cargos y dejándole una condena mínima, para obtener información que lo lleva a atrapar a un criminal de mayor rango, aún a expensas de los deseos de Clyde, quien decide planificar una siniestra venganza que no sólo abarca a los asesinos de su familia, sino también a todo el Sistema, encarnado en este caso por la Fiscalía de la ciudad y la Alcaldía. Lo problemático entra en juego porque la puesta en escena del filme toma partido claramente por el “villano”, quien realiza toda clase de bestialidades que parecen justificadas por el desinteresado accionar del sistema legal que supuestamente tendría que ampararlo. Nunca se pone realmente en cuestión la justicia por mano propia, ni por qué en ciertas sociedades como la norteamericana la condición de víctima habilita a cruzar cualquier límite. Sí se ponen en cuestión, pero de forma extremadamente simplificada y superficial, las grietas del sistema judicial, su establecimiento de prioridades y la distinción entre víctimas, victimarios, condenas, casos de gran envergadura, etcétera. Días de ira (cuyo título original, Law abiding citizen, refiere a un ciudadano obediente de la ley) comparte cierto punto de vista con dos filmes que también pretenden hacer ciertas referencias sociales. Nos referimos a Seven-pecados capitales y Tirador. En el primero, la construcción del tejido social por parte del guión y la dirección concordaba con lo aseverado por el asesino, sobre una sociedad en absoluta decadencia ética y moral, lo que lo habilitaba a un raíd homicida teñido de religiosidad. En el segundo, el experto francotirador era una pobre víctima de las circunstancias –cuyo único pecado sería a lo sumo ceder a cualquier pedido cuando se hacía referencia a su patriotismo-, manipulado por un sistema opresor y mentiroso, frente al cual la única opción (avalada incluso por el jefe de fiscales de la Nación en una secuencia siniestra y preocupante) era el asesinato y/o el terrorismo. El filme de F. Gary Gray (más que director, un mercenario, cuyo único antecedente decente es La estafa maestra) es bastante más torpe que estas películas (que hasta han pasado por profundas e innovadoras) porque su supuesto guión de relojería tiene un par de giros sobre el final que no sólo son bastante tontos, sino que además terminan siendo incoherentes con la construcción previa de un villano aparentemente invencible y que tiene todo calculado. No hay que dejar de hacer notar que esta torpeza y tontera tiene un objetivo, que es el de tranquilizar al espectador. Es que claro, el fascismo y la derecha siempre han presentado posturas que lo único que buscan, en el fondo, es aletargar y calmar al público.
Este tipo de películas no merece mucho análisis, es un thriller poco creíble y absurdo. Un hombre sufre el asesinato de su familia y 10 años después trama un plan para asesinar a todos los que tuvieron que ver con el caso. Tras matar a uno de los asesinos, lo envían a prisión y desde allí ejecuta los ataques al resto de los involucrados en el caso. Las muertes son tan agresivas y exageradas que el film parece una mezcla de "Death Wish" con "Saw". La idea de la trama es descubrir como hace para asesinar a las distintas personas estando encarcelado en solitario y cuando finalmente se descubre es tan ridículo que da pena haber perdido 90 minutos para eso. El director F. Gary Gray anteriormente dirigió buenos films en el genero como "The Negotiator" y "The Italian Job", pero este es un verdadero desastre. No rescato nada, ni siquiera las actuaciones de Jamie Foxx y Gerard Butler. Mala con ganas.
Cuando creíamos que en materia de justicia por mano propia ya habíamos visto todo, aparece esta película que, sin ser, ni por asomo, candidata a obra maestra de su género, al menos posee un par de elementos que vale la pena mencionar. El primer elemento se llama Clyde Shelton, el personaje a cargo de Gerard Butler, un sujeto que consigue atrapar y repeler intermitentemente al espectador con su sinuoso accionar. El enfrentamiento entre Nick Rice, el abogado interpretado por Jamie Foxx, y Shelton se establece de tal manera que encaja dentro de los parámetros tradicionales del duelo héroe - villano, y fácil es advertir que, en este caso, Rice es el héroe, pero cuesta identificar a Shelton como el villano de turno. La película se preocupa por insertarlo dentro de la mecánica del thriller, de forma tal que el espectador no desee su derrota, empatizando de entrada con el desgarro que le produce la muerte de su familia, mientras que, conforme se sucede la trama, Shelton logra seducir definitivamente al espectador, gracias a su enigmático modo de aplicar las penas que él considera justas. Cuando una película se encabalga en la ambigüedad de sus personajes, la asume como tal y se regodea en esa ambigüedad, el camino que elige puede determinar, como meta final, un discurso para nada facilista sobre el tema que plantea. Para ser más claros, cuando Welles construye a su famoso comisario Quinlan, en el clásico Touch of evil, no lo hace para decirnos “miren a este comisario corrupto, qué villano que es, cómo planta evidencias para incriminar a cualquiera”, sino que compone a su personaje de tal manera que sólo lo podemos ver como un hombre derrotado, con una particular visión de la justicia. No es que exista una huella de aquel film en éste, pero al describir a Shelton como un hombre que ha sufrido las muertes de su mujer y de su hija, con evidentes cicatrices de esta tragedia en su psiquis, que desemboca en un perfil de asesino frío e imparable, consigue elaborar un personaje mucho más rico que cualquier civil justiciero, figura típica de esta clase de relatos. Shelton no viene a exponer el planteo defensor de la justicia por mano propia o de la pena de muerte, porque su conducta dista totalmente de lo bidimensional, y escapa a las consideraciones más clásicas, e ideológicamente, más conservadoras. Entre cualquier justiciero y Shelton hay diez años de diferencia, el período que pasa entre la tragedia de Shelton y la sentencia que éste comienza a aplicar. Diez años imposibles de ser reconstruidos por el guión (esta es la mayor falla, lo que la convierte en un film progresivamente inverosímil), que hacen de Shelton un sujeto cuyo comportamiento no logra encasillarse en la lógica del espectador medio, una conducta que vira de la empatía a la perfidia, especialmente cuando se ensaña con determinados personajes. A un personaje tan rico se le opone, casi por lógica, un héroe de manual, un Jamie Foxx luchando a brazo partido por despertar el interés necesario, para que uno termine identificándose con su heroico accionar. Pese a esto, resulta muy difícil de digerir la forma en la que el guión decide hacer que Nick Rice tenga una última jugada hábil en su duelo con Shelton, porque su simpleza no le sirve para establecer un duelo equilibrado con semejante personaje. Tampoco ayuda la presentación de los conflictos familiares del abogado, por la sencilla razón de que, si se intentó establecer una conexión entre la intimidad familiar de uno y de otro, el peso superfluo de Rice no permite apreciar esa conexión, ni ayuda a generar más empatía que la que logra Shelton con pocos planos, y con la actuación mucho más convincente de Butler. Naturalmente, todo atisbo de ambigüedad termina siendo pisoteado por un relato que rápidamente se encamina hacia el esquema genérico más tradicional, y los pocos méritos son embarrados por un desenlace mucho más rebuscado e ingenioso, que genuinamente original e inteligente. Pero en su desarrollo se nos presentó al menos una pizca de que, en materia de thrillers con civiles justicieros, no parece estar todo dicho.
“Días de Ira” narra la venganza de Clayde Shelton (Gerard Butler), afectuoso padre de familia, que al abrir la puerta de su casa es agredido violentamente por dos delincuentes que ingresan, violan a su mujer y la matan junto a su hija, habiendo agredido previamente a Clayde, a quien dejan moribundo, testigo impotente de reacción ante los acontecimientos. Las investigaciones derivan en la detención de los responsables quienes son sometidos a un juicio que culmina con la condena a uno de ellos a diez años de reclusión y la liberación del otro, merced a la negociación encarada por el exitoso fiscal Nik Rice (James Foxx). Una década después, en tanto el agredido se recuperó físicamente e intenta rehace su vida, conteniendo la bronca por considerar injusta la acción de la justicia, el delincuente cumple su condena y sale en libertad. El hecho afecta profundamente en quien confiaba en la acción del sistema pero, al considerase burlado como ciudadano, aflora en él la ira contenida en forma de venganza para estallar en una furia descontrolada que se manifiesta con la misma violencia de los agresores e igual, o aun más sangrientas, consecuencias. La venganza por mano propia es una temática muy recurrente en la cinematografía internacional. F. Gary Gray, realizador neuyorkino de 40 años, con seis títulos como antecedente, entre ellos “La Estafa Maestra” (2003); Gerard Butler deja los personajes heroicos (“300” -2007-) o románticos (“El fantasma de la ópera” -2004-) para interpretar al psicópata Clyde, y lo hace muy bien; Kurt Wimmer como guionista se mantiene, en cierta medida, en la línea de “El secreto de Thomas Crown” (1999) y “Dueños de la calle” (2008); Jamie Foxx recordado por “Ray” (2005) y “El solista” (2009) como Nick, el exitoso fiscal que recurre a cualquier arreglo o artilugio para ganar los juicios, pone en juego su solvencia profesional para trasmitiendo credibilidad. Esa suma de aportes deja como resultado una producción que se inscribe a otras tantas similares en contenido y forma, con similares falencias y buena apoyatura técnica. Como cuadra en la consideración habitual de la temática no faltan las situaciones con acciones de desbordante violencia. Por momentos apunta a una mirada interesante sobre el fondo de la cuestión en algunos los diálogos intensos entre los protagonistas sobre los artificiosos juegos de la ley y la justicia. La historia narrada y la trama entretejida provocan, subjetivamente, en el espectador el enjuiciamiento a la ley y la justicia, en circunstancia como la que ocupa a este film, propenso a ser cómplices del accionar del vengador.