Destino circular. Si estuviésemos en temporada de premios del ambiente cinematográfico -los primeros meses de cada año- podríamos decir que El Hombre que Conocía el Infinito (The Man Who Knew Infinity, 2015) toma la forma de otra de esas típicas propuestas oscarizables, lo que por cierto a primera vista no nos adelanta demasiado sobre la amplitud cualitativa del film porque el rubro de por sí es bastante heterogéneo (algunas películas son muy interesantes y otras muy olvidables, por lo general no hay casi nada en el medio). De hecho, el opus escrito y dirigido por Matt Brown engloba un conjunto de características que responden a tres de las subdivisiones favoritas de Hollywood a la hora de repartir estatuillas: en un mismo combo tenemos una biopic acerca de un genio ignoto, una propuesta británica hasta la médula y un análisis de una persona con facultades físicas y/ o psicológicas trastocadas. Y como si todo lo anterior fuera poco, nos encontramos con un detalle que sinceramente nadie esperaba: la mejor actuación de Jeremy Irons en muchísimo tiempo, quien interpreta a G. H. Hardy, un profesor de matemáticas de la Universidad de Cambridge que en la década de 1910 se transforma en mentor de Srinivasa Ramanujan (Dev Patel), un joven hindú con un talento enorme para los números y la infinidad de cálculos que desencadenan. La película ofrece una suerte de sumario de la colaboración entre ambos en pos de poder publicar sus descubrimientos en el campo de las fórmulas matemáticas y la teoría de las fracciones. Lejos de El Código Enigma (The Imitation Game, 2014), un film temáticamente similar que además reinventó las biopics al combinarlas con los engranajes del thriller bélico, hoy la obra en cuestión cae en todos los convencionalismos y artimañas del género. Desde la primera escena quedan de manifiesto las buenas intenciones del realizador y su pretensión de no descuidar las diferencias culturales del caso (las perspectivas de Hardy y Ramanujan son casi opuestas), el clásico componente melodramático (el hindú sufre muchísimo el desarraigo y el haber tenido que abandonar a su esposa para viajar al Reino Unido) y hasta lo que podríamos definir como un retrato de la influencia de la Primera Guerra Mundial en el trabajo conjunto de los susodichos y la vida académica en general (por ejemplo, Littlewood, un docente de Cambridge interpretado con inteligencia por Toby Jones, es enviado por el gobierno al frente de batalla para resolver cálculos relacionados con la balística). El problema de El Hombre que Conocía el Infinito está condensado en el hecho de que resulta muy poco original y depende en un 100% del desempeño del elenco. El inglés Dev Patel, a quien ya habíamos visto en Chappie (2015) y Slumdog Millionaire (2008), se luce nuevamente al otorgarle a Ramanujan la complejidad necesaria para que el personaje pase de un estado inicial de vulnerabilidad al envalentonamiento de la segunda mitad del metraje, cuando se cansa del ninguneo y la discriminación de los británicos del período. Si bien el guión hace énfasis en el choque entre la formación científica tradicional de Hardy (ateísmo y apego a las demostraciones/ pasos intermedios de las fórmulas) y el autodidactismo intuitivo de Ramanujan (trasfondo religioso e improvisación que derivan en constantes ecuaciones), el enfoque edulcorado y perezoso de Brown termina encauzando el desarrollo hacia otro de esos destinos circulares del séptimo arte, en los que una grandeza innata se unifica con el “reconocimiento social” del desenlace, de manera semi-póstuma…
El Hombre que Conocía el Infinito es una película biográfica británica estrenada hace unos meses en Reino Unido y Estados Unidos y, ahora, llega a nuestras salas. Este film, dirigido por Matthew Brown (Ropewalk), es una adaptación del libro homónimo escrito por Robert Kanigel. El mismo cuenta la historia de un brillante matemático indio autodidacta, llamado Srinivasa Ramanujan, interpretado por Dev Patel (¿Quién Quiere ser Millonario?, Chappie), que viaja a Inglaterra, precisamente a la Universidad de Cambridge en el Trinity College para trabajar bajo la tutela y guía del profesor G. H. Hardy, papel a cargo de Jeremy Irons (Batman V. Superman, Hermosas Criaturas). Durante una hora y cuarenta minutos, observaremos cómo el protagonista de esta historia lucha por ser aceptado en un ámbito y sociedad a la que no está acostumbrado y en el que es rechazado constantemente, incluso su propio guía duda de las habilidades de Ramanujan. Muy pocas serán las personas que creerán en él y que ayudarán a que su estadía en ese lugar sea más agradable, como el Sr. Littlewood (Toby Jones). Además, hay una pequeña subtrama amorosa entre Ramanujan y su esposa Janaki (Devika Bhise), en el que se ven separados por este viaje que debe emprender. Lo más destacable de esta propuesta es el talentoso reparto, destacándose los dos protagonistas, en el que Irons y Patel brindan una muy buena actuación y sus personajes se notan que poseen una química, a pesar que en la vida real, el profesor Hardy solo llevaba 10 años de diferencia a Ramanujan. A pesar de esto, la historia no presenta algo innovador o que termine de enganchar del todo al espectador de este tipo de películas biográficas, a comparación de otras películas del género que se estrenaron este año como “La Chica Danesa” (Tom Hooper, 2015). La fotografía, por otro lado, es destacable ya que se advierte que hubo un trabajo de iluminación para crear los distintos ambientes y, al mismo tiempo, tiene cuadros cuidados como las escenas solitarias del templo de Janaki. Del mismo modo, el trabajo de arte está a la misma altura ya que se destaca un gran compromiso en vestuario y escenografía a la hora de recrear la Inglaterra durante la época de la Primera Guerra Mundial, como así también, las escenas que transcurren en la India. Respecto a la banda sonora, compuesta por Cody Brown, acompaña adecuadamente todo el film y está muy clara la influencia de música india que la atraviesa para representar al protagonista. Finalmente, esta película es una propuesta que se se luce principalmente por la labor actoral, pero que no termina de presentar una historia que resulte atractiva para el espectador.
Conjeturas matemáticas El Hombre que Conocía el Infinito (The Man Who knew Infinity, 2015) es la adaptación cinematográfica de la biografía del matemático autodidacta indio, Srinivasa Ramanujan, publicada por el escritor y científico norteamericano Robert Kanigel en 1991, bajo la editorial Washington Square Press. El realizador Matt Brown (Ropewalk, 2000) retoma una significativa historia de colaboración científica en el campo de la matemática que desafía muchos prejuicios académicos. La relación entre el heterodoxo matemático Godfrey H. Hardy y el religioso matemático indio S. Ramanujan generó mucha atención en la prestigiosa comunidad del Trinity College de la Universidad de Cambridge y provocó muchos cambios a nivel teórico por sus contribuciones al análisis matemático, la teoría de los números y las series infinitas. En una operación de carácter romántico, Brown comienza el film con un resumen sucinto, más cinematográfico que biográfico, de los primeros años del matemático indio (Dev Patel) a principios del siglo XX; hace hincapié en su breve paso por la arcaica ciudad de Madras, para dar paso a la invitación de viajar a Inglaterra de la mano de la curiosidad de su colega Hardy (Jeremy Irons), a fin de presentar sus teorías a la estupefacta comunidad matemática de Cambridge. El intercambio de ideas y teoremas entre Hardy, John Littlewood (Toby Jones) y Ramanujan los lleva a replantearse muchas de las teorías matemáticas de la época y a solucionar algunas ecuaciones y problemas que hasta ese momento parecían un atolladero sin remedio. El enriquecimiento académico se ve interrumpido por el estallido de la Primera Guerra Mundial y por la frágil salud de Ramanujan, que es diagnosticado con tuberculosis y una aguda deficiencia vitamínica producto de su mala alimentación. El film de Brown construye acertadamente varios ejes narrativos que le permiten desarrollar un rico relato sobre un personaje interesante y contradictorio, con fuertes creencias mágicas y religiosas en medio de un ámbito agnóstico. Ya sea desde sus humildes inicios, el choque cultural, las diferencias de carácter de los protagonistas, su inesperada amistad, los prejuicios de la sociedad académica o el racismo liso y llano, El Hombre que Conocía el Infinito plantea un panorama sobre la vida universitaria de los pocos indios que podían estudiar fuera de su país en la metrópoli. El elenco cumple durante todo el film y deja una obra romántica sobre un hombre que dejó su familia, y todo lo que tenía, por su trabajo científico para sacar a la matemática de sus dilemas a partir de aportes originales e innovadores. En una época de cálculo y de héroes de plástico, la transformación de un humilde matemático autodidacta que se sumergió en la vida académica en figura romántica es una excentricidad que vale la pena considerar, valorar y seguir.
La infinita historia de las matemáticas Un hombre vestido con harapos garabatea en el suelo de un desvencijado templo hindú. Con una tiza en la mano y una expresión de puro éxtasis en la cara dibuja, una tras otra, infinitas ecuaciones. Cambia el plano y el hombre (Dev Patel) enseña un cuaderno lleno de números a un sinfín de hombres trajeados, rogando un trabajo. Hasta que finalmente uno se da cuenta de lo que tiene en las manos y se compromete a ayudarlo. Sin saberlo, ha comenzado el cambio en la historia de las matemáticas; sin saberlo, ha ayudado a Srivansa Aiyagar Ramanujan.
La vida en números Un genio indio de las matemáticas sorprende a los académicos británicos en esta cinta basada en la vida de Ramanujan y acá te contamos de qué trata sin obviar su fórmula. Estás en la cola de la verdulería y te das cuenta que debes multiplicar los kilos de cebolla que vas a llevar por el precio para que te dé el monto a pagar. Lo haces. Cuando pagas y chequeas el vuelto, miras el reloj y te percatas que faltan cinco minutos para que te cierre la panadería. En esos cinco minutos, 300 segundos, deberás cruzar cuatro cuadras a paso acelerado para llegar antes de que cierre y comprar lo que te alcance de pan con el vuelto de la verdulería. De toda esa combinación de números depende tu éxito. ¿Quién no vivió situaciones cotidianas como éstas donde los números forman parte de nuestro andar? Srinivasa Ramanujan se lo tomó muy a pecho y desde su India natal ya sabía que los números son su vida. El hombre que conocía el infinito (The Man Who Knew Infinity, 2015) es el film que nos cuenta la obra de este genio que, sin ningún título universitario, nos brindó extraordinarios aportes a las matemáticas. La cinta comienza con Ramanujan y un breve resumen de lo que era su vida en la India: sin trabajo, con una esposa que mantener y con un claro pasatiempo como el de hacer cálculos matemáticos en el piso. Dev Patel (¿Quién quiere ser Millonario?) se pone en la piel del protagonista y nos brinda un abanico de matices que hacen de Ramanujan un ser muy cercano a nosotros, pese a la distancia en el tiempo, en la cultura o en la materia en cuestión. Ramanujan sufre por conseguir empleo en la India, se alegra por el contacto desde tierras británicas - y ni hablar cuando pisa la Universidad de Cambridge -, defiende sus postulaciones matemáticas ante cualquiera y venera a su Dios como aquel que lo guía a cada uno de sus descubrimientos. Sin lugar a dudas, ante tantos picos sentimentales, cualquier desliz pudiera resultar criticable y arruinar gran parte del film, pero Dev Patel comienza a acostumbrarnos con sólidas interpretaciones como las antes logradas en ¿Quién quiere ser Millonario? (Slumdog Millionaire, 2008), El exótico hotel Marigold (The Best Exotic Marigold Hotel, 2012) o en la serie de Aaron Sorkin, The Newsroom. En los próximos meses lo veremos en la que podría ser hasta el momento como la mejor interpretación de su filmografía. La película Lion (2016), ovacionada hace semanas en el Festival de Toronto, donde interpreta a un joven indio adoptado por un familia australiana y cuyo objetivo es buscar a sus padres, es la gran apuesta de los hermanos Weinstein para la próximos Premios Oscars y sin dudas el nombre de este joven actor británico va a sonar y mucho. Ser una cinta que se dedica a explorar la obra de un matemático puede muchas veces cometer ciertos errores que en otros films pasarían desapercibidos. Esto acá es llamativo ya que no respeta la historia original. El film es ambientado en un único año: 1920. Según la película, en ese año ocurre la estancia de Ramanujan en Inglaterra, sus descubrimientos y meses después su regreso a la India. Por cuestión de acotar tiempos o hacerlo más dinámico o vaya uno a saber porque, estos no son los tiempos reales. Ramanujan estuvo seis años viviendo en Inglaterra y ese tiempo es un poco más razonable para la cantidad de descubrimientos y demostraciones que pudo llevar a cabo. Por más que pueda resultar algo anecdótico la cantidad de años donde se alojó en territorio británico, cuando uno ve el film no puede resultar verosímil el periplo maratónico de Ramanujan ya que en menos de un año tuvo un subibaja de emociones sin que dé tiempo a la adaptación, la amistad o la constante lucha por demostrar sus hallazgos. Otra de las cuestiones es la edad de G. H. Hardy. En el film es llevado a cabo por el siempre correcto Jeremy IronsJeremy Irons, aunque en la realidad Hardy, el catedrático amigo de Ramanujan, tenía apenas 10 años más que su protegido. Irons ya vivió algo similar durante este año al interpretar a Alfred en Batman vs Superman: El origen de la justicia (Batman v Superman: Dawn of Justice, 2016) donde muchos fanáticos del enmascarado lo criticaron por no llegar a la edad que ellos especulaban con que fuese la correcta – Saludos, Michael Caine -, por lo que esta inversa situación seguro que no pasara a mayores. De todas formas, llama la atención por ser un film donde se estima que si en algo no debe haber equivocaciones es en los números. El hombre que conocía el infinito es una película que narra la vida de un genio de las matemáticas que, pese a su enfermedad, logra llevar a cabo grandes descubrimientos y que se cumplan todos sus deseos. Parecería la sinopsis de Una mente brillante (A Beautiful Mind, 2001), pero es sólo esa similitud. Podríamos trazar un paralelismo pero no tendría mucho sentido. La película que retrata la vida de John Nash tiene todo lo que debe tener un excelente film sobre la vida de un ícono: un destacado director, un sólido reparto y el respeto por los tiempos reales. Por razones de presupuesto o meras cuestiones filmográficas que tiene que ver con decisiones de producción, estos detalles a veces son obviados y podría resentir en el producto terminado. El hombre que conocía el infinito es conducido por Matt Brown en guión y dirección siendo estos sus primeros pasos. La solidez del reparto no se discute. Los detalles temporales, tal como esos cinco minutos reales que me quedaban para ir a la panadería, 300 segundos, ni uno más ni uno menos o, en este caso, el indicar que en un año se vivió lo que en realidad sucedió en seis, son determinantes para el éxito o no. Ahí recae el paradójico fallo de una película sobre un matemático: de toda esa combinación de números depende su éxito.
La biopic del genio matemático indio Srinivasa Ramanujan resulta una propuesta demasiado esquemática y manipuladora. Las biopics sobre genios que deben sobrellevar situaciones extremas siguen siendo furor en el cine contemporáneo. Tras Alan Turing en El Código Enigma y Stephen Hawkins en La teoría del todo, ahora es el turno en la bastante más convencional El hombre que conocía el infinito de reconstruir la historia de Srinivasa Ramanujan, joven autodidacta de la India que revolucionó las matemáticas modernas. Con una estética que no difiere demasiado de Slumdog Millionaire o la saga de El exótico Hotel Marigold (en las que también aparecía el omnipresente Dev Patel), El hombre que conocía el infinito está ambientada entre 1914 y 1920. En el inicio vemos a Ramanujan viviendo a los 25 años en la más absoluta pobreza y sin trabajo. Poco a poco, irá mejorando su situación, consigue un puesto como contador y una austera casa para convivir con su esposa Janaki (Devika Bhise). Pero su golpe de suerte llega cuando un brillante y excéntrico profesor de Cambridge llamado G. H. Hardy (Jeremy Irons) se interesa en sus hallazgos, lo recibe en el Inglaterra y se convierte en su mentor durante cinco años, período en el que logró cambiar las matemáticas para siempre. Sin llegar a extremos irritantes, la película peca de todos los problemas que el espectador podrá sospechar de antemano: una pizca de pintoresquismo, otro poco de paternalismo primermundista, bastante didactismo y una tendencia a la frase célebre y aleccionadora que le quitan capacidad de empatía y disfrute. El golpe de gracia es un cierre melodramático propio de un culebrón televisivo. En síntesis, una combinación entre el crowdpleaser y el tearjerker (entre el “te tiene que gustar” y el “te tiene que emocionar”) que encontrará seguramente algunos adeptos, pero que quienes apuestan por un cine más sobrio, más austero, menos demagógico y menos manipulador preferirán evitar.
Dirigida por el desconocido Matt Brown, El hombre que conocía el infinito retrata la vida de un brillante matemático indio cuyo conocimientos provenían de su propio ser, sin haber tenido oportunidad de estudiar hasta que llega a la Universidad de Cambridge con su sueño de ser publicado. Es la época de la Primera Guerra Mundial y la ayuda del profesor G. H. Hardy derivará en una amistad impensada, entre el hombre que dejó su tierra y su familia y el solitario profesor ateo. Srinivasa Ramanujan (Dev Patel) no la tuvo fácil. Nacido en un país donde la gente no salía de allí (porque si lo hacía probablemente no iba a volver), recién casado en medio de otro matrimonio arreglado más en su sociedad, siempre sintió afinidad por los números, los consideró incluso sus amigos, con ellos se entendía. Pero allí, en ese lugar, no había futuro para alguien como él. Afuera, quizás tampoco. Al ser indio, nada parecía ser fácil para él ni acá ni en la Universidad de Cambridge, a la cual consigue entrar de la mano de un profesor escéptico pero que siente curiosidad por todo este conocimiento inmenso que Ramanujan parece tener. Es G. H. Hardy (Jeremy Irons) quien le dará la mano necesaria para que de a poco vaya logrando ser reconocido. Desde el título (de todos modos proveniente de la biografía escrita por Robert Kanigel), se percibe un film que quiere ser grande, importante. Como su protagonista, que ante los primeros rechazos se compara con Galileo Galilei. “Al menos tienes buena autoestima”, le contesta su amigo. Harto de estar en un lugar donde nunca va a tener el reconocimiento que necesita, escribe una carta a Cambridge y consigue ser invitado. Allí no se lo verá con buenos ojos y costará que entiendan y comprueben los conocimientos que lleva con él, más que nada por los prejuicios. Entre Ramanujan y Hardy, su mentor, hay una diferencia principal y enorme que tiene que ver con sus creencias. Ramanujan no tuvo oportunidades de formarse académicamente y cree que su conocimiento y relación con los números se suceden gracias a la presencia de un Dios. Hardy es un hombre de ciencia, no cree en ningún Dios al que no pueda comprobar, es además un hombre solitario entregado de lleno a su trabajo y sus estudios. Esta es quizás la arista poco profundizada más interesante que podría haber tenido el film. Tampoco se siente demasiado por la relación con su mujer, que más allá de ser arreglada de antemano demuestran amarse y querer apoyarse continuamente. Incluso la presencia de la madre, posesiva y autoritaria, apenas está delineada, dejando en claro que las figuras femeninas no son el plato fuerte del guión, parecen más un adorno. “Hay patrones en todo”, entiende el matemático indio y eso parece aplicarse a esta biopic que peca de tener muchos de los rasgos comunes que suelen pertenecer al subgénero. Una figura engrandecida, que tiene que sortear difíciles retos, cuotas varias de drama (alguna enfermedad, alguna cuestión socio-política, alguna muerte, un poco de alguna o de todas), y finalmente, a veces más tarde de lo previsto para su protagonista, el necesario reconocimiento. Ramanujan fue sin dudas una figura importante en el mundo de la matemática, porque conocimientos suyos sirvieron para estudios todavía vigentes. En “El hombre que conocía al infinito” hay mucho y poco a la vez. Hay mucho material y buenas intenciones, pero todo se siente superficial. Carece principalmente de profundidad y sentimiento. Si bien quiere apelar a eso, no emociona, no se siente conexión, empatía con su protagonista. Frases hechas que parecen recitadas y le restan naturalidad a los diálogos, “Lo que está escrito en el destino, sucederá”, “El conocimiento suele venir de los lugares más humildes”, terminan de completar un film poco inspirado, interesante principalmente para conocer un poco más sobre una figura de la cual muchos no saben. Apenas correcta, con actuaciones convincentes pero sin sorpresas. Dev Patel no puede evitar quedar deslucido ante un grande eterno como es Jeremy Irons, cuya presencia le agrega color a este film.
En los últimos años la producción cinematográfica se concentra en determinado tipo de filmes que aspiran a arrasar con los premios en la temporada de Oscars, Bafta, Golden Globes y otros. Sin dudas “El hombre que conocía el infinito” (Inglaterra, 2015) es una de esas producciones que intenta encajar a fuerza de una fórmula clásica, una historia lacrimógena y un elenco con grandes nombres que enfatizan sus aspectos más obvios para alcanzar esa meta anteriormente mencionada. El filme de Matt Brown, bucea en la relación que se dio entre un mentor y un matemático en un momento en el que el “otro” era completamente alejado y aislado de aquellos lugares en donde el conocimiento se concentraba. Enfocando el relato en el joven Srinivasa Ramanujan (Dev Patel), y sus denodados esfuerzos por encajar en el mundo de la ciencia inglesa hacia comienzos del siglo XX, “El hombre que conocía el infinito” narra el derrotero de éste por conseguir el reconocimiento necesario sobre algunos trabajos que desarrolló en su India natal. Contactándose con el profesor Hardy (Jeremy Irons), un excéntrico profesional que alberga en sí ideas de conciliación y unión, pero que es observado por el resto de la comunidad científica con recelo, entre ambos se conjugará una perfecta comunión que los llevará a consagrar a ambos en su ámbito. Así, la película desarrolla un discurso políticamente correcto sobre la aceptación del otro, el acercamiento al diferente, para aceptarlo y, de alguna manera poder así evitar el conflicto de clases en el propio seno de la Universidad que controlaba el conocimiento por ese entonces. Dejando su vida en India, y en su viaje a Inglaterra para ser aceptado, el joven va transformando algunas de sus más arraigadas costumbres, aggiornando otras, y retransmitiendo a sus colegas la pasión por hacer aquello que uno sabe que lo llevará a un lugar del que nadie podrá sacarlo “El hombre que conocía el infinito” trabaja en un primer momento con el acercamiento al diferente desde la incorporación de la “otredad” como un componente exótico para poder afianzar el relato sobre la “normalidad” y el vector sobre el cual debe construirse el saber. Justamente en ese punto en donde el filme pierde fuerza, porque deja de lado, por ejemplo, la relación con su mujer, el trayecto en el que viaja hacia Inglaterra hacinado en un bote, y prefiere profundizar la enfermedad que luego contrae en el medio de la antesala de la guerra. Si “El hombre que conocía el infinito” intentaba, a partir del carisma innegable de sus protagonistas potenciar el relato, en la falta de convicción de la historia, algo que estaba presente en el libro del mismo nombre en el que se basa, y en el olvido de aspectos que era necesario aclarar y reforzar, como la religión, la fe, y el amor del protagonista, la tarea está cumplida. Pero como seguramente esto no es así, su narración, sin ambiciones ni un horizonte claro, termina por naufragar entre los miles de cálculos que conformaron la teoría de los números primos, aquella que, desde el espíritu autodidacta del joven, terminó por configurarse como una de las más importantes de la matemática y la ciencia.
Cómo se sufre ser genio Siempre es atractivo conocer la vida de un genio, y aquí se suma la actuación de Irons. No es poco. El universo de los genios siempre es atrapante. Y, por lo general, sus vidas están llenas de contratiempos, por lo que las versiones cinematográficas, las biopics, suelen estar plagadas de momentos infelices y pocas satisfacciones. Así como en El Código Enigma se reflejaba a Alan Turing peleando porque consideraran serio su análisis para decodificar un sistema de comunicación de los nazis -y de paso, su homosexualidad-, y en La teoría del todo se pintaba a Stephen Hawkins, ahora El hombre que conocía el infinito retoma al indio Srinivasa Ramanujan, un joven que supo ganarse un lugar en el mundo de las matemáticas, saltando prejuicios a comienzos del siglo pasado en una Inglaterra que veía a los súbditos en su colonia más importante como ciudadanos de segunda. No todos, claro, aunque en el medio académico también había aprensión, terquedad y arbitrariedades varias. Ramanujan (Dev Patel, de ¿Quién quiere ser millonario?), que vivió en la pobreza y sin trabajo en su país, logró que una eminencia de Oxford, G. H. Hardy (Jeremy Irons) aceptara cobijarlo y volverse una especie de mentor. Allí, Ramanujan realizó análisis matemáticos hasta el momento imposibles, ya sea en la teoría de números, las series y las fracciones continuas. Aunque por momentos todo suene algo esquemático -lo de los prejuicios de otros académicos para no apoyar el ingreso del indio a la casa de altos estudios; el clisé en que se convierte su tuberculosis; alguna miradita ya conocida a Jeremy Irons- la relación entre ambos personajes es troncal, y allí está lo mejor de la segunda película del realizador Matt Brown en 15 años. Irons puede mascar su pipa, leer un diario tamaño sábana o acomodarse el cabello con la misma minuciosidad, y hacernos creer cada línea de diálogo imposible. Habrá que ver cómo le sale a Patel ser algún día otra cosa que un joven acomplejado, papel que viene repitiendo, pero por ahora sigue cumpliendo.
Misterio de la creación matemática. Título con tufillo trascendental, actores que pronuncian inglés como en el British Council, protagonista paupérrimo y sin embargo genial, peleándola contra la crema conservadora del Imperio Británico, fondo de Primera Guerra y, para rematarla, un lindo brote de tuberculosis. El hombre que conocía el infinito tenía todo, pero todo lo que se requiere para una de esas películas que podrían llamarse quality & humanity, y que hacen tan felices a los miembros de la tilinguería porteña y de todas partes. Sin embargo este film más británico imposible atraviesa esa cáscara para conectarse con la verdad de sus personajes, con la suficiente sobriedad como para que incluso los tópicos más adocenados del folletín pasen como si no fueran tales. La película escrita y dirigida por Matthew Brown se basa en una novela que reconstruye la peripecia de Srinivasa Ramanujan (basada en una historia real: otro tópico de temer), matemático genial sin formación académica, nacido en Madrás a fines del siglo XIX. Dev Patel lo interpreta con la misma ansiedad con que lo hacía en ¿Quién quiere ser millonario? Ansiedad justificada aquí: Ramanujan tiene veinte años, no puede parar de plantear los infinitos problemas y soluciones de su país y la subdesarrolladísima India de su tiempo no está en condiciones de contenerlo. Para que pueda desarrollarse hay que enviarlo a la metrópoli. Allí, en el Trinity College, dependiente de la Universidad de Cambridge –donde alguna vez estudió el mismísimo Isaac Newton– hay un académico llamado Godfrey Hardy (Jeremy Irons), que, a diferencia de la mayoría de sus colegas, no teme a los desafíos de la razón. Lo que viene es de imaginar: la reacción de la casta dominante de Trinity ante la llegada del morochito de la colonia, a quien el colega presenta como un genio en bruto (desarrolla fórmulas y teoremas por intuición, sin atenerse al sacrosanto método científico) y la lucha de Ramanujan y Hardy para torcer el brazo de los reaccionarios de los números. El hombre que conocía el infinito resulta menos esquemática que su sinopsis. El espectador se ve enfrentado al misterio no ya de la creación artística sino de la creación matemática, que parecería precisar de una formación sistemática que el arte no necesariamente requiere. Para Ramanujan no hay diferencia entre arte y ecuaciones: para él todo es cuestión de formas, y todas ellas son igualmente bellas. Aunque formado en la más rigurosa academia, Hardy coincide con ello –de hecho se haría conocido por un ensayo sobre la estética de las matemáticas– y ésa es una de las líneas de combate entre ellos y el burocrático establishment matemático de Trinity. Otra línea de conflicto, ahora entre pupilo y mentor, enfrenta el racionalismo a la pura e inexplicable inspiración. A la segunda, que en su caso toma la forma de visiones religiosas, Ramanujan le da el nombre de Dios. La película termina con el muy ateo Hardy al borde mismo de la conversión, tras el paso fatal del ventarrón del melodrama. De perdonar o no ese pecado (el de la conversión, se entiende) dependerá la apreciación final que se tenga de El hombre que conocía el infinito.
Por más que nos encontremos ante una historia real da la sensación de que El hombre que conocía el infinito es un ensamble entre Una mente brillante (2001) y ¿Quién quiere ser millonario? (2008) pero sin lo bueno, fresco y novedoso de ambas películas cuyos directores -Ron Howard y Danny Boyle respectivamente- lograron meterse en la piel del espectador. Lo que sucede aquí es que el personaje interpretado por Dev Patel nunca llega ni a conmoverte ni importarte demasiado pero no porque nos hayamos convertido en unos desalmados sino porque su historia no está bien transmitida. No es que el director Matt Brown haya hecho un mal trabajo porque desde lo formal no se le puede objetar mucho pero el guión no lo ayudó incluso a tal punto que por momentos aburre. Las interpretaciones están bien y Jeremy Irions siempre legitima pero en esta oportunidad no alcanza. En una industria totalmente rebalsada de biopics El hombre que conocía el infinito es un puñado de buenas intenciones que pasará al olvido.
Biopic sobre el genio matemático indio Srinivasa Ramanujan que a principios del siglo pasado dejó a su familia para llevar sus fórmulas a Cambridge, tiene a Dev Patel -en el mismo registro conocido por Slumdog Millonaire, Newsroom y Hotel Marigold- como protagonista. En Cambridge -escenario real-, Ramanujan tendrá un tutor, el profesor Hardy (Jeremy Irons) y atravesará distintas dificultades, siempre pegado al desarrollo febril de sus fórmulas de revolucionarias particiones de números. Con una producción prolija y un tono serio, solemne y edulcorado, esta nueva historia basada en hechos reales sobre un genio matemático (a la Imitation Game, sobre Alan Turing), se desarrolla en una serie de escenas llenas de parlamentos importantes que sus buenos actores entregan lo mejor que saben. Otro film biográfico en el que el respeto le gana al vuelo y el encorsetamiento a la creatividad.
Un año después de su estreno, llega a la Argentina la nueva película de Jeremy Irons. El hombre que conocía el infinito. Biopic sobre Srinivasa Ramanujan, un matemático indio con escasa formación académica, que desde Madrás emprende un viaje hacia Inglaterra, para ingresar en el Trinity College de la Universidad de Cambridge, donde es admitido por Gordfred H. Hardy, quien era considerado el mejor matemático de su tiempo en Reino Unido. Será este quien lo impulse a probar sus teorías sobre números, que a pesar del genio del indio, eran en algunos casos, pura intuición. Cabe preguntarse si una película sobre una persona con un gran coeficiente intelectual puede por sí sola resultar interesante. Sobre todo tratándose de alguien que trabajaba sobre ecuaciones modulares y teoremas. Consiente de este riesgo, Matt Brown, quien dirige este film, centra su trabajo en el origen literario del guión en que se basa la película, el libro The man who knew infinity, de Robert Kanigel, haciendo foco en los prejuicios raciales de una institución tan conservadora como la Universidad de Cambridge, con la primera guerra mundial como telón de fondo, salpicado con la aparición de algunos personajes secundarios celebres, como el filosofo Bertrand Russell y John Littlewood, quien fuera colaborador de Hardy. Suma además algunos ingredientes de contraste en un ambiente agnóstico, como la religiosidad ortodoxa de Ramaujan y la esposa que dejó en India (la película no lo menciona, pero cuando Ramanujan tenía 22 años se casó con una niña de 10) pero deja algunos cabos sueltos como la sugerida homosexualidad de Hardy, quien al principio de la película declara un ambiguo enamoramiento sobre Ramanujan. El hombre que conocía el infinito puede ser el resultante de la ecuación de sumar Good Will Hunting, más Una mente brillante, La teoría del todo y Código Enigma, es decir, genio incomprendido, no reconocido del todo en su momento, más perseverancia cuando se tienen orígenes humildes. Genios puede haber en todos los estratos sociales, mientras tanto, resulta extraño que el cine no haya intentado hacer una biografía sobre Isaac Newton, sobre todo teniendo en cuanta que en esta película se muestra un descendiente del célebre manzano conservado a un costado de la puerta principal del Trinity College, bajo el cual a Isaac se le habría ocurrido la ley de la gravedad. En la larga tradición de películas de campus universitario británico en la que los hombres deambulan diciendo frases grandilocuentes como: “Las matemáticas no sólo poseen la verdad, sino cierta belleza suprema” dicha por Bertrand Rusell. En El hombre que conocía el infinito, todo tiene la pátina de un elegante acento británico. Pero se agradece que parte de ese encanto esté en manos de magistrales actores, sobre todo la vuelta a la gran pantalla del gran Jeremy Irons, con destacado lucimiento de Dev Patel y lujosos secundarios como Toby Jones, Jeremy Northam y Stephen Fry. El hombre que conocía el infinito es de esa clase de películas que acercan al gran público a un personaje desconocido, pero que abre la puerta a quien quiera saber más sobre el recorte a veces engañoso de los films que llevan el mote: “basado en hechos reales”.
Un buddy flick como cualquier otro. Las actuaciones, una joya. Muchas de las películas más inspiracionales que hay son biopics. La vida de personas de carne y hueso, llevadas a la pantalla, no siempre son un registro cronológicamente perfecto, sino que pueden llegar a ser exageraciones de un período particular en la vida de una celebridad (por ejemplo Miles Ahead, 2016). Combinar una historia real con un género de cine ya conocido o con el estilo de determinado director (como el de Scorsese en The Wolf of Wall Street, 2013) puede resultar en una película que no parece biográfica. Es entonces que la realidad lo choca a uno en la cara: estas vidas, fantásticas, peligrosas o trágicas, fueron vividas por alguien que existe. El poder de la realidad a veces es muy grande. El comienzo de la vida de Srinivasa Ramanujan (Dev Patel) no fue fácil. La pobreza en la que estaba sumido junto a su familia era enorme, pero su mente albergaba algo muy importante. Su genialidad en el campo de la matemática lo llevó desde lo más bajo a colaborar con G.H. Hardy (Jeremy Irons) en la Universidad de Cambridge. La adaptación al nuevo país le resulta dura, sobre todo por su condición de inmigrante, pero su pasión y talento por la matemática le ayudará a encontrar su lugar. The Man Who Knew Infinity está basada en el libro de Robert Kanigel, que tiene el mismo título. El talento casi nato de Srinivasa Ramanujan asombró y asombra a muchos: a los 11 años ya estaba al nivel de un estudiante universitario de matemática y redescubrió teoremas complicadísimos sin ayuda. En esta biopic es Dev Patel (Slumdog Millionaire, 2008) quien lo representa, de manera simpática y bien lograda. Los breves momentos cómicos no faltan, y dan a una historia con la que no cualquiera puede identificarse, un lado más afable. Las explicaciones específicas probablemente superen el conocimiento matemático de muchos de los espectadores, pero solo son accesorios. Su gran colaborador y amigo G.H. Hardy es interpretado por Jeremy Irons (Reversal of Fortune, 1990), que con la calidad que promete el ganador de un Oscar, no decepciona. La dirección y el guión estuvieron a cargo de Matthew Brown: esta película es su segundo trabajo, después de Ropewalk (2000). A pesar de que el film está basado en la vida de un personaje real, el intento de venderla como un buddy flick (películas en las que se sigue la amistad de dos personas, casi siempre hombres) funciona bastante bien. La biografía de Srinivasa Ramanujan es sumamente interesante, pero muy nerd. Sólo con la fuerza de su historia sería difícil atraer al público no especializado a las salas.
Interesante encuentro de mentes brillantes No hay que ser ningún Einstein para saber que una película sobre la amistad entre dos matemáticos va a provocar grandes intensidades dramáticas. Esto aun si la amistad a narrar sea la que entabla un importante académico británico con un genio matemático sin educación formal surgido del sitio más pobre de la India. La historia real del inglés G. H. Hardy y el indio S. Ramanujan es el eje principal de esta película, pero a su favor no se puede negar que el intento es un desafío con la originalidad de su lado. El actor indio del "Exótico Hotel Marigold", Dev Patel, es genio matemático en estado puro, mientras que Jeremy Irons viene a ser su contraparte educada y civilizada, que por más que invita al otro a la mejor universidad inglesa no termina de creer el milagro que tiene ante sus ojos. La película se ve con interés gracias a las buenas actuaciones, especialmente la de Irons y las de los actores secundarios como Toby Jones que interpreta al asistente del inglés.También es interesante el factor de que en medio de esa amistad aparezcan personajes históricos del niveld de Bertrand Russell. Pero la película se queda corta en muchos sentidos, empezando por la imposibilidad total de encontrarle una forma cinematográfica o narrativa al extraño modo que las fórmulas matemáticas llegan a la mente del protagonista. En síntesis, éste es un film interesante y original y cuidado en lo formal, pero no demasiado jugado.
Pese a que muchos fatalistas sostienen que el western ha desaparecido, siempre será el imperioso deseo de tantísimos realizadores abordar y aportar una idónea vuelta de tuerca al género emblema del cine americano. En los últimos años algunos referentes del western han logrado una excelente recepción del público y la crítica, es el caso de Django Desencadenado (2912) y Los ocho más odiados (2015) de Quentin Tarantino, o algunas sorpresas como la muy recomendable Bone Tomahawk (2015) de S. Craig Zahler, como una excelsa hibridación con el terror. De modo que el encanto de la frontera, las diligencias, los vaqueros, las cabalgatas y los duelos a la hora señalada, resultan inherentes a la magia del cine. Los siete magníficos de John Stuges (1960), a su vez es oficio como versión americana inspirada en el clásico Los siete samurais (1954) del genial Akira Kurosawa. En la actualidad el abordaje que propone el realizador Antoine Fuqua mantiene -como en sus versiones anteriores- inalterable su punto de partida: los habitantes de un pequeño pueblo sufren de los constantes ataques de un grupo de hombres armados. Indignados ante los constantes saqueos, buscan justicia y solicitan los servicios de un grupo de expertos pistoleros para contrarrestar los ataques. El elenco de la obra original estaba conformado sólo por hombres blancos ajustados al WASP (White, Anglo-Saxon and Protestant): Yul Brynner, Steve McQueen, Charles Bronson y James Coburn, debido a los códigos de representación de Hollywood de entonces. Sin embargo, la versión contemporánea Antoine Fuqua apela a la diversidad y la amalgama de razas para dar su rúbrica personal a la nueva versión de Los siete magníficos, consiguiendo distinguirse positivamente de su predecesora. Esta nueva versión de Los siete magníficos, resulta más próxima a la esencia de Los siete samuráis de Kurosawa, siendo que el variopinto grupo de mercenarios de la película de Antoine Fuqua presenta intensos matices y penurias a diferencia de la producción Hollywoodense de John Stuges de 1960, en la que los justicieros resultaban implacables prodigios de puntería y destreza sin mucho trasfondo emocional. Destacan en los protagónicos Denzel Washington, encarna a un ex militar de la guerra civil devenido en un despiadado cazador de recompensas, pero no carente de cierta nobleza; Chris Pratt oficia como el atorrante y jocoso de turno que disimula su condición implacable; en tanto que Ethan Hawke compone a un taciturno y traumatizado veterano de guerra. Pero la sorpresa en este elenco es el descomunal montañés compuesto por un inspiradísimo Vincent D'Onofrio. 324499 En algunos pasajes de Los siete magníficos (2016) se evidencia una tenue intención de abordar las heridas raciales en la historia de los Estados Unidos, esencialmente en todo lo relativo al conflicto bélico norte-sur. El nuevo grupo de pistoleros está liderado por un afroamericano (Denzel Washington), además un ecléctico elenco que en su selección muestra respeto por la diversidad: Byung-Hun Lee, Manuel García-Rulfo y Haley Bennett, interpretando a una mujer que contrata y participa activamente de las hazañas del clan de mercenarios escapando al lugar común de la damisela en apuros. El guión de Los siete magníficos (2016) fue elaborado por Richard Wenk, habitual colaborador de Antoine Fuqua, junto Nic Pizzollatto guionista de la exitosa serie de HBO True Detective (2014). Subyace en el relato una fuerte metáfora que oficia como bajada de línea al capitalismo salvaje, dado que en esta oportunidad el villano es una empresa ambiciosa cuyo brazo ejecutor es Bartolomé Bogue (Peter Sarsgaard), quien impunemente desata todo el despotismo de un hombre de negocios sin miramientos morales a la hora de sacrificar a los lugareños para beneficio de su firma. La dinámica e interación de una pluralidad protagónica de arquetipos se ajusta, cual signo de los tiempos, a las convenciones de “conformación de grupos” tan recurrente en las películas de la formula Marvel. En tanto que la trama de Los siete magníficos adolece al complejo de la sobre-explicación sistemática hasta el punto de redundancia como defecto/patología recurrente de Hollywood, atentando contra correcto ritmo y la construcción narrativa del guion de Wenk y Pizzollatto. Los siete magníficos de Antoine Fuqua es una producción respetuosa de todo concepto esencial al Western clásico, claro que no tiene la profundidad de La propuesta (2005) de John Hillcoat, y al tratarse de personajes encaminados a una redención evita transitar por los senderos de Los Imperdonables de Eastwood. En cuanto a la narrativa visual propuesta por Fuqua, la película adhiere a una puesta en escena de la violencia propia de Sam Peckinpah en La pandilla salvaje (1969), claro que lejos de la intensidad y crudeza manifiesta en el clásico, sino que a modo de aproximación relativa a toda la espectacularidad que el género pueda brindar. Los siete magníficos consigue instruir a nuevas generaciones respecto de los rudimentos básicos del Western , siendo una película muy divertida, con ideología implícita y mucha personalidad.
A través de la historia han desfilado algunos personajes tan importantes y relevantes que han tenido más de una revisión en el cine, de tan grande que es su obra o leyenda. Otros, más ignotos pero no por ello menos sobresalientes, tienen que esperar su momento oportuno para que alguien reflote sus hazañas de vida. En The Man Who Knew Infinity, a cargo del director y guionista Matthew Brown, le toca el segundo turno al indio Srinivasa Ramanujan -la primera fue en su país de origen, en 2014-, un pionero en el campo de la matemática teórica que tuvo una vida salida de un cuento de hadas y la película así la retrata, con todo lo que conlleva contar una biografía como una fábula mágica. Demasiado edulcorada en su narrativa, tiene en su centro al incansable Dev Patel como Ramanujan -parece que es el único indio disponible en el cine mainstream-, que encarna al joven matemático con una mente brillante -ejem-, que agota todas las posibilidades para darse a conocer en el mundo. El único que se fija en él por sus méritos y no su apariencia es el renombrado matemático G. H. Hardy, que encarna con la calidad de siempre Jeremy Irons, y es en esa dupla que la película encuentra el carisma necesario para subsistir en un ambiente en el que las historias de vida ya han sido más que contadas y en mejores condiciones por otros directores. No por eso se desmerece la labor de Brown, ni las emociones que pretende inspirar en los espectadores, pero sólo los más ávidos de relatos de superación podrán encontrar al film completamente encantador. Uno de los principales problemas que suelen suscitarse en este tipo de producciones es la bajada de línea moral y, en este caso, teológica. Por un lado, hay personas y profesores malos, malísimos, que atacan al pobre Ramanujan por dejarlos en ridículo con su mente veloz. Por el otro, el ateísmo de Hardy versus la visión divina de cómo le llegan los números a Ramanujan, sin tener prueba fehaciente de los procesos matemáticos para llegar a ellos. Hay muchos blancos y negros, y pocos matices grises como para provocar un pensamiento profundo tras salir de la sala. En definitiva, The Man Who Knew Infinity es carne de cañón para aquellos que gocen de conocer vidas ajenas extraordinarias y agradezcan el triunfo del espíritu de otros. Lamentablemente, la película es demasiado solemne consigo misma y el hecho de seguir a rajatabla los conceptos de las biopics no le hace muchos favores.
Crítica emitida por radio.
Más que una película sobre matemática, la segunda película de Matt Brown es un típico exponente del género inspiracional, el más propenso a reunir lugares comunes y desestimar el espíritu científico Nada más estimulante que una película que intente narrar la aventura del conocimiento. En un período bastante oscurantista y disociado del esfuerzo que requiere entender una ciencia, películas como El Código Enigma, La teoría del todo y en esta ocasión El hombre que conocía el infinito a veces prodigan algunos pasajes en los que resplandece el trabajo de la inteligencia para comprender el funcionamiento del mundo. Ni la relevancia del tema ni la proeza conjetural de un genio garantizan una buena película, pero sí una introducción amateur a una zona del saber. A quien no esté inmerso en el poco popular universo de las matemáticas, Srinivasa Ramanujan le resultará un desconocido con nombre de gurú indio. Este matemático autodidacta nacido en el país de Tagore, quien creía que sus intuiciones se las dictaba una diosa del hinduismo, fue un crack entre los suyos. No escribió Principia Mathematica, pero sus contribuciones a la teoría de los números y en especial en lo concerniente a las fracciones continuas lo sitúa en el panteón de las ciencias exactas a pocos metros de Isaac Newton. El film de Matt Brown ilustra la historia del joven indio: arranca con su casamiento en Madrás en 1909; sigue su ulterior partida a Europa sin su familia, un poco antes del estallido de la Primera Guerra Mundial, para instalarse en Cambridge y trabajar junto a G. H. Hardy en el Trinity College, en una comunidad académica bastante hostil a extranjeros provenientes de una colonia; el biopic culmina con su temprana muerte a los 32 años, debido a una (dudosa) tuberculosis. Vida intensa y sufrida la de Ramanujan, filmada como si fuera una telefilm didáctico con el objetivo de impartir valores trascendentes sobre la amistad, la tolerancia, la abnegación y la fe, en el que la pasión matemática es apenas un esbozo o una cuestión de fórmulas inaprensibles que se recitan como mantras que solamente una secta de aristocráticos puede sopesar. También adolece de cualquier atisbo de trabajo sobre sus materiales cinematográficos. La omnisciente musicalización, los desmañados movimientos de cámara y el énfasis dramático con el que se empeña en explotar la enfermedad y la “desgarradora” situación amorosa de Ramanujan son pruebas de una ostensible condescendencia en la forma de imaginar la vida de un hombre e intentar filmarla. El científico puede afirmar que “Una ecuación para mí no tiene sentido, a menos que represente un pensamiento de Dios”, pero el cineasta se queda con eso, como si el pronunciamiento explicara exhaustivamente la psicología del genio y se resolviera ahí la tensión entre la religión y la ciencia. A El hombre que conocía el infinito le falta todo: la capacidad para formular preguntas, el espíritu científico para indagar la apasionante relación entre la imaginación y los conceptos y la sensibilidad cinematográfica para hacer justicia a la vida de un hombre notable.
LA HISTORIA DE UN GENIO MATEMÁTICO Es la historia de un matemático de origen indio, que tenía un increíble conocimiento intuitivo a pesar de su escasa formación, sobre las matemáticas y que fue reconocido por sus aportes al análisis matemático, la teoría de los números, las series y las fracciones continuas. Srinivasa Ramanujan fue un verdadero genio. Y en el film de Matt Brown se toma la relación con el profesor G. H. Hardy que lo lleva a Cambridge durante cinco años., lo obliga a probar sus intuiciones y logra arduamente el reconocimiento. Precisamente ese camino será de sufrimiento para el joven indio que conocerá la incomprensión, el racismo, el desprecio, justo en la época de la primera guerra mundial. Armada como la típica biografía (biopic), que tantas veces hemos visto, aquí el valor esta en las interpretaciones de Dev Patel, siempre entregado y conmovedor, Jeremy Irons y Tobey Jones. Para la lágrima y la admiración de un destino puesto a prueba.
Matemáticas fallidas Con cada nueva película hay más pruebas, se demuestra mejor el teorema: los relatos audiovisuales sobre los matemáticos son muy difíciles de hacer. Por ejemplo El código enigma (es decir The Imitation Game) y Una mente brillante, con sus modos enfáticos, con sus simplificaciones que iban más allá de las cuestiones matemáticas, lo habían probado previamente. Y si Gus van Sant había logrado un triunfo parcial con En busca del destino (Good Will Hunting) quizás se debiera, además de sus probadas armas como director, a que no trataba con material de "una vida real". Pero en este caso, el de El hombre que conocía el infinito, un director sin mayor identidad reconocible llamado Matthew Brown no logra ir más allá del biopic más adocenado, gastado en sus formas, pedestre, que incluso se queda en un bosquejo con aún menos filo que el esperable en este tipo de productos. La historia es la de Srinivasa Ramanujan, importantísima figura de las matemáticas que pasó de su India natal a Cambridge (y que tuvo una biografía fílmica de producción india en 2014). Esta película inglesa cuenta parte de su vida en Madrás y luego su carrera de un puñado de años en Cambridge, mientras intercala algunas vicisitudes de su madre y su esposa en la India. Si el módico melodrama suegra vs. nuera está contado de forma completamente convencional y sin la menor sofisticación (hasta con resoluciones risibles), en Cambridge el paquete luce un poco más decoroso, en buena medida gracias a Jeremy Irons, un actor que puede soportar airoso y hasta con elegancia las obviedades y simplificaciones de los diálogos, que explican impunemente lo que ya vemos, y resumen de manera clarividente cada situación, cada contexto (las referencias, que intentan ser contemporáneas, a la Primera Guerra Mundial sufren de exceso de sabiduría a posteriori). Dev Patel (Ramanujan), el recordado protagonista de Slumdog Millionaire, no sigue el camino de Jeremy Irons, y con los años ha ganado en intensidad anti cinematográfica, y cada uno de sus esfuerzos actorales poseen tanta información gestual que serían más útiles en una fotonovela. Como suele suceder en estas películas sobre genios matemáticos, no se suele explicar demasiado su genialidad (aunque aquí al menos se tratan brevemente las particiones), y lo que queda es la preponderancia de la música y las efusiones de brazos en alto o caídos para que nos demos cuenta de si estamos en momentos de triunfo o de derrota en el camino del conocimiento y su valoración, un tema de grandes posibilidades emocionales si se ve potenciado por un director eficaz. No es el caso, y el cine de intersección matemática suma un caso más que nos hace añorar la integración narrativa de un libro clásico como El hombre que calculaba de Malba Tahan (es decir el brasileño Júlio César de Mello y Souza, alguien que sabía de álgebra y también de la importancia del uso del disfraz y la imaginación).
Matt Brown nos trae El Hombre que Conocía el Infinito, cinta basada en la vida y obra del matemático Srinivasa Ramanujan. Este drama biográfico cuenta con las actuaciones de Dev Patel, Jeremy Irons y Malcolm Sinclair. Los números no mienten: El Hombre que Conocía el Infinito nos narra la historia de S. Ramanujan, un joven hindú que a pesar de haber vivido en la extrema pobreza y contar con unos estudios precarios en matemáticas -tan sólo tenía el secundario completo-, llegó a ser una de las mentes más brillantes que brindó la raza humana, llegando a desarrollar hasta 4.000 teoremas que al día de hoy siguen siendo motivo de estudio para los matemáticos que le siguieron. Dev Patel encarna a Srinivasa Ramanujan, un papel que le sienta como anillo al dedo al británico de ascendencia hindú y que ya vimos en otros trabajos de joven actor. Patel es acompañado por Jeremy Irons en el rol de G. H. Hardy, aquel mentor, genio de las matemáticas puras y compañero de investigación de Ramanujan. La música es correcta, las interpretaciones de los protagonistas son creíbles y la fotografía cumple, por lo que ninguno de los apartados mencionados anteriormente destaca en esta propuesta biográfica. Si bien El Hombre que Conocía el Infinito no cuenta con lagunas de guion ni otros problemas en su producción, la historia planteada no llega a ser tan interesante, y sumado al pulso narrativo impregnado por el director, los 108 minutos que dura su metraje llegan a resultar un poco densos. Quizás el mayor problema de esta cinta radica en el hecho de que se retrata a Ramanujan como alguien que solamente sabía matemáticas por intuición, producto de su educación religiosa y su profunda devoción hacia la diosa Namagiri –con la que afirmaba tener conversaciones en sueños–. Lo cierto es que Ramanujan a pesar de haber contado solamente con formación secundaria, sí cursó la universidad, pero debió abandonar sus estudios de grado debido a que perdió la beca producto de su falta de interés en las materias que no sean matemáticas, llegando así a desaprobar varias asignaturas. Gran parte de su brillantez radicaba en el hecho de que durante su adolescencia obtuvo dos libros que marcaron profundamente su intelecto: el primero en trigonometría, y el segundo un compendio de teoremas de matemáticas puras, todo esto, sumado a sus inconclusos estudios universitarios hicieron que su genio no sea sólo producto de conversaciones con su diosa. Durante el desarrollo de la trama se producen los conflictos que resultarán catalizadores para el estallido de la Primera Guerra Mundial, e inclusive en la cinta se muestra como Hardy realiza una lectura de la noticia del asesinato del archiduque Francisco Fernando. Pero éste conflicto no es remarcado con el fuste que merece, teniendo en cuenta que Ramanujan vivió en Inglaterra durante todo el conflicto beligerante, sufriendo en carne propia los problemas de la guerra, algo que prácticamente es dejado de lado en la cinta. Conclusión: Correcta. Esa es la mejor forma de describir a El Hombre que Conocía el Infinito, la cinta no hace agua por ningún lado, pero tampoco destaca en ningún apartado: dirección, actuaciones, música, ambientación, todo está bien presentado desde una forma bastante prosaica pero cumplidora, por lo que no vale pena gastar una entrada en esta cinta si tenemos en cuenta la cantidad de propuestas interesantes que hay en cartelera.
Hacer del universo de las ciencias exactas algo pintoresco para el cine es algo que ya se ha venido intentando, con más y menos éxito, hace tiempo. En este caso, la figura central es Srinivasa Ramanujan, un autodidacta de la India conocido por sus contribuciones en la teoría de los números. Contextualizada en la Primera Guerra Mundial, El hombre que conocía el infinito es una biopic que toma como punto de partida un escenario de extrema pobreza en Madrás, de donde procede este genio de los números (Dev Patel). Luego la vida es, momentáneamente, un poco más generosa con el hombre: se casa y consigue un trabajo como contador. Sus horas se pasan entre números, mientras su esposa siente celos por saber que ocupa un segundo lugar. Cuando una propuesta llega desde Inglaterra, él tiene que decidir: o deja su vida en India y cruzar el océano -algo no permitido entre brahmanes- para estudiar en Cambridge, o abandona sus sueños para seguir junto a su familia en su tierra natal.
Srinivasa Ramanujan fue un joven que nació en una familia muy humilde de la India y de manera autodidacta se convirtió en uno de los matemáticos más notables de comienzos del siglo 20. Sus análisis generaron muchas investigaciones y lo convirtieron en una personalidad muy importante en este campo. La historia de Ramanujan sin duda puede resultar interesante para un documental de la televisión, pero como propuesta cinematográfica El hombre que conocía el infinito es una película tediosamente aburrida. La narración del director Matthew ofrece una biografìa hollywoodense de manual que nunca llega a despertar ningún interés por el conflicto que vive el protagonista, interpretado por Dev Patel (Slumdog Millionaire) No ayudó tampoco a que el realizador, quien además fue guionista, incluyera un aburrido melodrama romántico que inventó para hacer más atractivo el film. En la vida real el matemático se casó a los 21 años con una niña de nueve como es tradición en los matrimonios arreglados de ese país. Toda la subtrama romántica de Corín Tellado que vive el protagonista no hace otra cosa que generar más tedio a un film lento que ya de por sí es aburrido de ver. El problema no pasa por la temática y la biografía que es interesante, sino por el modo en que el director Brown abordó la narración del film. Hace poco pudimos ver en el cine El código enigma, con Benedict Cumberbatch, que también se relacionaba con la biografía de un matemático y la historia era apasionante. Desde los aspectos cinematográficos El hombre que conocía el infinito es un film fallido que no logra generar empatía por la historia de vida que se narra. En lo personal me aburrí mucho con esta producción y más allá de la labor del reparto, donde se destaca también Jeremy Irons, es difícil encontrar elementos positivos para alentar su recomendación.
La breve vida del matemático autodidacta indio Srinivasa Ramanujan, y su amistad con el británico G.H. Hardy constituyen el tema de este film sobre “tipo pobre pero genial que vence las adversidades” (racismo, pobreza, etcétera). No es una de esas películas que cambian la vida, pero se ve con cierto placer y las teorías matemáticas (especialmente lo que tiene que ver con series infinitas) atraen la atención. Si le gusta el tema, claro (a quien esto escribe, por supuesto).
El género biopic dejó de ser novedad hace tiempo. Tanto es así que en los Oscar 2015, por citar apenas un ejemplo, cuatro de las ocho nominadas a mejor película fueron biográficas: “El código enigma”, “La teoría del todo”, “Selma” y “El francotirador”. En “El hombre que conocía el infinito”, el director Matt Brown hurgó sobre la vida de Srinivasa Ramanujan, un genio de las matemáticas, de origen indio, cuya particularidad era resolver grandes problemas aritméticos con más intuición y guiños religiosos que pruebas ortodoxas. A Matt Brown le faltó pulso cinematográfico para darle a esta trama mayor intensidad y emoción. Se notó mucho que es su ópera prima, sobre todo porque eligió un registro narrativo demasiado convencional, al que le faltó una dinámica más ágil, sobre todo en la primera mitad de la película, algo soporífera. Lo que salva al filme es la profundidad actoral de los protagonistas. Dev Patel, aquel que se hizo conocido por su labor en “¿Quién quiere ser millonario?” y “La vida de Pi”, conmueve con su Ramajuan idealista, tormentoso y enamorado. Y como coequiper está la calidad habitual de Jeremy Irons, quien al componer al profesor Hardy demuestra otra vez que a la hora de transmitir emociones menos es más, en sintonía con la estética matemática del filme. Hardy recibirá a Ramajuan en la Universidad de Cambridge y fogoneará sus métodos matemáticos pese a la resistencia del establishment educativo. La película intenta hacer foco en ese vínculo, en el que a partir de la misma pasión nace una atracción mutua, que en el caso de Hardy roza el amor platónico. El filme corona el buen mensaje de lo válido que es luchar por lo que uno ama, aunque siempre haya que navegar contra la corriente.
Este intento de biopic como género cinematográfico termina siendo una simple película sobre la idea de superación, promoción, y tragedia de un hombre que terminó, post mortem, por ser reconocido como revolucionario en el pensamiento matemático. De estructura alarmantemente clásica, narrativamente lineal, progresiva, el filme sólo denota el difícil acceso a personalidades tan complejas como las de Srinivasa Ramanujan, el matemático indio, quien sin educación formal alguna, a partir de su relación casi romántica con las matemáticas, y su inesperada amistad con quien fuera su mecenas en Gran Bretaña durante la década de 1910, revoluciona a la sociedad académica de entonces, todavía victoriana. Al mismo tiempo se agradece que el director no intente sumar minutos explicando las teorías que llevaron a nuestro héroe de Madras, ciudad natal de Ramanujan en la India, a Cambridge, en Londres. Situación que hubiese dejado de lado a la mayor parte de los espectadores. En la producción de 1997 dirigida por Gus van Sant, ganadora del Oscar al mejor guión, “En busca del destino” (“Good will Hunting”), el profesor de matemáticas Gerald Lambeau (Stellan Skarsgard) tratando de convencer al psicólogo Sean Maguire (Robin Williams) que acepte como paciente a un joven rebelde, dice, “posiblemente estemos frente a un nuevo Ramanujan”(sic). Primer acercamiento de quien suscribe con hasta ese momento desconocido e injustamente poco reconocido personaje de las ciencias. Más allá de las licencias literarias que se toman los responsables del filme, algunas posiblemente tengan que ver con la pacatería británica, digamos, la esposa del matemático hindú, tenía 10 años de edad, al momento de contraer matrimonio, y era 12 años menor que su esposo. Por otro lado, en la historia verdadera el matemático llega a Londres ya siendo portador de la enfermedad que terminaría por ser terminal, situación que colocaría al Reino Unido como “desalmado” ante la situación sanitaria imperante en la India bajo el mandato británico, como si pudiesen ocultarlo. En realidad, la realización es un gran flash back narrado desde el punto de vista del matemático británico G.H. Hardy, quien en la segunda década del siglo XX toma contacto con las teorías de Ramanujan, sorprendido por la originalidad de las mismas, y que termina siendo el propulsor de su llegada a Londres. La historia está principalmente centrada en las dificultades por las que tuvo que atravesar Srinivasa Ramanujan hasta ser aceptado como colega en el ámbito científico de Cambridge, siempre de la mano de Hardy. Es en este punto donde flaquea narrativamente. En cuanto a los rubros técnicos, se destaca la dirección de arte con la recreación minuciosa del espacio en Cambridge de 1915, pero muy superadora, posiblemente, gracias a la dirección de fotografía, y el manejo de la luz en las escenas que transcurren en la India. En realidad la obra atrapa y se sostiene es por las muy buenas actuaciones de Jeremy Irons (Hardy), y Dev Patel (Ramanujan), muy bien acompañados por los siempre eficiente Toby Jones (Littlewood) y Jeremy Northam (Bertrand Russell), quien es, con su presencia, a pesar del poco tiempo en pantalla, el que instala, a cuenta gotas, el típico humor ingles en la cinta. Pero es nada más que eso. El director Matt Brown, en su segundo largometraje como tal, se pierde en la necesidad de ser correcto por protegerse desde el formalismo a ultranza, de hacer despegar un texto que se presentaba “a priori” con mayor vuelo, siendo otra de las tantas posibilidades desperdiciadas.
LOS NUMEROS QUE CIERRAN Años después del estreno de Una mente brillante, aquel inquietante biopic del genio matemático John Nash (encarnado por Russell Crowe y dirigido por Ron Howard) sufriente de serios trastornos mentales que complicaban su vida y profesión, se puede intuir que pocas historias de esas características basadas en hechos y personajes reales tendrían ese nivel de intensidad como para ser llevadas a la pantalla y conmover de manera similar. Entonces llega El hombre que conoció el infinito para adentrarnos en la vida de Srinivasa Ramanujan, el matemático indio autodidacta que decía conocer fórmulas de particiones imposibles de resolver hasta para los científicos más encumbrados de la época, años en los que se libraba la primera guerra mundial. Los conflictos aquí, en cambio, pasan por otro lado que tienen que ver más con su etnia y religión de origen en momentos en los que pretende publicar su trabajo en Inglaterra por intermedio de la Universidad de Cambridge, cuna de grandes referentes de la ciencia y cultura del siglo pasado. Recién casado con una joven a la que apenas conoce y motivado por sus empleadores, el joven parte hacia el otro lado del océano -desobedeciendo las normas de su religión que lo convierten en un renegado instantáneo- para instalarse en el Reino Unido en el que, apadrinado por el profesor Hardy (Jeremy Irons) y apoyado por figuras de la talla del célebre Bertrand Russell (Jeremy Northam) o el profesor Littlewood (Toby Jones), tendrá la motivación necesaria para demostrar que las bases de su trabajo son sólidas y no producto de una intuición casi mística. Pero más allá de las desventuras que enfrenta el matemático, El hombre que conocía el infinito es una historia de lucha de clases, de discriminación, de diferencias irreconciliables tanto étnicas como religiosas y de competencia de egos, la que se produce con ferocidad en ese ambiente académico de verdaderos titanes del conocimiento y la investigación. El personaje de Ramanujan, interpretado sin esfuerzo por Dev Patel, elige como prioridad en su vida a la difusión de sus descubrimientos los cuales, en apariencia, le llegaban como revelaciones y a las que no le preocupaba en principio justificar con procesos racionales ni demostraciones. Por ello mismo abandonó a su madre y a su esposa (con la promesa de volver a estar juntos) porque sabía con la misma intensidad con la que creía en sus fórmulas, que su misión era rescatar lo que tenía en su cabeza y compartirlo. Paradójica y necesariamente el primer escollo lo tuvo en su futuro compañero de equipo -antes mentor y a la vez representante en la contienda por hacer que se valore su trabajo-, el profesor Hardy, que se empeñaba en hacerle entender que no bastaba con enunciar sus fórmulas si no era capaz de desarrollar de manera entendible cómo llegó a ellas. Pero este sería sólo el primer peldaño, la primera prueba de dureza en el camino que le serviría de entrenamiento para luego enfrentar a los reales opositores, aquellos que descalificarían su trabajo por provenir de un “negrito engreído” (lo mínimo que le dirían), invadidos por el miedo que les provocaba el ser superados por alguien de las características de Ramanujan. Y así los problemas se van acumulando en la carrera del matemático tratando de minar su confianza, aunque nada sería más erosivo que los inconvenientes que surgirían con su propio estado de salud. A pesar de lo interesante y rico del componente real de la historia, la narración tiene su ritmo pero no logra salir de las convenciones y se vuelve un tanto perezosa. Logra momentos fotográficamente preciosos y algunas situaciones conmovedoras, plenas de emociones contenidas que sólo puede lograr gente de mucho oficio como Jeremy Irons y en consonancia con actores de naturalidad manifiesta como Patel. La relación entre ambos es rica y con matices que se van definiendo a medida que avanza la trama, aunque a veces los contrastes se hagan algo groseros y esa profunda civilidad que se yergue en esa cuna de sabiduría se transforme en barbarie sin que llame la atención lo suficiente, como cuando el matemático, devenido en alumno, recibe un ataque físico de proporciones por parte de sus propios compañeros de clase sin que haya consecuencias compensatorias de ninguna clase. Pero por suerte está la urgencia, esa premura de motivación casi sobrenatural del genio por dar a conocer su obra que es confundida con un ego excesivo cuando en realidad resulta casi premonitoria. Patel logra transmitir esa sensación de frustración e impotencia al no obtener las respuestas que espera con una pericia que provoca la empatía inmediata. Y deja la reflexión, casi automática, de lo mucho que se pierde cuando se le pone coto a la genialidad. Sin ninguna intención de adelantar momentos clave del argumento (aunque muchos de ellos figuren en los libros de historia) este film en particular deja la incógnita de cuánto más hubiesen avanzado ciertos aspectos científicos si al bueno de Ramanujan se le hubiera dado rienda suelta en lugar de un entrenamiento que terminó limitando su capacidad creativa. Pero ese es el gusto agridulce necesario que deja esta correcta realización a la que los números le dan justo para aprobar.
BIOPIC DE MANUAL La infinitud, la multiplicación y la lucidez de las matemáticas son cualidades que siempre seducen. No es el caso de El hombre que conocía el infinito, que desaprovecha justamente esa cualidad lúdica que tiene no sólo las matemáticas como ciencia sino las películas como arte, como estética. El hombre que conocía el infinito está basada en la historia de Srinivasa Ramanujan, un hombre sin educación que logra sólo a partir de su genio llegar a ser una de las mentes privilegiadas de la modernidad. Un hombre que logra acceder a partir de sus “intuiciones” en las matemáticas a un lugar más que importante en el universo de las ciencias en los albores del Siglo XX. Una buena historia que cruza problemas de clase, reconocimientos académicos, conservadurismos institucionales, prejuicios y racismos entre otras cuestiones pero que la película desaprovecha en su hibridez, en su desencanto, en su tozudez por constituirse como un producto cerrado, que solo cumple con fórmulas probadas. Una película conservadora en sus formas y en su manera de encarar la historia que no es otra que la historia del héroe y su inevitable recorrido. Esos mojones de los viajes de los héroes que son la separación, la iniciación y finalmente el retorno están en la película obedientemente cumplidos. Ese viaje al que no le falta el consabido sufrimiento por la falta de reconocimiento académico y de clase; las pérdidas de su esposa , de sus costumbres, de su idiosincrasia; los golpes simbólicos y físicos por la superioridad, están presentes en esta película demasiado chata en la confirmación de su narración, en sus formas lisas y en su conservadurismo estético. Aquella frase que encabeza la película acerca de la naturaleza poética, estética y lúdica de las matemáticas es solo una formulación vacía que no logra hacerse carne en la película. Un producto de Hollywood que no hace más que confirmar que la chatura y la benevolencia con que se tratan ciertos temas, sobre todo si vienen de esa fábrica cinematográfica que alguna vez supo ser más inteligente, más lúcida. EL HOMBRE QUE CONOCÍA EL INFINITO The Man Who Knew Infinity. Gran Bretaña, 2015. Dirección: Matt Brown. Elenco: Dev Patel, Jeremy Irons, Toby Jones, Jeremy Northam, Stephen Fry y Devika Bhise. Guión: Matt Brown, basado en el libro de Robert Kanigel. Fotografía: Larry Smith. Edición: JC Bond. Diseño de producción: Luciana Arrighi. Distribuidora: Diamond Films. Duración: 108 minutos. Apta para mayores de 13 años.
Crítica emitida en Cartelera 1030-sábados de 20-22hs. Radio Del Plata AM 1030
Hacer -dirigir- una película es tener una opinión del mundo, de la religión, de la política, de la guerra o incluso del amor. Cuando el cine es complaciente en términos ideológicos, cuando no se para en ningún lado, deja de ser interesante y además pierde un poco la potencialidad empática de los personajes que componen la obra. Uno de estos casos es El hombre que conocía el infinito, película dirigida por Matt Brown y protagonizada por Dev Patel (Slumdog Millionaire, la ganadora del Oscar en 2008) como Srinivasa Ramanujan y Jeremy Irons como G.H. Hardy (El Rey León, Duro de Matar). La película es una biopic basada en el libro homónimo de Robert Kanigel, que cuenta la historia de Ramanujan, un hombre hindú inexplicablemente hábil para las matemáticas que vive sumido en la pobreza en su país, cuando un profesor británico, G.H. Hardy, sorprendido por su destreza, le envía una carta invitándolo a trabajar con él. Ramanujan decide dejar, no sin lamentarlo, a su madre y a su esposa, abandonando su tierra natal. La premisa del film reside en descubrir la razón por la que Ramanujan es tan hábil con los números. Aunque la posición ideológica de la película es casi inexistente, su mayor defecto reside en la necesidad de la película en verbalizar las acciones. Al no ser efectiva contando con imágenes, el film tiene que recurrir a que los personajes nos cuenten qué está pasando, con lo que pierde narrativa cinematográfica. Incluso cuando intenta contar a través de acciones, falla de todas formas pues sus recursos narrativos son muy pobres. El hombre que conocía el infinito es una película complaciente en todos los sentidos. Desde lo más cinematográfico, no profundiza ninguna de las situaciones que atraviesa el protagonista, aunque tiene margen para crecer. La relación con su esposa está tratada desde una calidez muy poco efectiva con respecto a la parte que más empatía nos debería generar, ya que se separan. El film intenta quedar bien con todos. Con la religión y con la ciencia. Llegando al final del metraje, el desenlace no solo es muy abrupto sino que dadas las posibilidades que se le ofrecen al director, las desaprovecha y se posiciona en un lugar totalmente neutral, desapegando al espectador de la emoción que debería generar la conclusión.