Una familia desunida El enemigo interior (Me’Ever Laharim Vehagvaot, 2016) es una película dramática israelí dirigida y escrita por Eran Kolirin. El reparto está compuesto por Alon Pdut, Mili Eshet, Shiree Nadav-Naor, Noam Imber y Yoav Rotman. Fue presentada en la sección Un Certain Regard del Festival de Cannes. David Greenbaum (Alon Pdut) está desconcertado: después de 27 años en el ejército, no sabe cuál es su lugar en el mundo. Con su familia casi ni charla, cada uno está en la suya y nadie es capaz de compartir sus propios problemas. Gracias a la sugerencia de un amigo, David empieza a trabajar vendiendo suplementos alimenticios. Sin embargo no le va muy bien, lo que acarreará que una noche conduzca hasta unas colinas y se ponga a disparar a la nada misma. Lo que no sabe es que en ese lugar no está solo. De acuerdo a la sinopsis, pareciera que la película se enfoca en David y sus problemas para reinsertarse en una sociedad israelí que a toda costa quiere buscar el éxito profesional. No obstante, la película hace hincapié también en el momento que atraviesa su esposa Rina (Shiree Nadav-Naor), profesora que comienza a tener un affaire con uno de sus jóvenes alumnos, y en su hija adolescente Yifat (Mili Eshet), que supuestamente se relaciona con terroristas, usa un pañuelo con tinte político y asiste a manifestaciones. Como se puede ver hay varias historias para narrar. El tema es que la película no está dirigida a un público general, por lo que sólo puede ser disfrutable para aquellos que conozcan la historia de Israel y cómo es la vida allí en la actualidad. Si no formás parte de este grupo, aunque solo dure 90 minutos el film se te hará pesado por no saber a qué quiere apuntar, aparte de tener cortes abruptos de escena tras escena o momentos que duran más de lo necesario. Hay una situación en particular que termina en un accionar sumamente violento y muchas más que quedan sin resolver, como si los personajes no necesitaran pagar las consecuencias por sus terribles hechos. Aunque en el comienzo el interés se mantiene ya que uno quiere saber en qué acabará cada conflicto, el desenlace hecha todo por la borda. El enemigo interior, que en realidad su título original sería Más allá de las montañas y las colinas, sale bien parada al mostrar tanto los demonios como los deseos internos de cada integrante de la familia Greenbaum. Una lástima que el desarrollo no esté a la altura, como sí lo estaba el representar que debido a los celulares durante la cena, la comunicación no es posible.
“Nadie en el mundo me convencerá de que somos malas personas” le dice David Greenbaum a su esposa en Más allá de las montañas y las colinas. Aunque pronunciada en medio de una crisis personal, matrimonial, familiar, la declaración del militar retirado adquiere ribetes (geo)políticos en esta película israelí que se proyectó dos años atrás en la sección Un Certain Regard del 69° Festival de Cannes, y que desembarcará en las salas porteñas como El enemigo interior. A contramano de lo que sugiere el título que eligió para su largometraje más reciente, Eran Kolirin recrea apenas el más allá del límite rocoso. A lo sumo lo representa con personajes de mirada torva y conducta sospechosa, y con indicios de contraste económico y cultural: calles de tierra transitadas por mulas, casas precarias, mujeres con hiyab versus autopistas diseñadas para autos último modelo, edificios con cámaras de seguridad, mujeres con jean. En realidad, el también autor de La visita de la banda se concentra en el más acá de las colinas y montañas, es decir, en la sociedad israelí. La aproximación da cuenta de tres fenómenos sustanciales: el mandato del éxito a cualquier precio, las dificultades de comunicación interpersonal, la amenaza permanente de agresión que proviene de ese traslasierra apenas frecuentado. Los exponentes ficcionales del objeto de estudio son el mencionado David, su esposa Rina, sus hijos Yifat y Omri. Cuando la película se proyectó en Cannes y en el 33° Festival de Cine de Jerusalén, algunos críticos le reprocharon cierta ambigüedad que corre el riesgo de resultar demagógica. Desde esta perspectiva, Kolirin parece compensar la caracterización sospechosa de dos personajes palestinos con la caracterización cínica de dos agentes del Ministerio del Interior israelí, y los prejuicios que asoman en la mentalidad progre de Yifat con la expresión “Lo que los judíos siempre hacen” en boca de Imad/Omar. Sin embargo la declaración de David a su mujer y el plano final donde la joven Yifat mira a cámara con gesto (re)conciliador invita a pensar que la ambigüedad observada refleja, en lugar de la demagogia del autor, cierta conducta social: porque están convencidos de que son buenas personas, algunos israelíes ubican el verdadero origen de sus males del otro lado de las montañas y colinas; por esa misma razón su sentido de la responsabilidad queda circunscrito a una instancia de error, traspié, confusión, debilidad. Desde esta perspectiva, Kolirin parece cuestionar la clemencia autocomplaciente de sus compatriotas. Ahí anida el “enemigo interior” que nuestros distribuidores convirtieron en título, y que insensibiliza –todavía más– a una sociedad algo perdida, cuyos integrantes se buscan, reencuentran y perdonan en viejas canciones pop. Esta segunda interpretación del film invita a parafrasear la célebre frase de Martin Luther King: La máxima tragedia no es la opresión y la crueldad de la gente mala, sino la autoindulgencia –en vez del silencio– de la gente buena.
“El Enemigo Interior” se centra en una familia israelí, cuyos secretos son más fuertes que su vínculo. Por un lado se encuentra el padre, quien después de 27 años de servicio en el ejército se retira e intenta buscarle un nuevo sentido a su vida. Es así como pretende incursionar en el mundo de las ventas, sin mucho éxito, y su frustración lo lleva a un descargo letal. Su mujer es una maestra de escuela, que comienza a coquetear con uno de sus alumnos, mientras que su hija se rebela contra todos los principios, asiste a protestas y pasa sus días con un joven árabe, y su hijo tiene un mal comportamiento. Todos presentan una aparente bondad que se derriba cuando se empieza a escarbar más profundamente. La película comienza de una forma lenta, con planos largos y enfocados en distintas personas que todavía no conocemos ni sabemos su importancia en la historia, pero a medida que avanza su relato consigue tomar un ritmo mayor. Es interesante la utilización de ciertos recursos, como la ruptura de la cuarta pared con una simple mirada o de otros principios del cine, o la orientación de sus planos, que pueden descolocar un poco al espectador pero que proponen un riesgo atractivo. De todas maneras, al presentar una corta duración (90 minutos) e intentar indagar sobre la vida oculta de cuatro personajes, el film nos deja la extraña sensación de que se le otorgó poco tiempo a cada una de las historias, o que algunas de ellas se encuentran desdibujadas en su comparación con las demás (sobre todo la del hijo). Nos muestran situaciones superficiales de las problemáticas sin proponer alguna resolución o consecuencia. Incluso existe una elipsis de algunos acontecimientos, es decir, que el público no consigue verlos. Por un lado está bueno que la gente pueda imaginar lo que sucede, porque sigue una continuidad lógica, pero por el otro sería interesante profundizar más en su visualización; ver la explosión de los conflictos. Por otro lado, el film también cae en lugares comunes y estereotipos. Si bien muestra cómo estos protagonistas ocultan una oscuridad en su interior, es decir, no son totalmente inocentes e impolutos, los personajes de los árabes siempre son los malos, los terroristas o posibles acosadores. Ellos son los únicos que sufren consecuencias por sus actos, mientras que los papeles principales, aunque realicen acciones igual de incorrectas, no tienen ningún castigo. Uno de los puntos más interesantes de la cinta es la utilización de la música. Por momentos sirve como un mero acompañamiento de una situación particular, y por otros logra ironizar ciertos acontecimientos. Las letras y las melodías no se condicen con lo que vemos, sino que muestran todo lo contrario. También las locaciones están muy bien presentadas, ayudando a construir el clima adecuado para la historia. En síntesis, “El Enemigo Interior” logra indagar en la vida de una familia aparentemente común y corriente, pero que presenta demonios internos que son muy difíciles de pasar por alto. Si bien este concepto es interesante para profundizar, el film se queda en la superficie debido a la corta duración del mismo y al querer ahondar en los cuatro protagonistas, con un resultado disparejo. Sin consecuencias frente a estos terribles actos y cayendo en estereotipos y lugares comunes, la película sobresale por las cuestiones técnicas, como los planos, la música o su ambientación.
El Enemigo Interior: Enfrentando al mundo en familia. Tras 27 años de servicio militar, un hombre debe reintegrarse a la vida de civil con su familia. Pero a su esposa y sus dos hijos adolescentes les es tan difícil acoplarse al mundo moderno como a él. Usualmente, el cine internacional se nos presenta con trabajos que tratan particularmente problemáticas o contextos con los que estamos poco relacionados. Llega a suceder incluso en Hollywood, aún cuando toda producción procura ser consumible fácilmente por todo el planeta, con algunos ejemplos recientes como Get Out o Handmaiden’s Tale que terminan siendo respuestas a problemáticas que muchos solo experimentan de forma indirecta. Una de las facetas negativas de esto es que por más que uno intente conectarse con un trabajo, puede resultar en definitiva imposible lograrlo, y que proyectos a los que se les puede perdonar algunos detalles terminen pareciendo menos valiosos que lo que corresponde. Luego de un servicio militar de casi 3 décadas, un hombre regresa a su hogar definitivamente para iniciar una vida como civil y padre de familia. El problema es que quizás a su esposa e hijos adolescentes termine costándoles tanto como a él integrarse sin conflictos a la Israel contemporánea. El protagonista del film no es el padre sino toda la familia. Los cuatro, de forma mayormente equitativa, sirven para explorar tanto unas cuantas situaciones particulares de la Israel moderna, como de la sociedad humana en general. Superficialmente la historia cuenta con puntos común para todos, pero con respecto a las temáticas más de fondo, la gran mayoría solo podemos relacionarnos a una distancia con las problemáticas exploradas. Aún cuando sus protagonistas se encuentran bastante bien interpretados, gracias a la labor de un elenco que logra imbuir a sus personajes con varias dimensiones, los mismos terminan una y otra vez mostrando comportamientos erráticos y sin fundamentados. Muy transparentemente, el guion, solo prioriza la comodidad de manejar a sus personajes como más le conviene en cada momento dado, sin molestarse en otorgarles las justificaciones necesarias para sus decisiones. Tampoco es que ese sea el único problema narrativo: si todo guion arranca con una hoja en blanco, El Enemigo Interior parece haber continuado el suyo dejando unas cuantas igual de vacías. Consistentemente las situaciones y los diálogos de prácticamente todas las escenas de la película terminan siendo conversaciones inconclusas, interacciones entre personajes que por conveniencia narrativa eligen la comunicación más limitada y conveniente para el progreso de la historia. La película parece ocurrir en un mundo alternativo en el que las personas no tienen conversaciones completas, sino que comparten fragmentos incompletos de ideas poco claras, como si estuviesen pensando mucho como terminar lo que venían diciendo pero terminan rindiéndose sin concluir nada. Cuando una producción esta considerablemente estilizada puede permitirse diálogos inconexos o intercambios inconclusos, jugándosela a como quedará en el productor final, pero el film mantiene siempre un tono extremadamente realista que hace resaltar negativamente estas situaciones. Los momentos en los que convenientemente para la trama los personajes dejan de comunicarse entre si aún en el medio de una conversación. Por suerte lo que rodea al guion es otro tema. La realización nunca baja de lo decente, y combinada con actuaciones bastante corpulentas logran regalar un puñado de secuencias bastante valorables, pero esas lagunas siguen apareciendo constantemente a lo largo de toda la película. Hacia el final (cuando las historias van llegando a su climax) importa cada vez menos, pero es una característica particularmente irritante e injustificable que plaga la hora y media que dura la cinta. Ya todos estamos acostumbrados a la comodidad que ofrece el cine hollywoodense, donde todo esta servido para que a nadie le cueste consumirlo y que trate de gustarle a la mayor cantidad de gente posible. Lamentablemente en este caso no vale la pena el esfuerzo de encontrarse a mitad de camino con la película. Pero si uno logra identificarse seguramente termine apreciando más un film que, independientemente de la receta, cuenta con ingredientes suficientes como para interesar y generar una buena sobremesa.
En el arranque de este film israelí, un grupo de soldados improvisa un número musical para despedir a un compañero tras 27 años de servicio. La mirada a cámara marca el artificio que luego devendrá en apelación al espectador. Una familia verá como las decisiones de unos y otros afectarán a todos, mientras la división del país avanza sobre algunos miembros del grupo, los que, sin saberlo, dictarán la sentencia de muerte de todos. Tenso trhiller que abusa del concepto de “casualidad” para generar climas y atmósferas en un relato potente.
Estrenado en la sección oficial Un Certain Regard del Festival de Cannes de 2016, El enemigo interior se presenta como un inquietante film sobre los conflictos desatados dentro del núcleo de una familia israelí. El resultado, sin embargo, queda a mitad de camino entre la crítica política y el espíritu conciliador. La película arranca el día de retiro de David del ejército después de 27 años de servicio. Su reingreso a la esfera civil será cualquier cosa menos sencillo: el país es muy distinto al de sus años de juventud. Su familia tampoco atraviesa un buen momento, con una mujer docente que inicia un affaire con un alumno y una hija que no tiene mejor idea que salir con un chico árabe. El realizador Eran Kolirin acompaña a los tres personajes a lo largo de una serie de vivencias que más temprano que tarde terminarán cruzándose. El problema es que ese cruce implica que la película se vuelva por momentos confusa y superflua en el tratamiento de sus distintas líneas narrativas, haciendo que su intento de “comprender” las múltiples aristas de la sociedad israelí coquetee con la banalización -y, lo que es peor, la naturalización- de ciertas prácticas cuanto menos peligrosas.
El enemigo interior sintetiza en los agudos conflictos de una familia las tensiones de la sociedad israelí. La película plantea de entrada un interrogante de difícil resolución: ¿qué significa ser una persona con ética en un entorno que no siempre premia el buen comportamiento? Es el desafío que enfrenta David, un militar de alto rango que se retira luego de casi treinta años de servicio e intenta reinventarse como vendedor de una franquicia de suplementos dietéticos: un tiburón del marketing que lo entrena asegura que importa el fin, no tanto los medios. Imposible no ver en ese consejo utilitario y despiadado un reflejo de las decisiones que desde hace años toma Israel como Estado. Los otros integrantes de la familia también quedan cara a cara con dilemas complicados: la joven e inquieta Yifat protesta contra la militarización de su país e intenta explorar la cultura árabe, mientras que Rina, su mamá docente, vive una aventura amorosa con un joven alumno de su clase y despierta así la ira de su otro hijo, Omri. Erin Korilin combina un costumbrismo seco con algunos recursos que intentan resquebrajarlo (una musicalización deliberadamente artificiosa, personajes que miran a cámara) para construir una historia con aspiraciones de corte sociológico en la que el punto de vista queda sensiblemente expuesto: los árabes que aparecen en la película son terroristas, fanáticos o potenciales abusadores.
Un examen de conciencia filmado Como si se tratara de un examen de conciencia filmado, El enemigo interior, tercera película del director israelí Eran Kolirin, parece estar planteada como representación de las diferentes miradas con que el Estado de Israel se permite deconstruir el concepto de otredad. Un otro que por supuesto tiene puesto el traje del estereotipo árabe y ante el cual los personajes pondrán a prueba su propio armazón ético. Los protagonistas son los cuatro integrantes de una familia de clase media, quienes también representan los arquetipos posibles con que lo israelí se vincula con sus vecinos. David es el pater familias, un oficial que acaba de ser dado de baja del ejército y a quien sus compañeros de armas despiden con una fiesta. Su esposa Rina es una profesora de literatura que parece tener una mirada más progresista, aunque no tanto como Yifat, la hija, que transita los últimos años de la escuela secundaria, participa de marchas de protesta y para quien el activismo político es casi como un juego al que se toma muy en serio. Finalmente Omri, el hijo menor que también está en la secundaria, pero a quien nada le importa demasiado. David parece perdido. Liberado de su obligación militar, siente que el ambiente doméstico le es un poco ajeno y trata de comenzar proyectos, pero sin mucha seguridad. Rina se entera por uno de sus alumnos que entre los chicos de la escuela es considerada una MILF (sigla utilizada en la industria del porno para definir a las mujeres de entre 35 y 45 que provocan deseos sexuales en hombres más jóvenes) y eso sacude la percepción que tiene de sí misma. Yifat se debate todo el tiempo entre el miedo y la voluntad de tender puentes con lo árabe, y en su inocencia acaba exponiéndose más de lo necesario. En cambio la película no se ocupa demasiado de Omri, aunque reserva para él un papel fundamental: vengar el honor de la familia cuando se vea amenazado. En tanto militar retirado, el lugar de David parece representar al mismo tiempo cierta certeza ideológica respecto de su lugar político, pero también un cuestionamiento del uso irracional de la fuerza. La experiencia de Rina obra como puesta en escena de la brecha entre adultos y jóvenes, pero también es una cita simbólica de aquel pasaje de las escrituras en las que el ojo por ojo se convierte en ley primera. Y aunque es ella quien carga con la herida de la humillación, será su hijo, impulsado involuntariamente por un padre incapaz de ejercer la autoridad con eficacia, quien ponga en acto esa ley del Talión. Por su parte Yifat será quien se atreva a poner en cuestión sus prejuicios, arriesgándose a ser defraudada por sí misma. Por desgracia los aciertos que la película acumula en su recorrido son de algún modo clausurados por un golpe de guión que viene certificar que toda desconfianza está justificada, sobreactuando un final feliz que hace que la película se vuelva un poco tonta.
Dirigida por Erin Kolirin, un hombre que dice amar y odiar a su país con igual intensidad, pero que siente que es su lugar en el mundo. Su guión se centra en una familia que simboliza las nuevas y viejas generaciones de un Israel pujante, cada vez mas preocupada por el éxito. Un hombre que estuvo 27 años sirviendo en el ejército intenta una vida de civil, como un empresario, sin entender las reglas, con cursos inútiles. Cuando necesita descargarse dispara su pistola mirando una colina donde están los otros, los palestinos. Su hija simboliza las nuevas generaciones, con militancia antibélica y amigos árabes con quienes no se sentirá cómoda y muchas veces en peligro. Su madre es una “milf” (mujer madura, sexualmente atractiva) que se mezcla con una aventura con un alumno. El otro hijo del matrimonio, un observador lejano interviene obligado de manera violenta. Toda esa familia, como la sociedad apunta el director, navega entre la culpa, la violencia, la necesidad de convivencia, la necesidad de perdonarse todo. En un camino que no se sabe donde terminara. Inquietante visión personal, con apuntes osados de actitudes y filosofía de vida. Interesante de ver.
La realidad como paisaje Eran Kolirin intenta abordar en El enemigo interior (Me’ever Laharim Vehagvaot, 2016), a la vez que un conflicto familiar, la compleja situación de su país, sin lograr con éxito lo primero y dejando como saldo más ruido que nueces en la segunda empresa. David (Alon Pdut) se ha retirado del ejército y ahora intenta, sin suerte, empezar lo que él llama una carrera en marketing, que consiste más bien en convertirse en distribuidor de una empresa de venta directa. Rina (Shiree Nadav-Naor), su mujer, enseña literatura en la secundaria y se pregunta por si su cuerpo todavía es capaz de dar y recibir placer. Yifat (Mili Eshet), la única mujer de los tres hijos que la pareja tiene en común, tienta a oscuras los límites de su edad, y también de su cultura, de su religión y de la política de su país. La vida de una familia en Israel se parece bastante a la vida de tantas otras familias en cualquier parte del mundo. Un combo de potencialidades en la cuerda floja al borde de la explosión. En la trama que narra el recorrido de la joven desde manifestarse en contra del sistema junto a su novio y amigos hasta coquetear -del otro lado, franqueando la barrera- con un terrorista, El enemigo interior pretende dar cuenta de la complejidad del entramado social y político que atraviesa el territorio. O quizá, debido a los resultados del final, busca ganarse el beneplácito de aquellos consumidores que asisten a la sala a ver la película ya con sus expectativas cumplidas en la mochila: el que por situar la historia en Israel presupone seriedad, posiblemente sea el mismo que espera de toda película latinoamericana un pantallazo de pobreza. Tras un breve encuentro con la ambigüedad y el corrimiento, lo formal encara la pendiente y acaba por el piso. No más empezar, el tipo de plano, la mirada a cámara y la utilización de la música prometen un riesgo que nunca se asume por completo. La coreografía minimalista de los cuerpos durante el simulacro de evacuación parece que viene a jugar con el lenguaje pero no se trata más que de una ilusión. Nadie debería conceder que en el cine no haya una voz propia. Es un problema lo fácil que resulta, bajo el camuflaje de insertar un paisaje, hacer la misma película de siempre. Filmar el encuentro entre musulmanes y judíos no implica tener una mirada crítica. O sí: la denotación, según Barthes puede que sea la última de las connotaciones. Y entonces se abre otro juego, el de asumir cuánta responsabilidad hay también en la superficialidad de las cosas. Nada está mal o bien: siempre se trata de posturas. La película de Eran Kolirin se mete en un brete que a las claras no necesita. Es decir, El enemigo interior gana -si tiene algo que ganar- cuando pinta en sus vaivenes las pasiones de los integrantes de la familia. La tensión entre la obligación y las ganas es la materia prima. Por lo cual la pretendida reflexión sobre un conflicto que lleva -en lo concreto, aunque en verdad data de mucho más tiempo atrás- por lo menos medio siglo estallado deja un sabor a poco, un gusto a pescado podrido. Los árabes terminan por ser todos terroristas y los trapitos sucios encuentran indulto entre las cuatro paredes del hogar. Limitarse al conflicto familiar no significa rescindir la mirada sociopolítica -y si no, por nombrar un caso, habría que ver lo que hace Pier Paolo Pasolini en Teorema-, porque si las intenciones eran encarar con madurez la situación actual el discurso no se queda chico: más bien, un tanto engañoso.
Otra película israelí con personajes atravesados por la violencia. Un padre de familia que ha dejado el ejército e intenta convertirse en comerciante, una hija adolescente cercana a la causa palestina, una madre maestra que se entrega a su deseo prohibido. Tensiones que se cruzan a partir de una muerte inesperada. Atrapante y algo arbitrario, nuevo ejemplo del cine que viene de esa zona caliente.
“El enemigo interior”, de Eran Kolirin Por Gustavo Castagna Segundo film exportable fuera de Israel del cineasta Eran Kolirin (luego de The Band’s Visit, 2007), El enemigo interior escarba en una familia luego de que David (el padre) abandona el ejército tras 27 años de labor y reclutamiento. En ese punto, la historia expone al núcleo familiar, sus integrantes, sus acciones mínimas pero importantes (afectivas, laborales) de cada uno. La esposa, una mujer atractiva, profesora, intimará con un joven alumno; la hija, por su parte, conocerá y noviará – hasta donde se le permita – con un palestino; el hijo, por su parte, tendrá sus propios problemas, y por fin, el padre, ahora “jubilado”, observará y descubrirá un panorama impensado y novedoso. Con ese abanico narrativo que poco a poco estructura una película de carácter coral, El enemigo interior describe las taras, miedos, prejuicios y decisiones extremas de una sociedad opuesta a las tradiciones ancestrales enraizadas con las instituciones, los reglamentos y el respeto a las formas. En ese juego de oposiciones la película – sin tomar riesgos ni un rigor cinematográfico digno de elogiar – presenta un cuadro de situación, una forma de convivencia en una sociedad de determinada acosada y temerosa frente a un atentado o sismo que resquebraje un orden establecido. Sin embargo, El enemigo interior corre su velo ideológico hacia unas zonas más tenebrosas, o por lo menos, polémicas y discutibles. Parecería que un Estado tal también tiene el derecho a invadir la privacidad de sus habitantes siempre que los mismos individuos estén de acuerdo con esa decisión. Es lo que ocurre en algunos momentos de la película, cuando algunos integrantes de la familia son vigilados en sus aspectos cotidianos con tal de mantener las formas que respeten ese orden institucional regido por la moral y las buenas costumbres. Por eso, las últimas imágenes que muestran a la familia completa disfrutando de un recital permiten dos miradas. Por un lado, la felicidad por presenciar la reconciliación definitiva del clan después de las acciones y sugerencias impartidas “desde arriba”. Por el otro, la indignación que puede provocar semejante reconciliación digitada por la presencia de un Estado que vigila. Personalmente, me inclino en la segunda. EL ENEMIGO INTERIOR Me’ever Laharim vehagvaot/ Beyond the Mountains andHills. Israel, 2016. Dirección y guión: Eran Kolirin. Intérpretes:Mili Eshet, Noam Imber, Shiri Nadav Naor, Alon Pdut, Yoav Rotman. Música: Asher Goldschmidt. Fotografía: Shaai Goldman. Montaje: Arik Leibovitch. Productores: Diana Elbaum, Sebastien Delloye, François Touwaide, Michael Weber, Viola Fügen. Duración: 92 minutos.
Los ejemplares de cine israelí y de cine palestino que llegan hasta estas pampas suelen plantear dramas morales, dilemas familiares que a menudo tienen como telón de fondo la tensa situación política de la región. El enemigo interior, tercer largometraje de Eran Kolirin (de quien aquí se estrenó, hace una década, La visita de la banda) sigue esa misma línea, pero sin conseguir los resultados de otras películas de esas latitudes. El eje está puesto en las peripecias de tres integrantes de los Greenbaum, una familia tipo. El padre, que acaba de dejar el Ejército y trata de insertarse en la vida civil yendo a charlas de autoayuda y haciendo ventas domiciliarias. La madre, una docente de secundaria que tiene fantasías con uno de sus alumnos. Y la hija adolescente, que coquetea con la causa palestina. Mientras tanto, el hijo adolescente está desdibujado. Lo que vemos es una familia desintegrada, con serios problemas de comunicación. Y esa misma atomización se traslada a toda la película: los intentos por imbricar las historias no funcionan, son forzados. Hay una búsqueda de dramatismo y profundidad que queda en la nada porque las tragedias que nos presentan son demasiado artificiales.
Las dos caras del conflicto El enemigo interior podría significar entre otras cosas la implícita confrontación con los fantasmas puertas adentro de la sociedad Israelí a partir del micro universo de una familia de clase media, constituida por el padre, David, su esposa Rina, su hija Yifat, y el menor Omri. David acaba de retirarse del ejército en una despedida que no repara en algarabía y música pegadiza, Rina es profesora de literatura y diserta ocasionalmente con colegas sobre temas relacionados a su profesión, mientras que los jóvenes de la familia expresan las diferencias generacionales frente a sus padres por sus actitudes ante la vida. A Omri nada le interesa demasiado, pero a Yifat la impulsa una actitud rebelde devenida activismo político pro árabe, con visos a romper prejuicios acerca de los vecinos territoriales y generar en su padre una preocupación extra al enterarse que frecuenta una relación con un muchacho del otro lado de la colina. La tercera película de Eran Kolirin (La visita de la banda) trabaja sobre los estereotipos que para la mirada Israelí arrastra la paranoia sobre el terrorismo, a veces justificada y muchas otras injustificada, idea que encuentra su mayor referencia en la figura de David, algo así como la mano de obra desocupada militar, quien ahora debe reacomodarse en un contexto de cambios políticos. El opuesto de ese ideario -llamémosle nacionalismo- es su hija Yifat, mientras que Rina representa una posición moderada -la intelectual- ante los extremos políticos. Ahora bien, si esto se toma literalmente estaríamos asociando una forma un tanto torpe o chapucera de manejar metáforas, alegorías, para hablar del trillado conflicto de Medio Oriente y parece que su director atiende este problema con alguna que otra trivialización, que si bien no terminan por opacar la idea central de poner en juego distintas miradas sobre los árabes y su inserción en la idiosincrasia de esta familia de judíos de clase media tampoco existe una intención superadora o reflexión profunda ante la gravedad del conflicto primario, episodio que moviliza las acciones de los personajes en la trama y que involucra a David con la muerte de un extraño del otro lado de la colina. Por motivos lógicos, es innecesario revelar aquí de qué se trata, simplemente diremos que atraviesa la intolerancia, el prejuicio y la impunidad cuando queda manifiesto que la balanza no se inclina hacia el lugar del débil, más allá de lo permitido por la circunstancias. Las subtramas que se desarrollan para que ese conflicto raíz no contamine el tono del film también se entrelazan con la misma premisa del comienzo y con una lectura alegórica detrás, para no caer en la literalidad cuando no se busca sentar una posición unívoca.
De Eran Kolirin (Holon, 1973) conocimos unos años atrás su ópera prima, La visita de la banda (2007), que convertía el conflicto árabe-israelí en comedia amable y ligeramente absurda, a partir del extravío de la banda de la policía egipcia en el semidesértico interior de Israel. El enemigo interior, que se conoció en inglés como Más allá de las montañas y colinas (ignoramos si es traducción literal del original; si algún lector sabe hebreo estaremos agradecidísimos de que nos lo informe) es la tercera película de Kolirin y fue parte, dos años atrás, de la sección de Cannes Un Certain Regard. Es una película desconcertante y despareja, en la que Kolirin parece tener más claro el cómo que el qué. O sea: el tono y el estilo tienden a ser homogéneos, no sin ciertas rupturas que habría que ver si funcionan o no, mientras que aquello que la película narra parece siempre un poco forzado. Como si a los personajes se les impusieran rumbos que surgen más del guion que de ellos mismos. El título en castellano no está mal, aunque está mal. Nos explicamos: está bien, en función de lo que sucede en la película, jugar con la idea política de enemigo interno y la idea psicológica que la misma construcción connota. Lo que está mal es lo de enemigo interior, ya que en términos políticos la expresión que se usa es enemigo interno. La película tiene como protagonista a una familia, y esto no suele ser bueno: casi siempre, cuando se elige a una familia entera como protagonista, es para “hablar” de “la” familia (la familia burguesa, la familia tipo, la familia israelí o la que sea). La frase anterior contiene dos semáforos rojos en términos de relato: lo de “hablar” y lo de “la” familia. Narrativamente, querer hablar de algo suele expresar una voluntad de asertividad, de sermoneo, de opinión, que ahoga todo amago de vida propia por parte de la ficción. Hablar, por su parte, de “la” familia, es creer que hay una sola. Una suerte de familia media, o tipo. Lo cual es no solo falso sino poco interesante: lo interesante es cada familia, no todas las familias. Ya lo dijo Tolstoi en Anna Karenina: “Todas las familias dichosas se parecen; las infelices lo son cada una a su manera”. Y el cine, la literatura o el modo narrativo que fuera, difícilmente hablen de familias dichosas. David Greenbaum se retira del ejército con el grado de teniente coronel. Tiene menos de 50 años. ¿Tan jóvenes se retiran los militares israelíes? Tema a investigar. La cuestión es que se retira y, como les pasa a los jugadores de fútbol “en la mitad del camino de la vida”, como decía el Dante, se encuentra con que no tiene nada (aunque los jugadores tienen algo que él no: mucha plata). Se ve obligado a empezar desde cero, asistiendo a cursos de venta donde un instructor tan enfático como pastor evangelista lo trata poco menos que de cobarde. Sí, David es el militar menos agresivo del mundo, hasta el punto que cuesta entender cómo a un tipo de tan poca autoridad se le ocurrió elegir ese oficio. Su mujer, Rina, es una señora muy bonita, profesora de literatura en un colegio secundario, a la que los alumnos varones consideran una MILF (Mother I’d Like to Fuck, sigla popular en la cultura anglo). En lugar de reaccionar contra esa etiqueta, Rina decidirá, como diría Serrat, arrojarse de lleno en sus brazos. David y Rina tienen dos hijxs. El varón, Omri, se ve que mucho no le interesaba al director, que lo deja prácticamente fuera de campo. Otra es la cuestión con la chica, Yifat, a la que Kolirin va a usar como vehículo para poder hablar del tema eterno, la relación entre árabes e israelíes. Ésa es la parte más tirada de los pelos de El enemigo interior. Yifat participa de marchas políticas con sus compañeros del cole. Kolirin evita explicitar a favor y en contra de qué están Yifat y sus amigos. Andando por la calle de noche, Yifat se cruza con un muchacho árabe, casi treintañero, sentado en el cordón de la vereda. La llama y ella va. La toma de la mano y ella lo deja. La invita a ir con él en busca de unos amigos que estarían presuntamente por allí cerca, en un descampado, y ella duda. Yifat debe ser la única chica sobre la tierra que en una situación así duda, sin decirle a su interlocutor “no, gracias” e irse a paso firme. Al final lo dice, pero más adelante tendrá ocasión de intimar con otro muchacho árabe que también anda cerca de la treintena y además le entrega un bolso para alcanzarle a un amigo. Yifat lo toma y lo lleva. Todos estamos esperando la explosión, y Kolirin juega con esa expectativa para decirnos aleccionadoramente: “¿Vieron que no todos los árabes son terroristas?” Sin embargo, al final, ¿era o no era? Lo que Kolirin quiere sugerir es justamente eso. Puede ser o no ser, no hay manera de saberlo porque la verdad nunca es simple. Entonces, más vale no tener prejuicios, porque te podés equivocar. Todo bien con respecto a la conclusión. El problema es que la mini-historia que conduce a ella no es creíble, y en cine importan más las historias que las conclusiones. Tampoco es muy creíble la aventura de Rina con un alumno, que no termina bien. No está claro por qué lo hace, la actuación de Shiri Nadav Naor no permite adivinar sus motivos. Para no hablar de cuando el teniente coronel es humillado por su instructor de ventas, aguantándosela lo más pancho. Lo que sí está claro es el estilo que Kolirin le imprime a la película. Una narración fragmentaria, con mucha elipsis y sustracción de información como forma de expresar las lagunas en las vidas de los Greenbaum, enfrentando al espectador con la dificultad de conocer. Hay algunos momentos inexplicablemente raros, como cuando David y Yifat se quedan parados, mudos, de noche, frente al edificio donde viven, como congelados. Y de pronto llega Rina y los tres salen corriendo hacia la entrada. La secuencia de introducción, por su parte, es una de esas en las que el director maneja a sus criaturas como un titiritero a sus títeres. Aquí también la rigidez de la coreografía hace pensar en las marcas sobre el piso en las que cada actor habrá estado obligado a pararse, para calzar dentro de la disciplinada figura visual que el realizador quería armar. Un poco así se siente también el espectador.
Eran Kolirin escribe y dirige El enemigo interior, la película israelí que se presentó en Un Certain Regard en Cannes, un drama que gira en torno a los integrantes de una familia que van pasando diferentes situaciones que los llevan a tomar decisiones drásticas y cuestionables. Cuando David se ve forzado a dejar las Fuerzas Armadas a las que le dedicó toda su vida, le cuesta encontrarse a sí mismo. Intenta sin mucho éxito armar un nuevo proyecto de marketing pero lo cierto es que no se halla. En su familia parece sentirse un poco más a gusto, sin embargo cada uno de los los integrantes de la misma tiene sus secretos y se aíslan entre ellos para reencontrarse después, quizás en momentos más complicados. Mientras David asiste a charlas motivadoras e intenta armar su propio emprendimiento, su hija asiste a marchas y comienza a juntarse con gente “sospechosa”. Su mujer es una maestra apasionada que generará pasiones también en otros ámbitos, uno donde sentirse nuevamente atractiva y deseada. Hay un cuarto personaje que es el hijo, aquel que ignora a la madre todo el tiempo y apenas aparece en escena hasta cerca del último tercio. David intenta relacionarse con su hija pero ella, adolescente y con sus propias ideas y cosas en la cabeza, no siempre se muestra demasiado afectiva. Una noche en la que él se siente frustrado por sus proyectos que no funcionan, se detiene en medio de la ruta y dispara aleatoriamente hacia las colinas. Sin saberlo en el momento, hiere a un conocido de su hija: un árabe. Esta muerte hace que ella se acerque a estas personas, con un genuino interés. Y así se van desencadenando otras acciones que también relacionarán a padre e hija sin que ésta última esté del todo al tanto. El enemigo interior narra estas historias que se van entrecruzando en una Israel marcada por el miedo al Otro y la incomunicación. Es una historia de personajes que cometen errores y toman malas decisiones e intentan salirse con las suyas a veces a costa de alguien más. Escrita y dirigida por Eran Kolirin, el film deambula entre las diferentes líneas narrativas pero de manera despareja. Con tiempos lentos y escenas aletargadas, a veces se pierde el eje y lo que parecía tornarse interesante termina quedando relegado a lugares secundarios. Además está lo que sucede con el personaje del hijo que, inexplicablemente, apenas aparece en escena haciendo que nos olvidemos de que existe para que, cerca del final, sea otro de los que toma una drástica decisión consecuencia de lo que fue sucediendo.
Vamos viendo los días que vive David Greenbaum (Alon Pdut) quien debe ingresar a una vida civil a la cual no está acostumbrado, no conoce mucho la vida de sus hijos adolescentes, es una familia sin diálogo, para la empresa que comienza a trabajar arma reuniones en su casa para venderles suplementos alimenticios, todo es un fracaso, su esposa Rina Greenbaum (Shiree Nadav-Naor) es docente y se enamora de un alumno, ellos son israelíes, su hija Yifat Greenbaum (Mili Eshet, muy buenas sus miradas frente a cámara) comienza a relacionarse con los árabes y va a manifestaciones (es de donde nace el título original de la película “más allá de las montañas y las colinas”) y su otro hijo Omri Greenbaum (Noam Imber) rompe ciertas reglas. Es una historia interesante, la cámara sigue a cada uno de los personajes, tiene algunas metáforas, la música acompaña muy bien formando parte del desarrollo de esa familia que está a punto de estallar y sacarse los demonios internos, tiene buenos toques de ironía, vuelve a mostrar la convivencia entre israelíes y palestinos, cuenta con buenas locaciones y la exquisita banda sonora de Asher Goldschmidt pero el film cae en lugares comunes y le falta profundidad.
El director Eran Kolirin, de quien vimos la pintoresca “La visita de la Banda” (hoy extrañamente convertida en un musical de Broadway) nos propone mostrar en “EL ENEMIGO INTERIOR”, un mosaico de la sociedad israelí actual a través de las vivencias de una familia. En apariencia es una típica familia de clase media, pero cada uno de sus integrantes –a su manera- deberá lidiar con los demonios interiores que se esconden en cada uno de ellos. El padre de esta familia ha trabajado casi por 30 años en el ejército, con lo cual, su retiro implica un completo cambio de paradigma en su vida. Rápidamente aparece su imposibilidad de reacomodarse a esta nueva realidad y no solamente sentirá la dificultad de lograr el éxito económico o laboral fuera de su casa cuando intente incursionar en una empresa de venta directa, sino además le parecerá complejo entender el funcionamiento interno de su familia, a quien parece redescubrir a partir de su retiro. Así nos iremos adentrando, entremezcladamente, en las vidas de su mujer y sus hijos. Kolirin elige una forma poco armónica y desordenada, para narrar las situaciones que les suceden a cada uno de ellos y lo que en manos de un director con más riesgo –y menos preocupación por lo políticamente correcto- y un guion que tuviese más claro el objetivo final, hubiese sido una historia potente, en “EL ENEMIGO INTERIOR” queda como un relato fragmentario que abre demasiados caminos para no profundizar prácticamente ninguno de ellos. Si bien queda clara la importancia de instalar la historia en el cotidiano de la sociedad israelí actual donde atentados, sirenas, simulacros, máscaras de gas, requisas policiales y actos de terrorismo son moneda corriente, la acumulación de tantos temas en un mismo film provoca el efecto de que operen como meros titulares, que se sobrecargue la historia, dejándonos la incómoda sensación que se vio todo, sin ver nada. Kolirin acierta en la manera de mostrar la hostilidad y la violencia con la que lidian cotidianamente sus criaturas, que hasta parecen resolverla e incorporarla con cierta naturalidad en sus vidas. Una sensación de peligro permanente recorre todo el relato, sobre todo cuando posa su mirada en el personaje de la hija, quien manifiesta su disconformidad al sistema familiar (y por extensión al sistema social) a través de su rebeldía, coqueteando siempre con lo prohibido, con lo incorrecto, con la transgresión. A pesar de que los temas quedan expuestos abiertamente a la vista de todos –protagonistas y espectadores- se trabaja con una dualidad de ver y ocultar al mismo tiempo, de no querer mostrar la basura que prefieren esconder debajo de la alfombra y vivir una vida de ficción para seguir sosteniendo un status quo que, de otra manera, generaría incomodidad y dolor. Algunas situaciones se abordan apresuradamente, con la sola intención de que ciertos temas aparezcan en pantalla (la liviandad con la que se presentan, por ejemplo, algunos hechos de violencia que luego desaparecerán mágicamente de la trama o que no conducen a ninguna parte es muy llamativa), su supuesto espíritu de denuncia queda en la superficie y prefiere que jamás se pierda el orden y el equilibrio familiar. Sobre las espaldas del personaje de la madre -profesora de literatura- se carga un tema fuerte, explosivo y polémico dado que mantiene una relación con un alumno de su clase. Y es ahí donde nos damos cuenta que si bien aparecen estos temas urticantes, Kolirin los lanza como una cortina de humo para presumir estar tratando temas fuertes, cuando finalmente los resuelve de una manera completamente convencional y haciendo que sus personajes no puedan soltar la carga del estereotipo que le impone a cada uno. Sobre el final, una frase dicha por el padre quizás nos resuma el espíritu de esta propuesta bienintencionada en pintar su aldea pero completamente fallida a la hora de tomar cartas en el asunto: “Nada en este mundo me convencerá de que somos malas personas”. Y la suerte está echada: valdrá más la cáscara y el exterior que sus sentimientos, sus pulsiones y sus verdades. Quizás el director ponga en palabras del personaje lo que él mismo siente o al menos, lo que el filme termina siendo: un envoltorio llamativo –no olvidemos que llegó a mostrarse en Un Certain Regard en el Festival de Cannes- para un contenido que nos deja, como espectadores, bastante insatisfechos.
Cada grupo humano es un mundo aparte. Una cosa es lo que sucede dentro de las cuatro paredes de una casa, y otra muy distinta fuera de ella. Los comportamientos personales son indescifrables y únicos, cómo los que tienen estos integrantes de una familia tipo israelí no religiosa. David (Alon Pdut) se retira del servicio activo del ejército con un alto rango, nunca hizo otra cosa y ahora intenta reinsertarse en la sociedad como un civil. Su esposa Rina (Shiree Nadau-Naor) ejerce como docente de literatura en un colegio secundario. Ambos son padres de los adolescentes Yifati (Mili Eshet) y Omri (Noam Imber). El director Eran Kolirin traza una pintura muy particular de lo que puede suceder cuando no se encuentra, o se pierde, el rumbo de la vida, porque ésta familia tiene problemas como todos, nada graves, tal es así que no llaman la atención de nadie. Justamente eso es lo que sienten los protagonistas, que no son valorados entre ellos mismos, ni tampoco por la gente que los rodea, de algún modo, y se sienten invisibles. El relato se focaliza en transmitir las actitudes y acciones de David, Yifati y Rina. En menor medida, a Omri. Ellos llevan una pesada carga sobre sus hombros, la disconformidad alberga sus almas, se ven incompletos, porque el padre de familia no puede ingresar al mundo laboral. La madre, es ignorada por sus alumnos, excepto por uno y, además tiene que soportar los reproches diarios de su hijo Yifati, por otra parte, siempre está concentrada en lo suyo, tiene un novio y fuera del horario de clases es una activista, le gusta ir a las marchas por las causas que cree justas y se mete en problemas. El film mantiene siempre un tono monocorde, la música acompaña los momentos melancólicos como un paliativo para los personajes, pero, desde la realización eligieron a las colinas adyacentes a la ciudad que habitan como la locación perfecta para los instantes más importantes y trascendentes de la historia, siendo como un testigo mudo y clave de los hechos que involucran a la familia. Ellos no son lo que parecen, cada uno procede como quiere, o se le ocurre, de forma independiente pues tienen algo que ocultar, aunque les parezca normal. Van por la vida llevados por la inercia de la monotonía y la costumbre. Pero cuando quieren darle un giro a su existencia, no lo hacen a conciencia y los resultados no son los anhelados.
Esta políticamente confusa película sobre las vidas de los miembros de una complicada familia israelí, del director de “La visita de la banda”, tiene un muy interesante arranque pero luego se pierde en una serie de situaciones tan poco sensatas como manipuladoras. Vista en el Festival de Cannes 2016 –se presentó en Un Certain Regard– se trata de una película complicada y problemática cuyos niveles de lectura son muy distintos para el público local (israelí) y el internacional. El primero la considera crítica de la política israelí respecto a los palestinos mientras que para el público internacional la impresión puede ser muy distinta. EL ENEMIGO INTERIOR arranca muy bien, tanto desde lo temático como desde lo formal, con unos intrigantes planos que van describiendo la situación de la familia protagónica: el padre es un militar que se acaba de retirar y al que le cuesta reincorporarse al circuito laboral, la hija empieza a mantener una relación con un joven árabe y la madre, en tanto, no tiene mejor idea que tener un affaire con uno de sus alumnos. La situación se va complicando, las historias empiezan a entrecruzarse y, cada vez más, la película se vuelve manipuladora e ideológicamente complicada, por no decir turbia. Los agentes de seguridad desconfían de las “amistades” de la niña por lo que le piden a su padre que colabore con ellos en averiguar en qué anda su hija con resultados perturbadores. Y, por el lado de la madre, redes sociales mediante, la cosa no va mucho mejor, generando también ahí tensión y violencia, en la que participa también el hijo varón. A la vez, claro, todo “negado” por la familia que trata de mantener las apariencias de una vida normal. Lo más interesante del filme (los desafíos formales del inicio y la línea narrativa del padre sin trabajo) se van perdiendo en pos de un relato que intenta cubrir demasiados frentes y puntos de vista pero no logra convencer en casi ninguno. Su intento por ser crítico y a la vez comprensivo, el querer “entender” un poco a todas las partes del conflicto, termina por ser confuso y un tanto banal, revelando en cierto sentido lo complejo que es comprender de forma íntegra la vida (y la política) cotidiana en Israel.
Con planos cortos presenciamos el retiro de David Greenbaum, un militar que trabaja en la frontera de Israel. Toda su familia está presente, sus compañeros le dedican discursos y una canción. Es el inicio de una etapa nueva que no necesariamente va a ser mejor, más bien todo lo contrario. Me’ever Laharim Vehagvaot (El Enemigo Interior) es una película de Eran Kolirin que muestra la vida de una familia en el Israel actual y trata de realizar una crítica sobre el trato que reciben los árabes en el país.
El que mucho abarca poco aprieta, dicen. Y también confunde. El enemigo interior contiene algún acierto y varios problemas. Eso la convierte en una película tibia, si se quiere, un pálido clon de Haneke. Eran Kolirin no se despega nunca del discurso sugerido y abandona todo atisbo de imagen sugerente. En el resultado, prima un ambiguo punto de vista en torno a la alteridad y poco cine. Dentro del abanico de temas y situaciones que amontona el director, aparece la pantomima familiar. De hecho, la cuestión de las apariencias irrumpe desde el comienzo con una fiesta bastante patética para homenajear al padre que deja el ejército luego de varios años. Mientras se desarrolla el festejo, la hija se aparta, se aburre. La madre participa, pero siempre estará más interesada en su profesión y en compartir tertulias intelectuales. El hijo es impulsivo y bastante bruto, como el padre. Es decir, el mundo familiar tiene más agujeros que un colador. Antes que intensidad, los vínculos mostrados forman parte de una gélida paleta de gestos y palabras, de actos que no harán más que confirmar la frustración de cada uno. Dentro de este cuadro, las dos mujeres intentarán cruzar las fronteras de ese universo alienante, llevadas por el deseo sexual. La hija entabla amistad con un árabe; la madre se encama con un estudiante. Y eso tiene un costo que significará caer en las manos de los organismos de control. Uno es el Estado. El padre es informado de las actividades de su hija y acepta participar de una maniobra de espionaje. El otro ente carnívoro es la red social. El romance profesora/alumno queda viralizado. La otra pantomima es social. El padre debe lidiar con el empleo del tiempo y con la necesidad de que ganar dinero justifique su existencia. Por eso asistimos a la otra representación, un show marketinero en el que el pastor oficiante convence a sus fieles de la importancia de ser un ganador. La impotencia del jefe de la familia para cumplir con esa misión lo lleva a expresar su amargura a los tiros en una colina (espacio que funcionará en reiteradas oportunidades como el límite entre la civilización y la barbarie), con la mala suerte de que matará a un obrero musulmán. La veta policial quedará relegada, como tantas líneas abiertas en la película, al igual que los otros conflictos. En todo caso, una última pantomima (un recital al que asisten los cuatro integrantes de la familia, porque el show debe continuar) servirá como una excusa para tapar no solo las miserias personales, en el mejor de los casos, sino los baches de un guión incapaz de eludir demasiadas pretensiones. Más allá del saludable gesto de ambigüedad de la imagen final, que invita a pensar en igual medida en hipótesis ideológicas aberrantes como certeras, el principal problema de El enemigo interior es lo subrayado que está todo en varias situaciones, como si existiera la imperiosa necesidad de que no falte el discurso, un discurso nunca dosificado sino forzado. Por Guillermo Colantonio @guillermocolant