Gauchos de cuchillo en mano Con algunos años de retraso desde su rodaje llega esta película de Fernando Musa que mantiene vivo el espíritu gauchesco y con aire de western que también supieron preservar producciones de otra época. Después de Fuga de cerebros y Chiche Bombón, Musa se basó en un libro de Horacio Guaraní para llevar a la pantalla una historia sobre la venganza. El grito en la sangre está ambientada en 1952 y sigue los pasos de Cali (Abel Ayala, el joven actor de El polaquito y El niño de barro), cuyo padre fue asesinado durante una carrera de caballos, y su feroz travesía para encontrar al responsable mientras conoce a Lucía (Florencia Otero), su primer amor, y recibe la ayuda de un viejo capataz de estancia (Horacio Guaraní) que lo adopta como un hijo. El personaje central busca restaurar el desorden impuesto a su vida mientras se transforma en un hombre que busca la paz para el alma de su padre. El realizador logra transmitir a lo largo de casi una hora y media el clima requerido en este tipo de relatos, en los que el paisaje también cobra protagonismo. Desde un cielo tormentoso, cabalgatas, peleas con cuchillo en mano, la cuota obligada de romance, la presencia de villanos y hasta un desenlace que se guarda una sorpresa. A la buena factura técnica (la imágen presenta un granulado en su primer tramo) se suman las intervenciones de Ulises Dumont, Carmen Valllejos, Luisa Calcumil (Gerónima) y Emilio Bardi, pero los aplausos se los lleva la pareja protagónica integrada por Ayala y Guaraní. El film tampoco disimula las influencias del cine popular que acuñó Leonardo Favio.
El llamado telúrico. La venganza ha sido el motor de las acciones de los hombres desde tiempos inmemoriales, encontrándose en su mayor esplendor en la tragedia griega. En la mayoría de las idiosincrasias culturales la venganza es parte de la vida cotidiana en la forma de un reclamo visceral de reparación o sacrificio para mantener un balance en las relaciones humanas. En una carrera de caballos a principios de los años cincuenta en el campo argentino, uno de los jinetes es asesinado por algún espectador de forma artera con un disparo que sale de la multitud y el principal sospechoso es el dueño del caballo contrincante. La madre del jinete le solicita a su nieto que vengue la muerte de su padre y este parte tras una vaga pista por el interior del país para buscar indicios que lo conduzcan al asesino. Exhausto y perdiendo la única huella, Cali, el hijo en busca de venganza, conoce al capataz de una estancia que le salva la vida, lo cura y lo lleva a trabajar para su patrón. Allí, Cali se enamora de Lucía, la joven hija del estanciero que pasa sus vacaciones en el campo de su padre adinerado tocando el piano, que lo hace olvidar su ansia de venganza; pero el asesino sigue suelto y la historia de amor entre un peón y la hija de su patrón está destinada a la tragedia.
El lenguaje del facón De la misma forma que en Aballay el hombre sin miedo el detonante para el desarrollo de la acción surgía de la venganza, el móvil que arrastra al protagonista joven de esta historia, Cali (Abel Ayala), pensada y escrita por el cantante Horacio Guaraní también es la venganza por la muerte de su padre durante una carrera de caballos. El grito en la sangre cuenta entre sus claves con la dirección de Fernando Musa, esta vez completamente alejado de sus mundos adolescentes como ocurría en Fuga de cerebros (1988) o Chiche bombón (2004) para sumergirse campo adentro y abrazar las coordenadas del western y la impronta gauchesca. El resultado de la empresa es positivo al contar con un elenco sólido y la sorprendente participación de un Horacio Guaraní que logra establecer de inmediato un vínculo interesante con Cali, primero ocupando el espacio vacío de un padre, pero destilando cierta ambigüedad a lo largo de la trama que propone su personaje muy bien escrito. La historia de amor con ribetes de tragedia al enfrentar clases también gana intensidad gracias a Florencia Otero en el rol de Lucía, quien despierta el contraste sensible ante un universo atravesado propiamente por el machismo de la época –estamos en 1950 en pleno campo- y la hostilidad con la que estos hombres dirimen sus cuentas pendientes con el lenguaje del facón. No puede dejar de destacarse y tratándose de una película donde la geografía es fundamental el excelente trabajo de fotografía de Jorge Crespo (de acuerdo a los créditos del film), así como las cuidadas panorámicas para resaltar la belleza del paisaje y el esmerado trabajo en el tratamiento de imagen para hacer de esta película una obra de calidad, salvo algunas deficiencias en el guión pero que son detalles menores a la hora del balance integral de la propuesta.
Con las mejores intenciones... Es llamativo que el cine argentino actual se ocupe poco y nada de lo gauchesco, más allá del revuelo generado por Aballay, el hombre sin miedo un par de años atrás. El director cordobés Fernando Musa quiere ser la excepción a la regla con El grito en la sangre, pero las intenciones no siempre hacen una buena película, y el resultado es una épica fallida, oscilante entre el revanchismo, el autodescubrimiento y la incipiencia del amor. Adaptación de la novela Sapucay, de Horacio Guarany, quien aquí se encarga no sólo de la narración en off sino también de ponerle el cuerpo a uno de los coprotagonistas, El grito en la sangre se sitúa a mediados del siglo pasado, cuando Cali debe seguir la creencia popular que obliga al primogénito a vengar al padre cuando éste muere a traición. Lo que seguirá es el derrotero del adolescente en busca de conocer -y matar- al asesino, al tiempo que se enamorará de la hija del patrón. El film acierta en la recreación de época y en la utilización de un tono gauchesco noble y nostálgico, pero nunca logra darles carnadura a sus personajes más allá del carácter funcional dentro del relato. Así, Cali encarna la bondad y tenacidad más pura, sin un atisbo de oscuridad o matiz. Lo mismo ocurre con las contrafiguras de turno, como -por ejemplo- el compañero de trabajo que disputa el amor de la chica. Por otra parte, Musa desaprovecha la enormidad geográfica abusando del plano-contraplano, aproximándose a un lenguaje más televisivo que cinematográfico. Así, El grito en la sangre termina siendo una película plena de buenas intenciones, un loable intento de reapropiarse del acervo cultural identitario de nuestro país. Lástima que no haya mucho más allá de eso.
A veces, el cine aún se propone depararnos alguna sorpresa. Lo reconozco, fui a ver" El grito en la sangre" con las expectativas equivocadas, y para mi agrado salí con la sensación de ver un tipo de película que hacía mucho no veía, un estilo cinematográfico que nuestro cine andaba necesitando ante tanta producción industrial que cada vez refleja menos nuestra impronta. Basada en la novela Sapucay del gran Horacio Guarany (que también se hace cargo del guión y co-protagoniza), El grito… se inscribe en la mejor tradición del cine gauchesco, con armas tan nobles como autóctonas. Es la historia del Cali (Abel Ayala, revelación) quien al comienzo de la película, con una introducción potente, pierde a su padre (ese gran actor no reconocido Emilio Bardi) asesinado misteriosamente en medio de una carrera de caballos y ajuste de cuentas. Estamos en la década del ’50, y los mitos pesan. Según marca la tradición el Cali debe salir a vengar la muerte a traición de su padre para que el alma descanse en paz; pero ese camino no será fácil y le aguardan varios acontecimientos. Como una suerte de camino del (anti)héroe, el Cali terminará en una estancia manejada por Don Chusco (Horacio Guarany) con quien pronto desarrollará un vínculo casi paternal con mucho de lealtad; también conocerá el amor en manos de una mujer prohibida, Lucía (Florencia Otero). "El grito en la sangre" exuda valores como lealtad, honor, fraternidad y orgullo; los vínculos son realmente sanguíneos y está claro que la hombría hay que demostrarla en todos los actos. En la conferencia que dio para la prensa, su director, Fernando Musa (este es su mejor film en varios aspectos), reconoció las influencias de Leonardo Favio, y es innegable. Juan Moreira y Nazareno Cruz y El Lobo están presentes en varios tramos de este film, el espíritu alegórico, el tono crepuscular de lo nocturno contrastado con lo luminoso del día, hasta cierta narración en verso parecen apropiados de un film del genial Favio. El trabajo técnico de fotografía, ambientación, y sonido para crear clima es otro punto alto del film. El tono granulado y casi sepia deliberado (que se va diluyendo mientras va avanzando) hace recordar a buena parte del cine de la generación del ’60. La elección del elenco en roles acertados termina de configurar una propuesta redonda. A las gratas revelaciones de Ayala y Otero (este fue su primer film), y la recuperación de Guarany en un papel a su medida, se le debe sumar los sobresalientes secundarios de Roberto Vallejos, Luisa Calcumil y Carmén Vallejos, a quienes les alcanzan con pocas escenas para sobresalir. Para "El grito en la sangre" el tiempo no ha pasado, el cine gaucho, más alejado del tinte western de algunas producciones recientes, se ve vigente y en buena forma. No hay ritmo trepidante, no hay vértigo, es la calma que presagia la tormenta. Un film para salir con nuestras tradiciones en el pecho.
Un sólidamente narrado western gaucho con todas las de la ley ¿Habrá empezado Aballay una nueva tendencia? No lo sé, lo que si se es que El Grito en la Sangre es un ejemplo muy bien armado de lo que es un western gaucho. Con la diferencia de que no “agauchan” lo visto en miles de westerns, sino que crean los mismos debates de esas películas (amor, honor, venganza, justicia) dentro del universo gaucho. ¿Cómo esta en el papel? El Grito en la Sangre cuenta la historia de Mario, quien ve a morir a su padre morir de un disparo en una carrera de caballos. La tradición gaucha establece que cuando un hombre fue muerto a traición, su alma no descansará en paz hasta que el hijo mayor del finado vengue esa muerte. Cuando los sospechosos habituales prueban no tener nada que ver, Mario se encamina en un viaje para buscar al verdadero asesino. Su viaje lo lleva al campo de Don Clemente, donde encontrara el amor de Lucia, la hija de patrón, y el consejo de Don Chuco, el capataz de dicho lugar quien lo toma bajo su ala. El guion se desarrolla adecuadamente con un conflicto claro y los puntos de giro bien establecidos. Los antagonistas son escasos pero presentes y la historia no se la deja fácil al protagonista para cumplir con su objetivo, cosa que suma muchos puntos. Cierto, la subtrama romántica de tanto en tanto se pasa de revoluciones, pero a la postre se elige no descuidar la trama principal; lo que lo hace un traspié chico pero perdonable. La resolución elegida probablemente a muchos no les cierre, pero cuando mastiquen la película se percataran que otra alternativa no podía quedar. Decisión arriesgada pero acertada. No es una obra maestra del guion cinematográfico, pero está bien narrado, y eso ya es para agradecer, sobre todo por no caer en muchos de los clichés en los que se han incurrido a lo largo de la historia a la hora de retratar la cultura gaucha. ¿Cómo está en la pantalla? La factura técnica de la película es impecable. El uso de los colores, los contrastes y las sombras contribuye muchísimo a la creación de climas y al sostén de la tensión. Todo esto por no mencionar la riqueza en las composiciones de cuadro, y la estrategia, justificación e inteligencia a la hora de mover la cámara. La factura actoral es bastante adecuada, Abel Ayala se lleva con mucha dignidad al hombro y trae a suficiente buen puerto al protagonista, lo mismo podemos decir de Florencia Otero. Pero definitivamente el punto más alto a nivel interpretativo es definitivamente para Horacio Guarany, a quien el rol de mentor le calza como guante; una suerte de Obi Wan Kenobi gaucho. Sus escenas están entre lo más alto de la peli; una actuación que da gusto. Párrafo aparte merece destacar que esta fue la ultima película del gran Ulises Dumont (la película se rodó en 2007, poco antes de su muerte), que entrega un personaje tal vez pequeño pero que se vuelve fundamental no tanto para la trama en sí, sino para el viaje del personaje protagonista. Conclusión Claro en sus ideas, decente en sus actuaciones, y sobresaliente en su técnica, con El Grito en la Sangre Fernando Musa pone sobre la mesa una narración a la cual difícilmente se la pueda catalogar de obra maestra, pero sienta un precedente para encarar este nuevo subgénero de manera tal que enganche al espectador y se mantenga fiel al universo elegido para narrar su historia sin caer en la exageración.
Una tragedia campestre Como si se tratara de un viaje hacia atrás en el tiempo, El grito en la sangre retoma ejes temáticos del cine argentino de los '70, en especial una historia que transcurre en la geografía pampeana con una venganza de por medio. No está mal la intención de volver al film gauchesco, que había tenido su resurrección con el Martín Fierro de Torre Nilsson y que dejaría al Juan Moreira de Favio como su gran ejemplo. Más aun cuando los rubros técnicos están cuidados al máximo. Pero la película de Musa está invadida por una onda retro que la convierte en una pieza de museo, en algo cercano a una naturaleza muerta, con un relato sostenido desde una voz en off que se expresa por sus características radioteatrales. El afán de venganza de Cali (Ayala) empieza desde el asesinato sin responsable de su padre, al que le disparan por la espalda en una carrera de caballos. Con un inicio argumental parecido al de Aballay de Fernando Spiner, Cali deberá convertirse en hombre de un día para el otro, conocerá y se sentirá atraído por Lucía (Otero), tendrá la protección de El Chusco (Guarany), que lo adoptará como a un hijo, y trabajará en la hacienda de un gaucho (Liporace), padre de la chica que el huérfano desea tener a su lado. Con ese esquema de personajes previsibles y sin demasiados matices, la película descansa en la imponencia del paisaje, en las costumbres gauchescas y en la obsesión por aferrarse a un guión construido a partir de situaciones y personajes estereotipados, sin lugar alguno para la ambigüedad. El desenlace, sorpresivo al fin, tampoco escapa a las reglas de la palabra escrita, como si se tratara del clásico golpe de efecto proveniente de un radioteatro gauchesco de hace décadas. Ayala carga con la responsabilidad actoral transmitiendo compromiso con su personaje, en tanto, la sola presencia de Guarany como intérprete secundario fortalece algunas escenas del film.
Un drama campero con todo lo que corresponde ¿Cuánto hace que nuestro cine no nos regalaba un drama campero? Un buen drama campero, con sus amaneceres y atardeceres, los arreos, los floreos, el gauchaje en sus tareas y descansos, la formación bajo la guía del viejo hombre de campo, el criollito tímido frente a la muchacha que lo mira, los modos de hablar, la vida de familia y de galpones, las cuadreras, los desafíos de boliche, el malentendido entre los hombres, el entripado que conlleva la tragedia, y, sobre todo, la verdad, la poesía, la reflexión que emocionan a su público. Es difícil reunir y conjugar tantas cosas de buena manera. Si esto ha sido posible, sólo se debe a la buena mano y dedicación del director Fernando Musa y su equipo, y a lo que él mismo ha definido como dos fuerzas de la naturaleza: Horacio Guarany y Abel Ayala. La idea nació de Guarany, que tiempo atrás le acercó a Leonardo Favio su novela. El artista se entusiasmó, pero ya estaba enfermo, y sugirió entonces el nombre de Musa, que había sido su asistente y director de segunda unidad en "Gatica el mono" y otras tareas, y además ya tenía obra propia, con piezas singulares que acreditaban buen oficio y habilidad para embellecer el pequeño mundo de las gentes comunes. La película se filmó hace ya unos años. Es la última que filmó Ulises Dumont, que encabeza dos escenas clave. Guarany tenía ya 82 años, pero igual andaba a caballo. El hizo que le enseñen a montar al pibe Ayala, inmenso actor que venía de hacer "El polaquito" y "El niño de barro". Así los vemos, juntos al tranco sostenido y, en una escena, el chico llegando hacia la cámara al galope y saltando para una atropellada, antes que el caballo se detenga del todo. No cualquiera lo hace, y se trata de detalles importantes para la credibilidad de la puesta. Después, cada uno siguió su camino, y la obra se fue demorando en las islas de edición, sonido y copia final, que recién este año se ha logrado. Lo que al fin vemos, es prácticamente una pieza única, que los entendidos y el público general, sobre todo el que ha vivido en provincias, sabrán apreciar. Ambientada en los 50, lo que permite la presencia de algún auto, un ómnibus de entonces, en el que viaja la hija del patrón, y algunas prendas, la historia describe las andanzas de un muchachito en busca del asesino de su padre. No lo conoce, ni siquiera sabe quién fue. En sus averiguaciones irá desde algún lugar de toponimia guaraní hasta el pie de las sierras puelches y hallará por ahí trabajo, un viejo capataz que lo ha de querer como a un hijo, una solícita criatura que le clavará dulcemente los ojos, y un enemigo más alto y más fuerte que él. Es realmente creíble la pelea, y es muy fuerte la resolución. Fuerte, inesperada, muy bien representada y con una línea final que sólo Guarany podía decir, con su manera tan musical y sentida de ir glosando los relatos. Además de Dumont, completan el elenco Roberto Vallejos, Florencia Otero, Luisa Calcumil, Emilio Bardi, María Laura Cali, Enrique Liporace y la recordada Carmen Vallejo (también para ella ésta fue su última película). Ellos, y hasta el último extra, todos exactos para esta historia campera. Otros tantos a favor son la dirección de arte del veterano Pepe Uría, la música del joven maestro Ivan Wyszogrod, nada menos, y la hermosa fotografía de Jorge Crespo, equiparable a la que hizo Juan Carlos Desanzo para "Juan Moreira", lo que es decir mucho y puede sostenerse. Rodaje en el sureste de San Luis, y en el impresionante Parque Nacional Las Quijadas.
Nervio y color gauchesco para una venganza Corre el año 1952. En un pequeño pueblo del interior, un muchacho apegado a su hogar y siempre dispuesto a ayudar a sus vecinos es visitado por la tragedia cuando su padre es asesinado durante una carrera de caballos. ¿Quién fue el autor de ese disparo mortal? Cali necesita saberlo aunque el resto parezca comenzar a olvidar el crimen. Al trote de su caballo, deja su hogar en busca de una venganza que, día tras día, le carcome el alma. En su largo andar el muchacho recala en una estancia donde, gracias a la inmediata simpatía que el capataz le dispensa, logra un trabajo de arriero, al tiempo que va conociendo más a fondo a Lucía, hija del dueño del lugar, y así no tardará en nacer entre ambos un romance. Adaptado del relato Sapucay, de Horacio Guarany, el director Fernando Musa, que había debutado en el largometraje con la recordada Fuga de cerebros, logra un entramado tan duro como persistente en esos certeros dibujos que envuelven a Cali apoyado en la creencia popular que sostiene que cuando un hombre muere a traición, éste deberá ser vengado para que su alma descanse en paz. El propio Guarany es quien encarna al capataz quien va marcando el rumbo de Cali, y lo hace con una indudable credibilidad actoral, acompañado por Abel Ayala en su composición del joven buscador de la venganza y por un elenco del que sobresale la labor de Ulises Dumont, en uno de sus últimos papeles para el cine. El realizador supo dotar a su historia del por momentos angustiante clima que pedían esos personajes y así, y sumado a una excelente fotografía y a una adecuada música, el film se convierte en una obra que muestra con color y calor la trayectoria de alguien que hace de su vida el trampolín para no dejar impune una injusta muerte.
Una película muy particular, ya la elección de los años 50 y el ambiente de gauchos, leyendas, venganzas obligadas y un alma en pena demandante implica un enorme desafío. Basada en una novela de Horacio Guaraní, co-autor del guion, narrador y actor es la mayor curiosidad. Una historia de buenos momentos, otros innecesariamente alargados y el uso de la voz en off para unir distintas situaciones y acortar.
Cuando prima la leyenda Hace un tiempo, el estreno de Aballay, el hombre sin miedo (2010) marcaba el retorno de los llamados films “gauchescos” o western criollos. El grito en la sangre (2014) es un proyecto anterior que por esas cosas del destino llega a las salas posteriormente. Una película impulsada por Horacio Guarany que recupera lo mejor de aquellas historias emblemáticas del cine argentino industrial. El resultado es un trabajo muy correcto que rinde honor al género. Basada en la novela Sapucay del mismo Horacio Guarany, la película narra la historia del Calí (Abel Ayala), un joven que ve morir a su padre en extrañas circunstancias. El chico jura venganza y pasará su vida buscando al asesino. Ante algunos infortunios, su cabeza corre peligro y es apadrinado por un viejo capataz de estancia (Horacio Guarany), quien se dedica al arrendamiento de reses y lo contrata entre sus peones. El tipo desconoce su paradero hasta que la situación estalla por sí sola. Contrario a lo que podía suponerse por los riesgos que implica transitar un género no habitual para el equipo técnico y artístico, El grito en la sangre es un muy buen trabajo, técnicamente impecable, con un manejo notable de la fotografía que destaca los paisajes campestres con loables puestas de sol, pero también retrata el interior de los personajes al expresar mediante claroscuros y contraluces, los diversos sentimientos que experimenta el protagonista. Además del trabajo estético El grito en la sangre es un film de narrativa inteligente: recurre a sentimientos básicos como la venganza, la traición, la lealtad y el amor para construir los cimientos del relato. Los recursos formales están en función de la historia que se cuenta, y potencian la carga dramática del argumento. En este aspecto el director Fernando Musa demuestra un gran virtuosismo en la resolución de escenas, tanto en el diagrama de la puesta en escena como en la construcción de las mismas. El otro punto que redondea una película digna en su propuesta, son las actuaciones que logran trasmitir la parquedad de los hombres de campo. Y lo hacen con un naturalismo auténtico, sin componer un estereotipo ni ser demasiado realista. Porque el film se establece como un mito, una leyenda de las tantas que circulan imaginariamente por esos espacios. Como toda gran épica, la película que toca temas universales, transita la tragedia clásica. En este aspecto quizás sea el punto más flojo del film al tener que forzar ciertos elementos del relato para manipular el argumento en función del destino inevitable. Sin embargo, El grito en la sangre no deja de sorprender por su correcto desarrollo temático y formal, reinstalando la temática gauchesca de la mejor manera: con una sólida narración, bien contada y mejor filmada.
Western gauchesco Horacio Guarany no “desentona” en este filme con tinte fantástico. Confesión de parte: no le teníamos fe a una película protagonizada y escrita por Horacio Guarany, con producción de San Luis Cine, que había sido filmada seis años atrás y se estrenaba recién ahora. Por eso la vimos cargados de prejuicios. Pero El grito en la sangre sorprende: este western gauchesco con tintes fantásticos está hábilmente narrado y, además, cuenta con una bella fotografía y destacadas actuaciones, incluyendo la del Potro. El cuento es simple y clásico: a mediados del siglo pasado, en un pueblito perdido de la Argentina, un hombre es asesinado. Su hijo debe cumplir con el ancestral mandato de vengar la muerte de su padre y parte a caballo en busca de pistas que le permitan encontrar -y matar- al asesino. Ese joven, Cali, cobra vida a partir de la creíble interpretación de Abel Ayala, cabeza de un sólido elenco en el que también figuran pesos pesado como Ulises Dumont y Carmen Vallejo, que aquí hicieron sus últimas apariciones en cine. Y hablando de leyendas, volvamos a Guarany. Este es su cuarto trabajo cinematográfico: pasaron 40 años desde su última vez, en La vuelta de Martín Fierro, de Enrique Dawi. Pero es muy natural ante las cámaras, como si fuera un veterano actor en vez de cantor. Es inevitable hablar de su caso sin caer en el lugar común del carisma (e imposible no mencionar su increíble rostro: es extraño que nunca lo hayan convocado para hacer de Mandinga). Aquí, además, fue coguionista junto al director, Fernando Musa: la historia está basada en una de las tres novelas que escribió, Sapucay (de 1993). También presta su voz como narrador y, como si todo esto fuera poco, ya octogenario -el año próximo cumple 90- se animó a montar a caballo. Estamos ante una tragedia rural a la que no le falta sentido del humor. Musa incluyó un par de guiños para que nos riamos todos, como cuando al pasar el personaje de Guarany, Don Chusco, menciona su afición por el canto, y, sobre todo, cuando hace un alegato en contra del excesivo consumo de alcohol. Otro protagonista es el paisaje puntano: a diferencia de tantas películas filmadas en San Luis, ésta aprovecha las bellezas de la provincia, con impactantes planos de escenarios naturales como Sierra de las Quijadas, realzados por tomas hechas en momentos clave como el amanecer y el ocaso.
Una historia de amor y venganza en el litoral de la Argentina en la década de los 50. La trama está basada en la tercera novela del cantante folclórico y escritor argentino, Horacio Guarany, “Sapucay” editada en el año 1993. Llega al cine con algunos años de retraso desde su rodaje, con la dirección Fernando Musa. Tiene un clima gauchesco y con toques del western, con algunas similitudes a “Aballay, el hombre sin miedo” (2010) el western gauchesco de Fernando Spiner. Ambientada en 1950 se desarrolla en algún pueblo del litoral de la Argentina, todo gira en torno a la muerte a traición de Calixto (Emilio Bardi) y como dice la tradición, su hijo mayor Cali (Abel Ayala, "Maradona, la mano de Dios"; “El niño de barro”) para que su alma pueda descansar en paz debe vengarlo. Su padre fue asesinado por la espalda en una carrera de caballos, él deja a su familia y atormentado por esta situación emprende un largo viaje con ese único objetivo. En medio de un territorio hostil, inhóspito y en parte desconocido porque este joven recién sale a recorrer la vida y con esa sed enceguecida de venganza no tarda en meterse en líos de los cuales sale herido, pero quien lo encuentra siente algo especial por Cali (más adelante sabremos porque) lo cura y le da trabajo, el es Don Chusco (Horacio Guarany), capataz de una estancia y además lo trata como a un hijo. Pero en medio de tanto dolor, fantasmas, angustia y el encierro en el alcohol para ahogar sus penas conoce a Lucía (Florencia Otero) que toca el piano como un ángel y es la niña de la estancia, no tardan en sentir algo y como en una riña de gallos se deberá enfrentar a otro compañero de trabajo para disputarse el amor Lucía, el “Tape Ledesma” (Roberto Vallejos). El relato tiene esa impronta gauchesca bien nuestra, con toques de nostalgia y tragedia, el título está relacionado con la historia, se intentan ir creando climas, en esa cabalgatas, peleas a cuchillo, las pulperías, carros, arreo, entre otras actividades que son parte de la historia .El cielo y las tormentas forman parte del paisaje y son resaltadas por la estupenda fotografía de Jorge Crespo (“Samurai”). Forman parte además: la voz en off de Guarany quien también es uno de los personajes con una buena interpretación, las actuaciones de Ayala, Vallejos y Otero están bien pero le faltaron algunos matices y el guión resulta un poco previsible. Actores secundarios: Enrique Liporace (Patrón, Don Clemente), Luisa Calcumil (la abuela) Alberto Benegas (Nicasio) y María Laura Cali (Madre). Además actúan Ulises Dumont (1937-2008) y Carmen Vallejos (1922-2013) es la última película que filmaron (para recordarlos).