La vida sin maquillaje La vida del actor de radioteatro chileno René Valdés estuvo ligada tanto a su personaje Timoteo como a un circo desde 1968 hasta la fecha en que se realizó este documental de la cineasta Lorena Giachino, y que se mete en la intimidad del grupo que acompaña a Valdés en el circo de Timoteo. La particularidad de esta obra crepuscular, más allá de la localía que dejaría aislada en principio a gran parte de la audiencia potencial que no fuese chilena, es su capacidad de trascender la anécdota circense y por supuesto encontrar herramientas nobles en el rodaje para darle voz a los protagonistas, sin un ápice de intervención en la puesta en escena. En el circo de Timoteo no hay animales, magos o payasos tradicionales. Tampoco niños que asistan a la carpa precaria con la que se brinda por las noches un espectáculo donde la vedette y frutilla del postre es el transformismo. El show consta de distintos cuadros y coreografías, con un humor irreverente y muchas alusiones al sexo y a la provocación del público asistente. En ese sentido, cuando la cámara registra el show, se desdobla la imagen del artista y la persona, se enfatiza la valentía de mostrarse tal cual es y a pesar de los años y el paso del tiempo la constante reafirmación de la identidad, sin caer en el grotesco. Pero René ya lleva décadas haciendo lo mismo y acusa cansancio, desgaste y la innegable presencia del final de su vida o al menos el ocaso del artista que supo entregar su alma y corazón en cada función. Morir en el escenario sería para René la mejor despedida, pero al menos puede quedarse satisfecho por tratarse de un sobreviviente que recorrió con su carpa y amigos kilómetros y kilómetros del territorio chileno con un espectáculo original y tan honesto como cada uno de sus parlamentos mientras la cámara es testigo de las charlas cotidianas con sus pares. Para mucha gente de la pacata sociedad chilena, un transformista sería un pecador y el contraste que plantea la realizadora al participar del ritual de devoción del protagonista, sus rezos a la virgen y su profunda fe funciona como apunte reflexivo y emocional al mismo tiempo. Lorena Giachino amalgama la capacidad de escuchar con la sensibilidad de narrar con imágenes y detalles una historia que encierra muchas otras historias y tienen un denominador común: la pasión cuando se hacen las cosas que realmente nos gustan.
Un espectáculo itinerante como el circo lucha, como nunca, en la actualidad, por su supervivencia. Es una actividad que a lo largo de los años ha ido perdiendo adeptos, salvo si vamos a los casos de circos de renombre internacional -Cirque du Soleil o el circo chino de Chengdu, por dar algún ejemplo-, y claro, ese es otro cantar… Y si hablamos de otros casos excepcionales, el segundo documental de la chilena Lorena Giachino registra el detrás de bambalinas del Circo Timoteo, uno de los más populares y particulares en la historia del país trasandino, fundado en 1968. El gran mérito de la película es poder hurgar, sin apelar al amarillismo o a un desdén discriminador, sobre la salud de su creador, René Valdés (Timoteo), y el espectáculo que allí llevan a cabo transformistas homosexuales. Es posible que al público argentino le cueste sentirse atraído por una propuesta que resulte ajena a su cultura, pero, y quiero enfatizar esto, no por tratarse de artistas cuya procedencia desconocemos es motivo suficiente para darle la espalda a esta u otra película con similares cánones. Pero no nos engañemos, en Argentina, por lo general, no hay una gran atracción por los productos audiovisuales autóctonos, y estos aunque cuenten con una fuerte campaña publicitaria o la participación de actores de renombre no tienen el éxito asegurado en la taquilla. ¿Por qué sucede esto? El problema surge por la avidez del espectador argentino para consumir, gracias al costumbrismo generado por el capitalismo globalizante, productos audiovisuales norteamericanos -léase Hollywood, series de televisión o webs que ofrecen videos en demanda como Netflix-. Que quede claro: no rechazo los productos que vienen del hemisferio norte, ni niego que el público argentino los consuma. No. No me opongo, ni tampoco aliento a la prohibición de su visionado ¿Quién soy yo para pedir eso? Ahora, lo que sí quiero que se entienda es que el público, por estar acostumbrado a consumir ese lenguaje audiovisual con sus códigos particulares, no disfruta de propuestas nacionales o internacionales -fuera de los EE. UU., por supuesto-, que son más o igual de interesantes. Superada la barrera de lo desconocido, indaguemos sobre “El Gran circo pobre de Timoteo”. Pasada la marea de la incertidumbre sobre las personas que se ven en la pantalla, uno se da cuenta que este documental gira menos en torno al humor que al devenir del tiempo que acosa al circo y a Timoteo: la avanzada edad y su endeble salud hacen que se debata internamente si debe dejar el mundo del espectáculo o seguir. El documental no solo sopesa el dilema de Timoteo, también lo hace al observar la convivencia entre los artistas, los preparativos para los shows y algunos sketch humorísticos que, dicho sea de paso, sirven para contrarrestar el abrumador desasosiego que la compañía lleva en sus espaldas. Alegría y tristeza se armonizan: estas dos emociones se articulan en el montaje y (de)construyen un discurso que refleja, de forma lisa y llana, lo que es vivir. La naturalidad y candidez humana de Timoteo y su compañía son cualidades que, además de hacer avanzar el relato, los convierten en unos seres entrañables. Puntaje: 2.5/5
El gran circo pobre de Timoteo, de Lorena Giachino Por Marcela Barbaro Uno de los circos más populares de Chile, no es un circo convencional con payasos, trapecistas y domadores. Timoteo es un espectáculo de transformistas que ya lleva más de cuarenta años en escena. Dirigido por el actor René Valdéz, el show recibió la influencia del Blue Ballet, una compañía chilena de transformistas que brilló en los años sesenta. El nombre Timoteo hace referencia a un personaje que realizaba Valdés en las distintas compañías circenses donde trabajó de joven. Hoy, con setenta años, problemas de salud y una realidad social y económica adversa, mantener el circo resulta un gran esfuerzo. La idea de El Gran Circo Pobre de Timoteo dirigido por la periodista y cineasta Lorena Giachino Torréns (Reinalda del Carmen, mi mamá y yo, 2006), surge al conocerlos en una de sus giras por la localidad Puerto Montt, al sur del país. La realizadora plantea un documental de observación donde rescata el esfuerzo diario y el detrás de escena de esa gran familia que compone el circo. La cámara se inserta en la intimidad de los trailers para dar cuenta de su cotidianidad: las charlas de Valdés con su grupo, el armado de la carpa, los viajes, los ensayos. También observa, con respeto, el ritual religioso que se hace antes de cada show y capta, principalmente, la solidaridad y el amor por lo que hacen. Frente a los prejuicios sociales y la marginación homofóbica que rodea a éste grupo de artistas, nunca mejor el lema “la unión hace la fuerza”, porque el circo se vuelve su espacio de pertenencia. Un lugar de contención afectiva, más allá del trabajo garantizado. Ellos son y se sienten parte del circo. Es su casa, su vida, como manifiesta René. Por eso mismo, la angustia que sobre vuela, ante la posibilidad de no seguir con el espectáculo, redobla el esfuerzo y los vínculos de la comunidad. Premiada en varios festivales Latinoamericanos, El Gran Circo Pobre de Timoteo, tiene la virtud de ahondar por espacios menos transitados que en los documentales sobre compañías de espectáculos. La mirada de Giachino es cálida e intenta intercalar algunas imágenes que aporten cierto lirismo visual, pero nada más que eso. Por momentos, se hace dificultoso comprender lo que hablan debido a ciertos regionalismos y formas muy cerradas de dialogar; la falta de intervención, y el aporte de elementos retóricos que enriquezcan el relato van alejando la atención del espectador y debilitan un relato que gira siempre en torno de lo mismo. EL GRAN CIRCO POBRE DE TIMOTEO El gran circo pobre de Timoteo. Chile, Argentina, 2013. Dirección y guión: Lorena Giachino. Montaje: Juan Pablo Sarmiento. Dirección de Fotografía: Pablo Valdés/ Sonido: Juan Pablo Manriquez. Asistente de dirección: Loreto Contreras. Producción: Paola Castillo, Pablo Ratto. Duración: 75 minutos.
Dirigido por Giachino refleja el momento actual de uno de los circos mas famosos de chile comandados por el famoso comediante Timoteo. Hace más de cuarenta años que recorre su país con su circo que alberga un show de transformistas. En un país con fuertes contenidos homofóbicos, esa compañía no solo ha cosechado popularidad sino se ha transformado en un verdadero refugio de toda una comunidad. Con la edad de su creador que le acarrea achaques mas algunos problemas de salud de cuidado, todo el equipo se preocupa sobre el futuro. La modestia de sus vidas, lo sacrificado de su existencia, la muerte de un socio del fundador, los ensayos, parte de los shows, la religiosidad. Un collage de situaciones, con una mirada que nos juzga pero se ve amorosa.
No estaría mal tener el influyente ensayo de Susan Sontag Notas sobre lo camp (1984) a mano a la hora de aproximarse al documental El Gran Circo Pobre de Timoteo, producido en el 2013 y que recién ahora se puede ver en algunas salas de la ciudad. En primera instancia, porque el material de trabajo del film, el mítico Circo Show Timoteo —espectáculo que tiene más de 40 años de estar rodando tierras chilenas— es justamente un ejemplo exacerbado (aún más) de la sensibilidad camp. Luego, y no menos importante, para comprender por qué es que el documental fracasa. Dice Sontag: “La esencia de lo camp es el amor a lo no natural: al artificio y la exageración”. Plumas, boas, travestismos, lentejuelas. Se trata ésta de una sensibilidad que subraya lo superficial, en tanto sensual y esteticista, con un completo desdén hacia el contenido. Todos elementos que se reconocen perfectamente en el Circo que lidera el protagonista del documental, René Valdés “Timoteo”. El espectáculo busca efectos y los consigue, casi siempre de manera al mismo tiempo vulgar y naíf. Los disfraces de los transformistas, la música, las flores plásticas, los excesos visuales, todos en pos de lograr texturas y reacciones en la audiencia, aunque estas decisiones hayan sido intuitivas o inconscientes. Sin duda, esta aglomeración de códigos campy fueron el anzuelo que atrapó a la directora y guionista Lorena Giachino Torréns para querer embarcarse en este proyecto. Pero como el amor tiende a nublar el juicio, parece que a la cineaste se le escapó otra de las máximas del manifiesto de la Sontag: “El camp lo ve todo entre comillas… Es la más alta expresión, en la sensibilidad, de la metáfora de la vida como teatro.” Y es que la trama o cualquier delgadísimo hilo argumental que podría sostener el interés por la historia que cuenta El Gran Circo Pobre de Timoteo, si no se perdió del todo a causa de la deficiente mezcla de audio, se cae a pedazos como la carpa con la que Valdés intenta modernizar su espectáculo. ¿Por qué? Porque la gravitas con la que Giachino Torréns carga los episodios siempre se siente forzada y anti-camp. Es decir, al documental le faltan comillas. Los ingredientes están ahí: lo pintoresco y kitsch, la marginalidad cultural, el sentido de comunidad de estos gitanos modernos, están ahí pero injustamente mezclados. Al final, el tono del documental resulta torpe y no se termina de entender la intención detrás de la obra. Porque a diferencia del documental, el Circo Show Timoteo es arte que, diría Sontag, “quiere ser serio pero que sin embargo no puede ser tomado enteramente en serio porque es «demasiado»”. Lo que es demasiado es que se le pida al espectador del documental exactamente lo contrario.
Austero retrato de una vida excepcional Este documental de Lorena Giachino registra la cotidianeidad de uno de los circos más añejos y decididamente provocativos de Chile (y con muy escasos parecidos en el resto del mundo): desde hace más de 40 años el espectáculo de transformistas liderado por René Valdés recorre ese país. Sin embargo, la progresiva merma de público y la degradación en la salud de su septuagenario líder ponen en duda la continuidad del proyecto. A la exploración circense se le suma en este caso cuestiones como la sexualidad (sobre todo en un contexto homofóbio como el de buena parte de la sociedad trasandina) o la inminencia de la muerte. Un retrato sobrio y austero sobre una historia excepcional.
Transformistas nómadas Sensible documental de observación sobre una compañía de transformistas que lleva cinco décadas recorriendo Chile. Desde hace casi cinco décadas, el Circo Show Timoteo recorre Chile con un espectáculo osado para la época en que arrancó y para los tiempos -Pinochet incluido- que le tocaron vivir. Porque en este circo no actúan animales, trapecistas ni payasos, sino transformistas. La periodista y documentalista Lorena Giachino siguió las andanzas de estos artistas nómadas en un momento crucial: la enfermedad de su creador, dueño y director, René “Timoteo” Valdés. Es un documental de observación: la cámara registra, sin interactuar con los protagonistas, la vida cotidiana de la compañía tanto arriba como abajo del escenario. Los problemas a los que se enfrenta, desde la convocatoria de los cada vez más escasos espectadores hasta la instalación de la carpa en cada lugar al que llega. Y, sobre todo, las dudas sobre el futuro y la continuidad: el cigarrillo provocó daños irreparables en los pulmones de Valdés, que ya anda cerca de los 70 y piensa, con tristeza, en el retiro. Como bien dice el título, este es un circo pobre: da frío de sólo ver los modestos trailers donde viven los artistas. El imponente paisaje de la cordillera nevada, la camaradería reinante y la posibilidad de vivir del transformismo son el contrapeso de la melancolía que, como en todo circo, sobrevuela el ambiente. Los sketches -rudimentarios, chabacanos- acentúan la simpatía y la compasión que despiertan estos hombres disfrazados de mujer. Giachino logra transmitirnos todas esas sensaciones. Y nos despierta la curiosidad sobre los orígenes de esta compañía, cómo enfrentó a una sociedad tan conservadora como la chilena, cómo superó los años de dictadura, cuáles son las historias detrás de estos señores. Esto es, a la vez, un mérito y un defecto: quizás algunas entrevistas habrían servido para adentrarnos más en el mundo de Timoteo y su estoica troupe.
Este documental chileno sigue a quien brilló en un circo de transformistas gay cuatro décadas atrás. Hoy mayor y con problemas de salud, el protagonista se cuestiona la continuidad de su show, entre la incertidumbre de sus artistas. Es que la historia del circo nómade es grande, tanto como la riqueza de los personajes que le dan vida todavía. La realizadora y periodista Lorena Giachino consigue con este material un documental de observación interesante y más que correcto.
Esta es la historia de un circo de transformistas que durante años ha girado por Chile, y que está en el ocaso de su existencia incluso si aún el público se acerca en busca de risas. Hay algo de tristeza y de mirada sobre un final anunciado. Pero también la aparición muda, no subrayada, del fuego sagrado que sigue aún empujando a los artistas.
La melancólica decadencia deun circo chileno Dicen que el Timoteo era un circo rasca como cualquier otro, hasta que faltó una bailarina y un partiquino aceptó reemplazarla, envuelto en plumas y lentejuelas. Así surgió el más famoso (y el único) circo de transformistas de Chile. Rasca, pero famoso. Y como era cómico, más o menos pudo sortear los prejuicios de la sociedad, el control de la dictadura y la evolución del público. Pero no el paso del tiempo. Lorena Giachino Llorens muestra esa decadencia teñida de alegría. En el prólogo, René Valdés (el cómico Timoteo) recuerda a la Fabiola (su socio Darío Zúñiga). "Linda muerte tuvo, porque actuó, la aplaudieron a rabiar, lo único que le faltó tiempo para salir a saludar". Siguen algunas bromas sobre la vejez y la dudosa belleza de la troupe ("parecen 'Titanes en el Ring' las señoritas"), fragmentos de números de calidad artística también dudosa, momentos de rutina y de incertidumbre, y varios perros, pero no amaestrados, sino perros nomás. Detalles singulares, un artista que se va desvistiendo mientras hace el playback de "Soy lo que soy", una misa en la carpa, a cargo del joven párroco Marcelo Catril, de la pastoral circense, y los soliloquios de Timoteo, que canturrea "rosas y claveles blancos, blancos de ilusión", del tango "Pregonera", ese que termina diciendo "un cariñito y un clavel, solo el clavel, lo que quedó". Bueno, a éste no le queda ni el clavel, pero al final lo vemos interesado en un local chico para seguir de alguna manera con el show.
Este documental nos muestra uno de los circos más populares de Chile, que recorre varias ciudades y pueblos hace más de 40 años por lo tanto pasaron distintas situaciones de la vida, sufrieron y vivieron todo tipo de gobiernos y crisis. En el circo de Timoteo no hay animales, ni trapecistas, ni magos, ni payasos, ni niños, solo transformistas que ofrecen un show diferente entre canciones y humor. La cámara y el espectador son los únicos observadores de la travesía de cada uno de estos artistas, comediantes y trabajadores, donde se ve lo cotidiano, las alegrías, tristezas, distintos desafíos y el amor como elección de vida.
Al circo no lo puedes parar. El Circo Pobre de Timoteo cuenta la historia del comediante Timoteo, líder y dueño de un circo show transformista que ha estado de gira por Chile durante cuarenta años. Lamentablemente, hoy en día Timoteo no cuenta con una gran salud debido a su avanzada edad y a una enfermedad compleja que lo aqueja, por lo que se pone en duda la continuidad del circo. Debido a esto, al resto de los integrantes les preocupa que finalmente las carpas del circo no vuelvan a ser levantadas nunca más, lo que implicaría no solamente el final del trabajo sino también de la familia que ellos han formado durante décadas. Pequeños conflictos diarios muestran el día a día del comediante Timoteo, mientras se debate el posible final del circo o la continuidad de mismo. Un documental sin contexto: Dirigido por Lorena Giachino, El Gran Circo Pobre de Timoteo presenta un escenario bastante particular: un circo transformista ampliamente popular en Chile. Pasando por alto la baja calidad técnica del documental, debemos reprocharle a la directora el hecho de que nos inserta directamente en el día a día de Timoteo sin poner en contexto la situación que están viviendo los protagonistas, ni tampoco nos narra un poco de historia acerca del mismo. Por este motivo, es bastante difícil conectar con los protagonistas al tener que averiguar entre las charlas qué es lo que está ocurriendo. Al ser un documental de observación, el filme carece de entrevistas: el contexto se nos es narrado escena tras escena, algo que llega a jugarle en contra. Todo se dificulta más si tenemos en cuenta que el audio del documental no es demasiado bueno, y para el oído no acostumbrado al siempre complicado acento chileno, hay detalles que se escapan, marcando la diferencia entre conectar o no con los personajes. Una verdadera lástima. Una gran familia circense: Afortunadamente, los protagonistas tienen el suficiente carisma para lograr que el espectador se interese por lo que acontece en el mundo del Circo Show Timoteo. Es que se nos presenta un contraste bastante interesante: por un lado presenciamos cómo los artistas brindan alegría a los que asisten a las funciones del circo, y por el otro lado, observamos a Timoteo enfrentarse a los problemas cotidianos. Pequeños conflictos que van desde la tortuosa instalación de la nueva carpa del circo, pasando por los problemas económicos, la falta de público, el mal clima, e incluso problemas con la electricidad; situaciones que aquejan a cualquier familia, en este caso, a una gran familia circense. Conclusión: El Gran Circo Pobre de Timoteo es un documental tan pequeño que resulta intrascendente. Si el espectador logra conectar y empatizar con los carismáticos protagonistas, seguramente disfrutará conociendo de este mundo bastante particular. Por el contrario, si no se logra sentir atracción por la historia, únicamente verá una serie de secuencias con un audio bastante malo.
El discurso documental es a mí parecer uno de los más plásticos a la hora de abordar temas diversos, con distintos recursos o más escasos o más generosos, siempre tiene una indiscutible chance de experimentar dentro del lenguaje, con una libertad que a veces la ficción pareciera tener más pruritos para tomarse. La elección narrativa de Lorena Giachino en este filme, no se luce justamente por la experimentación o la audacia, pero si decide con soltura y transparencia un camino de búsqueda prolijo y austero de operación observacional, sostenido por la mirada atenta, el registro cuidado, un modelo anti – intervencionista que con ojo costumbrista retrata a lo largo de todo el relato el micro mundo del circo y sus figuras centrales. El gran circo de Timoteo, es un circo chileno absolutamente singular. No hay equilibristas, ni magos, ni payasos, ni hombre lanzallamas, solo hay una troupe ecléctica y bizarra de transformistas. Fue creado hace más de 40 años -si hacemos el cálculo nos daremos cuenta que pisaron en su origen las tierras Pinochetistas – lo que le da un germen histórico altamente transgresor. Más se afirma en mí la idea cuando recuerdo que recién en el año 1978 se estrena la emblemática La jaula de las locas, de Édouard Molinaro, filme franco-italiano basado en una obra teatral del año 73, que centra su universo de personajes en los transformistas. El dueño y director del circo es René Timoteo Valdés, de ya casi 70 años y con una salud deteriorada, que vive una etapa en la que sus temas recurrentes son el retiro, la enfermedad y la muerte. No es caprichosa la escena inicial en la que René charla con uno de los artistas recordando la muerte de una tal Fabiola, les da pena recordar que falleció luego de hacer el show y no llegó a salir para saludar a su público. La muerte en muchos sentidos es un tema central de este filme. La cámara por su parte también observa a esta pequeña jungla de hombres poco glamorosos que se convertirán en mujeres por un rato, envueltos en plumas y bordados con lentejuelas que se suben al escenario como estrellas kitsch de una jaula de las locas más bien burda, grotesca y rudimentaria. Es el gran circo pobre donde podemos ver un brillante par de tacos dorados apoyados sobre una vieja escalera de madera. Pero no es el escenario y sus artificios el espacio que más le atrae a la narradora dejándonos ver bastante poco del juego del show, de la escena y su parafernalia estilizada. Por el contrario, permanecemos más tiempo tras las bambalinas con los personajes a la espera, con sus rutinas, sus pequeños secretos y las banales charlas detrás del telón. Vemos el circo desde todos los ángulos, desde adentro y desde afuera, entre los tráilers y a través de sus personajes con sus rituales diarios. Pasan los días y las noches, el circo se desarma y se vuelve a armar. Viajan, se trasladan, y hasta presenciamos un armado fallido donde en un gran plano general teñido de atardecer, vemos derrumbarse las grandes vigas que sostienen el circo en su nueva instalación. Algo bello, algo triste. Lo que se presenta de alguna manera como hilo conductor del documental, una suerte de sostén de la construcción narrativa, es el seguimiento casi constante del personaje protagónico de René Timoteo. Retratándolo en su lucha por la supervivencia del circo que padece los avatares de una crisis económica y un cambio cultural que aleja a la gente del proscenio transformista, compartiendo sus ya mencionadas angustias sobre su retiro y su enfermedad, observándolo en su rol de liderazgo y mostrándonos hasta los más mínimos detalles que construyen el vínculo con sus artistas y compañeros de vida. Y hasta verlo en escena con su singular personaje “el barredor de escenarios”, que cuenta chistes sobre los transformistas como si pudiéramos espiar un skecht detrás del telón. Claramente la realizadora se enamoró de René , de su vida pasada y presente, de sus conflictos, de sus pensamientos, esos que dispara en una suerte de entrevista en voz alta donde conversa con otros de la vida y sus vaivenes, sobre el cruel y devorador paso del tiempo: “el tiempo que te pasa la cuenta” parafraseando al personaje. Este enamoramiento tiene sus pasajes encantadores, pero también produce un efecto de cierto agotamiento narrativo ya que la cámara casi no se despega de los pasos de René y su derrotero cotidiano. Por Victoria Leven @victorialeven
Una especie de gran familia Siguiendo los lineamientos del documental de observación la chilena Lorena Giachino Torréns retrata las contradicciones de Timoteo, quien por más de 40 años ha recorrido Chile con su circo de transformistas y hoy se debate entre el retiro o la continuidad, con todo lo que eso le acarrea no sólo a él sino a quienes forman parte de la familia artística. No todos los circos son como el Cirque Soleil, ni mucho menos. René “Timoteo” Valdés fundó su circo y durante más de cuatro décadas recorrió Chile de punta a punta. Aún en tiempos del dictador Pinochet. El gran circo pobre de Timoteo (2013) tiene la particularidad de estar integrado por transformistas gays que a lo largo de la vida crearon lazos formando una familia. Cada uno de sus integrantes solo tiene el circo. Pero Timoteo ve como se acerca el final, problemas de salud, problemas económicos y más problemas no hacen más que ponerlo frente a una encrucijada. ¿Es momento de decir adiós y pasarle la posta a otro? ¿Dejar que el circo muera? ¿Seguir pese a la decadencia? Preguntas que Timoteo se hace y que a lo largo de la película intentará responderse o al menos encontrar alguna solución. Lorena Giachino Torréns observa y lo hace desde la honestidad. Sin tomar partido y evitando poner en ridículo a los personajes que retrata. Algo muy frecuente en cierto tipo de documentales actuales y que por el tipo de personajes bien podría haber caído en la tentación. La cámara se centra en cada uno de los integrantes de esa especie de familia para mostrarlos en una intimidad alejada del maquillaje y los brillos. De ese falso glamour campechano que ponen en escena. Podría haber optado por explotar la decadencia, lo bizarro, pero no. Eligió contar la historia desde la melancolía y principalmente con respeto. La elección de hacer foco nada más que en el momento actual hace que la historia gane, porque sin duda querer abarcar sus orígenes, como sortearon el paso por la dictadura o lograron aceptación dentro de una sociedad conservadora como la chilena hubieran sido temas para otra película.
Timoteo (René Valdés), es un personaje en sí mismo, porque es el creador, jefe y tesorero del circo que lleva su nombre. Ronda los 70 años de edad, y hace más de cuatro décadas que recorre Chile llevando su arte. El espectáculo que expone no es el de un circo convencional, donde hay animales, domadores, trapecistas, payasos, etc. Aquí lo que hay son transformistas. Si, el show lo llevan adelante unas personas marginadas de la sociedad puritana y conservadora chilena, que viven en comunidad dentro de los motorhomes, donde no sólo se suben al escenario para realizar su actuación sino que también realizan otras tareas inherentes a su actividad. Como figura en el título de este documental de Lorena Giachino Torréns, la pobreza predomina por doquier. Ellos viven al día, con lo justo. Gran parte de lo que ganan se invierte en el mantenimiento y renovación de la carpa, como así también del vestuario, accesorios, etc., que sirve para atraer a los espectadores, que cada vez son más escasos porque las generaciones van cambiando, y este ambiente no los atrae como otrora. Pese a la austeridad con la que viven ellos continúan en su senda, le da sentido a su existencia. Lo que hacen es bailar, cantar, realizar sketches provocativos con tono humorístico, porque la premisa que manejan es divertir al público, todo como si fuera un teatro de revista, pero más humilde. La directora del film no indaga sobre la historia de ellos, no hay imágenes de archivo, no los entrevista. Simplemente pone la cámara y deja que los personajes se muevan con naturalidad y hablen entre ellos, cómo si no los estuvieran filmando, los deja ser. Este criterio narrativo lo vuelve tedioso, como si fuese un video casero, porque recién sobre el final hay un conflicto y una cierta emoción, pero durante todo el relato, lo que vemos, son las tareas cotidianas, la falta de dinero, las mudanzas, etc., donde no tiene una particularidad, un interés sólido que merezca ser filmado y divulgado, simplemente son un grupo de artistas que, pese a todo y a todos, intentan desarrollar su vocación.
Lorena Giachino dirige El gran circo pobre de Timoteo: documental chileno sobre un circo emblemático que, durante más de cuarenta años, se mantuvo de pie con sus espectáculos de transformistas. Transformistas, brillos, plumas, música, bailes. Uno piensa en un circo como el de Timoteo y trae a su cabeza cosas alegres y coloridas. No obstante, la mirada que realiza Giachino acá es un poco más agridulce: el circo ya no es lo que era y su propio dueño, entrado en años, teme que el final esté cerca. Ese tono de grises está impuesto desde su presentación, en la que uno de los creadores habla sobre un artista que se fue en el escenario y sobre la suerte de irse así: con gente aplaudiendo y haciendo lo que uno le gusta. De esa melancolía está impreso este documental. Giachino se pone en el lugar de observadora. Se introduce en esa comunidad, que es como una familia en sí, y los deja ser. Desde momentos de cotidianeidad hasta aquellos en los que se paran frente al escenario cada uno con su show. Timoteo (o René), el dueño de este circo, se enfrenta con la posibilidad de ya no estar capacitado o sano (los cambios de los tiempos y una enfermedad anunciada) para seguir al mando. Y esto trae aparejado diferentes consecuencias para el circo que construyó y con tanto esfuerzo y cariño mantuvo de pie. Al respecto reflexiona sobre su destino, sobre la vejez, sobre la posibilidad de ya no hacer aquello que es su vida. El modo que tiene Giachino de acercarse es tímido, silencioso, sin interferir. Si bien en muchas escenas esto se agradece por su naturalidad, también parece por momentos no tomar una postura clara, no saber bien qué es lo que quiere contar con esto, en dónde radica el principal foco de interés. Sin entrevistas, sin sensación de estar nada impostado, sin su voz. Para poder ser testigos de cómo vive y trabaja este grupo de gente que tiene más voluntad que medios para llevar adelante la vida que disfrutan. Por eso hay momentos de largos silencios, conversaciones de aparente banalidad, sonido de lluvia, risas y llantos, sin un hilo argumental definido de la manera más clásica y estructurada. Irse, desaparecer, terminar, un final, algunas de las ideas que pululan a través de un retrato compuesto a través de momentos, destilando mucha naturalidad.
“Pa’ mí que cuando uno se muere, se muere (…) Yo me fijo en los animalitos y nosotros somos animales”, dice Timoteo justo cuando acaban de armar la carpa para una de las presentaciones del circo. ¿Acaso la muerte merodee, desde el comienzo, esta escena de la carpa que centra entre líneas rojas y amarillas a Timoteo mientras surca por los cielos un pajarito casi sin que lo notemos? El documental procura responder la pregunta de si la dificultad de mantener el circo de Timoteo después de cuarenta años de existencia es un impedimento o un sencillo reto de la cotidianidad. Vemos la interacción entre sus integrantes, vemos cómo arman los fierros para cada uno de los espectáculos; todo esto visto desde la perspectiva de los detalles. No hay grandilocuencia en la narración, sino atención a lo que cantan y rezan los integrantes circenses. Cuando en la gira final presentada en el documental uno de los participantes canta en escena “Soy lo que soy” a medida que se va desnudando mientras los demás integrantes tararean la canción desde tras bastidores, estamos ante el reconocimiento de una trayectoria de vida. Si bien es cierto que la película tarda en tomar cuerpo por la narración en apariencia dispersa, al final hay un canto al oficio circense de este conjunto de hombres transformistas más allá de la posible ridiculez de hacerlo a la “avanzada edad” de algunos. Éste no es un documental para avalar su oficio, sino para reconocer lo celebrado en sus espectáculos. De a poco, entre risas, se va trazando el melodrama en el documental. En escena, uno de los participantes canta “Esa lágrima que brota en el fondo de mi corazón”, mientras Timoteo (René Valdés fuera de las tablas) reza a la virgen. Y en esta escena que alterna canto y rezo notamos como espectadores un quiebre en los chistes y recorridos vistos. Y así desembocamos, con cierto melodrama, al final lluvioso donde, entre silencios de los participantes y los ecos del show, descubrimos la inquietud que nos venía esbozando el documental a los espectadores. La salud va de la mano del arte. Lorena Giachino escamotea esta certeza cuando Timoteo gira incesantemente una botellita en sus manos se reúne con sus compañeros para hablar. El canto final de Timoteo del verso “El viento aquí se ha llevado un lamento de mi corazón” invita al sentido de que el arte, como el clima, expele los dolores del cuerpo.
Nostalgia. El pasado que construye una historia y que se ve abrumado por un presente plagado de avatares económicos y que hacen peligrar la base de la identidad y el sentido de todo. Timoteo resiste, pero no por mucho tiempo más, y ese dolor es el que guía su sufrimiento. Lorena Giachino Torrens genera un relato intimista sobre el universo de Timoteo, su circo, sus integrantes, su legado, sin golpes bajos, pero con la sapiencia de reflejar a un ser que supo ocuparse de aquellos excluidos durante décadas, y que en el fondo, terminaron convirtiéndose en su familia.
Todos en Chile han oído alguna vez hablar de él. El Circo de Timoteo ha sido objeto de estudio por ser la primera compañía que en la que sus integrantes son transexuales y organizan sus cuadros partiendo de esta temática. Como todo espectáculo circense, son nómades y van de una punta a la otra del hermano país. Y si esto no es suficente para conmoverlos, les cuento que llevan 40 años haciendo esta tarea. Cuarenta años en los que se enfrentaron no sólo al paso del tiempo (con su cambio de hábitos en los espectadores), sino además a una gran dictadura, sosteniendo su identidad y valor como artistas. Lorena Giachino Torréns propone al espectador un documental de observación. Poca o inexistente intervención oral, algunas charlas aisladas, imágenes y postales de shows o de los ensayos de los integrantes del circo. Timoteo está enfermo y a sus 70 años (cuando fue rodado el film), tiene problemas en sus pulmones (ha sido un gran fumador). so resiente el ánimo de la compañía. Atraviesa la atmósfera la pregunta de que sucederá cuando Timoteo no esté. Además, como todo emprendimiento en solitario y sin apoyo estatal, este circo lleva pocos espectadores a sus shows. Si bien su energía e historia puede verse como atractiva, lo cierto es que no estamos en una época donde a los artistas independientes circenses se los trate con respeto y se acompañen sus proyectos. Eso aparece solapadamente en este documental, en el que nos hubiese gustado por ahí conocer más sobre anécdotas en las que Timoteo y su banda se enfrentaron al estado opresor de Pinochet. Apuesto que ese material podría ser para alquilar balcones. Interesante (aunque melancólico en grado uno, quizás) propuesta que puede verse en el Gaumont. Pensaron cuántos circos emblema hemos perdido en estos últimos años en Argentina?
EL ESPECTACULO COMO FORMA DE SUBSISTENCIA Con el espíritu intuitivo del documental de observación, la directora Lorena Giachino Torréns se acerca en El gran circo pobre de Timoteo a un grupo de artistas circenses que recorre el territorio chileno con su espectáculo de transformismo desde hace más de 40 años. Pero, especialmente, hace foco en René Valdés, director y creador septuagenario que atraviesa una complicada situación en su estado de salud, lo que pone entre sombras el futuro del espectáculo y de la compañía. Si el material distintivo del film es la curiosidad que genera el impacto del humor provocador y sexual, y la reconfiguración de lo genérico y la exposición de lo gay en el contexto de la sociedad conservadora chilena, la película opta progresivamente por desviar su mirada hacia otros temas: fundamentalmente, la solidaridad que se respira en la comunidad circense y la incertidumbre ante la posibilidad de que el show, contrariando a la canción, no pueda seguir. De Giachino Tórrens conocimos hace tiempo en algún Festival de Mar del Plata el documental Reinalda del Carmen, mi mamá y yo, que partía de la experiencia personal para trazar una mirada universal sobre la sociedad y la memoria. Esa fluidez entre lo público y lo privado que la directora mostraba en aquella producción, vuelve a aparecer aquí: de la alegría hiperbólica que se da sobre el escenario, a la melancolía del backstage. Incluso, en un uso inteligente del montaje, se fusiona el misticismo de René Valdés, su espiritualidad y sus rezos a la virgen con uno de los números del circo que hace gala de un repertorio indecente de humor genital. Sin caer en lo periodístico-explicativo ni en el recurso del busto parlante, El gran circo pobre Timoteo nos permite intuir la importancia de este espectáculo de transformismo, su relevancia contracultural y su elogio del desparpajo. Posiblemente la película funcione mejor en un público que conozca al personaje de antemano, ya que por su apuesta formal nos mete de lleno en un universo sobre el que avanzamos un poco a tientas. Por eso que para algunos espectadores (entre los que me incluyo) El gran circo pobre de Timoteo tarda un rato largo en encontrar su tono, entre diálogos fragmentarios y un minucioso seguimiento del armado de la carpa. Pero cuando la presencia de la enfermedad se hace explícita y la tensión en la comunidad del circo se hace tangible, la película crece sobre la base de un tema recurrente: el espíritu del artista, su inmanente lucha contra la oscuridad que no es otra cosa que la falta de contacto con la gente, con el público, su horizonte definitivo, y contra el olvido. Claro que el marco de lo circense, del tipo de vínculos que se generan en ese universo, potencia la melancolía del relato, incluso porque se trata de un arte que en cierta medida se encuentra entre la readaptación a nuevas formas o su inexorable desaparición. Entonces el espectáculo, el show, como forma de subsistencia.