El infierno de los aficionados. El Capital Humano (2013) es más que un film, es un ensayo sociológico basado en una historia real sobre el neoliberalismo y las relaciones sociales en el capitalismo actual, a partir de las nociones de éxito personal y los beneficios y riesgos de la especulación financiera de los administradores de los fondos de inversión y los inversores aficionados. La historia se divide en cuatro partes. Las tres primeras son narraciones basadas en los protagonistas y la cuarta es una resolución de las anteriores, denominada El Capital Humano. En la primera parte, la película mira la historia desde los ojos de Dino, un hombre ambicioso que busca la amistad del padre del novio de su hija, Giovanni, un administrador de fondos de inversión, para convencerlo de permitirle invertir en una apuesta riesgosa contra la estabilidad del gobierno y de la economía europea con grandes dividendos. La segunda historia se centra en Carla, la esposa de Giovanni, una ex actriz devenida en ama de casa millonaria, esnob y diletante que dedica sus días a recorrer negocios y comprar productos suntuarios con el dinero ganado por la especulación de su marido. La tercera de las historias narra los vaivenes de Serena, la hija de Dino, quien se ve envuelta en un asunto policial. En medio de la intriga especulativa de Dino y el pedido de un préstamo para invertir el dinero que no posee, Carla entra un día en un teatro de provincia a punto de ser demolido y le propone a su esposo comprarlo para su restauración y nombrar un consejo administrativo. Así conoce a Donato, un profesor de teatro enamorado de la ex actriz en sus épocas de intérprete aficionada. Massimiliano, el hijo de Giovanni y Carla, es a su vez acusado de atropellar en estado de ebriedad a un ciclista que salía del trabajo el día de la graduación de los jóvenes. Con el herido en estado crítico, el caso policial se complica cuando Serena comienza a mentir sobre lo sucedido aquella noche para proteger a su pareja, un joven artista con tendencias suicidas. La obra dirigida por Paolo Virzì maneja a la perfección todos los climas y hasta se da el lujo de introducir escenas amorosas que remiten al cine clásico italiano y que son disueltas por la tragedia de la realidad, la cual irrumpe para romper el artilugio estético. Así construye un drama social de gran alcance y valor para nuestra cultura, basándose en la solidez de un gran guión y en las grandes actuaciones del elenco protagonista, especialmente de Fabrizio Bentivoglio como Dino, Valeria Bruni Tedeschi como Carla, Fabrizio Gifuni como Giovanni y Matilde Gioli como Serena. El Capital Humano deja al desnudo las contradicciones de los que ganan con la caída de las políticas públicas y los que se enriquecen a costa de la miseria de los trabajadores. Pero esto no es todo y el arte se convierte -en la película- en reflejo de la decadencia de la cultura de una época, ya sea a través de los críticos de teatro con sus teorías nihilistas, los docentes con su anhelo romántico o los inversores en su religión del éxito a toda costa. La decadencia de la economía neoliberal en Europa ha dejado secuelas en la cultura y los valores, convirtiendo a las personas en despojos de la sociedad de bienestar. La inmoralidad y la cultura de la deshumanización y la cosificación siguen gobernando nuestras leyes y esto es lo que logra plasmar Virzì, para ver de frente cuáles son las alternativas en el nuevo capitalismo.
La especulación ante todo. El capitalismo que se propone retratar Paolo Virzì en su último opus es el contemporáneo, una suerte de resabio naturalizado -a nivel de la psicología de masas- de las jugarretas financieras de la década del 70 y la desregulación a troche y moche de los 80 y 90, aunque ahora con una autoconciencia que sin embargo no impide que predomine un individualismo por momentos asfixiante y que continúe creciendo la brecha de las desigualdades sociales. El eje del film es precisamente la convalidación de esa plutocracia que contamina a los sistemas democráticos de nuestros días, un régimen sustentado en el tráfico de influencias, la duplicidad enmascarada, los delirios del mercado y la microfísica foucaultiana del poder. La película tiene el privilegio de formar parte de ese grupo de obras cuya historia resulta difícil de explicitar pero fácil de resumir, dentro de un armazón narrativo que combina los puntos de vista contrastantes de los diferentes personajes, ejemplos de una concepción que petrifica los vínculos entre los seres humanos y los pone al servicio de una voracidad sin límites, en plan autodestructivo. De este modo tenemos un relato que comienza con un ciclista atropellado y de a poco se va abriendo hacia el mundo de la usura corporativa y la codicia, centrándose en un pobre diablo que se endeuda hasta el extremo, un ama de casa llena de desilusiones y una joven dispuesta a todo con tal de proteger al hombre que quiere. Sin duda uno de los elementos más interesantes de El Capital Humano (Il Capitale Umano, 2013) es su propia estructura, la cual plantea una interpelación mutuamente beneficiosa entre la comedia con ecos costumbristas (la senda expositiva que atraviesa gran parte de la propuesta) y el drama existencialista (el destino final de las diatribas y/ o metáforas que se van superponiendo a lo largo del desarrollo). De hecho, el humor hiriente funciona como vaso comunicante entre ambas comarcas, sacando a relucir la distancia emocional -y de objetivos- que existe en el esquema ético que comparten los protagonistas: los detalles a la Rashomon (1950) y al andamiaje del thriller enmarcan el declive moral de la colectividad. Por supuesto que esa especie de naturalismo desbordado y el maravilloso trabajo del elenco en su conjunto, dos “marcas registradas” del mejor cine italiano desde siempre, suman mucho a la universalización del análisis y la solvencia ideológica de Virzì, quien construye un convite muy ambicioso desde la humildad formal, la sonrisa sardónica y esas tragedias que invariablemente colocan en el ojo de la tormenta a las grietas y payasadas varias de un sistema de acumulación condenado a fagocitarse a sí mismo. Así las cosas, la bandera de la especulación más execrable, la que desestima la vida en pos de las corruptelas de turno, flamea irónica en un retrato de familia cobijado en la sombra lejana de Luchino Visconti…
Un ciclista es atropellado mientras regresaba a su casa de noche y el conductor sigue de largo sin mirar atrás. A partir de allí, el espectador se sumerge en las historias de dos familias: los Ossola y los Bernaschi. El Capital Humano es una historia sobre dinero y sobre cómo éste maneja a las personas, a veces sin que ellas se den cuenta de ello. Por un lado está Dino Ossola, padre de familia. Es un hombre ambicioso, desesperado por ser rico y dispuesto a apostarlo todo por conseguirlo. Apenas aparece se puede sentir su sed de dinero: sus ojos se mueven excitados y hambrientos por la mansión de los Bernaschi. Desea tener eso con todas sus fuerzas. Ve la oportunidad en el padre del novio de su hija, el millonario Giovanni Bernaschi, quien trabaja con fondos de inversión. Dino pide un préstamo al banco y le da una exorbitante suma de dinero a Giovanni para que lo invierta con la esperanza de hacerse rico. Giovanni, por su parte, vive en su mundo de números y especulaciones, y no podría importarle menos lo que pase con Dino y su dinero. Pero disfruta vivir con lujos, siempre quiere más plata y es capaz de apostar a la bancarrota de un país con tal de sumar euros en sus cuentas. Todo parece ser un cálculo para él con un único objetivo: más, más y más dinero. Su esposa vive con nostalgia por la carrera de actriz que no tuvo y los sueños que no pudo cumplir. Decidió abandonar su pasión por una vida cómoda en un mundo de lujos pero que al final del día no la hacen feliz, dejándola vacía. Por último está Serena, la hija de Dino, que con tal de salvar al chico que ama está dispuesta a todo. A diferencia de su padre, no le interesa el dinero y sólo se preocupa y arriesga por su gran amor. Pero su determinación la llevan a tomar decisiones sin vacilar ni pensar en cómo perjudican a los demás. La película cuenta con grandes actuaciones, cada personaje es tan creíble y natural que parecen personas de todos los días. Es fácil pensar en los Dinos del mundo o los Giovannis y el paralelismo con la realidad se hace casi de manera inmediata. Es un retrato actual de una sociedad atravesada por el capitalismo y obnubilada por el dinero. Sin guardarse nada, el director Paolo Virzì muestra en su película personajes autodestructivos, hambrientos y dispuestos a todo por cumplir sus objetivos. En medio de todo esto está el ciclista atropellado. Aquel queda en un segundo plano, tan sólo como un grave hito en las historias de los protagonistas. Y tal vez lo más terrible y grandioso del filme sea ello: cómo muestra a ambas familias indiferentes ante esa víctima salvo cuando se trata de utilizarla para sus propios intereses o cuando esa víctima perjudica sus objetivos. La impunidad de quien está mejor posicionado.
Vidas cruzadas Ganadora de siete Premios David di Donatello, incluyendo Mejor Película, El capital humano (Il capitale umano, 2014) cruza varias historias que confluyen en un episodio traumático con reminiscencias a la crisis financiera internacional. Inspirada en una novela del norteamericano Stephen Amidon, la película dirigida por Paolo Virzì (La prima cosa bella) parte de una tragedia, la muerte de un ciclista atropellado por un auto de alta gama, para volver en el tiempo y narrar desde el punto de vista de tres personas relacionadas, la reconstrucción del hecho. Los personajes forman parte de la relación amorosa y/o comercial entre dos familias, la del empresario Giovanni Bernaschi (Fabrizio Gifuni), un especulador financiero, y la de Dino Ossola (Fabrizio Bentivoglio), un agente inmobiliario al borde de la quiebra. El primer episodio está dedicado a Dino quién, admirado por la majestuosa vida de la familia del novio de su hija, intenta invertir dinero con Giovanni, pretendiendo salvar con especulaciones financieras a su inmobiliaria. El segundo relato se centra en Carla Bernaschi (Valeria Bruni Tedeschi), la mujer de Giovanni, quién intenta comprar mediante su marido un teatro histórico y salir de una crisis existencial que atraviesa. El último es protagonizado por Serena Ossola (Matilde Gioli), la adolescente hija de Dino y Roberta (Valeria Golino), quién sin terminar de separarse de Maximiliano (Guglielmo Pinelli), hijo de Giovanni y Carla, se enamora del pobre y sensible Giampi (Gigio Alberti). Todas las historias se cruzan entre el drama y la tragedia. Los personajes como sus relaciones se arman desde el individualismo, las ambiciones desmedidas y la indiferencia por el drama ajeno. Factor que El capital humano construye para su thriller con la inevitable tragedia social de contexto. Pero el film bucea en los posibles motivos y responsabilidades humanas de dicha tragedia/crisis social: la de un padre, la de una madre, o la de los adolescentes que desconocen los problemas de aquel otro que convive a diario con ellos. Del mismo modo los tipos de “crisis” son expuestos: de valores, de moral, de ética. La película de Paolo Virzì no es ni original en el tema desarrollado (ya hubo varios films sobre las consecuencias de la crisis) ni en su forma (Amores Perros tiene la misma estructura narrativa), pero es el buen desarrollo dramático de la trama, su articulación y localismo –el aspecto negativo de ciertos hábitos y costumbres socialmente aceptadas- aquello que se destaca en el film y le da eficacia en su discurso. En este punto El capital humano traza el espiral de consecuencias nefastas que puede generar una decisión irresponsable en el entorno de una sociedad. Los hechos se precipitan como fichas de un dominó que van golpeando inevitablemente unas a otras. Y es, en esa curva de acción, que el director maneja con firmeza el pulso y ritmo del relato, para crear un film sólido y reflexivo acerca de los tiempos actuales.
Es la economía, estúpido La gran ganadora de la última edición de los Premios Donatello es una heredera del miserabilismo de Vidas cruzadas, 21 gramos y Babel. El capital humano es uno de esos films que, no conforme con el nobilísimo objetivo de contar una historia, se propone trazar un ensayo social, económico y político del mundo. Ensayo que, como suele ocurrir en estos casos, es de una oscuridad desoladora aun cuando la última imagen cifre un atisbo de esperanza. Los ecos del miserabilismo de Vidas cruzadas, 21 gramos y Babel resuenan desde la mismísima estructura coral hilada por, claro está, una tragedia, en este caso la muerte de un ciclista en una ruta durante la madrugada. A esto le seguirán cuatro capítulos, todos ellos demarcados por sus respectivos intertítulos. El primero está centrado en Dino (Fabrizio Bentivoglio), quien ve en una inversión en un fondo económico administrado por su consuegro multimillonario la oportunidad de salvar sus cuentas. El negocio, como todo en este film con plena conciencia de sus aspiraciones sociológicas, sale mal. El segundo adopta el punto de vista de la consuegra de Dino (Valeria Bruni Tedeschi), una de esas cincuentonas aburridas y menospreciadas por su marido ocupado pero con el dinero suficiente para ejercitar la filantropía salvando un teatro en ruinas. ¿Lo logra? Obviamente, no. El tercer recrea los sucesos vistos a través de Serena (Matilde Gioli), hija de Dino y novia de ese nene bien que es el hijo del financista. Por último, el epílogo aúna y concluye todas las historias. Es lógico que El capital humano haya significado un éxito en su país de origen, alzándose con siete premios David di Donatello, incluyendo el de Mejor Película. Al fin y al cabo, Virzi inyecta buenas dosis de corrección política achancándole a la economía (“Apostaron a que el país perdiera y lo lograron”, se dirá por ahí) la culpa de todos los males de la sociedad y reduciendo a los humanos a un conjunto de seres individualistas, oscuros, dominados o lisa y llanamente idiotas (allí está la acción final de Dino). Todo esto convierte a Paolo Virzi en realizador diplomado con honores en la escuelita de Alejandro González Iñárritu.
Todo sea por el dinero Una noche de invierno, un ciclista es atropellado por una lujosa camioneta, cuyo conductor ni siquiera se detiene a auxiliarlo. Sin que el espectador sepa quien fue, la historia retrocede unos meses y relata lo sucedido desde cuatro puntos de vista diferentes, en los que presenta a los protagonistas. Dos matrimonios se ven afectados por el accidente, ya que según la policía sus hijos podrían estar involucrados en los hechos. Así la historia presenta dos historias, en ambas y de distinto modo, la vida de los jefes de familia gira en torno del dinero, mientras que el papel de ambas mujeres es mas pasivo. La familia Bernaschi es millonaria, viven en una mansión y Giovanni Bernaschi (Fabrizio Gifuni) se dedica a administrar fondos de inversión, que crecen en épocas de crisis, su esposa Carla (Valeria Bruni Tedeschi) es una mujer de buenas intenciones pero que vive en una nube donde solo gasta dinero y raramente es consciente de lo que pasa a su alrededor, su hijo Massimiliano (Guglielmo Pinelli) es un consentido y caprichoso joven, que sufre porque nunca alcanza las expectativas de su padre. La familia Ossola está conformada por Dino, un agente inmobiliario sin mucha clase, pero con buen ojo para negociar, su pareja Roberta (Valeria Golino) es una psicóloga a quien él no presta demasiada atención y su hija Serena (Matilde Gioli), que a pesar de haber ido a un colegio de chicos de clase alta, es quien presenta más conciencia y sensibilidad en todo la historia. Aprovechando la relación entre Serena y Massimiliano, Dino hace todo lo posible para acercarse a Giovanni e invertir en uno de sus fondos, para lo cual hipoteca su casa y desproteje a algunos de sus clientes. Mientras ambos ven su dinero y sus inversiones ir y venir, sin pensar a quienes perjudican con sus ganancias, los otros miembros de la familia deambulan en un limbo en el cual la seguridad económica, o la falta de ella, reemplaza los lazos familiares, el afecto y los deseos para el futuro. Basada en la novela del norteamericano Stephen Amidon, Paolo Virzi situa la acción en el norte de italia, la zona más rica del país, donde se concentra el poder industrial y financiero. La historia nos muestra desde perspectivas diferentes una radiografía del capitalismo, donde todo lo que se quiere tener nunca será suficiente, los valores van desapareciendo de la sociedad, lo único que importa es el dinero, y cualquier cosa puede ser comprada, vendida o tazada, incluso la vida. Es así que el último capitulo de los cuatro en los que esta dividida esta historia se llama "capital humano" y es el termino que utilizan las aseguradoras para calcular el dinero de las indemnizaciones en caso de accidentes. Una buena dirección y un prolijo montaje nos permiten ver con claridad la misma historia, cuatro veces, y en cada capitulo descubriremos algo diferente, otro dato más, que nos permitirá llegar al final, y saber que ha pasado. Todos los actores realizan un muy buen trabajo, especialmente Valeria Bruni Tedeschi y Matilde Gioli, pero lamentablemente los personajes resultan un tanto estereotipados y sin matices: el millonario altanero, la señora bien, el chanta, el niño rico con tristeza y al chica sensible. Como ya hemos visto en otras peliculas italianas, más allá de contar buenas historias suelen estereotipar a sus personajes, lo que hace que el relato pierda naturalidad, y resulte acartonado y un tanto predecible. Un interesante giro al final logra que el espectador no pierda interés y pueda analizar y cuestionarse unas cuantas cosas luego de ver este filme, que más allá de alguna pretensión moralizante, es una interesante reflexión sobre el dinero y todo lo que gira en torno a el.
Una película que entretiene al espectador porque narra un hecho policial con distintos puntos de vista, con una intriga, pero de paso pinta a una sociedad donde se mueve el financista corrupto, la esposa que sale de su anestesia, el chico estigmatizado, el escurridizo oportunista y muchos más. Un interesante coro de oscuridades humanas.
Para quienes no conocen el recorrido festivalero detrás de "El capital...", hay que decir que venció claramente a "La Grande Bellezza" en los David Di Donatello del 2013 en un montón de categorías, consagrandose como el film de ese año en Italia. Y recuerden que el film de Paolo Sorretino se llevó el Oscar a la mejor película extranjero en los Oscars el 2014... Y digo esto, para que se den una idea del calibre del film que se estrena hoy en Buenos Aires. Reconozco que al principio de la proyección, tenía mis dudas sobre cómo funcionaría el tema de la obra (es una adaptación literaria de un autor americano del libro del mismo nombre de Stephen Amidon del 2004), teniendo en cuenta que el lugar donde se jugara la historia y el tiempo transcurrido de la idea original, era distinto. Pero no, Paolo Virzi, supera todo lo que sabemos de él (su clásico costumbrismo local aquí deja lugar a un cineasta crudo, equilibrado y decidiamente global) y nos entrega su mejor trabajo en décadas (su carrera como director se remonta a 1994 con "La bella vita"). La historia es bastante simple, superficiamente: un conductor atropella a un ciclista que venía saliendo de su trabajo en la previa de la Navidad. Luego del impacto inicial al ver el accidente y de acuerdo a los tiempos que corren (perdón, es una opinión subjetiva extrema), el conductor huye. El hombre que yace en el piso, está herido y desconcertado. Pero eso, es sólo el comienzo del proceso. Aquí se inicia una espinosa relación entre dos familias, contada en capítulos y desde distintos puntos de vista donde se jugará una cuestión ética y moral atravesada por el tema monetario. Imagínense un escenario despiadado donde los valores en cuestión te desestructuran a cada momento. Eso que sucede en la pantalla afecta al espectador, apela a su empatía y lo sumerge en una red de intereses económicos compleja, muestra de lo vil que se desarrolla en ciertos niveles sociales. La estructura de thriller frío, lo visceral del metálico (el dinero) y la dureza y cinismo de una estirpe de clases (alta y media) a la que sólo les importa su propio centro, están mostradas como pocas veces. Dentro de un elenco sólido y versátil, las palmas se la llevan Fabrizio Bentivoglio y Valeria Bruni Tedeschi, pero todos están realmente bien. Una gran gran película. Necesaria y atractiva, de lo mejor que hemos visto del cine italiano en nuestro país en estos últimos tiempos. No la dejen pasar.
Las apariencias siempre engañan Cargada de premios David de Donatello (una especie de Oscar italiano) de hace dos años, El capital humano acumula en su complejidad narrativa más de una feroz crítica a la crisis económica y moral de la Italia del Primer Mundo. No la del sur del país ni aquella que sobrevive en los márgenes de las grandes ciudades. Como si se tratara de un discípulo ideológico que fusiona las intenciones de Pasolini con las de Nanni Moretti, pero sin el alcance alegórico del primero ni buceando en el anarquismo visceral del segundo, Paolo Virzì construye un relato que disecciona a dos familias unidas por un hecho trágico. La mirada del director profundiza su crítica demoledora a las figuras de los padres, posibilitando un rescate moral hacia los hijos adolescentes supeditados a las decisiones e indicaciones de los mayores. El pretexto argumental es un accidente en las vísperas de Navidad cuando un ciclista agoniza en un sanatorio al ser atropellado por un auto último modelo. Dos familias circundan el caso: en un lado, la riqueza económica que representan los Bernaschi, como claro reflejo de la derecha racista y xenofóbica que aplaude las proclamas del ex mandatario Silvio Berlusconi; por el otro, el clan que gobierna Dino Ossola, preocupado por las inversiones a futuro, al todo o nada en una sociedad en crisis. La estructura narrativa de El capital humano se divide en cuatro segmentos: los tres primeros capítulos se designan con nombres propios, en tanto el último, refiere a la acción, a la postura moral del director y de sus personajes. De allí que lleve el título del film. Virzì articula una mirada política que va más allá del texto de barricada y de la frase altisonante. Describe en buena parte y deja que el espectador acumule la suficiente información para el análisis. En un punto, El capital humano es un film de denuncia pero no un ejemplar un tanto demodé, sino la puesta al día de una sociedad hipócrita, que intenta disimular su ostentación económica a través de un falso altruismo. La frágil fachada de una Italia en crisis provocada por un capitalismo terminal donde el director coloca un bisturí profundo y contundente.
Nido de buitres Es un retrato agudo de la codicia humana, con una paleta de tonos que van de la comedia al thriller. En El capital humano -adaptación de la novela homónima del escritor estadounidense Stephen Amidon- Paolo Virzì (La prima cosa bella, Tutti i santi giorni) cuenta una fábula sobre la codicia, una condición intrínseca de los seres humanos, sin distinción de clases sociales. La historia transcurre en una localidad del norte de Italia, pero podría suceder en cualquier parte y tiene especial resonancia en la Argentina, porque les pone rostro y cuerpo a los tan famosos como anónimos fondos buitre. El disparador del argumento recuerda al episodio de Relatos salvajes protagonizado por Oscar Martínez: aquí también un accidente de tránsito entrelaza los destinos de tres familias de diferentes estratos. Pero lo fundamental es todo lo que sucede antes y después de ese accidente, hechos que están contados desde los puntos de vista de tres personajes diferentes, en tres capítulos que luego tienen un epílogo común. A la vez que completa el cuadro de situación, ese recurso narrativo permite desnudar las miserias e hipocresías de la burguesía (pequeña y no tanto). En ese marco, hay dos actuaciones que sostienen la película: la de Fabrizio Bentivoglio como el comerciante chanta que busca atajos para salvarse económicamente -un personaje muy argentino- y, sobre todo, la de Valeria Bruni Tedeschi, una suerte de Blue Jasmine a la italiana. Con una paleta de tonos que van de la comedia al thriller, Virzì retrata con agudeza a esa clase media capaz de cualquier cosa con tal de trepar en la pirámide social, y a los nuevos ricos que ya lograron ascender hasta la cúspide a costa de los demás, mediante la especulación financiera, y no quieren perder sus privilegios. La clase baja tampoco se salva, pero queda mejor parada: es muy difícil en este tipo de películas no sucumbir a la tentación de la bajada de línea y Virzì lo consigue, aunque al final subraya por demás conceptos que ya habían quedado suficientemente claros.
La misantropía y los bellos ideales Si todas las películas fueran como El capital humano, los personajes sólo cumplirían la función de estereotipos que reafirman una tesis de origen central e inamovible, un cine de efecto basado en la ejemplificación, cuyas criaturas habitan no tanto un mundo posible sino un tablero donde sus posiciones y movimientos están calculadamente preseteados. Basado en una novela del norteamericano Stephen Amidon –de la cual toma personajes y situaciones, pero no la atención a los detalles que diluyen blancos y negros en tonalidades de gris–, el último film del italiano Paolo Virzì posee como norte estático una misantropía cínica, a la cual le opone ideales un tanto aguachentos depositados en los personajes más jóvenes, casi como en una (im)posible publicidad televisiva cuyo artículo de venta fueran “los males del capitalismo contemporáneo”.Relato coral a la manera de tantos films de las últimas décadas, en el cual tres narraciones temporalmente coexistentes permiten el entrecruzamiento de situaciones y personajes desde distintos puntos de vista, Virzì levanta el telón del drama con la muerte de un ciclista, como en el film de Juan Antonio Bardem. Pero a diferencia de aquel clásico del nuevo cine español producido en pleno franquismo, aquí el espectador desconocerá la identidad del conductor hasta el último tercio, jugando al suspenso de manera elemental y poco pertinente. El entramado de personajes y las relaciones de poder que se establecen entre ellos muy rápidamente adoptan el tono de una telenovela con altos valores de producción, con sus villanos, sus mujeres ricas con tristeza, sus heroínas sufridas, su ángel caído, sus amoríos extramaritales, sus extorsiones e incluso un embarazo en curso que puede o no torcer el rumbo de algunos acontecimientos.El reparto de talentos incluye a Valeria Bruni Tedeschi, Fabrizio Bentivoglio y Valeria Golino, y el concepto de puesta de cámara resulta ostentosamente elegante e incluso algo lujoso, posible paradoja del film de Virzì, coproducción ítalo-francesa que fue producida gracias al aporte de una gran cantidad de empresas y consorcios inversores. ¿Habrán tenido discusiones similares a las parodiadas por el realizador en esa escena que pone en tensión el cierre de un centenario teatro? A propósito: ¿conviene restaurarlo y ponerlo nuevamente en funcionamiento o construir sobre sus cimientos un supermercado o un estacionamiento? Con esa clase de simplificaciones de manual y una mirada escandalizada apenas epidérmica, El capital humano funciona como perfecto chantaje cinematográfico: durante casi dos horas, el espectador puede farfullar acerca de lo mal que está el mundo y sentirse ajeno a sus causas.
El “capital humano” mirado con lúcida y amarga desesperanza Un elenco de primera, encabezado por Valeria Bruni Tedeschi anima “El capital humano”, muy buena adaptación del italiano Paolo Virzi de una novela de Stephen Amidon, que cambia su estructura y le da mejor intriga y suspenso. Muy entrada la noche un hombre sale del trabajo, va pedaleando en su bicicleta rumbo a casa, un auto trata de esquivar a otro, tira al hombre a la cuneta y sigue viaje. Como mínimo, eso es abandono de persona. El hecho ocurre cerca de Navidad, pero no se trata de un cuento navideño. Más bien estamos ante una obra realista, con variada cantidad de personajes y un cuadro de época muy preciso y también muy poco optimista. Ese accidente es apenas uno de los delitos cotidianos que hemos de ver a continuación. Ese fue sólo el prólogo. Le siguen tres relatos de similar extensión, cada uno centrado en un personaje que se relaciona de algún modo con los demás, y con el accidente. Recién casi al final sabremos quién fue el culpable. Hay para elegir. Primero, un agente inmobiliario en la mala, con esposa embarazada, cuya hija está de novia con el hijo de un rico inversor con quien convendría asociarse en cierto negocio. Por su lado, la esposa del inversor quisiera derivar algún dinero para la recuperación de un viejo teatro. Eso sería un aporte comunitario mejor que salir de compras y compensaría un poquito su propia y frustrada vocación artística. Pero en la fauna de asesores también hay animales de rapiña. En cuanto a la parejita de novios, bueno, el tercer capítulo está dedicado a la chica, y agrega otros dos personajes que completan el cuadro social y moral. Conviene anticipar que esos no son todos los personajes, que los hombres de esta historia son bastante egoístas, las mujeres están todas bastante frustradas y reaccionan en consecuencia, también de modo egoísta, y los jóvenes, en fin, son la esperanza del mañana pero el mañana no ofrece demasiadas esperanzas que digamos. Amargo, concreto, el epílogo se titula precisamente "El valor humano" y en pocas líneas explica de qué se trata. Muy buena, esta adaptación italiana de una novela del norteamericano Stephen Amidon. Le cambia la estructura, le da mejor intriga y suspenso. Completa además un trilogía impecable junto a "La muerte de un ciclista" (Juan Antonio Bardem, España, 1955, con Alberto Closas) y "Sin retorno" (Miguel Cohan, Argentina, 2010, con Leo Sbaraglia). Y aporta un elenco de primera, encabezado por Valeria Bruni Tedeschi y Valeria Golino, Fabrizio Bentivoglio y Fabrizio Gifuni, y una Matilde Gioli que vale la pena atender. Esta es apenas su primera película. Director, Paolo Virzi, aquí ayudado por Francesco Bruni, coguionista de "El comisario Montalbano", y Francesco Piccolo, coguionista de las tres últimas de Nanni Moretti. Ambos escritores ya habían ayudado a Virzi en "La primera cosa bella".
Cierto encanto burgués El capital humano es de esas película que generan, incluso entre nosotros los críticos (sobre todo entre los críticos), algunos amores simplistas de clase media y algunos odios marxistas de clase media. Desde aquí en un principio diremos que su director Paolo Virzì parece tener las pretensiones filosóficas y misantrópicas de González Iñárritu, pero que logra apartarse lo suficiente de ese camino como para que finalmente su película sea tolerable. De hecho, el film comparte la estructura de las primeras películas del director de Birdman, aquello de las historias individuales que confluyen en una tragedia. El capital humano está dividida en cuatro capítulos, donde lo que fundamentalmente cambia es el punto de vista, y donde también se explicitan los puntos de contacto de las historias. Este artilugio narrativo viejo y gastado a veces es efectivo, otras veces una mera arbitrariedad. Digamos que al director le sirve para ordenar lo que quiere contar y también para ajustar el tono de lo que está narrando. Hay un movimiento cuanto menos atendible en la película, cuyo primer capítulo es de un tono burlón y despojado que luego va mutando en un melodrama un poco demasiado solemne, que a pesar de todo no aburre ni indigna en su bajada de línea políticamente correcta. Se le puede achacar a Virzì que sus personajes sean un poco unidimensionales o demasiado arquetípicos, lo cual es cierto en tanto a los personajes negativos sobre los cuales la tesis misantrópica de la película caerá sin clemencia. Pero cuando debe hablar de los jóvenes, o de cierta psicóloga sensible, se filtra en la mirada del director cierta esperanza, que sin ser una línea ultra-pogre, va en contra de la mirada prejuiciosa que tiene sobre los personajes más odiables. Por otro lado, hay que subrayar el desprecio del director por la historia del personaje que es la víctima de la tragedia en la que confluyen las historias. A pesar de que claramente el foco de la película es otro, su historia apenas se menciona y se desarrolla casi a regañadientes. Esto no termina afectando del todo la validez de El capital humano, que se salva por su buen ritmo que hace que, a pesar de volverse paulatinamente más seria, no nos terminemos aburriendo casi nunca. Para el final vamos a acusar al director de esta película de cometer lo que a este crítico le parece uno de los errores criminales del séptimo arte: los textos que aparecen inmediatamente después del final. Y no tanto aquellos que sirven para reconfirmar los destinos de los protagonistas como la Copa Suruga Bank, sino aquellos que quieren agregar o subrayar un concepto que debería inferirse tan sólo por haber visto la película. El ejemplo más notorio de esto que estoy diciendo es el final de Irreversible, con aquella frase de que el tiempo todo lo destruye. Pero esa película es una porquería y su director un imbécil, así que Virzì con su inofensiva El capital humano todavía tiene el beneficio de la duda.
Dignidad al costado del camino Sin tratarse de ninguna novedad en lo que a temática se refiere, tampoco como retrato descarnado de los trapos sucios de las burguesías europeas, El Capital humano, homónimo de la novela del norteamericano Stephen Amidon, es un interesante film coral que expone de manera taxativa y sin bajadas de línea grandilocuentes las diferencias sociales en el marco de las sociedades cada vez más individualistas y regidas bajo los postulados del capitalismo salvaje. El prólogo es elocuente: un ciclista nocturno es embestido por un automovilista que se da a la fuga. No es menor el dato que el auto que aparece en la imagen difusa sea de alta gama y que, los despojos humanos, al costado de la ruta, pertenezcan a un hombre ordinario, quien minutos antes terminaba su turno de mozo en un banquete para burgueses. Sin adquirir una posición inquisitiva frente a sus criaturas, despojado en apariencia de todo juicio de valor, Paolo Virzi toma como denominador común el juego de traiciones y egoísmos, repartido en un elenco sólido con la estructura coral como columna vertebral de un relato que además se ramifica en diferentes puntos de vista. El comienzo de cada uno de ellos, el de Dino, el de Carla y por último el de Serena, retoma la acción en un punto de inflexión, pero en el que confluyen el encuentro de miradas. La tragedia moderna en estado puro está protagonizada por Dino Ossola- Fabrizio Bentivoglio-, un patético empresario inmobiliario que pretende dar el gran salto especulativo invirtiendo el poco capital que le queda en un fondo de inversión para el cual intenta seducir a Giovanni Bernaschi – Fabrizio Gifuni -, padre de Massimiliano – Guglielmo Pinelli -, novio de su hija Serena – Matilde Gioli . El segundo punto de vista es el de Carla – Valeria Bruni Tedeschi -, esposa de Giovanni y madre de Massimiliano, una actriz que vive a la sombra de su marido, una mantenida sin sueños pero moderna ya que gasta su tiempo en shoppings y cuidado estético. Completan el tríptico de la decadencia italiana la adolescente Serena, hija de Dino, quien se siente atraída por Giampi – Gigio Alberti -, un muchachito marginal con tendencias suicidas, aunque ella por conveniencia paterna debería continuar su relación con Massimiliano, pero su actitud de rebelde la conduce por otra vía sentimental teñida de aventura y no del monótono universo burgués. El título alude al término especulativo de las compañías de seguros utilizado a la hora de planificar el negocio de la póliza y que, en resumidas cuentas, dicta qué persona es más rentable para el lucro y menos costosa al momento de su muerte. Pero la crisis económica del país, ya no desde lo individual sino en su mirada macro, también resulta rentable para los especuladores, desde los más poderosos hasta los ilusos como Dino, por lo cual se resignifica el título y sobre todas las cosas el contexto social en el que prevalece el egoísmo y la injusticia, sin escapes redentores ni milagros de fe conciliadores. No hay una alegoría expresa al modelo capitalista desde el punto de vista material pero sí es inequívoca la mirada crítica sobre la conducta de cada uno de los participantes en este relato. El juego de traiciones comienza desde el primer minuto desde un doble sentido, las especulaciones financieras que esperan una caída estrepitosa de la economía para recoger las ganancias de la crisis y la propia crisis moral de una sociedad aferrada al individualismo, algo que en cada personaje se acentúa a medida que la historia avanza. La síntesis conceptual, virtud que posiblemente haya inclinado la balanza a la hora de otorgarle siete premios David de Donatello (considerado por los italianos como un Oscar), resuelve el dilema planteado al inicio y, sin recurrir a golpes bajos, no huye del costado oscuro de un prisma, cuyas caras siempre se tiñen con la misma opacidad. La realidad gris de El capital humano aporta a ese matiz de diferentes negros en el alma de cada uno de los involucrados un espacio para reflexionar, a interpretación del público, un derrotero categórico de situaciones mundanas que exhibe las aristas invisibles de la condición humana cuando se trata de la preservación del bien personal por encima del bien común.
Nuovi ricchi Adaptación de una novela de Stephen Amidon, El capital humano traslada con naturalidad la historia de una opulenta familia norteamericana al escenario, no menos acomodado, de un suburbio de Milán en la era Berlusconi. Al final de una celebración, uno de los sirvientes regresa a su casa en bicicleta y es atropellado en la ruta por una camioneta que se da a la fuga. El incidente dispara dos capítulos en forma de flashbacks con el nombre de sus protagonistas. En el primero, Dino lleva a su hija a la casa del novio y queda encandilado con la fortuna de su padre, Giovanni, y la belleza de su madre, Carla; la seducción lo impulsa a invertir (y perder) su dinero en uno de los fondos que maneja Giovanni. En el segundo, Carla (Valeria Bruni Tedeschi) muestra la frivolidad de un hogar new rich desde adentro. De ahí en más, los capítulos siguientes dialogan con el incidente inicial (inevitable la comparación con el episodio que protagoniza Oscar Martínez en Relatos salvajes), en parte por el suspense, pero sobre todo para exponer las miserias de una clase fascinada por el poder. Con una producción estilizada, el director Paolo Virzì deja un mensaje claro, quizá demasiado, y esa es la mácula de este film.
Un mundo en el que todo tiene un precio El italiano Paolo Virzì (Livorno, 1964) observa otra vez la Italia de su tiempo, pero ya no apuntando a ella en la clave de humor que distinguió la mayoría de sus obras, sino con una mirada más amarga, punzante y rigurosa que va en busca de las oscuridades, la corrupción, las mezquindades y las vergüenzas que la hipocresía se encarga de esconder bajo el resplandor del lujo y la opulencia que el dinero puede comprar. Es un mundo donde el espejismo del poder y la riqueza, no importa de dónde ésta venga y lo inestable que pueda resultar, encandila a quienes lo miran desde lejos y buscan imitarlo. Virzì lo encuentra en el poderoso Norte, en un rincón de la Lombardía, cerca de Milán y su Bolsa, donde el dinero convoca a hombres de negocios, especuladores y arribistas, seducidos por el implacable juego de las finanzas que suelen beneficiar a los más ricos y astutos (y menos escrupulosos) y empobrecer a los más débiles o incautos. Si bien no se deja llevar por los estereotipos ni carga las tintas pintándolos como feroces malvados conscientes del efecto de su codicia en oposición a la presunta e ingenua santidad de la gente común, está claro que la responsabilidad es de todos. Cuando la mujer del acaudalado capitalista dueño de la suntuosa villa en la que se centra buena parte de la acción (apellidado no casualmente Bernaschi) lo acusa diciéndole: "Ustedes apostaron por la ruina de este país. y ganaron", él la corrige: "Nosotros.". Nadie es inocente, pero a todos les resulta útil distraerse de su incidencia en la despareja distribución de la riqueza. Y sólo a los más jóvenes les concede Virzì alguna esperanza. Puede sonar curioso que esta historia que tan directamente apunta a la realidad italiana contemporánea provenga de una novela norteamericana cuya acción transcurría en Connecticut. Pero el trasplante se explica fácilmente cuando se observa que hay similitudes varias en el contexto -una crisis que altera bruscamente la situación económica del país-; en los personajes -en los dos casos es el dinero el que rige sus vidas- y, sobre todo, en la observación de conductas humanas. Y se comprende más todavía si se tiene en cuenta la libre e inteligente adaptación de Bruni, Piccoli y Virzì, que supo introducir un cambio estructural, al incorporar al original literario el suspenso del thriller. De acuerdo con esa relectura, la película se compone de un prólogo -en él, un ciclista es atropellado y abandonado, agonizante, a un costado de la ruta sin prestarle socorro- y se divide después en tres capítulos, cada uno correspondiente a otros tantos puntos de vista sobre cómo se llegó al mismo infortunado hecho. En ello se ven involucradas dos familias de distinta posición social. Los episodios llevan el nombre de cada uno de los personajes que aportan su visión. El primero es Dino (Fabrizio Bentivoglio), un agente inmobiliario al que no le va bien en su negocio, pero ve en la relación de su hija, Serena, con el hijo del millonario, su compañero de estudios, una posibilidad de ingresar en el prometedor círculo de la especulación financiera. La segunda es Carla (Valeria Bruni-Tedeschi), la insegura y vulnerable esposa del magnate, actriz frustrada que lleva una vida vacía entre placeres superfluos y caros y vagas inquietudes culturales. La tercera es Serena (Matilde Gioli), que sigue simulando el ya marchito noviazgo sólo para no decepcionar a sus padres, pero ha encontrado el amor en un modesto y desdichado ex paciente de su madrastra (Valeria Golino), psicoanalista en un hospital público y personaje que aporta al relato un toque de calidez humana. Mientras la acción vuelve una y otra vez a los mismos hechos (incluso, claro, la negra noche del accidente), según quién sea el que los reconstruya, y avanza la búsqueda del responsable del atropello, el cuadro se va completando y lo que muestra es un tapiz del mundo actual en el que la codicia tiene participación decisiva: todo gira en torno al dinero y todo tiene su precio. Incluso la vida, como lo expone la elocuente leyenda sobre el cálculo del capital humano que utilizan los expertos para establecer el monto de las indemnizaciones y que se incluye en el final de este film que supone un gran avance en la carrera de Virzì, tanto en su construcción narrativa y su lenguaje visual como en su reconocida capacidad para seleccionar y conducir a sus admirables actores.
People stuck in the rat race provide realistic show of humanity’s standoff with itself Paolo Virzi’s Il capitale umano (The Human Capital) was Italy’s entry for Best Foreign Film last year and also the winner of seven David di Donatello awards, including Best Picture and Best Screenplay — among other prizes in several festivals. And whereas it’s not a groundbreaking feature in aesthetic or narrative terms by any means, it’s equally true that it manages to tell a compelling story in a very effective manner, with no missteps and a handful of good performances. Adapted from US writer Stephen Amidon’s novel Human Capital, Il capitale umano tells the story of two very different families — one rich one and one middle-class — whose destinies are dramatically intertwined after a cyclist is hit off the road by a person driving a SUV the night before Christmas. Divided into three chapters plus a round-up epilogue, the film tells three stories from different point of views, all of them with the hit-and-run as a common element. In the first chapter, we meet Dino Ossola (Fabrizio Bentivoglio), a middle-aged real estate agent married to Roberta (Valeria Golino), a psychologist who works in public institutions. Dino’s daughter Serena (Matilde Gioli) is in a relationship with Massimiliano Bernaschi (Guglielmo Pinelli), a well-to-do young man whose father, Giovanni Bernaschi (Fabrizio Gifuni), is a dubious business man into hedge funds. Seeking to make easy money, Dino invests some 700,000 euros loaned from a bank plus his own savings in a hedge fund. But in the times of an unstable economy, pipe dreams can only be pipe dreams. And Dino is about to find that out sooner rather than later. The second chapter follows Carla Bernaschi (Valeria Bruni Tedeschi), Giovanni’s wife, whose going through some sort of crisis as she finds nothing that can make her feel useful and alive. That is until she’s given the chance to renovate an old theatre (many years ago, she was a passionate amateur actress) and so it seems her life will now take a new turn. Yet, pipe dreams are nothing but pipe dreams. And the third chapter concerns Serena and her crush on Luca Ambrosini (Giovanni Anzaldo), a young man with a notorious criminal record who nonetheless deep down seems to be a kind, caring person. But Serena is already in a relationship with Massimiliano, so what is she to do now? It’s best not to disclose how each story will unfold, or how the three are more specifically connected, since the script asks viewers to connect the dots on their own. That’s where the intrigue of this whodunit lies in, even when Il capitale umano is not just a thriller. It does take on quite a few of the conventions of a thriller, but it does so in order to speak about something else, something far more profound and unsettling. I’d say that above Paolo Virzi’s feature is a fierce indictment of the wickedness of rampant capitalism and how the human factor is always put in a second, third, or fourth place. A large fortune can turn a man into a cynic, but what’s even worse is that it can make him become indifferent to the pain of others. Wealth and justice — or the deliberate absence of it — can surely be the best of friends, especially as the financial realm often hides an illegal circle where money makes the world go round, and even if sooner or later someone is bound to bite the dust, the prevailing idea still is to keep moving as much as possible. That’s where Il capitale humano stands out: in portraying how people, their feelings and their moral values can be irreparably destroyed because of wanting and needing to be the first in the rat race. It’s not a pretty sight, but it certainly is a realistic one. Production notes Il capitale umano/ Human Capital (Italy, 2014). Written by Paolo Virzì, Francesco Bruni, Francesco Piccolo. With: Valeria Bruni Tedeschi, Fabrizio Bentivoglio, Valeria Golino, Fabrizio Gifuni, Luigi Lo Cascio, Giovanni Anzaldo, Matilde Gioli. Cinematography: Jérôme Alméras, Simon Beaufils. Editing: Cecilia Zanuso. Running time: 109 minutes.
EL CAPITAL HUMANO Retrato de gran universalidad sobre la codicia y la falta de moral “El capital humano” (“Il capitale umano”) es apenas la quinta película italiana que se presenta este año en Argentina, magro resultado comparado con el acumulado hasta ahora de 240 estrenos. Paolo Virzì, su director, ha tenido mejor suerte que otros colegas en Argentina, ya que es uno de los pocos de los cuales se conoce parte importante de su filmografía. Sin llegar al nivel de Nanni Moretti, cuyas últimas ocho producciones han llegado a nuestra latitudes, Virzí ya es conocido por sus obras anteriores: “Tutti i santi giorni” y “La prima cosa bella”, todas de esta década. En esta oportunidad reúne un reparto importante, donde se destaca Valeria Bruni Tedeschi, vista hace poco en su doble condición de actriz y realizadora en “Un castillo en Italia”. En “El capital humano” ella interpreta a Carla, la esposa del magnate Giovanni (Fabrizio Gifuni), que alguna vez fue actriz de teatro. Su hijo Massimiliano (Guglielmo Pinelli) sostiene un noviazgo, con poco futuro, con Serena (Matilde Gioli). Dino (Fabrizio Bentivoglio), el padre de la joven no está pasando por un buen momento financiero. Giovanni le ofrece un negocio de inversión “sin riesgo”, cuyos fondos obtendrá al hipotecar su casa. Lo anterior describe a los principales personajes involucrados a los que habría que agregar a Roberta (Valeria Golino), psicóloga y comprensiva madrastra de Serena y a Luca (Giovanni Anzaldo), uno de sus pacientes y que tendrá mayor protagonismo hacia el final. A la manera de un thriller, la película comienza cuando un ciclista es atropellado por un auto en una noche de lluvia en el norte de Italia, donde viven los personajes descriptos anteriormente. No se sabrá hasta el final quien ha sido el culpable, pero a través de los relatos y puntos de vista de tres de los personajes se irá descubriendo un mundo de codicia dominado por el dinero y la falta de moral. Se trata de un film atrapante, donde lo central no está en saber quién fue el responsable del grave accidente que afectó a un humilde camarero de una fiesta. Lo que interesa es el comportamiento de los que participaron de dicho ágape y que obviamente son los mismos que se han descripto previamente. Conviene prestar cierta atención y no distraerse, dada la diversidad y cantidad de protagonistas. La historia está basada en una novela homónima del estadounidense Stephen Amidon que tiene lugar en Connecticut. Que haya podido ser adaptada para que transcurra en Italia demuestra la universalidad de la propuesta.
TODO SEA POR PLATA El protagonista es el dinero. Puede volver loco a un pequeño martillero que sueña con una ganancia fácil en la Italia de la burbuja. Y por supuesto impone el ritmo de vida en la casa de ese buitre que siempre sale bien parado. Es el dinero el que ha terminado por eclipsar la vocación de esa actriz a quien la buena vida la sacó de escena. Y es el dinero el que termina silenciando un crimen. . Hay una muerte, hay droga, hay adolescentes confundidos, un ama de casa que engaña por aburrida y figurones desalmados que juegan con las finanzas y los sentimientos. Los personajes respiran naturalidad, la historia es creíble, el tema interesa. Ni siquiera su final, demasiado endulzado, logra restarle merito a este valioso retrato. Un film valioso, que se enriquece porque su estructura va alumbrando sucesivamente diversos matices y lecturas. Al estar contado desde el interior de tres personajes, las valoraciones cambian y el film deja ver zonas nuevas de una crónica dolorosa y pintoresca que empieza como un thriller y vira hasta dejar al descubierto las capas más contrastadas de una crisis que empezó en los bolsillos y castigó el alma
Un burgués pequeño pequeño El director Italiano Paolo Virzi tuvo un promisorio acercamiento a las pantallas argentinas con sus filmes “Caterina en Roma” (2003) y “La prima cosa bella” (2010), había tenido un traspié con “Todo el santo día” (2008), pero estrenada después del éxito de “La prima cosa bella”. Ahora parece que vuelve a encaminarse sobre lo seguro, pero con resultados desparejos, y el termino en plural se debe a que la nueva producción está estructurada en capítulos, todos nominales, por los personajes con prologo y epilogo incluidos. El disparador de todo es la muerte accidental de un ciclista, pero en este caso el hecho en cuestión vuelve a ser un funcional, tanto como resorte narrativo, para examinar un acordado estado de la cuestión social, sin posibilidad de resistencia, y el discursivo pertenecer tiene sus privilegios que parece rezar continuamente el texto. Esta estructura es una libertad expresiva que se ha tomado el director en su adaptación de la obra, también la traspolación del espacio, pero sólo en razón de poder moldear los personajes y transformarlos en arquetipos italianos primero, latinos después, y finalmente universales por identificación. De principio, el cineasta parece que va a servirse de ese diseño para brindar una alocución política, apoyándose en la terrible crisis económica mundial, situación que despliega el actual mayor capital de lo humano, el desprecio por la vida del otro. Para ello se sumerge en la tarea de radiografiar el discreto encanto de la burguesía, pero termina por instalar un mensaje bastante desolador, la que el oprimido va a actuar de manera especular en relación abyecta con los capitalistas opresores, con tal de pertenecer, y configurando un espejismo de lo que debería ser a justicia. El realización funciona mucho mejor cuando se detiene a diseccionar sus personajes a partir de sus debilidades, que cuando ambiciona producir efecto lacrimógeno en los espectadores. Es cínica en su crítica, pero banal en lo romántico. Es por ello que se muestran como más efectivos, interesantes y logrados los capítulos dedicados a la esposa del financiero, otra excelente actuación de Valeria Bruni Tedeschi (Carla Bernaschi), o de la de Fabrizio Ventivoglio (Dino Ossola) encarnando, nunca mejor expresado, a un ambicioso e insoportable agente inmobiliario cuya empresa está al borde de la quiebra, padre de la novia, en triangulo amoroso, pero con conflictos maritales propios incluidos, donde descolla Valeria Golino como Roberta, su actual pareja Todo comienza la madrugada del día de Navidad: un ciclista es atropellado de noche por una imponente camioneta 4x4. El infeliz accidente mutara el destino de varias familias, la del millonario Giovanni Bernaschi, un especulador financiero que ha creado un fondo que ofrece un 40 por ciento de interés anual, atrayendo y esquilmando a los crédulos inversores, incluido su futuro posible consuegro, Dino Ossola, quien termina siendo el personaje principal, pues él es quien despliega la trama principal y artífice del cierre del conflicto, a la postre el mejor construido. Lo único cuestionable de esta construcción es que en el derrotero del relato, y a partir de la estructura elegida, deja de lado por mucho tiempo el conflicto que impulsa la narración.
El texto de la crítica ha sido eliminado por petición del medio.
Desde RECURSOS HUMANOS en adelante –pasando por EL EMPLEO DEL TIEMPO, la argentina DERECHO DE FAMILIA o la reciente LA LEY DEL MERCADO, entre otros– uno podría citar una larga serie de filmes que usan de manera relativamente irónica términos “tecnocráticos” o de la más pura burocracia para contar historias que, supuestamente, dan vuelta el significado de esas expresiones para mostrar las crudas realidades que existen por debajo de esos términos fríos. Ahora hay que sumarle a EL CAPITAL HUMANO a ese grupo. El muy premiado filme de Paolo Virzí toma ese término proveniente de las aseguradoras y, en lo concreto, de la novela homónima escrita en 2004 por el norteamericano Stephen Amidon. Adaptada de Connecticut al norte de Italia, la película cuenta una historia a través de tres puntos de vista distintos, que se narran sucesivamente, yendo y viniendo en el tiempo. El eje que las une a todas se ve al principio y es un accidente en la ruta en el que un SUV atropella a un hombre que vuelve en bicicleta a la noche a su casa de su trabajo y su conductor no se detiene a socorrerlo. human-capital-valeria-bruni-tedeschiLa trama intenta desnudar las perversiones, aspiraciones y varios males sociales de la clase alta y media alta italiana, con la obsesión de conseguir más y más dinero (los primeros) y con el deseo y aspiración de “pertenecer” de los segundos. El primer punto de vista es el de Dino (Fabrizio Ventivoglio), dueño de una inmobiliaria cuya hija está de novia con el hijo de un millonario que mueve dinero al mejor estilo “buitre” apostando a economías en crisis. El quiere ser parte del negocio e invierte lo que no tiene para llegar. El segundo punto de vista es el de Clara (Valeria Bruni-Tedeschi), la empastillada y depresiva esposa del millonario, que recupera cierta vitalidad cuando el marido le concede el deseo de comprar un teatro que está por cerrar. Ella lo hace y termina entusiasmándose gracias al trabajo que hace junto al nuevo director artístico, encarnado por Luigi Lo Cascio. La tercera mirada es la de Serena (la muy buena y bella actriz debutante Matilde Gioli), la hija de Dino, cuya participación aparece como muy secundaria en las otras historias pero revela ser fundamental para entender lo que sucedió esa noche del accidente y, a la vez, para plantear la posibilidad (la esperanza) que las nuevas generaciones puedan tener otros objetivos en la vida que hacer dinero como sea. humancapitalLa película mezcla drama y thriller privilegiando el suspenso sobre el final, en función de la posible revelación de quién conducía el auto que produjo el accidente y las consecuencias y manipulaciones que se dan entre ambas familias (y otras personas) para controlar el asunto, en un tipo de narrativa que recuerda al del corto de RELATOS SALVAJES protagonizado por Oscar Martínez. El accidente está usado aquí para dejar en evidencia, con un subrayado un tanto excesivo, la perversión de las clases altas y el arribismo de las clases medias, siendo las víctimas –el “capital humano” en cuestión– los trabajadores que no tienen conexiones ni participan de ningún tipo de “transa”. La película tiene muy buenos momentos, específicos, como algunos que juegan Tedeschi y Lo Cascio, y crece en intensidad gracias a la desesperación y angustia del personaje de Gioli, en cuyas manos parece estar el destino de muchos de los personajes de la trama. Pero se resiente en los esquematismos del guión y en la estructura (muy en la línea Iñárritu, CRASH o BELLEZA AMERICANA) un tanto forzada que intenta hacer una suerte de plano general sobre “la Italia de hoy”. La elegante aunque acaso demasiado preciosista puesta en escena y el gran elenco que tiene EL CAPITAL HUMANO le dan un sustento lo suficientemente atractivo para que la película sea interesante y digna de seguir, pero finalmente nunca termina siendo más que la suma de sus partes y momentos. Sus intentos de volverse un filme sobre “el estado de cosas” es tan programático desde el principio que no hay muchas sorpresas que esperar de él. Su propia ambición lo vuelve previsible.
Los sábados de 16 a 18 hs. por Radio AM750. Con las voces de Fernando Juan Lima y Sergio Napoli. Un espacio dedicado al cine nacional e internacional. Comentarios, entrevistas y mucho más. ¡No te lo pierdas!
Los sábados de 16 a 18 hs. por Radio AM750. Con las voces de Fernando Juan Lima y Sergio Napoli. Un espacio dedicado al cine nacional e internacional. Comentarios, entrevistas y mucho más. ¡No te lo pierdas!
Es raro que una caricatura burlesca aspire a convertirse en una lección cívica. Paolo Virzi, al menos, parece creer que se trata de un buen plan: comienza realizando un fresco de la sociedad italiana que expone en detalle las miserias de sus integrantes en clave de grotesco, para después tomar todo eso y producir algo así como un diagnóstico alarmante sobre el estado moral del país. Prácticamente ninguno de los personajes sale indemne: el inmobiliario de clase media demuestra una ambición desmedida y engaña a su jefe y al banco con tal de participar en una inversión dudosa; el financista zalamero resulta ser un businessman frío y manipulador cuando su negocio fracasa; la esposa, un alma sensible que intenta poner en valor un teatro local para expiar culpas de clase, se comporta como una pusilánime cuando su marido se arrepiente y abandona el proyecto; el dramaturgo comprometido con su oficio habla pomposamente de arte pero lleva una existencia precaria y miente descaradamente para poder ocupar el rol de director del teatro; hasta el padre de uno de los jóvenes, que vive con su hijo en un departamentito de un barrio marginal, es presentado rápidamente como un charlatán de feria, mezcla de vago y de loco. En resumen: la de Virzi es una galería de criaturas ruines que no hacen más que envilecerse a medida que avanza la historia. Al menos en eso, hay que concederle al director el mérito de proponer a una regla y respetarla a rajatabla: en la película casi no existen los seres desinteresados capaces de algo parecido a calidez o la solidaridad; incluso los chicos, que de a ratos parecieran representar algo así como una esperanza que redima los pecados de los padres, revelan en algún momento sus propias faltas. En el fondo, El capital humano no es muy distinta a lo ya hecho por otros directores como Paolo Sorrentino en películas como El hombre de más, El amigo de la familia o La gran belleza, solo que en el cine de Sorrentino el grotesco se alía con la inteligencia y el director es lo suficientemente consciente de sus materiales como para no tratar de generar un comentario grave sobre la presunta corrupción que corroe a Italia. La sátira malévola y desbordada de Virzi, en cambio, no se conforma con la risa y amenaza desde el principio con transformarse en una previsible crítica social no exenta de solemnidad y sensacionalismo. El exceso y la deformidad con la que aparecen retratados algunos personajes (como el del inmobiliario, que es un manojo hiperactivo de tics, miedos y pequeñas bajezas) son encauzados de pronto en un gradiente ético que, relato coral mediante, separa nítidamente lo bueno de lo malo y le asigna a cada uno el lugar que le corresponde, no sea cosa que quede algún resto de ambigüedad y que el espectador no pueda comprender la moraleja acerca de la decadencia de la sociedad italiana. Se trata de la vieja fórmula que consiste en interpelar al público ofreciéndole un catálogo de lugares comunes y estereotipos con el objetivo de confirmar saberes precocidos (el rico sin escrúpulos, el burgués arribista, la esposa frustrada); el cine como un pobre instrumento de demagogia y nada más. Un crimen viene a disparar una trama policial que, sorpresivamente, tiene un desenlace más o menos interesante. A contramano de lo hecho en el resto de la película, esa resolución invoca los prejuicios del espectador solo para refutarlos y poner al descubierto su mala conciencia. Ese es el único momento en que Virzi le otorga a su audiencia la capacidad de jugar con la historia y de asombrarse de sus propias conclusiones. El resto del tiempo, El capital humano es otra película del montón que quiere informarnos acerca de lo mal que está el mundo; cine sentencioso incapaz de cualquier clase de sutileza que le habla a los ya convencidos y les proporciona medios para confirmar sus opiniones.
Un escenario de ambición y decadencia En su último film, premiado con siete David de Donatello, el director de La Prima Cosa Bella ofrece una visión desoladora y escéptica sobre las marionetas de los grupos de poder. El capital humano, último film de Paolo Virzí --nacido en Livorno en marzo del 64, de quien hemos conocido hace aproximadamente cuatro años La prima cosa bella (que permaneció, contra todos los pronósticos, meses en cartelera)-- sale al encuentro de temáticas que ya están presentes en gran parte de su filmografía, tales como Tutti i santi giorni, Caterina va a Roma y otros que se han dado a conocer en salas alternativas al circuito comercial que, en algunos casos, han pasado al formato DVD. Al respecto, recordamos Tutta la vita davanti, Baci e abracci y La bella vita, entre los más conocidos. Mirar a la sociedad de nuestro tiempo parece ya ser una temática propia de las cinematografías europeas, de algunos escasos realizadores estadounidenses ligados al cine independiente, como de ciertas obras de las cinematografías latinoamericanas que no llegan, por lo general, a nuestras salas. Acercarse a ciertos comportamientos sociales y económicos a partir de las perversas directrices que imponen los personeros del poder (no sólo a los grandes funcionarios de sistemas políticos, sino también a los directivos de los grupos empresariales) es algo que reconocemos en la base de esas problemáticas argumentales. Ver cómo la vida humana se mide en términos de beneficios para terceros, o bien valuada a partir de una póliza de seguro, en caso de accidente y fallecimiento. Y es que desde principios de los años noventa, en estas políticas económicas de exclusión y descarte el vocablo "humano" sólo parece pensarse en función de un rédito económico; desde las consignas de eficiencia, alienación, a partir de lo que se ha dado en llamar racionalización y reestructuración del ámbito laboral, con imperativos de descarte. Acuden a mi memoria en este momento dos films de Laurent Cantet: Recursos humanos y El empleo del tiempo, y uno que no ha trascendido, particularmente olvidado, La cuestión humana de Nicolas Klotz. Ahora, lo que acontece en El capital humano de Paolo Virzí es análogo, en cierta medida, a lo planteado en el párrafo anterior, ya que estas temáticas se juegan en el cruce de intereses de dos figuras que se ubican en un mismo espacio: un agente inmobiliario y un inversor en el mundo de las finanzas, ambos movidos por una desbordada y cruel ambición, que los transforma en seres patéticos, en grotescas marionetas de una desaforada maquinaria. La acción se abre en una noche de invierno, antes de la Navidad. En ese momento, un empleado de un restaurant, regresando en su bicicleta por la autopista, es atropellado. El cómo ocurrió y quién fue el responsable son los disparadores de lo que se irá construyendo como una imbricada trama que se teje desde diferentes puntos de vista, cercano al admirable film rumano La mirada del hijo, de Calín Peter Netzer, que seguía de cerca el recorrido de una mirada. Aquí basculan sospechas, coartadas, contradicciones, desde decires diferentes, desde una disparada investigación. Y en torno a esto la reconstrucción de un artificio, de una operatoria de engaños, en función de ese orden material, de esos bienestares de un mundo de apariencias que por mandato de clase se deben preservar. Dos hombres, cabezas de familia, los Bernaschi y los Ossola, corroídos por la ausencia de todo sentimiento solidario, que miran con desprecio el vocablo "humano", son presentados aquí en su depredador accionar. De esta manera, Virzí nos acerca un retrato gélido escenificado en los espacios de la Lombardía, que desoculta los intereses más mezquinos, empujados por el desprecio hacia los otros, a partir de la novela homónima de Stephen Amidon, publicada en el 2004 y que cuenta con un guión construido por tres voluntades, tres nombres que enarbolan el concepto de compromiso: Francesco Piccolo, escritor italiano, Francesco Bruni y el mismo realizador. De construcción poliédrica, cada uno de los puntos de vista apunta a dar una visón refractaria de lo que el orden de las apariencias presenta. Nada escapa a la farsa y a la mentira, de ahí que al film se lo haya calificado de "nihilista", en algunas páginas periodísticas. En este film que reúne un conjunto de simuladas voces, de maquillados sentimientos, lo que irrita e incomoda es el patético diagnóstico sobre la sociedad actual que sus autores logran plasmar de manera hierática, a través de una fría luz que los congela en sus despreciables conductas, que nos hacen llegar sus voces desde las ruinas de un viejo teatro, que lejos de reabrise, pasa a ser el escenario de especulaciones inmobiliarias y de un denigrante acuerdo. Elijo del guión del film una de las expresiones que escuchamos de boca de la siempre notable Valeria Bruni Tedeschi, de quien hemos visto hace algunas semanas, en carácter de directora y actriz, Un castillo en Italia. En un pasaje del mismo, ella, Carla Bernaschi, expresa, dirigiéndose a quien está a su lado: "Bravo, ustedes apostaron a la ruina de este país y lo lograron". Y en otro momento, la escuchamos decir, a su hijo: "Dentro de veinte años quizás comprenderás porqué suceden estas cosas. Me encontrarás patética, pero al menos comprenderás". Cómplices conscientes de una maraña de mentiras, de una mascarada de burdas respuestas, los personajes de este film no contemplan en ningún momento (salvo uno) el dolor y la situación del joven ciclista, empleado de un famoso restaurant cinco tenedores. A partir de este hecho, tres puntos de vista y un cuarto capítulo, de tres personajes de diferentes edades de esta clase de la alta burguesía. Tres puntos de vista que parten del mismo lugar geográfico, del mismo espacio, lindante con una desbocada cancha de tenis. En declaraciones a la prensa, cuando su estreno, Paolo Virzí comentaba sobre este film (ambientado en la Lombardía, región que ha pasado a ser el símbolo de los cambios y de la alarmante metamorfosis de la Italia de hoy): "Me acerqué a estos lugares como lo hizo Ang Lee, director de Secreto en la montaña, respecto de Estados Unidos en Tormenta de hielo; lo hice con el espíritu de un explorador en un lugar exótico. Pensé en Fargo de los hermanos Coen, en La hoguera de las vanidades de Brian de Palma y en el film de Pietro Germi, Señoras y Señores. Y elegí filmar en esta región porque allí el peso de la economía está por encima de la vida de las personas". Y en relación con este más que recomendable y necesario film, premiado con siete David de Donatello, incluyendo mejor realización, trato de volver sobre otra de las obras de este director, ya señalado en el primer tramo de esta nota: Tutta la vita davanti, del 2008, en el que una joven graduada de Filosofía debe comenzar a trabajar en un call?center; espacio que nos es mostrado en todos sus aspectos, desde diferentes miradas y en el que las protestas gremiales van emergiendo ante los silencios y atropellos patronales. Film a destacar, con un notable cartel actoral, en el que encontramos a Valerio Mastandrea, Isabelle Ragonese, Elio Germano, Massimo Ghini y Sabrina Ferilli, entre otros. Y es precisamente ella, Sabrina Ferilli (igualmente actriz de Tu ríes de Paolo y Vittorio Taviani y La grande belleza, entre otras de una extensa filmografía), quien protagonizó aquella ópera prima de Paolo Virzí del 94, La bella vita, film en el que asume el rol de Mirella, una joven mujer casada con Bruno, quien de manera inmediata será despedido de su trabajo. Ante ello ocurren una serie de incidentes que marcarán un giro en la vida cotidiana de esta pareja, que habita un pequeño espacio en la ciudad de Piombino. Crisis y dolor, pero también la posibilidad del diálogo y la esperanza. En este nuevo film de Virzí no hay esperanzas respecto de los se mueven de esta manera. Y traigo a los lectores, con gran pesar, uno de los parlamentos que nos llega con una gravitante y desoladora fuerza, desde la cínica voz de un padre a sus hijos: "Los queremos ganadores a ustedes. Queremos verlos felices. Todo lo que hicimos lo hicimos por el bien de ustedes. Y por eso somos los mejores padres del mundo. Por ustedes nos hemos jugado todo. Incluso el futuro de ustedes".
El poderoso y descarnado mundo de las finanzas “He querido retratar al ser humano con todas sus miserias, pero mi mirada está llena de compasión”, dice el director italiano Paolo Virzì, al referirse a su film “El capital humano”, por el cual recibió siete premios David de Donatello. La película está basada en la novela Human Capital, del escritor estadounidense Stephen Amidon, original ambientado en los barrios ricos de Connecticut, en los días de opulencia previos al 11 de septiembre de 2011. Virzì adapta la narración y la ubica en Italia, en la ciudad lombarda de Brienza, cercana a Milán, y lugar de residencia de muchos empresarios que operan en la influyente Bolsa milanesa. El relato describe el ambiente interno del poderoso y descarnado mundo de las finanzas, al enfocar la trama en una serie de sucesos que involucran a dos familias, una de clase alta y otra de clase media, cuyos hijos van al mismo colegio y viven un incipiente noviazgo. El padre de Massi, Giovanni Bernaschi, regentea un fondo de inversión importante que ofrece ganancias anuales que rondan el 40 % del aporte inicial. El padre de Morena, Dino, es un agente inmobiliario que ha tenido su buen momento años atrás pero que ahora atraviesa una situación en la que su negocio está en decadencia. Las cosas se van desenvolviendo más o menos de manera normal, incluso el padre de Morena consigue ser aceptado en el fondo de inversión que dirige Bernaschi y hasta es invitado a jugar al tenis en pareja con el magnate en su propia residencia. Pero un hecho fortuito y trágico desencadenará una crisis que tendrá implicancias indeseadas para las dos familias: la muerte de un ciclista en un confuso accidente de tránsito. La película comienza precisamente con la escena del accidente y luego el relato salta al pasado y el racconto se estructura en tres capítulos a través de los cuales se reconstruye la historia desde tres puntos de vista diferentes, los de Dino, Carla y Morena, para finalizar con un cuarto capítulo que retoma el tiempo actual del principio. El retrato que ofrece “El capital humano” pone al desnudo las íntimas miserias y debilidades de cada uno de los personajes, tanto en su vida particular como en su desempeño social, poniendo el acento en los efectos que tiene el capitalismo salvaje en la vida privada de las personas, condicionadas y presionadas fuertemente por el sector al que pertenecen. Situación que contamina todos los vínculos, inficionados de ambiciones, traiciones y manipulaciones totalmente reñidas con la moral, pero completamente aceptadas y toleradas en la vida en común, claro que con su alto costo emocional y psíquico. El film no escatima crueldad y por momentos se vuelve un tanto insoportable, al exponer el sufrimiento que un sistema salvaje e injusto puede causar a los más débiles y más desfavorecidos, sobre los cuales suele descargarse todo el peso de los costos, tanto materiales como espirituales, que requiere la maquinaria fría e insensible de los números. Pero Virzì se reserva una última carta que trae un poco de alivio en la escena final, impregnada de amor y esperanza, protagonizada por dos de los personajes más vulnerables. Pese a su contenido revulsivo, “El capital humano” se puede soportar por el cuidado estético de la imagen, una trama entretenida y, como dice su director, por la mirada piadosa sobre sus personajes, que aún en sus momentos más bajos, conservan un resto de humanidad, suavizando y licuando un poco el odio que podrían generar en el espectador, vapuleado por una serie de iniquidades duras de digerir. Si bien todo el elenco es de gran nivel, no se puede dejar de mencionar la admirable interpretación de Valeria Bruni-Tedeschi, encarnando a una Carla plena de matices, repliegues y contradicciones, y la sorprendente versatilidad de la joven Matilde Gioli, con su Morena visceral, vital y avasallante.
Apostando a la ruina En el mundo de la especulación financiera existe algo tan desagradable como potencialmente redituable que es apostar a que un país o una empresa entre en quiebra y no pueda cumplir con sus deudas. Se trata de una operación complicada y difícil de explicar aquí, pero esta apuesta a la pérdida, llevada a cabo por magnates anónimos, suele traer consecuencias nefastas sobre los mismos países; el interés porque entren en default incentiva a que se propaguen noticias pesimistas o directamente falsas sobre su capacidad económica; esa situación puede propiciar una inestabilidad económica real y, mientras los especuladores salen ganando, todo el resto del mundo pierde. Este movimiento es uno de los ejes fundamentales de esta brillante película. La acción se ambienta en la Italia berlusconiana de la burbuja financiera y concretamente en Lombardía, su norte industrial. La tentación de las ganancias fáciles es lo que lleva a un pequeño empresario (Fabrizio Bentivoglio, increíble en su papel de chanta advenedizo) a invertir todo su dinero en un fondo buitre, regenteado por su consuegro millonario. "Tu banco me ofrecía un 3% de rentabilidad, él me ofrece un 40%. ¿Sabes lo que eso significa?", resalta el personaje, justificándose en un diálogo con su interventor. Un ciclista es atropellado en la ruta por un jeep, cuyo conductor se da a la fuga. Este desencadenante inicial da pie a tres capítulos, cada uno contado desde la perspectiva de un personaje diferente. Así es como se va tejiendo un ambicioso, dramático y elegante cuadro coral, ilustrativo de la crisis de 2008 en Italia y cómo ésta afectó a la totalidad del entramado social. Como haciéndole justicia a las teorías marxistas, la existencia de cada uno de los personajes del planteo se ve completamente determinada por el dinero, pero no en el sentido de que su calidad de vida aumente o disminuya circunstancialmente, sino que el rumbo completo de sus trayectorias se ha visto alterado por el factor económico. Y en un momento en el que los capitales son sumamente volátiles, también parecerían serlo las vidas humanas; el título refiere a la monetización de la vida de una persona, referida como el “valor económico potencial de la mayor capacidad productiva de un individuo, o del conjunto de la población activa de un país”, como se explica al final del metraje. El planteo del director Paolo Virzi (La prima cosa bella, Tutti i santi giorni) se nutre de grandes actuaciones, especialmente en los roles de los tres personajes centrales, a cada cual más interesante. A medida que van siendo presentadas, se van agregando capas de significado a la historia, desde una original perspectiva por la cual el espectador interpreta los hechos de la misma manera que los protagonistas, dándose cuenta en el siguiente episodio de sus propios equívocos y acercándose, en cada etapa, a una nueva verdad. Curiosamente, la novela original de Stephen Amidon se encontraba originalmente ambientada en Connecticut, lo que habla de la universalidad de la historia y su idoneidad al denunciar un problema mundial de primer orden. "Apostamos a que Italia se hundiría y ganamos" dice uno de los personajes en medio de una fiesta, dando cuentas de una antropofagia terminal, por la cual la clase alta se vale de medios indecorosos para erigir sus fortunas y la clase media, a su imagen y semejanza, es capaz de fagocitar a sus vecinos con tal de ascender socialmente. Mientras unos y otros cometen crímenes contra poblaciones enteras en perfecta impunidad, las clases bajas siguen pagando por crímenes comunes, en carne propia y sintiendo la ley con toda su inclemencia.
Paolo Virzi usa un modelo estructural parecido al del film ganador del Oscar a “Mejor película” en el año 2005 (“Vidas Cruzadas”) y mediante este recurso de “película coral”, cuenta una historia “”pequeña”” que se desencadena por un accidente en el cual un auto atropella a una bicicleta y escapa. El film está dividido en cuatro actos. El primero nos muestra el punto de vista de Dino (Fabrizio Bentivoglio), un hombre que tiene una hija (Serena) y una esposa que espera mellizos. Está en una situación financiera estable, pero es ambicioso y cuando ve la posibilidad de invertir lo hace.