Alegoría fantástica de la iniciación: El estreno de una película de origen islandés en la cartelera Argentina es todo una acontecimiento y constituye una rareza, dado que sólo se han estrenado cinco películas de ese país. La última fue Rams (2015), del director Grímur Hákonarson, historia de dos hermanos granjeros enemistados durante 40 años que se reunían para salvar a su ovejas, que eran lo más preciado para ellos. La historia era sencilla pero narrada de manera efectiva, dando cuenta de la dureza de la vida rural, empleando la crudeza del paisaje para simbolizarla. En este ocasión se trata de El cisne (Svanurinn, 2017), opera prima de la realizadora islandesa Ása Helga Hjörleifsdóttir y adaptación de la novela homónima de genero fantástico del escritor Guðbergur Bergsson. La película comienza con un plano general del mar abierto, que irá acercándose a la costa rocosa y a la ciudad costera, mientras la voice over relata una historia de fantasía que tiene como protagonista una niña y cuyo final será dramático. Ya ingresados dentro del hogar, veremos que se trata del relato que una niña le realiza a su hermana más pequeña. Los padres de Sól se han separado recientemente y tanto la familia como ella están en período de duelo por esta separación. Su madre decide enviarla a pasar el verano en una granja en la zona rural junto a sus tíos. Se trata de una costumbre típica islandesa, que apunta a que los niños tengan un saldo de crecimiento a partir de la experiencia del trabajo rural y la independencia de la familia de origen. En un comienzo Sól querrá volver a su casa, pero poco a poco se habituará a las tareas rurales como dar de comer a los animales o arrear el ganado. Sól (Gríma Valsdóttir) es una niña que está ingresando a la pubertad. Es solitaria y tiene talento y fascinación por inventar y narrar oralmente historias fantásticas. Aquí la creación de historias aparece como un modo de trascender el sufrimiento y el aburrimiento. Este mundo de Sól, libre, puro, maravilloso y a la vez oscuro, contrastará con la pura y cruda realidad de la vida, con la cual tomará contacto durante el verano en el campo. Por eso esta película puede enmarcarse en el género de iniciación. Se tratará tanto de la iniciación en el despertar de la atracción libidinal como en la crueldad de la naturaleza humana. Un día llegará Jon (Thor Kristjansson) a la granja; un granjero extranjero que viene a trabajar por la temporada desde hace ya varios años. Jon es un hombre maduro, con quien Sól compartirá la habitación. La afinidad por el placer compartido por las palabras (Jon escribe un diario) despertará la curiosidad y la atracción de Sól por este hombre enigmático, como evidenciarán sus subjetivas posándose sobre diversas partes de su cuerpo cuando se recueste en la cama, así como sus miradas que lo observan desde lejos mientras realiza sus tareas en el campo. A los tíos y a Jon, se sumará Ásta, la hija del matrimonio, que vive en el extranjero donde estudia en la universidad. Ásta se muestra desfachatada y rebelde, cuestionando el estilo de vida de sus padres, pero en realidad es una mujer que sigue aquello que su familia espera de ella. Estudia y se encuentra de novia con un muchacho, perteneciente a una familia de granjeros vecina. Su llegada se debe a la ruptura con su pareja y a estar embarazada de un hombre que no sabe quién es, interrumpiendo sus exámenes en la universidad. Y la atenta mirada de Sól descubrirá un romance entre Ásta y Jon (que cuando lea sus diarios verá que es el que Jon alegoriza en su sus historias). De esta manera Sól sufrirá su primera decepción amorosa. Que durante el viaje en autobús que la niña realiza hasta llegar a la casa de sus tíos tengamos las subjetivas de ella del paisaje enrarecido a través del velo del pañuelo que le ha dado su madre, nos indica que el punto de vista de la película es el de Sól. Ella observa los avatares de la vida de los adultos de la familia. A la directora le interesa conservar el aire de frescura y de incomprensión con que la niña aborda la realidad. De ahí que recurra a lo onírico en ocasiones y al fantástico, aportando un aire de extrañeza que da cuenta de la singular interpretación que realiza la niña en su imaginación de los acontecimientos de los que será testigo: las traiciones y decepciones en el seno de los vínculos humanos de amor. Jon le dirá a Sol una frase enigmática: “La naturaleza nunca pide permiso, toma lo que quiere, es fuente de libertad”. Y a la vez Ásta al percibir el interés de Sol por Jon, intentará disuadirla contándole una fábula: “En el lago, arriba de la montaña, hay un monstruo que se convierte en un Cisne blanco para atraer a los humanos y ahogarlos en el fondo del lago”. La naturaleza, que puede ser bella pero también hostil, se vuelve entonces metáfora de la estructural crueldad, de la pulsión de muerte que habita en el ser humano. El cisne del título en cuestión adquiere entonces dos lecturas posibles. Por un lado es la alegoría del rito de iniciación que Sol deberá atravesar. Se tratará de confrontarse con la vida adulta que impone las reglas de la cultura sobre la libertad del niño y que es fuente de amargura y sufrimientos. Enfrentar al Cisne de la realidad adulta y pasar la prueba será la tarea de Sol en este verano. Sol aprenderá que crecer es doloroso, pero que también se puede sobrevivir, que la sensibilidad volcada en la creación narrativa puede ser una manera de arreglárselas con eso difícil de soportar. Por otra parte, y segunda lectura, el patito feo, esa niña rara que no encajaba en el comienzo, devendrá un Cisne en la medida en que la entrada en la vida adulta no ahogue su potencial de mujer, esa libertad que es lo más propio y genuino de su ser de niña. De ahí que la paleta de colores apagada, que carga el aire de pesadumbre, dramatismo y encierro prevalecerá, en contraste por sobre los momentos luminosos, donde la protagonista abrazará su propio camino. El elenco resulta convincente en sus interpretaciones, destacándose la pequeña Gríma Valsdóttir, y el tratamiento de la metamorfosis en clave fantástica es un acierto interesante, que además dota de belleza sensorial al film. Pero lo mismo que funciona como un valor puede transformarse en un arma de doble filo. El riesgo asumido por la directora al narrar la iniciación de manera diferente hace de El cisne una rareza. Si el espectador no logra entrar en el mundo de Sól con claves para leerla y no logra soportar la atmósfera enrarecida y alegórica del relato, quedará frente a una obra críptica que puede sumirlo en la perplejidad, dejándolo afuera.
De Islandia con dolor y sin Björk “En el lago, arriba de la montaña, hay un monstruo que se convierte en un Cisne blanco para atraer a los humanos y ahogarlos en el fondo del lago”, si bien estas no son palabras para decirle a una niña imaginativa (Gríma Valsdóttir) como la protagonista de esta ópera prima de la realizadora Ása Helga Hjörleifsdóttir, El cisne, será su percepción del mundo adulto y la crueldad de la naturaleza rural el punto de vista dominante de este relato, basado en la novela de Guðbergur Bergsson. Fiel a una tradición en Islandia, geografía que llega muy poco a nuestras carteleras desde la pantalla y de la que existe nulo conocimiento general, resulta una manera de castigo enviar a los niños desde la ciudad al campo. Sobre todo a púberes como la de esta película, cuyos padres acaban de separarse y la idea de pasar un tiempo con la tía de su madre genera angustia más que la chance del descubrimiento de otro mundo diferente. Como se decía anteriormente el eje de esta historia iniciática, que transita por los tópicos de todo film en torno al choque entre el universo infantil en proceso de crecimiento y despertar sexual con el crudo entorno adulto, siempre se sostiene en la trama la mirada de la protagonista en la que la fantasía y la realidad conviven en un mismo plano, a veces como escape frente a los conflictos internos con los extraños, léase la tía, su hija regresada de la ciudad de Reikiavik y un campesino contratado para tareas rurales, y otra como herramienta transformadora de la realidad y creativa para dotar a la rutina y al entorno hostil de otros colores que la monocromática vida rural no posee. Por otra parte, la directora debutante apela a veces en demasía a la alegoría en contraste con la naturaleza y la hostilidad del paisaje para generarle a la trama de iniciación un espacio en tono de fábula, que se acrecienta cuando la voz en off refuerza la “oralidad” como parte del recurso narrativo primario en consonancia con el punto de vista. Que a la niña no se la nombre ni se la defina es una característica propia de la idea de fábula, con una antagonista -la hija regresada- y una historia de amor y despecho siempre distorsionada y oculta entre la realidad en la que se monta su tortuoso verano en el campo. Tratándose de una película de Islandia para la cartelera local es todo un acontecimiento en la exigua oferta de cine europeo de los últimos años. Suficientes motivos para elegirla cuando el bolsillo y el valor de la entrada de cine marca el amperímetro de los gustos.
Película de iniciación, película de verano, película de paisajes impresionantes y escenas sórdidas. Un manual tan prefabricado que en cada escena se adivina el truco. Tal vez su novedad sea que proviene de Islandia, que la naturaleza es impactante, que algo se ve distinto a lo habitual, pero son solo impresiones superficiales. Una niña de 9 años, Sól, es enviada a la casa de campo de unos parientes lejanos para trabajar durante el verano y aprender a madurar. Allí conoce a un joven campesino, Jón, que le llama la atención desde el principio, el ambiente bucólico se torna sórdido poco a poco. Un agregado poético no logra mejorar la situación, solo la vuelve un poco más cercana a la búsqueda de prestigio. No funciona. La pasión por las historias y la lectura de la niña prometían algo más sofisticado que no se logran plasmar en ese mundo que produce más rechazo que atracción.
El cisne se apoya en una premisa argumental perturbadora. Sin que quede del todo claro el porqué (¿una penitencia por haber robado?), una nena de diez años es enviada por sus padres a pasar una temporada con parientes en el campo. Una vez allí, ocurre algo insólito: tiene que compartir su habitación con un trabajador golondrina. Sin que a nadie le llame la atención esta circunstancia, la película gira en torno a la relación entre la nena y este veinteañero. Basada en una premiada novela de Gudbergur Bergsson, un reconocido autor islandés, la opera prima de Ása Helga Hjörleifsdóttir es revulsiva en tanto y en cuanto juega con los límites de lo moralmente aceptable. La ambigüedad de ese vínculo desigual es el núcleo de esta historia de iniciación, que no llega a reflejarse en el espejo de Lolita porque siempre se mantiene en una zona gris de ambigüedad y, desde ya, porque carece de la genialidad de la novela de Nabokov. Todo es narrado desde el punto de vista de la nena, que encuentra en los animales y la naturaleza -las tomas de los paisajes islandeses son magníficas- algo de consuelo ante la soledad en la que está sumida. Su otro refugio son las historias, las fantasías y los sueños, al punto de que las recurrentes secuencias oníricas terminan haciéndonos desconfiar de la fiabilidad de esta narradora: ¿pasó realmente lo que vimos o algo fue producto de su imaginación? El marco en el que transcurren los días de esta nena castigada es desolador. Está rodeada por adultos indiferentes o maltratadores, incapaces de establecer una mínima empatía y sin empacho en hacerla atravesar algunos trances crueles. Pero a la vez son personajes no del todo bien resueltos, de modo que sus acciones y conflictos no llegan a espantar o conmover. A pesar de la bella fotografía, tampoco la búsqueda poética está lograda, de manera que El cisne termina siendo una experiencia más decepcionante que desconcertante.
“El cisne”, de Ása Helga Hjörleifsdóttir Por Marcela Barbaro Salpicada de la mitología nórdica, como de las tradiciones culturales y la libertad sexual que caracteriza a los islandeses, El cisne de la directora Ása Helga Hjörleifsdóttir, es una co producción entre ese país, Alemania y Estonia, que nos acerca a una cinematografía poco cultivada en nuestro país. La protagonista es una niña de 9 años llamada Sol (la bella Gríma Valsdóttir), que es enviada por sus padres, como castigo, a la casa de unos parientes lejanos durante un verano. Allí aprenderá a trabajar en el campo y vivirá nuevas experiencias en medio de un paisaje solitario de montañas y praderas. La idea es que madure y corrija su mal comportamiento. En medio de su proceso de adaptación, conocerá a Jon, un joven que escribe y trabaja con ellos, sólo en temporada, por quien siente una atracción. Ese primer deslumbramiento, se interrumpe con la llegada de la hija del matrimonio, una joven complicada con quien parece competir. Sol pone a prueba su adaptación, enfrenta la soledad y se aferra a su imaginación. Basada en la novela El cisne del escritor islandés Gudbergur Bergsson, un libro donde narra su biografía a través del relato en primera persona de una niña castigada. La película adapta el tema y los personajes literarios para hablar sobre el castigo, una práctica habitual en Islandia, que aún se sigue practicando. En este caso, Sol robó y debe saldar sus errores para crecer. El relato se construye a través del punto de vista de la niña, de su percepción del mundo y de una estética cuidada que mezcla lo real con imágenes oníricas y fantásticas, para acompañar una leyenda local, que subyace de fondo, a acerca de un monstro que habita en el lago, convertido en cisne. La voz en off de la protagonista intercala pasajes del libro, mientras enfrenta su estado de rebeldía y resignación al sentirse ajena en un mundo de adultos desconocidos. Un aspecto para destacar es la tensión constante que se maneja dentro del hogar, y entre los personajes, a quienes no terminamos de conocer ni tampoco se profundiza las causas de sus conflictos. Entre ellos, el padre de familia es interpretado por el reconocido actor islandés, Ingvar Sigurðsson(Animales Fantásticos, Medidas extremas, Trapped, Everest), como un trabajador agrícola de viejas costumbres y pocas palabras. En medio de ese desconocimiento, se mantienen algunos diálogos con planteos existencialistas que juegan como contrapunto en ese hogar que parece perfecto y armonioso. La película tuvo su estreno mundial en la sección Discovery del 42º Festival Internacional de Cine de Toronto. Y ha recibido el Premio a la Innovación en Cine dentro del Festival Internacional de Cine de Calcuta, como así también, el galardón a la Mejor Película Cinema del Mañana, en el Festival Internacional de Cine del El Cairo. El Cisne, primer largometraje de la directora nacida en Islandia, podría ser un modelo de película proyectada en la sección del BAFICI “Hacerse grande”. Una historia crítica que juzga con libertad y se enmarca en el género comming of age de la literatura y el cine, donde se fusionan ambos lenguajes, resaltando el aspecto alegórico, que le da origen. EL CISNE Svanurinn. Islandia, 2017. Dirección: Ása Helga Hjörleifsdóttir. Guion: Ása Helga Hjörleifsdóttir. Intérpretes: Thor Kristjansson, Blær Jóhannsdóttir, Gríma Valsdóttir, Ingvar Sigurðsson, Katla Þorgeirsdóttir. Fotografía: Martin Neumeyer. Montaje: Elísabet Rónaldsdóttir, Sebastian Thümler. Música: Tiina Andreas. Duración: 91 minutos.
Una joven que necesita ser "re educada" se introduce en un universo de trabajo para olvidarse de sus impulsos. La naturaleza transforma su cabeza a la par de iniciar un viaje de crecimiento en donde la pasión configurará un relato sin transiciones pero con una mirada sólida sobre aquello que relata.
Sol, una niña de nueve años, es enviada por su madre tras la separación de su marido a la casa de campo de unos parientes lejanos para trabajar durante el verano. La pequeña, tímida y retraída, se verá así inmersa en un micromundo en el que la naturaleza y su relación con quien es ahora su inesperada familia comenzarán a descubrirle un mágico espacio en el que todo es para ella bello e intrigante. En ese ámbito, Sol (excelente trabajo de Thor Kristjansoon) conoce a Jon, un joven campesino que desea convertirse en escritor, aunque su carácter choca con el de la muchacha, y así los dos recorrerán esos campos en los que el ganado y los caballos constituyen el cotidiano interés de los habitantes de ese pueblo levantado entre montañas que tocan el cielo. A esa casa llega también la hija de los granjeros que amparan a Sol, y entre ambas se confluirá una extraña relación que intenta ser amistosa, aunque apenas logra una pálida sensación de temor. La directora Ása Helga Hjorleifsdóttir logró concebir una historia bella y sensible en la que su protagonista se verá atrapada en un paisaje hostil, salvaje e inmenso, que la hace sentir más aislada que nunca. Con una fotografía de enorme sugestión, el film recorre así la naturaleza de la Islandia rural y apuesta a seguir el nada fácil derrotero de su cálida protagonista.
Relato de iniciación y descubrimiento Los paisajes de Islandia suelen ser tan particulares que, para una mirada extranjera, sólo pueden ser contemplados como exóticos. La realizadora Ása Helga Hjörleifsdóttir aprovecha esas características topográficas y la altura del sol cerca del horizonte durante las noches para envolver su ópera prima con una capa de extrañeza, elementos que le sirven para apuntalar el tono de fábula realista de El cisne. “Había una vez una niña que vivía en una casa en la costa”, afirma la voz en off al comienzo de la historia, reforzando así el concepto de cuento infantil y definiendo, al mismo tiempo, el punto de vista casi excluyente de la película. Sól debe tener unos diez años y sus padres han decidido enviarla a la casa de campo de sus tíos durante una temporada. Las razones nunca se explicitan (se habla al pasar de un hurto), pero es evidente que el comportamiento de la niña deja bastante que desear y es posible que la dura y exigente vida en una granja enderece un poco su carácter. Tampoco resulta evidente al principio, pero la película dejará en claro que Karl y Ólöf han recibido a jóvenes problemáticos con anterioridad. A poco de instalarse en el nuevo hogar, la falta de señal en el teléfono anticipa no pocos cambios en la vida de la recién llegada, quien observa aquello que la rodea en silencio y con un semblante que denota enojo y desilusión. Luego, la casa irá poblándose. Primero llegará un muchacho veinteañero, un viejo conocido de los dueños de casa, obsesionado con la escritura. Más tarde será el turno de la única hija del matrimonio, cuyos problemas personales e inestabilidad emocional son aún mayores que los del joven. El cisne está construida desde el guion como un relato de crecimiento y de descubrimiento, no sólo de conceptos como la vida y la muerte -graficados de forma diáfana en el nacimiento y sacrificio de un novillo- sino también de las complejidades del mundo adulto. Y de la sexualidad, que Sól lógicamente no logra comprender del todo, aunque su sensibilidad le permita intuir que se trata de otro aspecto complejo en las relaciones humanas. “Me gusta inventar historias”, le dice Sól a su compañero de cuarto, que se pasa las noches escribiendo en sus cuadernos o paseando bajo la tenue y perenne luz crepuscular de la madrugada. No serán almas gemelas, pero esas ansias por algo indefinido (y cuya ausencia causa dolor) los hermana, transformando ese vínculo en el más fuerte y transformador del relato. Basada en la novela homónima de Guðbergur Bergsson (traducida al español y publicada hace más de dos décadas), El cisne describe visualmente los cambios de su protagonista a mitad de camino entre la descripción naturalista y el esbozo de un impresionismo onírico, que el film reserva para pasajes que funcionan narrativamente como bisagras. La leyenda local de un cisne capaz de hipnotizar a quien lo mira se convierte así en el símbolo de los cambios que Sól ha comenzado a transitar en su vida.
Entre tantos largometrajes estadounidenses que alberga la cartelera porteña, hoy se estrena "El cisne", la película islandesa de Asa Helga Hjörleifsdóttir, basada en la novela homónima de Guobergur Bergsson. La ópera prima transcurre en la Islandia rural contemporánea donde Sól (Gríma Valsdóttir), una niña de nueve años, es enviada a la casa de campo de unos tíos para trabajar en la granja durante el verano. Ese rito de paso, muy típico de la sociedad islandesa, tiene como objetivo la maduración e independencia de los jóvenes. En la estancia, la protagonista conoce a Jón (Thor Kristjansson), un campesino adulto con quien comparte habitación y por quien se sentirá atraída. A la granja también llega Asta, la hija pródiga de los tíos. Ellos -Jón y Asta-, con sus conflictos, "harán despertar" a Sól de su microentorno y ella empezará a percibir con otra lente el mundo exterior. LA INOCENCIA El coming of age, contado desde la perspectiva de la niña, muestra cómo esta joven soñadora, que narra historias fantásticas en medio de la vegetación, tiene su primer contacto con el sexo, la muerte y, también, las traiciones. La directora retrata de manera auténtica la inocencia de la protagonista y su aislamiento en el bucólico paisaje a través de una interesante puesta de cámara y fotografía. Además, la elección del reparto, sobre todo de la protagonista, Gríma Valsdóttir, se destaca por su naturalidad. La película -que tuvo su premiere mundial en Festival Internacional de Cine de Toronto- juega con elementos oníricos para recrear el punto de vista de Sól y la transformación que experimenta en la estancia de sus tíos. "El cisne" es una apuesta arriesgada y peculiar sobre el paso a la adolescencia.
“El Cisne” es una película islandesa de la directora, guionista y montajista Ása Helga Hjörleifsdóttir. Es una coproducción entre Islandia, Alemania y Estonia, la cual está basada, a su vez, en la aclamada novela homónima del islandés Gudbergur Bergsson. La historia del film se basa en las experiencias de una niña de 9 años, que vive en la ciudad pero que, en una práctica antigua, esperemos que ya olvidada, la madre, por castigarla, la manda una temporada al campo. Es allí donde vive experiencias rurales, el horario y las actividades del campo, cuyos familiares la hacen compartir y participar. Entonces es la perspectiva de la nena de 9 años desde donde se narra la película. Ella se ve inmiscuida en problemas de adultos a los cuales mira sin entender de la misma manera que no entiende por qué el ternero que ve nacer termina sacrificado. Ella sufre todo lo rústico no solo del lugar sino de sus familiares. La angustia, sus miedos y misterios dan la nota de ambigüedad que caracteriza a la película, inevitable porque recordemos que toda la historia atraviesa su mirada. Una mirada infantil. Dura por donde se la mire. Si el espectador sortea esa ambigüedad o entiende desde dónde viene verá una buena historia, sino se sentirá decepcionado. La fotografía y el montaje son esenciales e indispensables para apoyar la historia, como también las locaciones que son tan inhóspitas como lo que siente el personaje.
Que llegue una película de Islandia, ya es inusual. Pero también lo es su realizadora, directora, guionista y editora, Asa Helga Hjöleifsdóttir. Su film, basado en una novela del mismo nombre del islandés Blaer Johannsdóttir es una poderosa y poética mirada sobre el paso de una niña a su adolescencia, mas una mirada hacia el mundo adulto con sus hipocresías y mandatos que impiden no solo el verdadero deseo sino una cuota de felicidad que se escurre entre las manos. Tres voces interiores para hablar del dolor, el desamor, el descubrimiento, la pérdida. La excusa argumental es una práctica cultural de Islandia, la de mandar a los niños a trabajar en el campo durante sus vacaciones como una manera de templar su carácter, darle independencia. En medio de un paisaje tan bello como hostil, una niña de profunda vida interior se enfrenta a la rudeza de un mundo brutal y práctico. Pero también al descubrimiento del deseo por un adulto, a la tristeza abismal de una estudiante, a la creación y decepción de un escritor. En contacto con ese bello entorno salvaje, con elementos fantásticos, momentos realmente perturbadores en el límite moral, la película tiene un ritmo seductor, lento y absorbente que invita a la reflexión, al mismo tiempo que hipnotiza con su estilo envolvente y momentos de crueldad. Un cine de autor que vale la pena ver.
Una nena problemática es enviada por su madre a la vieja granja de unos tíos, donde debe trabajar con gallinas, vacas y caballos, compartir el cuarto con un joven granjero que escribe cosas compulsivamente en un cuaderno, y descubrir el agridulce mundo de los adultos. La directora islandesa Ása Helga Hjörleifsdóttir vuelve a rodar una película en su tierra luego de años en el exterior, y demuestra que tiene un gran ojo para lograr imágenes atractivas hasta lo impresionante. No sólo en el memorable uso del paisaje sino también en los aspectos introspectivos, que tienen que ver con el punto de vista subjetivo de esta niña que mira todo con los ojos de un extraño, y que a su vez es observada por los lugareños como una chica rara. Lo mismo sucede cuando la naturaleza se combina con la leyenda local de un lago con un monstruo que puede convertirse en cisne, lo que da lugar a uno de los momentos culminantes de esta película que, si bien es mas tenue y despareja en lo narrativo que en lo visual, tiene muchos puntos a favor. Por ejemplo, las muy verosímiles actuaciones, empezando por la excelente niña estelar, que seguramente gracias a la dirección logra expresar un abanico de emociones que envidiarían muchos intérpretes adultos.
El cisne es la opera prima de la directora islandesa Ása Helga Hjörleifsdóttir, basada en la novela escrita por Guðbergur Bergsson, que cuenta la historia de Sol, una niña de 9 años interpretada por Gríma Valsdóttir que es enviada a trabajar al campo de unos parientes durante el verano. Completan el elenco Ingvar Eggert Sigurðsson, quien formó parte del reparto de muchas producciones hollywoodenses, Thor Kristjansson y Katla M. Þorgeirsdóttir Lo primero que vale la pena aclarar es que esta película está contada desde el punto de vista de su protagonista, y guarda muchos puntos en común con Vendrán lluvias suaves, tanto en su estructura narrativa dividida en capítulos como en su temática. Porque ambas hablan de la pérdida de la inocencia de dos niñas en ambientes rurales. Y resulta muy interesante cómo el espectador puede reconstruir los conflictos de esa familia con lo que Sol ve, escucha, o aprende por lo que le cuenta Jon, un joven que trabaja con ellos, lleva un diario íntimo de su experiencia allí y se convierte en su mentor, ya que ambos comparten la pasión por la escritura. Por eso vale la pena destacar la puesta en escena minimalista de Ása Helga Hjörleifsdóttir, ya que refleja desde la técnica esta forma de vida austera de esta familia que vive en un territorio hostil. Aunque la fotografía a cargo de Martin Neumeyer refleja también la belleza de ese paisaje agreste, aprovechando que el exceso de iluminación en algunas imágenes no le aportan calidez a la imagen, sino que refuerzan la desolación del ambiente y el carácter sufrido de sus personajes. En conclusión, El cisne es una de esas películas que habitualmente llegan a nuestro país en los festivales, ya que tiene todas las características típicas de este tipo de cine por su puesta en escena minimalista. Pero que resulta una propuesta interesante para conocer este país tan particular, con una escasa producción cinematográfica, pero muchas historias para filmar.
Aprender a volar Una niña de nueve años es enviada al campo de unos parientes para trabajar durante el verano. Allí aprende a madurar rápidamente y conoce a Jon, un campesino con el que comienza su historia. El personaje de Sol está bien escrito, pero no muestra algo que ya hayamos visto en otra película de este estilo. Es una niña bastante solitaria pero con el talento de inventar historias increíbles. Su vida tal como la conocía cambia con Jon, con el que comparte los mejores diálogos de la película. En este coming-of-age vemos la primera relación amorosa de Sol, pero también su primera rotura de corazón. Es imposible no identificarse con ciertas emociones que tiene el personaje, todos fuimos adolescentes alguna vez. El cisne nos regala unos paisajes de Islandia que deslumbran. Muchas veces las montañas se vuelven las protagonistas y se llevan todas las miradas, la directora logra transmitirnos la calma y la esencia de esos lugares ocultos y especiales en la otra punta del mundo. En resumen, El cisne cuadra perfectamente dentro del género coming-of-age que cada vez va teniendo más popularidad en la industria, dándole un tinte distinto pero acomodándose a las reglas establecidas.
Árida y tierna infancia La directora Ása Helga Hjörleifsdóttir crea con El cisne (Svanurinn, 2017) un relato que comprende la ternura de la infancia dentro de la dureza del crecimiento. En la Islandia rural, una niña de 9 años llamada Sól, es enviada a la casa de campo de unos parientes lejanos para trabajar durante el verano, como una suerte de iniciación hacia la madurez. Allí conoce a un joven campesino llamado Jón, que le llama la atención. La película es luminosa y el paisaje que a priori seguro nos parezca soñado, en realidad se configura como un contexto hostil para la pequeña protagonista. Es interesante la dicotomía entre el punto de vista de la niña sobre el mundo que a su vez se contrapone al punto de vista inevitable de la adultez del espectador. El amor idílico y la cercanía romantica, así como la deslumbrada de Sól para con Jon, nos deja un resabio de peligro que hace que las escenas sean tan frescas como incómodas. El film tiene una estructura de novela que endulza el relato entero y que propone reflexiones y diálogos muy poéticos que podrían ser de un verosímil cuestionable pero que en su planteamiento ya nos prepara para este tipo de narrativa. Tampoco esto significa que sea una película empalagosa, distiende con la aridez del mundo real por fuera de los ojos de la protagonista. Una suerte de coming of age donde el traspaso es de la niñez a la adolescencia y los primeros dolores empiezan a golpear, las inquietudes son más que las certezas. La cadencia es paciente y se propone observar pero hay un balance con otras líneas narrativas con mucha más carga de tensiones y conflictos. Quizás la distancia más amplia está en las personalidades y costumbres que chocan con nuestra cultura cotidiana e incluso con nuestro imaginario de la ruralidad. Pero es una buena oportunidad de sumergirse en una cultura distinta en una historia que ya es bastante universal.
Vacaciones obligadas que pueden modificar la mirada de una criatura Se estrenan muy pocas películas de países tan lejano y desconocido para nosotros como Islandia. De allí proviene esta historia un tanto particular. Un drama con pequeños tintes de fábula. Vivir en un país donde predomina el frío, el verano es corto, lluvioso y no muy caluroso, con el paso del tiempo forja el carácter de las personas de un modo especial. Porque la protagonista es una nena de 9 años, Sól (Grima Valsdóttir), quien vive con sus padres y dos hermanos menores pero que, por comportarse indebidamente, es enviada a una granja, propiedad de unos familiares de su madre, durante el verano para que recapacite y madure haciendo tareas rurales. La directora Ása Helga Hiörleifsdóttir, en su primer largometraje, pone de relieve con esta narración cuál es la idiosincrasia del ciudadano nórdico, frío, distante, práctico, en definitiva, un duro. Porque la procesión va por dentro y los sentimientos sólo afloran estando solo. En la campiña se dedican a la producción de ganado vacuno y leche. Están ubicados en un valle donde la naturaleza agobia y abruma. Al sol se lo ve poco, están lejos de algún pueblo. Dentro de ese contexto, Sól, de algún modo tiene que aprender a vivir. Un día llega un conocido de ellos, Jón (Thor Kristjansson) que suele trabajar en la granja durante la temporada veraniega. Es una persona mucho más grande que la protagonista, pero lo hacen dormir en la misma habitación que ella. Sól poco a poco se irá deslumbrando con ese misterioso hombre, porque, de noche, compulsivamente, escribe, o intenta escribir, una novela en unas cuantas libretas negras. Para generar conflictos vuelve a su casa la hija del matrimonio, Ásta (Puriöur Blaer Jóhannsdóttir) una joven en apariencia brillante, pero que, a cuenta gotas, y con gran sentido de los tiempos para modificar las situaciones, se irá descubriendo quién es y cómo es realmente. De lo que suponía iba a ser unas vacaciones apacibles, aunque exigentes desde el punto de vista laboral, el entramado familiar hará que Sól aprenda a pasos acelerados lo que es la vida adulta. Siempre el punto de vista del film es de la nena, cuya personalidad retraída se irá distendiendo. Cómo un cuento, en ocasiones, con su voz en off, ella relata una historia que se confunde con la realidad. Los diálogos son precisos, sin apelar a metáforas, van directo al grano. Para lo otro, existe un cuentito fantasioso en el que creen los habitantes de ese lugar, que la protagonista crea en él, es, de algún modo, parte del aprendizaje. La fotografía es majestuosa gracias a la geografía montañosa y verde, como así también, el cielo bastante nublado o lluvioso, que le imprimen a la imagen una textura y color que apoyan efectivamente al relato. Ambos elementos van de la mano, indefectiblemente. Sin dudas, Sól, cuando vuelva a su casa, será otra nena, con una cabeza distinta a la rebelde que salió de allí. Si reflexionó y le sirvió su estadía en el campo, sólo ella lo sabe.
La vida es un espejo. No todas las personas viven una infancia feliz, precisamente si se trata de una niña isleña, muy observadora y sensible, de mirada triste y despierta, que a temprana edad, cuenta con un pasado con el que cargar. En este caso es hasta lógico que se conecte fácilmente con los animales y la naturaleza y no con otros niños o personas en general. Una dura realidad y su verdad se esconden detrás de una increíble imaginación que despliega a través de sus fábulas… profundas fábulas. Luego de una vasta experiencia en realización de cortometrajes, la cineasta islandesa Ása Helga Hjörleifsdóttir debuta con Svanurinn (2017), su opera prima estrenada en el Festival Internacional de Cine de Toronto y basada en la novela “El cisne”, de Guðbergur Bergsson (galardonado con el Premio de Literatura de Islandia). Se trata de una niña de nueve años, Sól (Gríma Valsdóttir), quién es enviada por sus padres separados a una granja rural de una pariente en el norte de Islandia; allí encuentra una suerte de libertad en un mundo nuevo, “el maravilloso universo de los grandes”, que puede ser muy cruel. Así es que Sól debe atravesar la experiencia de vivenciar, en tan sólo un verano, parte de la cruda y desalmada realidad del mundo adulto. Sólo tiene interés por un adulto granjero solitario y escritor, que no encaja con sus contemporáneos. El vínculo entre ellos se torna interesante ya que la escritura los acerca y de alguna manera, se acompañan y comprenden. La directora y co-guionista Ása Helga Hjörleifsdóttir logra un trabajo completo al contarnos la historia desde el punto de vista de la niña. Es un guion muy poético, en el que la fluidez está presente todo el tiempo -desde el comienzo por la inmensidad del agua del océano- como recurso principal para marcar el ritmo de la trama, acompañado por una imponente fotografía, tomas aéreas, planos interesantes que logran denotar y connotar a través de contrastes de la naturaleza y reflejos recurrentes, para nada inocentes e insinuantes. La interpretación de la pequeña Gríma Valsdóttir es impecable, ella nos enseñará que la observación e introspección sirven como herramienta para pararse de otra manera ante los sucesos que se presenten en la marea de la vida. Los diálogos entre ella y el granjero Jón (Thor Kristjansson), son exquisitos y profundos, quizás en ellos, se halle el alma del film. Cuenta con deslumbrantes locaciones, realmente es un film digno de contemplar en pantalla grande, reflexionar y meditar en silencio. Es sabido que los grandes genios de la historia, han sido infelices de niños y eligieron la soledad. Se caracterizan por ser intuitivos, ermitaños, honestos y sinceros, que ya muy despiertos desde pequeños, no intentaron escapar de su esencia y algo dentro de ellos, les indicaba que eran especiales. Lo más valedero y honesto, es la autenticidad y sostener eso que se siente durante la vida adulta en donde todo indicaría que hay que negociar para encajar. Sin embargo, quien vende su alma está muerto -metafóricamente hablando- y no comprendió el motivo de su existencia. Éste podría ser uno de los mensajes más importantes de este film… Perderse a sí mismo en este juego bello que es vivir, puede ser demasiado peligroso y no tener retorno. No es una película indicada para aquellos espectadores que solo busquen entretenimiento, al contrario, está dirigida a aquellos que disfruten, de alguna manera, ser partícipes, estén dispuestos a observarse en profundidad y lean los metamensajes que se están comunicando.
Este drama islandés narra el viaje de una niña de nueve años al campo para aprender sus quehaceres y empezar a madurar. Lo que sucede es otra cosa: se ve envuelta en un drama familiar que, sí, la va a acercar a la adultez pero no de la manera más amable. Este drama islandés narra el viaje de una niña de nueve años al campo para aprender sus quehaceres y empezar a madurar. Lo que sucede es otra cosa: se ve envuelta en un drama familiar que, sí, la va a acercar a la adultez pero no de la manera más amable, precisamente. Podría pensarse, dados los paisajes, que se trata de un trabajo más o menos teatral en un ambiente más o menos turístico, de belleza “a reglamento” para conquistar el ojo narrar lugares comunes, pero no: realmente el paisaje natural combina perfectamente con lo que sucede dentro de los personajes. Hay algo onírico, además, en la percepción de ese mundo, dado que siempre lo vemos a través de los ojos de una niña. Hay alguna deriva pretendidamente “mítica” que molesta, lo único que se parece a un folclorismo for export en una película, por lo demás, precisa en la manera de mostrar sentimientos complejos sin subrayarlos.
Sólo cinco películas parecen haberse estrenado comercialmente procedentes de Islandia, ese país que apareció en nuestros radares por tener una democracia activa y electrónica, que mandó a paseo a su gobierno y a los banqueros porque se habían portado mal con sus ahorros, que tiene una selección de fútbol, una de las sorpresas del Mundial de Rusia, en la que la mayoría de sus integrantes tienen un primer trabajo fuera del campo de juego... Bien, la quinta de entre esos filmes que aparece por este rincón del Hemisferio Sur es "El Cisne", una obra que atrapa en la belleza de los paisajes y la fotografía pero cuya historia no tiene atenuantes, que es tan agreste como la naturaleza que la nutre. Me llamó la atención que los personajes no tienen nombre en los créditos finales: se muestran como el rol del personaje en la trama, como si fuera un guión: la niña, el joven noruego, la hija del granjero, el granjero... etc. No es la sola curiosidad, pues cuando se encuentren con el filme, las costumbres también serán extrañas. La primera de ellas es que Sòl, una niña de 9 años, es enviada a la casa de sus tíos porque está en una etapa de rebeldía y ése es el "castigo" asignado en esas latitudes para la pre adolescencia efervescente. Lo molesto no es ir a ver a los tíos, aunque Sòl no está muy contenta con ello, sino el trabajar en el campo como cualquier peón mayor y amoldarse a las viscicitudes del hogar al que la mandaron. Ella parece enojada y desconfiada, hasta que arriba un joven, que ya hace varios años que cumple la misma rutina, ir a la granja y ayudar al tío de Sòl. No es muy bueno para el trabajo de campo, si para escribir, tarea que le lleva noches de insomnio bajo la mirada de Sòl, que se interesa por su diario. La razon de que el ayudante no falte a los veranos del inhóspito pero bello lugar es la hija de los granjeros. Este año, Asta volverá más rebelde que nunca a visitar a sus padres, parece que esta estadía se extenderá un poco más: se peleó con su pareja y está embarazada. Sòl se enfrentará silenciosamente a su prima cuando descubra que tiene una relación con el escritor, del que la pequeña está ¿enamorada? ¿deslumbrada? La película lleva el título de la novela homónima Guobergur Bergsson y adaptada para la pantalla por su directora Ása Helga Hjörleifsdóttir y hace referencia a una leyenda que une a la niña y a la joven, Asta. El Cisne es parte de un proyecto independiente de la Fundación internacional The Sam Spiegel Film & Television Lab, que tiene su sede prinicipal en Jerusalem pero capìtulos en todo el mundo por los que da estímulo a cineastas independientes como en el caso de "El Cisne" que incluso tuvo su premiêre mundial en el importante Festival de Toronto. No subraya, es cruda en ciertos pasajes, es una historia del mundo al que muchas veces no tenemos acceso por otro medio, cine arte y opción para los que estén buscando algo distinto en la cartelera.
Una nena deja a sus hermanas y a sus padres para pasar una temporada con unos parientes granjeros, que viven algo aislados en la naturaleza de los imponentes paisajes nórdicos. Allí deberá aprender a lidiar con la soledad, la añoranza que no tiene pronta solución a la vista, la cordial aspereza de las gentes de campo, las necesidades que no pueden satisfacerse en lo inmediato. Entre el contacto con los animales y las duras tareas al aire libre, en las que ayuda, esta pequeña y delicada crónica de crecimiento que se mete con asuntos delicados pero evita caer en golpes o sentimentalismos. El tono de El cisne es más bien lírico, un film en el que la ensoñación de la protagonista, el impacto de leyendas que se cuentan sobre el lugar, la relación idílica con un joven escritor, empleado zafral de la casa, con el que debe, insólitamente, compartir cuarto. Y a través de él, el mundo de unos adultos tan aspiracional como terrible. Una atractiva amalgama en la que lo real está unido y en tensión con lo imaginario. La estupenda joven protagonista, con su mirada inteligente e introspectiva, es capaz de cargarse este relato minimalista, sobre una infancia que deja de serlo, en medio de un lugar cuya belleza natural parece de otro mundo.
CONFUSIONES Y UNA ALEGORÍA Hay una idea pedagógica bastante popular acerca de cómo los ambientes duros y un poco hostiles forman el carácter. Esta piedra angular del pensamiento educativo de los conductores de camionetas y diversos defensores de la colimba, esconde alguna certeza más o menos útil: nosotros los millennials urbanos, criados entre algodones, no estamos bien preparados para algunas verdades de la vida que en el ambiente rural nos explotarían en la cara, como por ejemplo tener que matar un animal que criaste y con el que tenés un vínculo para luego cometerlo. Algo así piensan los padres de la niña protagonista de El cisne que, por un acto vandálico menor, es enviada a la granja de unos tíos a trabajar a modo de castigo. A todo esto, al principio la pedagogía de la crudeza funciona, la niña aprende las bondades del trabajo manual y el contacto directo con la naturaleza. Es que la tareas simples, duras y gratificantes no son el problema, el problema son las berretas complejidades humanas. La película de Ása Helga Hjörleifsdóttir se empeña en exponer el subsuelo de la en apariencia simple pareja rural que alberga a nuestra protagonista. Una pareja disfuncional, con una hija disfuncional y con un empleado cama adentro disfuncional. Su principal acierto es sostener hasta el final el punto de vista de la niña, que navega entre la frustración y la confusión. El cisne muestra bien el pasaje entre el mundo infantil simple y autentico y el mundo adulto contradictorio solapado e infeliz. Y en esta última idea creo que también radican los problemas de la película: la directora idealiza la infancia hasta el hartazgo y no encuentra posibilidad alguna de redención para la adultez; piensa ambas categorías como antagónicas no necesariamente complementarias; ninguno de los arcos argumentales de los personajes cuestionan este preconcepto. Los cuatro personajes adultos están todo el tiempo regodeándose en su cinismo, desesperanza y pose Emo, mientras nuestra protagonista presencia un montón de cosas que no sabe qué significan y su única liberación es la alegoría medio extraña acerca de un cisne mítico que supuestamente anda por ahí. Lo cual nos lleva al otro problema de El cisne: su vocación poética artificial. Esa necesidad ridícula que tienen algunos artistas de poner una voz en off que nos lea un texto grave y las imágenes de territorios áridos hermosos y vacios, una impostura que agrede la inteligencia y no le suma más que belleza vacua a una narración incompleta. Ya estamos grandes y sabemos que la belleza es bella pero no significa nada más que eso, no hace falta forzar interpretaciones para subrayar la importancia de lo que se está diciendo, o para tapar que no se está diciendo nada. Quizás la verdad de El cisne no sea tan categórica como lo anterior, pero por ahí andan las razones de por qué no llega a ser un film óptimo.
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