Crítica publicada en YouTube
Tercera película de la saga de El conjuro (The Conjuring, 2013). Su creador original, James Wan, no regresa a la dirección, pero es el productor y uno de los creadores de la historia. Para los interesados en saber si es coherente con la clase de terror de los films anteriores la respuesta es sí. Una vez más estamos frente a una película cuyos efectos visuales se mantienen dentro de lo mínimo y necesario y los efectos especiales, los que se hacen durante el rodaje, trabajan con la vieja escuela. Una vez más los protagonistas son el matrimonio Warren. Lorraine (Vera Farmiga) y Ed Warren (Patrick Wilson) son una pareja de la vida real que ha sido la inspiración para estos films. Sus investigaciones e incluso el asesoramiento de ella han sido parte esta saga de terror. El film comienza con el exorcismo de un niño y las derivaciones que ocurren a partir de allí. En la escena inicial la película homenajea a El exorcista con un plano del cura en la puerta de la casa y lo que sigue, aunque no pueda compararse con el film de William Friedkin tiene una efectividad que el cine de terror en general ha perdido. No es poco intentar narrar una película en serio, no ser solo la suma de escenas de sobresaltos. Una vez más, tener buenos actores y rostros conocidos le funciona muy bien a los films de esta serie. Acá la trama, sacada de uno de los casos de los Warren, gira en torno a un homicidio ocurrido en 1981, donde el acusado dijo haber sido obligado por una entidad demoníaca. Los Warren había participado del mencionado exorcismo que era del hermano menor del acusado de homicidio. La película consigue mezclar los elementos de la vida real con la trama de terror sin problemas. Hay que entregarse y creer en este juego ya que realmente está basada en hechos reales. Es decir, parte de algunos hechos reales, el resto claramente es cine. Sin tener le impacto del primer film, es saludable que una saga hecha con talento tenga tanto éxito. Nada justifica hacer películas malas, ninguna excusa. A El conjuro 3 le sobra para estar muy por encima del promedio general del género de las últimas décadas.
Maldiciendo en el altar James Wan es una de esas figuras del séptimo arte contemporáneo que dividen aguas ya que en simultáneo sintetizan la peor faceta del horror y del cine de género de nuestros días y varias de las posibles soluciones que podrían probarse para dejar a todos contentos o a la mayoría de las partes involucradas sin que ello repercuta de manera en verdad calamitosa en la dimensión creativa/ cualitativa: el director de maravillas como El Juego del Miedo (Saw, 2004), La Noche del Demonio (Insidious, 2010) y El Conjuro (The Conjuring, 2013), trabajos dignos como El Silencio de la Muerte (Dead Silence, 2007), Sentencia de Muerte (Death Sentence, 2007), La Noche del Demonio: Capítulo 2 (Insidious: Chapter 2, 2013) y El Conjuro 2 (The Conjuring 2, 2016) y bodrios en línea con Rápidos & Furiosos 7 (Fast & Furious 7, 2015) y Aquaman (2018), dos propuestas bajo un lucrativo encargo, tiende a dejarse llevar por los latiguillos ochentosos y noventosos del terror como los jump scares, los personajes estereotipados y una claustrofobia de manual aunque siempre ejecutando los ardides en cuestión desde una solvencia artesanal que pone en vergüenza a muchos colegas suyos del presente, sin duda unos técnicos sin un gramo de talento o imaginación, logrando además utilizar a los CGIs con inteligencia y sin convertir al relato en una mera excusa para el bus effect a lo La Marca de la Pantera (Cat People, 1942), mítica realización de Jacques Tourneur. Tratando de no perder la dignidad, respetar la insistente previsibilidad comercial del mainstream y satisfacer tanto a los espectadores veteranos que ya saben lo que se viene como a los bisoños que se asustan de cualquier cosa, Wan patentó un estilo autoconsciente y muy cuidado a nivel formal que no descuella en ningún sentido pero tampoco derrapa hacia la comarca del triste olvido de la mayoría de los productos deslucidos de hoy en día. La tercera parte de la franquicia craneada por el malayo junto a los guionistas y hermanos Chad y Carey W. Hayes, El Conjuro: El Diablo me Obligó a Hacerlo (The Conjuring: The Devil Made Me Do It, 2021), lo encuentra en el rol de productor y cediéndole los rubros principales a socios de su confianza, primero el realizador Michael Chaves, aquel de la bastante anodina La Maldición de la Llorona (The Curse of La Llorona, 2019), y segundo el guionista David Leslie Johnson-McGoldrick, responsable de aquella joyita intitulada La Huérfana (Orphan, 2009), de Jaume Collet-Serra, otro artesano contemporáneo que supera por mucho a Wan, y también de propuestas bien apestosas como La Chica de la Capa Roja (Red Riding Hood, 2011), opus de Catherine Hardwicke, Furia de Titanes 2 (Wrath of the Titans, 2012), de Jonathan Liebesman, y la citada Aquaman, amén de El Conjuro 2. Ni la solvencia de la hoy factoría del malayo nos salva del cansancio que está experimentando incluso su buen oficio y su meticulosidad todo terreno, algo que se explica por las ahora tres partes de El Conjuro, La Maldición de la Llorona, La Monja (The Nun, 2018), de Corin Hardy, y la trilogía de aquella muñeca del averno, nos referimos a Annabelle (2014), de John R. Leonetti, Annabelle 2: La Creación (Annabelle: Creation, 2017), la mejor del lote gracias a la eficacia de David F. Sandberg, y Annabelle 3: Viene a Casa (Annabelle Comes Home, 2019), de Gary Dauberman, panorama que nos deja con este nuevo eslabón, nada menos que el octavo, que entrega más y más de lo mismo y en esencia recupera el protagonismo del dúo de investigadores paranormales que todos conocemos, el matrimonio de Ed (Patrick Wilson) y Lorraine Warren (Vera Farmiga), el primero un demonólogo y la segunda una clarividente y médium, ambos basados en personajes verídicos ya fallecidos. La historia comienza en 1981 con el exorcismo de un mocoso de ocho años, David Glatzel (Julian Hilliard), durante el cual Ed es testigo de cómo el espíritu maligno sale del cuerpo del purrete y entra en el de Arne Cheyenne Johnson (Ruairi O’Connor), novio de la linda hermana de David, Debbie Glatzel (Sarah Catherine Hook), mudanza que se explica por la propia invitación del muchacho sin medir las consecuencias de su acto. El personaje de Wilson sufre un ataque al corazón que lo envía al hospital y cuando vuelve al ruedo le avisa de inmediato a Lorraine para que ella a su vez trate de frenar la tragedia que se avecina en el horizonte, no obstante el ser maléfico manipula los sentidos de Arne y lo conduce a matar de 22 puñaladas al casero borrachín del joven, Bruno Sauls (Ronnie Gene Blevins), dejándolo a las puertas de la pena de muerte a menos que los investigadores sobrenaturales encuentren evidencia concreta y admisible de que estaba bajo el influjo de un demonio. En este punto hay que sincerarse y decir que resulta bastante meritoria esta idea de introducir algo de novedad dentro del planteo fantasmagórico estándar de la saga mediante el enfoque detectivesco del relato de El Conjuro: El Diablo me Obligó a Hacerlo y el recurso posterior de convertir al soldado de Belcebú en otro peón al servicio de -o mejor dicho, convocado por- el peor engendro que ha pisado este Planeta Tierra, un simple ser humano. Desde ya que en la reglamentaria pesquisa la pareja Warren se topará con otras víctimas, enfrentará peligros a toda pompa, terminarán ellos mismos en el ojo de la tormenta y hasta contactarán a una especie de colega que supo estudiar a una tenebrosa secta satánica, los Discípulos del Carnero, el Padre Kastner (John Noble), gran experto en lo oculto que incluso tiene en su casa un cuarto lleno de objetos malditos y memorabilia sombría como el de Lorraine y Ed. Como decíamos al principio, la impecable factura técnica de las películas del universo de El Conjuro no se debe solamente al acceso a presupuestos inflados cortesía de Warner Bros. Pictures y New Line Cinema sino asimismo a la noción de Wan y sus testaferros de no abusar de los truquillos digitales, mantenerse fiel al desarrollo de personajes, contratar a actores de primer nivel como Farmiga y Wilson, tratar de buscarle un mínimo sustrato novedoso al acervo paradigmático de siempre y en general construir una montaña rusa grandilocuente que no pierda su costado humano y establezca con sabiduría una distancia prudencial entre las distintas escenas terroríficas para no saturar al espectador y provocar hartazgo, reacción muy común en materia de los productos del mainstream actual porque anulan cualquier sutileza o encanto escalonado a través de la redundancia, los atajos dramáticos y esa insoportable torpeza a la hora de bajar un poco las revoluciones y apostar a lo no dicho y la sana ambigüedad, una que encontramos en prácticamente toda la praxis real del día a día. Chaves aquí supera por mucho lo realizado en ocasión de su ópera prima porque definitivamente el “control de calidad” de Wan y los estudios involucrados estuvo mucho más alto en consonancia con un proyecto de un mayor y/ o más importante perfil comercial como el presente, tercer eslabón luego de los dos previos y superiores dirigidos por el papi de la franquicia. Las buenas intenciones están por todos lados y el desempeño del elenco es excelente, no obstante cada una de las escenas nos remite a una infinidad de películas de antaño que trabajaron los mismos tópicos de mejor manera, desde El Exorcista (The Exorcist, 1973), de William Friedkin, El Resplandor (The Shining, 1980), de Stanley Kubrick, y Poltergeist (1982), de Tobe Hooper, hasta las recientes La Bruja (The Witch: A New-England Folktale, 2015), de Robert Eggers, y El Legado del Diablo (Hereditary, 2018), de Ari Aster, todas ellas ejemplos de que más que sólo poner a una figura lúgubre maldiciendo a terceros en un altar mefistofélico lo que hace falta es construir verdadero suspenso que justifique tamaño viaje y genere una imprevisibilidad en esta ocasión casi desaparecida por la catarata imparable de clichés que anticipan el final feliz y en simultáneo semi abierto que todos sabemos que se asomará durante los últimos segundos del metraje…
La historia de los Warren es bastante popular gracias a las películas de la saga «El Conjuro», creadas por James Wan y basadas en hechos reales relacionados a las ya mencionadas figuras de los demonólogos norteamericanos Ed y Lorraine. Tal fue el éxito de las dos primeras entregas «The Conjuring» (2013) y «The Conjuing 2» (2016), que a partir de entonces arrancó una especie de Universo Expandido con diversos personajes derivados de la saga principal. Annabelle tuvo 3 largometrajes en solitario, mientras que la Monja tuvo una entrega y La Llorona también. Ninguna de estas producciones alcanzó el nivel de las «aventuras» de los Warren, y probablemente, más allá de que no tuvieron la presencia de los personajes interpretados por Patrick Wilson y Vera Farmiga, quizás no terminaron de funcionar porque tampoco contaron con la visión ni la presencia de James Wan tras las cámaras. En esta oportunidad, Wan tampoco vuelve a dirigir la saga central de su querido Universo Warren y este hecho explica algunas cuestiones que sufre «The Conjuring: The Devil Made Me Do It» (2021). El director es Michael Chaves, el responsable de «The Curse of La Llorona» (2019), que de todos los directores involucrados en la franquicia de terror insignia de Warner, es uno de los que intenta copiar o tomar algunos recursos del estilo para meterlo en sus propias películas. Obviamente, que esto conlleva un riesgo y algunas cosas se pueden notar en está tercera parte de la saga. «The Conjuring: The Devil Made Me Do It» vuelve a tomar un caso real como base para contar una historia muy libremente inspirada en los datos históricos. En esta oportunidad, la acción se ambienta en la década de los ’80, con unos Ed (Patrick Wilson) y Lorraine Warren (Vera Farmiga) más maduros que deben afrontar nuevamente un caso de una supuesta posesión demoniaca. La diferencia radica en que en esta oportunidad no habrá una casa embrujada como en las dos entregas anteriores, sino que tendremos a un joven, Arne Cheyne Johnson (Ruairi O’Connor), quien es acusado de asesinato y alegado en la corte que estaba bajo posesión demoniaca. El film presentará los habituales condimentos de investigación, exorcismos e incluso una lucha contra sectas ocultistas. El largometraje se encuentra en un punto medio entre aciertos y equivocaciones. Por un lado, parece una idea conveniente (al menos en lo que respecta a una tercera película) de cambiar un poco la dinámica y no volver a caer en la premisa de «familia se muda a una casa embrujada», para mostrar otro tipo de enfrentamiento del matrimonio Warren contra las fuerzas demoníacas. No obstante, al hacer que ese contexto o escenario sea más amplio y no tan limitado a un solo lugar, también se pierde un poco la tensión y el habitual sometimiento de los personajes a un clima constante de opresión. Probablemente esto desemboque en que esta historia sea la menos aterradora de las tres, pero incluso eso se debe no solo a esto sino a otras problemáticas que afronta el film de Michael Chaves. Tras una prometedora secuencia inicial, con un claro homenaje a «The Exorcist» (1973) del gran William Friedkin, y un tono tan avasallante como vertiginoso, la cinta decide mostrar cómo el demonio pasa del pequeño David Glatzel (Julian Hilliard) a Arne quien posteriormente será el joven acusado de asesinato. Aquí vemos también un intento de unificar esa introducción con el caso central, para luego ir y venir en el tiempo con algunos momentos clave del caso con una estructura interesante, aunque no del todo bien desarrollada. Otro aspecto destacable del cual esta entrega intenta despegarse de las anteriores es que si bien lo paranormal parece ser cada vez más grande y alejado de la realidad, esta entrega intenta ser más «terrenal» en el sentido en que el/los adversarios en esta oportunidad son parte de una secta satánica que realiza rituales para invocar espíritus y demonios. El enfrentamiento o la amenaza pasa a ser más física y menos abstracta. Y hablando de físico, también tenemos al personaje de Ed con un problema cardíaco que le agrega una cuota mayor de peligro a su figura. A nivel interpretativo no tenemos nada que objetarle al dúo protagónico que demuestra nuevamente su química en pantalla y el cariño que le tienen a sus personajes que, vale aclarar, son profundizados y mostrados en diversos flashbacks que dan testimonio del amor y el afecto producto de esa longeva relación que mantuvieron a lo largo de toda la vida. «El Conjuro 3» por momentos parece quedarse a mitad de camino. Chaves intenta recrear el estilo de Wan por medio de algunos recursos tales como el travelling en la casa que sitúa en tiempo y espacio al espectador, pero todo resulta forzado y hasta medio artificial, ya que James Wan utilizaba esos recursos no para hacer gala de la destreza técnica sino a modo puramente narrativo. Aquí esas emulaciones a su estilo carecen de sentido ya que la película transcurre en diferentes espacios/locaciones e involucran varios acontecimientos. Lo mejor del film de Chaves es cuando no intenta imitar sino justamente lo contrario, cuando se distancia. Claramente si comparamos esta entrega con las dos anteriores, nos demos cuenta de que esta sea la más floja de la trilogía. No obstante, «El Conjuro: El diablo me obligó a hacerlo» se presenta como un capítulo entretenido de las aventuras de los Warren, que a fuerza de algunas buenas ideas y gracias al buen funcionamiento de su pareja protagónica, logra mantenerse a flote. Un film que con sus fallos y aciertos sigue siendo más relevante que los diversos spin-offs.
Cuando el Señor Warren conoció a la Señora Warren “¡Tómame a mí!, ¡tómame a mí!” le dice en un momento uno de los personajes principales de El conjuro 3 a un niño poseído. Resulta imposible no pensar en El exorcista de Friedkin y en la icónica escena en que, con lo que queda de fuerzas y al límite de la desesperación, el Padre Karras pide al demonio que lo tome a él a modo de gesto sacrificial. El exorcista había sido también homenajeada en la primera El conjuro, aunque en ese caso era un homenaje más sutil. Tal vez esta diferencia entre un tipo de referencia y otra marque la diferencia entre la primera El conjuro y la tercera; en tanto una es una película inteligente, distinta, y la otra es bastante más elemental, intentando parecerse todo lo posible en estilo a sus dos excelentes antecesoras. A las primeras dos las dirigió el muy talentoso James Wan y a la tercera el muchísimo menos interesante Michael Chaves. Ambos dirigiendo historias del matrimonio Warren en un conjunto de films de terror que intenta sugerir más que mostrar, sin necesidad de matar un personaje detrás de otro. De hecho, en las Conjuro dirigidas por Wong, ningún protagonista o siquiera personaje secundario fallecía. La tercera en cambio muestra dos asesinatos: uno de todos modos inevitable por la historia real en la que se basa (muy libremente, claro, y tomándose miles de licencias), pero otra agregada para shockear al espectador. La primera muerte, la inevitable, queda sabiamente fuera de campo, justamente por estar ejecutada desde el punto de vista de un personaje confundido. La segunda, en cambio, no difiere demasiado de la que cualquier slasher de medio pelo: un corte de garganta rápido que viene en forma de jump-scare bastante elemental. Podria decirse, justamente y a propósito de esto último, que uno de los problemas de El conjuro 3 está en los usos y abusos de este recurso remanido del terror basado en ese tipo de shock inmediato y efectivo. A diferencia de un Wan, que en las dos primeras El conjuro buscaba formas originales de crear tensión (en sus mejores momentos, este director podía llegar a generar miedo con un plano fijo de una nena shockeada y hasta con un par de manos aplaudiendo dos veces), El conjuro 3 empieza casi siempre sus escenas de tensión creando un clima sugerente que termina rompiéndose con alguna aparición rápida de algún monstruo fugaz, como los muñecos de un tren fantasma. Y así y todo, con sus fallas y limitaciones, El conjuro 3 es una película amena. Quizás lo sea en parte por sus predecesoras, que hicieron que nos encariñemos con el matrimonio Warren, interpretado con sobriedad ejemplar por Patrick Wilson y Vera Farmiga. Aunque también hay que decir que esta es la película que más nos hace conscientes del cariño que puede despertar ese matrimonio ultracatólico, a los que nos resulta difícil imaginar siquiera dándose un beso (de sexo ni siquiera hablemos). Es una pareja protagónica que podría causar distanciamiento en cualquier otra película menos acá. ¿Por qué? Claramente porque en el contexto de todas las películas de El conjuro son los grandes héroes, los que nos permiten pensar que el Mal puede ser derrotado, y aquellos cuyas creencias esotéricas se vuelven verdad. El conjuro 3 es la película que relata su historia de amor puro, que nació debajo de un pequeño techo bajo la lluvia, y que consiste solo en gestos amorosos del uno hacia el otro. Ahí vemos al Sr. Warren reclamando que su esposa psíquica no sea tratada como una atracción de circo (algo que parece importarle más a él que a ella) y a la Sra. Warren despierta toda la noche al lado de su marido mientras este duerme inconsciente en la camilla de un hospital. Son un Bien imposible de pensar en la realidad, luchando contra Males extremadamente difíciles de creer en pleno SXXI. No son figuras propiamente católicas, quizá porque El conjuro 3 no es en el fondo –como sí lo es El exorcista– una película católica. Es más, pese a sus menciones a Dios y Satán, me atrevería a decir que El conjuro 3 no tiene nada que ver con el terror religioso. Es más bien un cuento de hadas naif, cuyo parentesco genuino no yace con el terror de la década del 70, sino con las películas de terror más ingenuas de los 30. Esas en las cuales se nos enseñaba de un Mal que podía ser derrotado, donde los personajes habitaban tierras de fantasía y los muertos eran más bien pocos. A ese terror, al cual El conjuro 3 adscribe secretamente, se lo nota perfectamente en un discurso amoroso y cursi que Mrs. Warren le dará a su marido en el clímax final del film. Lo que viene después de eso será un cierre de rostros sonrientes y aliviados y un gesto extravagante de amor entre sus dos protagonistas. Luego, en la secuencia de créditos, una grabación presumiblemente real, inquietante a más no poder, nos devuelve de pronto a esa historia de terror oscura y perturbadora que El conjuro 3 pudo haber sido y no pudo o no quiso ser. Pero esto, claro, es apenas una coda. Lo que experimentamos antes fue, en el fondo, y aun con con sus demonios, sus rituales satánicos y alguna que otra imagen perturbadora, un rato típico de feel-good movie.
Luego de El conjuro (2013), de James Wan; Annabelle (2014), de John R. Leonetti; El conjuro 2 (2016), también de James Wan; Annabelle 2: La creación (2017), de David F. Sandberg; La monja (2018), de Corin Hardy; La maldición de La Llorona (2019), de Michael Chaves; y Annabelle 3: Viene a casa (2019), de Gary Dauberman; El conjuro 3: El diablo me obligó a hacerlo repite a Chaves como director para otra historia basada en un caso real (atentos en ese sentido a los muy buenos créditos finales con imágenes y sonidos de archivo) del frondoso catálogo de investigaciones de los Warren. La secuencia de apertura es muy buena: el 18 de julio de 1981, los demonólogos Ed y Lorraine Warren (Patrick Wilson y Vera Farmiga) realizan y documentan en el pueblo de Brookfield, Connecticut, el exorcismo de David Glatzel (Julian Hilliard), un encantador (y aterrador cuando está poseído) niño de 8 años, frente a la mirada de la familia del chico y la presencia de urgencia del padre Gordon (Steve Coulter). Tras una intensa lucha, Arne Johnson (Ruairi O'Connor), el novio de Debbie (Sarah Catherine Hook), la hermana mayor del pequeño, le pide al Diablo que libere a David e ingrese en su cuerpo. Las consecuencias de ese “pase” serán sangrientas. Lo cierto es que Ed sufre un infarto y termina internado en un hospital. Cuando despierta, predice que algo trágico va a ocurrir con Arne. Hasta aquí lo que conviene contar para lo que resulta un inicio bastante prometedor. El problema es que Chaves no es Wan y esta tercera película, que pendula entre el thriller judicial (¿puede usarse una posesión diabólica como atenuante para una condena de homicidio?) y ciertos momentos de ternura con un repaso (flashbacks mediante) de los más de 30 años de amor de los Warren, un matrimonio que ha resistido no solo al paso del tiempo sino a trabajos por demás extremos, luce bastante monocorde y por momentos un poco anodina. La saga en general (y el dúo protagónico en particular) parece un poco desgastado luego de las dos notables entregas iniciales ambientadas en 1971 y 1977. El conjuro sigue siendo una saga magnética (mucho más que sus spinoffs y sucedáneos menores), pero el impacto de sus historias y el carisma de sus personajes ya no son los mismos. Quizás es tiempo de darle a estos dos demonólogos un descanso y esperar un regreso más cuidado de la mano de Wan o de otro director de relieve.
El terror tiene sus códigos, como todo género, y la saga de El conjuro, con su creador James Wan a la cabeza, supo apartarse de lo grotesco, sanguinolento y perverso en que había caído Hollywood para centrarse en el miedo como presencia maligna, y no en algo meramente atroz. El temor que sentimos no es el mismo que cuando sabemos que van a cortar, triturar o deshacer cuerpos a lo loco y sin sentido. No. El temor es peor con El conjuro. Es por esa inmediatez que Wan ha sabido transmitirnos con Ed y Lorraine Warren, que investigan hechos paranormales, pero que son gente como uno. Vaya uno a saber por qué James Wan, el cerebro y director detrás de las dos primeras El conjuro y creador de la saga de El juego del miedo, decidió saltar del género del terror (también realizó las dos primeras de La noche del demonio) para dirigir Aquaman y desligarse de El conjuro 3. Soltó, pero no se desvinculó del todo, ya que imaginó o escribió la historia, pero no el guion, y figura como uno de los ¡nueve! productores de la tercera parte de la saga. A los Warren los llaman a resolver casos que ocurrieron -porque se basan en hechos reales, cada vez más readaptados al lenguaje cinematográfico, puede ser, pero que sucedieron-. Y si hay algo que atrae desde el primer segundo de la primera El conjuro a la fecha es que los Warren, ese matrimonio, son como cualquiera de nosotros. Hablan y se mueven como cualquier vecino, y cuando alguien cuestiona o les pregunta por sus quehaceres responden con el mismo timbre de voz con el que pedirían sal, más pan para la panera o la cuenta en un bodegón. Claro, Lorraine (Vera Farmiga) tiene un don, que es el de ver lo que otros no perciben, y en El conjuro 3: El diablo me obligó a hacerlo tendrá que estar atenta a lo que le pasa a su esposo demonólogo Ed (Patrick Wilson). A diferencia de las dos primeras estrenadas en 2013 y 2016, la historia no comienza en una casa embrujada o poseída, sino que los Warren están, sí, en una casa, pero en medio de un exorcismo de un niño. Esa primera escena de El conjuro 3: El diablo me obligó a hacerlo, parece asegurar que la posta de Wan a Michael Chaves (La maldición de La llorona) no hará extrañarlo. Pero no. Con un tratamiento distinto al de El conjuro 1 y 2 -al no estar centralizada en una sola locación, la historia es como que se abre y en cierta manera airea, pero pierde algo de cohesión, congruencia-, la película, más que de terror sostenido, descansa -es una manera de decidir- sobre las investigaciones. Por qué el demonio que es liberado del pequeño pasa al cuerpo del novio de su hermana, que “lo obliga” a hacer lo que hace. Por ejemplo, clavarle 22 puñaladas a otro joven que parecía pasarse de bueno con su novia. Si siempre Ed y Lorraine funcionaron como una pareja aceitada y asentada, que se ama, se conoce y protege, El conjuro 3 es, casi, como su historia de amor. Entre medio de exorcismo, posesiones y rituales satánicos, por supuesto. Ed y Lorraine Warren existieron, y vivieron 61 años casados, hasta que Ed murió en 2006. Lorraine falleció hace dos años. Si no hay Conjuro 4, la despedida es redonda, aunque la película precisamente no lo sea.
EL DIABLO ME OBLIGÓ A VERLA Corría el año 2016. Salía de ver El conjuro 2, y tenía dos certezas. La primera era que había visto una gran película, y la segunda, que iba a ser difícil dormir esa noche. No recuerdo si me quedé mucho tiempo despierto, pero lo que sí recuerdo es la incomodidad de estar solo, a oscuras, en un silencio lleno de pequeños ruidos inquietantes. Cinco años después se estrena El conjuro 3: el diablo me obligó a hacerlo, una secuela que recupera al matrimonio protagonista después de los intentos fallidos por extender el universo de los Warren, con La monja como el fiasco mayor, La maldición de la Llorona pisándole los talones, y la precuela y la secuela de Annabelle como propuestas menores y un poco entretenidas. Tengo que admitir que, decidido a verla, temí una noche como aquella, pero no ocurrió. Cuando terminó, simplemente me acosté y me dormí sin ninguna dificultad. La moraleja de esta historia sería algo así: si el sueño llega sin esfuerzo después de la función, no son buenas noticias para una película de terror. Hay que ser justos: El conjuro 3 no está a la altura de sus antecesoras, pero es más competente que la mayoría del cine de terror que puede verse por estos días. Es probable que eso se deba casi exclusivamente a sus protagonistas, Ed y Lorraine Warren, en una demostración obvia pero necesaria de que en el terror los personajes sí importan. Son los Warren, interpretados por Patrick Wilson y Vera Farmiga, los que permiten que al espectador le importe lo que está pasando; son ese núcleo emocional sobre el que se construyen las grandes historias. Y sí, la de El conjuro 3 no es una gran historia, pero se mantiene a flote durante un buen rato porque nos preocupa que a Ed le dé un infarto, o que Lorraine se pase de mambo con sus conexiones con el más allá y no vuelva. Las historias de los Warren son demoníacas, pero de lo que hablan en verdad es de la manera en que estas dos personas se enfrentan a esos demonios, del costo personal y del sacrificio que implica, y de que mantenerse unidos termina siendo la única manera de equilibrar la balanza contra el Mal. No es sencillo tomar la posta de James Wan, el gran responsable de los méritos de la saga y uno de los renovadores del terror en el nuevo milenio. Pero en esta ocasión lo que hereda el director Michael Chaves es un universo ya construido, por lo que El conjuro 3 no se demora en presentaciones y arranca con un prólogo lleno de gestos reconocibles (incluido un plano homenaje a El exorcista), en donde los Warren y un sacerdote intentan expulsar a un demonio del cuerpo de un niño. Lo que sigue cambia un poco el juego: ya no hay una casa encantada (aunque, a su manera, la hay) como en las dos películas previas, si no que los protagonistas deberán ayudar a Arne (Ruairi O’Connor), un adolescente acusado de homicidio, porque aparentemente estaba poseído al momento del crimen. Al igual que sus antecesoras, la película se inspira en un caso real (que ya tuvo una adaptación para televisión en los 80, llamada The Demon Murder Case), pero si en aquellas la premisa funcionaba agregando al terror una capa de credibilidad, acompañada por la construcción de climas y personajes de Wan, acá no es más que una anécdota. Si uno mira más allá de los Warren, empiezan a aparecer los secundarios desechables y los giros funcionales del guion, en una trama detectivesca que parece salida de alguna novela policial del montón. La aparición de un culto satánico como el responsable de mover los hilos echa por la borda la posibilidad del terror intangible, ancestral, ese que no te deja dormir, y el interés permanece porque la dupla protagónica sigue en pantalla. No vamos a negar que Chaves filma secuencias atractivas y que su película luce profesional, pero como decíamos antes, no es más que un artesano al que dejaron a cargo del negocio por un rato. De la marca autoral de Wan, esa combinación entre clasicismo e innovación, solo quedan los cimientos, y Wilson y Farmiga hacen lo que pueden para que la cosa funcione, con dignidad y oficio. Verlos alcanza para salvar esta secuela menor, entretenida y probablemente olvidable.
Deconstruyendo el mal. Una nueva aventura, y la más diabólica, del famoso matrimonio Warren (Ed y Lorraine) se estrenó en nuestra región. Producida por el creador de la franquicia, James Wan, y dirigida Michael Chaves (si, él mismo que estuvo a cargo del spin off La Maldición de la Llorona), esta historia nos sugestionará con uno de los casos que involucra con el propio cuerpo a nuestros queribles demonólogos. Todo comienza con un exorcismo algo atípico, (homenaje a El Exorcista en la escena de apertura), a un niño sometido por un demonio muy potente. Aquí sucederá algo raro, que por supuesto no vamos a spoilear, para en el acto subsiguiente meternos de lleno en el relato de Arne Cheyne Johnson. Un nombre muy resonante en Estados Unidos, ya que en los años 80 fue acusado de asesinar a un hombre, y este alegó como defensa en la corte, estar poseído. A medida que nos involucramos en esta narración atrapante, nos damos cuenta que los verdaderos protagonistas, y lo más involucrados, son Ed (Patrick Wilson) y Lorraine (Vera Farmiga). Cuando decimos que están implicados hasta físicamente, es literal, incluidos infartos y cortes profundos en el cuerpo. Hay algo tan oscuro detrás de estas posesiones, que de cierta manera se resignifica el subgénero involucrando otros orígenes demoníacos, más allá del remanido relato de entes sobrenaturales tratando usurpar almas sin causas aparentes. Podríamos hablar de la maldad en estado puro. Además de asustarnos por una acertada disposición de la puesta en escena, y un ritmo tenso (destacamos nuevamente el acto de apertura con cuerpos desencajados, la escena del colchón de agua, o el propio asesinato en cuestión); también nos encontramos ante una narración con tintes detectivescos, de investigación. La pareja tendrá que desentrañar uno de los casos más difíciles de su vida, donde no basta con guardar un objeto bajo llave en el santuario del mal. El Conjuro 3, es una especie de acertijo, de donde partimos de una idea o preconcepto, el de la posesión, para después de un extenso examen dotarlo de una nueva estructura. Más allá de una temática algo distinta, en esta película se respira y se respeta la esencia de la saga. Altares turbios, sangre derramada, el mal hecho carne… a pesar de todo, nada que no se pueda vencer con mucha fe y amor.
La tercera de los Warren Una nueva entrega de la saga que tiene un tratamiento potente sobre la psicología de sus personajes, algo que hasta ahora nunca se había logrado. James Wan deja su lugar tras las cámaras a Michael Chaves y oficia de productor para avanzar en el universo de Los Warren, Lorraine y Ed, interpretados una vez más por Vera Farmiga y Patrick Wilson. El Conjuro 3: El diablo me obligó a hacerlo (The Conjuring: The Devil Made Me Do It, 2021) comienza con una impactante escena de exorcismo. Son más de 10 trepidantes minutos en donde todo aquello que uno espera de una película de estas características, se cumple. Un niño es liberado de la tortura de estar poseído por el diablo, remitiendo, claro, al clásico de este tipo de films El Exorcista (The Exorcist, 1973). Pero luego, hábilmente, el guion comienza a desandar otros caminos, y sin caer en “casas embrujadas” por ejemplo, reculando hacia el género policial y el drama, confirmando el recorrido de la saga ofreciendo momentos terroríficos para el espectador. El diablo, o el espíritu que en esta oportunidad acecha a los protagonistas, encarnará en un joven (Ruairi O’Connor), quien cometerá un acto delictivo aludiendo al impulso del más allá que lo llevó a cometer un crimen. Pero esa información es certera, y los investigadores paranormales preferidos por todos, asumirán el rol de acompañarlo para, de alguna manera, demostrar su inocencia. Inspiarada en uno de los más siniestros casos de la pareja, Los Warren asistirán, de alguna manera, a este joven perdido entre la oscuridad y sus deseos, pero, sin saberlo, al hacerlo, se introducirán, también, en un inesperado derrotero en donde Lorraine asumirá un rol central, debido al debilitamiento de Ed ante las fuerzas del mal. El Conjuro 3: El diablo me obligó a hacerlo logra cambiar de tono sin caer en lugares comunes, y sale ileso de esa transformación, principalmente, por las logradas actuaciones de la dupla Farmiga/Wilson, quienes, completamente identificados con sus papeles, vuelven a visitarlos con una química y una entrega única. Cada escena en la que están presentes y en la que interactúan, la verdad de sus actuaciones, se potencia. Esto se suma a que la narración genera la intriga y el suspenso necesario para avanzar con un guion que prefiere profundizar en el interior de los caracteres que apelar a la grandilocuencia del exterior, el que, seguramente hubiese respetado el interés de los espectadores por lo recurrente de las anteriores entregas, pero que en el correrse de la zona de confort, y, principalmente, empoderar a la protagonista femenina, se crean nuevos aspectos de interés para desarrollar un relato clásico que con algunas secuencias espeluznantes, cumple con sus premisas y entretiene.
El conjuro 3 es una película donde los realizadores y sus dos protagonistas le sacan agua a las piedras dentro de una franquicia que no da para más. Creo que si tenés claro de entrada que no vas a encontrar una propuesta de terror el espectáculo que ofrece puede ser más llevadero. Especialmente si se disfruta en una sala de cine que levanta muchísimo la experiencia del visionado. La dirección de la nueva entrega quedó a cargo de Michael Chaves, responsable de La llorona, quien tuvo que lidiar con dos grandes desafíos en este proyecto. En primer lugar reemplazar a James Wan, quien hizo un trabajo formidable con los capítulos previos, que fueron filmes muchos más intensos. En la inevitable comparación ya de entrada estaba destinado a salir mal parado, debido al nivel de calidad que tuvieron aquellas producciones. Por otra parte, también tuvo que lidiar con el enorme desgaste que arrastra esta franquicia con todos los spin off de Anabelle, La monja y La llorona que trataron los mismos temas. Es decir, relatos de posesiones demoníacas. A esta altura ya usaron todos los trucos disponibles para cautivar al espectador con grandes momentos de tensión y en esta película en particular se nota que la creatividad se agotó. Por consiguiente, más que un film de terror, El conjuro 3 es una propuesta de misterio con tintes de cine de horror. Dentro de este contexto no me parece que la obra de Chaves sea una desgracia y si fuera el último episodio de la franquicia (algo que no va a ocurrir) por lo menos presentaría un cierre decoroso. Una cualidad que tiene Chavez como director es su capacidad para crear esas "atmósferas de Scooby Doo", que ya le había destacado en la reseña de La Llorona. El tipo tiene un sentido de la estética y saber armar buenos climas desde la ambientación, con un gran trabajo en la fotografía, la iluminación y la composición de las escenas. Su debilidad es que carece de ese dominio especial con el que cuenta James Wan para ejecutar situaciones de tensión. En los primeros diez minutos del film, que incluyen un homenaje a El exorcista de William Friedkin, encontramos tal vez la única secuencia que se puede asociar con el cine de terror. La introducción es buena y luego lamentablemente la narración se desinfla bastante, en parte también a que la historia es mucho menos atractiva que la de las películas previas. En consecuencia, la obra de Chaves se sostiene con los climas Scooby Doo y las interpretaciones de Vera Farmiga y Patrick Wilson, quienes se cargan en sus hombros todo el peso de la producción. Si esta película logra ser entretenida es gracias a la química que tienen ellos y la conexión que a esta altura se gestó con el matrimonio de los Warren. De hecho, en este relato termina siendo más importante la salud del personaje de Wilson y la intriga por saber si llegará vivo al final, que el conflicto central, por más que este inspirado en un caso real. Aunque en la trilogía de El conjuro la tercera entrega es la más floja, por lo menos está bien filmada y cuenta con un buen reparto. Dentro de esta temática tuvimos estrenos peores y este por lo menos se deja ver, si tenés en cuenta que no es una obra de terror como las que ofreció James Wan en el pasado.
El Conjuro: el diablo me obligo hacerlo es la octava entrada en la saga iniciada en 2013, cuando conocimos al matrimonio Warren. Porque si bien esta sería la segunda secuela, también hay que contar las películas de Anabelle (2014/2017/2019), La monja (2018) y La Maldición de la Llorona (2019). Todas transcurren en el mismo universo. Sin dudas este es el más flojo de los films que tienen a los Warren como eje central, pero no es una mala película. Lo que más me atrajo es el caso real en el cual se baja y la contraposición fáctica que hay si uno se pone a investigar luego de haberla visionado. Asimismo, se nota la ausencia de James Wan en la dirección. Y por más que Michael Caves, quién se encargó de La Maldición de la Llorona, tenga una impronta parecida, no puede lograr los climas de la primera y segunda parte. Como que da la sensación de que los espectadores ya nos acostumbramos un poco a las sorpresas (en modo jumpscare) y giros que nos pueden proporcionar en este universo. Lo mejor del film son Patrick Wilson y Vera Farmiga. Su dinámica sigue creciendo film a film. No te cansás de verlos y en lo particular, me encantaría más entregas con ellos e incluso una miniserie. Del resto del elenco no hay mucho para agregar. Están correcto y dentro de lo esperado para ese tipo de roles. Tal vez se lo puede mirar con más cariño a John Noble, pero solo por su trayectoria. En definitiva, El Conjuro 3 no se destaca, pero tampoco es un mal exponente. Incluso, si te apoyás como espectador en el lado policial, garpa un poco más.
Finalmente, una de las demoradas pelis del 2020 (estaba programado su estreno para setiembre del año pasado) llegó a salas y en USA, al sistema HBO Max. Es cierto que el universo de «The Conjuring» ya viene siendo sobredimensionado (sumamos unas siete previas contando films como «Annabelle» y demás) y volver siempre a las fuentes, permite un poco recuperar el eje y la tradición que impulsó la propuesta. Más, teniendo en cuenta que los últimos trabajos en este sentido («The Nune», «The Curse of La Llorona» y la tercera entrega de la mini saga de la muñeca siniestra), no estuvieron a la altura de los dos primeros capítulos de la historia núcleo que planteó James Wan en su momento. Esto es interesante porque cuando vemos «The Conjuring 3» reafirmamos que la diferencia del resto de las propuestas de su mundo: posee una gran pareja protagónica que puede defender el destino de la historia. Vera Farmiga y Patrick Wilson poseen una química tremenda, para corporizar a un matrimonio único en la historia de las posesiones diabólicas. Podemos tener un guión endeble, una dirección discreta (Michael Chaves está a años luz hoy de Wan en la dirección) y una trama predecible, pero sostiene el visionado la ternura y complicidad de esta pareja en cámara. ¿Por qué sucede esto? Podemos pensar que ellos han logrado cierta familiaridad con el espectador que acompaña la tarea que este dúo propone. En cada diálogo, sentimos que Lorraine y Ed Warren no son seres exentos de miedos e inseguridades, ellos enfrentan al demonio con lo que tienen. Y a veces, eso no alcanza, se ve. Para quienes no lo saben aún, las historias detrás de «The Conjuring» están basadas en la trayectoria de los protagonistas reales, quienes realizaron trabajos de exorcismo y erradicación de demonios, por muchos años allá por los setenta. Aquí tenemos la historia de Arne (Ruari O’Connor) y Julian (David Glatzel), hermanos y miembros de una familia que pide ayuda a los Warren. Ellos llegan a su hogar porque el más pequeño está poseído, pero luego de una fuerte escena inicial, la cosa se complica: el demonio que estaba en Julian, se trasfiere a Arne y esto sucede sin que los intervinientes lo noten, en principio. La trama se complica cuando Arne comete un crimen, va a prisión y ahí sí ya los Warren junto con el sacerdote local comienzan a ver qué sucede con el joven y descubren una serie de sucesos donde se puede percibir una mano oscura de alguien que invoca a los demonios… La cinta es predecible, para mi gusto con una pobre edición visual, que hace agua especialmente al instalar gran parte de las escenas en lugares demasiado oscuros, innecesariamente. Chaves no es amigo de las sutilezas y le cuesta encontrar el camino para que el relato fluya naturalmente. Se extraño mucho (pero mucho) a James Wan aunque como ya dijimos, nos caen muy bien Farmiga y Wilson y eso saca el film a flote, con lo justo. «The Conjuring 3» es una película que podría ser mejor, pero por lo menos, se diferencia de los pasos erráticos de su mundillo cinematográfico, en el carisma de la pareja central de la saga. Para los fans, podemos decir que se deja ver, es lineal pero hace su aporte para mantener la franquicia viva.
Reseña emitida al aire en la radio
Hace casi 20 años que James Wan le viene dando de comer al género de terror con largas (y exitosas) franquicias. Es un excelente narrador, pero también, un productor astuto. EL JUEGO DEL MIEDO, INSIDIOUS, y su universo Warren, siguen desarrollándose hasta la actualidad. En el caso de la saga Warren, hay una ramificación tan amplia de spin-offs, que parecen asegurar casi una producción infinita de films. Hay de todo, algunas mejores, otras peores, pero la que sin dudas venía manteniendo un nivel notable era EL CONJURO, específicamente centrada en los casos del matrimonio Warren. Luego de dos entregas, Wan cede la silla de director a Michael Chaves, quien no parecía haber hecho grandes méritos con su labor en LA MALDICIÓN DE LA LLORONA. Finalmente todas las dudas que se podían tener, se confirmaron con EL CONJURO 3 – EL DIABLO ME OBLIGÓ A HACERLO, una película que tenía todo para funcionar, pero que falla, entre otras cosas por una evidente falta de talento y un desapego emocional por lo que narra. Un film que se desarrolla con un alarmante piloto automático que nunca cambia de ritmo. No es una locura decir que EL DIABLO ME OBLIGÓ A HACERLO tiene a posteriori uno de los casos más interesantes de los Warren. Un joven asesinó a un hombre y se presentó en el juicio diciendo que el diablo lo había obligado a matar. Este disparador podía funcionar para el desarrollo de una película de terror judicial (como EL EXORCISMO DE EMILY ROSE), pero estas ideas se disipan rápidamente para elegir un camino extraño y muy poco atractivo. Chaves se aleja de la estructura rígida y cerrada de las dos primeras -que ocurrían dentro de una casa-, para apostar por un ida y vuelta constante que desconcierta. Por un lado, tenemos al joven en la prisión, y por otro, a los Warren investigando la posesión demoníaca desde la distancia. También aparece algo del policial sobrenatural, pero Chaves nunca lo juega a fondo. Es como si EL CONJURO 3 estuviese realizada bajo la duda constante, la incertidumbre de no saber qué camino tomar, incluso desde un lado visual, donde se alternan momentos luminosos muy interesantes, con otros oscuros y chatos. La película está desconectada en todas sus partes. Cada línea va para su lado, y cuando es el momento de ponerlas a trabajar en conjunto es el montaje (con más obligación que fluidez), el que se encarga de empalmarlas de manera brusca. Ya ni el encanto del matrimonio Warren alcanza para sostener una columna vertebral frágil y carente de progresión dramática. A pesar de que Wan posee un enorme virtuosismo para el manejo de la cámara, siempre ha sabido equilibrar el componente grandilocuente con la construcción de atmósferas. Chaves no tiene término medio. Cuando quiere jugársela por el terror, recae en la exageración de lo grotesco. Acá todo es desmedido y a gran escala. Hay claros signos de desgaste en la saga, y si Wan no va a volver, cerrar con esta entrega no sería una mala idea. Chaves recibió como premio un Ferrari, y lo chocó por su propia incapacidad.
El conjuro, dirigida por James Wan en 2013, es no solo una de las películas de terror más relevantes del presente milenio, es además responsable en buena medida del auge del terror sobrenatural de la última década, punto de partida de una saga en expansión y un fenómeno comercial cuyos números la consagran como la segunda más exitosa franquicia de terror, solo superada por Godzilla. Esta serie/franquicia consta de un tronco principal con las películas de El conjuro protagonizadas por el matrimonio Warren, basados en una pareja real de investigadores paranormales y los casos en lo que estos efectivamente actuaron, y por otro lado una serie de spin offs que profundizan (ya sin los Warren) en la historia de algunos de los casos que aparecieron en la saga principal en segundo plano (las hasta ahora tres películas de Annabelle y La Monja de 2018) o relacionados a su vez con algún personaje de la serie como La maldición de la llorona (2019), que fue la última en incorporarse a lo que ya es un universo ficcional. En todo este conjunto, Wan, suerte de George Lucas del horror, funciona como mente maestra, productor y en algunos casos autor de las historias o del concepto, y reservó para sí la dirección de las películas de la serie principal. Eso hasta ahora, ya que en El conjuro 3: El diablo me obligó a hacerlo delega esta responsabilidad en Michael Chaves, quien fuera a su vez el director de La maldición de la llorona, con lo que todo queda más o menos en casa. Esta tercera entrega encuentra al matrimonio de Ed y Lorraine Warren (Patrick Wilson y Vera Farmiga) enfrentados a un caso de posesión diabólica. Después de un exorcismo particularmente violento, la entidad maligna que posee el cuerpo de un niño acepta el sacrificio que le propone el novio de la hermana adolescente y abandona su presa para entrar en él. Alivio para el niño y comienzo de la pesadilla para el joven, quien después de unos días bastante perturbadores corona la temporada con un asesinato salvaje bajo la influencia de la posesión demoníaca. No es algo muy sencillo de explicar a la policía o a un jurado y, obviamente el joven termina preso, juzgado por asesinato y esperando una sentencia que podría ser de muerte. Los Warren, testigos de los hechos y conocedores de la verdad, se ponen a investigar el origen de la posesión con la idea de salvar al muchacho de la silla eléctrica convenciendo al jurado de que hay un demonio metido en el asunto. En el transcurso de la pesquisa se van encontrando con evidencias de una maldición en proceso que podría elegir a uno de ellos como nuevo blanco. Si las dos anteriores películas de la serie se inscriben en el subgénero de fantasmas y casas embrujadas (Haunted es el término inglés más preciso), esta tercera cambia de rubro y se mete de lleno en el de posesiones, satanismo y terror religioso (para ahondar en el asunto véase nuestro Top 5 de Terror Religioso). Aquí uno de los principales modelos es El exorcista (1973), una influencia que el film explicita de entrada con un plano que reproduce el célebre afiche del film de William Friedkin. Pero si aquellas dos primeras películas de la franquicia (sobre todo la primera) se convirtieron en referentes del subgénero que abordaban, en esta ocasión el film que nos toca no pasa de un exponente menor que difícilmente deje huella. James Wan es responsable también de otras sagas en las cuales asumió el rol de director en los primeros capítulos. Pasó con El juego del miedo, de la que dirigió el primer film (el único que sirve) y con La noche del demonio en las que se hizo cargo de los dos primeros. En ambos casos, el bajón de calidad cuando Wan dejó el puesto es notorio, lo cual puede ser un elogio para él como realizador pero no habla bien de la calidad de las secuelas. En el caso de El conjuro esta historia vuelve a repetirse y el tercer episodio está bastante por debajo de sus antecesoras y está más cerca del nivel bajo o apenas correcto de los spin offs que de la saga principal que hasta ahora venía con una vara mucho más alta. El film es por momentos entretenido y funciona mejor cuando Chaves trata de explorar algunos elementos más sutiles y atmosféricos que fueron marca de la serie y parte de su éxito (unos dedos extraños que se asoman y confunden entre los anillos de una cortina de baño, una escena bastante aterradora en una morgue) pero estos son los menos y en general se entrega a un despliegue bombástico en el que el terror está ausente y solo queda el ruido. Uno de las características interesantes de la serie es que los Warren, especialistas en lo suyo y autoridades en la materia, no son sin embargo infalibles ni completamente seguros de sí mismos y ya han exhibido sus vacilaciones e inseguridades, sus miedos y sus heridas abiertas. En esta tercera parte están más vulnerables que nunca, tanto física como mentalmente, lo cual agrega una tensión extra y da la oportunidad de lucimiento a los siempre efectivos Wilson y Farmiga. Pero esta cuestión se transforma también en un arma de doble filo porque, está bien, ya en los films anteriores había momentos grasas, pero es aquí donde terminan de imponerse y la cursilería más ramplona toma el final por asalto gritando que el amor es más fuerte y haciéndonos advertir con tristeza que el terror ya no vive aquí. EL CONJURO 3: EL DIABLO ME OBLIGÓ A HACERLO The Conjuring: The Devil Made Me Do It. Estados Unidos, 2021. Dirección: Michael Chaves. Intérpretes: Vera Farmiga, Patrick Wilson, Ruairi O’Connor, Sarah Catherine Hook, Julian Hilliard, John Noble, Eugenie Bondurant, Shannon Kook. Guión: David Leslie Johnson-McGoldrick, sobre una historia de James Wan y David Leslie Johnson-McGoldrick. Fotografía: Michael Burgess. Música: Joseph Bishara. Edición: Peter Gvozdas, Christian Wagner. Diseño de Producción: Jennifer Spence. Producción: Peter Safran, James Wan. Producción Ejecutiva: Richard Brener, Michael Clear, Michelle Morrissey, Dave Neustadter, Victoria Palmeri, Judson Scott. Distribuidora: Warner Bros. (New Line). Duración: 112 minutos.
Basada en los archivos del caso de Ed y Lorraine Warren Ambientada en los años 80, la tercera entrega de la saga original de El conjuro se gesta a partir de uno de los casos más resonantes del matrimonio Warren (ACÁ pueden leer la historia real). En esta ocasión, Ed (Patrick Wilson) y Lorraine (Vera Farmiga) deberán utilizar sus dotes para ayudar al joven Arne Johnson (Ruairi O’Connor), quien cometió un asesinato luego de ser poseído por un ente maligno. A estas alturas del partido, difícilmente alguien no haya presenciado la proyección siquiera de una de las tantas películas que se desprendieron de la obra original de James Wan allá por el 2013. Las aventuras basadas en la famosa pareja de demonólogos despiertan pasiones a lo largo y ancho del planeta, sin importar que tan decente sea la historia que tengan para contar. Quizás el mayor exponente dentro de este largo y enrevesado camino sea la muñeca Annabelle, pero los síntomas de desgaste por exprimir al máximo estas crónicas paranormales ya son notorios. Dejando de lado los cuestionables spin off, los largometrajes centrados en la pareja interpretada por Wilson y Farmiga son grandes aciertos dentro del terror comercial. De más está decir que gran parte de esto se debe a la experiencia de Wan dentro del género, así como también a la química que envuelve a los actores antes mencionados. Sin embargo, el posible cierre de esta trilogía lejos está de alcanzar la calidad que ofrecieron sus antecesoras y si bien no llega a ser una total decepción, se aleja bastante de los elementos que hicieron grandes a las anteriores entregas. El conjuro 3: el diablo me obligó a hacerlo tiene un arranque prometedor que nos recuerda porque esta es una de las producciones de horror favoritas del público. La lucha por el alma de un niño desemboca en el primer caso de la historia de los Estados Unidos en el que un sospechoso de homicidio alude su comportamiento a una posesión demoniaca. A partir de este suceso, para evitar que el joven sea sentenciado a la pena de muerte, los protagonistas deberán encontrar las pruebas pertinentes de que tal afirmación es real. Obviamente, las cosas no resultan como ellos esperaban y las amenazas crecen mientras que el tiempo se agota. A priori, este nuevo capítulo pareciera respetar el modus operandi que Wan legó a Michael Chaves, pero luego de un primer acto aceptable, la propuesta se aleja del clásico cuento de casas encantadas y dramas familiares para adentrarse en un viaje hueco y carente de emoción hacia la oscura verdad que esconde el caso. Cuando hablamos de El conjuro sabemos que mediante el miedo conoceremos dramas muy cercanos a nuestro día a día. Historias de familias disfuncionales que a través de sus motivaciones darán lugar a la duda sobre la veracidad de lo que estamos viendo. Eso sí, siempre desde la perspectiva de los Warren, que dotan a la franquicia de una sobresaliente dimensión humana. Pues bien, en esta oportunidad todos los ingredientes que acompañan a la relación que existe entre sus protagonistas son vagamente elaborados y allí radica una de sus principales fallas. Las tramas secundarias carecen de un eje del cual sostenerse, punto que influye a la hora de conectarse con el principal contratiempo. A su vez, el matrimonio se ve obligado a cargar con todo el peso narrativo y si bien no falla, tampoco alcanza para cubrir las decisiones obvias y desanimadas que toma el filme durante su extenso metraje. Las secuencias terroríficas se encuentran distribuidas de manera decente, aunque no resultan tan inteligentes como las visionadas anteriormente. Pese a esto, ofrece algunos momentos destacables, entre los que se encuentran el crimen que funciona como disparador de la trama principal y una escena que incluye el fenómeno del doppelgänger de la cual es mejor no spoilear. A casi una década de su inicio, es aceptable que la fórmula encuentre sus altibajos. Siendo sinceros, las fábulas derivadas de la franquicia tampoco hicieron justicia a lo que la original supo ser, a excepción del trabajo de David F. Sandberg en Annabelle 2: la creación (Annabelle: Creation, 2018). Tal vez sea hora de dejar descansar a los Warren, antes de que sea demasiado tarde.
Cuando llegó la primera entrega de El Conjuro, allá por 2013, fue como un regalo del cielo que provocó la piel de gallina… en el mejor de los sentidos. La película de James Wan funcionaba como un tributo al terror paranormal de la década de 1970 y arrasó en la taquilla. Las críticas favorables y el boca a boca llevaron a este thriller de una casa encantada, con un presupuesto modesto, a una recaudación mundial de más de $ 300 millones, lanzando un universo extendido de películas de terror. Los ingredientes fundamentales del “Conjuring Universe” incluían una atención a los detalles, esquemas de colores específicos combinados con jump-scares, monstruos espantosos y golpes de puertas incorpóreos por docena. Las historias también eran consistentes en su descripción de la fe como una forma de magia blanca, capaz de disipar incluso a los demonios más peligrosos, y en su reconfortante afirmación de que el amor es más fuerte que el mal más puro. Ed y Lorraine en el centro En el centro de esta saga tenemos a Patrick Wilson y Vera Farmiga como los investigadores paranormales de la vida real Ed y Lorraine Warren. La mayoría de las películas siguen un caso que los Warren realmente investigaron, con varios spin-offs basados en los diablos y demonios que acechan en el mundo de El Conjuro. En las dos primeras entregas (universalmente consideradas las mejores de una franquicia de ocho películas hasta ahora), Wan hace maravillas con los ángulos de cámara, tomas panorámicas, efectos de sonido y otras técnicas de la vieja escuela para crear una atmósfera desconcertante, equilibrada por las personalidades edificantes y sólidas de Ed y Lorraine. Con mejores y peores entregas a lo largo de casi diez años, este universo es uno de los mejores y más potentes de los universos de terror actuales (sí, te estoy mirando a vos, franquicia de SAW que te caíste a pedazos). ¿Cómo queda la tercera entrega dentro del ranking? Al igual que con el resto de la lista de películas de Warner Bros de este 2021, El Conjuro 3 (The Conjuring: The Devil Made Me Do It) se estrenó simultáneamente en los cines y en HBO Max (USA) durante un período de 31 días. Es la tercera película de la serie principal y la octava en general en el Conjuring Universe. Dentro de la franquicia, se coloca cómodamente en algún lugar en el medio. No es la mejor del montón ni de casualidad, pero tampoco es La Monja, una seguidilla torpe de sobresaltos sin sustento ni coherencia narrativa. Michael Chaves (director de la tibia La maldición de La Llorona) asume las funciones de dirección de un James Wan que habríamos amado volver a ver. Estaba claro que Chaves iba a perder en la comparación, debido al alto nivel de calidad que tuvieron las entregas previas, particularmente El Conjuro 2. De todas maneras, el director novato logra hacer un trabajo digno con una tercera parte que no va a terminar de gustar a todo el mundo, pero que sí cuenta con algunos aspectos memorables. Entre la posesión demoníaca y el thriller detectivesco La película dramatiza el caso real de asesinato de 1981 de Arne Johnson (interpretado por un muy buen Ruairi O’Connor), quien mató a su casero bajo una supuesta posesión demoníaca. Ed y Lorraine Warren investigan el caso y descubren un vínculo entre la posesión de Arne y un asesinato anterior que se remonta a una oscura maldición que los Warren deben detener antes de que sea demasiado tarde. Un primer punto a tener en cuenta con El Conjuro 3 es que no se trata de una propuesta de terror puro como en los casos anteriores, sino más bien un thriller sobrenatural que recuerda más a episodios de Supernatural o Los expedientes secretos X. Acá estamos ante un estilo muy diferente, no solo en el argumento (no hay casa encantada, haciendo finalmente un uso literal del título de la película) sino también en la utilización de cámara, donde sentimos que tenemos un nuevo director y con una identidad diferente. Situada en los años ´80 (es la primera de este universo en llegar a esa época), la obra de Chaves es más un misterio detectivesco con algunas pinceladas de terror, donde el foco está puesto en la investigación de los Warren y en su propia relación. De hecho, uno termina más preocupado por saber si Patrick Wilson la va a contar al final, por su delicado estado de salud, que por el misterio en sí. Si está fuera la aventura final de los Warren, podríamos decir que se trata de un cierre lo suficientemente digno. Pero considerando que se trata de una franquicia de 2 billones de dólares, no creo que el pollo fume… Entre homenajes y efectos prácticos El director Michael Chaves presenta un conflicto interesante y logra buenas atmósferas, si bien quizás falla en generar suspenso como supo hacer Wan anteriormente. Creo que es importante hacer esta aclaración: si uno llega a El Conjuro 3 buscando unos buenos sustos y escenas para morderse las uñas, es probable que termine decepcionado. Los actores son todos muy buenos como de costumbre y tanto Vera Farmiga como Patrick Wilson continúan siendo fenomenales, llenos de emoción. Ambos realmente dan todo por estas películas y son el corazón de la franquicia. Entre el elenco nuevo, no puedo dejar de destacar al pequeño Julian Hilliard, quien interpreta a David. Es tremendo lo que hace este pibe y ya está comenzando a destacar en varias otras producciones mostrando que quizás tenga el “gen Jacob Tremblay”. Hilliard participó en WandaVision y era la versión joven de Luke en la excelente The Haunting of Hill House (2018). También lo pueden encontrar en The Color out of Space, que si no la vieron se las recomiendo. Toda la introducción de David, al mejor estilo de El Exorcista, es magistral. Un inicio súper memorable donde utilizaron a la contorsionista Emerald Gordon Wulf para lograr algunos efectos prácticos impecables. Googleen a esta muchacha para ver lo que es capaz de hacer. Es impresionante. El cierre de una trilogía Funciona también el climax, donde hay un homenaje evidente a El Resplandor que me pareció muy logrado. Lamentablemente, entre el poderoso arranque y el estimulante final, hay algunos baches de ritmo que no convencen del todo. Los sustos no funcionan tan bien como en las dos primeras películas y los nuevos villanos tampoco llegan a ser tan intrigantes como Valak o Annabelle, por lo que, incluso si todavía tenemos momentos de terror muy fuertes, nunca sentimos la misma tensión. Lo que es peor, la mayoría de los jump-scares son tan clichés como molestos. Al menos, El Conjuro 3 está bien filmada y se siente más personal, ya que esta podría ser la última vez que veamos a Lorraine y Ed en la pantalla grande (al menos por un tiempo). Se presenta como el cierre de una trilogía, completa con varios guiños a entradas anteriores y pequeños easter-eggs para aquellos que se han mantenido al día con la franquicia en su totalidad.
Luego de dirigir la fallida "La maldición de la llorona" Michael Chaves vuelve a la carga dentro del "Universo Warren" para hacerse cargo de "El conjuro 3: el diablo me obligó a hacerlo". Lejos de romper con la tendencia de nivel decreciente que suelen tener las secuelas, Chaves logra profundizar en cada uno de los errores de la saga, ofreciendo un producto de muy baja calidad. • Yendo al foco de la historia, "El conjuro 3", a diferencia de sus predecesoras contaba quizás con el punto de partida más interesante de toda la saga. En 1981, el joven Arne Johnson asesinó a su casero a puñaladas y a la hora de defenderse judicialmente, su abogado alegaría una posesión demoníaca como el verdadero motivo de tal atrocidad. Esto terminaría poniendo en perspectiva a los Warren, quienes al ser consultados entrarían en la encrucijada de justificar o no un asesinato a sangre fría. Con muy poco tino, la película reniega de esa posible controversia y viaja hacia horizontes conocidos, con escenas mil veces vistas donde nada se presta a confusión. Vera Farmiga y Patrick Wilson expondrán su carisma tan particular para hacer frente a la amenaza con trucos cada vez menos novedosos. La antinomia planteada entre héroes amorosos y de buenas costumbres vs. brujería satánica y demoníaca puede ser interesante en la primera oportunidad, pero a la 9na vez ya se vuelve aburrida e intrascendente. • La saga y por qué no el universo general de los Warren, parece haberse encerrado en una dinámica tan predecible que ha ido atentando contra todas las posibilidades que permite el género del terror. Una especie de salto cuantitativo que no ha sido acompañado por uno cualitativo. Resulta paradójico, pero mientras crecen los crucifijos tras cada película, los Warren lucen cada vez más desangelados.
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Crítica emitida en radio. Escuchar en link.
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¿Cierto James Wan? El Warrenverso sigue en expansión pero su calidad continúa en caída. En el cuasi mundo distópico en el que vivimos, en donde una película no puede subsistir por sí misma y necesita sí o sí de su propio “universo”, uno de los grandes constructores del susodicho fue James Wan cuando hizo The Conjuring (2013), una película que contaba historias reales de exorcismos y posesiones demoníacas realizadas por Ed (Patrick Wilson) y Lorreine Warren (Vera Farmiga), una pareja estadounidense real que se dedicaban a resolver casos sobrenaturales. Esta película, escrita y dirigida por Wan alcanzó una popularidad tremenda entre los fanáticos del terror y convenció a la industria de que todavía había lugar para el cine de este género. Tal fue el furor de El Conjuro, que su expansión fue inevitable y hoy en día es uno de los universos expandidos que más ha recaudado y entendido cómo jugar el juego de los spin offs y de las secuelas. Por supuesto que la calidad puede ir mermando porque no todas son dirigidas por el padre de todo (Wan) pero en su mayoría todas comparten un propósito clave: asustar hasta al más valiente. Ahora bien, cómo se ha mencionado, algunas de las entregas de la franquicia no han sido dirigidas por Wan y esas suelen ser las “peorcitas” y lamentablemente ese es el destino que le tocó a la tercera parte de las aventuras de Ed y Lorreine en The Conjuring: The Devil Made Me Do It (2021) en esta oportunidad con Michael Chaves (La Llorona, 2019) en la dirección yJames Wan colaborando en el guión junto con su mano derecha David Leslie Johnson-McGoldrick. En esta oportunidad los Warren serán solicitados en un pueblo de Estados Unidos en donde, luego de haber exorcizado a un jovencito, el mismo espíritu parece haberse apoderado del cuerpo de Arne Johnson (Ruairi O’Connor) haciendo que éste cometa un asesinato que lo deja tras las rejas. Lorreine y Ed deberán ir a fondo contra esta amenaza diabólica que parece no tener parangón y en el medio intentar que no condenen a Arne por un delito que él afirma no haber cometido. Cuando suele hablarse de cine de autor por algún motivo en particular, motivos totalmente desconocidos si los hay, a James Wan no se lo pone en ese rubro y esta película funciona perfectamente para darle la razón de por qué sí lo es. Esta tercera parte del Conjuro no podría estar más lejana de lo que conocemos cuando hablamos de sus películas, por la sencilla razón de que traiciona sus propios orígenes y su premisa fundamental. En casi dos horas de película en contadas ocasiones se provocan sustos, algo imperdonable, y peor aún la calidad técnica de la dirección deja muchísimo que desear. Tan bajo es ese aspecto que parece una película hecha para televisión de los años dos mil, en donde la reutilización de planos generales para las transiciones es repetitiva y argumentalmente inservible. De la mano con este último aspecto la iluminación es paupérrima a niveles insólitos, hay escenas en donde literalmente no se ve nada y hay que hacer fuerza para divisar las siluetas. Algo que nunca había pasado antes y si hay algo que sobra en esta franquicia son los espacios oscuros. Por otro lado, la trama nunca llega a verse desarrollada del todo y aún así poco tiene que ver con lo que el resto de las películas nos tenía acostumbrados, a grandes rasgos parece un episodio extendido de Los Expedientes Secretos X. Lejos, muy lejos de lo que supieron contar con tanto éxito anteriormente. Por supuesto que tanto Vera Farmiga como Patrick Wilson hacen un trabajo a la altura de sus condiciones pero lamentablemente sus personajes están escritos muy vagamente y son la sombra de lo que supieron ser en el pasado. El resto del elenco no se destaca para nada a pesar de sólo ser “útiles” para el relleno de la trama. El Conjuro 3 es el ejemplo de lo que sufre la industria la carencia de ideas y de las ganas de seguir y seguir expandiendo sus universos traicionando sus principales y elementales características. Hoy por hoy las películas del Universo Warren ya no sólo no asustan a nadie, sino que su calidad cada vez es más baja y se alejan del buen material que supieron ser. Probablemente el diablo no lo haya hecho escribir y producir esta película a James Wan, pero Warner Bros. seguramente sí.
La nueva película de la saga de terror encuentra a los Warren, investigadores de hechos paranormales, tratando de resolver un caso de posesión demoníaca. Con Patrick Wilson y Vera Farmiga. Como tantas otras sagas, la de EL CONJURO tiene a favor la accesibilidad y el conocimiento que el espectador tiene de sus protagonistas –de sus usos y costumbres, de su relación– y, en contra, que ese mismo conocimiento empieza a generar una cierta rutina, acostumbramiento y repetición. El hecho de que sea un «universo cinematográfico» y no una saga a la vieja usanza, en este caso, no cambia demasiado esa lógica. La única manera de revitalizar este tipo de historias es, bueno, sacándolas de ese ciclo reiterativo. En EL CONJURO 3 (en España se la conoce como EXPEDIENTE WARREN 3) el intento está, pero el resultado no. Hay cambio de director (sale James Wan, entra Michael Chaves, director de LA MALDICION DE LA LLORONA, otro film del ciclo) y hay una lógica narrativa que le escapa un poco al concepto de «casa embrujada» que era central a las anteriores investigaciones del matrimonio especialista en casos paranormales. Y si bien alguna versión de los sucesos que se narran este film, que tiene lugar en 1981, sucedieron en la realidad, cada vez parecen más alejadas las conexiones entre el género y el caso original. EL CONJURO 3 empieza con la que quizás sea su mejor escena, la que hace suponer que la película puede estar a la altura de las de Wan. Ya de entrada, los Warren (Ed y Lorraine, encarnados como siempre por unos más «avejentados» Patrick Wilson y Vera Farmiga) están en medio de un exorcismo. En este caso, a un niño de ocho años llamado David, que parece estar poseído por algún tipo de demonio. Y ni los Warren ni la familia del chico (la hermana y Arne, el novio de ella) ni un religioso especializado en el tema parecen encontrarle la vuelta a este pequeño que se contorsiona cada vez más y se pone más violento, como si hubiera visto EL EXORCISTA 40 veces. El chico se calma cuando Arne se ofrece como «receptor» de ese demonio quien, en apariencia, libera a David y se traslada a él. Ed queda físicamente afectado por la virulencia del evento y lo internan en un hospital. Mientras está allí –y en lo que parece ser un nuevo brote de posesión diabólica–, Arne mata de 22 puñaladas a un amigo al que imagina estar poniéndose pesado con su novia. Se trata del primer asesinato en 193 en esa comunidad que queda shockeada por el hecho. Pero si bien Arne parecía sufrir de algún tipo de evento paranormal, los Warren determinan que no estaba estrictamente poseído sino que se trataba de otro fenómeno diferente, uno que deberán investigar conociendo algunos secretos del pasado y otros crímenes similares usando, más que nada, los talentos de Lorraine para visualizar lo sucedido en el pasado. EL CONJURO 3 funciona más como una película de investigación paranormal y quizás una no tan claramente sostenida en el terror constante como las anteriores, las dirigidas por Wan. Al transcurrir en varios espacios e involucrar diferentes eventos, la historia pierde cierta concentración y no tiene igual potencia que las dos anteriores. Quizás lo más interesante de la trama pase por focalizarse, en cierto punto, en la relación entre los Warren, ya que Ed sufre algunos inconvenientes que llevan a Lorraine a tener que actuar también sobre él. Quizás, en su extraña y oscura manera, la película termine siendo una historia de amor. Claramente, la película de Chaves no está a la altura de las dos anteriores y por momentos se parece más a sus menos logrados spin-offs (ANNABELLE o LA MONJA). Es que luego de su efectiva primera media hora, el resto de la trama –con sus evidentes sospechosos, sus visiones y revelaciones de manual– no se escapa mucho de los modelos más reiterados y previsibles del género. El de Arne pudo haber sido el primer caso criminal en los Estados Unidos el que el asesino usó el subtítulo del film («el Diablo me obligó a hacerlo«) como argumento de su defensa. La excusa puede haber sido original en el ámbito judicial pero no tanto en el del cine de terror. Es que el Demonio que lo llevó a matar se parece demasiado a muchos otros.
Una saga terrorífica que empieza a oxidarse No tan efectiva como sus antecesoras, con menos "jump scares" y sin la dirección de James Wan, la tercera entrega de El Conjuro alterna los componentes del cine sobrenatural en una trama más cercana al thriller judicial, algo que no siempre le sienta a la medida. Los aportes de James Wan al rejuvenecimiento del cine de terror alcanzaron un punto de casi excelencia en 2013, cuando la primera El Conjuro llegó a las salas de cine. La aterradora historia real de los demonólogos Ed y Lorraine Warren contra la amenaza del espíritu maligno Bathsheeba hizo que más de unx durmiese con la luz prendida por un tiempo y se consolidó como una de las cintas de género más atractivas de la década del 2000, Un éxito pochoclero que encantó a la crítica, garantizando la apertura de spinoffs redituables con Annabelle y La Monja, aparte de la continuación de la historia madre. Ya sin Wan en la dirección, El Conjuro 3: El diablo me obligó a hacerlo sigue explorando los casos más reconocidos del matrimonio Warren pero sin la chispa de los inicios. Tras una electrizante primera escena que vale por toda la película, donde Ed y Lorraine Warren (Patrick Wilson y Vera Farmiga) realizan el exorcismo de David Glatzel (Julian Hillard), un niño poseído por un demonio, El Conjuro 3 centra toda su atención en Arne Johnson (Ruairi O´Connor) -también presente en el exorcismo- y en la razón que lo llevó a cometer el asesinato de su casero. Sin spoilear demasiado la trama, "la razón" tiene mucho de sobrenatural y será motivo de preocupación para que los cazadores de demonios vuelvan a la acción. Sin las casas embrujadas de la primera y segunda entrega, la acción central de la película ocurre en un estrado. Así, la saga adopta un tono de thriller judicial con tintes de horror, un camino pantanoso que no siempre la lleva por buen camino. Con menos cantidad de "jump scares" (sobresaltos) y una sensación de previsibilidad, Michael Chaves entrega un guion plano, advertencia sobre las primeras señales de podredumbre en el universo de la saga. Patrick Wilson y Vera Farmiga gozan de una química excelente y en esta entrega, se ahonda en la relación de amor entre Ed y Lorraine Warren (ambos fallecidos, ella en 2019) logrando un resultado actoral más que destacable. En la evaluación final El Conjuro 3 entretiene pero no fascina; un resultado lamentable si la vara del/la espectadorx es alta.
Hace algo más de una década, el talentoso realizador de extracción asiática James Wan renovó las oxidadas estructuras del cine de terror norteamericano mediante un acercamiento original, inteligente y francamente espeluznante. Creaciones de su autoría, como “La Noche del Demonio” (2010) y “El Conjuro” (2013), le brindaron estatus para que el realizador generara un propio universo alrededor. Así es como surgieron personajes que cobraron entidad propia, como la terrorífica ‘Annabelle’ o la no menos inquietante ‘La Monja’. El saldo económico obtenido, y el rédito estético cotejado, le permitieron a Wan la exploración de sucesivas continuaciones. No es de extrañar como sus historias proliferaron en sagas y secuelas, cediendo éste la silla de director en muchas de ellas. Suele ser engañosa la presentación de un producto bajo el anuncio publicitario de ‘producido por…’. ¿Hasta donde llegar el control sobre el material objeto de una nueva aventura fílmica? ¿Hasta donde las credenciales de productor de Wan alcanzan para que la película que estamos a punto de ver sea una medianamente digna? Fíjense lo que ocurriera con los subsiguientes capítulos de “Saw / El Juego del Miedo” (su original data de 2004) y tendrán una fehaciente muestra al respecto… Si el caso real en el que se basa la historia (el infame expediente Warren) se convirtiera en un ejercicio del género del terror francamente perturbador a su estreno, en 2013, ínfima capacidad de sugestión posee la presente propuesta. Mientras la idea original de Wan se caracterizaba por su precisa creación de atmósferas para causar genuino pavor, esta insufrible secuela pierde rápidamente el rumbo creativo para convertirse en una suma de clichés que rozan el absurdo. Donde hay ridículo, no hay temor. El culto al escalofrío devino en caricaturizado pasatiempo. Poco pueden a ser los efectivos Patrick Wilson y Vera Farmiga, encarnando a la sufrida pareja de demonólogos. El terror religioso tira de la cuerda de su agotada inventiva por enésima vez, bebiendo de las fértiles fuentes alguna vez instauradas por gemas como “El Exorcista” (1973) o “La Profecía” (1976). Cuando el mal se vuelve sobrenatural y su raíz es imposible de extirpar, Michael Chaves olvida sus talentos en una de las vitrinas cubiertas de moho del Museo Warren. “El Conjuro 3” es una película inexplicable. Y no hay exorcismo que pueda curarla. En tiempos donde el cine de terror satánico atesta la cartelera de títulos deficientes -la comercial “Ruega por Nosotros” o la nacional “La Funeraria”-, resulta necesariamente recomendable confesar un pecado mortal para todo cineasta: la mediocridad. Perdónalos padre…