Las recurrencias del tiempo A pesar de que sólo necesitamos dos palabras -casa embrujada- para construir un mínimo marco descriptivo en relación a El canal del demonio (2016), lo verdaderamente interesante de la propuesta pasa por la perspectiva elegida para explotar el tópico, sin duda uno de los más antiguos del cine y del arte en general.
Film de terror irlandés que trae otra historia de fantasmas con apariciones que repercuten en la vida de un matrimonio con un hijo pequeño. Todo el clima logrado al comienzo se pierde y remite a títulos como "La llamada". Una historia de fantasmas que trae presencias siniestras del pasado que repercuten en el presente de un matrimonio y su pequeño hijo es el motor de El canal del demonio, la película irlandesa escrita y dirigida por Ivan Kavanagh. David -Rupert Evans-, un archivista de películas, descubre que su casa fue el escenario de un crimen cometido en el siglo pasado, y su vida comienza a resquebrajarse rápidamente: su esposa lo engaña y ahora está convencido de que oscuros espíritus que habitan en su casa están relacionados con lo que está ocurriendo. El director juega con la tensión y con la locura que se va adueñando del protagonista en esta historia que comienza de manera atrapante, creando los climas adecuados para asustar al espectador -se perciben ciertos parecidos con el cine de Mike Flanagan- pero el segundo tramo pierde intensidad y no disimula influencias de La llamada. El film se mueve entre el aspecto sobrenatural, la condena moral a la infidelidad y el aporte macabro en los minutos finales, pero lo conseguido en la primera mitad, luego se desvanece y huele a algo ya visto muchas veces. Tampoco se le puede negar al film la intención de hacer algo diferente con un sello personal, alejado de las grandes producciones del género, o la calidad de los rubros técnicos. En ese sentido, el acierto se ve en las locaciones: la secuencia escalofriante desarrollada en el baño público luego de que David descubre el engaño de su seductora esposa y el canal al que refiere el título, con sus aguas profundas, oscuras y peligrosas, se convierten en los escenarios donde la muerte dijo y dice nuevamente presente. Tampoco faltará la investigación policial de turno, las dudas y la confusión que genera en el público la pesadilla por la que atraviesa David, un personaje bien encarnado por Evans. No es una mala película, pero podría haber alcanzado pìcos más intensos con su inquietante planteo.
Voces en mi casa David y Alice son una pareja que anhelan tener, como muchas otras, una casa propia. Luego de ver varias y de ser muy exigentes en las visitas que realizan para conocerlas, David cree que una es la ideal y la lleva a la mujer para que determine si es la que necesitan. Tras unos minutos, en los que asistimos a una escena simple, tensa, pero efectiva, en la que David queda en un segundo plano, esperando por el veredicto de su esposa, El canal del demonio (The Canal, 2016) del realizador irlandés Ivan Kavanagh, sienta las bases de una historia envolvente, plagada de pesadillas, en la que David (Rupert Evans, recientemente visto en El niño), uno de los responsables del archivo de una institución educativa, verá cómo su vida cambia al alojarse en ese hogar tan soñado, del que no conoce su pasado. El relato, gracias a un guión sólido, progresa lentamente, revelando detalles de la pareja, de las características de cada uno de ellos, y del abismo que se comienza a generar entre ellos cuando David comienza a sospechar un engaño por parte de Alice con un compañero de trabajo, por lo que inicia una pesquisa para saber si sus intuiciones son certeras, haciendo que el relato cambie de tono y registro. Así, El canal del demonio, continúa su narración de intrigas y de misterio, en torno a la posterior desaparición de Alice (Hannah Hoekstra), y la participación en la misma de David, o no, ya que la pantalla será copada por flashbacks confusos sobre la noche en la que la mujer fue vista por última vez y que se desarrollaron junto al canal que el título refiere. La decisión de sumar, además, personajes secundarios que potencian la idea de lo irreversible de la muerte en un lugar en el que anteriormente se cometieron actos atroces, van configurando la estructura de la película, con logrados estereotipos que funcionan para darle verosimilitud a la historia. La incorporación de archivos cinematográficos, por la actividad que desarrolla David, suman efecto a la hora de revelar los hechos del pasado que vuelven a la casa, y que serán el desencadenante de la tragedia que Ivan Kavanagh busca llevar adelante en imágenes. Hay cierta reiteración de acontecimientos, y laxitud del relato, que resienten el planteo propuesto inicialmente, como así también una búsqueda de la sorpresa efectista para generar tensión cuando no era necesario, y pese a esto, la película sale airosa de los lugares comunes. La lúcida mirada sobre el género, que aquí es más un híbrido entre terror/thriller/policial, reposa en algunos diálogos entre el investigador de la desaparición de Alice (Steve Oram) y David. En uno de los encuentros éste le dice “la gente siempre sospecha del esposo, ¿sabes porqué?, porque siempre es el esposo”, y así el director demuestra su conocimiento sobre el género y las ganas de jugar y narrar, como así también las del espectador de seguir viendo la historia.
David Williams es un archivista de films documentales que azarosamente descubre las crónicas de un hombre que en 1903 asesinó a toda su familia. Paralelamente, se muda con su mujer y su hijo a un amplio caserón de Dublín, y cuando revisa las cintas por segunda vez, descubre que acaba de mudarse a la casa del asesino. Es un inicio más que obvio, torpe; cae de maduro el rumbo de la historia, pero los estilizados toques del realizador Ivan Kavanaugh hacen que este film de horror irlandés salga a flote con eventuales hundimientos. Una noche, a la vuelta de su casa nomás, bordeando el mentado canal, David descubre a su esposa haciendo el amor con un extraño; lo próximo que recuerda es haber vomitado en el retrete público, junto al canal, mientras el fantasma del asesino lo espía y le golpea la puerta. Y su mujer desaparece. David dirá a la policía que no sabe nada, hasta recordar que aquella noche vio al asesino de 1903 tirando a su mujer al canal. ¿Era el fantasma, era él en plan psicótico? ¿Ve visiones o miente descaradamente? Mezcla de El resplandor, horror gótico y una pizca de terror japonés, El canal del demonio tiene todos los clisés pero contrapesa el déficit con buenas locaciones y logrados clímax.
EL PASADO Y LA LOCURA La cuota de terror se cumple indefectiblemente. Y en este caso con la dirección y guion de Ivan Kavanagh, la cita es con una buena del género. Un archivista descubre que la casa que acaba de comprar con su esposa, fue el escenario de un crimen horrendo. Y cuando su matrimonio aparentemente feliz se desmorona y su mujer desaparece, comienza una ambigüedad en el film que fomente el clima de fantasmas con homenajes a grandes películas del género y una gran actuación de Rupert Evans. Por momentos resulta un poco confusa la historia, pero luego se encamina hacia su objetivo de descenso a los infiernos del protagonista de la historia.
En medio de todos los poco inspirados estrenos de Halloween, llega desde Irlanda El canal del demonio, una película que transita el terror y el thriller, inspirando miedo, pero miedo del bueno. “Quien está listo para ver un fantasma?” pregunta David a una mas bien desinteresada audiencia adolescente que lo visita en la filmoteca donde trabaja. David y su espora compran una casa mientras esperan el nacimiento de su hijo. Cinco años después, metidos ya en la rutina del hogar, David descubre, como suele pasar en casi cualquier película de terror, que en su casa se cometió un horrible crimen. Las imágenes de ese crimen, que el encuentra en un viejo rollo de film en su trabajo, comienzan a hostigarlo al mismo tiempo que crecen sus sospechas sobre la infelicidad de su esposa y una posible infidelidad. Pero una noche, David es testigo de cómo el espectro del asesino, mata a su propia mujer, lo que lo llevará a una desesperada investigación que lo hará enfrentarse con sus peores temores. El canal del Demonio (una muy pobre traducción del título original “El canal”) propone un argumento que no parece sobresalir de los cánones usuales del cine de terror, pero que se eleva de la media porque construye a David como un personaje muy consistente. Sus miedos son claros pero no explícitos, sus dudas son las mismas del espectador y ninguno de los acontecimientos se resuelve tan burdamente como el cine norteamericano nos tiene acostumbrados. El director sabe generar los climas necesarios para que el espectador quede atrapado por la imagen y el sonido, y sin recurrir al golpe bajo del sobresalto, logra que uno quede expectante al borde de la butaca. Acompaña la genial actuación de Rupert Evans, quien construye al personaje de David siguiendo los lineamientos del cine de terror clásico, pero con el tono perfecto de actuación que logra que incluso en el desenlace del film, el verosímil sea completo, lo cual aumenta en el espectador la sensación de miedo y desesperación. Una joya en medio de un género vapuleado por producciones mediocres, El canal del Demonio es un film de género que no se apoya en el golpe de efecto sino que apela a cosas con la que cualquier espectador puede relacionarse, volviéndose una película muy efectiva y con un clima admirable.
El canal del demonio es otra de casas embrujadas Enésima historia de fantasmas y fuerzas sobrenaturales que habitan en una centenaria casona que se estrena en los últimos meses, esta película escrita y dirigida por el irlandés Ivan Kavanagh va de mayor a menor; es decir, del thriller psicológico con una rica presentación de personajes, universos, conflictos y climas al terror con resoluciones bastante arbitrarias llenas de golpes de efecto y de revelaciones que esconden no pocas trampas. Rupert Evans interpreta a David, empleado de un archivo fílmico que se va a vivir con su bellísima esposa holandesa (Hannah Hoekstra) y su pequeño hijo (Calum Heath) a una amplia y antigua casa cerca del canal al que alude el título en Dublín. El protagonista descubre que su mujer le es infiel y al poco tiempo ella aparece ahogada. Mientras el cínico detective que investiga el hecho (Steve Oram) cree que David es el culpable, él se convence de que hay presencias fantasmales metidas en el asunto, sobre todo cuando, en los archivos, encuentra imágenes de casos de asesinatos ocurridos un siglo antes en esa misma casa. Este planteo inicial es interesante, Kavanagh filma bien y los intérpretes son muy competentes, pero cuando en la segunda mitad el guionista y director tiene que empezar a resolver las intrigas y los misterios, la película se desbarranca por completo. Así, lo que en principio parecía digno de un heredero del cine de David Lynch, David Fincher o Roman Polanski termina por momentos bordeando el ridículo.
Otra de fantasmas en la casa Aunque parte de un lugar común en el género, tiene un aura de ambigüedad y misterio. El canal del demonio parte de uno de los lugares más comunes del terror: la familia que se muda a una casa embrujada. En ese lugar se cometieron horribles crímenes, y ahora está habitado por los atormentados espíritus de las víctimas y el victimario. Hay más elementos típicos, como filmaciones caseras que documentan la aparición de esos fantasmas. Pero el director Ivan Kavanagh pone esos clichés al servicio de la historia de un drama familiar y logra usarlos para crear una atmósfera atrapante. Todo transcurre en un clima onírico, donde nunca termina de quedar del todo claro qué es lo que sucedió en realidad y qué forma parte de la imaginación del protagonista. Un recurso que muchas veces es tramposo y resulta irritante, pero que en este caso funciona bien, dándole a la película un bienvenido aura de ambigüedad y misterio.
El canal del demonio es una producción independiente de Irlanda que trabaja las historias de casas embrujadas y fantasmas de un modo similar al que se abordaban estos temas en el cine de terror de los años ´70. En estos días donde la tendencia del género, especialmente en las producciones de los estudios de Hollywood, pasa por generar estímulos visuales cada cinco minutos, con escenas de susto trilladas, este estreno es la oveja negra de los relatos de horror que pone a prueba la paciencia del espectador. El director Ivan Kavanaugh optó por trabajar esta temática desde el thriller y ofrece un misterio que se desarrolla de manera pausada. Probablemente muchos espectadores se aburran con este film por el estilo de narración, que es lento y se toma su tiempo para disparar el conflicto central. Sin embargo, después de los primeros 20 minutos, que son algo densos, la película se vuelve más interesante por los climas de tensión que construye el director. El canal del demonio trabaja el terror de una manera más sutil a lo que solemos ver en el cine por estos días y el foco de atención de la historia está puesto en la ambientaciones tétricas y la psicología de los personajes. La trama incluye algunas situaciones perturbadoras pero el horror en relato no tiene nada que ver con los típicos fantasmas de Actividad paranormal. Sostenida por un buen reparto, donde se destaca Rupert Evans (Hellboy), la película de Kavanaugh logra brindar una historia de terror efectiva que nos presenta un cuento familiar desde una perspectiva diferente.
La película de horror de la semana es El Canal del demonio. Un archivista de películas descubre unos rollos que contienen lo que parece ser el registro de un crimen acaecido en su casa. A su vez, su esposa, que lo está engañando desparece misteriosamente. Esta cinta irlandesa, climática y terrorífica, es una original muestra de lo que un director con buenas ideas puede hacer dentro del género. Ivan Kavanagh, más influenciado por el horror fílmico oriental que por las cintas modernas made in USA carga de sordidez e imágenes potentes un relato inquietante que incomoda durante todo el metraje. Expresionista, más sugerente que explícita, mantiene al espectador al filo de la butaca hasta el último de los fotogramas.
Un archivista empieza a tener macabras visiones desde que descubre una vieja película con un asesinato terrible de principios del siglo pasado. Con una mujer embarazada y un niño pequeño en casa, la alternancia entre las escenas de una vida cotidiana cada vez menos normal y la sensación ominosa de que algo oscuro pesa en la zona del canal cercano, empieza a acelerarse. Con dos años de atraso, el estreno de El canal del demonio cumple con el cupo semanal de cine de su género, y sí consigue unos cuantos sustos y escenas inquietantes. Sin embargo, este link entre el film antiguo y el perturbado sujeto del presente, entre una peli y otra, se ve opacado por un barroquismo que suma elementos hasta que el asunto se pone demasiado crítpico, difícil de entender. Entre el relato de una debacle psicológica, el terror que llega desde los confines del tiempo y el film de fantasmas, El canal del demonio pierde la potencia que merecía la más atractiva de sus historias.
Los espectros se demoran demasiado En el prólogo de "The canal", Rupert Evans le explica a un grupo de escolares que les va a proyectar films de fines del siglo XIX, con gente que está muerta hace rato, por lo que podrían ser considerados fantasmas. El protagonista, un archivista de films primitivos, descubre que el chiste se le vuelve en contra cuando le llegan a su cinemateca varios films policiales de 1902 en los que se ve su propia casa como escena de un crimen. A partir de ese descubrimiento, el archivista empieza a tener horribles pesadillas y peores alucinaciones, siempre alrededor de su casa y de las aguas del canal hidráulico alrededor del cual se cometieron muchos crímenes a lo largo de las décadas. Esta producción irlandesa está bien filmada y parte de una buena idea, pero su principal problema es que se toma demasiado en serio una historia que, con distintas variantes, se ha visto muchas veces. Por otro lado, el ritmo es bastante moroso, y sólo de vez en cuando aparece alguna escena terrorífica realmente eficaz. Recién hacia los ultimos veinte minutos finales se elabora debidamente la relación entre el cine y los espectros, pero para ese momento casi es demasiado tarde.
Fantasmas en la casa Para empezar a hablar sobre El canal del demonio (The Canal) hay que empezar porque no es más que otra típica película de terror de fantasmas en una casa, los cuales intervienen en la vida familiar de los habitantes de la misma para terminar matando a alguien. Habiendo dicho eso, Ivan Kavanagh, director del film, decide usar los elementos más comunes del terror para crear un ambiente lúgubre en alguna parte de lo que parece ser Irlanda, a pesar de que nunca se termina de saber dónde es. Hubo una sola cosa que me molestó, y no se si seré yo que soy mu quisquilloso o varios lo vayan a notar, pero quiero que alguien me explique: ¿por qué el protagonista habla con acento inglés mientras que todo el mundo a su alrededor tiene un marcado acento irlandés?
Celos, paredes y paranoia. La historia comienza cuando una feliz pareja que espera un hijo compra una casa muy antigua para remodelarla y armar allí su familia. Él es David (Rupert Evans), un hombre simple y tranquilo que trabaja como archivista fílmico, y ella es Alice (Hannah Hoekstra), una mujer muy atractiva. Luego de un par de años de convivencia feliz, David descubre que su esposa le es infiel y al mismo tiempo encuentra en su trabajo un antiguo material filmado a principios del siglo XX, donde descubre que su casa ha sido el escenario de un crimen. Desde que ve las sangrientas escenas David no puede sacarse esas imágenes de la cabeza, se convierten en una obsesión, que se potencia con la traición de su esposa y lo alejan de la realidad. Lejos de la fórmula de terror de casa embrujada, el filme apunta hacia el horror psicológico, lo que puede ser real o solo estar en la cabeza del protagonista, la trasformación de un hombre común en alguien que podría estar poseído por oscuros fantasmas que habitan la casa, o tal vez solo se trate de alguien desarrollando una psicosis. El filme construye de forma muy precisa los climas de suspenso, arma una atmósfera donde el protagonista se mueve entre lo real y lo irreal, mantiene alerta e intranquilo al espectador, y genera miedo y mucha tensión. La estética y la fotografía, junto con una correcta dirección, construyen un relato de horror más que interesante, pero algunas fallas en el guión lo hacen bastante predecible, ya que a la mitad de la historia incorporan demasiados elementos que lejos de enriquecer la trama hacen que el filme se vuelva menos consistente, y que el espectador pierda interés. A pesar de esto la película funciona, asusta, entretiene y tiene unas cuantas escenas interesantes gracias a Rupert Evans, que realiza un muy buen trabajo convirtiéndose en el eje de todo el filme, con un personaje complejo que juega entre la realidad, la obsesión y la locura.
En un comienzo su relato resulta inquietante, con buenas imágenes de archivo, un buen manejo de la luz y mantiene al espectador alerta en su butaca, no deja de ser otra de fantasmas, casas y personas poseídas, fuerzas sobrenaturales y con algún sobresalto, pero no logra sostenerse, llegando al desenlace final va cayendo.
Detrás de las paredes que ayer se han levantado. Alguien, algún día, debería investigar la verdadera razón detrás de la pasión nacional por el cine de terror. El público argentino llena las salas de absolutamente cualquier estreno que lleve en su título “horror”; “del miedo”, “diabólico”, “de la muerte”, “del mal”, “del terror”, “sangre” o “demonio” sin ninguna objeción. No se realmente cual es el motivo pero la consecuencia de ello es que tengamos en cartel películas como El Canal del Demonio: film irlandés, muy chiquito, de autor, que data de 2014 y que se proyectó dos ediciones atrás en el Buenos Aires Rojo Sangre. No es que sea algo necesariamente malo, pero es llamativo como pequeñas películas que ni siquiera consiguen salas en los grandes mercados llegan a este país y rompen la taquilla o al menos consiguen un rendimiento más que aceptable. Pero bueno, vayamos a lo que nos importa: Desde su premisa, El Canal del Demonio no cuenta con nada que no hayamos visto antes: una joven familia se muda a una casa aparentemente embrujada y los residentes se ven atormentados por los crímenes abyectos ocurridos previamente en ese lugar. Más allá de la poca originalidad en la propuesta, el verdadero problema del film es que se hace extremadamente previsible y su giro – algo muy común en el género – se puede intuir desde el principio del metraje. Es una real pena, porque este error parece fuera de contexto en un relato que pondera el establecimiento de una atmósfera tensa y perturbadora por encima del susto fácil y el giro shyamalensco. Como muchos otras producciones de la misma calaña, el terreno fantástico es tratado con una ambigüedad casi alegórica; el monstruo/demonio/villano puede bien ser una característica psicológica de los protagonistas. Para que ello salga bien, se requiere una capacidad narrativa con la que no todos los cineastas cuentan y que Ivan Kavanagh, director y guionista, parece demostrar intermitentemente. Un canal a mitad de camino: El Canal del Demonio no es una obra erigida únicamente a base de cliché. El director y guionista de la película hace un aporte interesante con planos creativos y escenas bellamente filmadas. Asimismo, Kavanagh se las ingenia para incluir conceptos e imágenes perturbadoras casi salidas del enfermo body horror de David Cronenberg. El universo fantasmático y pesadillesco en el que se inserta el personaje principal, un sólido Rupert Evans, es completamente remarcable y no puedo evitar pensar cuál hubiera sido el resultado global con algunos pequeños ajustes en la trama y en el rítmo. El ritmo es otro inmenso inconveniente que no supo sortear Kavanagh, la narración inicia de manera fluida y se estanca hacia la mitad del metraje, donde el film se convierte en un suplicio complicado de atravesar. Este bajón estruye el ambiente tenso que se había formado minutos antes y la resolución ya no posee el mismo impacto. Conclusión: El Canal del Demonio es un film con imágenes y conceptos interesantes pero con una historia predecible y aburrida que la convierte en otra película del montón.
Una buena idea, una película sin ideas, la paradoja que define el film que representa la cuota semanal de terror infaltable en la cartelera Lo mejor está en el inicio. El archivista tiene que dar una clase introductoria a una platea escolar cuyo interés por el cine silente es nulo. Al decirles que lo que están por ver son fantasmas, porque todos esos hombres ya están muertos, el director y el personaje presentan el cine como un arte de aprehensión de espectros. Al registrar una unidad viviente en el tiempo, se la detiene filmándola y luego se la reproduce por siempre. El sabio André Bazin decía que la prehistoria del cine había que situarla en el primitivo arte de la momificación. La premisa inicial promete y se redobla cuando el archivista revisa unas películas policíacas de 1902 y descubre que en la casa que acaba de alquilar un hombre asesinó a su mujer por una infidelidad. De allí en más, todo está dado para que el protagonista repita la experiencia de aquel hombre, más todavía cuando su mujer, con la que ya tienen un niño adorable, parece estar interesada en otro hombre. De ahí en más lo previsible se cumplirá paso a paso. El título elegido para el estreno argentino del quinto filme de Ivan Kavanagh miente. La entidad teológica invocada por él está ausente; El canal del demonio no presupone una perversión dirigida por un ente maligno dispuesto a arruinar la vida de los hombres. No hay duda alguna de que el personaje, un archivista cinematográfico de Dublín, está endemoniado. A veces se insinúa que su paulatino deterioro espiritual se debe a ciertos espectros desconocidos que retienen toda su amargura por un maldecido paso por la Tierra; en otras ocasiones, su falta de compostura psíquica es quizás el modo de procesar un desengaño amoroso. Esa indeterminación es interesante, pero Kavanagh no sabrá nunca qué hacer con ese dilema filosófico y cinematográfico. El film tampoco encuentra su tono formal. Si la cita explícita al maestro Jacques Tourner hubiera sido honrada, Kavanagh habría resistido a sobrecargar el sonido, multiplicar jump-cuts inútiles con fines de alterar la percepción y poblar de imágenes sangrientas secuencias que resueltas con la elegancia que brinda el arte de sugerir funcionarían con mayor rigor y eficacia. Casi llegando al final, eso sí, hay un plano ominoso en el que se trastoca el inmaculado poder de dar vida. Esa sola escena habría alcanzado para intuir la fuerza del terror, que siempre descansa en la insuficiencia del lenguaje para ordenar los fenómenos exteriores.
UNA ENSALADA IRLANDESA El canal del demonio es uno de esos estrenos atrasados que ya lleva dos años circulando por sitios de descarga web o con paso por festivales especializados en género de terror. Algo que sin dudas es visto con recelo por el fanático de este tipo de films, no sólo por la antigüedad de la pieza sino también porque su estreno comercial tiene cierto tufillo a ausencia de buenas propuestas actuales del género que desembarquen a la pantalla grande del país. Desde Irlanda llega la quinta película de Ivan Kavanagh, un tipo obsesionado con la infidelidad femenina -así lo demostró en Tin can man (2007)-, quien en esta oportunidad ofrece un thriller psicológico donde David, el archivista de una filmoteca con una joven y bonita esposa y su pequeño hijo, viven “felizmente” en una casa vieja. Pero claro, ese mundo de ensueño familiar se ve interrumpido cuando nuestro protagonista descubre la doble vida de su mujer y luego la desaparición de ella. Su fantasía se derrumba por completo y es acusado de principal sospechoso. En paralelo irá descifrando durante su jornada laboral unas cintas antiguas de principio del Siglo XX que tienen como epicentro un asesinato múltiple cometido en su propio hogar. El primer cambio que se nos presenta en El canal del demonio es una película que borda el drama convencional para gradualmente introducirse en el misterio casi policial. Hasta allí todo bien. Luego se volcará a la paranoia obsesiva que nos hace acordar al personaje de Sam Neill de En la boca del miedo, claro que sin nunca estar a su altura narrativa. Es a lo largo de esta transición que el film comienza a atrapar al espectador de forma cautelosa. Pero con la aparición de fantasmas en su hogar con desvergonzadas secuencias calcadas a La llamada, esta película pierde su decente “esplendor”. El canal del demonio peca al introducir un popurrí de subgéneros de terror -casas encantadas, seres andróginos, fenómenos paranormales, fantasmas estilo japonés-, donde esta abundancia y mezcla desconcierta sin aportar a la historia. Y esto es una lástima porque las locaciones de barrio obrero irlandés con su canal -y esa es la palabra que da sentido a la película- de agua frondosa que atraviesa la ciudad, los pastizales a lo largo y esos baños públicos llenos de roña y graffiti son los que generan el clima ideal de misterio y terror. Sin embargo, esto es desaprovechado por los múltiples focos de atención que propone el director. Realmente como espectadores no sabemos de dónde proviene el mal: si de afuera (factor externo social o el “ello”), si de adentro del “hogar maldito” (el yo que incluye y rodea el entorno más inmediato) o de la locura postraumática de viudez que atraviesa David (súper yo más profundo e intimista). Y ese desconcierto y desequilibrio psicológico sirve pero no alcanza. Kavanagh quiso que su película de terror lo tenga todo, tal vez para no caer en los arcos de la predictibilidad; para homenajear a cintas asiáticas; al furor de alucinaciones oníricas que James Wan logró con la destacada La noche del demonio; o al misterio de vecindario o propio hogar que se guarda tras las paredes como en Ecos mortales. Y así podría seguir con un sinfín de películas que guardan paralelismo y dejan a El canal del demonio carente de cierto clima original pese al entretenimiento que aporta. Lo cierto es que el cine de terror irlandés es aún joven y está comenzando a abrirse al mundo. Por una parte, rivalizando con una experimentada Inglaterra pero por otra, destacándose con la bandera que el pionero y reconocido director Neil Jordan supo sentar en ejemplos destacados desde el folklore de “cuentos de hadas”, como En compañía de lobos (1984), hasta el vampirismo actual en Byzantium (2012) sobre un pueblito costero. Parece que el secreto es no salirse de los relatos autóctonos ni de los paisajes de la tierra de tréboles, aprovechando ese frondoso material y agregando algo moderno si se quisiera. Pero nunca copiando al otro.
Lo mejor de esta película de terror donde presencia ominosa del pasado viene para destruir a los vivos a través de un personaje que de bueno pasa a perturbado obsesivo es que se toma su tiempo para sentar las bases psicológicas del protagonista, y mantiene en buena medida la ambigüedad y la imprevisibilidad respecto de su comportamiento y sus motivos. Es de rutina, sí, pero se toma el trabajo de disimularlo y asustar de verdad.
Rara vez se estrena en la Argentina una producción proveniente de la Republica de Irlanda, y más raro todavía que una película, anunciada como perteneciente al género de terror sorprenda, en principio por su buena factura y segundo porque acaba por no ser de terror, si un muy buen thriller psicológico, casi hasta su conclusión. Utilizando todos y cada uno de los arquetipos, modos, iconos y simbolismos del género del terror, pero trabajados en el tiempo, el espacio, la ambientación, luz y color, la dirección de arte y especialmente la fotografía, eligiendo planos y movimientos de cámara como si se tratase de un thriller o un filme de suspenso, en ambos casos apoyados desde una trama psicológica. Esta mezcla o ambigüedad constante hace que nunca sepamos a ciencia cierta si nos está proponiendo una u otra vertiente. Digamos que “The Canal”, tal el título original, mucho menos declamatorio que el elegido para su estreno en estas playas, es una realización que comienza como un clásico drama, con alguna vertiente romántica, si se quiere, pero que todo va mutando hacia ese cruce de géneros nombrados anteriormente, sumados a los elementos clásicos del terror, pero que en este caso, y se agradece, prescinde por completo de exabruptos sonoros para producir efecto de sobresalto en el espectador. Todo pendería de un hilo sin el muy buen guión que a medida que se va desplegando transmite, desde las acciones y diálogos, que van haciendo fluir el relato sin sobresaltos, apoyado en las muy buenas actuaciones, que hacen que todo sea posible, creíble. La historia se centra en David (Rupert Evans) quien, junto a su amiga y colega Claire (Antonia Campbell-Hughes), clasificando material de archivo rodado a principios del siglo XX, descubre que su casa fue el escenario de un crimen terrible, primero la misma casa, luego repetición de un triangulo amoroso. En esa casa vive hace cinco años junto a Alice (Hannah Hoekstra) y Sophie (Kelly Byrne), esposa e hija respectivamente. Un hecho luctuoso amenaza con proyectarse como una sombra fantasmagórica sobre la vida de David. Usando las imágenes de archivo tanto como elemento provocador de la producción delirante, casi psicótica de David, no son alucinaciones ya que tienen un elemento disparador y deformado por el sujeto, como simultáneamente un recurso narrativo aterrador. Si en algún momento la narración se torna algo confuso, sin lógica real, es porque el delirio tiene una lógica interna que el filme termina por resolver y dar cuenta de esto. Parece ser, y se nota, que el director pidió asesoramiento a profesionales de la salud mental, como a veces sucede. La transformación va produciéndose en David, en tanto comienza una investigación sobre lo sucedido en su casa cien años atrás, y paralelamente la constitución de un triangulo amoroso que hace endeble los lazos familiares y siembra la sospecha. Todos los personajes laterales, secundarios, tienen su razón de ser, su constitución, construcción y desarrollo, y todos está al servicio de la trama principal. Lo dicho, no es propiamente terror.. Si, en cambio, un muy buen thriller psicológico hasta el final, que desbarranca. Que todo lo construido hasta la última secuencia se desarma como un castillo de naipes, termina dando lugar a aquello que evitó a lo largo del 85% del metraje, o sea, dicho de otro modo, que el delirio se transforma en una alucinación compartida. La sensación final es una decepción que se podría haber evitado. ¿Sólo para dar indicios de una posible secuela? Una lástima.
Que una película se estrene comercialmente dos años después de su lanzamiento mundial, augura un resultado bastante pesaroso. A veces puede funcionar con pequeñas obras maestras que llegan muy tarde, y otras las distribuidoras las arrojan a la cartelera local para ocupar el nicho del Estreno de Terror de todas las semanas. The Canal de Ivan Kavanagh es la elegida en esta ocasión, y lamentablemente cae en la segunda categoría. ¿Quieren ver un fantasma? Con esa sugerente frase comienza la historia David –Rupert Evans-, un archivista que se gana la vida recuperando cintas que, a veces, datan de hace cien años. En una de ellas, coincidentemente, se detalla una brutal escena de un crimen que ha tenido lugar en la misma casa en la que reside con su bella esposa y su pequeño hijo. Estas macabras imágenes -cortesía de un muy inspirado Kavanagh, lo más destacado del film- abren una compuerta siniestra en la vida del protagonista, cuya esposa desaparece en misteriosas circunstancias luego de un angustiante problema personal en la pareja. No hay nada nuevo en The Canal que el horror no haya entregado en mejor calidad en otros clásicos. La obsesión de David con el crimen, la omnisciente presencia del oscuro canal cerca de su hogar, la investigación policial que sospecha demasiado –“Siempre es el marido en estos casos”, argumenta el detective a cargo-, todos son aspectos del terror psicológico o el policial negro que hacen un buen combo, pero no en esta ocasión. El ambiente que logra el director es siniestro y absorbente, pero durante gran parte del nudo de la trama se pierde el ritmo narrativo, y para cuando llega el final, la poca sorpresa que depara el desenlace no es lo suficientemente fuerte para justificar los soporíferos recovecos a los que se sometió a la platea. Es loable el nivel técnico del film, correcto por donde se lo mire y con espeluznantes momentos que incomodan, pero en definitiva no aporta nada nuevo al género y se olvida fácilmente una vez terminada.