La indeterminación Vivimos en una época mayormente dominada por el cinismo y la falta de compromiso de toda índole, un esquema que a su vez suele trasladarse al arte en general y al cine en particular mediante un continuo bombardeo con películas -más o menos interesantes, eso ya casi no importa- que no se juegan ideológicamente por nada o celebran su propia banalidad o -en el peor de los casos- refuerzan los criterios más regresivos del mercado, sobre todo el inflar los mismos estereotipos de siempre y nunca apostar por algo en verdad novedoso. Desde ya que hay excepciones que intentan recuperar esa levedad de antaño vinculada a una inocencia que hoy brilla por su ausencia, no obstante resulta hilarante que tantas veces los responsables no consigan ni siquiera eso, el redondear un producto escapista tradicional relativamente potable para ser consumido más allá del contexto histórico que lo vio parir. Dos Amores en París (L'Embarras du Choix, 2017) es precisamente un film simplón pero entretenido a la vieja usanza, sin mayores pretensiones que el exprimir aquel arquetipo retórico del triángulo amoroso, clásico de clásicos del melodrama rosa y las comedias románticas como la presente. Como suele suceder en el cine europeo retro de género, aquí tenemos una amalgama entre la ingenuidad de una premisa que todo el mundo conoce hasta el hartazgo (llevada con simpatía y personajes queribles, dicho sea de paso) y una serie de referencias que se condicen con las características del entorno contemporáneo (en este caso vía los secundarios, los cuales introducen detalles irónicos que pretenden aggiornar el planteo de la propuesta). La obra en cuestión no es una maravilla ni mucho menos aunque logra sacarnos un puñado de sonrisas aisladas gracias al muy buen desempeño del elenco. Mientras que en las comedias norteamericanas similares todo el asunto termina volcándose hacia el sustrato bobalicón de nuestros días, los europeos en cambio tienden -por suerte- a marcar claramente la preeminencia del componente naif de las historias, lo que por cierto nos ahorra una catarata de insultos, estupideces pueriles y situaciones grasientas que distan mucho de estar direccionadas a la sátira social y sólo se limitan a la ponderación de la pavada por la pavada en sí (lo que vendría a ser la “interpretación hollywoodense” del ideario de Estados Unidos, una lectura que deja mucho que desear). En esta oportunidad la protagonista del convite es Juliette (Alexandra Lamy), una cuarentona que trabaja en el restaurant de su padre Richard (Lionnel Astier) y sufre de un caso grave de indeterminación crónica, el cual la ha llevado una y otra vez a depender de familiares y amigas al momento de tomar cualquier decisión -por más pequeña o trivial que sea- en lo que atañe a su vida. Así las cosas, la mujer eventualmente deberá resolver su problema psicológico para elegir entre Paul (Jamie Bamber), un empleado bancario escocés, o Etienne (Arnaud Ducret), un docente de cocina natural de Francia, como ella. Como señalábamos antes, gran parte del peso cómico del relato recae en las dos compinches de Juliette, Joëlle (Anne Marivin), dueña de una peluquería y casada con una versión masculina de una ama de casa, y Sonia (Sabrina Ouazani), una ninfómana que se ríe a carcajadas a cada rato: estos dos personajes suman mucho al tono leve pero ameno de la película, complementando el carisma de Lamy, toda una experta en comedias galas a la que pudimos ver en Ricky (2009), de François Ozon. El realizador y guionista Eric Lavaine supera lo hecho en Entre Tragos y Amigos (Barbecue, 2014) y consigue un trabajo digno aunque muy olvidable, apuntalado en un desarrollo narrativo demasiado mecánico que en parte desperdicia los logros actorales…
La indecisa se enamoró El tono liviano y la ingenuidad de esta comedia francesa trae rápidamente el recuerdo de aquellas películas que protagonizaba Pierre Richard y pasadas esas décadas podría asimilarse a la actriz Alexandra Lamy como una versión libre para ese estilo de actuación. El personaje que le toca en suerte a la experimentada gala ya conocida hace varios años en la extraña Ricky, de Ozon es ideal porque su conflicto es la dependencia de su padre y entorno para elegir. Desde pequeña cuenta en una voz off carga con esta maldición pero el tiempo pasa y ya en sus entrados 40 necesita cambiar el rumbo y empezar a vivir sin dependencias. Encontrar un hombre para establecer una base sólida en una convivencia y tal vez dar el sí en el altar es un camino que se le presenta por vía doble tanto con un chef francés que conoce en un boliche en la típica salida de amigas con algo de alcohol para romper el hielo mientras que por un equívoco se enamora de un empresario escocés. Aunque el escocés tenga planeado casarse con otra, no deja de pensar en ella y el chef francés tampoco, además de ganarse el corazón de su suegro potencial, quien también se dedica en su humilde restó al arte culinario. La dinámica de esta comedia que no busca indagar en profundidades psicológicas más que las necesarias para justificar el defecto de la indecisión y las chances de cambio a partir de los horizontes románticos se consigue gracias a este elenco aceitado y sobre todas las cosas al aporte de los personajes secundarios, roles bien diferenciados el de las amigas de la protagonista suman puntos a la comedia y a situaciones bien resueltas desde los gags y los retruques verbales. Dos amores en París se deja ver, disfrutar y querer, no a los niveles de enamorarse pero por lo pronto de no generar antipatía o provocar la rápida indiferencia que muchas propuestas europeas de medio pelo, estrenadas con los dedos de una mano en nuestras salas, generan en el público.
Este jueves 30 de noviembre llega a los cines argentinos la película francesa “Dos amores en París” (“L’Embarras du Choix”). Dirigida por Eric Lavaine (“Vuelta a la casa de mi madre”, “Barbacoa de amigos”, “Bienvenido a bordo”), esta comedia romántica cuenta con un elenco conformado por Alexandra Lamy (Juliette), Arnaud Ducret (Etienne), Jamie Bamber (Paul), Anne Marivin (Joëlle), Sabrina Ouazani (Sonia), Lionnel Astier (padre de Juliette) y Jérôme Commandeur (Philippe). La historia detrás de esta película es la siguiente, nuestra protagonista Juliette es una mujer que aún a sus 40 años de edad es incapaz de tomar la mínima decisión por su cuenta, por lo que su padre y sus amigas la ayudan constantemente a elegir por ella. Luego de que su última relación fracasara debido a este inconveniente, ella decide volver al juego una vez más con la ayuda de sus dos mejores amigas. Una de ellas la introduce en el mundo de “Tinder”, donde por error conoce a un bancario escocés llamado Paul con el cual comenzará a salir de manera espontánea y tendrá una relación con él. Pero la situación dará un giro inesperado cuando Juliette conozca en una fiesta a Etienne, un docente de cocina natural de Francia. Y es aquí donde los problemas comenzarán a aparecer para nuestra protagonista que deberá tomar una determinación por primera vez en su vida sin depender de nadie, donde tendrá que inclinarse por uno de sus dos nuevos amores tan encantadores pero diferentes uno del otro. A pesar de que el cine francés no tiene muy buena reputación por estar catalogado generalmente como un poco denso y aburrido, no sería el caso de “Dos amores en París”, ya que la película no resulta para nada aburrida, logrando el efecto contrario debido a las buenas actuaciones por parte de su elenco y a las escenas realmente graciosas y entretenidas que presenta este film. En conclusión, “Dos amores en París” es una película para disfrutar junto con amigos o familiares, donde en 98 minutos no vas a poder parar de reírte con estos personajes y las situaciones que se le presentan.
Dos amores en Paris, de Eric Lavaine PorRicardo Ottone La consigna es bien simple y se resume en una frase. Como sucede en algunas comedias donde una característica decisiva define a un personaje por completo y sella su destino, en el caso de Juliette se trata de la imposibilidad de tomar decisiones. Una tara que, más que un rasgo de personalidad, es una condición psicopatológica que se extiende a todas las áreas de su vida como puede ser elegir un peinado o un plato en el menú de un restaurante. Pero también se aplica a cuestiones menos triviales y, como esto es una comedia romántica, esas cosas más trascendentes tienen que ver con la elección de pareja. Después de ser abandonada por su anterior novio, justamente a causa de su problemita, Juliette se ve a ante la circunstancia de tener que elegir entre dos pretendientes. Ambos son diferentes entre sí pero le resultan atractivos por igual, o eso cree ella. Así nuestra protagonista se encuentra inesperadamente, o no tanto, en un escenario que la pone entre la espada y la pared, con la obligación de hacerse cargo de su vida y dejar de delegar las decisiones en otros. Una propuesta así de simple y lineal ha probado en otros casos sostener un relato sin problemas durante hora y media. No es el caso aquí, donde el chiste de la indecisión se agota bastante rápido y es necesario pasar a otros temas antes que todo se desinfle. Ahí la cuestión gana un poco de interés con cierta observación de las relaciones contemporáneas en tiempos de Tinder, la necesidad de estar siempre en carrera y el mandato de reingresar de inmediato y sin demora al mercado de los intercambios amorosos (“volver al ruedo” lo llaman), más aún llegada determinada edad como son los cuarenta de Juliette. En ese marco se inscriben también las conquistas como trofeos y los encuentros casuales como símbolos de status. Así, una de las amigas de Juliette, marca las características de los tipos con los que se acuesta como materias a rendir (un negro, un obrero, un escocés, etc). Los personajes secundarios, un elemento fundamental en las comedias románticas, no aportan demasiado espesor y son aún más básicos que su protagonista, quien a pesar de su rasgo casi caricaturesco al menos es bastante desenvuelta y se mueve con confianza en el campo de la seducción. Finalmente todo queda en el marco del triángulo amoroso y la resolución esperable del dilema inicial. Dos amores en Paris se trata de una comedia romántica estándar. Algunas de sus observaciones sobre las relaciones amorosas pueden despertar una sonrisa a partir de una mirada un poco más aguda, pero en general se basa en un humor bastante simplón. Probablemente ese no sea un problema para el público al que se dirige a quien se le hace una oferta sin mayores pretensiones: Una historia de amor o de amores simultáneos, unos cuantos gags y un conflicto liviano a resolver, donde la felicidad (y el triunfo) se define entre decidirse por un renombrado chef o un exitoso bancario. DOS AMORES EN PARIS L’Embarras du choix. Francia. 2017. Dirección: Eric Lavaine. Intérpretes: Alexandra Lamy, Jamie Bamber, Arnaud Ducret, Anne Marivin, Sabrina Ouazani. Guión: Laure Hennequart, Eric Lavaine, Laurent Turner. Fotografía: François Hernandez. Música: Fabien Cahen. Edición: Vincent Zuffranieri. Duración: 95 minutos.
El realizador Eric Lavaine reinventa la comedia romántica francesa con esta entretenida y dinámica propuesta en la que una mujer se verá encrucijada entre decisiones por tomar, y una de ellas la de elegir entre uno u otro amor para su vida. Juliette (Alexandra Lamy) de la nada, verá cómo dos hombres optarán por su mano, y no podrá saber con quién será más feliz en su vida. Ágil, entretenida, con muchos gags a partir de la confusión, y con un ritmo poco frecuente en el cine francés, “Dos amores en París” es uno de los estrenos destacados de la semana.
Una comedia romántica francesa sin demasiados hallazgos. Dos amores en París empieza con Juliette (Alexandra Lamy) siendo dejada por su pareja, un hombre harto de las indecisiones. Ella sufre una suerte de imposibilidad crónica de elegir aun entre las opciones diarias más banales: la lectura de la carta de un restaurante como suplicio. Sobre esa base, el director, guionista y autor del libro en que se basa el film, Eric Lavaine, construye un relato que apuesta todas sus cartas a la blancura de la comedia romántica más clásica. Allí estarán, entonces, las citas con chicos de Tinder (y toda una explicación sobre la aplicación) y algunos encuentros casuales, hasta que finalmente llega el amor. Y por partida doble. Sucede que la protagonista se enamora de un acaudalado bancario que primero la rechaza y después vuelve rendido a sus pies, y en ese interín conoce a un reputado chef dispuesto a adueñarse de su corazón, para alegría del padre gastronómico de Juliette. Hay una línea muy delgada que separa lo naif de la tontería, lo lúdico de la puerilidad. Dos amores en París coquetea siempre sobre esa cornisa, hasta que sobre el Ecuador del metraje se lanza al vacío. Ni siquiera la inocencia generalizada permite sostener la credibilidad de una serie de situaciones venideras que incluyen, entre otras cosas, una propuesta de matrimonio en simultáneo. Lo que era ameno aunque fácilmente olvidable se vuelve una disyuntiva en cuyo resultado se entrevé una reivindicación con olor a moraleja.
Dos amores en París: comedia con fresco aire parisino Son dos amores y suceden en París, pero hay una sola protagonista (Alexandra Lamy), lo que no significa que se trate de otro triángulo amoroso. La intención de Eric Lavaine es más modesta: un rato de fresco y liviano entretenimiento, con personajes entrañables y algo de humor y romance en torno de ciertas situaciones que se nos presentan en la vida cotidiana y a las que puede extraérseles su costado risueño. Es la engorrosa obligación de elegir de Juliette, que a los 40 aún no ha resuelto su vida amorosa. Nada fácil para ella, que nunca tomó decisiones sin consultarlas antes con sus amigas. No sobra originalidad, pero todos aciertan con el aire travieso que el film pedía
Mujer soltera duda (y vuelve a dudar) Comedia de enredos, pero con timing preciso, alejada de los clisés, y buenas actuaciones. Juliette sufre de algo que no es una enfermedad, aunque la enferme y contagie a quienes la rodean. Es una indecisa crónica. Cuando la pasa mal, puede llegar a decir “Inclusive, si quisiera suicidarme no sabría cómo hacerlo”. De joven, decidió -sí, al fin lo hizo- un 7 de julio de 1992, cuando enterró a su madre, que dejaría que su padre tomara todas las decisiones por ella. No fue la solución. Su pareja durante siete años, harto de estar harto, la deja. Y tras dos meses de llorar viviendo en la casa de una amiga, ésta y otra más la meten en Tinder. Y confunde en un bar una cita con otro hombre, un escocés banquero llamado Paul. “Uno no se enamora en Tinder. Tinder es para acostarse”, le dicen y se le ríen en la cara. Claro: Juliette no sabe si reír o llorar. “Cuando bebo me decido, y sé lo que quiero” aclara. Pero Paul va a casarse con otra mujer, así que... en plan de cacería, ubica a Etienne, que es cocinero como su padre (!), le gustan los espárragos y como esto es una comedia de enredo, Juliette no sabrá con cuál de los dos quedarse: Paul, que abandonó a su prometida por ella, o Etienne. Ellos no saben de la existencia del otro. Se fijan fecha de casamiento para la misma fecha -ya dijimos que es comedia de enredos- y los novios se cruzan en el mismo probador para los trajes y vestidos de novio/a -comedia de enredo, de nuevo-. 2 amores en París nos dice, por si hiciera falta recordarlo, que si uno no tiene control sobre su vida y deja que los otros decidan por nosotros, pueden ocurrir estas cosas. Alexandra Lamy, que protagonizó Ricky, de François Ozon, y fue esposa de Jean Dujardin (el actor de El artista), da la tecla en su interpretación, entre despistada, angustiada y alguna vez, resuelta. Los novios, el inglés Jamie Bambier, que tiene más TV que cine en sus espaldas, y Arnaud Ducret no son particularmente conocidos entre nosotros, y cumplen lo que el director Eric Lavaine les habrá pedido: que sugieran más que aseguren, por aquello de que mejor es dejar librado a la imaginación del espectador lo que pueda pasar en ésta, si, buena comedia de enredos.
Juliette, la indecisa. Uno de los procesos más difíciles de ir creciendo y madurando, es la noción de que ya no podemos dejar nuestras vidas en manos de los demás. Mamá y papá ya no se van a hacer cargo de nosotros, adquirimos un grado alto de independencia, y a partir de ahí lo que hagamos depende pura y exclusivamente de nosotros. Algo así como la emancipación primordial. Para Juliette (Alexandra Lamy) las cosas no fueron tan así, no tanto por no poder, sino por no querer. Desde chica, ante los conflictos familiares le costaba poder decidir en simples cuestiones. Ya ahora, a los 40 años, esa posición no ha cambiado demasiado. Para ella tomar una decisión puede ser algo muy problemático. Para solucionar las cosas, prefiere vivir dejando todas las decisiones de su vida en los demás, los que la rodean. Sus amigas, su pareja, y principalmente su padre con quien trabaja en un restaurante. Claro, esa postura le trae más de un inconveniente, y es así como en la primera escena vemos que Juliette pierde a su novio por no poder decidir ni siquiera qué hacer al poner en riesgo la vida del hombre. Sumida en la depresión, a Juliette se le complica cada vez más seguir con su vida tomando las riendas de la misma. Una vez más, sus amigas serán quienes decidan por ella y la pondrán nuevamente en el ruedo de la conquista mediante chats de citas. Así (confusión mediante), conoce a Paul (Jamie Bamber), un escocés que parece perfecto. Ambos se enamoran de inmediato, pero Paul tiene un inconveniente: está prometido con otra mujer. Nuevamente frente al corazón roto, Juliette conoce a Stephen (Arnaud Ducret) un chef del que también se enamora de inmediato y es correspondida, y hasta parece querer tomar las decisiones por ella. Todo marcha bien ahora para Juliette en pareja con Stephen, hasta que Paul regresa y le anuncia que ya no tiene compromiso y la ama. ¿Cómo puede un mujer tan indecisa decidir entre dos amores? No lo hará, comenzará relaciones paralelas con ambos, hasta que las cosas comiencen a salírsele de las manos. Girl Power a la francesa: El director de Entre tragos y amigos, Eric Lavaine, plantea su comedia Dos amores en París con la clara intención de un protagónico absoluto de Alexandra Lamy, la rubia lánguida a quien ya vimos en Ricky y Vincent. Claramente todo pasa por sus asuntos, y los personajes secundarios están ahí en función de ella. Es más, en segundo orden, serán sus dos amigas Joëlle (Anne Marivin) y Sonia (Sabrina Ouazani) quienes tengan alguna historia mínima paralela. dos amores en parís película: Los roles masculinos no son los fuertes en Dos Amores en París. Joëlle es quien lleva los pantalones de un matrimonio en el que el hombre no trabaja y solo se encarga de adiestrar (infructuosamente) a un gato para que haga un “choque los cinco”. Sonia utiliza los chat de citas para saltar exitosamente de cama en cama sin tener ningún tipo de compromiso y remordimiento, y no es que el film mire con malos ojos esta actitud. Por el contrario, Sonia parece una de las chicas de Sex & The City. A Juliette también se la muestra con los dos hombres, mintiéndoles, escapándose, sin ser capaz de decidir entre uno de los dos. Pero lejos está Dos amores en París de juzgarla. No, simplemente se preocupa por su incapacidad repetitiva de no poder decidir, como si esta decisión fuese una más. Hecha en Francia, Made in Hollywood: No hará falta ser muy avispado para darse cuenta que Dos amores en París apunta a un público femenino, y más bien cosmopolita, con una ideología y presentación bastante cercana a la comedia romántica hollywoodense, con todos sus clichés y estereotipos. Desde una banda sonora con canciones pop en inglés puestas de modo aleatorio (¿Sabrán cuál es la letra de Everybody’s Hurt de R.E.M.?), una puesta en escena y fotografía llena de colores y poses estilizadas casi de manual decorativo. Su ritmo ágil, hasta las personalidades y actitudes de los personajes (lo que señalaba anteriormente), todo hace acordar a la comedia que proviene de la meca estadounidense del cine. No puede dejar de reconocerse que Dos amores en París está realizada con cierto profesionalismo, que su protagonista y algunos secundarios tienen carisma, y que su hora treinta y cinco pasan volando. Así como también es cierto que posee pocas cualidades para que sea una película memorable mucho más del mismo día en que se la vio. Su tono es tan liviano, pasatista, y lavado, que no deja demasiadas huellas, aún para los estándares de este tipo de películas. Conclusión: Comedia francesa pero con un marcado tono for export hollywoodense. Dos amores en París es divertida, alegre, y entretenida. Pero también tan liviana e insípida que la ubica demasiado cómoda dentro de un promedio poco destacable.
Una comedia ligerísima, liviana, naif, al estilo hollywoodense pero con toque francés, buenas vistas de Paris, paisajes de ensueño de Irlanda, y no mucho más. El director Eric Lavaine y co guionista con Laure Hennequart y Laurente Turner, es un experto en comedias de este estilo. Aquí Juliette (con una energética y bella Alexandra Lamy) es una mujer que no puede tomar decisiones, aun en situaciones límites. Por eso a los 40 todavía trabaja en el restaurante de su padre, y se queda sin novios que la soporten. Con dos amigas incondicionales decide poner su perfil en Tinder, pero por sus propios medios conoce a dos hombres que la enamoran y le ofrecen matrimonio al mismo tiempo. Ella deja correr el tiempo hasta el límite y por fin tendrá su tiempo de decisión. Lo demás es lo convencional, enredos, ocultamientos, cruces, corridas, equívocos, toda la receta del género aplicada con pericia pero sin ninguna innovación. Buen ritmo, todo superficial y para los que aman el género un entretenimiento módico.
Nueva comedia francesa que llega a nuestro país, y esta vez tiene que ver con los maduros, todavía en edad de merecer (?), que necesitan rehacer su vida luego de una separación amorosa importante. Se sabe, cuando uno es más grande, las cosas cuestan más. Ese parece ser el sostén de la historia que nos presenta el director Eric Levigne ("Barbacue", entre otras -se acuerdan que se estrenó en BA y para esa fecha él nos visitó?), convocando a una de las actrices más populares del género en Francia: Alexandra Lamy. No es que ella sea una gran actriz, pero sí es dueña de una masiva cantidad de expresiones para la comedia y se prestaba como ideal para una cinta donde el protagonismo casi excluyente recae sobre el personaje principal. Hay rom coms que se fortalecen y se hacen leyenda por sus secundarios (un detalle a tener en cuenta), pero aquí, en "L’ embarras du choix", no es así. Lamy será todo el film. Lo cual, por un lado está bien, como elección (es una intérprete dúctil para hacer un rol de despistada, insegura y a la vez, dulce), y por el otro, nos priva de un conjunto de complementos que haría la historia más interesante. Como decíamos, la trama es la de Juliette (Lamy), que acaba de separarse después de una relación importante y no sabe cómo salir del lugar donde está. Quiere una pareja, pero se siente vieja para hacer girar otra vez la rueda, pero con la ayuda de algunas amigas, y fundamentalmente, "Tinder" (ejem!), logra ponerse de vuelta en sintonía e ir cotejando caballeros para ver con quien disfruta más su tiempo. Una serie de accidentes graciosos hará que comience dos relaciones paralelas con dos perfiles distintos de hombre (Arnaud Ducret y Jamie Bamber) se quienes parece haberse enamorado, al mismo tiempo. Y para hacerla más complicada, ámbos le pedirán casamiento. El mismo día. Y la boda será planificada para... el mismo día! No puede decirse que "Dos amores en París" tenga atisbos de credibilidad alguna en su planteo. Pero como estamos en una comedia, todo es posible. En cierta manera, esta cinta tiene reminicencia de muchos films americanos en cuanto a apuntalar situaciones delirantes, y llevarlas al extremo, dentro un planteo casi absurdo para el corriente de los espectadores. Ha funcionado y es una alternativa. El tema en "Dos amores en París" es que creo que se pierde por ahí la fuerza del relato y su contexto (que me parece muy rico para que termine siendo sólo una excusa), en pos del lucimiento personal de Lamy. Que se la pasa haciendo mohínes todo el tiempo, y eso a veces no alcanza para darle vuelo al relato. Más allá de mis reservas, creo que si les gusta el cine europeo y quieren pasar un rato simpático, "Dos amores en París" podría terciar en tu elección.
'La contrariedad ante la elección' podría llamarse la comedia francesa que desembarcó ayer en nuestra cartelera, y cuyos distribuidores bautizaron Dos amores en París. La traducción propuesta respeta bastante más el título original –L’ embarras du choix– y adelanta el disparador de la película de Eric Lavaine: su protagonista Juliette, una atractiva soltera parisina de 40 años, duda ante cada disyuntiva que le impone la vida y termina pidiéndoles a sus seres queridos que decidan por ella. En cambio, el título comercial en castellano adelanta el gran dilema que se le plantea a la muchacha alguito parecida a Meg Ryan antes de las cirugías estéticas que la desgraciaron. Acaso por esta semejanza física algunos espectadores recordamos a la Kate que la actriz estadounidense encarnó diez años atrás en French kiss o Quiero decirte que te amo, y que también debió elegir –eso sí, por razones muy distintas– entre dos amores en París: Luc Teyssier a cargo de Kevin Kline y Charlie sin apellido en la piel de Timothy Hutton. La memoria cinéfila vuelve a patear en contra con la novia fugitiva que Julia Roberts compuso a fines del siglo XX para la segunda película que protagonizó con Richard Gere. Maggie Carpenter tampoco sabía muy bien lo que quería; recién empezó a revertir la tara cuando accedió a probar los huevos del desayuno americano sometidos a distintos puntos de cocción. En Mi novia Polly, la Polly Prince de Jennifer Aniston les escapaba a todo tipo de compromisos y por lo tanto a la toma de decisiones. El sí pero no casi-casi patológico complicó bastante al Reuben Feffer de Ben Stiller, a su vez puesto a elegir entre esta ex compañera de colegio primario y la flamante (y sinuosa) esposa que interpretó Debra Messing. Por culpa de estos tres antecedentes, el largometraje de Lavaine corre serios riesgos de resultar previsible y por lo tanto poco entretenido. Acaso uno de los momentos más graciosos sea la introducción… aunque el gag con la picadura de abeja parece inspirado en la crisis de alergia que Will Smith –en realidad Hitch– padeció en este film de Andy Tennant. Por otra parte Lavaine y sus co-guionistas Laure Hennequart y Laurent Turner parecen condicionados por las expectativas que los espectadores de otras nacionalidades suelen depositar en las comedias francesas actuales: mención especial de la tradición gastronómica (y al mismo tiempo de los presuntos atentados contra el buen gusto que se comete en su nombre); referencia a la rivalidad histórica con los vecinos anglosajones (pero también a su contracara, el coqueteo amoroso); alusión a la libertad sexual de los galos (mayor que la de los ingleses; menor que la de los escandinavos). En tren de comparaciones, un pequeño comentario al pasar: el mencionado Turner se lució más cuatro años atrás, cuando colaboró con el guión de la muy recomendable Nueve meses… ¡de condena! de Albert Dupontel, protagonizada por la talentosa Sandrine Kiberlain y el mismísimo director. Volviendo a Dos amores en París, corresponde elogiar la química entre la actriz protagónica Alexandra Lamy y sus partenaires Arnaud Ducret y Jamie Bamber. Pero este acierto no alcanza para compensar el déficit de originalidad, producto del abuso de fórmulas narrativas destinadas a acatar ciertas exigencias comerciales del mercado cinematográfico internacional.
Los amores de una indecisa que no seducen como film Los primeros diez minutos de "Dos amores en París" son divertidos y prometen algo que luego no se concreta del todo: una comedia francesa a la antigua, con una protagonista que personifica uno de esos personajes típicamente estrafalarios de los viejos buenos clásicos. Alexandra Lamy interpreta a una madurita que, a sus 40 años, aun sigue siendo incapaz de tomar la menor decisión por sí misma, y todo lo consulta con sus amigas o su padre. El prólogo explica los orígenes del problema, y es lo mas logrado de este film de Erica Lavaine, un director que hizo mejores cosas, quizá porque tuvo la suerte de contar con mejores intérpretes. Y no es que Lamy no actúe bien, pero no es lo bastante carismática para sostener sola una película que tampoco ofrece, desde el guión, situaciones o gags entretenidos. Y tampoco hay un elenco interesante como para mejorar el conjunto. La esencia de la trama, en la que la protagonista no puede decidirse por ninguno de sus dos galanes, genera algunos enredos amables, lo que provoca que junto a la corrección formal aportada por Lavaine el asunto se deje ver, aunque está claro que el nivel no pasa de alguna tira televisiva.
Se estrena Dos amores en París, escrita y dirigida por Eric Lavaine, una comedia romántica de enredos que pone en el centro a una mujer con problemas para tomar decisiones. Juliette tiene unos cuarenta años y lleva una vida en la que no se hace responsable de tomar ningún tipo de decisión. Una amiga le dice cómo vestirse, otra cómo peinarse, su padre decide por ella en cuestiones más personales (incluso es quien le da trabajo) y hasta decisiones como qué comer en un restaurante terminan siendo tomadas por la persona que la acompaña. Si bien, por alguna razón, llegó hasta esa edad cómoda con este tipo de vida, al mismo tiempo le impidió poder tener una pareja duradera. Luego de que otro hombre más la deje por su incapacidad para tomar una simple decisión, deprimida y desesperanzada, es que por consejo de sus amigas decide volver al ruedo. Así, tras una situación confusa, conoce a un guapo y educado escocés que, después de tener sexo, resulta que está comprometido con otra. Decepcionada una vez más, una noche de fiesta salvaje, o lo que pretendía serlo, termina conociendo a un profesor de cocina que inmediatamente hace además buenas migas con su padre. Y cuando todo parece ir encaminado para ella de una vez, regresa el escocés perdidamente enamorado y habiendo dejado a quien iba a ser su futura mujer. Así, Juliette se encuentra frente a un dilema que requiere una decisión: ¿con cuál de los dos quedarse? Y sin saber cómo manejar esa situación simplemente va dejándose llevar, como si esperara que algo de afuera lo solucionara por ella. Entonces, de repente, se encuentra preparándose para dos bodas que, casualmente, incluso tienen la misma fecha. Dos amores en París está llena de encuentros y desencuentros y de situaciones inverosímiles y forzadas. Las pocas probabilidades de situaciones como, por ejemplo, que dos personas aparezcan a la misma hora en el mismo lugar, a ella le suceden todas juntas, una detrás de otra. Lavaine apuesta a una comedia desenfadada, pero se la siente poco inspirada, queriendo ser una comedia cuyo humor ni siquiera logra funcionar la mayoría de las veces. Mientras los personajes masculinos están más bien estereotipados, hay un par de secundarios, por ejemplo las amigas de la protagonista, que aportan algo de frescura al relato: la liberal, que se la pasa teniendo sexo con desconocidos, y la más estructurada, casada con un hombre que no trabaja y se queda en el hogar cual amo de casa. Por cierto, Juliette conoce muy bien la razón de este problema (el no poder decidir) que surgió cuando perdió a su madre tempranamente, pero tampoco se ahonda mucho por ahí.
En España existe un término, de connotación peyorativa, para referirse a cierta cepa de turistas extranjeros: los guiris. Una breve navegación en la web concuerda en que su origen, al menos en su uso contemporáneo, se remonta a los años sesenta, cuando la mentalidad liberal de los visitantes extranjeros (bien sesentera) chocaba con la ideología tradicional del país bajo el franquismo, que los miraba arrugando la nariz. Hoy en día, un guiri se puede distinguir con facilidad en las principales ciudades turísticas de España, casi siempre con un cóctel en cada mano y el cuello rojo de tanto estar bajo el sol, pagando fortunas por platillos mercadeados como “auténticos españoles”, pero que un local no probaría ni a palos, subiendo los highlights de sus aventuras a redes sociales (y todo lo que hace son highlights, porque un guiri sólo la pasa bien). Es decir, viviendo una experiencia pop que en nada se parece a la realidad, mucho más compleja y tanto menos estéril, con la que es imposible identificarse y que más bien aleja por su hiper-estilización tan forzada. Es una parodia apolítica, gentrificada y descontextualizada de la experiencia. Con el triunfo definitivo en los últimos años de la globalización tecno-cultural, que todo lo aplana y uniforma, podríamos hablar del surgimiento de un nuevo género en el cine: el Cine Guiri. 2 Amores en París (L’embarras du choix), de Éric Lavaine, es un ejemplo paradigmático de Cine Guiri. Grosso modo: Juliette, mujer parisina de 40 años, padece desde siempre de una incapacidad crónica para tomar decisiones. Evidentemente, esta condición la condiciona (valga la redundancia) en sus relaciones románticas, que todas terminan igualmente mal. A diferencia de lo que indicaría el sentido común, Juliette prefiere abandonar su libre albedrío y dejar que decidan por ella, responsabilidad que asumen sin problema sus dos mejores amigas y su padre. Tanto Richard como Sonia y Jojo (ambas mujeres empoderadas y progresistas), le escogen peinados, outfits, trabajos, y hasta parejas sentimentales, y todo parece avanzar con normal anormalidad hasta que una equivocación —que sólo podría atribuírsele a la caprichosa providencia (elemento tan ubicuo en las comedias románticas como las caminatas bajo la luna y los besos en cámara lenta)—, Juliette conoce al primero de sus dos amores en París. Tras un fogoso romance, las cosas se descarrilan y Juliette conoce al segundo de los aludidos en el título, y ahí se dispara el conflicto. ¿Cómo puede esta pobre chica elegir entre dos buenos partidos si es incapaz de tomar hasta la más trivial de las decisiones? Viene a la mente la frase de Cortázar: “Como si se pudiese elegir en el amor, como si no fuera un rayo que te parte los huesos y te deja estaqueado en la mitad del patio”. La premisa es interesante y su tratamiento en el film no deja de plantear inquietudes contemporáneas relevantes: desde las dinámicas de poder intrínsecas en las relaciones, o lo propenso que es el patriarcado, a pesar de las victorias feministas, a recaer en su cómoda posición de jefe autoritario, hasta el valor de las relaciones de pareja una vez que desparecieron las maripositas en la panza y lo que queda es, a la vez, más intangible y más duradero. Desafortunadamente, estamos hablando de una película de Cine Guiri, y como sucede en la olvidable Comer, Rezar y Amar (Eat, pray, love, 2010) y muchas otras, cualquier profundización crítica sobre sentimientos humanos está supeditada a un registro casi publicitario de citas idealizadas en restaurantes parisinos de postal (o en los Jardines de Versalles), personajes tipo salidos directamente de Sex and the City y disgresiones sobre la veracidad de un jamón Pata Negra. “Es cosa de mujeres”, le dice Jojo a su esposo en un momento del film. Pero es imposible no leer esta frase como código para descifrar la intención de la película. Y está errada. No es cosa de mujeres, es cosa de lo que la simplista industria del entretenimiento cree que son las mujeres. No queda más que agregar que las buenas ideas que se mueven bajo la superficie (y casi todo es superficial) del film, así como una que otra secuencia de humor y un par de buenas interpretaciones, hubieran respirado mucho más libres si no hubieran tenido que asfixiarse en la claustrofóbica estructura de las comedias románticas de Cine Guiri.
Las pruebas del amor La película dirigida por Eric Lavaine es una comedia romántica divertida, que cumple con las características del género, aunque la pareja protagónica no transmita demasiada química. Juliette (Alexandra Lamy) es una mujer a la que le cuesta tomar decisiones. Mejor dicho, no puede elegir nada, ni siquiera la ropa que usa. Pero cuando su novio de años la abandona, se cruzan en su vida Paul (Jamie Bamber) y Étienne (Arnaud Ducret), dos hombres tan diferentes como encantadores que la obligan a decidir. A veces resulta difícil innovar y no caer en los clichés típicos del género romántico porque pareciera que ya está todo escrito. Y en ese sentido, 2 amores en Paris (L´embarras du choik, 2017) no es la excepción. Se trata de un film pasatista y entretenido, con un argumento bastante lineal y pocas sorpresas. De todas formas, los amantes del romanticismo disfrutarán de una historia simpática, en la que se remarca la importancia de poder decidir por uno mismo, respetando siempre los sentimientos. El elenco acompaña bien un guión en el que los personajes secundarios están bien delineados y ocupan un lugar relevante. Eric Lavaine logra una película liviana y llevadera. Ideal para ver un domingo a la tarde. Y por qué no, enamorarse.
DE LOS QUE AMAN REÍR Con la presentación de un conflicto bastante particular que aqueja a la protagonista -no poder tomar decisiones-, Dos amores en París genera la incertidumbre de si podrá sostener la hiperbólica condición a la que está acostumbrada Juliette. Por suerte para los espectadores, en cada momento en que la película da indicios de quedarse “haciendo la plancha”, nos sorprende con un giro que supera las expectativas. Sin muchas pretensiones, esta comedia romántica consigue grandes momentos. A medida que se desarrolla, va rompiendo ciertos prejuicios que podrían darse al comienzo. Desde ya, el personaje principal se corre del prototipo de mujer, pero tampoco cae en la falsa integración de la fea simpática. Aquí Juliette brilla con su personalidad y despliega su belleza, que está muy por fuera de los criterios conocidos. Las arrugas no parecen ser un problema y se llevan con mucha soltura. Dos amores en Paris tiene un gran condimento de las relaciones actuales en cuanto al amor, la familia y los amigos. A pesar de que la protagonista experimenta la búsqueda de una pareja, no es la mujer salvada por el hombre, sino la busca una compañía para la vida. Sus amigas no son las típicas casadas de las comedias románticas. Una de ellas mantiene económicamente a su esposo, algo bastante revolucionario en el discurso. Su otra amiga no tiene interés de vivir siempre con la misma persona y disfruta de conocer nuevas compañías, principalmente con la ayuda de la aplicación Tinder. A su vez, todos ellos parecieran formar una sola familia. Rompiendo las barreras físicas (en cuanto a vivienda) y de sangre, estos personajes forman un vínculo primario por elección. En cuanto a la actitud, los protagonistas, que rondan los cuarenta, no buscan eternizar su juventud. Es este aspecto el que le sienta muy bien al film. La madurez, que les ha llegado sin obtener los mandatos para la edad, es la que les otorga un sentido del humor y humanización. Los personajes están más allá del querer agradar y ya les ha pasado la hora para deslumbrar la belleza de la juventud. Es por esta razón que sus “defectos” se vuelven excentricidad y les generan una personalidad interesante. El humor y las dosis de romanticismo están equilibrados de tal forma que ninguna de ellas predomina sobre la otra. Y aunque Dos amores en Paris quizás no llegue a dejar un impacto en el cine de la época, tiene varias escenas que son dignas de recordar.
DUDA EXISTENCIAL “Eso es tan típico de mí. Bloqueada ante una simple decisión”. Si bien cualquier espectador puede sentirse identificado con esta frase, lo cierto es que la protagonista del filme la lleva al extremo: duda para vestirse, para pedir comida, para reaccionar ante una emergencia y mucho más para elegir a un hombre. Una vacilación que, se supone, fue heredada de su madre y se acrecentó tras una desgracia familiar. Por tal motivo, Juliette decide por una única vez (en lo que parece la adolescencia) que confiará en el juicio del padre para el resto de la vida. ¿Acierto o error? El nuevo filme de Éric Lavaine deambula en el límite fino entre la comedia y el cliché de manera permanente –hasta lo sobrepasa– y ya se percibe desde la escena inicial. En ella, una abeja revolotea de una flor a otra hasta meterse en una lata de gaseosa y picarle el labio a un hombre. Durante ese recorrido se aprecian fuentes, jardines, sol y hasta Versalles; una suerte de guiño a los cuentos de hadas que enseguida encuentra su conflicto. Otro de los elementos con los que juega el director son los diálogos, en los que intenta valerse de cierta ambigüedad y tono jocoso. El caso por excelencia es aquel en el que Juliette, la mujer indecisa de 40 años, sale con el escocés Paul y prueban todos los tragos de la carta. Cuando brindan él le dice “good health” (buena salud) y ella responde “Gandalf de ‘El señor de los anillos’, lo conozco”. Sin embargo, muchas oportunidades quedan opacadas por el abuso los lugares comunes. Si bien es interesante que en Dos amores en París se incorpore la popularidad de Tinder y se lo piense desde ambas perspectivas –para encontrar pareja o sólo para tener sexo–, carece de verosimilitud por la forma de desplegarlo. El único encuentro se modifica por el azar y el resto de las ocasiones no son más que un desfile de hombres en el departamento de una de las amigas de la protagonista. No hay interacción ni sorpresa y la mención de la app termina por quedar en el olvido. El mayor inconveniente de la película es que todos los matices a los que apuesta se desdibujan por la construcción pobre, estereotipada y predecible de los personajes. El problema de Juliette parece innovador al comienzo pero pronto cae en una repetición monótona que la torna tediosa. Con las amigas y las parejas se repite la lógica: una medio gruñona que no sabe divertirse y otra que sólo piensa en acostarse con todo el mundo; mientras que Etienne, el premiado chef, es una copia más joven del padre de la protagonista. Paul, por otro lado, está llevado al límite de la estructura. Para reforzar su lugar de origen lo visten con camisas escocesas cuando no usa traje, vive en una suerte de palacio en la campiña con un clima que anuncia tormenta a cada momento y padres rígidos –una madre inglesa de cepa sumamente desabrida y un padre que sólo asiente– sin mencionar el baile típico. De esta forma, cada situación hilarante se reduce a prototipos exagerados que se mantienen en la misma frecuencia a lo largo del metraje. El intento de cuento de hadas imperfecto del principio no hace más que subrayar la moraleja con mayor divulgación de los relatos orales; incluso, en la contemporaneidad del desborde y de la indecisión. Por Brenda Caletti @117Brenn
Lo sé. Lo sabemos. Sin dudas hay un anclaje cultural en el hecho de ser París un lugar ideal para enamorarse y ser feliz. No hay cine del mundo que no haga referencia a esto, aún sin filmar allí. Si vamos a éste caso, el título “Dos amores en París” parece decirlo todo en términos argumentales, la traducción del original, que sería algo así como “lo difícil de elegir”, tampoco es muy sutil. Nadie puede negar la interesante introducción de este estreno. En el resumen inicial vemos a una niña (narrada en off por su versión adulta) a la cual la idea de tener que elegir entre una cosa u otra, la lleva a frustrarse indefectiblemente. Su madre, por ejemplo, le explica: “Si Kennedy hubiese elegido un auto con techo no hubiese pasado lo que pasó” (¡Qué!?) Luego, a partir de la muerte de su progenitora, decide que desde ese momento en adelante dejará que su padre elija todo por ella. Este hecho de la infancia lleva (y nos lleva) a Juliette (Alexandra Lamy) hasta la edad de cuarenta años sin poder resolver el problema. En la construcción intrínseca y tácita del personaje está la mayor falencia de este estreno y no tiene que ver con la idea, sino con su forma. Me hubiese gustado cruzarme con cierto colega, experto en varias cuestiones del balero, para despejar dudas, pero seguramente diría que es lo de menos pues el planteo de marras, es insólitamente negado a partir de actitudes de la protagonista que contradicen la propuesta. La demostración de este punto, raro en el cine francés, reside en el casting. Es de admitir que entramos en un terreno subjetivo como lo es un registro actoral (especialmente en el género de la comedia), pero bien vale para entender este análisis. Estamos frente a una mujer de carácter dubitativo, inseguro, temerosa de tener que tomar decisiones durante, al menos, treinta y pico de años. Un guión que pretende contar un personaje de estas características requiere de un trabajo que aporte a tal fin. Alexandra Lamy ofrece exactamente lo contrario. La actriz denota una paleta claramente histriónica y de notables recursos para la comedia. Desborda energía en cada toma. Sus movimientos, ya sea para atender el celular o para agarrar una copa de vino, tienen una fuerza exacerbada para el personaje que encarna. Lo mismo sucede con sus gestos faciales o con su voz en casi toda la película Es como si el personaje de Ilsa en “Casablanca” (Michael Curtiz, 1942) hubiese sido interpretado por Susana Giménez. Indudablemente Alexandra Lamy tiene capacidades interpretativas, pero la sensación latente frente a lo que pretende reflejar su personaje en el texto cinematográfico habla de una libertad incongruente, o probablemente más acertado, de una incoherente dirección actoral. Así, más allá de lo inverosímil de la edad del conflicto (por su construcción narrativa), la idea de saber a quién elegir entre dos hombres virtuosos, cada uno en lo suyo, resulta tan arbitraria como improbable. “Dos amores en París” es un producto oportunista que no da cuenta del cine francés, sino de su pretensión de ser Hollywood al divino botón. Es más. Hasta las canciones hacen anclaje en un pop en inglés que ni siquiera es contemporáneo a esta actualidad, en un momento suena “Everybody hurts”, de R.E.M. como si no hubiese canciones francesas que expresan los mismo, sino más bien a caprichos de un director anclado en lugares comunes sin siquiera la suficiente personalidad para resignificarlos.
Sí, a veces es difícil elegir qué queda mejor, si un vestido rojo o negro. O por qué plato optar en una cita. Esto último la protagonista de esta historia lo soluciona de una forma sencilla: luego de que el hombre ordena lo suyo, ella dice “lo mismo para mí”. Algo que yo nunca podría hacer porque siempre hay algún ingrediente que no me gusta. En fin, a veces somos indecisas, sí, pero nunca como Juliette (Alexandra Lamy) quien lleva este problema a un punto extremo y patológico.
La crisis de la media vida Los 40 pueden ser una edad crítica. O así era antes de la aparición de las aplicaciones para citas. Esos dos tópicos aborda “2 amores en París”. Si a los años se suman una separación, la reducción a cero de la autoestima y una personalidad insegura, el escenario puede ser un drama o una comedia. El director Eric Lavaine, de quien hace unos años se estrenó “Entre tragos y amigos” se decidió por la segunda opción. La protagonista es Juliette, bella, sexy e inteligente, pero terriblemente indecisa. Pero Juliette tendrá que aprender a comportarse como una adulta. Después de su separación y cuando creía que el resto de su vida consistiría en recluirse a comer tortas, una amiga la hace descubrir Tinder. A través de la app conoce a un hombre correcto y cortés, y ese primer impulso le hace ver que todavía puede seducir. Así, en una fiesta, conoce a otro hombre que es casi lo opuesto del anterior: impulsivo y pasional. Ambos la aman y le piden casamiento y ella, obviamente no podrá tomar la decisión. Comedia romántica al fin, no faltan las corridas con vestido de novia, escenas en la iglesia, equívocos y situaciones que aunque reiteradas, resultan siempre efectivas para un género con suerte dispar.