Quimeras del corazón. A pesar de que la obsesión de los franceses con Alfred Hitchcock es por demás conocida y el mundillo cinéfilo galo nunca ha dejado pasar ni una oportunidad para revalidar su cariño hacia el británico, lo cierto es que tantas palabras de admiración casi nunca derivaron en películas concretas que respeten aquella estructura tradicional y a la vez incluyan algún pormenor novedoso o hasta representativo del director de turno (quizás la mejor manera de homenajear al maestro). Salvo excepciones históricas como Jean-Pierre Melville o Henri-Georges Clouzot, gran parte de la Nouvelle Vague y sus hijos pródigos demostraron una triste ineptitud en este apartado, debiendo contentarse con anomalías como Claude Chabrol. Por supuesto que todo lo anterior no deshabilita que continúen porfiando en el terreno del suspenso clasicista con vistas a redondear esa ofrenda que definitivamente sienten que se le debe al inglés: hoy el presente opus de Mathieu Amalric se suma a la larga lista de intentos fallidos. El Cuarto Azul (La Chambre Bleue, 2014) no es para nada sutil en lo que respecta a su linaje, comenzando por una apertura con una pareja ilícita a la Psicosis (Psycho, 1960), un interrogatorio policial similar al detallismo de El Hombre Equivocado (The Wrong Man, 1956), una vuelta de tuerca que recuerda a Extraños en un Tren (Strangers on a Train, 1951) y una banda sonora intrusiva que calca a la de Bernard Herrmann de Vertigo (1958). Con semejante cantidad de referencias, poco importa que la propuesta esté basada en una novela de Georges Simenon ya que el realizador y guionista vuelca la faena hacia el respeto profesional liso y llano. Una decisión narrativa acertada es la de combinar la interpelación de las autoridades a Julien Gahyde (de nuevo Amalric), un empresario, padre de familia y sospechoso de asesinato, con los flashbacks de los encuentros con su amante Esther Despierre (Stéphanie Cléau) y de los momentos previos al descubrimiento del crimen. Lamentablemente el francés abusa de esta estrategia a lo largo de 76 minutos que a veces se tornan bastante pesados en función de un “estribillo” formal que ocupa casi todo el metraje. Lo verdaderamente curioso detrás del convite, más allá del hecho de jugar con el misterio de la identidad del o los difuntos, es el desenlace ensoñado vinculado al juicio propiamente dicho, una secuencia en la que Amalric trabaja muy bien el declive psicológico del protagonista vía su pasividad, las miradas efímeras, los cuchicheos, cierta euforia contenida y un montaje entrecortado de los distintos testimonios a favor o en contra. Aun así, esos últimos instantes no compensan los problemas de este retrato de las quimeras del corazón y el clásico “amour fou” de los galos: toda aquella efusividad de Tournée (2010), el film anterior del cineasta, se transformó en una oda loable pero errática al querido Hitchcock…
Hitchcock según Amalric. El director de la provocativa Tournée se aferró a este proyecto personal que surgió a partir de la novela del belga Georges Simenon y el cine del maestro del suspenso. Estamos ante un film minimalista, cuyos primeros planos remiten a una sensación de encierro, pasión y desconcierto dentro del denominado “cuarto azul” al que hace referencia el título. El cine de Amalric como director viene de la mano del Amalric actor. El ego tiene un importante lugar en sus interpretaciones bajo esta dupla laboral. Sus protagónicos son hechos a medida, no derivan en esfuerzos actorales extremos ni lo dejan mal parado. Amalric es el dueño del circo. El cuarto azul es aquel que sirve como espacio para los encuentros extramatrimoniales de ambos protagonistas, Julien y Esther. Compañeros de colegio, desatan algo que no consumaron en su pasado y de lo que carecen con sus respectivas parejas: una pasión descontrolada. La trama se intensifica al cambiar el eje hacia el género policial. Así el film muta desde el desarrollo de una convencional historia de amor hacia un sinfín de interrogatorios sobre un misterioso asesinato. Por ser promocionada como un thriller erótico, El Cuarto Azul mínimamente debería tener una escena de sexo comprometida para respetar dicha clasificación. Por el contrario, apenas cuenta con un desnudo frontal de Amalric que no lo beneficia mucho y la escena inicial con muchos planos cortos recorriendo el cuerpo de los amantes. En la búsqueda por identificarse con el cine del maestro del suspenso, Amalric ni siquiera lo logra con la utilización musical de una banda sonora con reminiscencias inmediatas a trabajos de Bernard Herrmann, compositor fetiche de Alfred Hitchcock.
Recordar la fantasía Esta pequeña y potente trama de misterio de Mathieu Amalric pone en juego los recursos del relato cinematográfico en toda su esencia. Una pequeña pieza de relojería –dura 75 minutos- que atará cabos mediante detalles, signos visuales y demás vueltas de la trama. El cuarto azul (La chambre bleue, 2014) se centra en un cuarto de Hôtel des Voyageurs donde Julien (Mathieu Amalric) y su amante (Léa Drucker) mantienen una fogosa relación a diario. Aquello que sucede en esa habitación excede lo racional: la exaltación domina el momento. Los encuentros se disuelven, Julien vuelve con su familia y recibe cartas con extraños mensajes ¿Qué sucedió en entre esas paredes? La trama policial se adueña de la escena y subvierte los límites legales. Amalric dirige luego de Tournèe (2010), esta película que supo participar en el último Festival de Cannes, pasando por nuestro Mar del Plata, cómo el film de género bien desarrollado y mejor articulado del evento. En todo policial los elementos de la puesta en escena son claves para derivar la trama hacia otros destinos y el director, que supo ser villano de James Bond en Quantum of Solace (2008), maneja los hilos con maestría. En la estructura del género como en la película, el flashback es la forma narrativa para explicar los sucesos acontecidos que procedieron al crimen. Amalric enlaza con elementos visuales y sonoros ambos tiempos, presente y pasado, para explorar la memoria racional atravesada por un profundo estado emocional, como lo es la intensa relación de los personajes. En ese juego indaga acerca del sentido del cuarto ¿espacio de liberación o de encierro? ¿La pasión libera o presiona al sujeto que la experimenta? El cuarto azul no será una obra que trascienda en la historia, pero exige la concentración y el deleite del espectador por los oscuros deseos que el amor y la pasión llevados al extremo, puedan generar.
De amor, de locura y de muerte Desde hace ya muchos años sabemos que Mathieu Amalric es uno de los mejores actores del cine francés, pero con el tiempo también vamos comprobando que se trata de uno de los realizadores más valiosos en actividad. Tras Tournée (2010), que le había valido el premio a Mejor Director en la Competencia Oficial de Cannes, estrenó en la edición del año último del mismo festival esta moderna y creativa relectura del clásico literario publicado en 1964 por el mítico Georges Simenon. Lo que en principio parece ser un ego-trip con regodeo exhibicionista de sexo y cuerpos desnudos entre Julien (Amalric) y su amante Esther (Stephanie Cleau) deviene luego en un intrincado caso con posibles asesinatos, un largo testimonio ante la policía y juicio incluido que va y viene en el tiempo en una compleja estructura que el realizador despliega con precisión, sensibilidad y fluidez, haciendo palpable aquella pasión en contraposición de la frialdad del implacable sistema que los condena. Premiado como mejor director en el último Festival de Mar del Plata, Amalric ofrece un rompecabezas psicológico-judicial que en un principio puede parecer algo intrincado, pero con sus múltiples hallazgos visuales, narrativos y actorales ratifica que, en su doble rol de realizador y actor, estamos en presencia de un artista que tiene muy en claro qué decir y cómo hacerlo.
El talentoso Mathiew Almaric, protagonista, director y guionista del film, deconstruye la novela de George Simenon y la intriga policial no se diluye, se reinventa a tal punto que el espectador está en vilo del principio al fin. Pero además, el acento está puesto en la comunicación de una pareja, en el significado de la vida y el contarla, en los compromisos de uno, que no son para el otro.Y recién en la mitad del film se sabe de qué se acusa a ese hombre que se dejó llevar por la pasión y pensó que podía dejarla de lado. Y lo que se supone es capaz una mujer aferrada a una promesa. Y por sobre todo, la tergiversación, el rumor, la curiosidad morbosa. Bien filmada, mejor actuada, un poco enredada, fascinante la mayor parte del tiempo
Los dos sentidos de la pasión El sexto film del francés Mathieu Amalric como cineasta es una puesta en extremo de cualquier historia de amor, en donde el punto de partida es siempre un deseo fuera de control y el final inevitablemente remite a la muerte. El nuevo trabajo como director de quien tal vez sea en la actualidad el más destacado actor del cine francés, Mathieu Amalric, es una película acerca de la pasión, dicho esto en los dos grandes sentidos en que esa palabra suele ser definida. Es decir, en El cuarto azul por un lado se pone en escena el deseo ardiente e incontrolable que surge entre dos personas (“inclinación muy viva de una persona hacia otra”, indica con más mesura una vieja edición del Pequeño Larousse), pero también la pasión entendida al modo cristiano, como aquella sucesión de tormentos que anteceden a la muerte. De hecho, la estructura del relato consiste en recorrer narrativamente el camino que va de una idea a la otra, en lo que tal vez sea un intento por comprender por qué misterioso capricho del lenguaje es posible que esos dos extremos convivan dentro de una misma palabra. Y, de manera más romántica, por qué una cosa suele desembocar en la otra, aparentemente de manera irremediable. A su manera, El cuarto azul es una puesta en extremo de cualquier historia de amor, en donde el punto de partida es siempre un deseo fuera de control y el final, inevitablemente remite a la muerte.Una de las decisiones más interesantes que toman Amalric y Stéphanie Cléau como guionistas (ambos también se encargan de interpretar a la pareja protagónica), es la de contar ambas versiones de la pasión en forma paralela. La primera escena de la película corresponde al registro de una escena de amor clandestino entre Julien y Esther en un hotel del pueblo en el que viven. Ambos están casados pero, claro, no entre sí. Ella es la esposa del farmacéutico del lugar y él ha formado una familia que podría ser perfecta con Delphine, una mujer amable y dócil con la que comparte una pequeña hija. Al contrario de Delphine, de expresiones amorosas contenidas y dueña de esa belleza elegante pero fría con la que suele estereotiparse a algunas francesas, Esther es calculadora y tiene la sangre caliente: ella representa para Julien la pérdida del control. Porque si en su casa es él quien gobierna el devenir del relato familiar, en el cuarto azul del hotel donde se juntan con regularidad la que manda es Esther. Que ese primer encuentro de sexo apasionado termine con ella mordiendo y haciéndole sangrar el labio a Julien, le confiere al comienzo de la historia una carga simbólica determinante, que define cuáles son los roles que cada uno de ellos ocupa en esta pareja y en esta historia.La siguiente escena muestra a Julien en una dependencia judicial, en donde se encuentra en carácter de detenido, contándole a un juez los detalles de su vínculo con Esther. Amalric se sirve de esta estructura bífida del relato para mostrar a Julien como un hombre partido en varias mitades, debatiéndose entre dos mujeres, entre dos formas de vivir el amor, tironeado entre lo previsible de una vida tabulada y la constante aventura de una existencia paralela, pero también entre dos destinos posibles. Curiosamente, a medida que ambas líneas del relato comiencen a confluir, se hará cada vez más evidente que esa dicotomía tal vez no sea tal y que, elija lo que elija, quizá no haya posibilidad de que las cosas pudieran terminar bien para Julien.El cuarto azul representa un salto interesante para Amalric como director. Su película anterior, Tournée, aun moviéndose dentro de un ambiente de cierta sordidez como el de los espectáculos de burlesque, era sobre todo lúdica y festiva, una oda de alegría a la vida bien vivida incluso en los peores momentos, pero acá todo es distinto. Casi opuesto. Donde antes había color, ahora no hay sino tonos de grises, y el único detalle cromático que se destaca es el ocasional, pero definitivo, rojo de la sangre. Y, claro, el azul de ese cuarto de hotel en donde Julien y Esther se juntan para amarse sin límites, que tiene su correlato en el empapelado del tribunal en donde se desarrolla el acto final de la película. Dos pasiones unidas por un mismo color.
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Pasión y crimen, con estilo y talento Mathieu Amalric, actor fundamental del cine francés -y no sólo- desde la década del 90, ha trabajado con muchos grandes directores, como por ejemplo Arnaud Desplechin, Olivier Assayas, Roman Polanski, Julian Schnabel y Wes Anderson. Incluso fue el villano de una Bond, Quantum of Solace. Amalric también ha desarrollado una carrera como director y su tercer largometraje, la imprescindible Tournée, tuvo estreno local. El cuarto azul, que también protagonizó y coescribió -basado en una obra de Simenon-, es un policial estrenado en Cannes el año último, y es un film a contracorriente. Es un relato de una brevedad asombrosa: apenas una hora y cuarto para contar una historia de amor -o de pasión-, para recuperar el drama burgués -francés- de provincias y para desarrollar con precisión una investigación criminal. Película de narración múltiple, parte del encuentro de dos amantes para pasar velozmente a las preguntas policiales y judiciales, en un ida y vuelta temporal que nunca resigna claridad, rasgo que no necesariamente indica cierre, conclusión, resolución. Amalric pone en escena el amor, la pasión, el cuidado, la desconfianza, el resentimiento, el odio, la vergüenza y la resignación con sobriedad y contundencia estilística. Detrás de su capacidad de síntesis y del disfraz de la modestia que la acompaña, El cuarto azul es una película de una notable ambición en su consistencia visual: en un formato casi cuadrado (el 1:33, el "académico", casi en desuso), Amalric encierra a los personajes -sobre todo al suyo- y dispone líneas verticales que reencuadran y recortan lo que vemos y lo que ven los personajes. Ventanas, ventanillas, persianas, puertas, columnas, calles estrechas; son formas que se repiten, motivos visuales que ayudan a sumar un aire de homogeneidad a la solidez y a la sordidez de este cuento francés hecho con colores que se establecen de forma estratégica. El rojo de la sangre y de la mermelada, el azul del cuarto y el blanco de la luz que transparenta, que deja ver con claridad aquello que el narrador nos permite. La nitidez del ambiente evidencia, también, la infranqueable opacidad de estos personajes y este relato que impone su conexión con una zona del cine de Claude Chabrol (de hecho, ha ganado el premio Chabrol 2015, instituido luego de su muerte). En la comparación, claro, El cuarto azul nos lleva a pensar en cuánta más maldad zumbona habría agregado Chabrol a las peripecias de estos amantes. Hasta la podría haber llamado -socarronamente- "el vendedor de maquinaria agrícola y la farmacéutica".
Hipnótica, sensual, atrapante Puede verse como un thriller judicial -algo sucedió y se realiza una investigación policial-, pero ésta sería la manera menos disfrutable. Sensualidad, intriga, complejidad, pecado, hipnotismo, concentración, contrastes: de todo ello hay en El cuarto azul, un thriller con sexo, crimen y sangre, obviamente, pero que escapa a la frialdad con que los compatriotas de Mathieu Amalric suelen contar este tipo de relatos. Amalric se toma el trabajo, y luego lo traslada al espectador, de pensar un thriller, descontracturarlo, alterar el orden cronológico, dar pistas y obligar a pensar -o mejor a imaginar- qué es lo que en verdad sucedió en este cuarto azul en el que la lujuria, el deseo y la desesperación se aúnan entre la fatalidad y, si cabe, la satisfacción. El cuarto azul puede verse como un thriller judicial -algo sucedió y se realiza una investigación policial-, pero ésta sería la manera menos disfrutable. La primera vez que vemos a Julien (el propio Amalric) está pasándola excelente, de manera desenfrenada con una mujer. Luego descubriremos que son amantes. Y más tarde Juien será acosado por un juez, a partir de una autopsia. Basada en la novela de Georges Simenon publicada en 1964, la película transcurre en el presente por lo que luce aggiornada, y, si bien es breve -dura escasos 76 minutos y uno quiere que siga, y siga-, ofrece suficientes pistas y contrapistas, marchas y contramarchas para mantenernos ocupados y, como decíamos, concentrados para no perder detalle. El cuarto azul es la invitación a un viaje por la atribulada mente de Julien, como una odisea o pesadilla, donde la libertad de pensar, de creer y de ser se amalgaman en un personaje que sufre y vive ante nuestra bienvenida confusión. Gracias a Amalric por permitirnos ingresar a este laberinto en el que la música, la iluminación y las actuaciones, de él, de su pareja en la realidad y amante en la ficción, Stéphanie Cléau, y de Léa Drucker (su esposa en el filme) suman y propician toda una experiencia. El cine francés no suele permitirse estos arrebatos, y ni qué hablar del hollywoodense. Anímese y disfrute. A Julien parecía que no le había ido tan mal. ¿O sí?
Un relato signado por la duda y la inestabilidad constante A partir de un personaje que está atormentado se cuenta una historia fragmentada. La adaptación de la novela de Georges Simenon podría haber sido un thriller judicial, pero Mathieu Amalric (cuyo último trabajo detrás de cámara fue la deliciosa Tournée en 2010) se decide por un complejo puzzle, que comienza con una pareja en un momento casi de ensueño, imágenes fragmentadas de los cuerpos, música evocadora, el desenfreno y el diálogo entre amantes, para después mostrar a Julien (el propio Amalric) frente a la policía, perplejo, ausente frente a un interrogatorio que busca desentrañar un asesinato y el hombre que atina a decir una línea decisiva: "la vida es diferente cuando la vives que cuando la cuentas después". Ese es el punto central de La habitación azul; desde ese lugar el realizador –Astor de Plata al Mejor Director en la última edición del festival del Mar del Plata– se plantea cómo contar un crimen pero sobre todo la vida de un personaje atormentado, entonces la historia está fracturada con muchos flashback, sonidos que no se corresponden con el tiempo y el espacio que se desarrolla en la pantalla, imágenes superpuestas, diferentes perspectivas y sí, Hitchcock pero también la nouvelle vague revisitada. Y no es París ni ninguna otra metrópoli gigantesca, sino que se trata de una ciudad de provincias, un ambiente que oprime a los personajes, él como ejecutivo de una empresa agrícola, Esther (Stéphanie Cléau, coguionista del film y pareja del director) como farmacéutica. Las pruebas en el proceso judicial chocan con los recuerdos o lo que se ajusta a la visión de las cosas de Julien en relación a su amante, pero también a su vida familiar con Delphine (Léa Drucker), su hija, y el interrogante sobre su propia naturaleza, que niega una vida plena frente a la pulsión del sexo extraconyugal, o la infidelidad como vía de escape a esa felicidad estable que se le antoja una condena. La duda recorre todo el relato y refleja no solo la cuestión sobre quién cometió el crimen sino que sobre todo, da cuenta de la inestabilidad del acusado, el protagonista en el banquillo para rendir cuentas a la sociedad a través del sistema judicial y a su propio sistema de valores, puestos en crisis y a un paso del quiebre y la locura. La visión es unidireccional y está orientada pura y únicamente a bucear las razones, los deseos y la ambivalencia de Julien, y para eso la película exige un espectador activo y dispuesto a reconstruir toda la historia. Aunque el final llega abierto, demuestra que las conclusiones son apresuradas y se impone la revisión de todo lo visto.
Atrapa perturbadora adaptación de Simenon. A veces, para no arruinar un buen momento, o tan sólo para que la mujer no lo siga fastidiando, el hombre es capaz de decir cualquier cosa, sin pensar en las posibles consecuencias. Así es como muchos terminaron casados. O cazados. Lo primero que acá vemos es una escena pasional. Lo segundo, una escena policial. Todo a causa de un malentendido que ahora puede continuar en la Corte. Incluso puede agravarse. La historia transcurre en un pueblo del Sarthe, cerca de Le Mans, donde corren los autos más veloces. También la relación entre los dos personajes protagónicos corre veloz, después de largos años sin verse. La mujer está decidida a recuperar el tiempo perdido. El hombre está perdido. Es un simple concesionario de maquinaria agrícola hambriento de sexo, rodeado con brazos y piernas por una amante que entiende las cosas a su gusto y actúa en consecuencia. La esposa y la hija ignoran la doble vida del hombre de la casa y creen que está todo bien, dentro de lo que cabe. Quizá también el marido de la mujer crea que está todo bien. El juez de instrucción terminará sacando conclusiones. Ciertas o erróneas, eso lo tendrá que decir el espectador (si su esposa lo deja). De la trama, no corresponde contar más. Esta es una de esas historias que enganchan al público y lo tienen cada vez más agarrado, y en partes también asustado. Película breve, de apenas 76 minutos, pero intensa, precisa, perturbadora. Y erótica. Alternando los tiempos, asistimos simultáneamente a la historia pasional, la intriga policial y el drama judicial. Cada parte ilumina las otras, y hace el conjunto más terrible. La fotografía, y la sensualidad de ciertas escenas, lo hacen más atractivo. Las actuaciones son excelentes, incluyendo los intérpretes secundarios como el juez que compone Laurent Poitrenaux con todo detalle. Dato interesante: la pareja de amantes en la ficción está casada en la vida real, se trata del excelente actor cara de loco Mathieu Amalric ("La escafandra y la mariposa", "007: Quantum of Solace", "Tournée", etc.), y su esposa, más alta que él, Stéphanie Cléau. Además son los autores del guión. Y él dirige. Más interesante: la historia adapta una novela corta del gran autor de policiales Georges Simenon, buenísima. Ya otra gente la había llevado al cine en 2002 como "La habitación azul" (Walter Doehner, con Juan Manuel Bernal y Patricia Llaca, producción mexicana), pero lo único bueno que tenía era el ronroneo de la protagonista. La versión que ahora vemos es enteramente buena.
Un dilema entre el deber y la pasión El actor-director Mathieu Amalric toma como referencia la novela "La habitación azul", del famoso escritor belga de ficciones policíacas George Simenon, para construir un thriller donde convive un tono sensual, frio y fatalista que guarda innegables semejanzas con el cine de Chabrol. Un hombre y una mujer en una habitación de hotel, en una relación secreta, dan comienzo a un thriller romántico atravesado por los aires del clásico film noir, donde no falta la femme fatale, un caso policial, un presunto culpable, un amor imposible y una rigurosa reconstrucción de los hechos. Desde su aspecto cuadrado -rodada en formato 1:1.33-, la música como principal vehículo de evocación y la maravillosa fotografía que le imprime un tono frío que perturba, Amalric va construyendo el relato mediante flasbacks entre los interrogatorios judiciales del presunto asesino y la rutinaria reconstrucción de los hechos, haciendo hincapié en los detalles -Un labio mordido, una toalla en el balcón o una caja con dulces, entre otros.- y centrándose más en el móvil psicológico de los personajes. Desde la mirada de un acorralado y misterioso Julien, interpretado a la perfección por el propio Amalric, que ha sido víctima de su deseos encontrados y preso de las garras de la femme fatale, el relato va soltando la información, breve, pausada y mordazmente reconstruyendo los acontecimientos hasta un desenlace que invita a revisar los detalles para reajustar nuestro propio final. Mathieu Amalric llena de contrastes su acorralado personaje provocando nuestra duda, mientras que el obsesivo perfil de Esther, interpretada por Stéphanie Cléau, cumple todos los requisitos de astuta femme fatale obsesionada por el sueño de una vida nueva. Cimentado en una estética y formalismo característico del film noir y con un halo de misterio que se sostiene hasta el final, El cuarto azul rescata aquella visión del policial en el que los crímenes más extraordinarios pueden surgir de la rutina más cotidiana y trivial.
Desear para morir El actor y director Mathieu Amalric elige la adaptación de un policial del escritor belga Georges Simenon para desarrollar una trama minimalista que expone las consecuencias de un amor apasionado y clandestino que se conecta con dos muertes dudosas de allegados a los amantes. A Mathiue Amalric no le interesa en El cuarto azul develar el misterio y la verdad de los hechos más que desde lo anecdótico para reconstruir a partir de flashbacks y declaraciones policiales o ante el juez la relación secreta de estos dos personajes, para quienes varios encuentros secretos se convierten en una cadena de acontecimientos mucho más peligrosos pero dotados de intensidad. La fragmentación así como la austeridad en la puesta en escena es una de las claves para que el relato no se estanque en un recuento sumario de situaciones normales dentro de los parámetros de toda relación, entre amantes, dominadas por el fuego de la pasión y en la que tampoco queda de lado el juego de seducción y manipulación a la hora de conocerse la verdad. El cuarto azul también permite una lectura cinéfila al encontrar no desde la superficie narrativa, sino un poco más profundo, la marca registrada del suspenso del maestro inglés Sir. Alfred Hitchcock, tanto en lo que hace al avance de la historia como a la atmósfera creada de una banda de sonido omnipresente, característica de muchas de las grandes obras del cineasta británico.
Palabras que matan y amores que duelen Mathieu Almaric (“Tournee”, “La escafandra y la mariposa”) es una de las figuras más altas del cine francés. Sus filmes aportaron intensidad, vitalidad y vuelo. Aquí, parte de una novela de George Simenon para hablarnos de Esther, dueña de una farmacia y Julien, un empresario. Son amantes. Los dos están casados. Pero será ella, con su afán posesivo y su amor incontrolable, la que irá definiendo el rumbo y el tono de la relación. Lo besa, lo rodea, lo atrae y lo muerde. Y esa forma de marcarlo será el símbolo de este amor enfermizo y riesgoso, que deja en un segundo plano a los cónyuges engañados: un marido enfermo y una esposa que prefiere mirar para otro lado. La secuencia del comienzo subraya los contrastes: después de esa apasionada escena de sexo, aparece el interrogatorio por un crimen. ¿Qué pasó? Esther, una obsesiva que toma cada palabra como un pacto, sueña con un Julien para ella sola. Pero él le explicará al juez que en la cama y en esos momentos lo que se diga no tiene un valor condenatorio. Esther es literal y quiere traducir en hechos lo que sólo son palabras: pero, “la vida es diferente cuando la vives que cuando la cuentas después” dice un Julien solo y culposo que, al final, ya sin nadie, sólo puede refugiarse en el odio. Es un filme sobre los cuerpos sinceros y las palabras (las dichas, las olvidadas, las que están en las cartas) dudosas. Una propuesta interesante, pero fría y puntillosa. Lejos del mejor cine de Amalric. Es una lástima, porque daba para más esta desdichada historia de pasión, traición y muerte.
La ley del deseo Parece ser que tuvo que llegar este enorme actor para lograr la adaptación de esta novela de Georges Simenon. Y el resultado no defrauda. La película nos mete de lleno, sin preparación, en un torbellino de imágenes sensuales, de cuerpos transpirados, de fragmentos que pertenecen a diferentes tramos de la historia. Es una buena decisión, puesto que la falta de linealidad en el relato y el continuo vaivén temporal se corresponden con la perturbación que le provoca al protagonista su imponente (y más alta) amante interpretada por Stéphanie Cléau, una especie de femme fatale del polar francés. Pero no es sólo eso. El caos inicial a base de destellos visuales mostrados desde diferentes ángulos dice algo más: así como no existen palabras que den cuenta de situaciones pasionales incontrolables, tampoco hay imágenes claras, completas o que confluyan en un equilibrio ordenado. De allí, el frenesí inicial que nos mantiene en vilo. El único espacio íntegro, pero en apariencia, es el burgués, el familiar; como contrapartida, el cuarto azul -al que alude el título- es de aquellos lugares donde la fantasía intenta plasmarse a partir de besos, caricias, mordidas, sexo sin límites. Cada uno de ellos, con sus respectivas cargas simbólicas, estará vinculado con las protagonistas femeninas. Se trata de la ley del deseo, de cómo manejar los impulsos más allá de cualquier razón posible. Ese amor intenso se transformará en fou y derivará en una segunda parte más reposada pero no menos interesante, con testimonios cruzados, contradicciones y dilemas éticos. Es que, lejos de inmiscuirse únicamente en la mera mostración de cuerpos con poses calculadas, Amalric integra la tortuosa y placentera relación en un rompecabezas judicial que suma otras aristas para insistir sobre la idea de que la verdad siempre será una construcción discursiva en relación directa con la experiencia. Del mismo modo que no hay palabras para referir el deseo, también se pierden ante la pretensión del conocimiento absoluto de los hechos. El resto, ya es terreno siempre difuso. Tal vez, la brevedad del film se vincule con todo aquello que no se dice y que constituye un material más vasto que el que vemos en apenas una hora y cuarto enérgica. Como buen exponente de una tradición ligada a maestros como Chabrol, Amalric deja en un segundo plano la lógica de los enigmas por resolver y cede el paso a las relaciones humanas, a lo que se esconde detrás de rostros gélidos y ambiguos en sus miradas. Un perfecto manejo del timing narrativo y el sostén de atmósferas incómodas hacen de El cuarto azul un film atendible y disfrutable. Y por supuesto, está Amalric, un actor que no necesita hacer psicología con gritos para que sepamos de su interior.
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Amor, pasión, engaños y crimen. En la primera secuencia vemos a un hombre y a una mujer despojados de todo, porque se encuentran totalmente desnudos, solo se escuchan murmullos, gemidos, cuerpos transpirados, hasta una gota de sangre, también hay una cuota de un salvajismo moderado, luego del acto sexual apenas intercalan unas palabras. Hasta el toallón rojo colgado en la ventana indica la pasión ardiente de estos cuerpos y todo sucede en una habitación azul de hotel que da nombre a la historia. A medida que van transcurriendo los minutos nos vamos metiendo en la intimidad de esta dos personas, el director y guionista quien además actúa en ella sabe como ubicar la cámara e ir creando y generando distintos climas, le va dando vital importancia a lo que está relatando, como así también al flashback encadenado de forma brillante que exige una elevada atención por parte del espectador. En esta pareja de amantes ambos se encuentran casados, ellos son: Julien Gahyde (Mathieu Amalric) casado con Delphine Gahyde (Léa Drucker) y tienen una hija Suzanne Gahyde (Mona Jaffart), trabaja como director en una pequeña empresa agrícola y la amante es Esther Despierre (Stéphanie Cléau, es la pareja del director en la vida real y coguionista de la obra), está casada con Nicolás quien se encuentra muy delicado de salud, ella trabaja en una farmacia en un pequeño pueblo y como dice el dicho pueblo chico infierno grande. Y como en cualquier lugar están los chismosos de la farmacia, bares, comercio, entre otros lugares. Mucha intriga, suspenso e intensidad llegan con la muerte. Un juicio, el interrogatorio para llegar a la verdad y temas profundos, psicológicos entre amor y odio, el pecado de la tentación extraconyugal, irresistible atracción sexual y situaciones claustrofóbicas. Cuenta con una gran estética, su desarrollo va resultando fascinante, con dosis de magnetismo, acompaña la música, estupenda la fotografía de Christophe Beaucarne que ofrece mucho a su desarrollo, por momentos su ritmo es veloz y también pausado. Estupenda actuación de Mathieu Amalric quien además protagonizó y coescribió la novela. El resto del elenco se desempeña correctamente.
El revés de una exasperante trama Con Mathieu Almaric como director, co-guionista y actor junto a Stephanie Cleau, basada en una novela de George Simenon, la película apuesta a captar la atención a partir de la memoria y sus confusiones, sobre una historia de amor. En calibrados y suspendidos setenta y seis minutos de El cuarto azul, tras los pasos de una tensionante novela, la mirada agazapada de un narrador nos propone internarnos en una historia que se juega desde diferentes temporalidades y que apela a nosotros, indicándonos que permanezcamos atentos, con los ojos abiertos, dispuestos a participar de una intrigante trama que subraya el ejercicio de la memoria. Sí, de una memoria que por momentos acusa confusión, la del propio personaje, que se traduce en una mirada dirigida hacia un momento de una arrojada historia de amor, de una clandestina cita que se juega entre las paredes de un hotel de provincia; sí, de una habitación que envuelve a este hombre y a esta mujer, en sus continuas citas, en el reflejo lumínico del azul de sus paredes. Una quietud que deja escuchar el sonido de unas palabras, de algunas preguntas que flotan en esa atmósfera azul que deja entrever dos cuerpos en su plena desnudez, de voces susurrantes, heridas ahora por una gota de sangre; huella intensa y profunda de un gesto desbordado de plenitud y éxtasis. Y al mismo tiempo, tal vez, de un presagio..., de algo que va a acontecer. A la manera de un film de Chabrol, por su creciente suspense, de algún film de Francois Truffaut en relación con la entrega amorosa sin conocer los límites, en esa aparente quietud de un pueblo de provincia, el film de Mathieu Almaric va abriéndose en círculos hipnóticos hacia nosotros, desde ciertos indicios que en su fragmentariedad pueblan de interrogantes nuestra figura de espectador. Desde una narración que ahonda en sus fisuras, que deja al descubierto las grietas de un vínculo, asoman en la escena cotidiana el desconcierto, los rumores del vecindario, los prejuicios, los interrogatorios que se abren en una pequeña seccional de policía, primero; en una sala de juzgado, después. Tal como -recuerdo- ocurría, en parte, en aquel excepcional film de principios de los ochenta de Claude Miller, Ciudadano bajo vigilancia (Garde a vue), interpretado magistralmente por Michel Serrault, Romy Schneider, Lino Ventura y Guy Marchand. Admirable su labor como actor e igualmente como director, Mathieu Almaric, nacido un 25 de octubre de 1965 (lo que se certifica en el film al componer a su personaje), logra junto a su co guionista y compañera en su vida, Stephanie Cleau, escenificar una movilizadora historia del pendular de una trama que se mueve entre lo que se cree que se ha vivido y en su narración posterior. En ese juego ambiguo de la memoria, más allá de creer que todo debería cerrar, es donde se comienza a fijar nuestra atención, de manera oscilante, hasta descubrir ese ángulo de fuga por donde vuelven a asomar aquellas primeras palabras que abren este subyugante e imantado film. Tras su destacada labor en el último film de Roman Polanski, La venus de las pieles, en el que Mathieu Almaric actúa junto a la esposa del director, Emmanuelle Seigner; ahora en su carácter de co guionista, realizador y actor, pasamos a estar nuevamente frente a una historia claustrofóbica que sólo presenta algunos pasajes recortados en el espacio exterior. Y que deja liberar los recuerdos de tiempos fusionados, a través del inmenso trabajo del montaje en manos de Francois Gedigier, quien participó desde esta misma labor en los tan recomedables films La reina Margot, Intimidad, Gabrielle y Persecución, las cuatro de Patrice Chereau; Bailarina en la oscuridad, de Lars Von Trier; Home, de Ursula Meier y de las no estrenadas Pasion, de Brian De Palma y Ontheroad de Walter Salles, entre otras. El film recoge las voces de tantos otros films basados en el escritor Georges Simenon, nacido en 1903 y fallecido en el 89. Autor de una vastísima obra literaria, gran parte de sus historias con el Inspector Maigret pasaron tanto al cine como a la tevé. Pero este Simenon no es el del detective que ha logrado reunir a tantos seguidores y entusiastas. Si no, en tal caso, esta historia se puede conectar con la de El gato, de Pierre Granier Deferre; film del 71 que logró reunir a los siempre recordados Simone Signoret y Jean Gabin. Como asimismo, el Simenon que nos sale al cruce es el de La noche es mi enemiga, de Patrice Leconte y el de Luces rojas, de Cedric Kahn. Obra que cautiva y nos atrapa, por su acentuado diseño obsesivo, El cuarto azul invita a reconstruir los posibles hechos que pudieron haber sido desde la palabra, sus voces en off, los planos detalles, objetos, cartas. En este fluir de los discursos se trata de intuir y reconocer el revés de una exasperante trama.
Un hombre revive su pasado de infidelidades mientras hace lo posible para no terminar preso. Todo tiempo pasado fue mejor Julien es un hombre de familia. Tiene una hermosa esposa, una hija a la que ama, un trabajo que va en subida, una casa lujosa y una vida relajada. O eso nos enteramos mientras recuerda su pasado al mismo tiempo que es enjuiciado por algo que aun no sabemos que hizo. Trampa a la francesa Tengo que serles sincero, cuando entre a la sala a ver esta película sabia poco y nada de la trama. Solo que era un film francés, lo cual no me decía mucho porque no es el cine que más consumo; pero también me llamo la atención que el director es el propio protagonista, Mathieu Amalric; más conocido por estos lares en su rol de actor que de director. Cuesta un poco hacer esta reseña, porque estamos ante uno de esos films donde el grueso de la trama pasa a modo de flashbacks donde el protagonista va contando de a poco que fue lo que lo llevo a su situación actual (en este caso, por ser enjuiciado); por lo que cualquier palabra o información de mas podría ser un spoiler. Así que me voy a centrar en la dirección de Amalric, que sencillamente me pareció brillante. Digno del país donde nació, cada encuadre y plano suyo derrocha estilo y personalidad, lejos de poner la cámara en planos medios y ya. Para aquellos que les gusta el cine donde el encuadre está pensado antes que la acción que pasa en el, esta película es para ustedes. Una lástima que no logre hacer cuajar su gran dirección con la utilización de la música. Y es que esta, debe ser un complemento, no robarle protagonismo. Peor aún es cuando se la usa innecesariamente para potenciar algo que ya de por si tiene suficiente fuerza en la pantalla a nivel visual. Por suerte esta vez el guión también acompaña, construyendo el relato de a poco, y llevando al espectador a conocer la verdad de lo que en realidad pasó, sin juzgar a los personajes, solo contando los hechos. Así es como también mezcla el thriller con drama casi de forma natural. Quizás lo más flojo, o genérico, resultan las actuaciones, cumpliendo sin más, y no sabiendo sacarle provecho al relato y la dirección que tenía la película. Solo destaco algunos momentos particulares de la hermosa Stephanie Cleau. Conclusión El Cuarto Azul es un buen thriller, sustentado principalmente en su muy buena dirección y un sólido trabajo de guión que jamás se vuelve complejo entre sus saltos del presente al pasado. Es una pena que esta película sea estrenada en épocas de Rápidos y Furiosos o Vengadores, ya que va a pasar totalmente desapercibida para el público en general.
Infierno chico Conocido por apariciones en Munich, 007 Quantum of Solace y (más recientemente) El gran hotel Budapest y el protagónico de Venus in Fur, el último film de Roman Polanski, Mathieu Amalric es una figura central del cine francés contemporáneo. Inició su carrera de director en 1997 con Mange la soupe y hoy, a los 49 años, ha trabajado en casi un centenar de films para la pantalla y la televisión francesa. En El cuarto azul, su quinto trabajo, optó por adaptar un texto del gran Georges Simenon con buenos resultados. El film arranca con un paneo de dos cuerpos desnudos, los adúlteros Juliene Gahyde (Amalric) y Esther Despierre (Stéphanie Cléau), juntos en el cuarto que da título al film; una situación que se repetirá cada vez que Esther deje la señal: una toalla colgada de su balcón. Es este un rol atípico para Amalric; lejos de sus papeles de comediante, siempre oscilando en su carisma, Gahyde es un ser oscuro, corroído por la culpa y el miedo. Entre su vida familiar y sus escapadas con Esther, como flashbacks, la película muestra el proceso judicial al que es sometido el protagonista, de cuya causa poco se intuye hasta el tramo final. Si bien la trama es casi una jugada de manual, Amalric, como director, cautiva en el retrato de una pequeña ciudad donde todos conocen sus vicios y debilidades.
Amor e inestabilidad Una pareja se encuentra regularmente en un hotel, ambos están casados, la relación es secreta y lo que pasa ahí adentro solo ellos lo saben. Aunque cada uno lo ve a su manera. La película que comienza con una apasionada escena en el hotel, continua con el hombre solo (Mathieu Almeric), sentado frente a un juez, explicando los hechos, perdido, sin entender del todo lo que sucede. El espectador recibe las pistas de a poco, entre relatos y flashbacks va armando la historia. Ha habido un asesinato, y el juez debe averiguar si los amantes lo han planeado juntos. Las cosas son distintas cuando se recuerdan, reflexiona el protagonista al escucharse contando una historia que suena tan diferente al relatarla. La mujer en cuestión (Stephanie Cleau) no cuenta las cosas de la misma manera, y el espectador queda así atrapado en la historia. "El Cuarto Azul" es una historia que parece simple, pero va mucho mas allá de un relato sobre infidelidad, la tensión es constante, dos simples personajes son el reflejo de burgueses aburridos, incapaces de escapar de sus vidas familiares, que utilizan la pasión como un atajo para salir de sus monótonas vidas. El color azul de la habitación recorre sutilmente todo el filme, y es el mismo azul de las paredes del juzgado, donde alguien dará un veredicto -justo, o no- y le dará final a una historia llena de suspenso y tensión, que atrapa desde el comienzo, y que muy de a poco suelta los hechos hasta llegar al final. Mathieu Almeric realiza una gran interpretación de Julien, así como una prolija, clara y precisa adaptación de la historia de Georges Simenon.
Mathieu Amalric es un gran actor, aunque un poco por accidente. Su vocación es la dirección cinematográfica, y es un realizador muy influido por la Nouvelle Vague y por John Cassavetes, como lo demostró su admirable “Tournée”. En este caso, Amalric se ubica de ambos lados de la cámara para adaptar una novela de Georges Simenon: un hombre ha pasado una noche con una mujer y ha dicho algunas cosas. Por eso que ha dicho, es detenido y acusado de un crimen del que no tiene demasiada idea. El film gira alrededor del paso del tiempo, de la memoria y del riesgo de la aventura, pero es también una demostración de técnica cinematográfica por su concisión y brevedad. Se notan demasiado los hilos, el film nunca respira por sí mismo y se lo ve temeroso de traicionar el texto sobre el que se basa. Hay algo de académico en la puesta en escena, que disuelve la espontaneidad de sus películas anteriores.
Mathieu Amalric demostró ser tan buen director como actor. En su tercera película, El Cuarto Azul (La Chambre Bleue), expone una maestría en ambos lados de la cámara para narrar un thriller puramente carnal. Almaric, tomó el desafío de llevar a la pantalla grande una obra de Georges Simenon, escritor destacado del realismo poético francés. Una de las características de esta corriente literaria es la denominación “Amor Fou” que se centra en un amor breve y pasional entre dos amantes. Otra de las particularidades es que, la pareja en cuestión o el protagonista, no concluye en un desenlace heroico sino en un final trágico de alguno de ellos. Y respetando estos parámetros, el director de Tournée, lo muestra en su film. Julien (Almaric) y Esther (Stéphanie Cléau) eran compañeros del colegio. Él nunca se fijó en ella pero después de muchos años se reencuentran. Ellos tienen su propia vida pero el deseo y el placer que sienten por el otro los lleva a refugiarse en un cuarto azul de un hotel para desgarrarse el cuerpo y saciar su fuego interior. Cuando la muerte interfiere entre sus arrebatos amorosos, ya es tarde para esconder lo vivido. Julien es acusado, las pruebas que pueden ayudarlo para evitar su culpabilidad fueron destruidas. Sus acciones se contraponen con los dichos de su amante, solo fragmentos sueltos desde ambos lados de la historia. Mathieu Amalric deslumbra como director con un thriller pasional. Para lograr una intensidad más atrapante, Amalric presenta la narración de manera no cronológica, mezclando el pasado y presente, repitiendo escenas de atrás para adelante y viceversa, o simplemente cambiando el off lo cual representa una nueva versión de los hechos. Una mirada distinta sustentados en planos corridos de eje, sutiles desviaciones para un relato breve y conciso. Un engranaje pulido, consistente, que no cae en la simple repetición o en resoluciones de fácil conclusión. El Cuarto Azul, es una máquina perfecta donde cada pieza encastra en su justa medida y nada de lo que está en la puesta escénica se encuentra al azar. Desde los gestos, miradas y planos ayudan a la construcción silenciosa de un relato intenso y oscuro.
Nada devela y supone detrás de unas primeras imágenes de cuerpos desnudos dotadas de un lirismo una poesía única que “El cuarto azul” (Francia, 2014) de Mathieu Amalric (quien también la protagoniza) terminaría conformando una historia que fuerza de flashbacks intentará explicar un misterioso crimen pasional y determinar también al culpable puntos. Basada en la novela de Georges Simenon la historia se centra en el encuentro de dos amigos de la infnacia (Amalric y Léa Drucker) agobiados por la rutina deciden en un cuarto azul cambiar su destinos, o al menos pasar un instante juntos que los haga sentir en otro mundo. Pero la relación se intensifica, y las sospechas de las parejas de ambos también, y a pesar de esto continúan en su mundo de sábanas blancas y paredes azules. Igual los encuentros no serán muchos, algunos en el cuarto que da nombre al filme, otros en el medio de un bosque (en una escena inicial que rebosa pasión apoyada por música incidental y dirigida con una precisión y estilo único) que bastarán para desencadenar la tragedia. El filme vira a drama judicial/penal, porque un crimen (no importa de quién) hará que a través de flashbacks y forwards armemos un rompecabezas que por momentos se vuelve tan intenso pero también monótono. En la elección de Amalric de narrar a través del punto de vista de Julien, el protagonista, de manera seca y directa, claramente se intenta ejemplificar un estado de las cosas que bien podría haberse manifestado de otra manera al ser más neutro en la narración. No importa quien murió después y si alguien efectivamente lo hizo, sino la manera en la que el director narra cómo se llegó a ese punto, con total desconcierto por parte del protagonista quien vivirá un derrotero judicial agobiante y opresivo al máximo luego que decidiera terminar su relación extramatrimonial. Amalric toma de Simenon la esencia de su historia, para intentar hablar no sólo de la fugacidad de la pasión adúltera sino que, principalmente, lo que se intenta explicitar cómo un estadio original de agotamiento puede hacer caer a las personas en un intento por superar una rutina y que a partir de la ruptura de un equilibrio inicial, a través de la exposición de pruebas que determinen la culpabilidad o no el protagonista, todo se complique. La elección de contar todo con primerísimos primeros planos y detalles sugerentes y explícitos no hacen otra cosa que contrastar el posterior estado de agobio del personaje principal, similar al de “Atracción Fatal” hace años ya, pero que en esencia muestran un desamparo ante la exposición voluntaria a una serie de acosos por decisión propia. Pero a diferencia del filme de Adrian Lyne el resultado es completamente negativo y al no ser claro en la exhibición de lo que realmente aconteció luego de la ruptura sentimental, el director deja al libre albedrío muchas situaciones que de haberlas manifestado, claro está, el resultado del impacto de la disrupción, nunca sería tan sorpresivo como lo es.
Los amantes prisioneros Un hombre (Julien) y una mujer (Esther), conocidos de la infancia y adolescencia en el mismo pueblo, han seguido caminos distintos. Ella es la esposa del farmacéutico del lugar; y él, un próspero mecánico, casado con una mujer adorable, una hija a la que ama y una vida distendida. Un día, ella tiene un desperfecto que detiene su auto en una solitaria ruta y él la auxilia, al pasar casualmente por el lugar. Ese pequeño incidente basta para iniciar una relación secreta y pasional que los llevará durante meses a encontrarse en una habitación de hotel (el cuarto azul del título). Protagonizada por el propio Amalric y Stéphanie Cléau -su mujer y habitual coguionista-, la película muestra a uno de esos maridos distantes del cine francés que resulta atraído (y poseído) por otra mujer. Después del sexo, totalmente arrebatador, los amantes intercambian algunas palabras, que luego el hombre tratará de recordar y reconstruir, cuando se desaten hechos fatales que descubrirán a la pareja clandestina. “El cuarto azul” es más que un buen thriller, sustentado principalmente en su muy buena dirección y un sólido trabajo de guión que se construye en fragmentos, con saltos del presente al pasado, recuperando el relato de a poco, y llevando al espectador a conocer datos sin juzgar a los personajes, sólo contando los hechos. Así, el thriller deviene en drama psicológico casi de forma natural. Tiene también un evidente sustrato literario con alusiones a “Rojo y negro” de Sthendal (el nombre del protagonista Julien -como en la novela del siglo XIX- es apenas un indicio entre atmósferas y vínculos parecidos). También Amalric es muy fiel a su fuente directa, la novela corta de Simenon, registrando magistralmente el malentendido de la comunicación humana: las mismas palabras en una determinada relación pueden significar cosas muy distintas para sus miembros. Y no solamente en el contexto de esa relación, sino también el de cada sujeto que participa de esa comunicación (el juez o el empleado de correos cargan su propia subjetividad en las interpretaciones). Contenido y pasional El film puede verse como un thriller judicial pero es mucho más, en su sensual complejidad que registra un amour fou que se devora a sí mismo, ese que los surrealistas definieron como producto del azar, encuentro a la vez fausto e infausto, que une el vértigo y el estrago. La plasticidad de toda la cinta es impecable. El color azul va cobrando importancia y se expande del recinto privado hasta las paredes del sitio donde los amantes son juzgados. La fotografía y la edición sostienen un impecable tratamiento del tiempo y el ritmo, conformando un espectáculo visual y narrativo, contenido y pasional por partes iguales, herencia clara del impresionismo francés. El espectador es llevado por los caminos de la intriga dentro de un suspenso que no necesita utilizar imágenes violentas para mostrar situaciones críticas. Las imágenes replican claustrofobia, calor pegajoso, gotas de sudor sobre los cuerpos desnudos que -lejos de un tratamiento pornográfico- se muestran frontales. Hay intencionales planos de ella que aluden explícitamente a la pintura de Courbet, “El origen del mundo”, que tanto escandalizó al ambiente de su época. El film está actualizado con fechas más próximas al presente que la novela de los sesenta, pero al transcurrir en un pueblo pequeño parece una película más antigua, incluyendo el formato utilizado (1:33, más cuadrado, un recurso estético que adquiere sentido a medida que avanzan los hechos). Es importante que se hace palpable la pasión de los amantes en contraposición a la frialdad del implacable sistema que los condena. Con austeridad y distanciamiento, se habla del sexo y de la muerte pero escapando a la superficialidad con que el cine comercial suele contar este tipo de relatos.
Contra el psicologicismo ambiguo de cierto policial francés La habitación azul es una película de Mathieu Amalric que en el festival de cine de Mar del Plata del año pasado tuvo muy buena recepción. Se trata de una realización francesa enmarcada en el género policial, basada en una novela del belga Georges Simenon. Leía en algún lado que saludaban con entusiasmo que La habitación azul hiciera evocar el cine de Claude Chabrol. Hay ciertos rasgos que parecen caracterizar a esta tradición policial francesa, como marca de estilo que la diferencia del cine policial norteamericano e incluso del inglés. Por ejemplo cierta propensión, que podríamos catalogar de psicologicismo, a remarcar los estados subjetivos de los personajes. No se trata simplemente de presentar una psicología del personaje funcional a lo que se va a contar, sino provocar en el espectador determinados efectos psíquicos con el fin de interpelarlos de alguna manera. En La habitación azul ciertas tomas iniciales de una habitación inundada de luz en que dos amantes tienen sus encuentros románticos, sirven para transmitir el idilio que vive un personaje envuelto en una relación extra-matrimonial. Luego se recrea la perplejidad que experimenta ante las sospechas que recaen sobre él cuando se comente cierto crimen en apariencia relacionado con sus actos de infidelidad. El espectador no sabe si se trata de una perplejidad real o si es tan solo un camuflaje para evitar ser descubierto. La película va relatando una serie de interrogatorios a dicho personaje, en los que el espectador recibe gradualmente la información de los crímenes que se cometieron. Lo que nunca sabe fehacientemente, como ya dije, es qué está pensando en su interior el interrogado. Se ve que quiere preservar la relación con su esposa y su hija. Parece sufrir al ver amenazada esa perfecta institución familiar que él mismo puso en riesgo movido por la tentación carnal. Pero no sabemos si fue responsable o no de los crímenes, y si es culpa lo que verdaderamente siente. El final también es ambiguo. Uno puede sacar conclusiones, pero todo está sugerido y no del todo explicado. Los hechos parecen indicar lo que ocurrió, pero el margen de interpretación subjetiva del espectador es posible. Identificación y suspenso Chabrol, director francés desde los años sesenta, quiso reformular en su cine el modelo hitchcockiano de suspenso trabajando en muchas de sus películas el elemento ya mencionado de la ambigüedad psicológica. Similar reformulación del modelo clásico puede verse en la película La habitación azul. En mi opinión, un exceso de psicologicismo y ambiguedad puede matar el suspenso, entendido este último como cierta tensión dramática que debe vivir el espectador frente a hechos inquietantes y misteriosos. Hay que decir que en el policial hitchcockiano también hay un uso de la ambigüedad y el psicologicismo, pero mucho más claro que en este tipo de policial francés. El ejemplo de La sombra de una duda lo muestra claramente: la permanente ambigüedad de ese tío que llega de lejos es efectiva porque hay otro personaje, la sobrina, que primero se ve encandilada por todo el encanto del recién llegado y luego comienza a sospechar de su apariencia impoluta. Gracias al personaje que sospecha se produce el famoso efecto de identificación. O en La dama desaparece, cuya protagonista está segura de lo que vio en el tren pero ante la negación categórica del resto de los pasajeros, se siente desconcertada y llega a dudar de su propia cordura. La ambigüedad está puesta para generar identificación con ciertos personajes, para hacernos partícipes de su estado de desconcierto. En La habitación azul no hay ningún personaje que vehiculice y direccione hacia un punto claro las sospechas del espectador, que son caóticas y disgregadas. Todos los personajes son fachadas impenetrables a nuestros ojos. La información que se brinda sobre cada uno de ellos es fragmentaria, lo que atenta contra el proceso de identificación que requiere el policial de suspenso para funcionar con naturalidad. No sabemos lo que piensan esos personajes, ni hasta qué punto saben o no lo que está ocurriendo a su alrededor. Son como autómatas sin alma que no despiertan emociones. Muchos se quejan cuando se dice que el cine francés es aburrido, pero realmente con el policial chabroliano se atenta precisamente contra el concepto de suspenso entendido en términos de entretenimiento. El cine debe captar la atención total del espectador y cautivarlo, activar sus emociones, hacerlo salir de su propia realidad y ofrecer el simulacro de una existencia ajena. El policial francés a lo Chabrol intelectualiza el policial de entretenimiento, mata su fuerza dramática, se detiene interminablemente en el problema de los móviles. Adscribe a una libertad interpretativa que más que hacer partícipes a los espectadores dificulta que se involucren con la historia, los confunde y los hace tomar distancia. Vuelve a los personajes seres artificiales, con psicologías ocultas, fríos y maquinales, y desde mi punto de vista poco verosímiles.
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El más oscuro de los malentendidos El cuarto azul lleva al cine una novela de George Simenon. Una historia de amor y de muerte, en la que la trama tiene estructura de rompecabezas. No es fácil trasladar el espíritu del novelista George Simenon al cine. Su estilo tan particular no tiene una inmediata traducción en imágenes. Y tal vez por ese motivo, el actor y director Mathieu Amalric junto con la guionista y actriz Stéphanie Cléau decidieron adaptar la novela del gran escritor belga como lo hubiera hecho Alfred Hitchcock, con más atención en el misterio que en los seres humanos y en la atmósfera social que los rodea. Si bien esos elementos están presentes en El cuarto azul, lo que se impone es la reconstrucción del caso, a partir del burocrático proceso judicial. Es una historia de amor y de muerte. Pero por la estructura de rompecabezas de la trama, levará un buen rato saber quién o quiénes son las víctimas y quién o quiénes los asesinos. Esa necesaria complicación narrativa no sólo duplica o refuerza el enigma sino que también proyecta el malentendido central del relato a los propios espectadores. La película sale fuera de sí misma y así le suma una dimensión más a la ficción. Como ya es un tópico en el cine francés, todo empieza con una escena sexual. Pero aquí está tremendamente justificada, porque en el diálogo posterior entre los dos amantes, Julien y Esther (interpretados por los mismos Amalric y Cléau) se cifra buena parte del malentendido que originará todo el caso. Las cosas que se dicen no significarán lo mismo para cada uno de ellos y también cambiarán de sentido a los ojos del juez de instrucción. El punto de vista es el de Julien, un ingeniero agrónomo al que le va bastante bien, con una hermosa casa en la afueras, una mujer que no parece sospechar nada y una hija pequeña. Lo que siente por su amante, al menos en su relato retrospectivo, resulta ambiguo. Tal vez ni él mismo lo sabe. En los interrogatorios a los que lo someten los investigadores y el juez, se lo ve en un estado de estupefacción constante, como si fuera incapaz de entender por qué sus propios actos y sus propias palabras son usados en su contra. La reticencia de información y la economía de medios es la marca más visible de El cuarto azul. Dura sólo 76 minutos y cada uno de esos minutos está cargado de tensiones y de dobles sentidos. "La vida es diferente cuando la vives que cuando la cuentas después", dice Julien en un momento. La película se hace eco de esa distorsión y la lleva a sus máximas consecuencias.
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