Un ejemplo de desconcierto cinematográfico donde encontramos una cuidada fotografía de Rodrigo Pulpeiro y actuaciones interesantes de Osmar Nuñez y Osvaldo Bonet, donde el actor principal Juan Minujín interpreta a un sacerdote con crisis de fé...
De la fe al crimen La película del director Víctor González comienza como un relato dramático donde se cuestiona la fe del personaje central, un joven seminarista encarnado por Juan Minujín. El cielo elegido impulsa a sus tres personajes, hombres de fe que se mueven en la Iglesia, hacia límites insospechados y también peligrosos. Pablo se convierte en un instrumento de Claudio (Osvaldo Bonet), el cura anciano que le propone, a cambio de una recompensa, cometer un asesinato. Y también se enterará del secreto que guarda su superior Orbe (Osmar Nuñez). Demasiado para un hombre que profesa la fe católica y siente atracción por una chica (Jimena Anganuzzi) que frecuenta la parroquia. Pablo está entre la espada y la pared y luego de un crimen deberá escapar del lugar que supuestamente lo protege. El film combina varios elementos que no dan siempre en el blanco a partir de un tratamiento argumental que se codea con el drama y deja lugar al thriller más oscuro y sangriento. Pablo y Claudio (postrado en una silla de ruedas) persiguen a su superior por los pasillos del cementerio de la Chacarita para enterarse de un misterio. Con intenciones de provocar al espectador, la película pierde su rumbo y realmente no se entiende (¿por qué Pablo actúa como lo hace?) hacia dónde apunta. Demasiados elementos en juego, parlamentos más recitados que actuados que le quitan verosimiltud a la trama (a pesar de contar con buenos actores como Osmar Nuñez) y un desenlace que promete ser pomposo, en un pueblo alejado, con presencia de lugareños y un ovejero alemán amenazante. Como una suerte de encarnaciones del Mal, los personajes se mueven entre el camino de la fe y el crimen. Lástima que el espectador no lo encuentra y se siente perdido.
Más allá de la religión Compleja, misteriosa y valiente es El cielo elegido (2010), película dirigida por Víctor González que pone en jaque el discurso religioso al contraponerlo brutalmente con la cotidianeidad, a partir de las experiencias de tres curas en situaciones extremas. La historia es contada a través del joven e idealista cura Pablo (Juan Minujín) cuya vida en el seminario se disputa entre las experiencias de su superior Orbe (Omar Núñez) y la sabiduría y desencanto del anciano sacerdote Claudio (Osvaldo Bonet). Una serie de acontecimientos pone en jaque su fe y lo lanza a descubrir una trama de engaños y manipulaciones. Desde los primeros minutos del filme, vemos al cura Pablo frente a una decisión extrema en la que deberá tratar de “encajar” su oficio de sacerdote –y el discurso católico- con una situación extrema en un penal amotinado. Uno de los presos le exige que cumpla con “su trabajo” salvando el alma de un recluso agonizante. Al hacerlo el recluso es fusilado frente a sus ojos. La brutalidad de la escena sorprende tanto a Pablo como al espectador. Si uno piensa la película en su totalidad, encontrará una serie de hechos similares, en donde la vida cotidiana deja inutilizado el discurso religioso y pone en crisis la elección espiritual del joven cura: los affairs de Orbe contrapuestos a su fe ciega, el marketing religioso (donde varios curas asisten a un curso de oralidad para misa) contrapuesto a las necesidad del personaje de Juan Minujín de hablarle espontáneamente a sus fieles, las escenas de sexo con el pasional personaje de Jimena Anganuzzi y la impresionante escena final que, por supuesto, no adelantaremos aquí. En esta poco habitual temática en el cine argentino Víctor González, que previamente había dirigido Ciudad de Dios (Cidade de Deus, 2003) –no estrenada comercialmente- y el cortometraje Destinos marcados (1999), se destaca por su valentía y franqueza a la hora de exponer su visión acerca de la religión en El cielo elegido. Acompañado en la escritura del guión por Huili Raffo, logra dar con una historia fuerte pero personal, donde el dilema espiritual pasa introspectivamente por los personajes. La forma de hacerlo es utilizando una estructura de thriller, con trama de misterio mediante, cargado de manipulaciones, mentiras y fundamentalismo religioso, donde los hechos cobran fuerza a razón de dos componentes esenciales a la naturaleza humana como lo son la violencia y el sexo, que chocan brutalmente con el misticismo de la Iglesia católica. Y vaya si lo hace.
Un cielo lleno de dudas ablo (Juan Minujín) es un cura joven, con una crisis de fe. Sus dudas parecen las típicas que un cura podría tener al comienzo de su carrera, sus planteos parecen lógicos. Pero a medida que la película avanza cada vez hay más factores que atentan contra su fe: una joven que visita la parroquia y quiere acercarse demasiado, secretos oscuros que guarda su superior (Osmar Núñez), y un viejo cura (Osvaldo Bonet) al que debe cuidar, que no hace más que perturbarlo con sus planteos, y parece empeñado en alejarlo de su camino. La película comienza como un drama que muy pronto se convierte en un thriller, por su estructura oscura, porque cuesta saber quién es quién, a la espera de una traición o una revelación, que no se sabe por donde vendrá. Así acompañamos a Juan durante su búsqueda, sus dudas, y el camino que recorre para saber qué es lo que quiere y en qué cree. Hasta ahí el planteo de la película es interesante, pero después los temas se multiplican. La tentación, la duda, la corrupción en la iglesia, un crimen, y hasta un guiño hacia lo sobrenatural, elementos que deberían cerrar en algún momento. Técnicamente, el filme es de una prolijidad absoluta, impecable en lo visual como en lo sonoro. Es destacable el comienzo de la película, cuando Pablo entra a una cárcel durante un motín, llamado por uno de los presos. Realmente entramos en la película, y queremos acompañar a ese joven lleno de dudas que no sabe qué hacer con todo lo que está presenciando. Las actuaciones también son muy buenas, especialmente las de Osmar Núñez y Osvaldo Bonet. Pero más allá de las buenas actuaciones y lo bien filmada y narrada que está la historia, hay una importante falla en el guión, que no hace más que sugerirnos cosas, y agregar demasiados hechos aislados, opciones de lo que podría llegar a ser, pero finalmente la historia nunca cierra, todo el tiempo creemos que hay algo más, y finalmente no hay nada.
Poco convincente acto de contrición El tema de la confrontación entre las intenciones divinas y la necesidad -tan humana- de reprimir los deseos carnales y materiales es un tema recurrente en la narrativa literaria y cinematográfica. Tal vez la mejor definición de esta tensión permanente es la palabra “tentación”, que da lugar a una fascinación casi sacramental. En El Cielo elegido, debut cinematográfico del director y guionista Víctor González en el largometraje, el delicado equilibrio entre el bien y el mal aparenta, a primera vista, caer del lado de la convicción religiosa. Sin embargo, si la fe no fuera cuestionada y puesta a prueba por la ambición y el temor al castigo divino, simplemente no habría historia que contar. En El Cielo elegido el sujeto/objeto de esta disquisición es el padre Pablo, interpretado por Juan Minujín con una cierta dosis de sutil credibilidad gracias a su talento y entrenamiento actoral, y no por el guión, estropeado por unos cuantos baches narrativos. El joven padre Pablo intenta sobreponerse a la pesadilla del sangriento motín de Sierra Chica (1996), que pasó a la historia como la más cruenta revuelta carcelaria de la historia argentina: 1.500 presos alzados en armas, 17 rehenes, incluyendo a una jueza y a su asistente, siete presos muertos, cuerpos descuartizados y quemados en un horno, y un horrendo festín caníbal. Con el peso moral sobre sus espaldas, el padre Pablo se refugia en un seminario, un entorno aparentemente más pacífico y sin los cuestionamientos éticos y religiosos planteados por la vida religiosa. El seminario, sin embargo, alberga oscuros secretos que amenazan con derrumbar el delicado equilibrio logrado por el padre Pablo. En medio de la cotidianeidad de claustros y corredores, Pablo se ve atrapado en otra trampa mortal: un oscuro incidente del pasado entre el padre Claudio (Osvaldo Bonet) y el padre Orbe (Osmar Núñez). En contra de su voluntad, Pablo se convierte en depositario de un secreto y varios misterios bien resumidos por el afiche de la película: “El camino de la fe no es fácil. Tampoco el del crimen”. Salvando las distancias, bajo esta supuesta premisa bien cabría imaginar un dilema ético-moral-religioso como el planteado por Hitchcock en Mi Secreto me condena (I Confess, 1953), fascinante dilema ético y moral que palpita con la convicción de los mejores thrillers psicológicos. Nada más alejado de la verdad. El Cielo elegido no es ni un thriller psicológico ni un planteo moral sobre la brecha que separa al Cielo de las miserias terrenales. El Cielo elegido tampoco se acerca a otro de los objetivos propuestos por sus autores: un neo-noir (euro-noir sería más apropiado) en el cual la figura del flic es reemplazada por la de un cura obligado por las circunstancias a transformarse en pesquisa. Con tanta premisa y tantas buenas intenciones, El Cielo elegido se empantana, a nivel narrativo, en una sobreextendida peripateia que tratan de vendernos como película de misterio con una fuerte disquisición moral y religiosa. La redención, para este Camino elegido, está lejos, muy lejos, en un lugar remoto llamado Buen Cine. La salvación, sin embargo, llega de la mano de los talentosos protagonistas: Juan Minujín, Osvaldo Bonet, Osmar Núñez y Jimena Anganuzzi. A fuerza de profesionalismo actoral, los cuatro sostienen, como pueden, el atisbo de tensión dramática de este intento fallido de cruce de géneros que termina conviertiéndose en un patético hibrido.
Una película truncada Hasta que se vuelve errática, El cielo elegido tiene unos cuantos méritos bastante inusuales para el cine argentino. Es una historia de curas: pero no de curas villeros, ni sobre abuso de menores, y tampoco de curas al estilo Sandrini. El cielo elegido, en sus dos primeros tercios, es una película filosófica, teológica, herética, en no pocos momentos una comedia perversa basada en la interacción de tres sacerdotes y sus diversas oscuridades. En sus conversaciones hay una electricidad interesante: juegos inteligentes, desafíos obsesivos y malignos. Los dos sacerdotes mayores parecen tener un plan, el más joven parece observar. Los tres, sin embargo, saben hablar, es decir, tienen no pocos diálogos -o monólogos- que se notan escritos con la densidad y la gracia habituales del buen cine estadounidense. Esos diálogos no sólo están encarnados en los personajes sino que además se relacionan de forma lógica y profunda con el ambiente. Los curas mayores están interpretados por Osmar Núñez (oscuro, ladino) y Osvaldo Bonet (impecable, certero, molesto). El joven es Juan Minujín (antes de Vaquero, su ópera prima como director, y antes de protagonizar el éxito Dos más dos). Es que esta película tiene varios años y recién se estrena. Su director es el muy poco prolífico (aunque de gran trayectoria como camarógrafo y director de fotografía) Víctor González. Su única película anterior es de 1999, se llamó Ciudad de Dios (no confundir con la brasileña de Meirelles, de 2002), también centrada en tres personajes en disputa y también una película extraña, difícil de encuadrar. En El cielo elegido, sobre todo al principio, González apela a travellings un tanto reiterativos, pero brilla en el aprovechamiento de espacios: es realmente asombroso el trabajo sobre el cementerio, por ejemplo. El espacio -como los diálogos- está perfectamente asociado con la actividad de los personajes. Pero las cosas, inexplicablemente, cambian, o tienen un destino trunco. El cielo elegido es una película demasiado larga. Y, también, El cielo elegido es una película demasiado corta. Es demasiado larga porque a partir de que esta historia sobre tres curas abandona el centro neurálgico del seminario, el relato adquiere formas extrañas, no tanto raras sino de desconcierto, de descalabro narrativo: las acciones y las decisiones se vuelven abruptas, y lo que pretende pasar por misterio se queda en arbitrariedad. ¿Qué guía al personaje de Minujín en el último tercio de la película? No parece el mismo de antes y tampoco se nos contó ese cambio o, si se lo hizo, fue superficialmente. Los espacios ya no interesan por su construcción, ya no son claros ni subyugantes. Así, ese último tercio sobra: la película era otra -mucho mejor- antes. Y, a la vez, algo falta, ese último tercio se nota demasiado comprimido. La película dura dos horas, pero su potencia y su armado simbólico eran para tres. O para una hora y media. O para otra organización que la presentara cohesionada.
Perdona nuestros pecados La cuestión pasa por el debate dialéctico y el lugar que ocupan tres sacerdotes de diferentes edades y expectativas en este mundo tan cruel. Pero también, El cielo elegido profundiza el interior de los personajes, inestable y ciclotímico, junto a la misión que les corresponde por mandato divino. Dentro de esos caminos, adyacentes y espinosos, en un momento de la película surge una historia en clave policial, expresada por el más veterano de los curas (Osvaldo Bonet), que implicaría o no al de edad intermedia (Osmar Núñez), y que llevaría a tomar una decisión límite al joven clérigo (Juan Minujín), ya con la sotana inculpada de pasión sexual debido a su "fiel" pareja (Jimena Anganuzzi). En tanto la película oscila entre extensas charlas sobre el rol asignado a los religiosos, otras líneas temáticas invaden la tesis inicial: el pacto policial, la presencia de la fémina, el sexo como pecado o culpa eterna, la cruel sospecha sobre el pasado de uno de los curas. Es decir, El cielo elegido acumula tramas y subtramas, cambios de tono, silencios y voces altisonantes que le hacen perder un único centro narrativo, una única forma de desarrollar un relato, que empieza tenso y verbalizado y que prosigue en un vale todo donde los hábitos se despojan y el verosímil se destruye en mil pedazos. No está mal que así sea, pero las infinitas vueltas de tuerca del guión estropea el clima inicial (lograda escena entre Bonet y Minujín a propósito del pacto "policial") que, más temprano que tarde, sumerge a la película en un declive sin retorno. Hace más de diez años Víctor González estrenaba Ciudad de dios (no confundir con el film homónimo de Brasil), una áspera historia que se replegaba en imágenes contundentes más que en la explicación y el subrayado de los conflictos. En El cielo elegido se extraña eso y también a los dilemas existenciales de otros clérigos, aquellos que el gran Ingmar Bergman expulsaba a través de sus personajes que hablaban a través de susurros y nunca valiéndose de gritos. Víctor González, por su parte, elige otro camino; aquel donde se desea llegar al paraíso a través de la catarsis y la culpa a través del autocastigo sin contemplaciones.
Cura en la oscuridad En la primera escena el Padre Pablo (Juan Minujín) entra a un penal en medio de un motín para darle la extremaunción a un preso moribundo a pedido de otro preso que se llama Angel (una metáfora algo obvia que podía haberse evitado). La escena está lejos del realismo carcelario: sólo tres personajes en una habitación y un diálogo más inteligente que factible. En esa escena se cifran las virtudes y los defectos de El cielo elegido : diálogos cuidadosamente construidos, inteligentes, interesantes, que aluden al tema de la fe y de Dios, pero que terminan por abrumar y restar frescura a una película correcta y prolija que se extiende demasiado, algo más de dos horas. La visita del Padre Pablo a la cárcel es el breve prólogo en el que el joven cura empieza a ingresar de a poco en la oscuridad (literal, gracias a la buena fotografía de Rodrigo Pulpeiro). Pronto entran en la historia el Padre Claudio (Osvaldo Bonet), un cínico cura paralítico que duda de la existencia de Dios y, mucho más, de las bondades de la institución eclesiástica; y el Padre Orbe (Osmar Núñez), más tradicional, pero que esconde secretos inconfesables. Así, la primera mitad de la película se sigue con interés, sobre todo gracias a unos diálogos filosos y un trabajo genial de Bonet. Es una visión ácida de la Iglesia -de la cotidianeidad de los sacerdotes- que no cae en la denuncia simplista y obvia sino que la observa con perspicacia, desde adentro. Pero después viene el punto de giro: un hecho sangriento que conviene no adelantar -aunque puede verse, inexplicablemente, en el trailer-, algo forzado y muy poco verosímil, que termina de sumergir a Pablo en el Infierno. Entra ahí el personaje de Ceci (Jimena Anganuzzi), que despertará en el protagonista -previsiblemente- el deseo carnal. Ahí empieza otra película, menos dialogada y más convencional. El cielo elegido es una película singular y esmerada, que aborda el tema de la Iglesia y de la fe de una manera original y profunda, pero que termina diluyéndose en un thriller un poco rústico. Con todos sus defectos, tiene un par de virtudes inolvidables: el trabajo -y el personaje- de Bonet y esa escena en la que Héctor Díaz les da clases de marketing a los curas.
La historia es discutible pero logra interesar Más conocido como director de fotografía («Picado fino», «El visitante», «Las mujeres llegan tarde», etc.), cada tanto Víctor González, alias Kino González, se da el gusto de hacer por su entera cuenta una película singular y medio provocadora. Por ejemplo, «GuachoAbel», su corto de estudiante por el que la intervención de ese momento lo echó de la escuela de cine. O el incómodo «Ciudad de Dios», que tuvo la desgracia de ser contemporáneo de «Cidade de Deus». Ahora presenta algo más curioso: una variante de cine negro con crímenes y sexo protagonizado por curas. Según confiesa, su intención fue hacer una variante de las viejas historias donde un joven policía idealista se ve envuelto en la corrupción de sus jefes y colegas, hasta caer en el delito, con ellos o por cuenta propia. Pero siempre con alguna mujer poco recomendable al lado suyo. ¿Y qué mejor y más negro para esa variante de cine negro, que unos curas con sotana? He aquí entonces la singular historia de un joven religioso en crisis vocacional, que se ve obligado a presenciar las discusiones capciosas de dos superiores, y tentado a aceptar las propuestas de uno de ellos, y de una chica confianzuda. El infeliz desbarranca, la película también, pero igual interesa. Detrás se plantean cuestiones de moral y libre albedrío, preguntas sobre la muchas veces incomprensible voluntad de Dios, problemas concretos para explicar a los simples esa incomprensible voluntad, o para entender lo que pasa dentro de algunas almas. Significativo, el prólogo en la cárcel con un tipo llamado Angel, que exige su propio castigo con gestos desafiantes. Esa escena es clave. Y las que presencia Juan Minujin entre Osmar Núñez y Osvaldo Bonet, regocijantes. El veterano actor de 92 años tiene los mejores parlamentos, y, al fin, su mejor personaje cinematográfico, y lo luce debidamente. Lástima que a cierta altura del relato Bonet desaparezca (bueno, en compensación cobra peso Jimena Anganuzzi). Lástima peor, que en la elaboración del guión no haya habido algún asesor eclesiástico, para evitar ciertas macanitas de forma e incluso para hacerlo más incisivo.
Un confuso filme sobre la fe En 1999, el director Víctor González filmó "Ciudad de Dios", la que nada tiene que ver con la película brasileña de igual nombre. En la primera incluía como en "El cielo elegido", un hombre que predicaba la fe. Solo que en la actual, según dice el mismo cineasta, este filme es "mi devolución a la educación religiosa que recibí". "El cielo elegido" cuenta una historia que tiene por protagonistas a tres sacerdotes: el padre Orbe (Osmar Núñez), el padre Claudio (Osvaldo Bonet) y el padre Pablo (Juan Minujin). Cada uno de estos representantes de la Iglesia guarda variados secretos. El padre Claudio, en silla de ruedas, cuestiona la fe que profesa y transmite a los fieles. Pablo, es un joven que si bien es sacerdote, se deja seducir por una chica llamada Ceci (Jimena Anganuzzi) que lo persigue hasta en el confesionario y lo hará dudar de la facilidad con que tomó los hábitos. ASESINATO OLVIDADO La historia de la que es coautor el mismo director y Huili Raffo, si bien al comienzo parece interesante, abre con una escena de la que después no se sabe nada más. Nos referimos a la situación de la cárcel, en la que se asesina a un hombre y el joven sacerdote es obligado a rezar por el muerto, a punto de ser incinerado en un horno por un compañero. Si esta escena resulta inverosímil, lo que sigue después es una serie de abrumadoras y confusas hipótesis sobre la fe y lo que esconden los hombres que representan a Dios como miembroe de la Iglesia. Lo dicho deriva en una serie de circunstancias en las que se mezclan el costado gay de uno de los sacerdotes y cuestiones fenomenológicas, junto con un crimen. La película en su primera parte consigue buenos climas y escenas muy bien iluminadas y fotografiadas, pero si es cierto que el director Víctor González, supo rodearse de un formidable equipo de actores (Osvaldo Bonet, Osmar Núñez, Jimena Anganuzzi y Juan Minujin), que sostiene con verosimilitud las absurdas situaciones que se le marcaron, pero esto no alcanza para redondear una producción con la que se quiso cuestionar la fe, pero que se resolvió en una historia que confunde, más que aclara.
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Una historia con dudas de fe de un joven sacerdote, envuelto en una realidad que lo excede, y dos sacerdotes que quieren utilizarlos, con la tentación y el fanatismo, la muerte y la necesidad de pruebas. Un poco larga y errática, roza la profundidad y pierde efecto. Muy bien Juan Minujim y Osvaldo Bonet
Secretos y mentiras La película arranca con una escena sobre la sangrienta toma de un penal. Hasta esa prisión llega el padre Pablo (Juan Minujín), un cura joven e idealista que poco después atravesará una profunda crisis de fe y de vocación al apreciar en toda su dimensión las miserias e hipocresías de la Iglesia Católica (relaciones homosexuales incluidas) y, también, al sentirse atraído por Ceci (Jimena Anganuzzi), una muchacha con la que terminará escapando. Más allá de ese prólogo carcelario, el film de Víctor González apuesta en su primera mitad al drama más contenido dentro de un convento (uno de mis subgéneros favoritos). Allí veremos las relaciones que se establecen entre el padre Orbe (Osmar Núñez), mandamás del lugar; el padre Claudio (Osvaldo Bonet), un cínico, cuestionador y veterano sacerdote que anda en silla de ruedas; y el apuntado Pablo. Todos, claro, con secretos, tentaciones y dudas que se irán desvelando con el correr del relato. En la segunda parte de esta película demasiado larga (123 minutos), ambiciosa, algo errática y derivativa (aborda múltiples problemáticas y al avanzar no termina de profundizar en ni cerrar del todo algunos de ellos) la tensión explota, la narración se acelera y va más para el lado del thriller. Película valiente (adjetivo horrible si los hay en el ámbito del cine, pero que aquí calza a la perfección) construida por un equipo técnico y actoral de primera línea (un verdadero dream-team con Rodrigo Pulpeiro, José Luis Díaz, Miguel Pérez y compañía), El cielo elegido tiene momentos que abruman, irritan o desconciertan, pero termina siendo una verdadera rareza en cuanto a temáticas, reflexiones, cuestionamientos al status quo y vueltas de tuerca. No será del todo redonda o satisfactoria, es cierto, pero ante tanto producto previsible y atado a fórmulas ya probadas, una apuesta de este tenor, con semejante riesgo, no debería pasar inadvertida.
La verdad, a los curas, en el mundo del cine, bien no les va. O son víctimas de ataques, o son perversos o mueren en circunstancias horrendas en muchos films. Hay pocos ejemplos en los cuales los cineastas abordan la complejidad de las relaciones que se dan dede lo filosófico y moral, en estos hombres (y mujeres) (ojo, los hay, no dije que no los hubiera). En la década del 80 pululaban ejemplos, hoy en día, no. De ahí que me adentré con curiosidad en "El cielo elegido". Para empezar, hay que decir que tiene un cast excelente, con Juan Minujín (director de "Vaquero", además de actor aquí) a la cabeza y Omar Nuñez y Osvaldo Bonet secundandolo, en gran forma. La historia nos trae a un joven sacerdote (Minujín) quien llega a un monasterio con la firme intención de dejar atrás un hecho que él considera particularmente luctoso. Dentro de esa pequeña comundad, conocerá a Orbe (Nuñez) y Cluadio (Bonet). Pero claro, hay demasiados secretos en el lugar, más de los que nuestro protagonista sospecha En la secuencia de apertura el cineasta plantea su línea de trabajo... Qué valor tiene el hombre de fe en los tiempos que corren? Esa pregunta atraviesa todo el relato y la verdad, contestar es una aventura compleja... El protagonista intenta intervenir en un motín (un lugar que todos recordamos) y detener el enfrentamiento feroz entre presos y guardicárceles, aunque esté más allá de sus posibilidades: algo se quiebra en él cuando la tragedia se precipita y necesita refugio, una nueva casa religiosa, un lugar donde se lo oriente, contenga y pueda fortalecer su fe. Claro, no termina en el adecuado pero... eventos movilizantes no le van a faltar! Desde ya claro, el conflicto carnal que parece repetirse en muchas oportunidades, más cuando hay un sacerdote apuesto... Alguna muerte, dinero, presencias engimáticas, de todo un poco, dentro del registro sórdido que Víctor González (el director) propone. Lo visual de "El cielo elegido", es sólido y convincente. Gran fotografía y ambientación, actuaciones a la altura y un guión que, seguramente, necesitaba más trabajo de depuración (su extensión es un paso en falso). El problema de la historia es que va abriendo muchas puntas, y en algún momento, tantos elementos no dichos en juego, terminan por confundir al espectador (y defraudarlo, con sus resoluciones, de alguna manera). Más allá de eso, lo sentí un trabajo cuidado (un poco denso), serio, pausado... Seguramente su impronta de thriller le permitirá acercar público a las salas. El valor de sus interpretaciones, lo amerita.
Durante buena parte de su metraje, El Cielo Elegido es una película que funciona. Hay un juego de relaciones entre tres sacerdotes que se desarrolla en locaciones que son difíciles de encontrar en el cine nacional y, a sabiendas de esto, están bien aprovechadas. La fragilidad en la creencia del cura joven, interpretado por un correcto Juan Minujin que ha dado muestras de estar para más, se ve manipulada por dos opuestos que lo quieren para cada lado: el Padre Orbe, un frío Osmar Núñez de quien se obtiene lo mismo que del anterior, y el Padre Claudio, con la de Osvaldo Bonet como la caracterización más fresca, honesta y cautivadora que se encuentra. De los intereses cruzados y la duda, nace una historia marcada a fuego por la fe que no adopta una postura adoctrinadora, sino que la emplea a su favor para construir un buen relato de suspenso. Cuando un film se sostiene sobre un trípode de personajes donde hay una pata más sólida que las otras y, por necesidad del argumento, esta será apartada, es importante fortalecer las dos restantes para que la estructura no acabe por derrumbarse. Lo cierto es que, aún con los tres en escena, El Cielo Elegido da muestras de sus primeros tambaleos, los cuales no harán más que acrecentarse a partir de cierto punto hasta que todo el entramado colapse. El esperado cruce del trío se produce en el hogar de uno de los sacerdotes, un departamento antiguo que sigue en la línea de las excelentes locaciones dispuestas para la filmación. Si hasta ese momento los delirios místicos se mantenían a raya -con un diálogo entre el sacerdote más joven y el más anciano que ocultaba con su lógica lo que pronto iba a llegar- estos se propician a partir de esta cena. El problema es que Víctor González pareciera haberse pasado su salida y luego no poder retomar el camino hasta que ya es demasiado tarde. Cuando parece que los créditos finales están al caer –tras un desenlace en apariencia trillado pero que se acepta como el adecuado-, el director tropieza con la misma piedra y encauza su desarrollo por la vía anterior, en la que no se entiende a sus personajes, sus motivaciones o sus creencias. Desde la mencionada reunión de los tres es que comienza a desperdiciarse uno de los logros mayores del guión de González y Huili Raffo: el acercamiento menos estructurado y más racional que se le dio a la fe, cae de bruces ante una tradición oscura y oculta que no hace más que fijar un rumbo confuso y errático hasta el cierre.
Diario de un cura rural argentino La religión ofrece demasiados ribetes como para que el cine no le pose periódicamente sus pupilas electrónicas. Allí están, entre otros temas, el choque entre las pulsiones y el espíritu, el intento de apaciguar las primeras en pos de satisfacer al segundo, la disyunción entre la Palabra escrita e inalterable y un empirismo cotidiano en constante movimiento, e incluso muchas veces en oposición directa a ella. Esos ejes, subyacentes en Elefante blanco, por ejemplo, se manifiestan con más claridad en El cielo elegido. Pero esto no implica necesariamente un mejor tratamiento. En ese sentido, la película de Víctor González adopta la prolijidad formal y el tono sepulcral para enhebrar una tras otra las dudas y vicisitudes de un cura chocándose de frente contra los vericuetos de la institución y las tentaciones terrenales. El padre Pablo (Juan Minujín, muy bien como casi siempre) tiene el ímpetu de lo novedoso. Joven en la vida y presumiblemente novel en el noviciado, divide su tiempo entre las misas y las confesiones. Una de las asistentes habituales es la bonita Cecilia (Jimena Anganuzzi). Y se sabe: la carne es más débil que el espíritu. Junto a Pablo viven dos curas posicionados en veredas diametralmente opuestas en lo que respecta a la concepción de la fe y las prácticas y sacrificios que ésta conlleva. Así, si Orbe (Osmar Núñez) es la rectitud y el apego a las normas eclesiásticas, Claudio (Osvaldo Bonet) se erige como un modernista negador irredento. “¿Cogieron? Entonces no es tan grave”, lo tranquilizará a Pablo cuando éste vuelva cargado de culpas después de una jornada con su feligresa preferida. A partir de ahí, la película apuesta a develar progresivamente las tensiones pasadas, pero de consecuencias presentes, entre Orbe y Claudio. Pablo, aquí testigo de la disputa, será también el vértice de otra relación triangular, en este caso entre Cecilia y Dios. Así, a medida que afloren las diferencias entre sus colegas, también lo hará el deseo por la chica y la consecuente puesta en abismo de la vocación de servicio. Correctamente filmada e interpretada con solvencia por los cuatro protagonistas, las falencias no pasan precisamente por los aspectos técnicos. Al contrario, quizás el gran acierto de González y su equipo esté en la generación de un tono en correspondencia directa con el derrotero emocional de Pablo. Bastará prestar atención a cómo las atmósferas se enturbian a medida que esos triángulos empiezan a deformarse. La cuestión está en la aglomeración de situaciones y el exceso acaparador de un guión con demasiados huecos –que Claudio sea paralítico e intente suicidarse en los primeros minutos del film son quizás las dos primeras situaciones sin respuestas– y que nunca termina de definir cuál de todas las aristas del conflicto explorar. Incluso da la sensación de que El cielo elegido escamotea los elementos necesarios para la constitución de una historia sin fisuras. Aquí no se trata, entonces, de la requisitoria constante de un espectador atento que complemente lo que se ve en pantalla, sino de otro dispuesto a rellenar los vacíos con materia propia. El problema no es la subjetividad de quien mira, sino su potencial falta de imaginación.
Este cielo puede esperar El padre Pablo es un joven cura que vive en un seminario y que tiene una crisis de fe, producto, entre otras cosas por una mujer, Ceci, y por un anciano sacerdote que le propone realizar un crimen. Pablo no sabe si confiarle todo esto a sus superior, el padre Orbe, o no. “El cielo elegido” no es el primer film que muestra sacerdotes con crisis de fe. El problema de “El cielo elegido” es que, por más que se lo quiera levantar, el guión es realmente insalvable. Los diálogos entre los tres curas y sus crisis son charlas que podrían tener preadolescentes que recién empieza a conocer algo de Dios y no de tres sacerdotes, conservadores por su vestimenta, que viven en un seminario. El film comienza bien y pretensiosamente quiere mostrar algo más profundo que los solos actos que realizan los curas, y termina en una mezcla superficial de policial e incluso en un momento hasta lindando con lo sobrenatural. Incluso los personajes son incoherentes. Osmar Núñez que comienza realizando una gran actuación, de repente se convierte en amanerado por obra y gracia de quien sabe quien., desperdiciando así a un gran actor. Juan Minujin, quien venía realizando muy buenas actuaciones cinematográficas, no logra que su personaje sea creíble, o el director no logra marcarlo lo suficientemente bien como para que lo logre. Osvaldo Bonet es el único que se salva en cuanto a la actuación, más allá que es incomprensible el porque su personaje se encuentra en un seminario. Obviamente esto no es culpa de los tres grandes actores. Ni siquiera una muy buena realización en lo que a fotografía y la parte técnica se refiere, puede salvar un guión no creíble e inconsistente. “El cielo elegido” realmente puede quedarse ahí. Esta vez, el cielo puede esperar. “El cielo elegido” es un film que demuestra que muchas veces ni los mejores actores, ni los mejores técnicos pueden salvar un guión.