Pase de pantalla En momentos en los que el inminente Mundial 2014 invade todos los terrenos comunicacionales, este film italiano aborda propicia y oportunamente su temática. Si bien aborda el fútbol con una visión minimalista, El árbitro impregna con las simbologías típicas de esa pasión deportiva a toda su estructura estética. Hay films que han usado como excusa ese mundo para contar otras cuestiones, pero el director Paolo Zucca propone aquí un verdadero y muy definido canto audiovisual que identificará al ferviente adepto de cualquier rincón del mundo. Coproducida por Daniel Burman, El árbitro sirvió de apertura del reciente Cinema Made In Italy, contando con la presencia del realizador e intérpretes del film como Jacopo Cullin y Benito Urgu. Ambos, interpretando a un jugador desequilibrante pero desafortunado y un entrenador muy particular –¡no vidente!–, son dos baluartes de la película, que cuenta con un estilo expresivo desbordante. Dentro de una trama que integra los devaneos de un prestigioso árbitro desterrado a dirigir la tercera división, una rivalidad acérrima en esa categoría y el regreso al pueblo de un crack que probó suerte en la Argentina (cuyo inefable look evoca a varios futbolistas locales), el film depara escenas antológicas, algunas dotadas de una poesía premeditadamente fellinesca. Con una extraordinaria fotografía en blanco y negro y detalles que recuerdan mucho al Metegol de Campanella, El árbitro es una experiencia artística jubilosa. Y futbolera.
Los hombres son golpeados por el arbitro Para aquellos amantes del fútbol, “El arbitro” de Paolo Zucca es una película que deben ir a ver. Filmada en un cálido blanco y negro, se trata de una comedia italiana que satiriza muchos de los lugares comunes que se ven en el fútbol corriente, sin pretender denunciar absolutamente nada, simplemente por el hecho de reírse de lo absurdo que puede ser el fútbol por momentos. El arbitro toma 2 historias en paralelo que se cruzan por lo descabellado de la película, por un lado está la historia del Cruciani (Stefano Accorsi) cuya excelencia al momento de impartir justicia lo pone al borde de uno de los hechos más esperados por cualquier juez, dirigir la final europea de clubes. Por el otro lado vemos la parte más amateur de este deporte y es la competencia de aficionados en Italia, como eje en los equipos de Atletico Pabarile, un equipo humilde y sin expectativas de ganar con un entrenador ciego llamado Prospero (Benito Urgu), frente al “poderoso” Montecrastu, con el arrogante Brai (Alessio di Clemente) y su entrenador Quirico (Quirico Manunza) que tienen todas las chances de ganar el torneo. Sin embargo, el destino de perdedor del Pabarile es torcido con la habilidad, los amagues y las simulaciones en el área de parte del nuevo jugador Matzuzi (Jacopo Cullin) que vuelve al pueblo luego de que su familia haya probado suerte en Argentina. Toda una declaración de las cosas que le brinda el fútbol argentino al europeo, la picardía criolla no sólo se ve en la cancha, sino en el porte del jugador italiano criado en Sudamérica que busca reconquistar al viejo amor de su infancia Miranda (Geppi Cucciari). La fotografía, la dirección y los planos que eligió Paolo Zucca embellecen el relato, más allá de la trillada última cena y que el blanco y negro la mayoría de las veces enamora por convención, el retrato del fútbol de aficionados muy pocas veces se sabe condensar de forma exitosa en la pantalla y la habilidad para representar ciertos personajes también fue acertada. En Matzuzi vemos el típico jugador latinoamericano que va a Europa a hacer una nueva vida, se gana al pueblo a fuerza de goles y también la representación de aquel jugador estrella del cual depende todo un equipo. La metáfora de Prospero y su ceguera remite a aquellos entrenadores cuyas decisiones nadie logra entender, o la excentricidad y la corrección del arbitro Cruciani le da un toque especial a sus apariciones, sin embargo, en las escenas del arbitro Mureno (Francesco Pannofino) está el punto más alto de la película. Es difícil que la intervención grotesca del referee no haga tentar a más de uno. El arbitro se trata de una comedia negra donde los pequeños gags son los que llenan al espectador, pero en la mirada global, muestra al fútbol exponiendo lo turbio de su naturaleza de forma divertida y sin pretender una denuncia a la FIFA, UEFA o el organismo que quieran, simplemente son los intereses del fútbol de todas las competencias, desde la ultra profesional hasta el fulbito de barrio. Todos quieren ganar a costa de cualquier hecho fortuito que suceda, y eso implica que el cambio de héroe a villano sea tan volátil como instantáneo. En definitiva, todos lloramos por las injusticias en el fútbol, pero si algún día nos dan una mano, miraremos para otro lado.
El inexplicable sentimiento del fútbol La coproducción italiano-argentina El arbitro (L’arbitro, 2013), es una fabula sobre todo aquello que rodea al fútbol deporte: el sentimiento, la pasión y el sentido de ascenso social; cuestiones incomprensibles e inexplicables que el director italiano Paolo Zucca recrea de manera particular, con un humor cínico y una puesta en blanco y negro de los personajes que habitan Cerdeña. El film, que se basa en el cortometraje de Zucca con el mismo título, ganador del premio David di Donatello al mejor cortometraje en 2009 y el Premio Especial del Jurado en el Festival de Cortometrajes de Clermont-Ferrand, narra la historia del Atlético Pabarile, el peor equipo del pueblo de Cerdeña, que verá renacer sus esperanzas con la vuelta del crack Matzutzi (Jacopo Cullin) proveniente de Argentina. Pero si la corrupción está presente en la primera liga del fútbol internacional, imagínense en la tercera división donde el equipo se encuentra estancado. Montecrastu es su clásico rival que siempre los derrota, y está liderado por Brai (Alessio Di Clmenete), un hacendado dueño de las tierras que manipula la suerte de su equipo a su merced. En paralelo funciona la trama del árbitro Cruciani (Stefano Accorsi) que ansía por todos los medios llegar a dirigir una final. Los caminos se cruzarán de manera tan inesperada como ridícula, como todo aquello que sucede en la película. Los primeros minutos de El arbitro generan una sensación contradictoria: placer visual y extrañeza al mismo tiempo. Es que Paolo Zucca realiza una puesta en escena simétrica, con una idea de perspectiva centrada y un uso perfeccionista del blanco y negro. Esta perfección visual, con tiempos suaves similares al ballet (vale incluir las coreográficas escenas de entrenamiento) choca con el grotesco universo del fútbol. Los utópicos anhelos de gloria de los personajes, se contraponen a los avatares corruptos que digitan el deporte. En tal contraste aparece el humor, especial y corrosivo del film, para retratar una serie de personajes mediocres de actitudes pero grandiosos de ánimo. El director recurre también a planos contrapicados (la cámara a la altura del suelo), fastuosos movimientos de cámara (digitales o con grúas) para enaltecer aquello que no deja de ser un entretenimiento menor, el fútbol, pero que genera pasiones monumentales. Esa dicotomía recuerda a ciertos pasajes de la filmografía de Federico Fellini (la monja bajando al crack del árbol, escena similar a Amarcord), e incluso surrealistas al estilo de Fellini 8½ (1963). Zucca, oriundo de Cerdeña, trata de recuperar esa mirada majestuosa y critica al mismo tiempo que el director de La Dolce Vita (1960) tenía sobre su Italia natal. El arbitro no deja de ser una película extraña, pero a la vez genial. Basta dar con el tono que emplea para disfrutarla. Cuenta con un par de escenas memorables: la anciana pegando con el paraguas al árbitro, o el árbitro corrupto que siente placer de tener el poder de decisión en la cancha; para graficar el sentimiento inexplicable que el fútbol genera en los habitantes de un pequeño pueblo de Italia, que bien podría ser argentino.
Al borde del grotesco Prolongación de un cortometraje premiado en 2009 con el David de Donatello, galardón que entrega la Academia del Cine Italiano, El árbitro fue parte de la sección Giornate degli Autori, del Festival de Venecia. Coproducida por la productora argentina de Daniel Burman y Diego Dubcovsky, la película está deliberadamente pensada como producto for export y reproduce una buena cantidad de prejuicios en teoría prototípicos de la "italianidad". Interpretado con poca sutileza por Stefano Accorsi, galán del cine italiano favorito de las revistas del corazón por sus amoríos con las modelos Laetitia Casta y Bianca Vitali, el árbitro del título es un personaje acicalado y ridículamente ambicioso que ensaya coreografías para moverse en los partidos que dirige. Sin embargo, cae en desgracia cuando lo descubren como beneficiario de un soborno, algo de lo que el fútbol italiano sabe bastante. Termina entonces como juez de un partido crucial de la pintoresca Tercera División de Cerdeña entre el modestísimo Atlético Pabarile, cuyo entrenador es ciego, y el Montecrastu, dirigido por Brai, un personaje arrogante y virulento que entra a los bares montado en un caballo y trata a sus propios jugadores como esclavos. Entre los personajes de la historia, casi todos al borde del grotesco, aparece un tal Matzuzi, hábil delantero que regresa al Pabarile, luego de un fugaz paso por el fútbol argentino (cosas de la coproducción). Filmada en blanco y negro con una inclinación al preciosismo habitual en el cine publicitario, la película apela al humor más ramplón como recurso central y empieza con una cita -para colmo inexacta- de un ganador del Nobel de Literatura, Albert Camus, para legitimarse. Una jugada amañada que deja al debutante Zucca en un tempranero y categórico off side.
Simpática periferia del fútbol Una de fútbol pero contada desde bien abajo, con dos equipos de aficionados que pugnan por el campeonato en medio de jueces y dirigentes corruptos y jugadores que entrenan en paisajes inhóspitos. Pero El árbitro viene de Italia y por lo tanto la comedia como género impera en cada una de las escenas, entremezclando costumbrismo y una sutil dosis de patetismo a raíz del deporte. El Parabile es el team de décima categoría en la región sarda, siempre perdedor frente al Montecrastu, dirigido por un engreído presidente. Pero se produce un retorno, un tal Matzutzi, que viene de ganar poco y nada en Argentina y llega para cambiar la historia, o por lo menos, intentarlo. Y un árbitro fácil de sobornar, el maleable Cruciani, deseoso de dinero y de arreglar partidos por determinados goles con el club ganador de la zona. La película pese a los nombres italianos y al seco y despojado paisaje de Cerdeña, es una coproducción con Argentina, ya que Daniel Burman y Diego Dubcovsky aparecen en la inversión presupuestaria. De allí, seguramente, la tipología del goleador Matzutzi, que gambetea como Maradona y Messi y hasta tiene carteles con su rostro donde se vislumbra un parecido al Apache Tévez sacando la lengua. Pero la película de Zucca va más allá de referencias locales, ya que su apuesta estética se atreve a exhibir números musicales y algunas coreografías de los jugadores de ambos bandos con la intención de aligerar la matriz de denuncia que gobierna el film. Así, también hay lugar para un realismo bien italiano que recuerda a ciertos títulos de los años 50 (Pan, amor y fantasía, por ejemplo) donde la geografía de un pueblo adquiere una importante dosis de protagonismo. Pero el riesgo mayor del director es apelar a un riguroso esteticismo en encuadres y movimientos de cámara, aumentados por el uso del blanco y negro que provoca un singular extrañamiento en determinadas escenas. En efecto, El árbitro, más que profundizar en el lado corrupto del fútbol, muestra una galería de personajes secundarios que bordean el esperpento y superan con creces a la estética realista. Allí, claro está, Zucco se coloca al lado del fantasma de Federico Fellini, especialmente, en una lograda escena que remite a Amarcord y que transcurre en un cine donde se encuentran el recién llegado Matzutzi y su pretendida mujer, la vecina que abandonó para buscar suerte en otro paisaje.
El Arbitro, Primer largometraje del director Paolo Zucca, una historia enmarcada por el fútbol protagonizada por uno de los mejores actores que tiene hoy en día el cine italiano, Stefano Accorsi. Filmada en blanco y negro y con una fotografía que se destacada, además de unos encuadres muy cuidados, El Árbitro es más que una película sobre fútbol. En esta coproducción con Argentina, país que sin duda tiene una relación muy especial con este deporte, se trazan dos historias paralelas… paralelas hasta que se juntan y divergen en una sola. Por un lado, un pueblo y un partido de fútbol entre dos equipos locales que juegan con pasión para ganar. Un equipo más humilde contra uno aparentemente más poderoso, pero que no tiene a este nuevo jugador llegado de Argentina, Matzuzi. Por el otro, el protagonista Stefano Accorsi (actor conocido más que nada por El último Beso y Santa Maradona) como un árbitro profesional que está a punto de llegar a lo más cumbre de su carrera, pero cuya ambición lo hace retroceder notoriamente. El árbitro es una comedia construida a base de buenos gags y personajes interesantes, como el jugador enamorado de una mujer que apenas le da la hora, o el árbitro comprado que no disimula para nada las ventajas que le impone a uno de los equipos. Pero además de estar bellamente filmada en blanco y negro, no sólo ahí radica el encanto de la imagen, sino que Zucca construye imágenes, y así escenas, memorables. Más allá de girar alrededor de la pasión que genera el fútbol, la película es entretenida incluso para quien no se siente para nada cercano a aquel deporte, tal como quien escribe en este momento, que disfrutó mucho de la película y las historias que en ella se cuentan. El árbitro funciona como una sátira divertida, que no denuncia pero sí expone situaciones a simple vista absurdas pero que no dejan de sonar familiares. Una película donde lo técnico y lo actoral se destacan de la mano de un muy buen guión.
Con el espíritu del potrero El fútbol, abordado con una mirada cómica, grotesca y exagerada, pero que consigue entusiasmar a la platea. La poca cantidad de películas que existen sobre fútbol es un indicio de que el deporte más popular no se lleva del todo bien con el cine. Quizás uno de los motivos de esta mala relación sea la dificultad de filmar un partido ficticio y hacerlo lucir creíble. Ahí está uno de los aciertos de El árbitro: el fútbol está abordado con un mirada cómica, grotesca, exagerada, que no admite comparaciones con la realidad pero, de todos modos, consigue captar cierto espíritu del juego. Como para acentuar ese efecto de distancia del fútbol nuestro de cada día, la película está filmada en blanco y negro. Y tiene el aire de algunos buenos cuentos de Osvaldo Soriano o Roberto Fontanarrosa, protagonizados por hermosos perdedores, nacidos y criados en pueblitos olvidados que viven los más intensos momentos de sus vidas corriendo detrás de una pelota. El italiano Paolo Zucca filmó su opera prima a partir de su premiado cortometraje homónimo, que mostraba un partido de fútbol demencial. Para convertirlo en largometraje sin diluirlo, Zucca decidió hacer una precuela, contando el pasado reciente de algunos de los protagonistas y cómo habían llegado hasta esa final decisiva. Así, hay dos historias en paralelo que en algún momento se unen: la de un árbitro en ascenso que se encamina a dirigir la final de una importante copa europea, y la de dos equipos que compiten en la remota liga de Cerdeña. La película es despareja, y se queda a medio camino cuando intenta hacer reflexiones serias -como la comparación del árbitro con un mártir cristiano-, pero tiene unos cuantos momentos y personajes muy logrados. El director técnico casi ciego, siempre con su amenazante bastón en la mano; la anciana tifosa de pañuelo negro, típicamente italiana; el flaco habilidoso y goleador lookeado como un jugador del Brasil del ‘70; el árbitro bombero y el narcisista, que se siente más estrella que cualquier jugador. Todos conviven día a día en esos bellísimos pueblitos italianos -o argentinos, o de donde fuera-, y los fines de semana se matan a patadas en esos partidos disputados en el medio de la nada, con más futbolistas en el campo de juego que hinchas en los tablones. Trazos que hacen de El árbitro un cariñoso homenaje al fútbol amateur, ése que no mueve millones pero mantiene viva el alma del deporte.
Un film atractivo por varias razones: el director, Polo Zucca, recurre al costumbrismo, al estilo realista de los hermanos Taviani, dos equipos de fútbol de tercera división en Cerdeña, enfrentados a muerte. Dos pueblos, donde un empresario mafioso impone a su equipo, hasta que la llegada de una argentino habilidoso sacude las costumbres. Y otra historia que muestra el derrotero de un árbitro divo (desopilante) que lo pierde todo por corrupto, que termina dirigiendo esos equipos enfrentados. Muy simpática.
El fútbol como catalizador y síntesis de la sociedad Curiosa coproducción entre Argentina e Italia rodada en blanco y negro en locaciones de Cerdeña y con el fútbol como excusa para exponer, en tono de comedia, ciertos excesos y miserias sociales. Como una suerte de cuento de Roberto Fontanarrosa filmado con aires experimentales (los planos son en su mayoría muy bellos), El árbitro se escapa por completo del naturalismo y no le incluso teme al artificio más furioso (escenas musicales, tono ampuloso). El resultado es una verdadera rareza, que se disfruta pero sólo si se entra en los códigos y convenciones que la película propone. Reconocido cortometrajista y documentalista, Paolo Zucca narra en su Cerdeña natal dos historias paralelas que luego se irán uniendo. Por un lado, la del Atlético Pabarile, el equipo más flojo de la tercera división de la región que es dirigido por… ¡un ciego! Y es sistemáticamente humillado por el Montecrastu, que maneja un poderoso hacendado/mafioso. Las cosas cambian por completo cuando regresa al pueblo rural -luego de un paso por la Argentina- el talentoso Matzuzi. Por otro, está el derrotero del ambicioso árbitro Cruciani (Steffano Accorsi), quien va ascendiendo en su carrera a fuerza de corrupción. El fútbol, se sabe, es catalizador y de alguna manera síntesis de los comportamientos sociales y, en ese sentido, El árbitro resulta una sátira bastante audaz, poco convencional, y con no pocos hallazgos narrativos y visuales.
Desventuras de un referí Primero hubo un corto cómico de tema futbolero. Un referí degradado a las inferiores, una cancha polvorienta de la Cerdeña, un crack local medio loco, un defensor canoso embroncado con otro de su misma escuadra que le robó un cordero, dos hinchadas de muy mal carácter. Muy bueno, se ganó el David Di Donatello, cuatro grandes festivales de la categoría, incluyendo el de Clermont-Ferrand, e impuso el nombre de su autor, Paolo Zucca. Y ahí Zucca vio la posibilidad de desarrollar algo más grande. ¿Qué pensaría de sí mismo ese referí? ¿Por qué lo degradaron? ¿El canoso podría juntar más razones para aborrecer al otro tipo? ¿Las hinchadas podrían ser peores? ¿Y si el director técnico que grita desde el costado fuera medio ridículo? ¿Y si se agregaran algunas internas medio mafiosas? Y ese crack, ¿de dónde salió? ¿cómo se ganó a la popular? ¿tiene novia, o pretende alguna chica? Así es como surgen el Atletico Parabile, que de atlético no tiene nada, y el Montecrastu, que tiene a todos los demás de hijos, y encima está conducido por el patrón de los que integran el Parabile. Hay un campeonato de por medio, situaciones, diálogos y hasta encuadres salidos del corto, el mismo tipo canoso, niveles similares de locura, confusión, bronca, equívoco y éxtasis, menos polvareda en la cancha, menos espacio para la anciana que entra a hacer justicia en la cancha, pero mucha mayor diversión, más palos para el negocio del fútbol y el ego de ciertas figuras, la vieja y hermosa canción de Cesare Andrea Bixio, "Vivere", como fondo para el entrenamiento de los hombres de negro, y gran calidad fotográfica (lo que es decir, porque el corto tiene un blanco y negro excelente). Como árbitro, Stefano Accorsi, el galán de "El último beso", acá enamorado de sí mismo. La chica de los sueños, a veces una persistente pesadilla, carnosa y desafiante, Geppi Cucciari. Y astro delantero, ridículo pero talentoso, Jacopo Cullin. A los que se suma toda una ilustre galería de secundarios sardos y continentales en personajes memorables. Unica objeción grave para nosotros, la entonación del protagonista cuando pretende hablar "en argentino". Le faltó una coach rioplatense. En cambio tiene algunas cabezas criollas, mayormente femeninas, de primera línea en los departamentos de sonido y producción, aporte de BD Cine. También los actores que interpretan a los jueces de línea que acompañan al árbitro son argentinos. Trabajo ingrato.
Con el fútbol bastaba y sobraba A pesar de que el género deportivo, tal como decíamos acá, lleva unas cuantas décadas construyendo historias apasionantes, si hay un deporte que le ha costado abordar, en especial desde la puesta en escena, es el fútbol, probablemente por la fluidez temporal y la amplitud territorial que presenta. Pero incluso desde las concepciones éticas y morales, en cuanto al juego en equipo o el talento individual, también ha sido un objeto elusivo para el cine. Ver sino lo que ha tenido para decir el cine nacional recientemente, con un film que disfraza la trampa de virtud, como es Metegol. Por eso no deja de ser en principio auspicioso que al menos desde Italia -país apasionado por el fútbol si los hay- se lo intente hacer el centro de un relato. Sin embargo, si hay algo que perjudica a El árbitro son las vueltas que da y las subtramas que acumula para contar lo que realmente importa, y en verdad le interesa, que es la competencia futbolera. En verdad, la historia se centra en el Atlético Pabarile, el equipo más débil de la tercera categoría sarda, humillado constantemente por el Montecrastu, un equipo cuyo líder indiscutido es un soberbio patrón de estancia. Pero claro, con el retorno de Matzutzi, un joven talento que llegó a jugar en el fútbol argentino, el Pabarile empieza a acumular un triunfo tras otro, poniendo en peligro una dinámica que parecía naturalizada e irreversible. Ya con todo eso, el film de Paolo Zucca tendría bastantes elementos para poner en juego, pero no se conforma con eso, sino que también le dedica una buena cantidad de tiempo a Cruciani, un árbitro con ambiciones y en pleno ascenso que se verá enredado en un caso de corrupción; dos primos jugadores del Montecrastu que entran en disputa por sus concepciones enfrentadas sobre el pastoreo; y el intento de Matzutzi por retomar un antiguo romance con la hija de su entrenador. De esas subtramas, sólo la última funciona realmente, básicamente porque no quiere decir mucho sobre la ética y la moral de la sociedad italiana, sino que simplemente va construyendo un simpático vínculo romántico, con sus respectivas idas y vueltas, con algo de distanciamiento en el humor pero sin dejar de mostrar cariño por los protagonistas. Con el resto de sus capas narrativas, El árbitro va bordeando diversos géneros y tonos -el grotesco, el drama moral, la comedia absurda, el retrato cercano al neorrealismo- de forma dispar e irregular, sin estar realmente a la altura de sus ambiciones y hasta incurriendo en metáforas visuales un tanto obvias. Sobre el final es cuando levanta más, porque se queda con el fútbol, sus códigos y su contexto pasional, elevando las cuotas de suspenso hasta alturas inesperadas y hasta consiguiendo capturar la atención del espectador a través del uso del plano secuencia, que captura el dinamismo del juego. Allí el film pareciera entender que con el fútbol ya tenía suficiente peso narrativo. En todo el metraje previo, El árbitro quiere decir muchas cosas, pero en verdad dice poco, y hasta se pierde de hablar sobre lo realmente importante, que transcurre en el campo, con veintidós tipos y una pelota.
Se juega como se vive En las antípodas, por un lado está la pasión que despierta el fútbol en cada simpatizante o hincha más allá de las fronteras, y del otro el negocio del fútbol con su consabida cuota de corrupción que llega hasta las esferas del referato, inclusive si la víctima de turno es nada menos que un árbitro con ansias de dirigir la final y en apariencia insobornable. Esas dos corrientes atraviesan con la misma energía el pequeño universo de esta coproducción entre Italia y Argentina, que el documentalista Paolo Zucca convirtió en largometraje tras su paso por el cortometraje del mismo nombre, que recibiera el premio David Di Donatello al mejor cortometraje en 2009 y el Premio Especial del Jurado en el Festival de Cortometrajes de Clermont-Ferrand. El árbitro es un film raro desde su concepción, aunque su trama sencilla aborda en primer lugar el derrotero de un club de la tercera de Cerdeña, el Atlético Pabarile, y su rivalidad eterna con otro equipo de la misma liga llamado Montecrastu, en paralelo a la historia de ascenso y crepúsculo de Cruciani (Stefano Accorsi), árbitro alcanzado por la ambición y la corrupción en las grandes ligas. Sin embargo, el film no logra decidirse en adoptar un estilo naturalista que roza el costumbrismo de pueblo chico para la epopeya futbolística del Atlético al incorporar al crack repatriado de Argentina Matzutzi (Jacopo Cullin) porque adopta, desde su estética blanco y negro, una grandilocuencia visual que lo alejan de todo realismo para sumergirlo a veces en el grotesco y cinismo ante sus personajes. En la galería variopinta bocetada desde los estereotipos podemos encontrar un entrenador ciego, su hija que responde al temperamento de mujer fuerte y el archi rival de Montecrastu vinculado con la mafia o el desagradable árbitro que no tiene pruritos en arreglar partidos, anular goles lícitos o inventar penales para favorecer al mejor postor. En ese vaivén entre la ampulosidad de las imágenes y la historia chiquita -que tranquilamente podría haber ocupado varias páginas de un cuento de Fontanarrosa- se entreteje la idea de fútbol como pasión que no se explica y que de alguna manera da revancha al más débil cuando en la cancha logra torcer el rumbo de un partido chivo ante el poderoso. En ese caso Pabarile representa al pobre como aquel Nápoli al que alguna vez la zurda de Maradona coronó entre los grandes y escupió sobre la soberbia de los clubes ricos arrebatándoles el título para que toda la Italia rica explotara de tristeza. Montecrastu es el extremo y en ese juego de contrastes tan marcado se pierde todo tipo de sutileza como la torpeza de introducir el tango cada vez que aparece el personaje proveniente de Argentina.
Hace un tiempo que dejé de ver noticieros tradicionales para ver los de fútbol, esos donde varios tipos se juntan a opinar -casi siempre gansadas- y dar noticias sobre el campeonato. Hasta hace algunos años opinaba lo que seguramente sienten muchos de ustedes, me parecían una idiotez atómica. Pero los empecé a disfrutar como también disfruto más del fútbol. Y si existen -y hay varios- es porque el fútbol garpa, y paga en miles de cosas: entradas, camisetas, programas de radio y TV, banderines, llaveros, tangas, lo que sea. Le ponés a algo un escudo de un club y vende. Lo raro es que no esté tan explotado en cine. Hay algunas películas sobre mundiales, un puñado sobre hooligans pero, ¿dónde están las sport movies que nos merecemos? Si alguien tiene -debe- hacer películas deportivas sobre fútbol somos nosotros, y los tanos claro. Bueno, el italiano Paolo Zucca se avivó y lo hizo. Y nosotros participamos, como debe ser: coproducción, compañeros. Al deporte más lindo del mundo -como dice Kempes pero lo sentimos todos- lo presenta con el oficio más feo que lo rodea: el del árbitro. Porque si te gusta el fútbol elegís ser delantero o enganche, hermoso hacer goles; si sos medio madera podés ser 5 o defensor; el gordo va a al arco, no le queda otra. Pero, ¿arbitro? Vamos… Y Zucca sabe que lo del árbitro -aunque se robe el título- es detalle accesorio, y nos regala una comedia que trata más sobre una liga ignota con un clásico de un pueblo perdido de Cerdeña que sobre el vigilante del juego. Nos presenta al equipo del aristócrata de la aldea y al equipo proletario. El primero gana todo y el segundo es un desastre hasta…hasta que llega el Diez. El eterno enganche que contagia a todos, que gana partidos, que hace que más gente vaya a esas canchas de tierra que no tienen ni tablones: el Maradona, el Messi, el Baggio. El chabón capo es Matzutzi (Jacopo Cullin), tiene un mullet ochentoso y está atrás de una endiablada Geppi Cucciari. La historia del árbitro, que va en paralelo, se cruzará eventualmente con la del héroe de la gente y el garca aristócrata, todo en un blanco y negro potente como las palabras de un técnico ciego y la rabia de una vieja barrabrava.
Parafraseando a Camus, “Todo aquello que aprendí sobre la vida, me lo ha enseñado el fútbol”. Se estrena el proximo jueves 25 de diciembre, esta comedia de Paolo Zucca, de gran dimensión estética, producida totalmente en blanco y negro y cuya historia gira en torno de, al menos, tres cuestiones: la ambición desmedida de Cucciari, un árbitro que, a punto de dirigir la final de un equipo europeo, es sorprendido en medio de un escándalo y a posteriori exiliado a la tercera división. En el mismo momento dos primos que juegan para Montecrastu se ven envueltos en una complicada riña sobre la muerte de una oveja, mientras vemos la rivalidad de dos equipos de la Sardegna, -el Montecastru y el Atlético Pabarile – el último en su categoría, guiado además por un entrenador ciego (Benito Urgu). Integrado por campesinos que trabajan para un hacendado. A lo que se suma una historia de amor. No hace falta conocer a los sardos para imaginar su comportamiento, aunque en su mayoría ironizado al borde de la parodia, no así en su esencia. Claramente, El Árbitro es mucho más que estas historias paralelas. Este es un film sobre el fútbol y la corrupción que lo rodea, lo cual a su vez opera como una metáfora de la vida. Aunque no tiene la pretensión de indagar sobre la sociología de la Sardegna. Más bien es una representación entre épica y grotesca de la condición humana contemporánea, donde la ética es tan frágil en Crucciari como en Brai (Alessio di Clemente), un insoportable terrateniente entrenador del Montecrastu. El retorno al pueblo de Matzutzi (Jacopo Cullin), que había emigrado de niño a Argentina, trae nuevas esperanzas al Atlético Parabile, ya que a lo Maradona con su número 10 ingresa a la cancha, donde cada jugada suya culmina en un gol, protagonista a su vez de la historia de amor. “El árbitro” surgió a partir de un cortometraje homónimo de Zucca, estrenado en 2009, que había obtenido el David de Donatello, premio otorgado por la Academia de Cine italiana y el Premio del Jurado del Festival Clermont-Ferrant, la más importante muestra de cortos de Europa. Dijo su director: “El corto registraba un partido de fútbol del pueblo, arbitrado por este hombre refinado, este príncipe desterrado de la primera división, aunque no se explicaba el motivo. Son los últimos minutos del largometraje“, aclaró Zucca. “Cuando decidimos hacer el largo desarrollamos cada personaje, detallamos cómo habían llegado a ese punto y las relaciones entre ellos. Por lo tanto, se transformó en un film completamente nuevo”. En Italia, como en todo el mundo sabemos que fútbol es sinónimo de corrupción, tanto como la política, aunque esta no es una historia con pretensiones de indagar en la sociología de la Sardegna. Sí el uso del blanco y negro, como el de la ironía lo ayudaron a ubicar la historia en un momento distante de la realidad. Su director dijo además que las novelas de Osvaldo Soriano habían contribuido mucho a su posterior asociación entre fútbol y religión, por esto es que desde el inicio se produce un paralelismo entre la figura de Cristo y la del árbitro. El film está lleno de simbologías religiosas tanto en el pueblo que sigue hacia un entierro, mientras cada uno interrumpe para agregar una acotación futbolera, como en el rezo de Accorsi antes de comenzar los partidos. . Los diálogos idénticos de sus personajes al contraluz, en un blanco y negro refinado sobre las piedras, en la cima de un pueblo que no vemos, hace presente al gran western. El juego con la música y el baile, dan lugar a algunas de las tantísimas escenas inolvidables, que por momentos se traduce en un homenaje al grotesco felliniano. Un excelente elenco donde se destacan Stefano Accorsi (árbitro Crucciani), Geppi Cucciari (Miranda), Francesco Panofino(árbitro Mureno) y Marco Nesseri (Cándido) , un cuidado casting de los actores no profesionales, una fotografía impecable, y una música inolvidable hacen que El Árbitro sea un film imperdible.
Larga espera para recibir en salas comerciales a "El árbitro". Fue uno de los éxitos en la Semana del Cine Italiano este año y ahora que la redonda ya no gira por un par de semanas en Argentina (el receso de las fiestas), el fútbol vuelve a ser protagonista, en la pantalla grande. Opera prima de Paola Zucca, "L'arbitro" es una historia sencilla y modesta sobre los elementos esenciales que rodean al deporte más amado por los argentinos: la pasión por el juego, el espíritu de competencia, las rivalidades entre clásicos rivales y la corrupción que puede generarse desde quien imparte justicia. Tenemos al Atlético Pabarile, que milita en el ascenso de Cerdeña y todos los años la pasa realmente mal a la hora de enfrentar a su archienemigo, Montecrastu. Este último, goza de los favores de ser entrenado por Brai (Alessio Di Clemente), un terrateniente que disfruta mostrando su poder frente a los peones que trabajan su tierra y pertenecen al rival. La cuestión es que el Pabarile recibirá un refuerzo inesperado cuando un joven argentino (Jacopo Cullin) se une al equipo y muestra su talento. Su juego levanta al equipo y lo vuelve competitivo. Es más, su llegada revoluciona al pueblo y provoca preocupación en los equipos de la zona: salirse del rol de equipo pobre movilizará mucho aunque el camino hacia el campeonato estará plagado de domésticas dificultades. Pero Zucca (también responsable del guión junto a Bárbara Alberti) no elige solamente traernos ese conflicto, sino que también pone la mirada en la historia de un jóven árbitro italiano que busca meterse entre los más prestigiosos del país: Cruciani (Steffano Accorsi). Ambicioso y con deseos de sobresalir, el hombre de negro deberá pasar su propio via crucis al ir conociendo como se juegan los intereses políticos a la hora de armar las ternas arbitrales para los partidos importantes... Cómo se cruzarán ambas historias? Digamos que el referí no toma buenas elecciones y eso reformula su carrera de manera dramática. Y ya anticipan que, llegado el momento, en un clímax que mejor, no anticipar (aunque los corazones futboleros ya se lo imaginarán!) todos los protagonistas del relato se verán las caras en un evento que definirá sus vidas. Zucca elige narrar con la trama en blanco y negro y con mínimos elementos. Hay en su cast, buena madera y la caracterización de la vida en los poblados rurales luce simpática y acertada. La transmisión de la atmósfera futbolera, tan presente en las costumbres italianas y locales, es sólida y atrayente pero no todo luce ajustado y el guión se toma su tiempo para recorrer algunas subtramas (el amor del habilidoso futbolista inmigrante, por ejemplo) y alecciona demasiado sobre la moral, quizás, más de lo debido. Sin embargo, "El árbitro" es una comedia italiana atractiva, que hará las delicias de los fanas del deporte más lindo del mundo. A tenerla en cuenta en este receso futbolero local.
En su debut cinematográfico, el director Paolo Zucca muestra un film que gira en tono de comedia y se mezcla con el grotesco y la sátira. Todo va girando en tono de comedia y se mezcla con el grotesco y la sátira. El Atlético Pabarile, es un equipo de fútbol encabezado por Próspero (Benito Urgu) un entrenador ciego y muy sabio; es el peor equipo y el más pobre en todo sentido del pueblo de Cerdeña. El Atlético Pabarile es humillado como cada año por el Montecrastu, equipo dirigido por Brai (Alessio Di Clmenete), un ser arrogante y soberbio que trata a todos como esclavos, ingresa a los bares montado en su caballo (una muestra de superioridad) y tiene un alto nivel adquisitivo. El regreso del joven crack Matzutzi (Jacopo Cullin) proveniente de Argentina, renueva las esperanzas. Su presencia revoluciona el equilibrio de la liga y el Atlético Pabarile comienza a ganar un partido tras otro, gracias a las hazañas de su nuevo campeón. Pero al igual que en otros ámbitos existe la corrupción que se encuentra presente en todo momento. En paralelo al desarrollo de la historia se encuentra retratado el personaje ambicioso del árbitro Cruciani (Steffano Accorsi) que sólo quiere dirigir la final y hará lo imposible para conseguir su objetivo, al igual que cada uno de los personajes que componen la trama. Existe otra subtrama con dos primos futbolistas del Montecrastu, involucrados en una venganza familiar vinculada con los arcaicos códigos del mundo rural. La historia se va entretejiendo con un árbitro internacional, un entrenador ciego, una gruñona indómita, un pastor vengativo y un goleador improbable, quienes comparten sus destinos en el campeonato de fútbol más desordenado del mundo, que además muestra el negocio del fútbol y aquello que hay de cierto o mentira quedará para que lo descubrirá el espectador. Tiene mucho de sátira, con toques cómicos y grotescos, con escenas coreografiadas que corresponden a los entrenamientos. Por otra parte denota un humor sano, constituyendo un hábil entretenimiento. Se encuentra rodada en su totalidad en blanco y negro, y aporta su música Andrea Guerra. Se la puede relacionar con alguno de los cuentos de: Eduardo Sacheri, Osvaldo Soriano o Roberto Fontanarrosa. Resulta un sentido homenaje al futbol amateur. Anteriormente se hizo en el formato de cortometraje y el director obtuvo el premio “David di Donatello” en 2009.
Es importante remarcar que pese a su título, “El árbitro” no es una película de fútbol; es decir, el deporte está presente pero no así su espíritu en tanto lo que genera e inspira dentro y fuera de la cancha. Tampoco hay un intento por rescatar cuestiones del cotidiano en cuanto al “folklore” de los hinchas, es más, ni siquiera se ve el mundo interno de los equipos o los jugadores, esa mística presente en cualquier vestuario o potrero del mundo. Por el contrario, pese a la buena cantidad de minutos dedicados a mostrar algunas instancias de varios partidos, el fútbol está utilizado apenas como una máscara, y acaso como un vehículo para el discurso sobre la diferencia de clases, de nivel económico, cultural, etc. Rodada completamente en blanco y negro, el comienzo muestra a Cruciani (Stefano Accorsi) en un ritual poco convencional antes de salir a la cancha a dirigir lo que se adivina como un cotejo de primera división. Es un referí internacional con buenas chances de dirigir la inminente final de un torneo importante (suponga que es la Champions League). Para ello se conecta con dirigentes poco honestos que van marcando el camino de lo que debe hacer si quiere llegar a esa instancia. El montaje paralelo nos muestra un pueblo de zona rural con dos equipos que disputan una suerte de interzonal de alguna división muy, muy inferior. Con aires de western, vemos el equipo del terrateniente (malo, el hombre), chicaneando al de los trabajadores y desafiando al estilo duelo a ver quién gana. Más dogmático imposible. La diferencia entre ambos es abismal hasta que llega Matzutzi (Jacopo Cullin), un jugador argentino que mete muchos goles y viene a equilibrar un poco la balanza. La película de Paolo Zucca intenta “no ser una más” del montón al alejarse de la esencia del deporte más popular del mundo. El punto es que al intentar esquivarlo a como dé lugar, la película gana en su planteo pero pierde “ángel”. El elenco colabora para darle un aire mundano a las situaciones comunes, aunque desde la dirección de actores y del guión se propongan situaciones algo extrañas (el ritual de besos entre los árbitros en el vestuari, por ejemplo). De todos modos no deja de ser una fórmula habitual aplicada a un mundo que todos conocemos y, en todo caso, el humor funciona como un conector de algunos ejes dramáticos que van a tener que, eventualmente, encontrar la excusa para que los dos mundos; el del referí de primera y jugadores de última, se encuentren y a su vez se justifiquen. “El árbitro” tiene con qué pelearle al tedio y a la falta de películas de éste tipo, aunque a veces quede en posición adelantada.
“I wanted to do something unconventional. So I thought of a crossbreeding of genres: you have comedy, western, musical, tragedy, farce... Also, I went for different tones: black and white cinematography, slow motion, stylized compositions. I tried to fly as high as I could and at the same time deal with the very basics of popular comedy,” said Italian filmmaker Paolo Zucca about El árbitro (L’arbitro), previously screened this year at the festival Cinema Made in Italy, and now commercially released. Of all things, L’arbitro is a somewhat accomplished opera prima that spins the story of the Atletico Pabarile, arguably the worst team of the Sardinian third division, which is constantly defeated, time and again, by Montecrastu, a popular and more vigorous team. Sheer humiliation, and not soccer, is the real name of the game for the unfortunate players of the Atletico Pabarile. However, things are about to change big time. The young Matzutzi (Jacopo Cullin) returns to his home town and starts playing against Montecrastu, and so Pabarile starts winning match after match. Nobody expected something like this, and a feeling of gloom overruns the disoriented players of Montecrastu. In turn, another story comes into the field: that of Cruciani (Stefano Accorsi), a referee with high aspirations. From then on, a story of blind ambition and corruption unfolds. Partly inspired by the writings of Argentine author Osvaldo Soriano, particularly the short story El penal más largo del mundo, Paolo Zucca’s L’arbitro is stylishly shot and fluently narrated — the eye-catching, sometimes slightly surreal black and white cinematography is to be celebrated — and it speaks of the world of lower division soccer with an infectious sense of humour. The best thing is that more than conveying a set of ideas, Zucca is after capturing moods and ambiance stemming out of the drama. And he does so without ever being over formalistic or arty. But there are a few times when L’arbitro becomes repetitive and too explanatory. Things don’t need to be spelled out for viewers when actions and reactions have already spoken in a better way. Furthermore, not all comedic scenes work out that well: they sometimes lack the right timing, or they are far too obvious, or they are just not funny enough. And since comedy is the genre that contains all the other genres, it’s easy to see when something goes wrong. The biggest achievement of Zucca’s opus is how it tackles the many facets of the world of soccer’s dark side by just focusing on seemingly unimportant anecdotes and some occasional vignettes. Production notes El árbitro / L’arbitro (Italy / Argentina, 2013). Directed by: Paolo Zucca. Written by: Paolo Zucca and Barbara Alberti. With Stefano Accorsi, Geppi Cucciari, Jacopo Cullin, Alessio Di Clemante, Marco Messeri, Gregoire Oestermann, Benito Urgu, Franco Fais. Cinematography: Patrizio Patrizi. Editing: Sarah Mc Teigue. Music: Andrea Guerra. Sound: Piero Francellu. Produced by Amedeo Paragani, Daniel Burman, Diego Dubcovsky. Distributed by: Primer Plano. NC13. Running time: 96 minutes.